One-shot Cronómetro [Gakkou Roleplay | Génesis Allen]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Insane, 15 Junio 2021.

  1.  
    Insane

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    Escritora
    Título:
    Cronómetro [Gakkou Roleplay | Génesis Allen]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1454
    N/A: Suceso Cannon para el día jueves in rol.
    Personaje: Génesis Allen.





    "Todo niño es un artista, porque todo niño cree ciegamente en su propio talento. La razón es que no tienen ningún miedo a equivocarse... Hasta que el sistema les va enseñando poco a poco que el error existe y que deben avergonzarse de él"


    Sujeté el lápiz para comenzar a resolver las ecuaciones frente a mis ojos, dejando los pies descalzos sobre la madera a medida que me concentraba de lleno en la hoja en blanco, pasando los signos de la fotocopia, desarrollando el procedimiento con las clases personalizadas que no dejaban de repetirse una y otra vez en mi cabeza, chirriando en mi memoria al recordar perfectamente cada paso a dar, olvidándome del sonar del aire acondicionado de la habitación, el cantar de las aves al merodear fuera de la ventana, hasta del móvil el cual continuaba en vibrador sobre mi cama, sin percatarme de los mensajes que acababan de enviar los gemelos al haberme mudado recientemente a aquel apartamento.

    Había pagado a una persona para que acomodara absolutamente todo en casa, por lo tanto no tuve que preocuparme realmente por llegar a organizar, más que solo observar, detallar e interiorizar.

    De tal forma, lo único que había en mi cabeza eran los números que flotaban de aquí para allá a medida que llegaba al final, remplazando equis luego de multiplicar y restar. Tracé entonces el símbolo de igual, plasmando el dos como respuesta final para dejar el lápiz sobre el escritorio y buscar en el primer cajón el cuaderno en donde transcribiría lo resuelto para evitar cualquier indicio de haber borrado con anterioridad.

    Fue en ese momento en que miré la pantalla del portátil y presioné con el índice la flecha pese a dudar enormemente en hacerlo, dando frente a mis ojos la respuesta. Inhalé y exhalé con profundo alivio al ser el mismo resultado, al saber que sino hubiese sido el caso… el malestar me habría embriagado. Cerré el cuaderno luego de dejar todo en orden, apagando el portátil para limpiarlo con un paño húmedo que luego doblé para dejarlo en el cesto de basura, levantándome del asiento para caminar hacia la ventana, sentándome en el borde para sentir la brisa cálida menearme los cabellos. Recogí mis rodillas hasta mi pecho y reposé el mentón sobre las mismas, perdida en los autos que pasaban por la carretera, en el rojo del semáforo mientras los niños atravesaban la acera a finales del atardecer.

    Sin embargo, aquellos infantes reían mientras lo hacían, como si estuviesen hablando entre ellos sobre algo que les evocaba diversión, como bien Zeld y Zold se la pasaban, y aunque estuviese con ellos la conexión se perdía por las llamadas, los mensajes, la constante supervisión que me aislaba.

    Sino mal recordaba aquello estaba presente desde pequeña, bueno, en realidad desde que tenía conciencia: Levantarme temprano, estudiar, mantener una dieta balanceada, asistir a citas médicas con especialistas para evitar cualquier imperfecto en mi salud, leer, contabilizar. No dulces, no grasa, no azúcar refinada. Miré de soslayo el gran cuadro remarcado arriba del cabecero de la cama, en donde todo estaba milimétricamente explicado con horas específicas, y de ser necesario con fechas pactadas.

    Miré entonces las manecillas del reloj. Era el momento de una merienda. Me encaminé hacia la cocina luego de sujetar el móvil y dejarlo en el mesón de granito, dirigiéndome a la nevera en donde saqué un recipiente repleto de fresas. 100 gramos por porción equivalían a 0.75 de proteína, 1.87 de fibra, 13 de magnesio, 0.273 de hierro; el móvil vibró y ahora le presté atención, deslizando el pulgar para visualizar el mensaje de Zeldryck.

    <<No contabilices lo que te comes, ¡solo cómelo!>>

    Pestañeé contrariada. ¿Debía hacerlo? Pero mi madre no estaría de acuerdo con ello, si llegaba a fallarle era como si me fallase a mí misma. El ocultar, esconder, omitir no era mentir según él. La pantalla volvió a alumbrar.

    <<Tu madre no está, come libremente, Allen>>

    Fruncí ligeramente el ceño, mirando a mí alrededor casi buscándolo en el apartamento recién comprado. Era extraño, como si se fijara en cosas que yo creía imposible de detectar, debía ser por los años que llevábamos conociéndonos en donde simplemente se hizo un espacio, tomó un asiento y permaneció pese a las amenazas constantes de mi familia. Mordí entonces el interior de mi mejilla y busqué en google si era cierto que podría comer la porción de fruta que deseara, pero fue el momento en que otro mensaje llegó de lleno, suavizando mis facciones no mucho después de leerlo.

    Era Zoldryck.

    <<Zeld y yo esperamos que comas la fruta que desees, disfrútala, recuerda que está bien comer a necesidad>>

    Llevé un mechón tras mi oreja y le respondí sin titubear al esfumar los pensamientos intrusivos que yo creía protectores.

    <<Lo haré… gracias.>>

    Busqué entonces el tenedor y caminé con el plato relleno de fresas hacia la habitación, observando el cuadro enmarcado de nuevo. Tenía diez minutos antes de cepillarme los dientes, hacer la rutina corporal de noche, ducharme y dormir.

    Por lo tanto, diez minutos para comer.

    Encendí el televisor colocando una película y me dispuse a hacerlo, distrayéndome a medida que acaba con la fruta entre mis labios, elevando las cejas ligeramente al notar el chico llevarle una caja de pizza a la que parecía ser su prometida. ¿En realidad la vida era así? Eso de recibir a media noche tu prometido en casa con una caja repleta de grasa, pese a que con los gemelos eso era cotidiano parecía que mi cabeza lo suprimía. Entretenida continué siguiéndole el hilo a la película hasta que la alarma del móvil sonó. Apagué la pantalla pese a no haber llegado a la mitad de la cinta, sin embargo las normas impuestas eran… inflexibles. Dejé el plato vacío sobre la mesa de noche y comencé a desabotonarme la camisa escolar, después el sostén que desabroché desde atrás, continué con la falda que calló a mis tobillos y las medias blancas que aquel día llegaban a medio muslo al no desear arriesgar mis piernas a un clima frío nuevamente. Doblé cuidadosamente las prendas para dejarlas en el cesto correspondiente. Concluí con las bragas y me encaminé al baño, dejando llenar la bañera para después encender una vela, de esas aromáticas.

    Me miré entonces en el espejo, peinando mi largo cabello. Las puntas daban un poco más abajo de mi cintura, sin duda debía cortarlas dentro de poco para mantenerlas sanas. Dejé lo que hacía al concluirlo, sujetando ahora el cepillo de dientes para cepillarme con parsimonia, volviendo a mirarme al espejo. Las clavículas, las curvaturas de mis abultados senos, lo estrecho de mi cintura, los pequeños oblicuos en mi abdomen bajo. Amaba mi cuerpo, lo adoraba.

    Exceptuando por…

    El agua a punto de desbordarse en la bañera me atrajo de nuevo a la realidad. Cerré la llave con prontitud y toqué la temperatura del agua, irguiéndome de nuevo para adentrar el pie derecho dentro, luego el izquierdo y ya estar adentro por completo, sentándome en uno de los extremos para reposar mis antebrazos en el borde, sintiendo mi cuerpo y casi la totalidad de mi cabello humedecido. Cerré mis parpados al reposar mi mejilla, inhalando el aroma de la vela, llenándose el ambiente del olor de lavanda. Luego de unos minutos pestañeé, quitando el tapón para dejar agua limpia correr, comenzando a aplicar los productos necesarios en mi cuero cabelludo para una limpieza profunda. Retiré entonces el producto con agua un poco más fría, sujetando la toalla para secar el exceso de humedad, saliendo de la tina. Me apliqué los humectantes correspondientes en las piernas, los brazos, el cuello y el rostro, dejando el cuarto de baño con la puerta abierta al pasar a la habitación nuevamente.

    Sujeté un conjunto rosa de pijama de seda, dejando la toalla caer para sentarme en la cama aún desnuda. Conecté el secador, encendiéndolo para secar mi cabello con prontitud y evitar un posible resfriado. Llevé mis hebras hacia adelante, descubriendo mi espalda a lo que miré el espejo del baño que apuntaba a la cama de reojo, observando en donde reposaban algunas marcas plasmadas en mi dermis. De esas que a pesar de que mi madre pagó costosos tratamientos de láser se difuminaron más no se borraron por completo.

    Eran pequeñas cicatrices que me recordaban la importancia de estudiar, la importancia de memorizar sin errar, la importancia de ser la mejor en todo lo que hacía.

    La importancia de no decepcionar a la mujer que me dio la vida.
     
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