Historia larga [Días de abecedario] 27 historias originales.

[A]presúrate​

—¡Apresúrate!

El corazón me golpea con fuerza en el pecho, y no atino a discernir entre el sueño y la realidad cuando siento que alguien me toma fuerte por el brazo y me jala con brusquedad. No han pasado ni siquiera dos segundos, y esa persona vuelve a gritarme.

—¡Que te des prisa, no hay tiempo! —esta vez noto que es mi madre, y también descubro cómo el suelo se mueve tanto que me cuesta ponerme de pie.

Ni siquiera me da tiempo a ponerme los zapatos, tampoco a colocarme alguna camisa, la cual tuve que quitarme para poder dormir con el fastidioso calor de la noche anterior. Estoy confundido, ¿qué hora es? ¿Cuánto tiempo se supone que dormí? ¿Desde hace cuánto está temblando? Corremos por la sala de la casa, y tropiezo con mi mochila, la cual dejé preparada con las cosas que necesitaba para las clases al día siguiente. Me caigo.

—¡Por el amor de Dios, hijo mío, apresúrate!

Me reincorporo rápidamente, mamá se está vestida con la ropa de la oficina. ¿Eso quiere decir que son las 7 am. aproximadamente? Ella tiene que estar en el trabajo a las 8 am, mientras que los días martes yo tengo que estar en la escuela a las 10 am. Hoy es martes.
Mamá abre con desesperación la puerta de la casa, y me asombro al descubrir la luz del día que me ciega la vista. ¡Deben ser más de las 8! ¡Cómo es posible que mi madre siga en casa!... Aunque quizá ella vino a buscarme porque sabe que tengo el sueño pesado; después de todo, el edificio de la empresa para la que trabaja queda a cinco casas de la mía.
Corremos por la calle hasta que nos ubicamos en un sitio seguro a la mitad del parque que está frente a nuestra casa; nos abrazamos mientras escucho cómo algunos edificios comienzan a colapsar, unos parcialmente, otros totalmente. Las manos de mamá se sienten un poco frías, seguro que está tan asustada como yo. Aún así, es muy reconfortante poder estrecharme a ella. Me hace sentir seguro.

Poco a poco, el suelo deja de moverse. Mamá y yo nos soltamos. Le doy la espalda y observo con sumo asombro lo que queda de nuestra pequeña ciudad; mi hogar es uno de los edificios que se asoma entero y orgulloso entre muchos trozos de escombros. De pronto, cuando busco con la mirada la silueta del edificio donde está el empleo de mamá, me doy cuenta de que ha desaparecido. Lo señalo con sobresalto e intento avisarle.

—¡Mamá, el edif... —Pero me doy cuenta de que mamá no está detrás mío. Ni ahí, ni en ningún lugar.

Siento cómo un escalofrío atraviesa mi cuerpo.
Miro a los escombros del edificio... después al cielo... y luego, lloro.

 

(B)arniz
When no puedes usar los corchetes en la B, porque el BBCode te corrige todo el texto y te lo pone en negritas :'(​

Ana había dedicado un largo tiempo a hacerse la manicura, ahora se encontraba recostada sobre el sillón, esperando a que sus preciosas uñas se secaran por completo. De pronto sonó el timbre de la casa; Ana se encontraba en ropa interior, era un día caluroso de verano y la situación ameritaba llevar poca ropa, así que decidió ignorar a quien fuera que estuviese tocando la puerta, después de todo no había quedado con nadie esa tarde.

*Ding-dong*

—¡Demonios! —maldijo en voz baja, pensando en quién podría estar detrás de la puerta en ese momento tan inadecuado.

Ana tomó un par de leggings y la primera blusa que vio en el ropero

—¡Ya voy, ya voy!

Trató de apresurarse lo más que pudo, rezándole a todos los dioses que sus preciosas uñas no perecieran allí mismo. Una pierna... con cuidado... tratando de usar sólo las yemas de los dedos; luego la otra pierna... ¡Bien!

*Diiiing-dooong, ding-dong, ding-dong*

—¡Que ya voy!

Ana se miró al espejo y dio un profundo suspiro. Se observó las uñas, que estaban aún perfectas y comprobó que el barniz continuaba fresco. Se dio prisa y comenzó a colocarse la blusa; primero la cabeza, con cuidado un brazo... luego el otro... ¡Bien! Había sido mucho más fácil que ponerse los leggings, ¡y el barniz estaba intacto! Ana se dirigió a la puerta y la abrió.

—¡Pero hasta cuándo pensabas abrirme, Ann, el helado va a derretirse! ¿Has hecho las palomitas?

—...¿Eh? ¿Qué? —Cuestionó Ana, mientras observaba a Brenda de pies a cabeza, como si de una persona demente se tratara.

—No me digas, ¡lo olvidaste, lo has vuelto a olvidar! Es tarde de películas, Ann.

¡Era verdad! Lo había vuelto a olvidar, como de costumbre. Brenda la observó de forma divertida, mientras se adelantó para dejar el helado en la nevera.

—Pues no te quedes ahí parada, que las palomitas no se harán solas. Por cierto, lindas uñas, Anni. —Comentó ella, mientras le regalaba un pequeño guiño. —Uhm... ¿dónde has dejado los vasos, cariño?

Ana se dirigió a la cocina.

—No recordaba que esperaba a alguien hoy, así que no los lavo aún— comentó con ironía. —Espera, que te lavo uno. ¡Oh! Y gracias, me costó mucho mantenerlas intactas, pero todo ha valido la pena —agregó con una sonrisa repleta de orgullo.

Comenzó a tallar uno de los vasos de cristal pegajoso por la soda de la noche anterior. Le llamó la atención una pequeña basura color lila que observó en la esponja... Se giró sobre de sí para dirigirse a Brenda, con ese pequeño trozo... ese maldito trozo de barniz desquebrajado en la mano.

—Sabía que no debía comprar del barato.

 

Borealis Spiral, Marina, ¡muchísimas gracias por los comentarios! Espero que las demás historias que publique sean de sus agrado <3

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[C]atarsis​

La tercera semana, la sexta consulta, y Healy aún no descubre la manera para que su paciente haga transferencia y le tenga la confianza suficiente. De conseguirlo, podría lograr que Jhon le cuente el motivo por el cuál su rendimiento académico ha descendido tanto.
Jhon se acomoda en su asiento, después de unos segundos posa una pierna sobre la otra y cruza los brazos. Healy lo observa mientras sostiene una librera y un bolígrafo, esperando al menos hallar algo trascendente en su lenguaje corporal que lo ayude en su labor.

—¿Qué tal si me cuentas qué ha ocurrido esta semana? —dijo Healy, rompiendo el silencio.

Jhon lo observa por un momento con el mismo rostro inexpresivo que tiene en cada consulta.

—Lo mismo de siempre.

—¿Y cómo es siempre, Jhon?

El chico se encoge de hombros mientras continua guardando silencio. Healy coloca sobre la mesa los dos objetos que tiene en las manos al tiempo que inclina su cuerpo ligeramente hacia adelante.

—No me has contado nada desde que tu madre comenzó a traerte. Respeto que no quieras compartir nada conmigo, ¿pero así cómo puedo ayudarte?

Esta vez, Jhon hace contacto visual con Healy de manera breve, pero continúa en silencio.

—¿Cómo te sientes con respecto a que tu madre comenzara a traerte a consulta, Jhon? Cuéntame, por favor.

Jhon lo observa, ahora de manera más prolongada. Se acomoda por enésima vez en su asiento, dejando ambos pies sobre el suelo y comenzando a mover las piernas una y otra vez de izquierda a derecha, producto de su nerviosismo. Desvia la mirada hacia la nada en la pared y espera, aún con los brazos cruzados.

—... Mal —dice por fin.

—¿Cómo es estar mal, Jhon?

—¿Qué acaso usted no sabe cómo se siente estar mal? ¡¿Usted, como adulto, no tiene ya tanta experiencia y no es un niño inmaduro como yo?! Me siento estúpido, me siento molesto. Enojado, porque yo no debería estar aquí, sino en... ¡en cualquier otro lugar!

El señor Healy guarda silencio por un momento, admirado del progreso enorme que acaba de hacer con una pregunta que parecía tan insignificante. Espera a que John se calme, y habla.

—¿Y tú crees que eres un chico inmaduro?

El muchacho evita el contacto visual esta vez y se limita a observar las paredes blancas que hay a su alrededor.

—Mi madre lo cree. Ella no me toma en serio, cree que soy un vago inmaduro que no sabe lo que quiere y que será un fracasado de mayor, porque saco malas calificaciones. Es por eso que me tiene usted aquí sentado, para no terminar en las calles como un alcohólico al igual que papá. Mi madre teme que yo haya salido igual de mediocre, yo lo sé...

Healy tomó su libreta y el bolígrafo, y poco a poco comenzó a anotar cada dato importante que su paciente arrojaba.

—Ya veo que crees que tu madre tiene ese concepto de ti. Pero mi pregunta ha sido, ¿tú mismo te percibes como un chico inmaduro, Jhon?

Healy está muy emocionado, aunque intenta continuar mostrándose sereno. Este es el inicio de una larga y buena colección de sesiones en las que por fin, Jhon recibirá la ayuda necesaria.

 

[D]espedida​

La observo caminar de un cuarto a otro con el teléfono apretado contra el rostro. Ella se la ha pasado los últimos días así, de la misma manera, haciendo llamada tras llamada. Seguro que todavía tiene la esperanza de que hallará a algún especialista que le diga que hay algo que los demás no hacen aún, algo que pueda salvarme.

Me levanté como pude. No tengo muchas fuerzas debido a que durante la última semana no he comido adecuadamente; aún así, aquí estoy, caminando en dirección a ella, quien acaba de echarse en el sofá después de haberle dicho varias palabras inadecuadas a la persona del otro lado del teléfono y colgar.
Ella llora. Me siento en el sofá y me recuesto en su regazo, mi chica me acaricia la cabeza e intenta calmarme... desearía poder hacer lo mismo y tranquilizarla, pero sé que no puedo, así que cierro los ojos y descanso un momento.

Ella quiere salvarme, pero no se da cuenta de que no quiero ser salvado. Ella intenta calmarme, sin darse cuenta de que yo me siento muy tranquilo y confiado, y que quien debería ser calmada es ella.

No sé cuánto tiempo pasa hasta que ella se levanta, toma las llaves del auto y me llama. Su expresión es triste, detesto verla así pero supongo que es normal y que no puedo hacer nada. Me levanto como puedo e intento regalarle una sonrisa mientras cruzo por la puerta, ella me observa mientras salgo, me devuelve aquella expresión y comienza a llorar nuevamente. Se deja caer de rodillas en la entrada de nuestra casa mientras intensifica su llanto. Me acerco con cautela e intento abrazarla, ella me devuelve el abrazo y le lleno de besos el rostro, una y otra vez, hasta hacerla sonreír.

....

Estamos en el auto. Esta vez no tomo mi sitio de siempre, suelo ir en el asiento del copiloto, pero no me siento bien. El estómago se me revuelve tras cada curva y estoy ansioso por llegar a nuestro destino.

—Desearía poder hacer algo más por ti... —dice ella rompiendo el silencio que ha habido desde casa mientras me observa por el retrovisor. La observo por un momento, le hago la sonrisa más sincera y alegre que puedo y cierro los ojos. —Tranquilo, descansa.

Un par de minutos después, no sé cuántos, el motor del auto se apaga. Me despierto un poco sobresaltado hasta que reconozco el sitio.

—Así que al final has decidido esto, ¿eh? Yo sé que en el fondo, sabes que es lo que estoy deseando...

Nos quedamos por varios minutos en el auto, quietos, sin decir ni una palabra. Después de mucho rato, ella se da la vuelta para observarme.

—¿Estoy haciendo lo correcto? Dime, ¿es esto lo que debo hacer?... ¡Vamos, no te me quedes viendo y ya! ¡Tienes que decirme, dímelo, dime si estoy obrando bien! —de nuevo brotan lágrimas de sus ojos.

Me levanto con las pocas energías que me quedan, me acerco a su rostro y le beso la nariz. Ella sabe que un beso en la nariz significaba que sí, es parte de nuestro lenguaje. Cuando yo me porto bien, ella me da una galleta y un beso en la nariz. Cuando ella hace algo que me gusta, también la beso en ese sitio. Yo no tengo galletas para darle, pero mi chica siempre ha comprendido bien el mensaje. Éramos un equipo maravilloso.

Ella se abraza de mí, y yo intento aferrarme a ella también todo lo que puedo.

....

Por fin hemos bajado del auto. La señora pecosa que atiende en la recepción del hospital nunca me ha caído bien, pero hoy me siento alegre de verla. Ella se me acerca y acaricia mi cabeza.

—Vamos a extrañarte mucho por aquí, travieso...

Nos acercamos a la puerta del consultorio donde ya me están esperando. Mi chica abre la puerta, da un enorme suspiro e ingresamos. El médico me saluda con una sonrisa amplia, pero con ojos tristes. Me ayudan a subir a la camilla.

—Sentirás un pequeño pinchazo, sólo eso. No te preocupes...

No estaba preocupado. No por lo que iba a pasarme, sino por lo que pasaría con ella, con mi chica. Levanté la cabeza buscándola, ella se acercó a mí y comenzó a rascarme detrás de la oreja. Noto algo de confusión mezclada con dolor en su mirada, y la beso nuevamente en la nariz indicándole que todo está bien. Ella me abraza y llora.

—Adiós, Toby. Has sido un buen chico.

—Adiós, Trina.

Cierro los ojos y me dejo ir. No estoy triste, han sido unos doce años muy buenos. Hemos sido un buen equipo.

Aún así, no logro evitar derramar una lágrima antes de partir.

 

[E]xamen​

Cerró la puerta de su habitación y le colocó el seguro para después acomodarse frente a su mesa dispuesto a estudiar. El fin de semana se había evaporado tan rápido como gota de agua en zarza ardiente y el examen, para el que aún no estudiaba nada, se encontraba cada vez más cerca.

—Se encerró a eso de las tres de la tarde —dijo Marlene a su esposo, quien preguntó por el paradero de su hijo al llegar del trabajo a comer —mencionó algo sobre un examen, seguro está estudiando.

Pero no era así, el chico se encontraba ahora en su sillón, divirtiéndose mucho con sus videojuegos.
Continuó perdiendo el tiempo hasta las 12 de la madrugada, cuando se percató de que sólo restaban 7 horas para el examen, menos las 2 horas que ocupa para vestirse, desayunar y llegar a la escuela, y menos las horas de sueño... ¡No quedaba tiempo, debía estudiar! Se trataba de una prueba sumamente importante que decidiría si las próximas vacaciones se las pasaría haciendo limpieza en casa o divirtiéndose en algún sitio del mundo. Le importaba tanto aprobar, que no le molestó sacrificar algunas horas de sueño hasta que hubo comprendido la mayoría de los temas. Al fin, el chico se fue a dormir dos horas antes de las 5 am, momento en que debía despertar.


Cuando abrió los ojos se sentía muy bien y descansado, ¡pero qué sueño tan reparador!...

... Un momento...

—¡El examen!

Tomó pronto su teléfono celular, para descubrir que estaban por dar las 11 am.

—Adiós, vacaciones —musitó con tristeza.

 

¿[F]ácil?​

—Vamos, no es tan complicado... Sólo tienes que dejarlo fluir, eso es todo —me dijo casi en un susurro, mientras me acogía en un abrazo cálido y peinaba mis cabellos con sus dedos.

No era la primera vez que escuchaba algo así. Ya antes otros compañeros me habían dicho que llorar era una cosa fácil, que sólo debía dejarlo salir, que fuera más expresivo, que no fuera tan amargado... Y, en parte, estaba harto. Lo estaba, porque no era que yo me guardara todo porque sí, porque me gustara sentir ese feo dolor en el pecho, como si estuviera siendo oprimido desde dentro y sentir al mismo tiempo el nudo en la garganta; era que simplemente no podía hacerlo. Y ese no poder hacía que me enfermara, que la tensión y la presión de mis sentimientos reprimidos me dañaran la salud.
Lo intenté. Me abrazó mas fuerte, y lo intenté, pero no pude.


Mientras tanto, en alguna otra parte del mundo, había un padre que le decía a su hijo "¡No llores, los hombres no lloran! ¿O acaso no eres hombre?" Y una niña que le repetía a su compañero de clases "¿Lloras por ese raspón? ¿Qué no eres un niño? Mamá dice que los niños no hacen eso. Mi hermano no lo hace, esa es cosa de niñas."

 

[G]astar, gastar, gastar​

Se sentó en el sillón con su pequeña sobrina en brazos. Era tan linda mientras dormía, ¡pero vaya que había sido toda una odisea para ella y su hermana lograr que conciliara el sueño!
Britgit tenía 5 meses recién cumplidos, y fue por ello que buena tía Gem le había llevado una linda cajita musical y una luz de noche.

Su hermana se sentó al lado de ella.

—Es muy linda. Yo también quiero tener hijos... Quiero hallar a una pareja que no le preste tanta importancia al trabajo y que le de tiempo especial a su familia. —Gem apartó la vista de su pequeña sobrina para dirigirla a los ojos de su hermana —Me han dado muchas más ganas desde que estabas embarazada, y lo he pensado mucho. Por mi parte, aunque trabajaré también, estaré mucho tiempo con mi bebé. Yo no entiendo cómo Ben y tú continúan trabajando tiempo completo y dejan a mi pobre algodón en la guardería.

Su hermana la observó por un leve momento para después reírse en su cara.

—¿Que es tan gracioso?

—Que Ben y yo pensábamos igual, ¿pero tienes idea de lo que cuesta tener a un bebé? Y no lo digo sólo por el parto, querida. Tenerlo cuesta mucho económicamente. A nuestros gastos de siempre, que eran la renta, la luz, el agua, el gas, la gasolina, los gastos en la compra de despensa y de comidas rápidas fuera de casa, productos de higiene personal y de limpieza para el hogar, además del internet, el plan del teléfono celular, netflix y la línea telefónica, y algunas otras que seguro paso por alto, le tuvimos que sumar todos los productos para bebé que Britgit necesita, ¿y te crees que las cosas para bebé son baratas? Jajaja, ¡créeme que son carísimas!

—Shhhh, ¡más despacio, que despiertas a Britgit! —le susurró Gem intentando susurrar.

—Lo lamento. Pero, continuando con lo que digo, Ben y yo no podemos darnos el lujo de comenzar a trabajar durante medio tiempo, nuestros sueldos apenas alcanzan para sostenernos. Hemos tenido muchísimos gastos fuertes en los últimos meses, inclusive hemos tenido que cancelar los servicios de netflix y de telefonía que te mencioné antes, para ayudar un poco a la economía familiar. —Observó a su pequeño bebé, que yacía en brazos de su hermana, y acarició su mejilla con ternura —y no quiero decir que toda esta situación no lo valga, pero siendo de clase media-baja, sí es bastante difícil, Gem.

La visitante observó a su pequeño algodón por un largo rato. Nunca había encarado de frente la realidad económica que vivía la mayoría de la gente al tener hijos, ¡y eso era muy triste, porque ella quería dos o tres pequeños!

Aunque pensándolo bien, quizá ya no los quería. Tendría que pensárselo mejor.

 

(H)ospital​

Desperté de pronto, desorientada. No era como en otras ocasiones, en las que al despertar mis procesos cognitivos ya se hacían evidentes y podía saber dónde estaba, la hora aproximada (ya que mi reloj biológico se ha ajustado a sonar a eso de las 7 am), recordar un poco de mi sueño durante la noche y hasta estirarme y sonreír un poco al percibir la luz tenue que se colaba por la ventada. Esta vez no tenía idea de nada.
Además de estar desorientada, me encontraba exaltada y no sabía por qué. No podía recordar nada y realmente tampoco podía pensar, era una sensación muy difícil de explicar, que en ese momento ni siquiera me esforzaba por descifrar.

De manera desesperada hice el intento de sentarme, pero cierto objeto no identificado que me apretujaba el rostro me detuvo; justo después de eso, pude ver varias manchas que identifiqué pronto como rostros frente a mí. No supe quiénes eran en ese momento, pero sí pude escuchar y comprender sus voces, que parecían tan lejanas, diciéndome que no me levantara ni tampoco hiciera fuerza.

De pronto, de manera sorpresiva, como si mi cerebro recordara de la nada que debía comenzar a trabajar, recordé en dónde estaba y por qué, además de que le puse rostro a aquellas voces que me pedían me quedara inmóvil y me tranquilizara. Una emoción inmensa invadió todo mi cuerpo e intenté preguntarle a mi familia cómo había salido todo, pero no podía, la voz no me salía ni tampoco podía mover la boca para articular palabra alguna. Después intenté mover mi mano, pero tampoco lo conseguí, la anestesia todavía me mantenía en estado narcoléptico.

—No te muevas, espera a que se te pase... ¡Ya está, ya está! ¡Todo ha salido bien! Calma... ¡Ya quiero que te veas! —Decía mi madre tratando de calmar mi ansiedad, pero aumentándola en vez de ello.

Me rendí de intentar, y quién sabe cómo, me quedé dormida.

Cuando desperté tenía un poco más de control sobre mi cuerpo. Esta vez ya no me sentía tan emocionada, más bien me sentía enferma. El efecto de la anestesia se iba desvaneciendo dejándome un feo dolor de cabeza; siendo positiva, podía rescatar que las heridas de la cirugía ortognática no me dolían debido al movimiento que ésta ocasionó en un nervio que atraviesa por la mandíbula, gracias a eso tendría una sensación de anestesia en la boca que, según mi cirujano, se iría desvaneciendo poco a poco hasta aproximadamente ocho meses después.
Me llevaron un poco de la comida que prepararon en el hospital, ya que no podía masticar me habían dado un pequeño vaso con avena y un recipiente con gelatina. Les dije que no quería, y me dormí. Estuve despertando de vez en cuando, pero básicamente todo el día me la pasé durmiendo.

Por la noche desperté con muchísima más vitalidad que cuando recién salía de la anestesia. Me tomaron una foto y me vi, por primera vez vi mi nuevo rostro. Mi mandíbula ya no estaba torcida ni sobresaliente, ¡me emocioné tanto! Pero eso no duró mucho, comencé a sentir un malestar terrible en el estómago. Pedí una bolsa y volví el estómago. No, no había comido nada, ni siquiera pude desayunar en la mañana debido a que era un requisito para que pudieran intervenirme; lo que salía de mi estómago eran muchos pero muchos coágulos de sangre que había tragado por accidente durante la cirugía.

Estaba feliz, pero estaba harta. Me recosté sobre mi costado con la espalda baja adolorida por haber permanecido en esa posición durante tanto tiempo, observé la parte del catéter que sobresalía sobre mi muñeca y me dormí, pensando en las palabras que me había dicho la enfermera una hora antes cuando me aplicó la medicina: deberán aplicarte ocho dosis en total de estos tres medicamentos que te estoy administrando durante dos semanas; qué bueno que para eso tienes el catéter. Lo triste es que esto sólo soportará unos tres días, más o menos; luego de eso deberás cambiar de vena o esperar a que esta se reviente.

Vaya palabras de aliento. Con lo mucho que me gustaba que me ensartaran agujas en las venas.
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Esta historia está basada en una experiencia real de mi vida (?) Haha xD

 

(I)glú​

El fuerte viento tiró la piel de oso con la que cubría la entrada de su refugio, se incorporó con rapidez y volvió a colocarla en su sitio. Buscó en su mochila un poco de comida, genial, sólo le quedaban dos trozos de pan duro y una tira de carne seca. Se la echó a la boca, comenzó a masticarla y se hizo un ovillo en el suelo cubriéndose con una de las cobijas que había llevado consigo para la excursión.

Pasó un buen rato hasta que el viento comenzó a disminuir su velocidad. Él se moría de hambre, había permanecido los últimos tres días dentro de su pequeño refugio debido a la intensidad de la tormenta que se negaba a disminuir. El clima no había estado tan favorable como hasta ese momento, así que decidió salir a explorar un poco y cazar lo primero que se encontrara en el camino, claro, con que no fuera un oso; él nunca se había topado con uno de cara, la piel que tenía había sido un obsequio de su padre antes de que partiera a su aventura. Caminó y caminó por largo rato, hasta que de pronto divisó a una foca, ¡perfecto, era su oportunidad! Comenzó a acercarse a ella con sigilo, un poco, luego un poco más... El animal no se percataba de su presencia, ¡vestir prendas blancas como le recomendó su mejor amigo estaba dando resultados! De pronto escuchó un ruido, giró la cabeza en dirección a él y lo vio: ¡era un gran, gran oso! Por alguna razón la foca parecía no haberlo notado, ¡era tan tonta! Su vida corría se disputaba ahora entre dos cazadores y ella ni lo notada. El explorador se detuvo a pensar un momento en sus posibilidades, él se encontraba más cerca y debía intentarlo. Era intentar o morir de hambre. El gran y peludo animal comenzó a correr en dirección a la foca al igual que nuestro protagonista; de pronto, él se percató de que el enorme animal en realidad se dirigía hacia él. No le importó y aceleró el paso, tomó a la tonta foca por el cuello y huyó camino hacia el iglú.

—¡Eduardo, te dije que no podías comer más galletas, y ordena de una buena vez tu cuarto! ¿Qué has hecho con las cobijas, dónde estás? ¡Devuélveme las galletas de animalitos!

Eduardo cerró la puerta de su refugio y comió como todo un vencedor.

 

[J]ocote​

27-04-16​

Querido diario, para estas vacaciones decidí irme de viaje a visitar a un amigo en Tijuana. Nos la pasamos bastante bien, conocí muchos lugares nuevos, nos divertimos y aprendí una que otra cosa, y aunque sabía que por esos lares no tienen la misma variedad de frutas que tenemos en este sitio, ¡nunca me imaginé que allá no conozcan el jocote! Me enteré de la triste noticia cuando recordé el mes en el que estábamos y comenté llena de emoción que pronto podríamos comer jocotes y ser felices (porque sí, a mí esa frutita me pone muy feliz) y su respuesta no fue otra que interrogarme sobre la apariencia y el sabor de un jocote y recordarme que por allá no se dan los mismos frutos que por acá.

—¡Sabe a jocote! ¿Qué otra cosa te puedo decir? No puedo compararlo con ningún otro sabor... simplemente, sabe a jocote.

Y lo que me impresiona tanto no es realmente el hecho de que allá no tengan la suerte de poder cosechar ese fruto tan delicioso, más bien es la impresión y la tristeza de que el jocote no sea conocido por allí, por allá y por todo el mundo. ¡El mundo tiene derecho de maravillarse con tal exquisitez!

 

[K] de... ¿qué?​

Durante las clases, a cada niño le dejaron de tarea anotar en su libreta diez palabras que comenzaran con una letra específica del abecedario que la profesora proporcionaría a cada uno. A Juan le tocó la letra K y logró sin mucha dificultad recordar cinco palabras que comienzan con esa consonante:

A mí me tocó la "K" de...

1. Kiwi
2. Kilo
3. Koala
4. Kyoto
5. Kermés

Como no sabía qué más anotar, le preguntó a su hermana mayor, a su madre, a su padre y a su abuela. Cada uno de ellos le dio una nueva palabra para agregar a su lista. ¡Perfecto! Ahora sólo le faltaba una, y se la preguntaría a su hermano mayor cuando regresara de la escuela. Juan se recostó en la cama de su hermano y se quedó dormido. Un par de horas más tarde, lo despertó el ruido de la puerta de la habitación al cerrarse.

—¡Has llegado, has llegado! Necesito de tu ayuda.

—Ahora no, tengo tarea que hacer y cosas que estudiar.

—¡Por favor, sólo es una cosa pequeñita!

—... De acuerdo. ¿Qué es?

—Dime una palabra que comience con K.

—¿Koala? ¿Kermés? ¿Kilo?

—¡No, no, no! Ya tengo todas esas, ¡dime otra!

—No tengo tiempo para esto, pídele una a mamá.

—¡Pero ya todos me dieron una!

—¡Pues pídeles otra vez!

Juan se tiró con tristeza sobre la cama, intentando pensar en una nueva palabra que comenzara con K. De pronto, le llamó la atención escuchar a su hermano mientras estudiaba...

—Pt: platino, Pb: plomo, Pu: plutonio, Po: polonio, K:...

¡Bien, bien, bien! ¡Ya las tenía todas! Anotó rápidamente la palabra que iba con K en su libreta y se fue a su habitación para dormir hasta el día siguiente. ¡Seguro que la maestra estaría orgullosa!

Contenido oculto: A mí me tocó la "K" de...

1. Kiwi
2. Kilo
3. Koala
4. Kyoto
5. Kermés
6. Kimono
7. Kinder
8. Kiosko
9. Karaoke
10. Potasio