Drama Dócil [Días de abecedario 3.0]

Llevo una vida operando trenes, lo hacia mi padre y el padre de mi padre, así por generaciones, sin embargo, no es solo el legado si no le he encontrado un gusto propio, en su mayoría siempre han sido de carga, el país donde habito dejo de apostar por ese tipo de transporte desde que mi padre era un niño. Luego de que la pandemia asoló cada rincón del planeta logré huir con mi terminé haciendo de un tren y llegue una ciudad del este donde para mi sorpresa aún permanecían las cosas tranquilas, aislada del resto del mundo entre montañas nevadas parecía un buen lugar para comenzar de nuevo y eso es lo importante para este relato, el que tenía un tren y un lugar seguro.

Unos chicos de entre 30 y 20 se las arreglaron para que funcionase perfecto con carbón y cada dos semanas partía con él hacia distintos puntos del país trayendo provisiones, medicinas, algunas armas y sobrevivientes, nuestra política era, por cada uno de nosotros que podamos salvar, habrá uno menos de ellos que enfrentar.

Nos contactaban por todos los medios, señales de humo, mensajeros –un chico recorrió medio país para dar con nosotros-, mensajes, pero la manera más usual era por radio. De lo que les hablaré aquí es de la más inusual de todas ellas, aquella pareja que nos llamó cuando casi terminaba el invierno y nos recordó todo aquello que comenzábamos a olvidar de la vida.

Dos semanas luego de su primera llamada recorría una metrópoli sumergida en un mar de llamas esperando llegar a tiempo a su encuentro, siete personas acudían conmigo a brindarme apoyo y seguridad, entre ellos dos militares y un policía, iban armados con lo que podían, casi siempre terminaban uniéndose a los lugareños y formaban una barricada protegiendo a los que querían salvar, recuerdo que el grupo había comenzado con 30 valientes personas que ahora mismo la gran mayoría vivía en nuestros recuerdos.

El nombre de la chica era Arianna y el muchacho Josue, llevaban poco de casados y no tenían hijos, siempre me habían hablado con tanta calidez como si fuésemos amigos de años, habían reservado 3 de los vagones, eran mi última parada y respetando nuestro acuerdo, tres se encontraban libres, lo extraño en esto era que solo había hablado varias veces con ellos, solo con ellos dos, parecía como si no los acompañara nadie más, si era así ¿para que requerían 3 vagones libres?.

Poco a poco comenzamos a perder velocidad, uno de los vigías acudió conmigo hasta la cabina para reportarme que todo estaba extrañamente tranquilo, había algunos podridos aislados uno del otro por grandes distancias, nada que no se pudiera controlar. Sin embargo, no había nada más, ni ellos.

Las horas pasaron, se sugirió fuéramos a buscarlos pero el riesgo era demasiado, no sabíamos dónde encontrarlos –nos citaron en la estación del tren- y dejar expuestos al resto de los sobrevivientes no era buena idea.

Una hora más y casi se transformaba todo en una anarquía, la gente comenzó a salir de los vagones, un muchacho de unos 12 de alejó demasiado y terminó atrayendo a dos zombis con él, uno de los soldados los neutralizó fácilmente pero eso bastó para que la histeria se detonara.

Se sugería que los dejáramos, otros hablaban que yo les había tendido una trampa y los abandonaría allí, otros que era una emboscada y nos atacarían en cualquier momento, intentaron bajarme de la cabina del tren y tomar ellos el control, este desafortunado incidente se detuvo en el momento que eso se escuchó, agudo, ahogado, una niña de unos 8 años había gritado, he de confesar que en el momento que lo hizo presa de la situación terminé arribándoles un revolver y lo tomé entre mis manos, más cuando la niña señaló hacia los lejos revelando el origen de su reacción, reinó en el sitio un silencio inmenso, todos quedamos atónitos observando aquella escena irreal.

Un hombre y una mujer de unos veintitantos años de edad caminaban hacia nosotros por la explanada principal, decididos y tranquilos, de esa manera majestuosa con la que lo haría un astronauta rumbo a su cohete o un gobernante creyendo que es dueño del mundo entero, más el insólito sequito que les precedía les otorgaba ese honor. Un pareja de leones, un tigre, al menos 6 lobos, un oso pardo, una jauría de al menos ocho perros y otra de 7 gatos, todos andando a su lado como sus guardianes.

La gente sin decir mucho con una mezcla de miedo, intimidación y respeto volvieron a sus sitios mientras yo y mis vigilantes observábamos asombrados como obedientemente cada uno de los animales hasta el del aspecto más fiero les obedecían subiendo a los lugares que les asignaban.

— Disculpe, amigo, pero como es que…— intenté preguntar al muchacho aún demasiado asombrado.

— Mi esposa y yo dirigimos un refugió, ellos fueron llegando a nosotros, creo que solo intentan vivir, como usted o yo lo haríamos, juntos, tal vez salgamos de esto si seguimos todos su ejemplo — respondió el chico mientras estrechaba la mano de sus esposa y subía al mismo vagón que ella.

Antes de cerrarlo observé a un pequeño mínimo adormilado acicalando a un lobo mientras estaba sobre su lomo, comprendiendo que tenía razón.