Historia larga Cuadros azules

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Lionflute, 24 Febrero 2016.

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    Lionflute

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    Aries
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    259
    I

    Enrique despierta y mira el techo. La luz entra por la abertura de la cortina que permanece cerrada y le anuncia un nuevo día. Enrique desearía que la luz no estuviera e intenta, cual hechicero, de alargar el tiempo en la cama, de estirarlo con su voluntad a ver si lo logra. Después de cinco minutos se da cuenta de que es inútil. Suena la alarma y la apaga con desgano. Enrique no quiere levantarse pero igualmente lo hace, esperando que algo suceda y le obligue a seguir durmiendo. No abre las cortinas y se queda otros cinco minutos intentando estirar el tiempo con los mismos resultados. Se arrastra por el pasillo y entra en la ducha, donde el agua le moja el pelo y se lo lleva a la cara, se le mete en los ojos, se le mete en la boca. Enrique no hace nada, lo deja ser, como si el pelo fuese una voluntad contra la que no puede luchar. Sale de la ducha y no se detiene frente al espejo, no le gusta el espejo. Busca ropa en los cajones sin contentarse hasta que se resigna a la misma del día anterior. El día está nublado, "ojalá llueva fuerte", piensa y se queda mirando por si acaso, por si alguien lo escucha y lo consiente, pero nada sucede. Ve finalmente al final de la calle el bus que se acerca y mira el reloj. Podría salir corriendo, pero sería darle la victoria al tiempo. Sale atrasado.
     
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    Ichiinou

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    Vale, este primer capítulo -si se puede llamar así- me ha dejado bastante intrigada. Imagino por dónde va a ir la cosa por la presentación del capítulo y el título del relato, pero vamos, por ahora me tienes bastante intrigada. La redacción, gramática, ortogafía y demás, impecable, como era de esperar. :3

    Espero la continación, a ver qué tiene que ofrecernos este relato.

    ¡Un saludo! :)
     
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    Lionflute

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    II

    Enrique llega atrasado a la universidad, pero entra de todos modos al salón de clases. El profesor no dice nada, seguramente porque no le importa. A Enrique tampoco le importa demasiado. Al entrar, se sienta en un pupitre casi al final del salón, junto a sus amigos, o al menos los que más se acercaban a ese concepto en la mente de Enrique. Sophie siempre le preguntaba por su vida, qué había hecho y cómo estaba, mientras que Maxime respondía sus dudas con paciencia cuando él le preguntaba. Ambos se sentaban a los lados de Enrique. Aunque nunca conversaban más de lo debido, Enrique les guardaba cierto aprecio. Nunca se lo decía a ellos, pues le parecía que sería demasiado, considerando que los conocía tan solo hace unas semanas. Sin embargo, llegada la hora del receso, Sophie se juntaba con Marguerite, su amiga de toda la vida, mientras que Maxime iba con Pamela, su novia. Enrique pensó en pedirles quedarse ese día un rato, a hablar siquiera, pero siempre desistió pronto y pasó el receso, como de costumbre, vagando por los pasillos, mirando a la gente hacer sus vidas, como observando un cuadro que es frágil, que no se debe tocar. Podría, quizás, intentar hablar con el resto de sus compañeros, pero las veces que lo intentó tuvo que luchar con su fuerte acento de español latino que le estorbaba en el francés y la gente hacía caras, hacía muecas, cosa que lo ponía aún más nervioso y terminaba por desistir de la comunicación. Quizás por eso apreciaba a Sophie y a Maxime, porque ellos escuchaban y corregían; ellos entendían y repondían. Enrique pensaba entonces que quizás para apreciar realmente a alguien se necesitaba más que eso, como ser amigos de toda la vida o ser novios, quizás no podía aspirar a una amistad con ellos, además ellos ya tenían gente en el mundo, para qué lo necesitarían a él. Mira el reloj, sabe que hay curso, pero decide irse a casa. Prefiere sentirse solo estándolo realmente que en medio de un gentío.
     
    Última edición: 27 Febrero 2016
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    Ichiinou

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    Bueno, primero tengo que señalar que siento un poco de empatía para con Enrique, no sé, siento como que en algún momento de la vida me sentí así, tal como describes, buscando un lugar y no sé, sintiéndome que no encajaba en ningún lado. Quizás todavía esté en ese proceso, pero no de la manera que se refleja aquí.
    Siento un tremendo dolor en el kokoro de pensar en lo que relatas, es doloroso, triste y al mismo tiempo, genera impotencia. No sé si me explico.
    Bueno, por otra parte, te señalo unos fallitos que he visto, meros despistes, nada grave:

    Ahí te sobra una "s", por lo que sería "lo".

    Esta parte de la oración la veo mal formulada, te pongo un ejemplo de cómo creo que sería:

    Enrique pensó en pedirles quedarse ese día un rato, a hablar siquiera, pero como siempre desistió pronto y pasó el receso,

    "Además", se te coló un espacio ahí.

    Y creo que por lo demás, está perfecto. Me gusta esta historia, tiene algo que me mantiene ahí, aunque después sienta que me parte el corazoncito.

    Espero el siguiente capítulo. <3

    ¡Un saludo! :)
     
    Última edición: 27 Febrero 2016
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    Lionflute

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    III

    Antes de volver a su casa, quería un poco de compañía. En el último momento, antes de tomar el bus de vuelta a su hogar, se arrepintió y lo llamó. Como ya era costumbre, le contestó con la misma voz sin vida de siempre, esa voz que de a poquito le helaba el corazón, pero que al mismo tiempo lo hacía bombear: El amor es una cosa de locos, porque los cuerdos no entenderían. Tomó otro bus y llegó a su departamento en el cuarto piso, donde lo recibió con un beso en la mejilla, pues la vecina miraba siempre y era mejor guardar apariencias. El trato era claro, no había mediaciones. Se desvistieron en silencio e hicieron un amor sin alma en una cama desordenada. Enrique miraba el techo sin expresión, con el tiempo resbalándole por el pensamiento, escurriéndole entre la carne, abrazando ese cuerpo ausente al que tanto deseaba aferrarse. Sabía que Gonzalo no era más que eso, un alivio a tanta soledad, un alivio pagado a costa de un corazón más vacío cada vez. Cuando hubieron terminado el ritual, Gonzalo se fue a duchar mientras que Enrique, rechazando la oferta de tomar la ducha juntos, decidió ir a la ventana a fumar un cigarro. Mientras fumaba, pensaba en el mundo allá afuera, en todas esas personas que caminaban por la vereda felices, preguntándose cómo es que hacían para lograrlo todos los días sin que les pesara ni un poquito. Pensaba también en Gonzalo, imposible no mezclarlo hasta en los pensamientos más banales en aquellos momentos. Quizás habría otro como él ahí afuera, pero... ¿de qué le servía otro Gonzalo? ¿De qué servía seguir vaciando el corazón sin medida? Pero también... ¿Podría él querer a alguien que no fuera Gonzalo? Con su sonrisa cada vez que cerraban un trato, su mirada de ángel y su piel morena. A medida que pensaba estas cosas, el humo del cigarro iba cayendo por la ventana de aquel cuarto piso, caía como un torrente de agua blanca y se extendía por el piso, llenando callejones, abriéndose paso por las avenidas, cubriendo a todos con su manto de aire ceniciento. Enrique miraba lo que había causado, pero lejos de dejar de fumar, seguía haciéndolo con más ganas. Bocanada tras bocanada, pronunciaba el nombre de Gonzalo y entonces más humo caía y el mundo parecía cada vez más vacío de gente. Al divisar el alcance de aquella humareda inverosímil y con la colilla del cigarro entre los dedos, llegó a la conclusión fatal de sus cavilaciones: No había otro como Gonzalo. En eso, él lo llama desde la puerta. La toalla le cubría apenas lo necesario y Enrique, desnudo en la ventana, lo observó con el corazón apretado entre los dedos, junto al cigarro. Le dijo que la ducha estaba libre y él no respondió nada. Se paró y se puso de frente a Gonzalo que lo quedó mirando y le sonrió. Temeroso, Enrique lo tomó por los hombros e intentó besarlo en los labios. Gonzalo retrocedió como sin comprender el porqué de un beso fuera de los límites tan delicados de su acuerdo y, sin duda, sin saber que el corazón de Enrique se le iba de entre los dedos. Las cenizas se esparcieron por el piso alfombrado, dejando una mancha gris. Enrique no tomó la ducha, sino que se vistió y se marchó sin despedirse. Al salir del lugar, deseó salir más abrigado, pues la neblina había enfriado el clima.
     
    Última edición: 28 Febrero 2016
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    Bueno, intentando ver un poquito más allá de lo que nos entrega el texto, aunque igual ya nos lo entrega y solamente queda a interpretación mía, imagino que a Gonzalo ni le va ni le viene el pobre Enrique y por eso, lo suyo es meramente diversión y hasta pienso que el primero, ni siquiera admite que le gusten los hombres. Especulaciones que hago, no es que sea algo precisamente correcto lo que digo, si no que es algo que se me figura con lo que leo. :3
    En cuanto a Gonzalo, eso último, me ha partido el kokoro tanto como se lo ha partido a Enrique, es doloroso y... ¡No tiene sentimientos!
    Vamos, esta tercera parte me ha gustado. Veo que exactamente no sigues una línea argumental, propiamente dicha, si no que es como algo... más para completar un conjunto o algo así. Para explicarnos lo que le sucede al protagonista o algo así. No sé, ya sabes, especulaciones, es lo que me parece por ahora. Pero iré sabiendo más con las nuevas cosas que puedas ofrecernos.

    He visto algunos fallitos, despistes:
    Creo que esa "n" sobra, suena mejor "no había mediaciones". Creo que es lo correcto.

    Te has comido una "e", sería "cerraban".

    Espero la siguiente parte. :)
     
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    Lionflute

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    IV

    Toda la ciudad se cubría de un halo gris a los ojos de Enrique. De repente le parecía que todo el mundo lo observaba, lo apuntaba y se burlaba. Solía tener este tipo de pensamientos que le parecían a la vez irrisorios y tan reales. Caminando por las calles, se frotaba los ojos para evitar soltar el llanto. La cara de Gonzalo se le aparecía en todos lados. Había rastros de él en cada sonrisa, en cada mirada, y todos lo miraban, todos los Gonzalos reían. Se habían conocido en el metro hace ya unos meses, a través de miradas. Ese mismo día él le abrió las puertas de su casa y se encontraron cuerpo a cuerpo en la

    cama. Con el pasar de las semanas se fue enterando sobre su familia, la tortuosa relación con su padre que lo llevó a abandonar Colombia y viajar hasta Francia para estudiar cocina, como siempre quiso. Poco a poco se fue adentrando en su vida sin hacer preguntas, porque Gonzalo se fue mostrando poco a poco ante él. Los amoríos fugaces se les hicieron costumbre a ambos, pero mientras Gonzalo disfrutaba de cama en cama, en Enrique sólo había espacio para él. No recordaba el momento exacto en que comenzó a añorar sus sonrisas, el momento en que quería volver a verlo todas las mañanas, pero ahora todo parecía tan lejano, todo parecía tan de papel. Se dirigió al metro, pues quería huir al centro, donde podría pasearse sin rumbo hasta que no hubiera más remedio que volver a casa.

    El tren apareció de repente en el fondo del túnel y Enrique lo observó atento desde el andén, absorto en sus pensamientos. "Sería tan fácil", pensó mientras el tren se acercaba... "tan fácil y tan rápido"...
     
    Última edición: 4 Marzo 2016
  8.  
    Ichiinou

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    *Se pone en modo drama* ¡No! ¡Enrique! ¡Por favor! ¡Noooooo! Ah, espera, que todavía no se ha tirado, pero bueno, imagino que es una reflexión que refleja cómo lo está pasando realmente, que se siente tan mal, que se le pasan ese tipo de cosas por la cabeza, seriamente. Espero que no se tire. (?) Y bueno, ay, qué tierno que es Enrique con lo que siente por Gonzalo. Pero bueno, es doloroso al mismo tiempo. ;3;
    No sé qué más decir, ha estado bien esta parte, dolorosa, pero bien. Espero más. <3
     
  9.  
    Lionflute

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    Aries
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    V

    La noche lo cubre todo. La ciudad batalla con luces para no dejarse devorar. Estos pensamientos mantienen la mente de Enrique ocupada mientras observa la gente pasar desde su balcón. Prefiere dejar la luz apagada, cosa que en algún momento lo venza el esquivo sueño, a ver si esta vez la noche se alarga un poco más y no hay que recomenzar todo mañana. Había cosas que hacer, trabajos para la universidad, estudiar para algunos parciales, pero ya qué más, su cabeza había sido invadida por Gonzalo y no había cómo sacarlo de ahí, ni con los textos más complejos. El cigarro y aire frío después de una lluviecilla aquella tarde le ayudaban a depurar un poco los pensamientos, a ordenarlos un poco en tanto caos.

    El teléfono suena desde la cama y en mitad del silencio, rompiendo con todas las cavilaciones de Enrique. Se dirige entonces éste, con paso lento, a ver quién lo importuna aquella noche. Su madre lo está llamando desde casa, seguramente para saber cómo está. Qué desgracia sería hacerle un desaire. "No mamá, todo está bien podrido acá en París. Ni te imaginas cómo sufro". Todo eso después de tanto escándalo por el viaje, de tanto "es lo mejor para mi futuro". Encima salirle que ni siquiera es por la escuela, si en el fondo no le está yendo mal. No, no, habrá que aguantarse, habrá que fingir que todo es perfecto. Pero simplemente en ese momento no quería fingir. Dejó sonar el teléfono. Lo observaba de soslayo sentado en una banquita, en el balcón. Cada sonido le apreta un poquito el corazón, cada repique le hace querer correr a responder, al fin y al cabo es su madre, su querida madre... Pero hay que aguantar, hay que fingir que todo es perfecto. El teléfono sonó un par de veces más durante la noche. La última vez repicó solamente dos veces, como con resignación. Todo está bien en París. Al menos las luces impiden que el resto sea devorado por la noche.
     
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    RedAndYellow

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    Bien, me parece una idea original por estos lados. La forma de narración me parece muy bonita y acorde al tema que tratamos, un drama desesperado. Llenas el escrito de sentimiento y eso simplemente se nota, haces vibrar la mente de tus lectores. Poco a poco vamos sabiendo mas de este personaje tan interesante que es Enrique. Vemos un vistazo de su vida acompañado de tu narración que es una joya.
    Hay detallitos pero nada que no se pueda pulir, el caso es que me gusta bastante.
     
  11.  
    Lionflute

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    Aries
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    VI

    — Ya es la tercera vez que no entregas el trabajo a tiempo —le dice el profesor. Había citado a Enrique a su oficina después de clases para hablar tranquilamente con él—. Las primeras dos veces lo dejé pasar porque eres un excelente alumno, pero estás rebasando los límites.

    El trabajo debía entregarlo el día anterior, sin embargo Enrique había faltado a clases y de todos modos no tenía el trabajo terminado en ese momento. Mientras el profesor continuaba efusivo su sermón, Enrique miraba por la ventana como perdido en el cielo blanquecino que le cegaba la vista. La primera nevada del invierno caía sobre la ciudad y ni eso era suficiente para distraer la mente de Enrique de sus propios pensamientos. "Gonzalo jamás me querrá, debo saberlo bien. Ha de ser mi culpa", se repetía constantemente en su cabeza mientras su mirada se perdía más y más en los copos de nieve que se iban acumulando en el sucio alféizar de la ventana de la oficina.

    —¿Estás siquiera oyendo lo que te digo? —dice el profesor, trayendo súbitamente a Enrique de vuelta.

    Enrique asiente culposo, pero como si al mismo tiempo le importara carajo y medio. Ya tenía bastante de culpa aquel día. Su madre le había enviado un mensaje aquella mañana, preocupada pues no sabía nada de él. También Sophie le había dicho esa mañana que no lo vio aparecer por la fiesta del día anterior, que había esperado su llamada y que se había perdido de una soirée d'ouf. No lo dijo como si estuviera culpándolo, pero Enrique lo sintió como un reproche y se deshizo en disculpas, pues lo había olvidado por completo, ante lo que Sophie le dice que no pasa nada, que el fin de semana habrá otra y que no olvide asistir. A esas alturas del día y con eso encima, un trabajo más sin hacer no le importaba demasiado.

    El profesor resolvió reprobarle el trabajo, porque era lo más justo para todos. Enrique sólo continuó mirando por la ventana el cúmulo de nieve y polvo que se iba mezclando en el alféizar.

    — No todos tienen las oportunidades que tienes tú. Deberías tener cuidado y aprovechar lo que se te da —terminó de decir el profesor.

    "De verdad que lo intento... ¿No?", pensó finalmente para sí mismo mientras una lágrima se agolpaba sin razón aparente en su ojo izquierdo.

    Abandonó la oficina del profesor y recorrió el pasillo mirándose los pies, como si sus pasos fueran lo único certero en aquel momento presente, pensando en que no había sentido entonces en mirar hacia adelante, como si hubiera un futuro al que llegar. Al abrir la puerta de salida, alzó un poco la vista para admirar un poco la ciudad nevada y los copos de nieve blanca que se amontonaban ya en el piso. Entonces se congeló un segundo ante la mirada de Gonzalo que lo miraba fijamente desde la calzada de enfrente. En ese mismo momento, un poco de nieve empolvada, acumulada en el dintel del portal, le cayó en la cabeza devolviéndolo a la realidad.
     
    Última edición: 4 Abril 2017
  12.  
    Lionflute

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    VII

    Enrique mira el techo, el mismo que el día anterior, sobre la misma cama. Llegando a casa de Gonzalo, éste le ofreció un té yle pidió que lo esperara sobre la cama. Mientras Gonzalo partía a la cocina, Enrique filosfaba sobre la vida acostado en esa cama a la que ya estaba tan acostumbrado, con los aromas de siempre, bajo el mismo techo y el mismo ruido penetrando por la ventana. ¿Qué había de cierto en todo aquello? ¿Qué podía haber de cierto en este mundo a la vez tan conocido y tan ajeno?

    Gonzalo pasó por él a la universidad y Enrique no entendía. Nunca podía seguirle el paso a Gonzalo por más que lo intentara, nunca reaccionab como él lo esperaba y eso era parte de su encanto fatal. Apareció en medio de la nieve con su sonrisa y de repente ya estaban camino a su departamento nuevamente. «No pude sino aceptar», se repetía Enrique. Pero algo había diferente esta vez, pues era la primera que Gonzalo lo invitaba a conversar y ya.

    «¿Estará jugando conmigo? ¿Acaso me estoy dejando? ¿Tengo otra opción?», se preguntaba Enrique en su cabeza, dudando si era caso este todo el amor al que pudiese optar en la vida o si acaso esto podría llamarlo amor.

    Gonzalo llegó con la taza de te y Enrique se recompuso en la cama. Ambos se sentaron en el borde de esta y quedaron mirando fijo sus respectivas tazas. El ruido de la ciudad, que entraba por la ventana abierta, adornaba ligeramente el silencio que se prolongaba entre ambos. Gonzalo era quien comunmente ponía en la mesa la primera palabra, pero esta vez parecía reflexionar mucho sobre lo que diría. Enrique, por su lado, se sentía triste al pensar que esto era todo lo que conocía como amor, lo más cercano que jamás vivió. Miró por el rabillo del ojo la cara de Gonzalo por unos instantes y entonces se sorprendió cuando una lágrima bajó tranquilamente desde su ojo derecho y cayó limpiamente en la taza de té que aún sostenía en sus manos, llenando con ese sonido todo el silencio acumulado en la habitación.
     

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