CAPITULO UNICO Las noches se volvían eternas y la monotonía de su vida pesada. Debería, ahora mismo, estar descansando. Relajado, tranquilo. Sin embargo había algo que lo molestaba… más bien, que lo inquietaba. Hacía tiempo no se divertía, pensó. Las noches que se había tomado libres, hace unos 300 años, fueron muy… ¿Placenteras? Sí, esa palabra quedaba perfecta. Necesitaba distraerse, divertirse… pero, ¿Cómo? No podía pedirle al Capitán la noche libre ¿o sí? Sería mejor buscar otra solución. Tanto tiempo pensando y optó por distraerse en un lugar… especial. Al menos por esa noche, se olvidaría quien era y qué era. Pasaría de ser un hombre de bien a un amante desenfrenado. Al menos esa noche, perdería los estribos. -Flash Back- ─ Inuyasha mira dónde te has metido.─ Se dijo para sí mismo. ─ Será mejor que busques a alguien que te de indicaciones, así al menos podrás dormir bajo techo. Caminó y caminó hasta que se topó con una jovencita muy linda. Su nombre no lo recordaba, mejor dicho, nunca se lo había dicho. No era importante presentarse. Esa noche, ella ardía en deseo. […] ─ Hazme lo que quieras, bonito .─ Le había dicho, mientras la noche se prendía fuego. Los culpables: Los dos amantes que se hallaban, en esos momentos, en un cuarto de hotel. Ella lo había arrastrado a él en su locura, en sus deseos. Ahora él también ardía, la ropa le quemaba y la cabeza le daba vueltas ¿y qué mierda importa? Ahora iba a complacer a su cuerpo y al de la chica. No sabía exactamente el cómo ni el por qué de lo que había pasado. Solo sabía que se había descontrolado… y lo lamentaba, lo lamentaba mucho. Salió de allí sin hacer ruido, tratando de no despertar en la joven que yacía tendida en la cama, envuelta en las sábanas y completamente desnuda. En pocos segundos estuvo afuera, desapareciendo rápidamente por donde vino. -Fin Flash Back- Él lo recordaba perfectamente, como si hubiera sido ayer. Recordaba cómo había dejado a la chica, sola, envuelta en las sábanas y completamente desnuda. Una sonrisa pícara se formo en su rostro. Después de todo, el NO era ningún santito. Se levantó, aún pensando en aquella noche, y se dispuso a salir cuando un ruido lo sacó de sus pensamientos y lo devolvió al mundo real. Se preguntó quién podría estar tocando la puerta a esas horas. Maldijo y se dirigió, algo molesto, a abrir la puerta. Lo que vio lo dejó helado. Kagome estaba allí. Maquillada y peinada. Vestida con un vestido, que dejaba ver sus piernas torneadas, era de un color rojo brillante.... Vaciló. No sabía que decir, cómo reaccionar. Tampoco podía hacer nada; su cuerpo no le respondía y las palabras no salían de sus labios. -¿Pasa algo?- preguntó ella, con su melodiosa voz. Eso lo sedujo, lo conquistó. Estaba vulnerable, lo sabía. También sabía que debía parar eso, después no iba a poder detenerse. Ella volvió a hablar. Ya estaba hecho, el daño ya estaba hecho. Ya no podría controlarse, no. El deseo lo volvió a cegar. Kagome lo notó extraño, pero cuando se dispuso a preguntarle algo unos labios fríos atraparon los suyos en un fogoso beso lleno de pasión, lujuria, pero no de amor. Ella lo sabía, lo sentía. Pero aún así se dejo hacer, pues ella lo deseaba también. Y la noche continuó, con estos dos amantes cegados uno por el cuerpo del otro, por los besos y las caricias que entre ambos se otorgaban. FIN.