Crimen y Museo

Dos enamorados caminan tomados del brazo. La penumbra del museo, con solo las luces que a duras penas iluminan las invaluables obras, hacen que su cita posea un cierto aire de misterio. Están a solas, o al menos eso es lo que piensa la chica.


Dos criminales, como lo son ellos, paseándose en silencio en un museo, al que no entraron a robar sino a una cita, es algo fuera de lo común, pero Lui el Lord del Fuego no es un criminal común en lo absoluto, y su compañera y amante Harley tampoco lo es.

—Mi querido Lui, tienes un gusto muy extraño. Ve que llevarme a un museo cerrado para nuestra cita de viernes en la noche es bastante raro —comenta Harley, no muy interesada en los cuadros y esculturas que pasan mientras avanzan.

—Harley, Harley, Harley, si por ti fuera estaríamos en un bar de mala muerte buscando pleito o en un evento de luchas ilegales en la que los competidores pelean hasta la muerte —hace ver el chico, negando ligeramente con la cabeza.

—Vamos, son divertidos esos eventos, en especial cuando puedo participar y matar a esas basuras humanas —sonríe de tal manera que a cualquiera que la viera en este momento se le helaría la sangre.

—Por eso nos turnamos en elegir los sitios, cada uno soporta lo que el otro escoja.

—Aburrido, eres aburrido.

—Me gusta más pensar que soy conservador —sonríe —. Además, prometo que harás algo que te divierte mucho para antes de que acabe la noche.

—Oh, espero que puedas cumplir esa promesa.

—Harley, ¿alguna vez te he decepcionado? —chasquea los dedos.


La luz de un reflector ilumina un sitio que antes estaba a oscuras. Un hombre, de más de cincuenta años, se encuentra atado y amordazado en una silla. En cuanto ve a la pareja, comienza a luchar con todas sus fuerzas para liberarse.

—¿Por qué se me hace familiar ese sujeto? —se pregunta la chica.

—Tienes una pésima memoria —reprende el chico —. Este es el fiscal Alphinio Bioncillo. El único fiscal en la Fiscalía Suprema que se atrevió a llevar un caso en nuestra contra.

—Ah, cierto, ese malnacido. Creí que había entrado al programa de protección de testigos. Lo rastree un par de semanas, pero no dejaron pruebas de su paradero o nueva identidad.

—Oh, lo hizo en efecto. Ingresó cuando el juez desestimó los cargos, debido a la no comparecencia de los testigos y la desaparición de las pruebas.

—Cierto, esos pobres testigos que nadie nunca volverá a ver —añade Harley, sonriendo.

—Mis bestias comieron bien ese día. Se dieron un festín como nunca.

—¿Cómo encontraste al malnacido este? —cuestiona curiosa.

—Libra lo encontró, le tomó un tiempo, pero lo encontró. Lo sacaron del país y lo asentaron en un pueblucho alejado de la vista de la civilización moderna. Así que tuve que pagar mucho para traerlo de vuelta.

—¿Qué harás con él?

—Harley, mi amor, obviamente es todo tuyo —saca un cuchillo de cacería del bolsillo interno de su saco y se lo entrega a ella.

—Me equivoqué antes, los museos son muy divertidos. — Se suena los nudillos y el cuello.

—Solo trata de no salpicar las esculturas de sangre, si lo haces tendré que comprarlas y la verdad no me gustan para nada las que están en esta sala.

—Salpicaré como no tienes idea, mi amor —promete ella, para luego besarlo apasionadamente durante un largo rato —. Disfrutaré destriparlo lentamente.

—Supuse dirías eso —susurra él, un tanto agitado por el beso —. Por suerte traje mi chequera.

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Para la actividad "Simulador de Citas", con el lugar "Museo"