Cuando los árboles susurran.

Hola! bueno, es como un pequeño relato, o leyenda tal vez, que no creo que sea de horror pero supongo que es lo que más se le asemeja.

Cuando los árboles susurran.
​

Corren cientos de rumores en cuanto a ese lugar se trata, pero nadie conoce la historia completa. No es por sonar pretencioso pero yo soy la única persona que sabe lo que allí sucede, sin embargo, hasta el día de hoy no lo logro comprender por completo. Nadie más que yo tiene estos conocimientos que habitan y perturban mi mente, y que pronto ustedes también sabrán. Espero que ustedes sí puedan dormir. Siento que debo contarlo, siento que ya es tiempo de hacerlo. Verán, la gente del pueblo habla sin saber nada. Dicen que ven fantasmas, espíritus, almas en pena... ¡semejante tontería! Esas personas no son más que ignorantes hambrientos de atención, no buscan nada mas que perturbar la calma con sus absurdas y falsas controversias. Yo, en cambio, lo único que busco es que la gente abra sus ojos, que la gente se despierte y se ponga alerta porque, créanme, lo que allí sucede no es... normal. Llamémoslo normal. Juzguen por ustedes mismos, si no quieren escucharme. Vayan, suban ustedes y compruébenlo pero después no vuelvan y me echen la culpa... claro, si logran volver.

Todos conocen el lugar, pocos se atreven a ir. Ese bosque en la cima de esa gran y colosal montaña que toda la gente del pueblo puede ver desde la ventana de su casa, como si acosara a las familias día y noche. A ese bosque es al que me refiero.

Se puede llegar a él a través del sendero más allá del cementerio. Pongan atención. Si visitas el cementerio de día lo podrás ver claramente. Un hermoso sendero que ves subir por la montaña, tan alta que parece el sendero que te llevará al paraíso. El sendero está guiado por viejos y oxidados postes de los cuales cuelgan unos antiguos faroles que se encienden por sí solos a las cinco de la tarde y solamente a las cinco. Esto se debe a que es esta la hora en la que el Sol comienza a caer para no salir de nuevo hasta las cinco de la mañana, cuando los faroles se apagan. No se molesten en subir a plena luz del día, cuando los rayos del cálido Sol se posan tiernamente sobre los techos del pueblo, porque esa montaña no es digna de la caricia del Sol. El camino es estrecho, así se asegura que las víctimas caigan de una en una. Tampoco es liso ni fácil de caminar, así se asegura que las víctimas sean valientes. Es muy inclinado y en ciertas partes casi vertical. Verán cómo la vegetación va mutando en lúgubres y deshidratados tallos e incluso, si se tiene suerte, podrán contemplar las más asombrosas creaciones de la naturaleza, animales indescriptibles, los experimentos fallidos de Dios. En cierta parte del camino van a percatarse del más repulsivo hedor que puedan imaginar. Esto hará que se arrepientan de siquiera pensar en cometer tal locura como la de subir allá. Muchos piensan que es el olor de cadáveres putrefactos y otros piensan que es el olor de la naturaleza en descomposición. Yo, personalmente, opino que es el olor del miedo, del terror puro, del horror más intenso nacido en lo más profundo y arcaico del pensamiento humano. Si logran continuar, no tardarán mucho en sufrir dificultades en la vista. Una espesa niebla bajará del firmamento para nublar la visión y ocultar el camino. Con la niebla, vendrán las corrientes de viento helado para entumir sus músculos y obstruir su respiración. En cuanto a los sonidos que allí acechan, bueno, no son muchos. No escucharán grillos ni búos. Tampoco escucharán el batir de las alas de los murciélagos ni mucho menos serán tan privilegiados de deleitarse con el canto de un solitario ruiseñor. Los sonidos que ahí se escuchan no pueden ser comparados con ningún sonido emitido por algún ser natural. El viento volará sus bufandas pero no lo oirán llegar. Sus pies marcarán pasos en el camino pero no los oirán caminar. Su boca emitirá gritos que serán robados por el viento y se perderán en el tiempo sin llegar a alcanzar los oídos de nadie. En ese lugar, les aseguro, no hay otro sonido mas que los gruñidos guturales que provienen de la cima. Sonidos anormales sin patrón que resuenan desde el interior del bosque y se reproducen por toda la montaña como un eco en una cueva.

Finalmente, el camino los escoltará a un terreno anormalmente plano, por el cual podrán ver, no muy de lejos, el bosque. Es allí donde sabrán que se encuentran en la cima de la montaña. Pero el camino no termina ahí. Si continúan caminando por el sendero y atraviesan esa planura, llegarán a la entrada del bosque, que consta de dos árboles deformes y arqueados que se unen en sus copas formando un arco, cual umbral al infierno. Al atravesar ese umbral ya no sentirán miedo. Sus corazones dejarán de latir como caballos desbocados y sus pulmones respirarán el aire más puro y ligero. En este bosque no se puede ver el suelo. Caminarán sobre una capa de hojas secas caídas que crujirán como débiles huesos rompiéndose. Si miran hacia arriba no verán el cielo, pues el bosque es tan denso que las copas de los árboles se mezclan y confunden para que en sus mentes, el concepto de firmamento no sea más que un irreal sueño. Si miran a su derecha o izquierda lo único que verán son los vetustos troncos de los árboles. Troncos de color enfermizo que harán que te marees pronto. Troncos deformes que adoptan poses horrorosas y dan vida a sombras aún peores. Troncos que bailan de un lado a otro con ayuda del viento y que en cada movimiento desprenden docenas de viejas hojas que vuelan entre los árboles y mueren el la tierra. Troncos huecos tan primigenios que, cuando se tambalean, crujen de una manera muy singular. Crujen, oh Dios, ¡cómo crujen! Los crujidos son tan fuertes que resonarán en las cuevas de sus cráneos como gritos desesperados de seres desdichados. Esos son los gruñidos guturales y escalofriantes que son escuchados desde el sendero, sin embargo, no sentirán por estos crujidos nada más que asombro. Su pensamiento será obstruido por el himnotizante sonido de la danza de los árboles. En algún momento, les aseguro, llegarán a acercarse a algún tronco para escuchar más de cerca y es allí donde se darán cuenta que el crujido no proviene del movimiento tambaleante de los troncos. Viene del interior del árbol. Susurros que resuenan como un eco dentro del hueco tronco y se manifiestan como gruñidos. Susurros que les cantarán al oído las más demoníacas canciones y jugarán con sus mentes cansadas. Serán seducidos por ellos. Serán manipulados por ellos. Después de esto, nunca más se sabrá sobre ustedes. Morirán allí, de eso no hay duda, y serán sepultados por las bellas hojas otoñales.

En mis largas y solitarias noches, suelo reflexionar sobre los misterios de esa montaña, y entre más lo pienso, más me convenzo. Verán, la gente piensa que el infierno es allá abajo, un lugar caliente y terrible, donde huele a azufre y sólo se escuchan los gritos de los miserables. Pero, les digo, ese no es el infierno. El infierno es un lugar frío y terrible, donde huele a horror puro y sólo se escuchan los susurros de los árboles. El infierno es allá arriba.

-0-
​

Espero que les haya gustado y están invitados a comentar qué les pareció la historia.