Drama [Días de abecedario] D de Damaso

Tema en 'Relatos' iniciado por Angelivi, 4 Mayo 2017.

  1.  
    Angelivi

    Angelivi Bruja ordinaria

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    7 Febrero 2017
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    Escritor
    Título:
    [Días de abecedario] D de Damaso
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    716
    La chimenea iluminaba el salón en esta fría noche de invierno. Estaba sentado cerca del fuego mientras me balanceaba en la mecedora que chirriaba una y otra vez. El pájaro de cuco salió de su nido para anunciar la medianoche y la Luna sonreía al otro lado de la ventana. Esta noche se respiraba un silencio sepulcral, la soledad me acompañaba en esta última velada. Había tantos recuerdos a mi alrededor, tanta vida albergada en un solo lugar... Hacía que mi alma se desmigase cuanto más los miraba.

    Sobre la chimenea estaba aquel búho tan burdamente tallado, pero que nunca tiraría por nada del mundo. En la mesa reposaba la alianza que una vez portaste, junto con la foto de nuestra preciosa hija. Me pregunto qué tal le irá, hace semanas que no sé nada de ella. En la estantería de la derecha me vigilaban la matroshka madre junto con sus hijas, un viejo recuerdo de nuestra luna de miel en Moscú. Aún mantenía aquellos libros que tanto te gustaban, esas historias que para mí carecían de sentido en las que salían criaturas fantásticas, mundos de fantasía y romances imposibles. No me gustaban nada, pero en cuanto formaron parte de ti no hice otra cosa que amarlos tanto como si fuesen mis libros favoritos.

    Si miraba hacia la pared podía contemplar extractos de nuestra vida atrapadas en sus jaulas de cristal: la graduación, el nacimiento de nuestra hija, la apertura de tu maravillosa sastrería, aquella inolvidable cena de Navidad en la que se reunió la familia al completo, nuestro verano en Haití... Tantos recuerdos estampados en una sola pared. Pero aquellas prisiones de cristal no pudieron contener lo más importante: tu vida. Nunca volví a colgar ni un solo cuadro más.

    ¿Cuánto tiempo habrá pasado? ¿Un mes? ¿Tres meses? ¿Un año? Hace tiempo que dejé de prestar atención al paso de los días, me era indiferente el día y la noche, todo era oscuridad sin ti. Todavía puedo estirar el brazo y alcanzar lo que en su día fue tu mecedora. La madera ahora estaba fría y no se movía. Su vaivén había muerto junto contigo, había perdido su alma.

    Sin tu compañía, estaba solo en este mundo. Puede que la historia de nuestra hija continuase, pero la mía terminó el día en el que te marchaste sin despedirte. Aún llevaba ese jersey que me tejiste hace tantos años, era lo más cerca que puedo estar de ti. Por suerte, mi desdicha esta a punto de terminar. Hacía varias horas que notaba que me estaba liberando, perdía mi fuerza. Y en este preciso instante era incapaz de levantarme siquiera. No estaba triste, en absoluto, deseaba que mis fuerzas me abandonasen de una vez, así mi alma flotaría hasta alcanzarte y nuestras manos se encontrarían una vez más.

    Cuando creí que mis ojos se cerrarían definitivamente, tu mecedora volvió a chirriar. Levanté costosamente la cabeza y cuando miré hacia tu sitio favorito, allí estabas, observándome con esa dulce sonrisa tuya.

    — Julia, amor mío. ¿Eres tú?

    — ¿Cuándo dejé de serlo?

    Sonreí, indudablemente era ella.

    — Llevo esperando este día desde hace mucho tiempo. Al fin volveremos a estar juntos.

    — Te equivocas, nunca nos hemos separado. Siempre he estado aquí, contigo. Estuve todos y cada uno de los días que suspirabas por mí, vi todas y cada una de las lágrimas que derramaste pensando en mí, saboreé todos y cada uno de los dulces pensamientos que dedicabas a mi memoria. Siempre, cariño, siempre he estado a tu lado.

    — Julia...

    — Habría sido más feliz si hubieses invertido tus suspiros en ver cómo crecía nuestra hija, me habría gustado que tus lágrimas se hubiesen tornado en sonrisas, habría disfrutado viendo cómo disfrutabas de cada día que vivías. Querría que hubieses vivido más, pero sigues siendo tan tozudo como siempre: aún sigues amándome por encima de todo.

    — Y siempre lo haré, por toda la eternidad, por los siglos de los siglos... —empecé a perder la voz.

    — No te esfuerces más. Ahora cógeme las manos, sígueme hasta nuestro nuevo hogar. Estemos juntos por toda la eternidad.

    Agarré sus manos con tantas fuerzas que mi alma se salió. Ambos ascendimos más y más arriba. El mundo se fundió a nuestro alrededor. Pero no tengo miedo, porque nuestras manos están unidas y lo estarán por siempre.
     
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