Corazón Inerte

Tema en 'Relatos' iniciado por Lonely Alex, 5 Noviembre 2016.

  1.  
    Lonely Alex

    Lonely Alex Iniciado

    Acuario
    Miembro desde:
    5 Noviembre 2016
    Mensajes:
    4
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    Corazón Inerte
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1786
    Es extraño. Dicen por ahí que vaga en silencio por las calles, con una lentitud como si el mundo se hubiese olvidado de él. Hay quienes comentan que cuando se entera de algo, su silencio es tal que no hace más que agarrarse el corazón. Sinceramente no entiendo del todo porque. Es como si hubiese algo en él que necesitase ser extirpado, algo, que por la fuerza de su mano que estruja la piel, ya lleva mucho tiempo ahí.

    Así como es de extraño su comportamiento al igual lo es su llegada. No fue más que un día por la mañana que empezó a hacer notable su contraste ante la rapidez citadina. No se sabe exactamente de donde viene, y cuando se le pregunta él no hace más que apretarse el pecho como si se contuviese por hacer algo. Como si necesitase hacer algo.

    Pocos conocen su historia, otros pocos la cuentan. Eso sí, nadie la cree. Yo no. Es difícil creer que no se crea. Imposible conocer que tan insensible el mundo puede ser. Pues esto sucede mientras su voz le tiembla, el corazón le duele, su respiración se agita. Pero a pesar de eso, la cuenta, como si con eso tuviese la esperanza de encontrarlo a él. A ese que lo hace estar aquí en estos ambientes contrarios a toda naturaleza.

    Tumbado entre brazos de un gigante negro, acurrucado como si hubiese nacido de nuevo. No hacía más que sollozar cada vez más silenciosamente. Entre mezclándose con la cascada y el silencio de la noche. Su mirada, perdida, ya no distinguía las cosas. Su cuerpo, olvidado del impacto, aflojaba cada vez más y más. Como si no hubiese sentido el tener que seguir. Pues la dura perforación, sin haberlo tocado, lo marcó peor que a la de gran pelaje.

    Dentro de una cabaña abandonada, él no era más que una criatura amenazada por la misma que le dio vida. Su violencia era inconcebible ante la naturaleza de las cosas. La calma habida entre árboles no le era suficiente, no hasta que un día, en un acto de desahogo, lo dejo cerca de esa cascada. La de aquel momento.

    Lloraba y lloraba. No había otra cosa más que su ronca voz pidiendo insaciablemente el regreso de aquella, quien aliviada lo dejo. El hambre y la sed lo carcomían, estaba cansado pero no podía dormir por el revoltijo de sus entrañas. No fue hasta que, derrotado por el sueño, sucumbió ante lo que era su hermoso placer. Y era, porque aquel momento no trajo más que un despertar que comenzase la queja, la exigencia. La ayuda… dirían por ahí. Fuese como fuese, paso. Hasta que unas manos grandes lo acogieron como si la naturaleza respondiese a su llamado.

    Absolutamente foráneo, como caminante cuadrúpedo, acompañaba en un día como cualquiera, a su madre a través de aquellas raigambres largas y perfectamente colocadas. Brincaba y olfateaba de un lado para otro. Era muy brusco en sus movimientos pero a él le encantaba, no le importaba. Jugaba con las plantas, el ambiente, pero sobretodo, con ella.

    La madre se acercaba iracunda, y él respondía con su tierno gruñido. Él la trepaba como una montaña. Hasta que tras un paso de dolor y ternura, lo intenta bajar pero, no se deja tan fácilmente. Pues amaba la cosquilluda calma de esa superficie. Ella también lo amaba, pero se acuerda de que estaban jugando, y ella iba perdiendo. Zangoloteándose como si fuese una amenaza, se movió hasta que, con el cuerpo todo aplastado, tumbo al niño en el suelo.

    Con la mirada fija, como si hubiese sido señal de desapego, él la miraba sin respuesta. Desesperada, con las manos en búsqueda de aquello que él niño no soltaba, lo cargó. El pelaje, como si fuese su hogar, lo callaba y le permitía silenciar, como lo hizo aquella noche. No quería interrumpir ese momento de silencio, ese momento donde todo parecía morirse por un momento. Donde todo lentamente perdía el sentido para dar espacio. No hasta que, con el gruñido de la madre, soltó una carcajada. Y ambos rieron, a su manera, pero lo hicieron.

    No fue entonces que, una noche, con el estruendoso sonido de la cascada, entre sombras caminaba esta pareja tan familiar. Él odiaba bañarse, no deseaba hacerlo, le parecía… innecesario. Sin tales intensiones, lentamente vagaban ante ese placer y ese dolor.

    Desprevenidos, sin duda que lo negase y con la firmeza de una roca, una manos delgadas y de uñas largas, sostienen un cañón de plata que brilla en el momento, en el espacio, del niño y su madre. Atravesando el sonido de la cascada, con los pájaros volando desesperadamente en la turbia noche, la madre cae con el pecho perforado, el corazón robado. Viendo como los largos cabellos se escondían en la penumbra, paralizado, cayó sobre la tendida posición de su madre. Quería llorar, no sabía porque. Sentía el movimiento de sus entrañas, el llanto y la opresión de su pecho. Estaba solo, ella había desaparecido. Estaba tendido sobre tierra y asperidad. No veía, no sentía.

    Ese día recuerdo muy bien que estaba atardeciendo, tomo sus cosas, y como todos los días, caminaba y caminaba sin parar. Yo no entendía todavía porque caminaba tanto, hasta que un día, en respuesta, se apretó el pecho para seguir caminando entre grandes cascadas.

    Corazón Inerte.


    Es extraño. Dicen por ahí que vaga en silencio por las calles, con una lentitud como si el mundo se hubiese olvidado de él. Hay quienes comentan que cuando se entera de algo, su silencio es tal que no hace más que agarrarse el corazón. Sinceramente no entiendo del todo porque. Es como si hubiese algo en él que necesitase ser extirpado, algo, que por la fuerza de su mano que estruja la piel, ya lleva mucho tiempo ahí.

    Así como es de extraño su comportamiento al igual lo es su llegada. No fue más que un día por la mañana que empezó a hacer notable su contraste ante la rapidez citadina. No se sabe exactamente de donde viene, y cuando se le pregunta él no hace más que apretarse el pecho como si se contuviese por hacer algo. Como si necesitase hacer algo.

    Pocos conocen su historia, otros pocos la cuentan. Eso sí, nadie la cree. Yo no. Es difícil creer que no se crea. Imposible conocer que tan insensible el mundo puede ser. Pues esto sucede mientras su voz le tiembla, el corazón le duele, su respiración se agita. Pero a pesar de eso, la cuenta, como si con eso tuviese la esperanza de encontrarlo a él. A ese que lo hace estar aquí en estos ambientes contrarios a toda naturaleza.

    Tumbado entre brazos de un gigante negro, acurrucado como si hubiese nacido de nuevo. No hacía más que sollozar cada vez más silenciosamente. Entre mezclándose con la cascada y el silencio de la noche. Su mirada, perdida, ya no distinguía las cosas. Su cuerpo, olvidado del impacto, aflojaba cada vez más y más. Como si no hubiese sentido el tener que seguir. Pues la dura perforación, sin haberlo tocado, lo marcó peor que a la de gran pelaje.

    Dentro de una cabaña abandonada, él no era más que una criatura amenazada por la misma que le dio vida. Su violencia era inconcebible ante la naturaleza de las cosas. La calma habida entre árboles no le era suficiente, no hasta que un día, en un acto de desahogo, lo dejo cerca de esa cascada. La de aquel momento.

    Lloraba y lloraba. No había otra cosa más que su ronca voz pidiendo insaciablemente el regreso de aquella, quien aliviada lo dejo. El hambre y la sed lo carcomían, estaba cansado pero no podía dormir por el revoltijo de sus entrañas. No fue hasta que, derrotado por el sueño, sucumbió ante lo que era su hermoso placer. Y era, porque aquel momento no trajo más que un despertar que comenzase la queja, la exigencia. La ayuda… dirían por ahí. Fuese como fuese, paso. Hasta que unas manos grandes lo acogieron como si la naturaleza respondiese a su llamado.

    Absolutamente foráneo, como caminante cuadrúpedo, acompañaba en un día como cualquiera, a su madre a través de aquellas raigambres largas y perfectamente colocadas. Brincaba y olfateaba de un lado para otro. Era muy brusco en sus movimientos pero a él le encantaba, no le importaba. Jugaba con las plantas, el ambiente, pero sobretodo, con ella.

    La madre se acercaba iracunda, y él respondía con su tierno gruñido. Él la trepaba como una montaña. Hasta que tras un paso de dolor y ternura, lo intenta bajar pero, no se deja tan fácilmente. Pues amaba la cosquilluda calma de esa superficie. Ella también lo amaba, pero se acuerda de que estaban jugando, y ella iba perdiendo. Zangoloteándose como si fuese una amenaza, se movió hasta que, con el cuerpo todo aplastado, tumbo al niño en el suelo.

    Con la mirada fija, como si hubiese sido señal de desapego, él la miraba sin respuesta. Desesperada, con las manos en búsqueda de aquello que él niño no soltaba, lo cargó. El pelaje, como si fuese su hogar, lo callaba y le permitía silenciar, como lo hizo aquella noche. No quería interrumpir ese momento de silencio, ese momento donde todo parecía morirse por un momento. Donde todo lentamente perdía el sentido para dar espacio. No hasta que, con el gruñido de la madre, soltó una carcajada. Y ambos rieron, a su manera, pero lo hicieron.

    No fue entonces que, una noche, con el estruendoso sonido de la cascada, entre sombras caminaba esta pareja tan familiar. Él odiaba bañarse, no deseaba hacerlo, le parecía… innecesario. Sin tales intensiones, lentamente vagaban ante ese placer y ese dolor.

    Desprevenidos, sin duda que lo negase y con la firmeza de una roca, una manos delgadas y de uñas largas, sostienen un cañón de plata que brilla en el momento, en el espacio, del niño y su madre. Atravesando el sonido de la cascada, con los pájaros volando desesperadamente en la turbia noche, la madre cae con el pecho perforado, el corazón robado. Viendo como los largos cabellos se escondían en la penumbra, paralizado, cayó sobre la tendida posición de su madre. Quería llorar, no sabía porque. Sentía el movimiento de sus entrañas, el llanto y la opresión de su pecho. Estaba solo, ella había desaparecido. Estaba tendido sobre tierra y asperidad. No veía, no sentía.

    Ese día recuerdo muy bien que estaba atardeciendo, tomo sus cosas, y como todos los días, caminaba y caminaba sin parar. Yo no entendía todavía porque caminaba tanto, hasta que un día, en respuesta, se apretó el pecho para seguir caminando entre grandes cascadas.



    -26 de octubre del año 2016​
     
    Última edición: 5 Noviembre 2016
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  2.  
    Marina

    Marina Usuario VIP Comentarista Top

    Tauro
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    2,063
    Pluma de
    Escritora
    Aww, qué terrible lo que le ha sucedido a este personaje, ahora sí que ni era de aquí ni de allá. Abandonado por su madre biológica, luego adoptado por otra cuya especie es diferente a la de él y finalmente, cuando se había acostumbrado a su nueva madre, cuando el cariño entre ambos se había fortalecido, llega aquel proyectil que le roba a su mamá y ver de qué manera murió, pues sí que debió ser impactante. Por eso esa mano siempre en su pecho, como si quisiera arrancarse su propio corazón.

    Por cierto, no sé si fue a propósito o no, pero está repetida la historia xD.
    Saludos.
     
  3.  
    Lonely Alex

    Lonely Alex Iniciado

    Acuario
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    Pluma de
    Escritor
    Si refieres a lo que pienso que refieres, si tiene inspiración. Era una historia rápida, esfumada en el rato libre. Queria describir nadamas.

    Gracias por cierto. XD
     
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