(de udvalgte)los elegidos

Tema en 'Otros Fanfiction' iniciado por Fénix Kazeblade, 22 Enero 2013.

  1.  
    Fénix Kazeblade

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    Escritor
    Título:
    (de udvalgte)los elegidos
    Clasificación:
    Para niños. 9 años y mayores
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    4315
    Escrito para la actividad Batalla de Foros, gracias a Omegavantage y a Ashel por la misma.
    Éste es el primero de una serie de seis fics, independientes entre sí, que escribo junto a @Dororo sobre el Ragnarok, también conocido como “el destino de los dioses” o “la batalla del fin del mundo”, y que vendría a ser el apocalipsis en la mitología nórdica.

    Ante las montañas inhóspitas del valle fútil de Jötunheim se escucha clamar un terrible rugido de los mortales gigantes que dé él se han erigido, hijos del caos primitivo, ante los inviernos que ahora azotan inclementes a los nueve reinos su espíritu maldito y su cuerpo helado se han fortalecido. Sombras trémulas de los colosos marchan desde el Utgard entre los montes helados profieren la aparición de aquellos seres de roca y hielo, los jötnar, acudiendo al llamado de la oscuridad, algunos ansiando venganza contra el príncipe del trueno por haber vueltos sus tierras sus campos de fuego, entre las bestialidad de estos seres existe un sentimiento por sus camaradas caídos, sus garras y colmillos claman sangre como destrucción y en el rostro inhumano de Ymir se erige una torcida sonrisa.
    Entre las montañas inhóspitas del fútil valle de Jötunheim se escucha el terrible rugido de los mortales gigantes que dé él se han erigido, hijos del caos primitivo. Ante los inviernos que ahora azotan inclementes a los nueve reinos, su espíritu maldito y sus cuerposhelados se han fortalecido. Sombras trémulas de los colosos, marchan desde el Utgard, entre los montes helados, profieren la aparición de aquellos seres de roca y hielo, los jötnar, acudiendo al llamado de la oscuridad. Algunos ansiando venganza contra el príncipe del trueno por haber vuelto sus tierras y sus campos de fuego. En la bestialidad de estos seres existe un sentimiento por sus camaradas caídos, sus garras y colmillos claman sangre como destrucción y en el rostro inhumano de Ymir se erige una torcida sonrisa.
    En los bosques de los gnomos gimen antes las puertas la pérdida del todo y decrecer de su mundo antes verde y lleno de vida ante la maldición helada del fin de los tiempos y lloran ante el viento y claman a los Aesir y Vanir piedad y fortaleza.
    En los bosques, los gnomos gimen ante las puertas la pérdida de todo y el decrecer de su mundo, antes de la maldición helada del fin de los tiempos verde y lleno de vida, y lloran por el viento y claman a los Aesir y Vanir piedad y fortaleza.
    Pero estos también han sido mancillados, pues quienes los adoraban han perecido ante su propia mano, sin respetar ser padre o hijo, hermanos, primos o amigos, consumidos por el terror, las tinieblas y el miedo, levantaron su mano con violencia y dieron muerte a sus semejantes hasta que fueron extintos. Entonces, allí yacen los Aesir, reyes sin corona de un reino apunto de marchitarse, se reúnen para lo que saben pero nadie quiere pronunciar será su última batalla, melancolía recorren sus miradas perdidas en tiempos de antaño mientras se reflejan en sus cascos, escudos y espadas forjados por los enanos y por las que por eones el equilibrio de los nueve reinos se había mantenido en pie.
    Pero estos también han sido mancillados, pues quienes los adoraban han perecido bajo su propia mano, sin respetar ser padre o hijo, hermanos, primos o amigos. Consumidos por el terror, las tinieblas y el miedo levantaron su mano con violencia y dieron muerte a sus semejantes hasta extinguirse. Entonces, allí yacen los Aesir, reyes sin corona de un reino apunto de marchitarse, se reúnen para lo que ya saben, pero nadie quiere pronunciar. Será su última batalla. La melancolía recorre sus miradas perdidas en tiempos de antaño mientras se reflejan en sus cascos, escudos y espadas, forjados por los enanos y por las que por eones el equilibrio de los nueve reinos se ha mantenido en pie.
    — ¡Ha sido de desatado! — exclama una voz llena de angustia.
    Los pilares del mismo Valaha se ven temblar ante la terrible desgracia que esto significa, el lobo, el hijo del gran embaucador, fauces de oscuridad y perdición comparables solo con las penurias que esconde el reino de su hermana Hela, Fenrir, había roto las cadenas forjadas por los enanos que lo mantenían cautivo, su penumbroso estridente y mortal rugir prorrumpió desde la copa y hasta las raíces del Yysdrassil y se clavó hasta la medula de cada criatura que tuviese que temer con su nombre, incluso de esos llamados inmortales.

    —¡Ha sido de desatado! —exclama una voz llena de angustia.
    Los pilares del mismo Valallha tiemblan ante la terrible desgracia que esto significa, el lobo, el hijo del gran embaucador, fauces de oscuridad y perdición comparables solo con las penurias que esconde el reino de su hermana Hela, Fenrir, había roto las cadenas forjadas por los enanos que lo mantenían cautivo. Su penumbroso, estridente y mortal rugir prorrumpió desde la copa a las raíces deYysdrassil y se clavó hasta la medula de cada criatura que tuviese que temer con su nombre, incluso de esos llamados inmortales.

    — Podríamos intentar capturarlo de nuevo — dijo en un murmullo Tyr el dios con cuernos, carente del espíritu veras de otros tiempos, mientras observaba con melancolía la mano de plata que había remplazado la suya después de la última batalla contra esta bestia.
    Más no es la única criatura cautiva que ha sido desatada.
    Hrym se observa venir de entre los mares del este, liderando legiones enteras de los gigantes de hielo a su postremo desafío en Vagrid el campo de batalla. Monstruoso y necrótico el navío que tripula engendrado desde las uñas de aquellos caídos, arraiga peste y podredumbre infectando a su marchar, librado al fin por los aguas desatadas de un diluvio apocalíptico.
    Pero nosotros nos yacíamos ni en el yermo Jötunheim, ni el condenado Midgard, ni en los bosques de los Elfos ahora agonizantes, nosotros permanecíamos próximos al Valaha, aquel salón donde por ocasiones nos hartamos de carne e hidromiel, inconscientes de lo que acontecía afuera pero a sabiendas del inminente fin, nosotros guerreros caídos en batalla esperando, mientras el todo se derrumbaba, la razón del llamado de nuestro padre Odín.

    —Podríamos intentar capturarlo de nuevo —dijo en un murmullo Tyr, el dios con cuernos, carente del espíritu veraz de otros tiempos, mientras observaba con melancolía la mano de plata que había remplazado la suya después de la última batalla contra esta bestia.
    Más no es la única criatura cautiva que ha sido desatada.
    Hrym se observa venir desde los mares del este, liderando legiones enteras de los gigantes de hielo a su postrero desafío en Vigrid, el campo de batalla. Monstruoso y necrótico, el navío que tripula, liberado al fin por los aguas desatadas de un diluvio apocalíptico y engendrado por las uñas de los caídos, arraiga peste y podredumbre infectando todo a su paso,

    Pero nosotros no yacíamos ni en el yermo Jötunheim, ni el condenado Midgard, ni en los bosques de los Elfos, ahora agonizantes, nosotros permanecíamos próximos a Valallha, aquel salón donde por ocasiones nos hartamos de carne e hidromiel, inconscientes de lo que acontecía afuera pero a sabiendas del inminente fin. Nosotros, los guerreros caídos en batalla, esperábamos, mientras todo se derrumbaba, la razón del llamado de nuestro padre Odín.
    —¿Ya tienes el anillo —replicó Hrothgar, mientras arremetia contra un engrendo de sombras con su hacha — ¿Ahora qué?
    —¡¿Vez que sea un vidente o algo parecido!? —reclamé mientras movia mi pelo rojo hacia atrás y clavaba mi espada en el abdomen de un troll— Esperaré a que Erda me indique qué debo hacer.
    —¿Por qué no te lo pones? —inquirió Krakan que siempre había sido un cabeza dura cubriéndole la espalda a un enano— Tal vez tenga alguna propiedad.
    —Tu falta de buen juicio te ha costado la vida en varias batallas libradas Krakan, ni porque es el fin de los tiempos seguiré algún consejo que venga de ti . No sé cuál es la finalidad de este anillo, y no lo tocaré más hasta que los dioses nos lo reclamen o nos digan lo que debemos hacer con él.—divisé más enemigos al norte.
    —Todos hemos estamos al borde de la muerte por culpa de semejante baratija —respondió molesto Krakan trozando el cuello de un lobo monstruoso— Por no hablar de lo que has despertado en ese antro, y que ahora campa a sus anchas por esta tierra. Creo que después del horror que hemos vivido, lo mínimo que podríamos hacer sería intentar averiguar qué quieren los dioses de nosotros.
    — Me hablas como si yo os hubiese arrastrado a todos ahí dentro — contesté altivamente —Solo he obedecido los designios de los dioses, pero en ningún momento os pedí que vinieseis conmigo. Por mi parte haré lo correcto, y no tocaré más el anillo hasta que me sea ordenado.
    Frente a nosotros y de manera inesperada comenzó a alzarse una gigantesca criatura de hielo, era una especie de lobo y oso, pero completamente congelado, rugió y nosotros valientes y decididos le hacíamos frente.
    — Todos sabéis que si mueren ahora, no podrán volver pues es el equilibrio se ha roto, así que hacerme un favor no hagan ninguna estupidez, como dejar que los maten.—agregué.
    Algunos enanos y otros guerreros cayeron al instante, unos guerreros elfos hicieron retroceder a la criatura.

    —No puedo creerlo, Mhanen —bufó Hrothgar- ¿Es que nunca has pensado por ti misma?, ¿Siempre te has dejado llevar por los designios divinos?
    —Tu insolencia y tu facultad de ser inoportuno no tienen presendentes. Pertenezco a los Hijos de Völva.— exclamé con orgullo— El deber de nuestro linaje ha sido siempre servir y obedecer a nuestra señora, Erda, y al resto de los Aesir, sin poner nunca en duda su palabra, pues grande es su sabiduria. Fui adiestrada para ello desde mi nacimiento.
    —Ya sabes lo que opino de tu diosa, y de todos los demás –respondió Hrothgar — Son dioses crueles, que envían a los mortales a hacer aquello que ellos no se atreven a hacer.
    — ¡A callar!— Mis ojos ultramarino lo observaron con fiereza como buscando penetrarlo, una pata de criatura nos tiró un zarpazo — Basta de esa blasfemia, o te juro que esta vez serán mis hachas y no mis manos las que te golpeen. ¿Es que no eres capaz de respetar a nadie?— con coraje arremetí contra la bestia, encajé mi hacha en su costado y volteé hacia mientras el monstruo se desplomaba.
    — ¿Acaso no te has percatado de mi condición, chiquilla? ¿Cómo pretendes que respete a quien me otorgó este don? Sí, soy poderoso y temible en el combate cuerpo a cuerpo, pero a ojos del resto de los mortales he sido siempre un monstruo. Si tuviera que adorar a algún dios, escogería a Fenrir, el Lobo, el que asesinará al propio Odín, pues al menos él se parece a mí.
    —¡Basta! –grité furiosa, poniendo en su cuello una de las hachas- ¡No aceptaré más blasfemias! ¡Contén esa sucia lengua, o asume las consecuencias de tus palabras!
    —¡Y yo no me dejaré amedrentar por un ser abyecto que ha olvidado cómo pensar por sí mismo! –me espetó.
    Nuestras miradas se enfrentaron un instante, con una ira silenciosa ardiendo en las pupilas. Sin embargo, antes de que tuviésemos tiempo de masacrarnos entre nosotros, una escasa luz relampagueó y se apagó, y un trueno rasgó el aire y reverberó por todas partes. Nos detuvimos, tomados por sorpresa, e instintivamente miramos al cielo, de manera inexplicable nos encontrábamos solos.
    El crepúsculo resplandecía más de lo común, y una extraña niebla flotaba en el umbral, cargada de una energía no del todo desconocida. Era la sensación de poder, de magia, que sentía que yo misma irradiaba en esas ocasiones. Pero esta vez no provenía de mí, ni de ninguno de mis compañeros; brotaba del exterior, y provocaba una rara pero agradable excitación.
    No puedo describir la dicha y el temor que me invadieron a la misma vez, pues aunque se trataba de desconocidos, podíamos intuir quiénes eran. Emanaban un vigor y una majestad que nunca hubiéramos notado en un hombre mortal.
    Eran cuatro, sí: dos hombres y dos mujeres, todos altos y hermosos, y de orgulloso porte. Uno de los hombres, vestido con cota de malla, era tan alto como los árboles que nos rodeaban, y su espalda, brazos, piernas y pecho eran enormes. Tenía el noble rostro surcado de cicatrices, los ojos llameantes y fieros, una espesa y luenga barba rubia, y el cabello recogido en una trenza a su espalda. Le faltaba la mano derecha, en cuyo muñón era cubierta por una mano de plata que sujetaba la larga hoja de una espada, que refulgía con las suaves luces del anochecer.
    El hombre que estaba a su lado era también alto, pero tenía una estatura menos sobrenatural. Su mirada era un pozo de sabiduría, y no parecía ya joven, pero tampoco era un anciano. Era tuerto; se cubría el ojo perdido con un parche dorado, bordado de plata y bronce, del cual sobresalía una cicatriz que iba desde la ceja al pómulo. Su cabello y su barba eran abundantes, pero completamente blancos, y se tocaba con un brillante yelmo. Iba arropado en una capa de pieles, y en una mano llevaba una gigantesca lanza, y al cinto un gran cuerno blanco. Sobre cada uno de sus hombros se posaba un cuervo.

    Justo tras él había estado una de las mujeres, que dio un paso hacia nosotros cuando salimos de la gruta. A pesar de su figura de mujer, su rostro era casi el de una niña; era bellísima, esbelta y rubia, con el cabello recogido en un elaborado peinado y sus ojos eran claros y alegres. Llevaba puesta una túnica blanca, decorada con ribetes dorados y raros dibujos, que insinuaba sus generosas formas, y adornaba sus brazos con brazaletes y pulseras de oro.
    La última mujer, que había quedado más a la zaga, me sonrió al verme y reconocí de inmediato aquel rostro pálido, sereno y hermoso, y aquellos ojos llenos de misterio. Era Erda, mi diosa, que tendió los brazos en un gesto de saludo, al que respondí hincando ambas rodillas en el suelo y postrándome después ante la magnificencia de los Aesir, los dioses que habitaban en los celestiales castillos de Asgard.

    —¿Quiénes sois vosotros? —oí que preguntaba Hrothgar.
    —Nos conoces —el hombre del parche en el ojo sonrió, a pesar de lo solemne de su voz— Aunque nunca has creído en nosotros. Yo soy Odín, tu padre y el de todos los hombres.
    Al oír ese nombre, Koldo y Krakan se lanzaron también de rodillas al suelo con una exclamación, pero Hrothgar permaneció impasible.
    — ¿Si? –Preguntó con insolencia, permaneciendo de pie— Bien. De modo que eres real, y no sólo un cuento para asustar a los niños. ¿Y quiénes son los otros?

    —Maldición, ¡cállate! –mascullé, temiendo que Odín se enojara.
    El otro Aesir avanzó un paso, y tuvo que bajar bastante la mirada para poder enfrentarla a la de Hrothgar, tal era su tamaño. Cuando habló, su voz retumbó por todo el bosque: era profunda, cavernosa y grave; una voz aterradora al escucharla en el campo de batalla.
    —¡Yo soy Tyr, señor de la guerra!–gruñó. Pareció al fin que Hrothgar meditaba cuidadosamente sus palabras antes de añadir nada más, pues miró a aquel formidable guerrero durante unos instantes, y contuvo la sonrisa sardónica que asomaba a sus labios.
    —Es..es curioso –dijo simplemente.
    Entonces la joven rubia tomó la palabra, y su voz sonó como el correr alegre del agua:
    —Mi nombre es Freyja, y soy una Vanir. Ella es Erda, la Sabia.— señaló a la otro mujer— Fuimos nosotros quienes os otorgamos vuestro poder cuando nacisteis. Vosotros sois nuestros Elegidos.
    Hubo entonces un pesado silencio, y nos miramos unos a otros, confusos. Se había desvelado algo que ya intuíamos, pero la mera presencia de los dioses era demasiado difícil de asimilar.
    Ellos nos llamaban sus Elegidos. Ellos nos daban fuerzas. Pero aún quedaba la gran incógnita: ¿por qué?

    —Parad este teatro –dijo Krakan— ¿Cada uno de nosotros tiene un don?
    — Así es –contestó Odín-. Sin ir más lejos… —hizo un gesto con la mano, y el cuervo negro de Krakan salió de entre las copas de los árboles, yendo a posarse en el brazo del dios — Tu don te lo di yo. La comprensión y la alianza con los animales.
    — Yo te di a ti el tuyo –dijo dulcemente Freyja a Koldo, observándolo — Curar las heridas, tanto del cuerpo como del espíritu.
    Erda me miró y sonrió, y no fue necesario que dijera nada para que yo supiera lo que pensaba, pero fue Odín quien lo transmitió a los otros.
    — Ella heredó de Erda el poder de adivinar lo que los otros piensan, y de poder enseñar a las mentes de los otros su propio pensamiento.
    Mis compañeros me miraron un momento con cierta desconfianza; probablemente preguntándose cuántos de sus pensamientos más profundos habría logrado ya descifrar. Sin embargo ninguno añadió nada, y Hrothgar se volvió hacia Odín.
    —¿Y el mío? O tal vez esto no sea un regalo de los dioses, sino una maldición, y ni siquiera recuerdo desde cuándo la poseo. Aun así, ¿dónde está Fenrir? No conozco a ninguno más de vosotros que pueda convertirse en lobo.
    —Fenrir no es un dios –contestó con sorprendente calma Odín— Es una bestia, un hijo del mal puro, aunque el mal, sí fuese uno de los nuestros hace tiempo. Él no te dio ese poder, por mucho que tú desees creer que sí.
    —¡Fui yo! –volvió a gruñir Tyr, alzando el muñón y envuelto en plata donde tenía la hoja de espada— Lo tome de mi enfrentamiento con la criatura.
    —Tengo entendido que fue él quien devoró tu mano –observó Hrothgar ya menos efusivo.
    —Si asi fue, pero hoy se liberado.— gruño.
    —En cuanto a ese regalo, joven gauta… -agregó Odín-. Siempre lo has visto como una maldición, pero no es así. No recuerdas nada de tu nacimiento y origen, y culpas de ello a un don sin el que no habrías podido sobrevivir. El viaje que emprenderéis a continuación te demostrará que se trata de una enorme bendición…
    —Es difícil desembarazarse de ciertas creencias –dijo Hrothgar con una mueca-. Necesito una prueba
    —Tendrás tu prueba –contestó Odín, que no parecía ofendido por aquella insolencia—hasta ahora no había existido la casualidad; únicamente el destino pues hasta el nuestro esta marcado –dijo Odín-. Pero lo que estaba escrito comienza a borrarse, y solo vuestro viaje determinará el curso de las cosas.
    —¿Qué viaje? –inquirió Koldo con inquietud—Ya es la segunda vez que se habla de un viaje y… con todo respeto, mis señores… la idea no parece muy agradable…
    —Estoy de acuerdo –dijo Krakan— Hay demasiadas cosas que no comprendemos. ¿Qué es lo que está ocurriendo aquí?
    Erda tomó entonces la palabra, con su voz dulce y grave, que parecía brotar de la tierra y crecer como la hierba.
    —Hace muchísimos años, cuando estos mundos aún eran jóvenes, se abatió sobre ellos un gran mal. Loki, Señor del Engaño, trajo la muerte y la sedición a nuestras puertas, y por ello fue castigado y encadenado en lo más profundo de las montañas, condenado a permanecer allí durante largos años, hasta que lograra liberarse y lo ha hecho. El padre de los dioses caerá a manos de Fenrir, hijo de Loki, y cada Aesir encontrará su final, así como nuestros enemigos. Luego el mundo renacerá y comenzará una nueva era para los hombres, pero de eso no puedo hablar más. Todo esto forma parte de las leyendas que los hombres conocéis, y el Ragnarok está escrito, y lo escrito no debe cambiar.
    —Sin embargo –dijo Odín-, ha ocurrido algo que altera el curso natural de las cosas. El mal ha corrompido estas tierras antes de tiempo, y sus seguidores intentan erradicar mediante el engaño y la traición todo aquello que nos pertenece. Intentan debilitarnos, cambiar el destino para que no haya ninguna esperanza de resurrección para mortales o Aesir. Solamente vacío, destrucción, y el triunfo del mal sobre las cenizas de todo lo que nosotros hemos hecho. Para evitar que todo esto ocurriera, repartimos poderosos dones entre ciertos mortales recién nacidos, confiando en que, llegado el momento, algunos de ellos sabrían utilizar este poder para servirnos y ayudarnos. Casi todos han sido ya diezmados, pero vosotros vivís, y habéis demostrado ser los más capaces de todos.
    —¿Qué podemos hacer nosotros, mi señor? —me atreví a preguntar, fascinada aún por aquellas palabras.
    —Partir, y pronto –contestó el Padre de Todos-. Comenzaréis una ardua travesía en busca de ciertos objetos muy preciosos para nosotros, que nos ayudarán en el Ragnarok. Debéis reunirlos todos.
    —El anillo será vuestro guía —dijo Erda entonces, señalando directamente a mi faltriquera-. Póntelo y te mostrará el camino que debéis tomar.
    Con un gesto me indicó que lo comprobase, de modo que me puse el anillo. Inmediatamente el bosque y la cueva se volvieron difusos y, como ocurrió con la Visión, mi cuerpo pareció quedar inmóvil, pero el paisaje avanzó ante mí a una velocidad vertiginosa. Atravesé masas de bosque, pueblos, lomas y montañas, y valles y ríos, siempre hacia el norte, vislumbrando caminos entre la confusa maraña que se desplazaba con gran rapidez. Finalmente mi vista se detuvo en algo vasto y terrible: el mar, aquella interminable extensión gris y azulada, que rugía como un ejército de bestias, y cuyas olas azotaban las playas y las rocas. Nunca había visto un espectáculo tan conmovedor, tan impresionante, como aquel gran mar salvaje que me mostraba el anillo. Y allí, a merced de las violentas olas, se sacudían monstruosas embarcaciones, amenazando con zozobrar en cualquier momento. Todas excepto una, más grande que las demás, de anchas velas cuadradas, que se mantenía completamente inmóvil y orgullosa en medio de aquella brutalidad.
    La visión se desvaneció de pronto, y me quité el anillo. Odín sonrió.
    —Debéis viajar hacia el norte y tomar un barco que os llevará a vuestro próximo destino. La tierra a la que os dirigiréis es el verdadero hogar de Fafnir, el dragón al que habéis despertado; allí se dirige sin duda, ya que es el lugar donde mora el Tarlhem. Debéis recuperarlo para nosotros; el anillo os mostrará qué es y dónde está exactamente cuando hayáis llegado a esa tierra.
    —¿Hemos de matar al dragón? —exclamó Koldo, ligeramente horrorizado.
    —Será un placer cumplir con la voluntad de los dioses —repliqué yo, a pesar de que un escalofrío había recorrido mi espalda ante aquella sola idea.
    —No he terminado. El dragón no es asunto vuestro —contestó Odín con firmeza—En esa tierra vive también un hombre llamado Siegfried, al que debéis encontrar. Él es el héroe que debe dar muerte a Fafnir, y vosotros seréis quienes le llevéis hasta él. No os inmiscuyáis en su batalla; simplemente tomad el Tarlhem, y el anillo os indicará vuestro próximo paso. Sois nuestros Elegidos, con que usad bien el poder que os ha sido otorgado.
    –Esperad -interrumpió Hrothgar-. Tengo más preguntas. Hay muchas cosas que aún no sabemos.
    —Hay cosas que aún no ha llegado el momento de saber y ahí destinos que culminar…las fauces de un lobo me esperan —respondió enigmáticamente Odín.
    Un rayo iluminó fugazmente el cielo, con tanta intensidad que quedamos un momento deslumbrados, y cuando volvimos a alzar los ojos, los dioses habían desaparecido. Sólo estábamos nosotros, mudos y atónitos en la oscuridad que comenzaba a derramarse sobre nuestras cabezas.
     
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  2.  
    Zil Kendrick

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    Ooooooo, todo estuvo genial, me gusto mucho y mas el final
    Esta parte me dejo con algo de intriga.... Sabes una cosa, me hubiera agradado más que le pusieras espacios entre cada dialogo y fin de un párrafo... Es que todo se ve medio amontonado, pero de igual manera te quedo bien..... Suerte.... ^^
     
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