One-shot Consejo [Ethan & Mimi | Pokémon Rol]

Título: Consejo.
Fandom: Pokémon Rol.
Personajes: Ethan Encina y Mimiko Honda. Mención a Emily Hodges.
Summary: "Aquellas palabras ácidas deberían ser como dagas, puñaladas certeras a su corazón. Pero sorprendentemente... no lo eran. Dolían, sí. Por supuesto. Pero no tanto como cabría esperarse. Porque Ethan, en lo más hondo de su ser, ya lo sabía".
N/A: GalladeLucario dije que lo haría so <3 Aquí está tu niño. Amane por si te interesa (?)

Me hace tanta gracia haber escrito un Ethan x Emily cuando no me gusta para nada xD pero bueno, disfrutad y eso :'D todoloquesepuedadisfrutarunangst (?)

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Se detuvo frente al escaparate de la cafetería para adecentar su revuelto cabello pelirrojo un instante. Sus ojos esmeralda brillaban decididos, ilusionados.

Pletóricos.

Ah, sí.

Después de todo había recibido un mensaje de ella. De Emily. De esa alegre jovencita de largo cabello azabache y ojos púrpuras que llevaba clavada en lo más hondo del alma desde que era un mocoso imberbe. El corazón le dio un vuelco mientras cavilaba sobre qué podía querer decirle.

"Ven esta tarde a la cafetería junto a la Torre Desafío en Ciudad Témpera. Ven solo. Tenemos que hablar".

¿Una nueva batalla? ¿Tendría noticias sobre Keldeo? ¿Algo más...? La ausencia de emoticonos y poca emotividad en ese mensaje lo puso nervioso. Ni siquiera parecía suyo.

Tampoco había recibido muchos mensajes de su autoría, de todos modos.

Suspiró.

Quizás era demasiado optimista imaginar esa última parte. Sin embargo, Ethan no podía sacarla de su mente. No importaba qué. Por mucho que trataba de distraerse en otras cuestiones, ella siempre aparecía... como una sombra distante que no lo dejaba en paz.

Amaba el brillo inocente en sus ojos violetas. Su sonrisa dulce. La forma en la que decía su nombre con esa vocecilla suave y alegre, llena de una emoción casi pueril. Amaba todo de ella.

La amaba a ella. Con todo su ser.

Cuando abrió la puerta de la cafetería e ingresó en el local sus ojos verdes buscaron la figura de la joven Hodges por todas partes. Pero no la halló. Solo divisó una figura distinta, de largo cabello rubio recogido en dos elegantes coletas por lazos negros de un material sedoso y caro. La joven estaba junto a la ventana, sentada en una de las mesas, disfrutando calmadamente de una taza de té rojo.

La luz anaranjada de la tarde iluminaba sus facciones suaves, casi aristocráticas. Era una joven bella... pero no podía compararse.

Le dirigió una breve mirada y ligeramente alzó la mano.

Ah, ella. Ella era... una de las amigas de Emily. Esa chica hosca, orgullosa y malhablada que solía andar con ella.

—Eh, hola—dijo acercándose. Aunque trató de ocultarlo no pudo evitar la decepción en su voz—. Tú... no eres Emily.

La otra joven no pareció sobresaltarse. Lentamente tomó la taza y dio un sorbo al té. El silencio se extendió durante algunos segundos.

No parecía tener prisa.

—No, ¿verdad?—inquirió con cierta ironía. Pero su voz sonaba calma, llena de una extraña paz—. Ya quisiera tener su volumen.

¿Se refería a... sus senos? Ethan no supo como responder. ¿Qué hacía allí? ¿Era ella quien lo había llamado? Cientos de cuestiones se acumularon como Combee furiosos en su mente. La decepción, la curiosidad, la intriga, la incertidumbre...

Agh, ¿pero qué...?

—Siéntate.

Sobó su nuca, contrariado.

—Oh, claro.

Y sin saber exactamente como proceder ni qué decir tomó asiento frente a ella. No la conocía de nada, si acaso de vista. Tenía entendido que era una chica bastante celosa. Cómo podía ser amiga de alguien tan amable, alegre y buena como Emily era un misterio... pero no iba a indagar en eso.

Demasiado pronto.

—¿Me... me llamaste tú?

Buena pregunta. Lástima que la respuesta fuese tan obvia.

Mimi suspiró pesadamente, casi con resignación. Jugueteó con un mechón de cabello rubio con aparente desinterés.

—Olvídala.

Aquellas palabras golpearon a Ethan con la potencia de una maza. La miró directamente, desconcertado.

—¿C-cómo dices?

—No te hagas el tonto—sus ojos azules se cruzaron con los suyos por primera vez desde que pisó la cafetería. Había fiereza en ellos, seriedad—. Sabes perfectamente de lo que hablo.

Oh, por supuesto que lo sabía. Ethan Encina no era ni mucho menos un imbécil.

Pero...

—Emily—aún así prosiguió—. Esos sentimientos que tienes por ella solo van a traerte sufrimiento. Ella no siente lo mismo, ¿es que lo ves?

Aquellas palabras ácidas deberían ser como dagas, puñaladas certeras a su corazón. Pero sorprendentemente... no lo eran. Dolían, sí. Por supuesto. Pero no tanto como cabría esperarse. Porque Ethan, en lo más hondo de su ser, ya lo sabía.

Era muy consciente de ello.

Emily no estaba interesada en tener una relación con él. Podía verlo en sus ojos, en su sonrisa que no era tan alegre como debería ser. Últimamente la había visto tratando de aparentar esa alegría tan suya, como era usual. Pero algo no encajaba. Algo no estaba bien en todo eso.

Lo sabía. Porque solía observarla cuando estaban juntos. Grabar en su mente sus gestos, su voz, sus pequeñas manías.

Su mirada reflejaba tristeza desde hacía un tiempo. Una que él comprendía muy bien pero que jamás había compartido con nadie.

Era la nostalgia de lo imposible. Del amor perdido. Del desengaño amoroso.

De un corazón hecho trizas.

En sus labios, muy lentamente, esbozó una sonrisa leve.

—Lo sé.

—¿Huh?

Mimi lo miró con cierto interés en sus facciones. Impacto tal vez. Sus ojos se abrieron como platos, con pupilas pequeñas y contraídas. Pero Ethan parecía perdido en sus recuerdos, en su propia mente y no la estaba mirando. Agachó la vista.

El sol de la tarde jugó con sus cabellos rojizos haciéndolos parecer de fuego... como la llama incandescente, siempre viva, de un Charizard salvaje.

—Sé que ella no me ama y que probablemente no lo haga nunca—dijo. Al fin lo admitió en voz alta. Había amargura en su gesto, lástima... pero parecía mantenerse optimista a pesar de todo. Cuando miró a Mimi a los ojos su sonrisa se ensachó—. Pero no puedo evitarlo, vaya. No quiero forzarme a olvidarla porque no quiero perder este sentimiento. Creo... que es hermoso.

Mimi no daba crédito a lo que oía. Probablemente pensaba que era un tonto iluso por mantenerse optimista en tales circunstancias. Probablemente le molestaba que no tomase su consejo cuando lo había llamado a pesar de su evidente desagrado para pedirle que desistiera en sus intentos.

Para evitar que su corazón se rompiese como lo hizo el suyo.

Lo había intentado. A pesar de la enemistad que los unía. Sentimiento que no era recíproco, pero no era como si a la joven Honda le importase. Ella tenía muy claro su propio sentido de justicia.

—Eres un idiota—bufó con incredulidad.

¿Lo era? Probablemente. Pero cuando pensaba en Emily no podía tratar de ser otra cosa.

—Un idiota enamorado, sí—convino.

Ethan sonrió un poco más. Esta vez de forma genuina, en una mueca de ojos cerrados. Había cierta risa en su voz, cierto... agradecimiento. La luz resaltó sus ojos verdes cuando volvió a abrirlos.

—Oye, gracias por preocuparte, esto...

—Mimi—acotó ella—. Mimi Honda. Y no me he preocupado por ti. Solo te estoy avisando para evitar que cometas una estupidez. Estúpido.

Ah, sí. Era orgullosa también. Casi lo olvidaba. Quizás ahora entendía por qué ella y Emily eran amigas.

Ambas tenían un corazón puro.

Exhaló.

—Pues... creo que voy a cometerla de todas formas.

Ella se levantó de la silla inmediatamente después de que lo hiciera él, impactada. Contrariada. Pero bueno, ¿qué le pasaba? ¡De verdad era un completo masoquista!

—¿Se lo vas a decir aún así?

Sí. Iba a decírselo. Iba a confesarle aquellos sentimientos tan largamente guardados de una. Aunque sabía de sobra la respuesta que obtendría de antemano. Ethan sabía... que era lo mejor. Lo que necesitaba.

Tal vez si lo escuchaba de sus propios labios pudiese forzarse a seguir adelante.

Sus ojos verdes se fijaron en el plato de pastas de té que Mimi había pedido de acompañamiento. Si iba a declararse al amor de su vida iba a necesitar energía.

Se pasó una mano por el cabello pelirrojo y desvió la mirada con una sonrisa triste en los labios. Dolía, por supuesto. Claro que dolía.

Pero tal vez, si era por ella...

—Hey... ¿te vas a comer esas galletas?

—¡Oye!

... merecía la pena.