Colmillo de Sangre

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Asurama, 2 Marzo 2010.

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    Asurama

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    Colmillo de Sangre
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    Colmillo de Sangre

    El ser humano es un ser libre. Es la única especie con la capacidad de razonar, de discernir entre el bien y el mal, de tomar decisiones.

    ¿Pero qué le sucede al ser humano cuando es obligado por un sistema rígido, que requiere que todos sean iguales y sigan un patrón determinado, como máquinas preprogramadas? ¿Qué pasa cuando el ser humano es controlado?
    ¿Qué pasa cuando su moral baja y se impone su supervivencia?
    ¿Qué sucede cuando el ser humano decide ser superior a cualquier precio?
    ¿Es realmente el ser humano el animal superior?
    ¿O acaso cae en el círculo infinito de convertirse en el animal salvaje dominado por el instinto?

    ¿Cuál es el precio de formar parte de la ley del más fuerte?


    Prefacio
    Llovía a cántaros y el frío calaba hasta los huesos. Un viejo y enorme reloj en lo alto de un edificio en la esquina comenzó a dar campanadas, anunciando la media noche. El sonido hizo eco y todo alrededor pareció temblar.
    Ella bajó corriendo las escaleras que atravesaban el pequeño y oscuro callejón, con su traje negro y su cabello completamente empapados.
    Bajó corriendo apresuradamente por la calle hasta alcanzar al joven hombre que caminaba por la acera bajo su paraguas. En honor a su dios, le disparó directo al pecho hasta dejar sin carga la pistola de calibre treinta y ocho y luego se acercó corriendo al cuerpo inerte. Como una posesa, sacó de entre sus ropas un bisturí y se lo clavó con odio hasta convertir las manos y el rostro del hombre en una masa de sangre y carne fresca, hasta mancharse completamente.
    —Traidor —dijo en tono dulce—. Traicionaste a nuestro dios —con una sonrisa, le siguió clavando el bisturí— ¿Cómo te atreviste a traicionar a nuestro dios? —pronunció dulcemente, y sonreía— ¡Creí que sabías que le gusta la carne fresca! —dijo al borde del éxtasis mientras le hundía el bisturí en el pecho y se lo dejaba allí. Era como si deseara comérselo.
    Un rayo y un trueno irrumpieron en la noche y ella levantó la cabeza hacia la lluvia. Comenzó a reír a viva voz.
    De pronto, oyó la sirena de un patrullero de la policía. Se levantó y se fue lejos de allí
     
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    Re: Colmillo de Sangre

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    Satsuki despertó temprano en la mañana de aquel viernes. Había tenido un manojo de sueños raros que la habían hecho caer de la cama. No le importó que fueran las seis de la mañana, cambió su pijama celeste por el incómodo uniforme borgoña que llevaba a clases, se recogió el negro cabello en una coleta y salió de su cuarto a la cocina para preparar el desayuno. Aunque vivía en aquel pequeño departamento de paredes marrones junto a su abuela, tenía mucha independencia y manejaba perfectamente sus horarios. Su abuela trabajaba en una pequeña tienda muy cerca del edificio, pero la chica también contribuía a la economía del hogar realizando trabajos de medio tiempo, alternándolos con sus estudios. Asimismo se esforzaba mucho en sus estudios e intentaba obtener altas calificaciones, al menos en aquellas asignaturas que consideraba más importantes. También formaba parte del club de arquería de su colegio y se había ganado la fama de excelente arquera. Deseaba poder ganar, en una competición, algún premio que incluyera una remuneración que ayudara a la economía familiar. No pedía mucho y no causaba problemas, ni a los profesores ni a su adorada abuela.
    Justo después de haber preparado el té, el calentador se quedó sin gas, debía cambiar el contenedor esa tarde tan pronto como saliera de sus clases. Maldijo para sus adentros mientras daba un profundo suspiro y se sentaba a desayunar. A diferencia de la mayoría de sus conocidos, le gustaba levantarse temprano para poder meditar en ese silencio. El silencio siempre parecía tranquilizar su alma.
    Alguna vez había oído decir que los dioses tenían sus almas en silencio, aunque no le gustaba mucho compartir ese tipo de creencias. Tomaba a los “dioses” como algo incierto, un chantaje. Hacía un buen tiempo desde que había perdido la fe en cualquier cosa que no fuera ella misma. A veces, se encontraba hablando sola frente a un espejo porque ni siquiera se fiaba completamente de sus propias amigas. Antes había tenido muchos “amigos” y lo recordaba con alegría, pero ellos se fueron cuando los malos momentos dieron inicio.
    —Satsuki, hoy te has levantado temprano —dijo su abuela, saliendo de su habitación.
    —Buenos días abuela, te he preparado el té —le acercó la bandeja—, pero el calentador ha dejado de funcionar de nuevo. Pronto será la hora de mis clases.
    Después de limpiar su propia taza, sacó el bento del refrigerador y fue a guardarlo en su mochila.
    La ventana de la sala daba directo hacia la calle, se entretuvo un rato viendo cómo el cielo cambiaba de tonalidades lentamente, dando señas de la salida del sol. Sólo entonces salió al vestíbulo, se puso sus zapatos, se echó la mochila de cuero marrón a la espalda y abrió la puerta.
    —¡Ya me voy, abuela!
    —Que tengas un buen día, Satsuki —la despidió la ancianita.
    Antes de salir, la joven miró hacia la izquierda. En la pared del vestíbulo, junto a una vela encendida en un candelabro plateado, se hallaba colgado el retrato de una pareja: una mujer bajita y pelirroja y un hombre moreno, de cabello negro.
    —Adiós mamá, adiós papá, regresaré pronto —dijo antes de salir del departamento y echar llave a la puerta detrás de sí.
    Con entusiasmo, corrió por las calles que separaban su edificio del colegio al que asistía. Aunque estaba algo lejos, prefería no gastar dinero en transporte, la vida se le hacía un poco más difícil desde que fallecieron sus padres.
    Ya habían pasado cuatro años desde que los había perdido, cuando tan solo era una niña. Ellos salieron de viaje y no regresaron. Se dijo que el avión en el que iban, desapareció junto con todos los pasajeros a bordo. Dieron por muertas a todas esas personas, jamás se supo qué pasó en realidad, jamás se recuperó uno solo de los cuerpos. Satsuki siempre había preferido pensar que sus padres habían partido en un largo viaje a un lugar muy, pero que muy lejano. Se daba cuenta de que a veces, suscitaba lástima, pero aquello no le gustaba nada.
    Recordó con nostalgia que, durante los primeros meses, había llorado a mares y había rezado mucho. Tiempo después, comprendió que por mucho que llorara, aquello no iba a hacer que sus padres regresaran, así que guardó sus recuerdos en una cajita que escondió muy en el fondo de su corazón y que solo abría en pocas ocasiones, cuando se regocijaba de algo. Sólo entonces llamaba a sus padres y le contaba cuán feliz se sentía. En cuanto a los dioses… ya habían pasado cuatro años desde que no pasaba cerca de un templo siquiera. Su abuela era ya algo débil para asistir a los festivales, así que tampoco participaba de esos eventos.
    Un día, en un ataque de euforia, había prendido fuego a los libros de leyendas antiguas que le había dejado su madre. Podrían haber ido a parar a la biblioteca del colegio, pero ella prefirió que no. Las leyendas tan solo se quedaban formando parte de lo que eran: un mundo fantástico e inexistente. Perder todas aquellas cosas no la hacía sentirse mal. Ella prefería las cosas tangibles, aquellas que podía definir con certeza como reales. De algún modo, no quería creer por temor a descubrir que todo pudiera ser mentira. Ella había creído que sus padres vivirían para siempre y había sido mentira. Había creído que tenía muchos amigos, pero ninguno resultó ser fiel. Había creído que todo en el mundo era hermoso, pero aquella belleza pareció ir desvaneciéndose con el paso de los años.
    Crecer repentinamente, implicaba dejar de creer.
    De algún modo, eso la empujaba a no tener sueños imposibles. Ella nunca sería una damisela en peligro a la que había que rescatar de las garras de un monstruo, nunca presenciaría una batalla a muerte entre seres fantásticos, jamás conocería a un príncipe azul y no escribiría “…y vivieron felices para siempre…” en la última hoja de un libro.
    Pero todo eso no importaba, las cosas reales que vivía todos los días eran gratificantes a su modo.

    Al entrar al salón de clases, saludó a sus compañeras y éstas le devolvieron el saludo.
    —¿Cómo ha estado la princesa del arco? —preguntó una joven de cabello castaño, largo hasta los hombros.
    “Princesa del arco” era el sobrenombre que había recibido Satsuki debido a sus méritos en Kyudo y la chica que se había sentado junto a ella, cuyo nombre era Aiko, era una de sus mejores amigas, una de las pocas.
    —Oh, estoy muy bien —contestó la joven pelinegra tranquilamente.
    —Tu cara me dice que algo te preocupa —murmuró Aiko.
    —No en realidad.
    —¿Dormiste bien anoche?
    —Me caí de la cama —bromeó la pelinegra.
    Aiko golpeó insistentemente el pupitre con la punta de la lapicera.
    —¿Se puede saber qué te hizo caer de la cama? —preguntó con picardía.
    Satsuki sonrió y se inclinó hacia delante, cruzando los brazos sobre el pupitre.
    —Tuve unos sueños extraños —dijo mientras se le desdibujaba la sonrisa.
    —¿Cómo extraños?
    —Sí —rememoró las imágenes entremezcladas—. Soñé con un hombre anciano, de larga barba blanca y de cabello blanco, también muy largo, que estaba vestido con ropas antiguas de un rojo muy oscuro —soltó un suspiro—. Estaba sentado frente a una mesa y tenía una barra de tinta, una hoja y un pincel. En la hoja estaba escrito “Satsuki”, pero no era mi nombre, sino que estaba escrito con el carácter que significa “matar”.
    —Cielos… —Aiko estaba sorprendida, comenzaba a comparar eso con una pesadilla de las buenas—. ¿Y sucedía algo?
    —El anciano sostenía el pincel en el aire —continuó Satsuki— y unas gotas negras caían sobre el papel, manchándolo y cubriendo “mi nombre”.
    —No sé cuáles sean tus creencias al respecto —comenzó a redundar la chica de cabello castaño—, pero suena como un mal presagio.
    —¿Mal presagio? —levantó una ceja— ¿Tú crees?
    —Deberías pasar por un templo y hablar con algún sacerdote sobre…
    Satsuki negó con la cabeza sin dejarla terminar y cambió el tema de conversación a cualquier otro.
    Siguieron hablando de trivialidades hasta que el profesor entró al salón, pasó la lista y comenzó a dictar su clase.
    A medio día, salió y se sentó en un banco del patio del colegio, que era cubierto siempre por la fresca sombra de un añoso árbol de áspera corteza gris. Mientras se preparaba para almorzar, su amiga Aiko apareció detrás de una pared con su propio almuerzo y corrió a sentarse junto a ella. Satsuki la conocía bastante como para entender que aquella pícara sonrisa significaba que intentaría sacarle información.
    —¿Qué es lo que quieres preguntar? —dijo sin más y con suspicacia.
    Aiko se sintió algo incómoda al ser descubierta.
    —He estado pensando toda la mañana en tu sueño —llevó una croqueta a la boca y tardó un buen rato en masticarla y tragarla—. Me preocupa, ¿sabes? Es como si te anunciaran mediante una visión que irás a morir o a matar a alguien.
    —Esas son tonterías, Aiko, los sueños no transmiten mensajes —Satsuki se encogió de hombros—. Ya te dije que no importa.
    La chica de cabello castaño suspiró.
    —Me odiarás por insistente, pero deberías contárselo a alguien.
    Satsuki negó con la cabeza.
    —No debí habértelo contado.
    —Satsuki, solo te digo esto porque me preocupo por ti.
    —Sí, lo sé —respondió ella pacientemente—. Pero yo te pido que no te preocupes tanto, porque solo son tonterías.
    —Satsuki-chan, si yo fuera con un vidente o un sacerdote y le preguntara por ti ¿te enojarías conmigo?
    Satsuki la miró en silencio mientras comía.
    —Si eso te da tranquilidad, puedes hacerlo —le dijo finalmente con una sonrisa.
    —Prométeme que no harás ninguna tontería hasta que pueda averiguar qué es esto —le pidió Aiko.
    Consideraba aquello como “puras tonterías”, pero para su amiga, parecía cosa de suma importancia, así que se lo prometió antes de volver ambas a su salón.

    Al acabar con las clases aquella tarde, se apresuró en ir a cambiarse sus ropas. Haori color hueso, hakama negra ajustada a la cintura. Amaba el uniforme de Kyudo, le parecía elegante a su modo. Salió corriendo y se colocó los protectores para el brazo y el pecho.
    —No corras, Akemi-san —le dijo amablemente la instructora mientras la veía colocarse en su sitio predilecto, tomando el arco de fibra azul y poniéndose al hombro el carcaj con las flechas.
    El entrenamiento se realizaba en grupos de veinte y no muchos tenían buena puntería. Tenían tres señales exactas para acomodar las flechas, apuntar y disparar al mismo tiempo a un grupo de dianas situadas a unos treinta metros de distancia.
    Sólo en la primera ronda, Satsuki marcó siete puntos mientras la mayoría de sus compañeras no pasaban de los tres. Muchas de ellas creían que Satsuki simplemente había nacido con puntería.
    Siete puntos exactos en cada ronda, nunca ganaba menos y su puntería parecía afinarse todos los días. Muchas de las jóvenes que practicaban con ella, estaban celosas incluso.
    Satsuki nunca había notado que, siempre, una simpática chica rubia asistía a sus entrenamientos y la observaba con detenimiento… cada uno de sus movimientos, cada respiración, cada disparo y cada acierto.
    Pero aquel día sucedió: la flecha cayó en la zona dorada ¡casi diez puntos! Mientras ella festejaba y sus compañeras la felicitaban, volteó por unos instantes y su mirada se cruzó con los ojos curiosos y excitados de la eterna espectadora de dorados cabellos.
    Estaba parada a pocos metros de ella y le aplaudía con ganas.
    Cuando su mirada se cruzó con la de la sorprendida Satsuki, solo se limitó a sonreírle.

    —Eso es todo por hoy —dijo la instructora a sus discípulas—. Vayan a cambiarse.

    Mientras dejaba sus cosas acomodadas en el debido lugar, miró hacia donde estaba la espectadora, pero ya no la vio.
    Todo mundo no hacía más que hablar del tiro casi perfecto. Ella preguntó si alguien más había visto a aquella chica rubia, pero todos decían que no.
    Extrañada, Satsuki entró al vestuario y se cambió el uniforme de entrenamiento por el traje borgoña. Tardó un buen rato, pues se había quedado pensando en la muchacha rubia. Estaba plenamente segura de que era a ella a quien miraba con tanta insistencia, jamás había sentido tanta fuerza en la mirada de nadie. Cuando acabó, ya todas sus compañeras se habían marchado.
    Al asomar a la puerta, se sobresaltó. Allí, junto a la salida, la fisgona la estaba esperando.
    —Hola, Akemi-san. Vi ese tiro casi perfecto, fue increíble.
    —Vienes a observarme de seguido ¿no es así? —aquello la preocupaba.
    —Vengo a verte desde que oí que tienes una puntería excelente.
    —¿Dices que has oído de mí? —no tenía la menor idea de que su fama como buena arquera hubiera traspasado los muros de su colegio.
    Aquella muchacha extraña, vestía un impecable y elegante uniforme negro, con unos zapatos negros lustrosos. En su mano izquierda, llevaba atada una extraña cinta roja con unos símbolos bordados en dorado.
    —Sí, Akemi-san, te has hecho muy conocida, todos mis compañeros de clase hablan de ti.
    —Vaya, no tenía la menor idea —admitió Satsuki apenada—. Veo que me conoces, pero yo no sé quién eres.
    —Ah, lo siento, no me he presentado —se disculpó mientras hacía una pequeña inclinación de cabeza—. Mi nombre es Tsujikawa Yukiyo —levantó la mano izquierda para acomodarse un mechón de cabello y Satsuki pudo ver los símbolos. Aquellos no eran signos cualquiera, eran las palabras “vida” y “muerte”.
    Eso le dio mala espina ¿por qué una chica de apariencia tan inocente llevaba escritas semejantes palabras en la mano?
    —¿Qué tienes en la mano? —le preguntó con el ceño fruncido.
    Yukiyo se sorprendió y se cubrió la cinta con la manga de su uniforme, mientras le dedicaba una dulce sonrisa.
    —Solo es una costumbre de mi religión, nada verdaderamente importante.
    Satsuki no recordaba una religión en la que los devotos debieran usar una identificación así.
    —¿Sabes, Akemi-san? Tengo un amigo al que le gustaría conocerte.
    —¿Cómo dices?
    —Tu destreza en Kyudo te ha hecho famosa, como acabo de decirte. Creo que él podría ayudarte a perfeccionar tu técnica aún más, serías infalible —le sonrió ampliamente— ¿Qué dices? ¿Te gustaría conocerlo?
    Satsuki se mordió el labio inferior y bajó la vista. Sabía que no debía hablar con desconocidos, pero el hecho de volverse una arquera perfecta la tentaba.
    —Yo… la verdad no lo sé…
    —Anda, di que sí, sé que te gustaría sacar el máximo provecho de tus habilidades. Nosotros podemos ayudarte y no te cobraríamos nada —sonaba sugerente, tentadora.
    —¿Quién es tu amigo?
    —Oh, eso no voy a decírtelo, no aún. Pero podemos reunirnos aquí, mañana en la tarde y hablaríamos respecto de esto ¿Qué dices?
    —Estás muy interesada en mi puntería ¿acaso pueden sacar algún provecho de eso?
    —Claro que no —Yukiyo hizo un gesto con la mano, demostrando que le restaba importancia—. Siempre estamos ayudando a gente con diferentes tipos de potencial —Yukiyo bajó el tono de voz y sonaba repentinamente seductora—. Tú pareces tener mucho potencial.
    —¿Y si no me gusta lo que opinan de mi técnica?
    —Pues en ese caso, solo tendrás que declinar nuestra oferta pero…
    —¿Pero?
    —Pero eso lo sabrás mañana en la tarde, cuando vengas aquí. Bueno, nos vemos —se despidió sin siquiera darle tiempo a responder.

    Aquella breve y extraña conversación con la joven Yukiyo permaneció dando vueltas en la cabeza de Satsuki durante todo el camino de regreso a su casa. Extrañamente, el cuerpo le pesaba, no podía quitarse de la mente esa voz, ni la mención a “su amigo”, al que no quiso nombrarle.
    Por sobre todo, lo que más la extrañaba era la cinta roja. ¿Quién tuviera suficiente valor para llevar la palabra “muerte” en la mano izquierda?
    Era por demás prometedora la idea de perfeccionarse, pero con un par de desconocidos podía ser… ¿peligroso?

    Al llegar frente a la puerta de su departamento, atravesó la barrera que separaba la intimidad de su hogar del resto del mundo. Lo que pasaba afuera, no debía entrar, lo que sucedía dentro, no debía salir. Solamente saludó a su abuela y al retrato de sus padres e intentó olvidarlo todo. No iba a contárselo a nadie.
    —¿Cómo te ha ido el día de hoy? —le preguntó su abuela mientras le ponía en frente un plato de galletitas y se sentaba del otro lado de la mesa.
    —Oh, excelente ¿sabes? Hice un disparo casi perfecto, ¡casi diez puntos!
    Su abuela le sonrió ampliamente.
    —Me alegro mucho por ti, mi niña.
    Satsuki se lo agradeció, pero no dijo nada más. Tras mirar por un buen rato a través de la ventana de la sala, se metió a su cuarto, abrió sus libros y se puso a estudiar. Era excelente con el arco en la mano, pero algunas asignaturas le partían la cabeza, como Inglés. Le hubiera gustado tener a mano alguna fórmula mágica que le hiciera sencillo el suplicio de “Lengua Extranjera”, pero sabía que no existían cosas como esas y que no tenía más remedio que estudiar trabajosamente.
    Estaba tan concentrada, que el tono de su teléfono móvil la sobresaltó. Fue hasta la cama, en donde lo había dejado y atendió la llamada.
    —Satsuki, dime que te encuentras bien —dijo Aiko notablemente preocupada.
    —Sí, estoy bien ¿por qué?
    —Pasé por un templo que se encuentra de camino a mi casa y hablé con una miko sobre tu sueño —tomó aire—. Por lo que más quieras, en los próximos días no hables con nadie que no conozcas. La miko-dono dice que te ha estado siguiendo un espíritu maligno muy viejo y con mucho poder, y también muy malo. No debes dejar que te encuentre o el resto de tu vida será terrible. La miko-dono me aconsejó decirte que, en los próximos cinco días, no salieras de casa más que para ir a clases y que no hables con nadie que no conozcas… —parecía que Aiko tenía más cosas que decir, pero la llamada se cortó repentinamente.
    Intentó creer que Aiko no había querido más que gastarle una broma para intentar asustarla, pero se oía desesperada, como si la estuvieran amenazando con un cuchillo en la espalda o algo así.
    —Esas son puras tonterías —ni siquiera pensó que no hacía ni una hora desde que había hablado con alguien desconocido.
    A duras penas, terminó con su tarea y fue a la cocina para ayudar a preparar la cena.
    —¿Sabes abuela?, aún me cuesta aprender inglés, es algo difícil de hablar y algunas palabras se parecen mucho, pero no significan lo mismo.
    —Creo que te estás esforzando tanto como puedes y que te irá bien en los exámenes.
    —Gracias —le contestó animada, aún sabiendo que ella quizás no entendía mucho de rendimiento académico.
    La cena le supo amarga porque no podía quitarse de la cabeza la extraña preocupación de Aiko. A esas alturas, ya se había olvidado de Tsujikawa Yukiyo y “su amigo”.



    Esa noche, tuvo un sueño tan extraño como los otros. Se vio a sí misma vestida como una princesa del período Heian o algo parecido. En su sueño, caminaba por un largo, silencioso y aterrador pasillo. Se detenía frente al shoji de alguna habitación, lo abría y se sentaba frente a una mesa. Al levantar la vista, veía a la persona que estaba sentada del otro lado: un viejo de larga barba blanca, vestido de rojo oscuro, como emulando la muerte. En su mano derecha, mantenía suspendido un pincel que goteaba. Sobre la mesa había barras de tinta y papel. En una de las hojas, estaba escrita la palabra Satsuki, con el carácter “satsu”, cuyo significado es “matar”.
    En ese momento, se abría la puerta. Ella solo alcanzó a ver a alguien completamente vestido de negro.
    Se despertó sudando en el suelo, nada más y nada menos que a las cinco de la mañana y sentía dolor en la muñeca izquierda. Tenía una marca enrojecida, como si alguien se la hubiera apretado con mucha fuerza.
    —Tengo una marca roja —dijo mientras se frotaba la zona adolorida. Repentinamente, recordó a Yukiyo y la cinta roja en su mano, en la izquierda.
    Intentó fingir que nada estaba pasando, pero el sueño había sido muy vívido.
    No importó cuánto lo intentara, no pudo volver a dormir y se quedó tendida de espaldas en la cama, esperando que se hiciera una hora razonable para levantarse a desayunar. Tarareaba algunas cancioncillas, intentando que el silencio de la madrugada no le produjera ataques de pánico. Juró que nunca volvería a ver una sola película de terror en su vida, ni aunque la invitara el muchacho más popular del colegio.
    Dio vueltas, pensó en Aiko. Si le decía lo que había vuelto a soñar, no haría más que alimentar esa ridícula desesperación que su amiga sentía.
    —Espíritus malignos, tonterías.
    A eso de las siete, fue a preparar el desayuno y recién entonces notó que su abuela había mandado rellenar el contenedor de gas la tarde anterior. Vio unas revistas viejas esparcidas en un rincón y las puso sobre la mesa para mirarlas mientras desayunaba.
    Al terminar el desayuno, lavó la taza, la guardó y sacó una tijera de su mochila. Acostumbraba recortar imágenes y palabras de las revistas para pegarlas y hacer dibujos o cartas “multi-formato”.
    Cortó fondos de todos los colores y los pegó sobre una cartulina blanca, luego lo recortó y le dibujó encima con un marcador negro indeleble, para darle la apariencia que más o menos tenía el kimono con el que había soñado.
    Como no estaba conforme con su propia cara, recortó la fotografía de alguna modelo que le gustó y la pegó junto con el suntuoso traje. “Satsuki, eres horrible” escribió junto al collage. Quizás por un acto fallido, escribió “su nombre” como venía viéndolo en sus sueños, pero no se dio cuenta y dejó el dibujo tirado por allí.
    Miró a su mano izquierda y la marca seguía allí, rodeándole la muñeca como una pulsera.
    —¿Hija mía, a qué hora te despertaste? —preguntó preocupada su abuela, entrando en la sala.
    —Ah, abuela. Sólo me desperté hace unos minutos —mintió para no preocuparla.
    —¿Has desayunado?
    —Sí ¿Deseas que te prepare algo?
    —No, déjalo, ya lo hago yo. Disfruta de tu día.
    —Gracias, abuela —cuando se levantaba para ir hacia su cuarto, alguien llamó al portero eléctrico—. ¿Quién es? —preguntó Satsuki.
    —Soy yo, Aiko ¿puedo pasar?
    —Claro, espera —dijo apresurándose en bajar y abrir el portón de entrada al edificio. Satsuki no había caído en la cuenta de que ya eran las nueve de la mañana.
    Ambas se saludaron.
    —¿Cómo has estado? —preguntó Aiko ansiosa.
    Satsuki pensó que lo mejor esta vez era no decir nada y entró a la casa, escondiendo la mano izquierda.
    —He estado muy bien.
    —Pues, eso parece… —comentaba la otra chica hasta que vio su mano izquierda—. ¿Qué tienes en la mano?
    La pelinegra puso el antebrazo tras la espalda y le mostró la mano derecha.
    —No tengo nada ¿ves?
    Aiko la agarró del otro brazo para mirarle la muñeca.
    —Esta mano —se impresionó por la fuerte marca— ¿Cómo te hiciste eso?
    Satsuki dudó.
    —No lo sé… solo desperté y ya estaba allí…
    Aiko pareció entrar en un ataque de pánico.
    —Parece que ya empezó…
    —¿Empezar qué?
    —¿Podemos hablar en tu cuarto? —dijo mientras ambas pasaban a la sala—. Hola, señora Akemi —saludó Aiko respetuosamente al ver a la anciana mujer y ésta le devolvió el saludo.
    —Espérame en mi cuarto, en seguida iré con un poco de té.
    —Olvídate del té —susurró Aiko en el tono más bajo que le salió—. Esto es urgente.
    —Está bien —dijo la pelinegra extrañada, mientras abría la puerta de su cuarto y la hacía pasar— ¿Acaso sucede algo malo?
    —¿Que si sucede algo malo? Es lo peor que podría pasar.
    —No te entiendo.
    —Ayer, cuando estaba hablando contigo, la llamada se cortó repentinamente y no pude volver a conectar.
    —Pensé que me estabas gastando una broma.
    —Qué broma, ni qué nada —Aiko negó con la cabeza—. Tienes que escuchar esto. La miko con la que hablé me dijo que estás en peligro, que te ha estado persiguiendo un espíritu maligno muy peligroso.
    —¿Y qué más te dijo? —preguntó Satsuki incrédula y de forma cínica.
    —Dijo que aparecerías con una marca extraña en la mano izquierda y que si ese espíritu maligno te encuentra, no te la podrás quitar nunca, ni siquiera al morir.
    Satsuki recordó su sueño y un escalofrío le recorrió la espalda.
    —¿Y qué más te dijo? —esta vez lo preguntó asustada.
    —Dijo que alguien a quien no conoces te propondría algo tentador, que si eso ocurre, debes huir en el acto.
    —Y, digamos que eso me sucediera y yo no huyera ¿qué pasaría?
    —Cielos, Satsuki, no lo digas ni de broma. Sucederán cosas terribles. Eso fue lo que dijo.
    —¿Qué tipo de cosas?
    —No quiso responderme. Dijo que si querías saber eso, deberías ir por ti misma al templo esta tarde. Yo puedo acompañarte ¿qué dices?
    —No lo sé.
    —Por favor —rogó Aiko—, esto me da muy mala espina.
    —Es que tengo algo que hacer esta tarde.
    —¿Qué tienes que hacer?
    —Quedé en ver a alguien esta tarde frente al colegio.
    —¿A quién? —a Aiko no le importó entrometerse.
    —A una chica, dijo que podía ayudarme en kyudo.
    Aiko se puso de pie y la sujetó por los hombros.
    —¿La conoces?
    —Em… no.
    —¡No vayas!
    —Por favor, Aiko, lo que te dijo esa mujer son puras tonterías.
    Aiko la sujetó de la mano izquierda.
    —¿Y esto qué es? Es lo que dijo “esa mujer que dice puras tonterías”.
    —Es solo una coincidencia. Solo vamos a hablar.
    —Prométeme que, en vez de eso, me acompañarás al templo.
    —Está bien, te lo prometo —la tranquilizó.
    —Vendré esta tarde a las cuatro en punto ¿de acuerdo?
    —Sí, de acuerdo —le contestó con una enorme sonrisa—. No te preocupes, todo está bien.
    —Claro que va a estar bien —le dijo Aiko.
    Su compañera de clases no acababa de irse cuando su teléfono sonó. Como era un número privado el que la estaba llamando, cortó de inmediato, pero el móvil volvió a sonar.
    —¿Diga? —preguntó.
    —Akemi-san, soy yo, Yukiyo, quedamos de vernos esta tarde frente a tu colegio ¿lo recuerdas?
    —Sí, por supuesto —dijo Satsuki amablemente, pero extrañada y asustada— ¿Cómo conseguiste mi número?
    —Me lo ha dado alguien que te conoce. Te llamaba para acordar la hora en que nos reuniremos ¿Te parece bien a las tres?
    Satsuki lo pensó, si se reunían a las tres y la situación no le gustaba, simplemente iría a la casa de Aiko y asistirían al templo. Podía.
    —Me parece bien.
    —Perfecto. Te veo a las tres, entonces. Hablé con Keichiro, le ha surgido un compromiso y no podrá acompañarme, pero me dijo que hablara contigo de todos modos… Y algo más, Akemi-san.
    —¿Sí?
    —Es importante que vayas sola ¿está bien?
    —Está bien —después de todo ¿Qué podía hacerle una muchacha como esa? Nada.


    A las tres de la tarde, salió del edificio y se quedó parada en la acera. Si iba hacia la derecha, terminaría frente al colegio, donde Yukiyo la esperaba con su propuesta de ayudarla. Si iba hacia la izquierda, terminaría en la casa de Aiko.
    ¿Derecha?
    ¿Izquierda?
    No creía que las historias de Aiko tuvieran relación alguna con todo eso. Esas eran cosas de gente supersticiosa. Echó a correr hacia la derecha, le entusiasmaba la idea de que alguien pudiera hacer algo por ella y sin cobrarle nada. Era mejor que pagar un entrenamiento, eso era seguro.
    Al acercarse al predio del colegio, vio a Yukiyo recostada contra el muro gris que cercaba el gran edificio. Estaba vestida con una sencilla blusa negra y jeans grises ajustados. Para su sorpresa, no estaba sola, la acompañaba un muchacho flaco, alto, de piel morena y cabello negro.
    —Hola Akemi-san —la saludó Yukiyo a la distancia, levantando la mano, la izquierda. Y allí estaba la extraña cinta.
    Al acercarse, ella y el muchacho la saludaron con una pequeña inclinación de cabeza.
    —¿No ibas a estar sola? —preguntó Satsuki extrañada.
    —Oh, no te he presentado a mi compañero de clases, Sato Keichiro.
    —Hola, Akemi-san, finalmente pude venir, se canceló mi compromiso, es un gusto conocerte.
    —Oh, no, el gusto es mío —Satsuki le sonrió, pero se le quedó mirando. Vestía jeans grises y una camisa de gris oscuro. Le hacía recordar a un poste de luz—. Yukiyo me había dicho que podían ayudarme en algo.
    —¿Te parece si caminamos un poco mientras charlamos? —le propuso el muchacho.
    —Sí, claro —dijo encantada y comenzó a caminar junto a ellos.
    —Yukiyo, yo y algunas otras personas estamos en una pequeña escuela en la que cada quien es preparado especialmente en las habilidades que posee y mejora en aquellos aspectos débiles, tanto de la personalidad como de la ocupación que ejerce —le explicó él—. Pensamos que te gustaría hablar con alguno de nosotros, podrías llegar a entrar en torneos internacionales y nosotros podríamos entrenarte, si gustas.
    Las escuelas filosóficas le sonaban como plomo cada vez que tan solo las oía nombrar, pero no por eso dejaba de sonar interesante.
    —¿Cuánto me cobrarían?
    Keichiro sonrió.
    —Muy poco.
    —No me lo creo.
    —Créetelo, Akemi-san.
    —Pueden decirme solo Satsuki.
    —Bien, Satsuki ¿Qué dices? ¿Te gustaría conocer a los otros?
    —¿Estamos hablando de equipos muy numerosos? —preguntó con curiosidad.
    —En realidad, no son tatos —le aclaró Yukiyo—. Es pequeño, como Keichiro acaba de decir, hay miembros de todas las edades, incluso de nuestra misma edad. Te gustará conocerlos… salvo uno o dos que dan miedo… pero es algo de menor importancia.
    Había algo que no encajaba en todo eso.
    —Para hacer eso ¿tendré que formar parte de su escuela?
    Yukiyo negó con una simpática sonrisa.
    —No, no es necesario, hay personas que nunca se han inscrito en nada y participan igual.
    De repente, la pelinegra se encontró parada junto a un lujoso auto gris.
    —Miren qué coche.
    —Es de Keichiro —dijo la chica rubia mientras reía.
    —¿En serio? —preguntó sorprendida.
    —Sí, el grupo me ha ayudado a conseguirlo —afirmó él—. Solo no lo hubiera hecho nunca. Les estoy agradecido ¿Te gustaría dar una vuelta?
    Desde que su situación económica había sufrido un brusco descenso, cualquier proposición como esa la habría ilusionado, justo como ahora.
    —¿En verdad?

    Ella y Yukiyo subieron en el asiento trasero y la chica rubia se pasó un buen rato hablando de su colegio. El colegio en el que asistían ambos, era un instituto caro. Al parecer, era la tan mencionada escuela la que les ayudaba a pagar. Vagamente, se preguntó de dónde sacaba dinero esa organización que no les cobraba nada a los que eran miembros.
    De repente, el auto paró.
    —¿Por qué te detienes? —preguntó Satsuki
    —Mira a tu derecha —le dijo él.
    Estaban justo frente a un café que parecía bastante caro.
    —¿Qué dices? ¿Tomamos algo mientras seguimos charlando?
    —No tengo dinero, Keichiro.
    —No seas tonta, te estoy invitando.
    —Sería malo de mi parte aprovecharme de tu economía.
    —Dicen que rechazar una invitación es motivo de fuerte castigo —dijo él con una amable sonrisa.
    —No es que le tema mucho al “castigo”.
    —Si estuvieras en mi religión —le dijo Yukiyo— sí le tendrías miedo.
    —¿Eh? —preguntó extrañada la pelinegra— ¿Por qué?
    —Porque el dios de mi religión no perdona a nadie.
    —¿Qué tipo de dios es ese? —preguntó incrédula.
    Los tres bajaron del coche, entraron al caro local y se sirvieron una merienda ligera, sentándose en una mesa solitaria, en la esquina.
    Satsuki se miró a sí misma. Se había puesto una blusa de color verde oscuro, una calza negra y zapatillas del mismo color, se arrepintió de haber llevado una prenda sin mangas. Había intentado disimular la marca en su mano con un par de pulseras, pero era inútil.
    —¿Tienes algo en la mano? —le preguntó Yukiyo mientras se la miraba.
    La pelinegra no pudo ocultarlo.
    —¿Cómo te la hiciste? —volvió a preguntar Yukiyo.
    —No me la hice. Anoche me pasaron cosas raras y desperté con esta marca.

    Keichiro y Yukiyo cruzaron miradas, Satsuki no comprendía nada.
    Ellos también habían despertado un día con una de esas y al día siguiente, llevaban “algo especial”. Ninguno decía nada.

    Keichiro se remangó la camisa y le mostró a Satsuki la mano izquierda, donde llevaba una cinta roja, con las palabras “vida-muerte”, igual que la de Yukiyo.

    Eso no le gustó ¿qué significaba exactamente?

    —¿Practican la misma religión? —ellos no respondieron nada. Miró un reloj en la pared y vio que pronto serían las cuatro de la tarde. Aiko iría a su casa y no la encontraría—. Tenía que ver a alguien a las cuatro, no llegaré a tiempo —se quejó.
    —Te llevo, si quieres —se ofreció Keichiro.
    —Eres muy amable —le agradeció ella y le dijo una dirección cercana a su casa.
    Después de subir al coche, tardó veinte minutos en darse cuenta de que la calle que recorrían era otra y no la que pasaba frente a su colegio. Tardó cinco minutos en darse cuenta de que la senda por la que iban era distinta a la de la casa de Aiko. El coche paró frente a un edificio de apariencia antigua.
    —Baja —le dijo amablemente Yukiyo. Keichiro ya había bajado.
    —¿Qué lugar es ese? —preguntó extrañada.
    —La sede.
    —¿La sede? —repitió confundida mientras cerraba la puerta del coche y alcanzaba corriendo a sus dos compañeros de ruta.
    —Del Colmillo Sangriento —le aclaró Keichiro mientras la tomaba del brazo y la jalaba hacia dentro del portón.
    —¿Qué es el Colmillo Sangriento? —no solo estaba confundida, también se había asustado.
    —¿Por qué no nos acompañas y lo descubres? —dijo él abriendo una enorme puerta que daba a un estrecho y largo pasillo de paredes oscuras.
    Sentía que se asfixiaba.
    —No creo que me agrade.
    —Sólo será un momento —le dijo Yukiyo muy animada, mientras le mostraba la cinta que tenía atada en la mano izquierda.
    La confianza de Yukiyo le infundió ánimos.
    Satsuki sabía que debía voltear allí mismo y, al menos, intentar salir del viejo edificio, pero se halló incapaz de hacerlo, como si le hubieran sustraído la voluntad o la manejaran como a un títere, con hilos invisibles. Sus pensamientos no podía dirigirlos en ninguna dirección que no fuera la del largo camino.

    El pasillo se cortaba a mitad de camino y bajaba en una escalera muy empinada hasta llegar a otra puerta.
    Satsuki intentó retroceder, pero en vez de eso, se halló avanzando. No sabía qué era lo que la empujaba con tanta fuerza, no sabía si podía quitárselo. Quiso llorar, pero se encontró con que tampoco podía. En primer lugar, se maldijo por confiar en personas a las que no conocía, solo porque le habían dicho algo bonito. En segundo lugar, pensó en Aiko, finalmente, se preguntó qué hacía allí y no encontró respuesta alguna.
    Lo repensó por segundos. Keichiro y Yukiyo. Ambos parecían personas muy diferentes, pero no lo eran tanto. La misma escuela… la misma religión…
    ¿Acaso ambas cosas eran lo mismo? ¿Qué reunía las cualidades de pequeña escuela y religión cerrada?

    No podía ser que aquello a lo que llamaban el Colmillo Sangriento…

    …fuera una secta.

    ¿Llamaban “organización” a una secta? ¿Qué organización con nombre de muerte podría tener buenas intenciones? ¡Maldición! ¿Era tan tarde como para intentar correr? Su mente estaba confundida, hecha un caos: confiaba en ellos, desconfiaba de su entorno ¿por qué sentía que sus emociones y todo en ella era manipulado? ¿Quién quería obligarla con esa insistencia?
    De repente, la marca en su mano izquierda le ardió.

    No importaba qué cosas le prometieran. Tenía que salir.

    —Quiero irme.
    —No puedes irte —le aclaró Yukiyo, consciente de lo que pasaba por su cabeza—. Cuando alguien entra aquí, simplemente no puede salir. Solo será un momento —sonaba amable y tranquila y Satsuki no podía comprender cómo aquello era posible—, otras dos personas hablarán contigo y luego te llevaremos a tu casa ¿Qué opinas, Akemi-san?
    Ella quería negar pero, frustrada, asintió, obligada por una fuerza ajena.
    —Las damas primero —dijo Keichiro mientras abría la puerta en el extremo inferior de la escalera y les indicaba que pasaran con un gesto de la mano.

    Sentados a una mesa cercana a la entrada, dos chicas y dos muchachos estaban hablando. Al entrar ellos, los cuatro voltearon y sus miradas fueron desde Keichiro hacia Satsuki.
    Satsuki se quedó anonadada, todos vestían de negro y tenían unas cintas doradas en la muñeca izquierda, con las palabras “vida-muerte”. Uno de los jóvenes, el que estaba más cerca de la entrada, le causó gran impresión. Era alto y fornido, su piel era casi azul de tan pálida, su liso cabello era negro y un largo flequillo le caía sobre el ojo derecho. Sus vidriosos ojos eran de un azul turquesa muy extraño. No parecía humano.
    El corazón le dio un vuelco sin motivos y la sensación de asfixia se hizo peor. El aire se puso denso.
    Notó que él la observaba insistentemente y desvió la mirada. Algo en ese muchacho era molesto.
    —Ese muchacho…
    —Asurama Amano —dijo Keichiro—. Estuvo durante tres años en una escuela militar y fue promovido. Tiene dieciocho años y está en la organización desde que tenía quince. Su abuelo también formó parte de la organización. Eso es todo un privilegio. En menos de un año, Amano-sama llegó al primer rango fuerte superior, que es el más alto de todos, después de los maestros —suspiró—, y allí se ha mantenido desde entonces.
    Yukiyo se cubrió la boca con un puño.
    —Amano-sama es la envidia de todos aquí —Satsuki la miró con atención—, es décimo dan en kárate y además tiene manejo de todo tipo de armas. Va en tercer año de Ciencias Económicas en la Universidad de Waseda y en cuarto año de Administración de Empresas. Sus calificaciones son elevadas, no tenemos idea de cómo lo hace —la chica se sonrojó—. Es aterrador, no tenemos idea de por qué…
    El muchacho le clavó la mirada y Yukiyo se pegó de espaldas a la pared.
    Satsuki se dio cuenta de que no era la única intimidada por Asurama.
    —Guau, así que es un joven súper dotado.
    De repente, Amano se puso de pie y caminó hacia los tres, seguido de los otros que estaban con él en la mesa. Ella lo miró anonadada y con los ojos como platos.
    —Amano —balbució.
    —Amano-sama para ti —la reprendió él de forma cortante. No había ningún tipo de emoción reflejada en esa cara de piedra, ni siquiera desdén. No había sentimientos en esos ojos azules—. El maestro nos solicita reunirnos en la sala principal, vamos —dijo para todos, ignorando completamente a Satsuki.
    —Sí, Amano-sama —contestaron a coro todos los presentes, menos Satsuki, que no terminaba de entender. Al verlo marchar, notó algo muy raro. Él no tenía una cinta roja o dorada como los demás, sino una cinta azul. Y la llevaba en la mano derecha en vez de la izquierda.
    —¿Pasa algo, Satsuki? —le preguntó Keichiro.
    —Amano… lleva una cinta… —lo miró extrañada— ¿equivocada?
    —Oh, no —la corrigió su acompañante—. Él siempre lleva esa cinta, desde que llegó aquí. Eso lo hace ver diferente a nosotros, lo sé, pero a veces Amano-sama es un poco raro.
    Satsuki se le quedó mirando.
    —¿Un poco raro?
    ¿Qué querían decirle? ¿Así que era él quien asustaba a todos?

    El auditorio de la sede era enorme, de techo blanco y paredes amarillas. Estaba ocupado de largas y pulidas mesas de madera rojiza. En la pared del fondo, se levantaba una estatua de un perro monstruoso y delante había un altar con una ofrenda. Había allí más de doscientas personas de diferentes edades, todas vestidas de negro y con una cinta en la mano izquierda. Al entrar, la chica quedó boquiabierta.
    —Todos ponemos esa cara cuando entramos aquí la primera vez —le dijo Yukiyo.
    Satsuki la miró.
    —¿Amano también puso esa cara?
    La chica negó.
    —Amano-sama —recalcó— nunca cambia la expresión de su rostro. Es como si lo tuviera congelado, es imposible leerlo. Es muy frío —Yukiyo se cubrió la boca al darse cuenta de que el joven le clavaba la vista nuevamente.
    Yukiyo y Keichiro llevaron a Satsuki hasta un sitio con tres sillas vacías y allí se sentaron. Satsuki tragó saliva, pues había quedado sentada justo en frente de Amano, quien no dejaba de mirarla con esos vidriosos e inescrutables ojos.
    Intentando pensar en otra cosa, se dio cuenta de que todos a su alrededor parecían sentirse igual que ella: le temían y le guardaban respeto. No podía dejar de pensar que ese sujeto tenía los ojos de un asesino.
    Al instante, como si pudiera leer sus pensamientos, él desvió la mirada en dirección a la estatua del perro. En ese mismo momento, entraron dos hombres mayores y caminaron entre las mesas hasta pararse justo delante de la estatua.
    —De pie, colmillo sangriento —dijo el más viejo y todo el mundo se paró. La chica, confundida, los imitó—. En el día de hoy hemos sido convocados por el dios para darle la bienvenida a un nuevo miembro de la organización, una elegida —la indicó con la mano—. Akemi Satsuki.
    —¡¿Qué?! —dijo ella escandalizada al tiempo que se armó un barullo. Se cubrió los oídos hasta que todos se silenciaron.
    —¿Deseas decir algo, Akemi-san? —preguntó el otro hombre.
    —¡¿Qué si deseo decir algo?! ¿Me trajeron aquí para hacerme miembro de su organización? En ningún momento di mi consentimiento para tal cosa y aún así no tengo edad suficiente. Yo me voy —Keichiro le impidió la retirada sujetándola del brazo—. Suéltame, eres un desgraciado.
    —No te soltaré.
    Ella intentó liberarse.
    —No es cuestión de si deseas estar aquí o no, Satsuki —le aclaró Keichiro—. Muy pocos son elegidos por el dios y tú eres una de ellos.
    Ella frunció el ceño.
    —Pues poco me importa lo que piense o diga el dios de ustedes, yo no estoy de acuerdo en formar parte de esto y no pueden obligarme.
    —Por el contrario, sí podemos obligarte —le aclaró el maestro más joven—, cuando el dios elige a alguien, inmediatamente lo vincula y la persona pierde la voluntad propia para comenzar a cumplir la voluntad del dios. Hemos recibido y cumplido la orden de traerte hasta aquí para que sirvas al propósito del dios perro.
    Satsuki miró la estatua con deseos de romperla a patadas y salir corriendo de allí.
    Algo no le gustaba, algo estaba muy, muy mal.
    —¿Y si no quiero cumplir con esa voluntad?
    Una muchacha de largo cabello castaño, recogido en una coleta, se puso de pie y miró a los maestros.
    —Alabado el poder del colmillo del dios —inmediatamente, miró a Satsuki—. No puedes irte una vez que has entrado. Si no quieres obedecer, deberás morir.
    Yukiyo le había dicho lo mismo, pero había omitido la parte de que moriría.
    Satsuki se sentó con el corazón en un puño, temblorosa y pálida como una sábana.
    —¿Es decir que me llegó la hora?
    —Colmillo Sangriento… —ordenó el viejo maestro y todos, incluso Keichiro, desenvainaron dagas que hasta ese momento tenían ocultas.
    —¡Esperen, esperen! —dijo Satsuki nerviosa, conmocionada, mientras levantaba ambas manos en son de paz y pidiendo que se detuvieran. Su corazón latía muy acelerado—. No dije que quisiera morir, aún soy muy joven —estaba a punto de ponerse a llorar.
    —Alabado sea el poder del colmillo del dios —dijo Keichiro parado junto a ella—. Con solo aceptar el mandato del dios podrás tener muchos beneficios y no solo salvar tu vida, sino que también prolongarla. No podemos permitir que salgas de aquí con nuestro secreto. Lo que se hace en la organización, se queda en ella, así sea con sangre.
    —¿Tú estás de acuerdo con esto?
    —Es la voluntad del dios.
    —Tonto, los dioses no existen —gritó ella y se hizo un silencio sepulcral.
    Todas las miradas recayeron sobre la chica.
    Amano se puso de pie.
    —Alabado sea el poder del colmillo del dios —se inclinó hacia delante, hacia ella—, que sí existe.
    Satsuki frunció el ceño ¿y este era el chico súper dotado? ¿Creyendo en dioses?
    —Puedes afirmarlo.
    —Con toda certeza —miró hacia la estatua—. Hace cientos de años, cuando el país entró en caos, los espíritus invadieron la tierra para dominar a los humanos. Así, cuatro bestias sagradas, el dragón, el zorro de nieve, el fénix y, finalmente, el perro del viento, decidieron proteger con la vida a los humanos y se desató una guerra. Pero uno a uno, fueron cayendo en batalla y cuando sólo quedaba el perro, le pidió a una mujer humana continuar su descendencia.
    »Y ellos fueron tres, un humano, un híbrido y uno igual a él, que es a quien adoramos aquí —Amano miró la estatua—. Esta deidad se creía superior a sus hermanos, y al morir su padre, persiguió y mató a su hermano menor. Luego buscó al híbrido y lo persiguió hasta la tumba de su padre, donde ambos batallaron a muerte.
    —Eso es una vieja leyenda —retrucó ella.
    —El híbrido quedó clavado con una estaca hasta el fin de los tiempos, pero nadie dijo nunca que el dios perro muriera —sin darse cuenta, se inclinaba lentamente hacia ella—. Por el contrario, yo creo que quizás aún podría estar vivo, entre nosotros, dando sus designios a cada miembro de esta organización. Regodeándose de haberlos matado.
    Satsuki no podía dejar de mirarlo. Era atrayente y sonaba convincente ¿era factible la existencia de dioses?
    Los labios de Amano se curvaron en una leve sonrisa sin emoción.
    —Me estabas gastando una broma, ¿verdad? —dijo ella finalmente—. Sonabas tan convincente que casi me lo creí.
    Todos estaban extrañados y miraban con ojos de plato ¿Satsuki se atrevía a bromear con el antisocial Asurama Amano? Estaba loca o era suicida. Amano nunca bromeaba, jamás de los jamases.
    Él se acomodó en su silla y sacó del bolsillo trasero de su pantalón una hojita y la masticó.
    —Sí, hasta yo me lo creí —dijo aun manteniendo una parca sonrisa—. Pero si te vas, te mataremos, porque los designios del dios son reales.
    Ella tragó saliva. Todos esos sujetos hablaban de la muerte como si fuera algo normal.
    —No es un designio de ningún dios, es un designio de ustedes.
    —Te mataremos —repitió él, como si estuviera hablando de un sencillo partido de fútbol.
    Satsuki miró a su alrededor. Todos tenían armas, de verdad iban a matarla, ella quería seguir viviendo para ver la luz del sol al menos un día más.
    —¿Y si me quedo?
    —Gozarás de los beneficios del poder del dios —le dijo Yukiyo— y del poder que ha obtenido la organización gracias a él.
    —Mucho poder —afirmó un muchacho alto, flaco y de cabello castaño mientras se frotaba las manos.
    —Verdadero poder —afirmó una chica morena, de cabello negro y rostro perfilado.
    —Alabado sea el poder —repitieron en coro todos los presentes.
    Les parecía muy divertido, el poder era una fuerte droga que no dejaba escapar a nadie.
    —¿Lo único que quieren es poder? —preguntó Satsuki indignada.
    —No nos escuchaste bien —le dijo Keichiro—. No queremos poder, tenemos poder.
    —Miren… no me interesa esto del poder… pero yo quiero seguir con vida, así que acepto.
    No podía creerse que había dicho eso, pero había sido necesario ¿y ahora, qué sería de su vida?
    En seguida, apareció un muchacho de su edad, trayendo un pequeño cofre negro lacado y depositándolo delante del maestro más joven. Éste lo abrió y sacó una cinta roja con las palabras “vida-muerte” bordadas en dorado, entonces, levantó la mano en alto para que todos pudieran verla.
    —Akemi-san pertenece al Colmillo Sangriento —anunció—. Akemi-san pertenece al dios perro y acepta sus designios.
    Satsuki maldijo para sus adentros. Genial, ahora obedecía a un perro sarnoso y asesino, que representaba la maldad sobreviviente en las sombras.
    Acto seguido, Yukiyo le ató la cinta en la mano izquierda.
    Todos se pusieron a repetir unos cantos que parecían querer atraparla, hipnotizarla para llevarla a su mundo, el único mundo en el que podía existir algo con un dios perro: el de los sueños. Se desesperó al no entender lo que decían, hablaban en algo semejante al sánscrito. Era aterrador, tanto oírlo como sentir el efecto que producían.
    De pronto, sintió algo a su alrededor, una presencia perturbadora. Tal vez la malvada deidad existía… o quizás ya se estaba volviendo loca.
    Al acabar los cantos, todos permanecieron en silencio.
    —Preséntale votos a la deidad —le dijo el maestro más joven mientras indicaba la enorme estatua.
    Ella no supo qué hacer. Se puso de pie y caminó hasta quedar frente al altar que se le había erigido a ese extraño ser, entonces, se postró como lo haría frente a alguien de la realeza.
    —Juro lealtad y obediencia total a la deidad —¿se suponía que algo así decían las personas iniciadas en una secta? Porque aquello no era una simple “organización”.
    Satsuki presentía un negro trasfondo, aún peor que todo lo que había escuchado ya, pero no podía hacer nada, tenía que continuar aquello para salir viva de esa maraña.
    Todos los miembros volvieron a alabar antes de ayudarla a sentarse de nuevo en su sitio, ya que no tenía fuerzas, como si “el dios” se las hubiera absorbido todas. Se preguntó si todos en esa sala alguna vez habían entrado obligados, del mismo modo en que ella ahora. Quizás alguno hubiera entrado por decisión propia y en conocimiento de lo que hacía, pero luego se encontró con la terrible sorpresa de que no se podía salir vivo. O quizás lo sabían y no les importó. Empezaba a tener una leve idea de lo que significaba la cinta con las palabras “vida-muerte”. Eran las únicas opciones que daba la secta.
    Un muchacho la miró con superioridad.
    —Le acabas de jurar lealtad y obediencia. Si traicionas al Colmillo Sangriento o al dios, te cortaremos la cabeza.
    Satsuki instintivamente se cubrió el cuello con la mano y tragó saliva.
    —Akemi-san —habló el más viejo maestro—. La cinta escarlata que llevas en la mano izquierda corresponde a un rango de novicio y representa la existencia efímera de nosotros los humanos —miró la estatua—. A diferencia de él, que vivirá para siempre hasta el final de los tiempos. Nunca debes quitarte esta cinta ni contar nada a nadie, a menos que así lo decida el dios o los miembros.
    —¿Por qué hay diferentes cintas?
    —Hay veintiún rangos dentro de la organización —le dijo una mujer que le recordaba mucho a su madre—. A los novicios y los iniciados de tercer rango les corresponde una cinta escarlata. Los maestros y los miembros de segundo y primer rango llevan la cinta dorada. Cuando asciendes, eso consta en nuestros archivos. Tendrás mucho tiempo para subir de rango, después de todo, perteneces hasta que mueres.
    —¿Y por qué Amano lleva una cinta azul?
    —Porque puedo —contestó él de modo cortante.
    —Estos son los rangos dentro del Colmillo Sangriento —le dijo la mujer mientras le mostraba un viejo escrito.

    Novicio
    Novicio débil inferior
    Novicio fuerte inferior
    Novicio débil superior
    Novicio fuerte superior

    Tercer Rango
    Tercer rango débil inferior
    Tercer rango fuerte inferior
    Tercer rango débil medio
    Tercer rango fuerte medio
    Tercer rango débil superior
    Tercer rango fuerte superior

    Segundo Rango
    Segundo rango débil inferior
    Segundo rango fuerte inferior
    Segundo rango débil medio
    Segundo rango fuerte medio
    Segundo rango débil superior
    Segundo rango fuerte superior

    Primer Rango
    Primer rango débil inferior
    Primer rango fuerte inferior
    Primer rango débil superior
    Primer rango fuerte superior

    Maestro.

    —¿Es necesario que me aprenda todo eso? —preguntó algo mareada.
    —No, no es necesario —le dijo un hombre—, solo tienes que ascender de nivel, si así lo deseas. A mayor rango, mayor privilegio, ya sabes. Aunque yo he estado en tercer rango débil inferior desde hace años y por elección propia.
    —Actualmente tenemos dos maestros y ocho miembros de primer rango fuerte superior —la mujer indicó al muchacho de ojos azules—. Creo que ya conociste a Amano. Es el miembro más joven con este rango.
    —¿Qué méritos ascienden de nivel? —preguntó Satsuki con curiosidad.
    —Esa es una decisión que solo corresponde a los maestros y al dios.
    —¿Qué alcances tiene la organización?
    —Hay miembros con múltiples profesiones —le dijo el maestro joven—. Las capacidades de cada quien pueden ser potenciadas al máximo. Hay alcances a todos los niveles. Tenemos, individualmente, un reconocimiento social. Gracias al dios, somos capaces de ordenar las cosas a nuestra conveniencia para diferenciarnos de los otros. Somos superiores.
    —¿Qué beneficios obtengo?
    —El que quieras y necesites —le dijo Keichiro—, solo tienes que pedir ayuda al Colmillo Sangriento o al dios, siempre y cuando obedezcas y cumplas las reglas.
    —¿Qué reglas?
    —En primer lugar, debes respetar al dios y a los miembros de mayor rango que tú, cualquier acción en contra de ellos es traición. En segundo lugar, no te ates a ninguna adicción de ninguna clase, el dios no lo tolera. En tercer lugar, tu lealtad es importante, si sabes de algo o alguien que pueda perjudicar al Colmillo Sangriento, debes denunciarlo aquí de inmediato, sea lo que sea. Si no lo haces, será visto como traición. Si traicionas al…
    —Me matarán. Ya entendí.
    —Vale.
    —¿Puedo ir a casa ahora?
    —Te llevo —le dijo Keichiro.
    —Solo una cosa más —le dijo la mujer que tenía el pergamino—. Sabemos que vives con tu abuela en un pequeño departamento en una zona residencial en el este del distrito Kamiogi, en Suginami, tenemos registro de tus horarios de clases, tu teléfono móvil y la línea telefónica que usas en casa, con frecuencia te grabaremos. No intentes nada ¿has comprendido? —le sonrió amablemente.
    —Sí —afirmó Satsuki, tragando saliva en su adolorida garganta—, he comprendido —era terrible saber que la tenían intervenida y vigilada, no podía hacer ni decir nada.
    Recordó lo que la miko le había dicho a su amiga, que aparecería con una extraña marca en la mano izquierda —la cinta— y que, si el espíritu la encontraba, nunca podría quitársela, ni después de muerta.
    Reconoció para sí misma que se había equivocado al pensar que no le cobrarían nada. El precio había sido demasiado caro.
     
  3.  
    Hikari Azura

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    Re: Colmillo de Sangre

    ohayo!

    sensei, que podre decir de tu nuevo ff, me has dejado con la boca abierta para empezar excelente prefacio..pero un poco dudoso. como antes me habias avisado de tus escritos de tu blog es una parte que se uniran espero que mas adenate ya que los de tu blog era probadita de tu ff.

    Que feliz me siento a leer un ff tuyo de nuevo, son interesantes y emocionantes a morir, solo que con decir mi padre se quedo con la boca abieta a morir, es mas con decir que cuando actualizaras tus ff le avisara a el para que los leeyera con migo! ¿? raro no?...pero le interesaron y le llamaron la atencion.

    Espero que cuando actualices me avises y a no dejes que tus padres se acerquen a tu computarora no queremos que valla a pasar igual con Agartha, la verdad fue una lastima que perdieras ese documento en donde lo llevabas =(.

    bueno en fin espero verte de nuevo!

    saluda de nuevo tu hermana menor sesshogriss
     
  4.  
    Asurama

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    Colmillo de Sangre
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    Re: Colmillo de Sangre

    Aprendiz

    —Tardaste mucho —le dijo su abuela cuando la recibió en la puerta.
    —Estuve en casa de unos compañeros de clase y ¡uf!, las horas se me pasaron volando.
    —Tu amiga Aiko vino a buscarte, dijo que estuvo esperándote en su casa y no apareciste.
    Satsuki se tensó ¡tenía prohibido hablar!
    —Fui a casa de otros compañeros.
    Su abuela la miró, Satsuki jamás mentía, así que le creyó.
    —Lo mejor es que llames a tu amiga, se veía realmente preocupada. Y te ruego que me avises en donde estás la próxima vez.
    La joven asintió y fue a su cuarto. Miró la cinta mientras encendía su teléfono móvil, que tenía varias llamadas perdidas, todas hechas por Aiko. ¿Qué iba a decirle? Lo más seguro era que estuviera en pleno ataque de pánico. Y así era.
    —Estoy en casa.
    —Por todos los cielos ¿en dónde estuviste? Dime que no hablaste con los desconocidos de los que me contaste —y hasta parecía su madre.
    —No lo hice.
    —¿Entonces en dónde estabas?
    —Fui con unos amigos a tomar algo en una cafetería.
    Aiko sonaba repentinamente deprimida.
    —¿Tienes otros amigos y no me lo has dicho? —y de repente, sonaba enojada— ¿o es que fuiste a un café con esas personas?
    Satsuki suspiró.
    —Fui.
    —¿Es que acaso estás loca? Podía haberte sucedido cualquier cosa, me prometiste que no harías nada.
    —Y nada sucedió —dijo Satsuki pacientemente—. Solo hablamos de… cosas.
    —¿Cosas?
    —De kyudo.
    —Por favor, te lo suplico, no vuelvas a verte con esa gente.
    —No lo haré, te lo prometo, ya tranquilízate —dijo divertida, sobre la repentina neurosis de su compañera de clases.
    De pronto, la llamada se cortó y el corazón de Satsuki dio un vuelco. Era la segunda vez que le cortaban la conversación con Aiko.
    —Es cierto —chilló con un hilo de voz. Realmente estaba intervenida su línea telefónica—. Soy muy joven para morir.
    Su abuela entró en la habitación, pero solo para llevarle algo de comer. No parecía haber escuchado su conversación y se sentía aliviada por eso.
    Sabía que las cosas no se quedarían así, que Aiko seguiría insistiendo hasta averiguar qué había sucedido realmente. Aunque su preocupación era sincera, se preguntó qué sería de ambas si lo supiera la organización —y era más, porque ya lo sabían—.
    El resto del fin de semana, fingió una vida “normal” y no trajo a colación ningún tema relacionado. Su mayor conversación entre ella y su abuela, trató de las noticias en el periódico, nada más.


    Cuando llegó al colegio aquel lunes, Aiko corrió hacia ella y entraron juntas caminando.
    —Lamento no haber podido hablar más contigo, estuve ocupada el fin de semana… y la llamada volvió a cortarse. Me alegra verte bien, me diste un buen susto, Satsuki.
    —Ya te pareces a mi madre —dijo la pelinegra con una divertida sonrisa.
    —Lo siento, no quería molestarte.
    —No me molestas en lo absoluto, solo quiero que no estés todo el tiempo tan preocupada por mí, ya soy grandecita, puedo cuidarme sola —y asimismo se había metido en el lío más grave.
    —Quería preguntarte si podrías acompañarme al templo de mi barrio esta tarde a la salida de clases. No pudimos ir el sábado como habíamos acordado.
    —Me parece bien.
    —Quiero ver algo
    —¿Qué… cosa?
    —Tu mano, tu mano izquierda, enséñamela.
    Satsuki metió la mano tras la espalda.
    —¿Para qué?, no tiene nada.
    —Satsuki-chan…
    La cara de Satsuki se convirtió en un muestrario de gestos, finalmente, le extendió la mano.
    Se había quitado la cinta tras la espalda y la había metido en un bolsillo.

    Las clases se llevaron aquel día del modo más normal, la puntería de Satsuki seguía como siempre, en siete puntos, a veces seis, no volvió a obtener los nueve puntos que habían llamado la atención de la joven rubia, Yukiyo, que no apareció durante el entrenamiento del equipo. Sus compañeras de clases hablaban de apuntes y, algunas otras, de las salidas del fin de semana, nada fuera de lo normal.
    Al acabar con la clase de educación física, Aiko hizo su aparición en la puerta del vestuario. Satsuki llamó a su abuela y le dijo que llegaría un poco más tarde, fue así que ambas de dirigieron hacia el templo al que Aiko acudió la primera vez.

    Ambas anunciaron su presencia a los dioses con unas palmas, luego, saludaron a la encargada del templo con una inclinación de cabeza y Aiko presentó a su compañera.
    —Ella es la joven de la que le había hablado, lamento no haber podido venir antes.
    La mujer de unos treinta y tantos años se pasó la mano por el cabello anudado con una cinta en la nuca, se alisó la túnica y se acercó a Satsuki con movimientos lentos.
    La joven no era crédula, pero le habían sucedido muchas cosas y esa mujer las había predicho fácilmente.
    —Ya es tarde —dijo.
    —¿Eh? —cuestionaron ambas.
    —No creo que pueda hacer mucho por usted ahora. Al parecer, está bajo la vigilancia de un ser peligroso —contrajo el rostro por un momento—, realmente lo lamento mucho por usted, Akemi Satsuki-san.
    Ella estaba tan confundida, no pudo resistir el impulso.
    —Usted es una sacerdotisa, puede intentar algo.
    —Lo lamento, pero creo que esto está más allá de mis capacidades, pero pasen —la mujer las hizo ir hasta el fondo del templo y allí comenzó a repetir cantos frente a una fogata. Esos cantos le recordaron a Satsuki lo que había sucedido en la sede de la organización y no pudo evitar temblar, se mostró nerviosa hasta que la mujer dio aquello por terminado y volteó hacia ella.
    —Usted habló con dos personas que se encuentran en su misma situación y la convencieron de vender su alma a un espíritu maligno muy antiguo, que desea sus capacidades para satisfacer sus ansias de sangre.
    —¿Cómo dice?
    —¿Usted practica kyudo? —ella asintió—. Quiere enseñarle a matar.
    Satsuki se tensó más, así que ese era el verdadero propósito del Colmillo Sangriento, realmente se manejaban cual mafia. No podía evitar creerle a la mujer, todo lo que decía era cierto. Aiko estaba pálida y con los ojos muy abiertos sentada junto a ella.
    —Dime que es mentira lo que ella dice.
    —Es mentira —dijo Satsuki tranquilamente.
    —Los dioses nunca mienten —la reprendió la mujer—, a no ser su dios, con manos manchadas de sangre.
    Satsuki la miró como se hace a un demente.

    —Son tonterías —la tranquilizó la pelinegra mientras caminaban rumbo a su edificio—. No le creas esas cosas, solo quiere asustarte, es mentira todo lo que ha dicho.
    Aiko llevaba una mano en la sien adolorida.
    —Espero, por tu bien, que estés en lo cierto. Pero si alguna vez tienes un problema, yo estaré a tu lado para intentar ayudarte —Aiko forzó una sonrisa—. Siempre seremos amigas.
    Satsuki asintió —casi— feliz.

    La noche serena se sucedió sin novedad, se dedicó a preparar la cena en completo silencio y comió junto a su abuela en silencio total. Mostraba una paz y alegría que no tenía. Dedicó las últimas horas de la noche al estudio, pero estaba tan cansada que finalmente desistió, cuando iba a acostarse, recibió una llamada telefónica de Yukiyo. La simpática chica le propuso ir a su casa en la tarde del día siguiente, después de clases si es que no tenía otros compromisos. Con dudas, aceptó. Temía ser interrogada por algo que no hizo, pero Yukiyo tenía un aura atrayente, irresistible. Satsuki sentía que manipulaban sus emociones, haciéndola confiar en quienes eran amenazas y simplemente no podía resistirse.
    Nuevamente volvió a tener sueños intranquilos, en los que la perseguía una bestia implacable, esos sueños en que la parálisis impedía huir, donde la muerte se aproximaba veloz y se percibía vívidamente. Despertó sudando y miró automáticamente la cinta roja. Se levantó y se sirvió el desayuno que su abuela había preparado. Ella la saludó animadamente y se abstrajo en la lectura del periódico.
    —Qué barbaridad.
    —¿Qué sucede? —preguntó Satsuki dejando de comer mientras veía el rostro desencajado de su adorada abuela.
    —Un templo fue completamente quemado. Entre los escombros se encontraron los restos de una mujer. Estaba irreconocible. Fue cerca de Nerima.
    A Satsuki se le cayó la taza de té. Era allí donde vivía Aiko. El templo quemado era…
    —¿Satsuki? —preguntó preocupada la mujer mientras se acercaba a ella.
    Pero la chica había entrado en shock y tardó en salir de él.
    No acabó de desayunar y fue hasta la escuela como zombie.
    Al entrar a su salón de clases, encontró a Aiko en un estado similar.
    —No entiendo qué pasó —comentó con la mirada perdida y un hilo de voz, sin siquiera voltear hacia ella.
    Satsuki no prestó atención a ninguna clase, dejó en claro que la noche anterior no había estudiado y fue reprendida por estar distraída, al igual que su amiga. Asimismo, su puntería fue pésima y pidió permiso a su instructora para salir de la práctica. Cuando iba saliendo del edificio, rumbo a su casa, se encontró con Yukiyo.
    —¿Te pasa algo? —preguntó preocupada la joven rubia—. Pareces tensa.
    Satsuki, en efecto, sentía todos los músculos agarrotados. Yukiyo sabía lo que pasaba, estaba fingiendo.
    —Y no es por desmerecerte… pero tu “puntería” estuvo…
    —Estoy bien —no pudo aparentar tranquilidad debido a su miedo. A Yukiyo no pareció importarle y la jaló de la mano para que la acompañara hasta su casa.
    El monólogo de la rubia durante todo el camino, le sonó agradable y la tranquilizó. La chica hablaba de sus clases y también de su novio, un chico guapo y algo nerd, que le venía muy bien a la hora de estudiar para exámenes.
    El camino se les hizo corto.
    —Ya llegué, mamá —anunció Yukiyo en la puerta y la pelinegra sintió envidia de que esa joven tuviera lo que ella no ¿Sabría cuan afortunada era?
    La casa era hermosa y tenía una mezcla de sobriedad y alegría. Las paredes eran de un mate cálido y una de ellas, la de la sala, estaba recubierta en madera. Cuando se sentó a la mesa, vio té recién servido, la esperaban.
    —Quería preguntarte si te sientes a gusto con el Colmillo Sangriento —lo dijo sin una gota de cinismo.
    Satsuki, confundida, indicó hacia la cocina, donde se hallaba la hermosa mujer de cabello castaño que era la madre de Yukiyo ¿No estaría hablando muy alto? La mujer volteó hacia ellas y la saludó con la mano izquierda. Ante la sorpresa de Satsuki, la mujer llevaba la cinta sei-shi. Miró a la rubia con un enorme signo de interrogación en el rostro.
    —No ejerce ninguna función, ya no tiene edad para ello, ahora es mi turno, como verás.
    —Es como si dijeras que es algo vieja para ello —no quería sonar atrevida.
    —En realidad, sigue con vida porque tengo buena reputación en la organización, aunque mi rango no sea igual de alto —se encogió de hombros—. Las cosas son así, hay que acostumbrarse, yo tengo más oportunidades que las que tenía ella. Ni el dios ni los maestros tienen nada en contra de esto.
    Entonces, para salir de la organización sin problemas… ¿esa mujer estuvo dispuesta a vender a su hija? ¿A entregarla como un sacrificio en su lugar?
    Yukiyo rió ante la expresión de la pelinegra.
    —No eres la primera que me mira así, no culpes a mis padres, tenían derecho. Yo estoy perfectamente bien, siempre lo he estado —Yukiyo era francamente feliz, mientras Satsuki no se imaginaba a una familia viviendo con eso. El “dios” era un depravado.
    Sonrió forzadamente e intentó aparentar normalidad.
    —Me cuesta acostumbrarme, estoy algo confundida…
    —Todos lo estamos al principio, pero es fácil adaptarse, aunque no lo parezca. Encontrarás cosas muy buenas para hacer.
    Satsuki rogaba que fuera cierto.
    Yukiyo fue hasta la cocina y regresó con un plato con galletas.
    —¿Y ahora qué haré? ¿No podré tener amigos ni salir con nadie?
    Yukiyo chistó.
    —Tú sal y ten todos los amigos que quieras —dijo despreocupadamente—. Solo cuídate de no decir nada sobre la organización… hum… Nos vigilamos unos a otros, es una red cerrada. Y sí, hay miembros que se dedican específicamente al servicio de inteligencia. Te encontrarán donde sea y como sea, siempre estarás protegida.
    —Y amenazada.
    —No tienes por qué verlos como a una amenaza, después de todo, no harás nada malo ¿No es así? —la sonrisa de Yukiyo parecía por demás sincera.
    Satsuki se sintió confiada. Quiso hablar sobre las predicciones que había recibido por parte de Aiko antes de que todo ocurriera, pero después lo repensó y calló. Era muy posible que le hicieran algo a Aiko.
    —Te has quedado tan callada…
    —¿Eh? No, solo estaba pensando…
    —¿En qué?
    —En lo rápido que sucedió todo esto. En verdad no he podido pensarlo sino hasta ahora…
    —Entre los de mi rango, tenemos una regla de supervivencia bastante sencilla —comentó Yukiyo, como recordando algo muy bueno—. Hazlo primero y piénsalo después. Cuando te dan una orden, cúmplela y luego piensa en las consecuencias.
    —Podrías meterte en un buen lío.
    —El lío lo tendrás si les causas problemas.
    —Son los maestros ¿no es así? —Satsuki sabía que ellos lo controlaban todo
    —Somos todos. Tú, yo, ellos. A veces, tenemos que arreglárnoslas solos y, otras veces, dependemos unos de otros.
    —¿Por qué?
    —Depende del humor de nuestra deidad.
    —Tu… nuestra “deidad” es un desastre.
    —No vuelvas a decir algo así, ella nos soluciona muchos problemas.
    —Se supone que nosotros mismos debemos de solucionar nuestros problemas.
    —A veces sí… pero otras veces, las circunstancias están fuera de nuestro alcance. El Colmillo Sangriento no se quedará con los brazos cruzados, a ver qué pasa. Nosotros manejamos las situaciones, las situaciones nunca nos manejan.
    —Por todos los cielos, Yukiyo, el Colmillo Sangriento nos maneja.
    Yukiyo miró al plato de galletas y luego miró de lleno a la pelinegra.
    —Bueno… yo creo que, de un modo u otro, somos nosotros los que manejamos a la organización y al dios, y así es como nos trata. Es un círculo vicioso del que nadie puede salir. Aprendemos a vivir con eso, como un enfermo crónico hace con su mal —tomó aire y observó las posibles reacciones de su nueva amiga—. Pero yo no veo esto como un mal, tengo todo lo que quiero, todo lo que necesito.
    —Pero le regalaste tu vida a un perro salvaje.
    —Prefiero hacer algo interesante con mi vida, aunque ésta no me pertenezca del todo, antes que vivir en la monotonía de todo el mundo.
    —Ves las cosas del lado más sencillo.
    —No deberías de buscarle la quinta pata al perro, Akemi-san. Podría molestarse.
    —Aún no creo mucho en eso del dios.
    —Mi abuelo tenía cáncer. Le pedí ayuda al dios y se curó en días. Un milagro. La familia de Keichiro tenía graves problemas económicos antes de ingresar al Colmillo Sangriento, y ahora, mira nada más el coche que conduce.
    —¿Su familia lo sabe?
    —No ¿Cómo crees? No hubieran salido vivos, claro, a menos que los hubiera metido al Colmillo Sangriento junto a él.
    —¿Él se metió por voluntad propia?
    —Fue invitado.
    —Corrección: fue obligado.
    —Él recibió una marca en la mano izquierda antes de recibir su cinta.
    —¿Todos los miembros son introducidos así?
    —Cada uno tiene su historia, puedes preguntarles —son muy amables—. Por todos los cielos, Satsuki, somos personas normales, no monstruos. Tan solo somos diferentes del resto ¿Nunca te has sentido diferente?
    Satsuki intentó pensar en un momento en que se hubiera sentido muy diferente a las otras personas y recordó el fallecimiento de sus padres. Todos la miraban con pena y lástima, algunos incluso con desprecio. Asintió.
    —No por eso tenemos que ser discriminados.
    Satsuki volvió a asentir a las palabras de la rubia.
    —Gracias por todo, tengo que irme ahora —le dijo poniéndose de pie. Prefería cortar la conversación antes de que las cosas se le pusieran complicadas.
    —Está bien —Yukiyo se puso de pie y la acompañó hasta la puerta—. Eres bienvenida en casa cuando quieras y si necesitas algo, no dudes en pedírmelo, te ayudaré en lo que sea, todos te ayudaremos.
    Satsuki asintió nerviosa, se despidió y se fue rápidamente.
    La vida tenía ahora un sabor distinto ¿Sería verdad que todas esas personas que le habían apuntado antes con dagas tenían un lado bueno? ¿O todo eso también era fingido? ¿Eran marionetas sin emociones, disfrazadas?
    En la organización, las emociones eran dejadas en un segundo lugar. Primero estaba el orgullo, el poder, el hecho de sobresalir. Algo —o alguien— impedía que los miembros se rigieran por las emociones, al contrario de la mayoría de las religiones. Algo o alguien manipulaba sus pensamientos en una única dirección. Se sintió una oveja de un rebaño llevado a esquilarse… o preparado para ser faenado.

    La semana fue completamente extraña y Satsuki se vio obligada a cambiar todos sus hábitos y horarios. Se levantaba temprano en la mañana para estudiar, incluso antes que su abuela y se tragaba páginas completas en solo minutos, su nivel de concentración había aumentado rápidamente, al igual que su capacidad de retención, su memoria, los razonamientos lógicos… tenía la impresión de que su cerebro trabajaba como si de una máquina se tratara, no era normal. Podía exigirse mucho y no se cansaba. Además, comía menos, su apetito había disminuido, no así sus energías, que parecían aumentar. En clases y en la práctica de arquería, su concentración había aumentado mucho… no así su técnica. En las noches, su cerebro seguía funcionando y se dedicaba a encerrarse en su cuarto y leer libros que Yukiyo le facilitaba, pequeños secretos de supervivencia para miembros nuevos en el Colmillo Sangriento. Casi todos los trabajos se referían a los miembros como si de animales se trataran. Es decir, servían a un “dios animal”, pero también ellos tenían “pensamientos animales”, básicos, instintivos.
    Sentía que algo manipulaba su mente y, recientemente, su cuerpo. No podía evitarlo y se dejaba controlar por esa fuerza ajena. Comenzaba a comportarse como una marioneta, un animal de costumbres que daba respuestas simples a cualquier estímulo, simple o complejo, de forma despreocupada, igual que Yukiyo. Estaba perdiendo la voluntad.
    Todas las tardes, Yukiyo estaba esperándola a la salida y se la llevaba, junto a Keichiro, a la sede del Colmillo Sangriento. Tenían una cátedra sencilla de más o menos una hora, en que algunos instructores explicaban a los miembros recientes, la dinámica general de la organización y algunos programas de actividades. Algunos de los temas eran, por ejemplo, desglosar historias antiguas o algunas leyendas desde todos los puntos de vista posibles, en especial, los puntos que les interesaban a ellos. Otros temas eran más básicos, como sus ideologías, cuyo fin último era obtener poder o algún otro jugoso beneficio de “los más débiles”. Todas las decisiones y acciones estaban limitadas por un estrecho espacio entre el morir y el vivir. Ley animal. Satsuki comenzó a dudar de su propia condición humana.
    Lo único que deseaba era obtener un beneficio económico para salir de la pobreza y ellos le prometían que lo lograría más rápidamente cuanto más cosas hiciera por la organización, y cuanto más deseara el poder, como si de ello dependiera su vida. Sin darse cuenta, fueron torciéndole su meta: de ayudar a su economía, pasó a pensar en beneficiar a la organización… y así, el Dios le devolvería el favor. Instinto altruista, ley animal. Ella era la organización y viceversa.
    Pocas veces pensaba las cosas que quería, sabía que le estaban lavando el cerebro, pero no podía evitarlo… su mente se estaba volviendo un manojo de instintos básicos: supervivencia, miedos, deseos, necesidades, dependencia. El poder del Colmillo Sangriento era una fuerte droga, el poder era una droga.


    —Hola, Satsuki, espero no estés ocupada, porque te estamos esperando —anunció Yukiyo muy animada por teléfono.
    —¿Esperándome? ¿Para qué?
    —Tenemos actividades en un predio de la C. Cuando llegues te daremos más detalles. Ve hasta la entrada de tu colegio, Keichiro y yo te estaremos esperando, él se ofreció a llevarnos a las dos. Oh, algo importante, trae ropa deportiva y tal vez una botella de agua mineral.
    —Está bien —dijo Satsuki antes de que Yukiyo cortara la llamada. No tenía idea de qué podría tratarse todo eso, pero parecía divertido y Yukiyo se oía muy animada. Quizás formar parte del Colmillo Sangriento no solamente se limitaba a recibir amenazas y órdenes, tal vez se comportaran como una escuela normal de vez en cuando.
    Se colocó una calza blanca ajustada, zapatillas blancas y una camiseta ajustada que formaba parte del conjunto y que solía usar en sus salidas. Metió una botella de agua mineral en su mochila —tenía muchas en la nevera— y le anunció a su abuela que saldría.
    —¿A qué hora volverás? —le preguntó su abuela, preocupada por verla salir todos los días. Satsuki le decía que se trataba de un grupo de amigos, pero ella pensaba que se trataba de algo más que solo eso, necesitaba asegurarse de que estaba bien.
    —No te preocupes, volveré temprano, te llamaré cuando llegue y te llamaré antes de regresar.
    —Satsuki.
    —¿Sí, abuela?
    —Un día deberías traer a tus amigos a casa, me gustaría conocerlos.
    Ella dudó. Dejar entrar al Colmillo Sangriento a su casa era como dejar abierta la puerta de la jaula de una bestia hambrienta y feroz. Después de todo, la “deidad” era eso.
    —Te prometo que lo haré.
    Yukiyo y Keichiro parecían ser buenas personas, incluso eran sinceros, pero no era nada agradable la manera en que la habían engañado para meterla a la secta. Además, le habían prohibido hablar de cualquier cosa que hicieran dentro. No sabía bien cómo afrontar esa situación y por eso era una presa fácil y podía ser dominada. Aún se preguntaba cómo habían hecho para obtener sus datos personales y los de su familia, pero lo habían hecho.
    Ellos lo atribuían a los poderes del dios, pero ella aún no creía que existiera algo como un dios perro. No era ninguna tonta y era fácil entender que la organización tenía una división mafiosa que posiblemente se encargaba de todo eso. El modo de captar y de manejar gente era la mejor prueba de ello.
    No era necesario hacer un gran esfuerzo mental para recordar la larga lista de reglas, todo era muy sencillo: si hacía algo que a ellos no les gustaba, iba a morir, y también todas las personas relacionadas con ella. Manipulación por el miedo, cuánto los odiaba.
    En el fondo, sabía que no era la culpa de Keichiro y Yukiyo, puesto que ellos también habían sido víctimas del más fuerte. El Colmillo Sangriento se regía por la ley del mundo salvaje. Comenzaba a entender lo que era el concepto de esa deidad y no le gustaba.
    Finalmente, después de ir al trotecito, llegó al predio de su colegio, donde el coche gris ya esperaba. Intentó mostrarse animada.
    “Ellos no tienen la culpa, ellos no tienen la culpa”, se repetía. En todo caso, la culpa era meramente suya por no haber oído las palabras de Aiko y haberse dejado engañar de esa forma tan tonta. A veces, la astucia le fallaba, sabía que toda la vida sería mejor con el Kyudo que con cualquier otra cosa.
    —¿A dónde vamos? —preguntó animada. Después de todo, ya estaba metida hasta el cuello ¿Qué podría ser peor?
    —Vamos a las afueras de la ciudad —comentó la chica rubia tranquilamente.
    —¿A las afueras de la ciudad? —dijo alarmada.
    —Es el terreno privado de un miembro adinerado. Allí se ha hecho un campo deportivo, solemos ir todos los domingos y, a veces, los sábados.
    —¿Se preparan actividades?
    —las actividades allí generalmente se remiten a juegos y a deportes, ya que hay muchos miembros que entrenan para diferentes disciplinas.
    —¿Entonces podré practicar Kyudo?
    —A los instructores les encantará tenerte —comentó Keichiro, mirándola por el espejo retrovisor—. Tendrás la mejor puntería de todos los clubes que pueda haber.
    —¿Seguro?
    —El dios no admite dudas. Ni errores.
    Satsuki se quedó en silencio.
    —Aún no crees ¿verdad? —murmuró Yukiyo.
    —No estoy muy segura —estaba en la etapa de la duda y se sentía una presa fácil. Solo tenía que pasarle algo muy bueno o muy malo como para que comenzara a creer. Los miembros eran capaces de hacerle cualquier truco con tal de que creyera.
    Después de conducir por horas, llegaron a un propiedad realmente grande, que tenía campos de juego para prácticamente todos los deportes.
    —Hay mucha gente —comentó sorprendida la pelinegra.
    —Claro —le dijo Yukiyo—, esto es divertido, nadie quiere perdérselo. El juego de las mañanas es el mejor de todos.
    —¿Qué clase de actividad se practica tan temprano en la mañana?
    —Práctica general para todos los miembros —comentó Keichiro—. Nos hemos inventado un juego propio. Todos los miembros, sin excepción, tienen que tener habilidad en una pelea. Es uno de los méritos del dios.
    —¿Un juego propio? Bueno… no era con lo que quería comenzar, pero me gusta aprender cosas nuevas.
    —Te explico —le dijo Keichiro—. Usamos un campo del estilo del balonmano, pero con diferentes clases de balones —le mostró un carro enorme, lleno de redes con balones de diferentes formas, tamaños y colores, que debía ser arrastrado por dos muchachos—. Jugamos en equipos de quince, divididos en subgrupos de cinco jugadores. Todos esos balones tienen diferente peso y dinámica. Dependiendo de eso, cada uno tiene un valor. Hay que anotar veinte puntos haciendo pasar los balones por las marcas a los lados de las líneas finales. Son en total veinte minutos de juego, debido a que somos muchos.
    Satsuki sintió que le ponían una mano en la cabeza y la empujaban con fuerza hacia delante.
    Volteó para regañar al que había intentado hacerla caer y vio a Amano.
    —No todo en la vida es pararse como estatua —dijo al tiempo que hacía mímica, colocándose en la posición de disparo en Tiro con Arco.
    —¿Vienes a jugar? —preguntó Satsuki sorprendida.
    —No, vengo a ver cómo se matan entre ustedes —dijo en un típico tono inexpresivo, al tiempo que iba a sentarse a sus anchas en una silla blanca metálica, en un rincón.
    —Nadie quiere jugar con él —le comentó Keichiro.
    —¿Por lo antisocial?
    Yukiyo la calló.
    —Porque tiene mucha fuerza y corre demasiado rápido —la rubia negó con la cabeza—. Juro que aún no entendemos cómo lo hace —se sonrojó y miró para otra dirección. El chico llamaba la atención, era inevitable.
    —Así que no quieren perder —comentó Satsuki.
    —Perder en contra de Amano-sama no es agradable —comentó Keichiro—, un día vas a entender lo que digo.
    Satsuki miró a Amano de reojo, nada en él era agradable, había algo que le molestaba.
    Quizás, lo que tanto le molestaba era sentirse incapaz de quitarle los ojos de encima.
    ¿Por qué no querían perder en contra de él? ¿Qué hacía?
    —Eh, Satsuki —la llamó Yukiyo ya en el campo de juego, agitando una mano.
    Satsuki pareció bajar a la tierra y fue con los chicos. Lo primero que debían hacer, era un precalentamiento, correr. Aunque estaba en buena forma, ella no estaba muy acostumbrada a correr, ya que moverse no era un requisito necesario en la disciplina que practicaba. Además, no podía correr todos los días y sólo lo hacía, con suerte, dos veces a la semana. Terminó jadeando como si hubiera corrido un maratón y le enojó que algunos rieran.
    Se sentía observada. Al voltear hacia un rincón, vio los intensos ojos de Amano y volvió a lo suyo, fingiendo que no pasaba nada ¿La estaba observando? Era incómodo.
    Los grupos aparentemente ya estaban formados, así que tuvo que meterse por ahí. Quince de ellos recibieron una casaca blanca y los otros quince, una azul. Los equipos eran mixtos. Había tanto hombres como mujeres y casi todos aparentaban ser mayores de veinte años, salvo Yukiyo, Keichiro y algunos otros como ella.
    Las posiciones eran cuatro líneas y… no había portero. No tardó en darse cuenta de que todos debían oficiar de porteros. En realidad, no era un partido justo, era una batalla de “todos contra todos”, donde cada quien debía defender y atacar por su cuenta, cual si jugara solo. Los balones negros eran pequeños, macizos y pesados, podían lanzarse y rodar, pero no botaban. Los balones rojos eran iguales a los de baloncesto en peso y dinámica, aunque un poco más grandes. Los balones azules eran los que tenían más vuelo y, por lo que vio en el juego, el golpe favorito era la patada voladora para lanzarlo, pero también botaban mucho. Los blancos eran tratados como balones de soccer y lanzados por el suelo.
    Era un juego casi sin reglas y lastimarse era fácil. Ya entendía por qué Amano decía que era como matarse entre ellos. No había vuelto a verlo a los ojos, pero se sentía fuertemente observada, tanto que la intimidaba y concentrarse no era sencillo.
    Al acabar los interminables veinte minutos, los treinta salieron del campo y les dejaron sus lugares a otros. En campos contiguos, se jugaban pequeños partidos de voleibol, balonmano, baloncesto y soccer. En realidad, había campos para todas las disciplinas ¿Tanto dinero podían llegar a tener los miembros como para comprar todo ese terreno?
    —Ya quiero mi entrenamiento privado —se quejó agotada, mientras se sentaba sobre la hierba en un rincón y sacaba la botella de agua mineral de su mochila para abrirla y beber.
    Se pasó un buen rato viendo cómo se organizaban y jugaban los equipos de las diferentes disciplinas. Parecía su colegio en la hora de Educación Física.
    —¿Y? ¿Te gustó? —dijo con un tono divertido la chica rubia mientras se sentaba a su lado.
    —Me parece un juego peligroso.
    Yukiyo indicó con la vista a Amano.
    —Dicen que jugar partidos de lo que sea con Los Ocho es realmente peligroso —murmuró entre dientes.
    —¿Por qué?
    Yukiyo no podía creer el nivel de ingenuidad al que podía llegar la mente de esa chica.
    —Cuando me dijeron… lo que me dijeron —la pelinegra trató de que no sonara como un reproche—, pensé que podría venir aquí a practicar Kyudo, y gratis, eso solamente y…
    —¿Quieres tiro de arco? —le dijo Keichiro mientras se acercaba a ellas al trotecito—. Pues, vas a disfrutar esto.
    Un muchacho se puso una casaca blanca y tocó un silbato mientras hacía una señal con la mano derecha. Una muchacha de más o menos la edad de Yukiyo arrastró un carrito hacia el campo. En el acto, Amano y siete personas de unos treinta años se pusieron de pie y caminaron hacia ella.
    El carrito contenía equipos para tiro con arco. La joven comenzó a entregarles los equipos de protección, arcos y carcaj con flechas a cada uno de los ocho, no sin antes hacerles una profunda reverencia.
    Oculta detrás de la pizarra-tablero, había preparada una fila de diez dianas de tiro. La línea de tiro la constituía el límite lateral del lado opuesto del campo de juego. Los ocho caminaron en una hilera perfecta hasta pararse en esa línea.
    Cuando Amano pasó frente a los tres, volteó a ver a Satsuki.
    —Mira y llora —susurró. No llevaba protección alguna, tan solo un arco blanco.
    Un muchacho hizo sonar una señal y, en coordinación perfecta y con un movimiento fluido, los ocho prepararon y apuntaron flechas. Con una segunda señal, dispararon. El tiro fue de diez puntos para cada uno.
    Satsuki se quedó mirando con los ojos muy abiertos. Ella había tenido que esforzarse mucho para alcanzar nueve puntos.
    —Son el primer rango alto fuerte —le dijo Keichiro—. Los llamamos “el grupo de los ocho”.
    Yukiyo se inclinó hacia su oído.
    —Yo no te dije esto, ¿oíste? pero “Los Ocho” son expertos asesinos.
    En ese momento, volvieron a disparar, obteniendo nuevamente diez puntos.
    Dispararon al mismo tiempo, por tercera vez. El resultado fue nuevamente de diez puntos, pero Amano dio sorpresivamente en el rango X. Satsuki se puso nerviosa, ya entendía por qué le había dicho “mira y llora”.
    —En cualquier competición entre miembros, tenemos prohibido pedir los favores del dios —comentó Keichiro—. Sería injusto.
    —Injusto —masticó la pelinegra. Eso significaba que cada uno de esos tiros era de mérito y entrenamiento propio de cada uno. Esas personas, vistas desde otro ángulo, parecían muy respetables, no podía imaginárselos usando esas habilidades para matar, pero así era. Sus ojos habían quedado adheridos a la flecha “X” de Amano. Él sí parecía un asesino y estaba enojada consigo misma por envidiar a alguien así.

    Ella fue hasta el carrito, tomó un equipo y se paró en la línea de tiro. Apuntó a la primera diana y dio justo en el rango ocho. No pudo evitarlo y miró de reojo a Amano, que seguía sentado a sus anchas en la blanca silla metálica. Volvió a intentar otro disparo y dio en el rango ocho nuevamente; sus ojos fueron al rincón. Lo vio bostezar de una forma totalmente sarcástica y montó en cólera ¿por qué? ¡Con puntería de rango ocho, era la mejor en su clase! Volvió a disparar y dio en el rango siete. Se maldijo a sí misma. Volvió a mirarlo, buscando aprobación —o desaprobación—, lo vio mover los labios.
    De pronto, Yukiyo se acercó corriendo hacia ella.
    —¿Qué dice? —preguntó la pelinegra en susurro.
    —Que tu puntería da asco —dijo la rubia.
    Satsuki quería llorar.
    —Pero si yo obtuve casi diez puntos —se quejó.
    —Era una señal que el dios esperaba que viéramos —dijo la rubia tranquilamente.
    —¿Cómo dices?
    —Sí, cuando oímos hablar de ti, nos fue encargado a Keichiro y a mí buscarte. Yo siempre iba a verte en tus prácticas. El día en que obtuvieras diez puntos, debíamos pedirte que nos acompañaras. El tiro no lo hiciste tú, lo hizo el dios.
    Satsuki estaba segura de que ese tiro era de mérito propio.
    —Oye, tengo la mejor puntería en mi clase. Esto es prácticamente un insulto, he entrenado mucho y muy duro. Si el dios hiciera las cosas tan sencillas, no vendría aquí a practicar.
    —Lo sabemos, todos pensamos lo mismo. Pero si te han mandado venir aquí, significa que quieren que aprendas por mérito propio más que con la ayuda del dios, que te desarrolles al máximo. El próximo tiro de diez puntos será totalmente tuyo... Quien sabe… —su voz se volvió sugerente—, tal vez con una buena puntería, te pongan un cargo y te suban de rango.
    —Eso no me interesa.
    Yukiyo sonaba dulce y seductora.
    —Pero te interesará.
    —Largo —dijo una grave voz—. Estás obstruyendo el entrenamiento —la regañó fuertemente Amano.
    Yukiyo hizo una profunda inclinación de cabeza y se disculpó.
    —Lo siento, Amano-sama —estaba avergonzada.
    —Largo —volvió a decirle él y la rubia corrió.
    Lo que hubiera dado Yukiyo por tener la posibilidad de subirse diez rangos más y llevar la codiciada cinta dorada. Solo los de primer y segundo rango podían dirigirle la palabra a Amano. Ella solo se dedicaba a la parte de programaciones y oficiaba de informante en casos simples. Tenía la impresión de que los maestros y el dios la dejaban vegetando. Satsuki en cambio tenía la posibilidad de subirse de rango y no le importaba ¿cómo era posible?

    La pelinegra se quedó mirando directo a su cara.
    —¿Qué me ves? —la regañó él en un tono sumamente amenazante y ella bajó la vista.
    —Me… ¿enseñas?
    Él entrecerró los ojos y la miró en silencio. Satsuki era rara ¿Acaso no se asustaba de él como los otros? Le pasó el arco.
    Ella lo tomó, cargando una flecha y tensando la cuerda.
    —Levanta más el brazo y adelanta un poco la pierna —ella aprendió una posición que la hizo pensar en un arma de batalla—, pon la flecha en donde pones la vista. Eres una máquina de disparar ahora, entonces actúa como tal, sin pensar.
    Sintiéndose como una marioneta y como autómata, soltó la flecha antes de razonarlo, sin dudar. Obtuvo nueve puntos.
    —Buen intento, Akemi —le dijo él en forma despectiva.
    Satsuki pensó que quizás no era algo personal, él parecía ser hosco por naturaleza.
    Siguió practicando hasta llegar el medio día. Solo en dos oportunidades volvió a ver a Los Ocho entrar en la línea de tiro y disparar, como motivando a los aprendices.

    En la tarde, le pidió a Keichiro que la llevara hasta su casa. El muchacho accedió, pero la llevó hasta una zona cercana a su edificio.
    Entonces, era verdad que, entre miembros, debían mantener cierta distancia, por cuestiones de seguridad.
    Después de almorzar, le contó a su abuela que había estado entrenando y había conseguido avanzar, su abuela se puso feliz por ella y la instó a esforzarse.
    —Abuela, si gano un premio, ya no tendremos problemas económicos —dijo feliz.
    Su abuela estaba feliz por ella, mientras hubiera cariño entre ellas, el dinero pasaba a ser una cosa de menor importancia, por más que fuera necesario para vivir.
    Esa filosofía de vida le gustaba a Satsuki ¿Sería verdad que conseguiría ayuda en el Colmillo Sangriento?
    Se quedó mirando a su abuela, sintió miedo y un deseo fuertemente reprimido de echarse a llorar.
    Tan pronto como acabó de comer, se sentó frente a una montaña de libros y se puso a estudiar. Curiosamente, las tareas que solían causarle fuertes dolores de cabeza le resultaron sencillas, aún en su reciente estado depresivo. Era poco probable. Al llegar la noche, había estudiado prácticamente más de la mitad de la unidad a la que correspondía su próximo examen, el terrible examen.
    —Seas lo que seas no creo en ti —murmuró al supuesto dios—, si quieres que crea, vas a tener que darme una muy buena prueba —antes de acabar de decirlo, se sobresaltó por un llamado en su teléfono móvil. Bip, bip, bip… número desconocido… bip, bip, bip…
    Atendió rápidamente y esperó a que alguien hablara.
    —Satsuki ¿Cómo estás para el examen del jueves? —preguntó alegremente Aiko—. Lamento llamarte desde este teléfono, pero el mío se descompuso justo ayer, no sé qué le pasó, creo que la batería ha muerto —rió.
    —Estoy bien —soltó la pelinegra en un suspiro.
    —Pareces tensa.
    —Ha de ser tu imaginación. El examen estará muy sencillo.
    Aiko rió.
    —Siempre tienes dificultades.
    —Yo también estoy sorprendida de haber podido estudiar tan rápido —de pronto, recordó que el dios supuestamente ayudaba al desarrollo físico y mental.
    —Me alegra oírte bien. Te llamaré pronto, debo seguir estudiando.
    —Está bien, te veré Aiko-chan.
    —¿Quién llamaba? —preguntó su abuela mientras entraba con un plato de encurtidos para la cena.
    —Era Aiko, quería saber cómo van mis estudios, sabe que tengo la cabeza dura.
    —No te subestimes, hija mía, todos tenemos dificultades alguna vez en la vida, pero hay que saber sobrellevarlas de la mejor manera posible. La ignorancia es un enemigo al que hay que vencer a toda costa.
    —Gracias —le dijo ella mientras, de paso, probaba la cena—. Está delicioso.
    Guardó los libros y se sentó con su abuela.
    —Abuelita, cuéntame esos cuentos que me contabas para dormir.
    —Creí que nunca te habían gustado los cuentos de hadas.
    —Sí me gustan —aunque no creía en nada, necesitaba escuchar algo fantástico para olvidarse de ciertos problemas sin solución. Su abuela le contó historias mientras ella cenaba. Satsuki sintió que regresaba repentinamente a sus seis años y era protegida por sus padres. Aunque se suponía que no podía verlos ni sentirlos… lo estaba haciendo, como si ellos existieran y estuvieran con vida. Dejó que su mente volara por universos paralelos en los que existían dioses de la naturaleza y demonios de los bajos mundos, que peleaban entre sí en una constante batalla interna. Así de ambigua era la mente del ser humano.
    Y repentinamente, vio a la silueta canina y se dejó invadir por la falsa idea de la existencia del dios perro.
    De pronto, fue invadida por una oleada de emociones caóticas, autodestructivas. No se reconocía a sí misma e intentó fingir, ante la anciana, que nada estaba pasando.
    Al acabar la cena, le dio las buenas noches y se retiró a su cuarto. Compungida, se hizo un ovillo en el suelo mientras abrazaba un viejo muñeco de felpa, regalo de su madre y lloró en silencio.
    Aquella noche, no pudo conciliar el sueño.
    Se levantó temprano, preparó el desayuno para ella y su abuela y luego se colocó su uniforme.
    A las siete en punto, salió por la puerta como un cohete a presión, no sin antes saludar al retrato de sus padres y llegó al colegio de modo puntual. Nunca había sido tan rápida, ni había puesto tanto empeño. En el fondo, se sentía mejor que antes.
    Todas las semanas transcurrieron con la misma monotonía. Yukiyo seguía apareciendo en las tardes, llevándosela y, cuando sus tardanzas en casa fueron aumentando, ella debió inventar una muy buena excusa que la pintaba entrenando horas extra en el club del colegio. Paulatinamente comenzó a alejarse de Aiko.
    Las cosas que sucedían en la organización eran impredecibles y hasta comenzaban a resultarle divertidas, el único control que parecía haber era el de los maestros. Y solo dos cosas eran invariables: el sentimiento de una preocupante “normalidad” y Amano sentado a sus anchas en un hermoso sofá blanco en un rincón. Cuando uno entraba en la sede, veía el movimiento típico de un edificio de oficinas. Operarios trabajando, yendo y viniendo. No todos eran asesinos, como imaginaba: eran personas normales que hacían cosas normales. Salvo algunos, que eran “raros”.
    ¿Cuál era la diferencia entre “los de adentro” y “los de afuera”? Ah, sí, el poder. Esa gente nadaba en dinero —posiblemente robado—, se paseaba en súper coches —posiblemente concedidos por la secta— y ostentaban altos cargos sociales —posiblemente por extorsión—. Y también tenían habilidades físicas e intelectuales notables… y eso sí que no tenía explicación lógica.
    Después de haber pasado vergüenza con su puntería, se puso a entrenar duramente en el campo de la organización. Su habilidad de tiro no solo se limitó al arco y la flecha, sino que comenzó a practicar con diferentes tipos de armas y objetos. Incluso se encontró ejercitando la puntería con el balón, en el campo de baloncesto y con latitas de soda en cualquier lado, el colegio, la acera…
    Ella no volvió a ver a Amano en el campo deportivo de la organización, no asistía a las prácticas, aunque sí estaban los otros del grupo.
    Y un mes y medio pasó…


    Entró a la sala y se apoyó contra una pared. Barrió todo el lugar con la mirada, los muchachos estaban apoyados contra las otras paredes, en los sillones se sentaban unas chicas. En el sillón blanco que estaba en un rincón, Amano estaba sentado a sus anchas, como era su costumbre, escuchando cómo una de las chicas le hablaba sobre tasas de cambio. Al notar su presencia, la chica se calló. Todas las miradas recayeron en Satsuki. Veinte pares de ojos curiosos.
    —Este no es sitio para novatos —se burló uno de los muchachos que estaba cerca de ella—. Aquí solo entran los de élite.
    Ella se sonrojó y bajó la vista.
    —Yo… lo siento…
    Todos rompieron a reír. Satsuki no se había dado cuenta de que solo estaban buscando un motivo para burlare de ella, como su ignorancia, por ejemplo. El de la mirada impasible no movió un solo músculo, la miraba como a un insecto. Era su forma de burlarse.
    Cuando estaba a punto de decir algo, la puerta se abrió y Yukiyo entró con el rostro desencajado.
    Los muchachos comenzaron a burlarse.
    —¿Qué te pasó, Tsujikawa-san? —le preguntó uno— ¿Te dejo tu novio?
    Ella lo fulminó con la mirada.
    Todos comenzaron a hacerle bromas suaves. Ella torció la boca en un gesto que quiso asemejarse a una sonrisa amable. ¿Qué importaba que la hubieran desplantado? Estaba en la élite.
    —¿No quieres salir conmigo, Amano-sama? —preguntó.
    Al principio, él no parecía haber salido de su autismo. Soltó un sonido parecido a una risa y se llevó el dorso de la mano a la boca. Buscó en el bolsillo trasero de su pantalón y sacó una hoja para masticarla.
    —¿Es broma?
    Nadie nunca bromeaba con él, nadie tenía el pellejo. Yukiyo se quedó congelada, negó con la cabeza, la propuesta había sido hecha medio en broma, medio en serio. El silencio en la sala era total.
    —¿Por qué iba yo a querer salir con alguien como tú? —dijo en un tono despectivo e hiriente que no transmutó para nada su expresión.
    La sonrisa se borró del rostro de Yukiyo y la expresión se le desencajó peor que antes. Las palabras de Amano le habían dado tan duro como un gancho al hígado. Se sentía estúpida, adolorida y quería salir de ahí.
    Satsuki se sintió mal por ella.
    —Eres un desgraciado, un gusano —le dijo—, un abusivo ¿lo sabías?
    Él le dirigió la mirada.
    Todos los muchachos presentes comenzaron a hacerle propuestas a Yukiyo, pero ella no parecía oírlas. Uno de ellos, enojado, repensó las palabras de Satsuki, la miró, luego se fijó en la deprimida chica rubia y finalmente miró al joven de ojos azules de modo despectivo.
    —Mira nada más lo que le has hecho a Yukiyo, no te abuses de tu posición —caminó hasta él—. Akemi-san tiene razón.
    Todos se acercaron, curiosos.
    —¿Ah, sí? —preguntó Amano sin emoción.
    —Sí —le retrucó el muchacho.
    Amano se paró con ambas manos en las caderas, acercó su rostro a él y lo miró con burla.
    —¿Ah, sí?
    —Sí, estoy de acuerdo con ella.
    Amano lo golpeó directo al centro de la frente, con tanta fuerza que lo hizo caer inconsciente. Estaba a una distancia demasiado corta como para creer que tenía posibilidad de sobrevivir al golpe.
    —¿Alguien más está de acuerdo con Akemi-san? —preguntó abarcándolos con la vista.
    Todos retrocedieron y se pegaron a las paredes, menos la aludida, que se había quedado paralizada. Él caminó directo hacia ella. La pelinegra se sintió como una hormiga a punto de ser aplastada.
    —Ya hablaré contigo más tarde —fue como si le dieran un electroshock directo a la columna.
    Al rato, entró una mujer con unas planillas y se puso a repartirlas entre algunos de los presentes, mientras daba instrucciones para su uso. Al acabar de informar a los jóvenes, los despidió.

    Satsuki estuvo nerviosa durante todo el camino a su hogar, las palabras tan parcas pero tan amenazantes, le daban vueltas en la cabeza ¿Qué iba a hacerle? ¿Cobraría venganza? La imagen de la repentina e inesperada muerte la había traumatizado. ¡Y para ellos, maldita sea, era tan normal! ¡Pusieron ese cadáver en una bolsa de residuos como si solo sacaran la basura! Hizo un esfuerzo sobrehumano para convencerse de que nada pasaba, ni pasaría, aparentar normalidad, como siempre. Soltó todo en un largo suspiro.
    —Ya regresé —anunció a su abuela desde la puerta, mientras se sacaba el calzado para meterlo en el acomodador.
    —Satsuki, estaba esperándote, unos muchachos tocaron a la puerta hace unas horas.
    —¿Eh?
    —Sí, dijeron que tenían algo para ti —a su abuela se le dibujó una enorme sonrisa—. Trajeron un paquete enorme con tu nombre, dijeron que era un obsequio, está sobre tu cama, en tu habitación.
    —¿Unos muchachos? —preguntó extrañada, ella nunca le daba su dirección a nadie que no fuera de su plena confianza— el Colmillo Sangriento.
    —¿Cómo dices? —preguntó la anciana mujer, sorprendida.
    —Nada, no he dicho nada, abuela —se retractó la joven mientras iba rápidamente a su cuarto.
    Cerró la puerta y se quedó mirando a la enorme caja blanca que estaba sobre su cama ¿Qué podía regalarle el Colmillo Sangriento así como así? ¿Era bueno abrirla? Viniendo de ellos, podía tener tanto riquezas como serpientes venenosas.
    La sobresaltó el sonido de su teléfono móvil y se apresuró en atender.
    —¿Diga?
    —Quiero saber si llegaste bien a tu departamento —dijo la amable voz de un hombre.
    —Sí.
    —¿Y ya abriste nuestro pequeño regalo?
    —No —balbució ella.
    —¿Pues a qué esperas? —dijo la entusiasta voz.
    Ella abrió como autómata y soltó un sonido de asombro que hizo reír a la persona del otro lado. Tenía ante sus ojos un vestido de género brillante, de varios tonos de azul claro, con falda tubo corta, cuello alto y sin mangas. También había dentro otra pequeña caja que tenía unos zapatos de un celeste muy claro, que combinaban bien con el vestido y dentro, había un sobre con una considerable cantidad de dinero.
    —Ve a Shiba-Koen antes de las diez y usa ese dinero para pagar la tarifa del transporte.
    Shiba Koen estaba en el distrito de otro barrio, pero tenía miedo de desobedecer. Con esa facilidad habían dejado una sorpresa en su casa y asimismo podían entrar y hacer algo si se negaba. Asintió y el hombre le dijo que alguien estaría esperándola en ese lugar. Ella pensó automáticamente en Yukiyo y Keichiro.

    Pagó la tarifa y bajó del taxi. Aquel parque era solitario y tenebroso para caminarlo en soledad, miraba hacia todos lados y se frotaba los brazos en un intento de hacer parar los escalofríos. En algún lugar en ese parque, la esperaban los miembros del Colmillo Sangriento. Nunca había estado sola a esas horas en un lugar como ese. Keichiro, a pesar de tener en conocimiento el lugar en que vivía, no aceptó llevarla, la hizo llegar sola hasta allá. No había nadie, sin importar donde se mirara. Para colmo, la habían hecho vestirse como para una fiesta. No comprendía por qué.
    De repente, un coche blanco dobló en la esquina y estacionó cerca de ella. No había visto antes un automóvil como aquel. Le hubiera gustado correr, pero había quedado ahí parada como boba, paralizada.
    Cuando la puerta se cerró, ella puso ojos de plato.
    —¿Amano? —sus ojos no la estaban engañando. El que había venido con ella no era Keichiro, habían enviado nada más y nada menos que al “Primer rango superior fuerte del Colmillo Sangriento”.
    Él la miró impasible.
    —Akemi —miró al coche—. Sube.
    —¿A dónde vamos?
    —A una fiesta importante de un caro club —dijo de forma sugerente—. Shingetsu.
    Ella negó con la cabeza, no conocía el lugar al que Amano hacía mención, además no tenía suficiente dinero como para pagar un lugar como aquel. Si alguien le proponía ese tipo de salidas, ella declinaba automáticamente.
    —Iremos a Ginza, Chuo-ku —apoyó la espalda contra el coche y se pasó la mano derecha por el negro cabello. Ella pudo ver la cinta azul en su muñeca. Él era intrigante— ¿Qué te parece, Akemi?
    Ella se humedeció los labios.
    —Me parece oportuno, jamás tuve la posibilidad de salir a divertirme en locales caros.
    Él levantó las cejas.
    —Entonces te gustará. Nos divertiremos mucho.
    No supo por qué la última frase le causó escalofríos ¿Acaso había algo que a él le divirtiera?
    —¿Por qué vamos a ese lugar?
    —El dueño del local tiene una deuda con uno de nuestros miembros —se cruzó de brazos—, nos encargaremos de él.
    “Nos encargaremos de él” no sonaba nada bien. Pudiera ser que esta gente no fuera yakuza, pero sus métodos correspondían al de una mafia bien organizada. “Nos encargaremos de él”, en el lenguaje del Colmillo Sangriento sonaba a todas luces a “asesinar por venganza”. Después de todo, el dios perro de la secta era un asesino.
    Satsuki tragó saliva.
    —¿Y qué vamos a hacer?
    —Tú no vas a hacer nada, yo voy a realizar el trabajo y tú vas a observarme.
    —Pobre tipo —si Amano asustaba incluso al Colmillo Sangriento, no quería ni saber qué imagen tenían de él afuera.
    —Tienes razón, Akemi —dijo él sin inmutarse—. Pobre tipo. Ahora sube al auto —abrió la puerta rápidamente y luego se sentó en el asiento del conductor.

    Cuando Satsuki se sentó a su lado, se le desviaron los ojos en contra de su propia voluntad. Se veía apetecible. Cuando ella cerró la puerta, él fijó la vista en el camino y puso en marcha el vehículo en dirección a Ginza.
    —¿De quién es el coche? —preguntó ella al ver el lujo.
    —Mío.
    Se atragantó con la propia saliva.
    —¿Tuyo?
    —Me lo ha dado el dios ¿no quieres uno?
    Satsuki no podía fingir que no le estaba gustando todo aquello. Dinero y autos caros.
    —¿Y qué otras cosas te ha dado el dios?
    —Más de las que imaginas.
    La chica no supo cómo interpretar aquello.
    —Ya dime la verdad ¿ustedes pertenecen a la mafia?
    —Pertenecemos al Colmillo Sangriento. No somos mafia, somos una organización con cientos de años, al servicio de un dios todopoderoso, literalmente —no la miraba, no cambiaba de expresión, ni siquiera su voz variaba de tono, realmente parecía insensible.
    —¿Por qué me enviaron contigo?
    —Para aprender una de las mejores artes de la organización.
    —No sé cómo pueden llamar arte al homicidio —dijo intentando desviar la vista.
    —Es el mérito de nuestro dios ¿qué esperabas?
    —¿Por qué Keichiro no fue a buscarme a casa?
    —Para no levantar sospechas de nuestros movimientos. Cada miembro se mueve por sí solo, pero un novicio necesita un maestro.
    —¿Y por qué te eligieron a ti?
    —Porque sí. El dios no tiene por qué dar explicaciones.
    —¿Qué harías si realmente vieras al dios?
    Él la miró de reojo.
    —Yo, en tu lugar, me sentiría honrado y agradecido. El dios no elige a nadie.
    —Pero dijeron que me había elegido —afirmó ella contrariada.
    —Por eso deberías sentir honra.
    Se hizo un largo e incómodo silencio.
    —Si vamos a entrar a una fiesta juntos, no deberíamos parecer distantes, quedará raro —reflexionó él—. Podemos fingir que somos pareja.
    —Diablos, como si quisiera salir con alguien como tú.
    —Lo mismo digo, Akemi.
    —Por eso podemos empezar —comentó fastidiada—. Dime Satsuki solamente.
    —¿Qué te parece Satsu?
    —Me gusta mi nombre.
    —Satsu —repitió él—. Me gusta Satsu —la miró por unos segundos.
    —Pero después, me vuelves a llamar por mi nombre.
    —Olvídalo. Cuando en la organización te ponen un nombre, es para siempre. ¿Qué dices, Satsu?
    Ella refunfuñó, iba a tener que conformarse, Amano aparentemente se había tomado confianza… y ella había abierto la puerta. Después de todo, nunca le había dicho Amano-sama, como los demás de su rango.
    De repente, se dio cuenta: “Satsu”, como en su sueño.
    —Dicen que tu puntería es excelente.
    Ella se sonrojó.
    —No es para tanto. De ti dicen que te desenvuelves con cualquier tipo de arma y cualquier técnica de lucha, es envidiable.
    Él no dijo nada más.

    —Llegamos —anunció estacionando a una calle del club Shingetsu y haciendo un guiño de luces—. Mira en la esquina.
    Satsuki miró. Había una muchacha de unos dieciocho años, de cabello liso y negro azulado, toda vestida de cuero. La chica levantó la mano izquierda para acomodarse el cabello en un movimiento muy bien pensado que dejó notar la cinta escarlata en su muñeca.
    —Se llama Aru y es tercer rango alto —le dijo él—. Es un apoyo por si algo sale mal —levantó una ceja— pierden el tiempo, nunca nada me sale mal.
    —Eres un altanero.
    —Intenta decírmelo cuando acabe con el trabajo —le dijo en un tono amenazante mientras le clavaba la azul mirada como si fuera una daga filosa.
    Ambos bajaron y fueron hasta el club. Les pusieron unas identificaciones en la muñeca derecha y les permitieron pasar. Él la tomó de la mano y la jaló hasta la pista de baile.
    —Bailemos un poco —le dijo sonriendo.
    Era inútil, hasta su inexpresiva sonrisa era amenazante.
    Lejos de tranquilizar sus nervios, ella se puso más nerviosa. Vio cómo Aru también entraba a la pista de baile y le tocaba el hombro a un apuesto muchacho que estaba solo por ahí.
    —Es una atrevida —comentó ella mientras intentaba moverse. Era torpe para bailar.
    —Los miembros tienen un encanto sobrenatural y llaman la atención de los demás solo porque sí —le dijo él.
    —Es broma, nadie me mira.
    —Observa a tu alrededor.
    Satsuki comenzó a mirar a la gente y notó que muchos la miraban como hipnotizados.
    —¿Qué les pasa? —aquello se sentía… tan mal.
    —Es un don dado por el dios a las mujeres ¿Te gusta, Satsu?
    Ella asintió con ganas, no podía mentirle y tampoco podía saber qué era lo que estaban viendo todas esas personas. Ella nunca había tenido un físico llamativo y tampoco bailaba muy bien. Quizás sí era verdad que el dios hacía algo.
    Había mucha gente, el ambiente era agradable, las luces daban un efecto que extasiaba y la música era movida y a todo volumen. Satsuki miró a Amano con detenimiento. Llevaba una camiseta beige y jeans negros. El desgraciado bailaba demasiado bien y era sensual, pero no cambiaba la cara de palo. Sus ojos azules turquesa parecían ser resaltados por las luces del lugar. Bailaron juntos hasta pasada la media noche.
    —Mira —llamó él su atención hacia el lugar del DJ. Junto al jovencito que “dominaba” la fiesta, estaba parado un hombre de unos cuarenta años, vestido de azul plomizo, con el cabello entrecano peinado hacia atrás—. Es ese.
    Ella no se había dado cuenta de que, mientras bailaban, se habían ido acercando más y más al lugar. Estaban a tres metros del DJ.
    Amano se inclinó hasta quedar a la altura de su oído.
    —Observa y aprende —de su bolsillo, sacó un objeto inusual: un naipe metálico con un As de espadas, que desprendía un fuerte olor de alcohol. Él siguió bailando y, repentinamente, el naipe voló de su mano hasta cortar los cables del equipo, produciendo un cortocircuito que devino en incendio justo sobre el dueño del local, el DJ y toda la gente que estaba cerca.
    Satsuki y Amano salieron corriendo. Su huida ni siquiera se notó en el escándalo provocado por el fuego: toda la gente corría como las hormigas a las que se les destruye el hormiguero, o al menos así lo veía él. Los bomberos no llegaron a tiempo para salvar a diez personas quemadas vivas. Tan solo encontraron sus restos… Las demás personas habían huido. Amano, Satsuki y Aru estaban muy lejos de ahí.

    —Amano, hay algo que no entiendo —pensaba con el entrecejo fruncido—. Olí el alcohol en esa carta pero… ¿cómo pudo comenzar tan rápido un incendio? No es físicamente posible.
    El muchacho permaneció en silencio.
    —Secreto profesional —afirmó finalmente— ¿Aprendiste algo?
    —Lo que les sucede a los que se meten con el Colmillo Sangriento.
    —¿Y…?
    —¡Ah! Y que nada te sale mal.
    —¿Ves lo que te digo? —no sonaba jactancioso.
    El camino hasta su casa se hizo largo a pesar de que él conducía velozmente bajo la excusa de que “el coche le pedía velocidad”. El silencio de Amano era molesto por alguna extraña razón. Era como estar en soledad en un callejón oscuro.
    —¿Tienes novia? —preguntó.
    —¿Qué te importa?
    —Vale —tenía que sacarle un tema de conversación—. Dicen que tienes elevadas calificaciones.
    —Dedico un considerable tiempo al estudio, pero también es gracias al dios.
    —¿Extorsionan al Rector? —dijo pensando automáticamente en los métodos de la secta.
    El se encogió de hombros.
    —No sería difícil, pero el dios tiene la capacidad de aumentar el rendimiento mental y físico de los humanos. Hace que las cosas sean mucho más sencillas: vivir y morir.
    Ella levantó una ceja.
    —¿O matar?
    Él le sonrió fríamente.

    El coche no se acercó siquiera un poco al edificio, sino que aparcó a dos calles de distancia.
    —No te acercarás a casa ¿verdad?
    —Anda, te estaré observando —oír eso no le aportaba ninguna tranquilidad, por mucho que supiera que los miembros mayores tenían la obligación de proteger a los menores. Un escalofrío le recorrió la espalda.
    Se bajó sin mirarlo, cerró la puerta sin siquiera darle las gracias por haberle acortado el trayecto y caminó por la acera a paso rápido, intentando sacarlo de su campo de visión y de su cabeza, pero no podía.
    Había salido con un asesino. Aún no salía de su cabeza la imagen de la explosión y de la gente asustada corriendo hacia todos lados, la frialdad con la que había hecho, su rostro inexpresivo al ver el miedo incluso en la cara de ella, el modo en que había desestimado a Aru y quizás a ella misma… y el inexplicable incendio que siguió a la explosión. Mientras más giraban los pensamientos en su cabeza, más aumentaba la velocidad de sus pasos hasta que corrió al edificio tan rápido como podía y abrió el portón en forma tentativa, cerrándolo con fuerza e intentando perderse para que no pudiera verla. Era como si los ojos de él pudieran observar más allá del plano físico, siguiéndola de modo insidioso, incluso detrás de la puerta de su propio departamento, la única jaula en la que podía encerrarse y escapar de la secta.
    Vio que su abuela le había dejado encendida la luz. El primer impulso que tuvo al quitarse el calzado, fue de arrojarlo por la ventana para obligarse así a olvidar el mal rato, pero luego lo repensó y lo metió en el acomodador que estaba junto a la entrada. Fue hasta la cocina y se sirvió agua fresca en un vaso, al acabar de beber, entró al baño y estuvo un buen rato quitándose el maquillaje. No sabía maquillarse y no se veía bonita a sí misma. Nunca le había gustado usar maquillaje y eso le había molestado toda la noche, aunque un poco menos que la compañía del Colmillo Sangriento Amano.
    —Es verdad, ahora yo también soy un “Colmillo Sangriento” —murmuró mientras miraba la cinta en su mano izquierda. No quería creerse que un asesino estaba intentando entrenarla para formar parte de la “cuchilla asesina” de la secta, sin embargo, no tenía otra opción.
    Mientras salía del baño para ir a su cuarto, se frotó debajo del cuello. Había sentido dolor durante toda la noche y no parecía que fuera a detenerse. Pensó en tomar analgésicos después de ponerse su pijama. Cuando se desabrochó el vestido frente al espejo, se asustó de ver, justo en el sitio de su dolor, una enorme mancha oscura, como si se hubiera quemado con algo al rojo vivo. La mancha sugería la forma de una mano que se había agarrado a su cuello.
     
  5.  
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    Re: Colmillo de Sangre

    Escapar
    Tenía el mayor historial de todos los tiempos de fugas de prisiones de diferentes regiones, sin importar qué tan buena fuera la seguridad. Sin importar que le pusieran bozal, drogas, esposas y camisa de fuerza. Cada vez que volvía a aparecer entre las rejas, decía como energúmeno que su dios lo sacaría. Pero nadie creía que aquello fuera obra de un “dios”. No importaba cuál fuera la pena aplicada o a dónde lo mandaran. Siempre conseguía escapar. Siempre regresaba. Y se vengaba.
    Aquellos que estaban encargados de vigilarlo tenían la certeza de que él solo se dejaba atrapar para demostrar su capacidad de escape. El espectáculo de escapismo siempre era espantoso, rodeado de locura, de muertos deformados con huesos rotos… y sangre, mucha sangre. Se la bebía. Los que sobrevivían, perdían la lengua, literalmente y no eran capaces siquiera de escribir lo que había pasado. Terminaban drogados, con una camisa de fuerza, dentro de una habitación acolchada, rodeados de pesadillas de sangre.
    Todos los archivos desaparecían misteriosamente, sin importar cuántas veces reunieran información. Jamás darían con la secta.
    El personal involucrado en el caso, sospechaba de su naturaleza. Era blanco como una sábana y su mirada era espantosa. Siempre era el mismo, su apariencia jamás cambiaba, a pesar de que habían transcurrido como cien años desde la primera captura ¿Y él seguía “siendo adolescente”?
    Algunos no entendían por qué seguían llevándolo a prisión. Eran puestos a cargo los mejores especialistas y los efectivos más fuertes. Antes de iniciar sus labores, sus almas eran encomendadas a Buda o al dios familiar. Nadie tenía esperanzas de que salieran vivos o cuerdos.

    El fiscal que había intervenido en el caso, se reía de estas absurdas leyendas. Los días pasaban con total normalidad y sus noches no tenían sueños ni mucho menos pesadillas. Esas cosas, a todas luces, eran ridiculeces.
    Cierta noche, al llegar a casa, escuchó un rasqueteo en la puerta. Intentó ignorarlo al principio, pero volvió a oírlo. Al abrir la puerta, se encontró con un cachorrito negro, poseedor de unos brillantes y tiernos ojos negros.
    —Hola, amiguito, ¿qué haces aquí?
    Era demasiado bonito como para echarlo a la calle a pesar de que estuviera cubierto de lodo. ¿Les gustaría a sus hijos? ¿Saldrían caras las vacunas? A su esposa también le pareció muy tierno y se negó a dejarlo en la calle. Discutieron del tema y llegaron a la conclusión de que, si a los chicos no les gustaba, lo enviarían a una tienda de animales, pero no querían tirarlo a la calle.
    El animalito era muy, muy dócil. Se había dejado bañar, comía bien y dormía tranquilamente en una pequeña cesta en la habitación de su hija y, a diferencia de otros animalitos de su edad, no mordía las cosas que encontraba en el suelo, ni los pantalones del hombre. Incluso se había portado muy bien en el consultorio del veterinario.
    Sus hijos llegaron después de que se acabara la excursión. Cuando recibieron la noticia de la adquisición, fueron corriendo al cuarto, para recibir su regalo. Como sus padres esperaban, su hija y su hijo se habían entusiasmado pronto con el animalito, lo nombraron “Kotaro” y se comprometieron a cuidarlo. Pelearon todo el día por sus turnos para alimentarlo, abrazarlo y cepillarle el corto y brillante pelaje negro.
    Su madre había tenido que luchar para que dejaran al peludo amigo y se sentaran a la mesa para cenar.
    Era ya tarde en la noche del domingo cuando finalmente dejaron a Kotaro en su cesta y se decidieron a dormir. La pequeña daba vueltas y vueltas, incapaz de conciliar el sueño. Cuando se sentó en la cama, el perrito se despertó y comenzó a gemir.
    —¿Tú tampoco puedes dormir, Kotaro? —preguntó acercándose a gatas a la cesta. Lo tomó en brazos y lo acercó a su rostro, recibiendo un lametón en la nariz—. Ven a dormir conmigo —le susurró y volvió a acostarse, abrazando a su mascota antes de dar un suspiro y dormirse profundamente.
    Ichiro se sentó de súbito en la cama. Había soñado que su hermana se escapaba de su habitación. Tenía que avisárselo a sus padres. Cuando fue al cuarto, sintió mucho frío, como si se hubiera metido en un congelador. Su hermana dormía plácidamente en la cama, pero no abrazaba a un perro, sino a algo horrible.
    —Solo es una pesadilla —le susurró la cosa— sigue durmiendo.
    Su hermana no estaba dormida. Quiso gritar a todo pulmón y correr, pero cayó al suelo, paralizado. Al abrir la boca, ningún sonido salió de su garganta. Sintió una mano fría cerrarse alrededor de su tobillo y luego, un calor de infierno recorrió todo su cuerpo.
    Cuando se levantó para beber agua, le pareció que la casa estaba repentinamente fría. Al regresar a su cuarto, vio a su esposo plácidamente dormido. Fue a la habitación de su hija y, al no encontrarla, entró a la de Ichiro. Sangre. Sangre y carne. Eso fue lo que vio. Y una cosa horrible que saltaba de un lado a otro.
    Dio un grito, el último de su vida.
     
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    Nex

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    Re: Colmillo de Sangre

    Bueno ya me avente el cap "Marca" te dire ue cuando veo un fic tan largo me da flojera leerlo ,pero el tuyo fue la escepcion,apenas empeze no pude parar asta acabarlo,haaa una secta asesina,muy bien luego lesigo leyendo ,solo me pregunto si continuara?,espero que si,Mmmmmmm "Colmillo Sangriento" el nombre me suena despues te digo por que :D :D :D
     
  7.  
    Asurama

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    Re: Colmillo de Sangre

    El nombre irá mutando por Colmillo negro sangriento, luego comprenderán por qué.
    Pronto publicaré capítulo siguiente, lo prometo, se los debo.
     
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    Re: Colmillo de Sangre

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    Re: Colmillo de Sangre

    Escríbeme

    Parálisis mental.

    La que tenía cada vez que comenzaba a escribir una historia y se le extraviaba o perdía un trozo de ésta. También le había sucedido que perdiera historias completas, de las más dulces hasta las más descarnadas, de las más buenas a las más terroríficas. Cuentos cortos y otros que parecían no ter fin.

    Escribir era su afición, pero no podía conseguir que su madre apoyara su mayor vocación. Según la joven mujer, ella solamente debía dedicarse a cosas prácticas… y escribir y dibujar no eran para nada cosas prácticas. Eran cosas que iban a dejarla hundida en la pobreza y la miseria. Según su madre, solo debía conseguir ser abogada y, entonces, cuando fuese independiente económicamente, podría darse el lujo de hacer lo que le viniera en ganas.

    Había escritores que tenían una condenada suerte: escribían larguísimas historias melosas, planas y vacías donde aparecían vampiros gays y… ta-dah… se convertían en millonarios, estaban en primer lugar en las listas de best-sellers y algunos hasta tenían películas o trailers promocionales de las novelas.
    Otros, escribían cuentos pequeños que, de solo leerlos, te cagabas del susto, pero sin importar cuán buenos fueran, no conseguían trascender.

    A Himeko se le revolvía el estómago. Era denigrante lo invertidos que estaban los valores en todos y cada uno de los ámbitos de la sociedad, desde la simple rama del arte hasta el orden político. Tanto así que prefería cuidar de las inocentes plantas y animales que se vendían en la tienda de su tío, a diez cuadras de su casa.

    Probablemente, ella jamás vería cumplido su sueño, jamás treparía a una lista de best sellers internacionales, jamás sería reconocida —toda su familia se empeñaba en convencerla de eso—. Podía seguir soñando mientras hacía malabares para sacar a peligrosos criminales de detrás de las rejas, porque su mayor deseo nunca podría cumplirse, ni por milagro.

    Claro, eso era lo que creía antes de haberlos conocido en la exposición de libros, mientras ella y ellos compraban en el mismo stand.

    Entre veinticinco y veintiocho años, eran cinco en total. Vestían de gris y negro, de manera muy prolija y con prendas muy caras. Se veían muy fuertes y saludables, con menos años de los que realmente tenían y, aunque pasaron desapercibidos para todo el mundo, Himeko los vio en el acto y los distinguió del resto de las personas, principalmente por unas dichosas y extrañas cintitas que parecían adornar la mano izquierda de los cinco.

    El más grande de todos era el que tenía la gorda billetera —y en verdad era gorda— para pagar las novelas policiales de los otros cuatro. Al principio, a la joven rubia le causó impresión, curiosidad y gracia ver cómo los jóvenes uniformados parecían tener la intención de comprarse la exposición completa —y los billetitos de seguro se lo habrían permitido—. Fue entonces cuando ella reparó en la cinta que él llevaba en la muñeca. El bordado en dorado rezaba “vida” y “muerte”. No supo por qué, pero un fuerte escalofrío recorrió todo su cuerpo de arriba abajo y a la inversa. Fue como si algo oscuro pasara a través de ella.

    De pronto, los cinco voltearon al mismo tiempo y la miraron entre agradablemente sorprendidos e intrigados. Era como si repentinamente la hubieran reconocido —cosa que no podía ser más falsa, era la primera vez que Himeko se cruzaba con ellos— y la única chica que iba en el grupo, le sonrió.

    Ella les sonrió e hizo una pequeña inclinación de cabeza a la que ellos respondieron. De pronto, todos estaban sonriéndole. Pero había algo de maldad tras esos ojos demasiado brillantes y esas sonrisas. La joven rubia se sintió repentinamente como un insignificante y asustadizo ratón acechado por una manada de tigres de bengala.

    Instintivamente, dio unos pasos atrás.

    —Oye, oye, espera, no te vayas —se apresuró a decir simpáticamente la chica de negro y largo cabello trenzado—. Es raro que a las chicas de quince años les interesen las novelas policiales. Creo que les gustan más las películas románticas y las telenovelas.

    —No, no, no —se apresuró a aclarar Himeko—, prefiero remitirme a los libros, que se explayan más y mejor que cualquier película y puedes imaginarte las cosas. Incluso puedes vivir la historia si es que está bien escrita. Nunca miro las películas basadas en libros. Además, siempre tengo que estudiar mucho.

    —Te puedo recomendar muy buenos libros, si así lo deseas —le dijo la de la trencita—. Perdón, no me presenté, me llamo Naomi, estos dos —dijo señalando a los que estaban detrás de ella— son mis hermanos Yasujiro y Kantaro y este es nuestro amigo, le decimos “Kaze” y el de la billetera gorda, lo llamamos “Kanta”.

    —Mi verdadero nombre es Chigau y me gusta, aunque estos cuatro animales de atrás se burlen —dijo Kanta en broma.

    —Mucho gusto, yo soy Yasui Himeko.

    —¿Y tú qué vienes a comprar? —volvió a preguntarle Naomi, la de la trencita.
    Himeko, sin poder resistirlo, echó una cuidadosa mirada al stand, de arriba abajo, de derecha a izquierda, cada autor, cada título.

    —La verdad, no lo sé —dijo sinceramente—, me gustaría leerlos todos —amo leer—, pero no tengo suficiente dinero como para comprarme todos los que quisiera. Además, mis padres no me dejarían, dicen que mi pequeña biblioteca solo tiene espacio para los libros de abogacía. Y solo me darían dinero para comprar ese tipo de libros, por supuesto.

    —Vamos a mirar otros stands, mientras nos cuentas un poco de tu afición por los libros —le dijo Yasujiro—, quizás Kanta pueda regalarte uno —y dicho esto, el de la gorda billetera le dio un codazo.
    A Himeko le gustó tener alguien con su misma afición, con quien pudiera hablar y se puso a recorrer la exposición con ellos. De vez en cuando, se paraban a escuchar las conferencias que daba algún escritor, antes de seguir caminando.

    —Es genial leer todo lo que a uno le pueda caer en las manos. De seguro, ustedes tienen tanto dinero como para poder comprarse toda la exposición.

    —Y de hecho, así es… —murmuró Yasujiro en tono bajo, mientras su hermana menor le daba un codazo. Del otro lado, su hermano gemelo le dio un empujón.

    —Me encanta tu cabello —comentó Naomi— ¿Te lo decoloras?

    —No, es el color natural —dijo mientras se tocaba su liso cabello rubio oscuro—. Mi madre lo tiene así, es americana. Mis padres se conocieron en Little Rock, Estados Unidos y luego, él vino aquí con ella. Se llama Gabriella.

    —Así que eres una “Half” —dijo con interés uno de los hermanos de Naomi, ella no estaba segura de cual.

    —Sí, sí, llámame así si quieres —dijo de forma natural, sin molestarse, como si estuviera acostumbrada a que se lo dijeran siempre. Aunque lo que detestaba era ser comparada con su madre. No era una buena madre, puesto que la presionaba demasiado, para ser la mejor en todo y, si no lo era, la castigaba. Vivía gritándole, regañándola y haciéndole escenitas histéricas, que hacían que su padre también la tratara mal, así hubiera hecho o no alguna cosa mala.

    A veces, había sido golpeada, pero ya ni se quejaba ni sentía los golpes, como si se hubiera vuelto insensible a cualquier clase de dolor. Fingía disculparse entre lágrimas, pero sus lágrimas eran tan actuadas como las de su madre. Sus verdaderas emociones solo afloraban cuando estaba con papel y lápiz en mano o, raramente, frente al procesador de texto de su ordenador. El peor castigo era, claro, perder los libros que tanto trabajo le costaba conseguir vía Internet o por otros medios. Más de una vez tuvo que verlos calcinados en una pira o desaparecidos de la Papelera de Reciclaje de su ordenador nuevo.

    Libros de historia, de política y de abogacía era lo único que debía tener…

    Sin darse cuenta, se encontró escupiendo su pesar a esos casi extraños que acababa de conocer, mientras metía la nariz en libros de todas las clases.

    A Kanta le encantaban los de terror, quizás debido principalmente al modo en que todo había sucedido…


    Kanta había conocido a Naomi y sus hermanos desde que eran niños, asistían al mismo colegio, siempre jugaban juntos, bajo la vigilancia de los padres de los chicos y, oh, casualidad, habían escogido la misma orientación vocacional. Asistían a la misma universidad. Eran inseparables…

    Pero solo a los diecinueve años descubrió que aquella familia no era por dentro tan normal como parecía por fuera y mucho tenía que ver en eso las cintas de la “vida” y la “muerte” que los niños y sus padres llevaban en las manos. A los diecinueve años, sus amigos de toda la vida le dijeron que deseaban mostrarle algo único, muy secreto, algo especial. No fue la amenaza de muerte lo que le chocó, sino el hecho de haber sido vilmente engañado, de que toda su vida había estado demasiado ciego como para notar lo que había detrás de esos comportamientos de máquina perfecta. Lejos estaba de saber que él también sería una máquina perfecta… perfectamente controlada.

    Entrar a la organización fue como dar un enorme salto al vacío con las manos amarradas a la espalda y, desde un principio, tuvo la seguridad de que muchos habían entrado así, aparte de los que traían la dichosa cinta roja por tradición familiar.

    Sin embargo, recibió rápidamente la llamada y respondió pronto a ella. Aquella llamada que convertía a simples humanos en imagen y semejanza a su dios: en seres diferentes, únicos y poderosos. Aunque le gustaba la idea de la sangre, desde el primer momento de la llamada, se rehusó a matar. Sin embargo, la sensación de los billetes y los cheques en sus bolsillos le resultó casi igual de dulce que la sangre. Su amistad con la pequeña familia no se vio truncada. Por el contrario, se volvió más fuerte.

    No poca fue la sorpresa de los tres hermanos cuando Kanta escaló pronto al siguiente rango… y al siguiente.

    Él descubrió pronto que tenía una gran intuición, viendo y oyendo cosas que los demás no notaban. Esa había sido la misma razón por la que había oído la llamada con tanta fuerza, y por la que entró pronto a los grupos de Rastreo, con los que el dios parecía comunicarse telepáticamente, enseñándole cosas ocultas. El dios les mostraba lo que sucedió, sucedía y habría de suceder, por mucho que el futuro fuera tan cambiante.

    No había modo de pensar que el dios pudiera ocultarles algo.

    Cierta vez, había preguntado por qué Amano-sama tenía tanta impunidad y la respuesta fue el silencio.
    Sin embargo, otras veces, las sensaciones llegaban por sí solas, tomándolo desprevenido.

    Fue así como los cinco supieron que esa chica también estaba condenada, bendecida. Para ellos, el dios era bueno… y también lo sería para ella.

    Mediante la esclavitud, el dios la ayudaría a conseguir su libertad, esa que Himeko tanto necesitaba en aquellos momentos. Salir del yugo paterno, hacer lo que realmente quería… aunque para ello debiera renunciar a su voluntad, sus sentimientos y su razón.


    ¿Cómo convencerla?


    Ellos ya sabían que ella se sentía presionada —y el dios era un experto en aprovecharse de las debilidades—, pero para que el señuelo funcionara, era ella misma la que debía confesar la razón de su sufrimiento ¿podría hacerlo con extraños?


    Kanta había sido fácilmente engañado, porque esos chicos lo conocían desde toda la vida ¿pero… y Himeko, la desconocida?


    Se quedaron mirándola intrigados y ella no pudo evitar sentirse incómoda.

    —No pareces estar realmente disfrutando de esta exposición —lanzó Kanta en el momento preciso.

    —Lo que sucede es que a mi familia realmente no le gustará saber que yo estoy aquí.

    —¿Viniste a escondidas? —preguntó Naomi ansiosa. Era perfecto. Himeko podría perderse y nadie preguntaría. Le cambiarían todos sus datos y la mandarían a vivir en una dependencia solventada por la organización. Uno de sus hermanos, conociéndola, detuvo sus aspiraciones. Lo mejor era esperar. Los animales no saltaban sobre su presa solo porque sí, sin antes analizarla. El dios se ofendería.

    —Sí —dijo ella en voz muy baja.

    —Nosotros podríamos convencer a tus padres de que lo que deseas es esto.

    —No, según ellos, lo único que debo desear es la profesión que, por tradición, todos siguen desde siempre en la familia… salvo mi tío, que es un simple vendedor.

    —Y la carrera de Abogacía no te gusta —adivinó “Kaze”.

    Himeko no respondió.

    —Si yo no he podido convencerlos, menos aún podrá un extraño.

    —Pero queremos ser amigos, no extraños —dijo la de la trencita—. Mira, si te gusta, yo te regalaré esto —le dijo extendiendo el caro libro que su novio acababa de comprar, mientras él ponía ojos de plato.


    Sí, claro, todos querían ser amigos. Así entraban muchos a la organización. Y el dios estaría complacido…


    Aunque ¿qué era lo que el Príncipe Bakemono esperaba obtener de una chica como esa, que solo se dedicaba a meter la nariz en los libros? ¿Por qué la llamaba a ella? Si ella ni siquiera lucía una marca en la muñeca izquierda que la indicara como futuro miembro. Tal vez se habían equivocado y ella era la siguiente presa. Tal vez, aunque estuvieran en el grupo de Rastreo, el dios les pedía que le entregaran sangre. Y si el dios pedía sangre, había que obedecerlo ciegamente, sin importar que tan solo fueras un simple e “inútil” hacker de computadora.

    Yasujiro instintivamente sujetó una daga que llevaba escondida, pero decidió ser precavido.
    —¿Tienes alguna afición especial? —preguntó como si solo fuera por curiosidad y la miró detenidamente.

    —No solo me gusta leer, también me encanta escribir, tengo muchas cosas escritas y escondidas en diferentes lugares para que mi familia no las encuentre —suspiró largamente—. Pero creo que ni en sueños llegaré a ser conocida por lo que escribo. Me encantaría dejar huella en algún lugar…

    Ahí estaba. Ambición.

    A veces, al dios poco le importaban las habilidades que pudiera o no tener un miembro, mientras le sobrara ambición, mientras tuviera orgullo.
    Eso era suficiente para él, para poder servirse de esas necesidades. Mediante la ambición y la necesidad, una presa fácilmente podría tornarse en predador.
    Tan solo había que ofrecerle…
    —Lamento que tus padres no apoyen tus aspiraciones, nosotros siempre nos hemos visto acompañados, favorecidos en todo aquello que necesitamos —dijo Kantaro de forma tentadora, sin dejar de sonreírle—. Para nosotros sería fácil convencer a alguien de que publicara lo que haces. En menos de lo que piensas podrías hacerte renombre.
    —Estás de broma —propuso la chica.
    —No, no es broma, de verdad podrías hacerlo, solo tienes que comunicarte con algunas personas, será sumamente sencillo.
    —Si quieres, puedes ir el próximo fin de semana a nuestra casa y hablaríamos de esto —dijo entusiasmada Naomi—. A mamá le encantaría conocerte y charlar contigo. También le gusta mucho leer y escribir.
    —¿En verdad? —Himeko estaba sorprendida.
    —Aunque se veía muy beneficiada, ella no tuvo muchas oportunidades para su época… pero, ¿Qué crees? Nosotros tres tenemos incluso muchas más posibilidades que las que tenían mis padres.
    Himeko fue contagiada del entusiasmo de la chica. Parecía tan ansiosa de ayudarla y, repentinamente, ella veía que su sueño estaba tan pero tan cerca… casi podía tocarlo con las manos.
    —Si quieres —Kanta le extendió una tarjeta de presentación que extrajo de su billetera—. Habla con esta persona y ella podrá ayudarte en lo que sea.
    Solo había un número telefónico y un nombre


    Ikeda Mamiko


    Ella tomó la tarjeta, la miró por un largo rato y luego, la guardó, decidida a llamar a esa persona, aunque tuviera que hacerlo a escondidas. No era la idea más segura del mundo, pero su deseo de convertir plomo en oro era grande. Una parte de su sueño estaba casi materializada en ese pequeño trozo de papel gris.

    —Creo que tengo que irme a casa —dijo finalmente.

    Ellos le propusieron llevarla, pero Himeko declinó. Sin embargo, intercambiaron números telefónicos y quedaron en hablarse durante la semana y reunirse en un parque a la semana siguiente, para ir a la casa de Naomi.

    Extrañamente feliz, Himeko giró sobre sus pasos y salió de la exposición, mientras pensaba que había sido el blanco de un gran golpe de suerte.

    Los cinco muchachos se miraron entre sí y rieron.

    Kanta sacó su móvil e hizo una llamada.

    —Mamiko-sama, tengo una buena noticia para darle, pero primero, necesitaremos una nueva cinta escarlata...


    Cuando habló con la tal Mamiko, fue atendida de un modo muy amable. La dulce mujer accedió a ayudarla y le pidió varios datos, incluidos correos electrónicos, números telefónicos, direcciones para encontrarla y datos personales como la edad. Preguntó por el dinero con el que contaba su familia y ella solo dijo que pertenecía a la clase media, sin entrar en detalles. Lejos estaba de saber que ya había revelado lo suficiente como para ser asesinada esa misma noche.


    La chica no pudo evitarlo y saco todo lo que tenía anotado y escondido, metiéndolo en una mochila vieja que ya no llevaba a clases. Se lo llevaría a la madre de Naomi y a esa amable mujer, Mamiko. Repentinamente, sentía que tenía mucho para dar, que tenía mucho para hacer. No tenía hambre, ni sueño, ni estaba cansada y su cerebro funcionaba como el ordenador más veloz. Cuando sus padres fueron a dormir aquella noche, ella siguió escribiendo, como si una extraña voz hablara dentro de su cabeza, controlando todo lo que allí había, dictándole todo aquello que había de atávico en el ser humano y que deseaba sacar.


    Durante la semana, hablaría con los chicos y les preguntaría sobre el extraño fenómeno. Se conocerían a fondo, quizás hasta podrían salir cuando los exámenes no los oprimieran. Podían llegar a ser muy buenos amigos. Después de todo, siempre se llevaba mejor con las personas de mayor edad que ella… salvo sus fríos padres.


    Mamiko se lamentó de que siempre le tocaran “las inocentes” esas que parecían no servir para nada. No quería tener otra “Hitomi Aru” entre sus filas. Es decir, las filas del dios perro. No comprendía por qué el dios perro, queriendo gente fuerte y capaz, siempre solía atrapar a “las inocentes” ¿Para divertirse con ellas, quizás? ¿No era un pensamiento muy profano? ¿Qué tareas le daría a una chica que solo sabía escribir? Se apresuró en hablar con los maestros y pedirles que fueran al recinto de la revelación, para pedir indicaciones al dios, sobre las funciones del nuevo “capturado”. Todos estaban extrañados.

    Satsuki, mientras tanto, especulaba cuánto dinero podría ganar por amenazar de muerte a un recién llegado.


    Enfocados en un informe académico recién sustraído sobre la mocosa americana-nipona, unos vidriosos ojos turquesa se abrieron, fijos.



    —¡Otro que se cae del burro! —exclamó una jovencita con el cabello negro recogido en una coleta y el uniforme escolar borgoña.


    Algunos se rieron por el comentario, mientras otros la miraron mal.


    —¿Qué me quisiste decir? —preguntó Himeko extrañada y ofendida.


    —Déjame explicarte cómo son las cosas aquí: no hables, no pienses, no sientas, no opines y no hagas nada o te mueres —dijo sin un poco de sarcasmo y se limitó a saludarla con la mano—. Mucho gusto, me llamo Akemi Satsuki, alias “La Princesa del Arco”, y llegué aquí igual que tú y, a propósito, tú eres…


    —Yasui Himeko… y el gusto no es mío —dijo atemorizada.


    —Un par de meses dentro de la Organización Colmillo Sangriento y verás como cambias de opinión —le dijo Satsuki.


    —¿La Organización... qué?


    —¿Qué? —preguntó la pelinegra, esta vez cínicamente— ¿Qué tus cinco amiguitos no te dijeron nada del dios ni de lo que hacemos aquí? No me extraña —se burló de la pobre ilusa.


    —¿Quieren que forme parte de esto? —dijo la novata, crispada—. Olvídenlo, yo me voy.


    —No, no, no —le dijo Kaze interponiéndose en su camino de un modo que la asustó y obligó a retroceder hasta una puerta, la puerta que daba al auditorio—. Nos encantaría que te quedaras aquí —sonó de un modo sugerente, que no hizo más que amedrentarla.


    —Y a mí no me encantaría quedarme aquí.


    La chica de la larga coleta chistó.

    —Me parece que no me expliqué bien. Si haces algo que nosotros no queremos, te mueres, si te rehúsas a formar parte, te mueres y si intentas escapar o salir de la organización, te mueres —dijo sin el menor indicio de culpa, inconsciente de que varios meses atrás, ella estaba temblando frente a esas mismas palabras.


    Himeko palideció.

    —¿Qué quieren de mí? —dijo con un hilo de voz y al borde de las lágrimas.


    —Servicio —por la puerta apareció una joven de largo cabello negro azulado—, queremos que sirvas al dios que adoramos en esta organización, un dios que puede darte lo que quieras, el poder que quieras, a cambio de la simple obediencia.


    —¿Y si me niego? —dijo sarcásticamente, consciente de que estaba dentro de una secta de fanáticos, una organización secreta presumiblemente poderosa… y peligrosa. Algo que solo podría ocurrir en un libro— ¿me matarán?


    La chica de la coleta sacó una pistola y le apuntó.

    —Está cargada —le avisó—. Amano-sama, mi mentor, nunca la usa, así que yo la estrenaré, sacándote los sesos.



    Amano se reclinó más en su sofá favorito, mientras metía una hojita en la boca y apoyaba la mejilla en una mano, disfrutando del espectáculo. Fue una buena idea darle una pistola junto con una amenaza a la susceptible Satsuki, mientras, de paso, la manipulaba. Tenía efectos interesantes, debería hacerlo más de seguido.



    Himeko entró en estado de Shock, porque, repentinamente, estaba rodeada de sujetos con pistolas o con dagas.



    —Te vamos a sacar las tripas —le dijo uno de los hermanos de Naomi —en su confusión, no sabía cual—.

    —No, esperen, está bien. Díganme lo que tengo que hacer —dijo asustada y resignada—. Quiero vivir.


    —Sí, todos queremos vivir —le dijo Kanta despreocupadamente—. Pero además, queremos autos caros, salidas interesantes, atractivo físico, buenas calificaciones y grandes sumas de dinero. Por supuesto que nuestro dios es muy generoso con nosotros —se colocó en una posición que lo hizo parecer más atractivo de lo que era—. Lo único que tienes que hacer es entrar al auditorio por la puerta que está detrás de ti, ponerte la cinta, arrodillarte frente al dios y decirle que eres su esclava.


    —¿Eso es todo? —preguntó ella sorprendida.


    —Al menos por ahora —le dijo la chica vestida de cuero, la que tenía el pelo negro azulado—. Ya el dios te encontrará alguna utilidad. Y si no, “adiós”.


    —¡Estudiaré Abogacía! —dijo desesperada. Sabía cómo era vista esa profesión… o por lo menos las sumas de dinero obtenidas.



    “Magnífico”, murmuró alguien en la sala.



    —Ya lo sabemos —le dijo la que estaba vestida de cuero—. Tus nuevos cinco amigos nos han conseguido mucha información sobre ti. Y, claro, tú nos dirás aquello que nos haga falta. Así, podremos vincularte para siempre a nosotros y ser una buena herramienta.

    Himeko se dio una patada mental por idiota. Se había metido de narices en el lío más grande de su vida, amenazada de muerte, haciendo el ridículo frente a un montón de personas que desconocía, jurándole lealtad a un perro sarnoso muy malo —del que ya conocía la historia, la había leído cuando era muy pequeña—, atada por siempre con una cinta que, en realidad, era una cadena irrompible que podría ahorcarla si tan solo intentaba liberarse o ir en una dirección contraria a la que sus amos esperaban. Una cruel metáfora del sadomasoquismo —y quizás del BDSM—. Podía hacer muchas comparaciones, pero sin dudas, ya se sentía muerta. Y todo por culpa de desear unos mugrosos libros.


    Sin embargo, todo eso no haría que dejara de amar la literatura.


    —¿Con que te gusta la literatura? —le preguntó con ansias uno de los dos maestros a los que conoció pronto, tan pronto como había escuchado que los anteriores murieron reventados, partidos a la mitad, con las tripas afuera, muestra de que el poder de ese dios era real y tangible. Muestra de que estaba bien que temblara de miedo, porque podía pasarle a ella en cualquier segundo.


    —Sí, me gusta leer y escribir.


    —¿Te gustaría escribir para nuestro dios?


    Bueno. No era tan malo. Parecía una tarea fácil sentarse a escribir. Al menos no tendría que robar, espiar, perseguir, asediar, chantajear ni asesinar a nadie, como hacían otros miembros, según le contaron en el pasillo.


    —Encantada —dijo sin pensarlo.


    Así, fue llevada a una pequeña habitación silenciosa, apartada de las otras, donde solo había tres cosas: un ventilador, un escritorio con cajonera y una silla. Todo muy elegante.

    —Te sientas aquí y escribes


    Le dijo Mamiko-sama, la mujer que la había enseñado todo el lugar y que tenía un alto cargo —o rango, lo que fuere—, algo así como un lugarteniente —aparentemente, había otras siete personas con ese rango—.

    —¿Qué debo escribir? —preguntó mientras se sentaba en la silla y abría uno de los cajones del escritorio, sacando una netbook de último modelo, que tenía escrito su nombre.

    Mamiko-sama le sonrió ampliamente.


    —Estoy completamente segura de que el dios te dirá qué es lo que espera que escribas.


    Himeko pensaba que la mujer solamente se lo estaba diciendo en metáforas. No esperaba que la pequeña pantalla del aparato se encendiera por sí sola y escribiera complejas y largas frases, completamente legibles, como un ser sumamente inteligente. No esperaba que las letras fuesen rojas como la sangre y tuvieran un formato propio, uno en realidad inexistente.


    Pensó que tal vez alguien se encontraba conversando con ella desde algún otro aparato, pero al pasar las horas, se dio cuenta de que no.


    La historia es que el dios no se cansó de decirle que le fascinaba la sangre y la muerte, que tenía una fuerte necesidad por la carne, especialmente por al humana y que su actividad favorita consistía llanamente en manipularlos como marioneta y observar y estudiar las reacciones provocada tanto en los “internos” como en los “externos”. El dios le dijo muchas cosas, le explicó de cabo a rabo cómo era la ley animal por la que todos se regían y lo que hacían o no. Dijo que le gustaría estar en historias de terror que no dejaran dormir a nadie y que podría hacer que sus escritos se vendieran a muy buen precio en todo el mundo.


    Por supuesto, no era el único asura que hacía todo eso. Había muchos asuras alrededor del mundo que disfrutaban de atormentar a la gente, solo que eran conocidos con otros nombres y seguían prefiriendo las regiones vírgenes, deshabitadas y peligrosas.


    Por el contrario, a él le gustaba provocar confusión en las enormes ciudades que ahora abarrotaban su país natal, aprovechando todos y cada uno de los medios que los humanos habían inventado, para dominarlos con ellos, incluso unas buenas tarjetas de crédito.

    De modo que su extenso informe de más de cien páginas acabó con la sencilla conclusión de que los humanos tenían la culpa de todo, en primer lugar, por haberlo llamado, consciente o inconscientemente y, en segundo lugar, por haberle dado y enseñado los métodos y herramientas que le habían permitido dominar.


    “…Así que, sé mi marioneta y conviérteme en la cosa más horrible y cruel que los humanos jamás antes hayan visto. Y yo te ayudaré en lo que quieras. Incluso te ayudaré a matar”.


    Y ella investigó y escribió como nunca antes había hecho, consiguiendo un largo compendio de crueles criaturas sobrenaturales, convirtiendo a su dios en lo que él esperaba ser, en lo que los miembros esperaban que él fuera: la peor parte del ser humano e, incluso, la peor parte de un ser animal. Comenzó a mimetizarse con la idea, a gustarle, a ser parte de la organización y del dios. Ganaba dinero, estudiaba con gran facilidad, sacaba altas calificaciones, era buena hasta en las clases de educación física y los números eran la cosa más sencilla de sortear del mundo.


    Las cosas que escribía pronto tuvieron repercusión no solo entre sus amigos íntimos, sino también en su colegio y hasta recibió premios. Placer. Poder.


    Era lista, pulcra y obediente. Cuando tenía que hacer algo, lo hacía cual máquina y luego pensaba. Disfrutaba de ser manipulada, solo debía seguir un patrón rutinario que le permitía cobrar una gran suma de dinero y tener muchos lujos, sin necesidad de prostituirse, como hacían “algunas”…


    Debía escribir…


    Y escribir…


    Guardar los secretos más profundos.


    Convertir al monstruo en monstruo.


    Al humano en animal.


    Al dinero en sangre y a la sangre, en dinero.


    Y, para satisfacer completamente al dios en su sed de sangre, convertirse en esclava animal.
    Porque ella también comenzó a sentir esa necesidad de carne y sangre. Y ya no era solo para sobrevivir o por el dinero, ya no solo era por la organización o por el dios. Era por ella misma. Era por el poder, por el ego, por el placer que le daba alimentarse de esa sangre y volverse animal. Poder.



    “…Así que, sé mi marioneta y conviérteme en la cosa más horrible y cruel que los humanos jamás antes hayan visto. Y yo te ayudaré en lo que quieras. Incluso te ayudaré a matar”.



    Meses más tarde, la insensible madre de Himeko moría en un inexplicable accidente que había provocado que se cortara hasta desangrarse…


    Con la hoja de un libro policial robado a la propia Himeko…


    Para después ser víctima de un paro cardíaco y morir de muerte natural…


    …es decir, era natural que se muriera si le clavaban una estilográfica en la garganta hasta deshacérsela, sin siquiera haberle dado tiempo de gritar.
    _________________________________________
    Si bien mis cuentos tienen un orden cronológico, algunos están "desligados" de la "trama principal" y leerlos desordenados no hace una falta demasiado grave a la historia (o conjunto de historias). Creo que, a estas alturas, un par de cosas extrañas ya son más que obvias.
    También, hay algunos cuentos con algo de lime (no sirvo para el lemon, ustedes lo saben). A los interesados, favor de comunicarse conmigo vía e-mail o PM.
    Gracias.
     
  10.  
    rin chan

    rin chan Entusiasta

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    Re: Colmillo de Sangre

    vaya tengo muchas ideass sobree tu historiaa, e esta ultimaa sobre todo me puse a pensar e el refran....." lo que facil llega, facil se va"
    me pone a pensar q esto es como una secta diabolica, donde hacen tratos con un demoniio y este les da todos los beneficios, obteniendolos de forma ilicitaa convirtiendolos en asesinos, la vdd no entiendo muy bn a donde quieres q la gente llege a pensar con esta historia......en q haga el mal para su propio bn......esto es muy egoista sin mencionar que esta mal
    me impresiono q satsuki ya le hayan lavado el cerebro por completo, pero mas me sorprehendio en una parte de la historia, donde amano rechaza horrible a su amiga y uno de ellos lo reta y este lo mata y esta se queda sorpehendida al ver como al cuerpo lo tratan como basura tirandolo en una bolsa de plastico...pero apesar de TODO ESO....ella haya se haya sentido atraida al ser invitada por el, por ser un lugar muy bonitho y sin mencionar el carro del chico..olvidandose por completo de lo q habia ocurrido anteriormente.
    y pz amano la verdad no me agrada sera muy fuerte, pero es demasiado inmaduro para ser el mas importante de esta organizacion como lo q te mencione en el ejemplo anterior y ademas de q se xpone mucho ante las autoridades y su secta, pero todo para llenarse de lujoss....y "pobres" de las chicas a las que llaman sin querer a su secta, me recuerda al trafico de mujeres, caen por su simple ambicion y de una forma tan facil, aunque tarde o temprano se convierten en asesinas

    la verdad sigo sin entender q qieres q la gente obtenga de tu obraa...es como si las llamaras a formar parte de la mafiaa jejejeje..me gustaria q me lo dijeras..
     
  11.  
    Asurama

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    Re: Colmillo de Sangre

    Hum, hum, hum, tengo curiosidad de saber por qué... pero es verdad, las cosas que al principio parecen fáciles y sencillas, a la larga, cuestan caras. Es la idea que quise transmitir.

    Sí, básicamente es así como se maneja la secta. De eso se trata, adoran a un ser malo y, como te dije antes, el precio de toda maldad es siempre caro.

    Exacto, es egoísta y está mal. En mi historia estoy exagenrando las cosas para que eso se note, para que sea evidente. y en realidad, en el mundo hay mucha gente que hace el mal para su propio bien. No es algo desconocido en el mundo, solo que aquí está hecho evidente. Precisamente, aquí estoy poniendo ejemplos de lo que no se debería hacer... o de lo que la gente hace cuando está en una situación que le presiona o donde siente que ya no hay salida. En realidad, siempre hay salida, no hay por qué optar por lo malo. No hace falta. Muy pronto verás a qué me refiero.
    Y no te preocupes, no todas las historias serán oscuras. Eso sí, prepara tu estómago para el humor negro, porque sobrará.

    Satsuki aún no tiene su cerebro completamente lavado, pero está en proceso... si esto te sorprende, créeme que te esperan aún muchas, muchas sorpresas, jejeje...
    Y en cuento a la atracción que experimenta Satsuki por el lujo (y la lujuria), tiene que ver con que Amano, de alguna manera, la confunde. tiene sentimientos encontrados.
    Por otro lado, tienes que recordar dos cosas:
    1- Satsuki es pobre.
    2- A pesar de ser popular, es muy solitaria.
    De repente, un chico bonito (aunque malo) le da una atención personalizada y además le muestra muchos lujos. Le cuesta resistirlo. sinceramente, a mí también me costaría xD. No, no vayas a creer que soy mala.

    Sí, amano es un verdadero hdp. y un semejante inmaduro. Y da asco su maldad. Y tranquila, no eres la primera a quien desagrada, ni serás la última. xD
    Y amano es uno de los más fuertes debido a sus méritos propios, que no tienen nada que ver con su comportamiento. Pronto conocerás a los otros siete Primer Rango... y te causarán una sensación similar.

    Terrible, sencilla y sinceramente terrible. Pero pronto verás que esto no es regla general. En estos capítulos apareció un personaje que, aunque por ahora parezca igual a los otros y aparente ser solo un secundario, tomará mucha relevancia en la historia y cambiará muchos puntos de vista de muchos otros. Y créeme, es un personaje que llegará a gustarte mucho.


    ¿A formar parte de la mafia? Hay un mensaje subliminal insertado en el texto cada cuatro renglones, que te incita, diciendo "métete con la mafia, vuélvete un asesino sanguinario" xD Por ahora aún no es notorio lo que quiero que la gente note... pero las cosas se aclararán a medida que la historia avance. Pronto entenderás a amano y su filosofía negra.
    no, por Dios, la mafia no, hagan cualquier estupidez, pero no se metan con la mafia ni aunque estén a punto de morir... porque entonces realmente morirán. Y si no quedó claro, te recomiendo releer xD
    Creo que aqui hay un enorme cartel que dice "no lo intenten en casa". Repito que estos son ejemplos de lo que jamás deberías hacer. Por eso está escrito de una manera tan burda y exagerada.
    Y amano no es tan malo como parece (o tal vez sí)
     
  12.  
    rin chan

    rin chan Entusiasta

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    Re: Colmillo de Sangre

    buenoo jeje me gusto q me aclararas tu vista sobre lo q scribes pork como veia q pasaban los capitulos me daban a ntender q en efecto, "el asecinar para tu conveniencia es la mejor forma de superarse", lo cual es idea totalmete erronea y por eso qeria ver q tenias en la cabeza jejeje sin ofender.

    y pz si veo q satsuki es muy inocente y su falta de conocimiento la mettio en colmillo sangriento...por eso me recuerda a lo q se parece el trafico de mujeres donde muchas veces las engañan haciendoles creer q las van a apoyar de buena fe y sin querer se encuentran obligadamente en un lugar horrible...


    bueno me da gustoo q me dieras a entender lo q qerias transmitir en tu obra pork la vdd si me stabas confundiendo jejeje me pregunto como acabara todo estoo...
    y amano es malo en su totalidad aunqe tenga razones para ser malo eso no le da ningun derecho a hacerlo jejeje...sabes tu obra me recuerda a cuando comenze a ver death note cuando empieza trata de un chico inteligente, pero en el momento en el q tiene el poder en sus manos se transforma de una forma psicotica qeriendo matar a todos los delicuentes con el pretexto de pork el mundo se esta pudriendo y es correcto hacer lo q hace creyendose ahora un Dios, lo cual yo no stube deacuerdo para nada con lo q transmitia la seria, pork aunq buena mala persona asesinarla no te hiba a hacer mas buena a thii y mejor pense dejar de verla pork creia q el escritor tenia la mente retorcida jejeje pero despues de unos capiis fue cuando apaarece un tipo q sta dispuesto a encontrarlo para arrestarlo y le hace ver q lo q hace sta mal ahi fue cuando me dii cuenta de lo q trataba y decidi verla hasta al final XD

    bien muchas grax por aclararme espero q me tengas el sig capi listoo aaa y sabes le conte a un amigo sobre tu obra y le dieron muchas ganas de leerlo ,queria saber si talvez pudieras pasarme tus capis de tal forma q se las pueda enviar ;)
     

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