Club de fotografía

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 17 Abril 2020.

  1.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    La sala del club de fotografía. Cuenta con una mesa de reunión, un muro para colocar todo tipo de fotos hechas por los miembros y en el armario pueden encontrarse rollos de carrete sin usar para cámaras antiguas. Sobre la pared izquierda se encuentra una puerta que conecta con el cuarto oscuro, equipado con todo lo necesario para el revelado de fotografías analógicas.

    Suele estar algo desordenado y se rumorea que está lleno de miembros fantasma.

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    Segundo día de clases y todo era igual de aburrido que siempre.

    Pero en el fondo agradecía poder asistir sin preocuparse por nada.

    Había estado toda la mañana haciendo garabatos en su cuaderno para tratar de no quedarse dormido, aunque eso no quería decir que no prestase atención de vez en cuando. Tan solo… tenía mucho sueño.

    Al llegar la hora del receso se tiró en su mesa y se acomodó con la intención de dormir y no hablar con nadie. Estaba seguro de que si alguien lo interrumpiese le soltaría un buen gruñido.

    Y eso hizo al sentir las incesantes vibraciones en el bolsillo de su teléfono. Quiso ignorarlo, pero… ¿y si era importante?

    A regañadientes y bostezando lo agarró, y leyó los mensajes frotándose los ojos. Una sonrisa adormilada asomó por su rostro, y con otro bostezo se estiró como un gato en su asiento y respondió al mensaje sin tener dudas de lo que hacer.


    Hola, bombón
    Espero que me invites porque no he tenido tiempo de ir a por comida
    Estoy de camino, no me plantes de nuevo


    Al final acabó enviándole un emoji de un corazón roto y se levantó de su asiento soltando una pequeña risa. Sentía como si su energía estuviese aumentando. Sí, prefería aceptar su invitación, ya tendría tiempo de dormir en otro momento.

    Salió del aula y observó el pasillo. Ya conocía dónde estaba el club de fotografía porque el día anterior fue a buscar a Joey, pero no lo había encontrado.

    Abrió la puerta con cuidado y se asomó comprobando que allí no había nadie.

    —¿Joey~?

    No hubo respuesta. Sí, estaba solo.

    Observó el aula con curiosidad, y otro bostezo rompió el silencio del lugar. Se sentó en una de las sillas, apoyando su cabeza en sus brazos, y cerró los ojos disfrutando la tranquilidad del lugar.

    Ah, Joey, no podrías haber escogido mejor sitio, campeón.

    Me siento honrada de ser la primera en postear en este precioso lugar
    Gigi Blanche hola mi vida bonita gracias por la paciencia loviu
     
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    Gigi Blanche

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    La respuesta de Daichi lo había agarrado a mitad de camino, y volvió sobre sus pasos para comprar algo en la cafetería porque ¿cómo negarse a un pedido de Daichichi~? En especial luego de haberse comportado tan feo con él ayer.

    Abrió la puerta con una mano, la otra sostenía una bolsa con panes y unas botellas de refresco, y una sonrisa juguetona se le dibujó en el rostro al advertir que Daichi se había dormido esperándolo. Anda, qué dormilón~

    Cerró la puerta con sumo cuidado y lo mismo hizo con la bolsa, evitando que hiciera ruido, para apoyar las manos en el espaldar de su silla, inclinarse y... soplar suavemente su oreja.


    but always remember

    #nohomo
     
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    El silencio del lugar, la comodidad de la posición en la que estaba y el saber que solo iban a estar allí Joey y él le dieron el empujoncito necesario para dejarse llevar por el gran sueño que lo llevaba persiguiendo toda la mañana y se permitió descansar al fin por un rato, al menos hasta que su amigo regresara y pudiese saciar el hambre que estaba comenzando a sentir.

    Estaba tan plácidamente a punto de caer en los gloriosos brazos de morfeo, que tan cómodamente lo invitaba a olvidar el mundo y toda existencia, cuando sintió un soplido en su oreja que lo hizo estremecerse de pies a cabeza. Sus ojos se abrieron de golpe y dio un respingo en la silla, sorprendido y desorientado. El mal humor corrió rápidamente por sus venas y giró su rostro para observar la sonrisa juguetona de Joey.

    No, Joey, ya la cagaste.

    —¿Ya andas juguetón, honey~? ¿O es que acaso alguna gatita te ha dejado con ganas de más?

    Tras levantarse se acercó al muchacho. Su ceño estaba fruncido y resopló por la nariz sintiendo su estómago gruñir. Ahora no solo tenía más sueño, el hambre iba creciendo y eso lo molestaba aún más.

    Ciertamente no le gustaba ser despertado de una forma tan poco delicada.

    Y menos con el hambre que ya cargaba encima.

    Debería comérselo.

    Se acercó más y lo empujó contra la pared, agarrándolo con fuerza por la camiseta, y acercó su rostro al suyo.

    Estaba a escasos centímetros, y sus ojos observaban con gran atención los del chico enfrente a sí.

    Debería comérselo ahí mismo.

    —Dime, Joey. Porque si quieres jugar, jugaremos. Pero a mi manera.

    Tras un momento de silencio una pequeña sonrisa traviesa atravesó su rostro por un momento, pero se recompuso casi al instante.

    Ah, ¿estaba yendo muy lejos? Quizá esa no era forma de vengarse por dejarlo plantado, pero despertarlo de aquello forma tampoco fue de su agrado.

    O quizá… Quizá era él el que quería jugar.

    estoy suuuuuuper insegura con este post pero al menos puedo decir con cierto orgullo que solo hice lo que el pendejo me dijo de hacer y yo le hice caso, supongo que es un pequeño paso para quitarme mi miedo estupido
    btw #nohomo
     
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    Gigi Blanche

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    Se irguió por reflejo al mismo tiempo que lo hacía Daichi, y no logró contener la risilla divertida que brotó de su garganta al verlo tan desorientado. Eh, sólo había sido una sopladita~ En cuestión de segundos recibió su mirada rojiza encima, parecía molesto y Joey alzó las manos en señal de bandera blanca, aún divertido.

    —¿Eh~? Qué dices, cariño, si yo siempre-

    La sorpresa le hizo tragarse las palabras en cuanto sintió las manos de Daichi aferrándose a los bordes de su camisa con cierta violencia. Tuvo que retroceder a tropel y su espalda dio contra la pared, haciéndolo apretar los dientes. No tuvo tiempo de reaccionar sobre nada, su amigo estaba allí, encima suyo, y le hablaba... muy cerca del rostro.

    ¿Estaba realmente molesto? ¿O sólo se entretenía con él?

    —¿Jugar~? —replicó, socarrón, en un murmullo grave, y ladeó la cabeza al sonreírle con aquel aire felino que podía caracterizarlo—. Ahora me da curiosidad saber cómo juega Dai-kun~

    lamento horrible la tardanza ajsbaksn not my best days here
     
    Última edición: 27 Septiembre 2020
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    Gigi Blanche

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    dont mind us just two bitches havin a very good time


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    Ya no tenía mucho sentido pensar en las olas de calor bañándome el cuerpo, pues eran una marea constante barriéndome la compostura y todo lo demás. No importaba qué mierda le saliera de los cojones, el simple hecho de sentir el calor de Altan fusionándose con el mío, envueltos en ese maldito infierno, bastaba para mantener el incendio.

    ¿De dónde iba a llegar el huracán capaz de extinguirlo? Ni idea.

    Quizá se descuidaba y en vez de ahogarlo sólo lo incentivaba aún más.

    Sus dedos, los anillos eran fríos, y me di cuenta que probablemente mi piel estuviera ardiendo. El corazón me martilleaba el pecho pero su golpeteo constante se opacó bajo la voz de Altan. Baja, suave, como el ronroneo de un gato. Volví a tragar saliva.

    Puto poder tenía sobre mí.

    Advertí que le echaba un vistazo a algo detrás mío y me giré por una curiosidad algo impulsiva. Percibí el mismo reflejo que él, la puerta del cartel en medio que rezaba, si la vista no me fallaba... club de fotografía.

    ¿Acaso estar meados por los mismos elefantes nos concedía algún poder de conexión o similar? Porque mierda, me volví y podría jurar que lo encontré impreso en toda su puta cara, los ojos insondables y la sonrisa prepotente.

    Solté el aire de golpe y me erguí, deslizando los dedos por su barbilla hasta abandonarla debido a la distancia obligada. Venga, ni siquiera me apetecía romper el contacto por los segundos que hicieran falta. Recogí el lazo, los cascos, el móvil, toda la mierda; al llegar a los cupones volví a alzarlos con la estúpida delicadeza de antes y me los guardé en el bolsillo de la chaqueta. Ahora sí le di un trago a la botella de té o me iba a morir. Se la extendí por si quería y, juguetona, tomé los bordes de mi falda para alzarlos sutilmente a medida que me inclinaba frente a él.

    Sir —pronuncié, en tono impostado, y me giré con la intención suficiente para que los tablones levitaran un momento antes de plancharse; lo vi de soslayo, entre la mata de cabello un poco enredado—. Esperaré por usted, le ruego no se tarde~

    Loca de mierda.

    Bajé las escaleras sin volver a mirarlo y atravesé el pasillo hasta alcanzar el club de fotografía. Eché un vistazo dentro, tanto en la sala central como en el cuarto oscuro, para asegurarme que no hubiera nadie. Dejé las cosas, los cupones incluídos, y me distraje viendo las fotografías colgadas aquí y allá. La mayoría estaban concentradas en un tablón de corcho y me senté al borde de la mesa, totalmente hundida en las mismas.

    Tenía el cerebro chamuscado, como haberme clavado tres porros en hilera, y conocía la sensación.

    Cuerpo liviano, percepción alterada, atención dispersa pero ridículamente intensa si por alguna razón salida de los cojones te concentrabas en algo.

    En este caso, las fotografías. Paisajes, en su mayoría; ríos, prados, muchísimas del cielo nocturno. No tenía idea quiénes eran los miembros del club pero eran fotos muy bonitas.

    Me sonreí, aquel pequeño momento de soledad me había servido para hacer un repaso mental de lo que acababa de ocurrir y... me llevé una mano a la boca, como si pudiera borrarme la sonrisa de la cara que se convirtió en una risa floja y crucé las piernas, ambas manos tras la espalda.

    ¿Arrepentirme? Ni en coña.

    Hitori ola
     
    Última edición: 7 Noviembre 2020
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    Cuando se levantó y se montó todo el teatro sentí el frío del mundo, el rojo retrocedió, pero en el rostro se me ensanchó la jodida sonrisa del demonio sin siquiera pedirme permiso, justo como cuando me comía a hostias a alguien. La seguí con la mirada ya no como el vigía atento que había pretendido ser, la miré como el puto lobo que podía ser y la dejé seguir el camino que habíamos trazado sin siquiera abrir la puta boca.

    Unos segundos después me incorporé por fin, levanté la botella, le di un trago y recogí la caja de bento. Bajé las escaleras como si no hubiese pasado una puta mierda, con la cara de culo de siempre. Me limité a agitar la cabeza para que el cabello regresara a una posición más o menos natural, no por ello ordenada, porque lo cierto es que tampoco me molestaba en ello normalmente.
    Me metí a la 3-2, dejé la caja del almuerzo, volví a salir, entré al baño y me encerré en el cubículo del fondo de nuevo. El cigarrillo me lo bajé en tres caladas prácticamente seguidas, con maña.

    No me miré al espejo siquiera, seguí el camino en piloto automático si se quiere, y finalmente abrí la puerta del famoso club de fotografía y la cerré tras de mí sin hacer ruido, todavía traía la botella de té en la mano y le di otro trago antes de avanzar hacia Anna, sentada al borde de la mesa.
    Recorrí el espacio con la vista, como el jodido que era en realidad, buscando pista alguna de las cámaras que había en el resto de la Academia.

    Una. Justo en la esquina junto a la puerta.

    Hijos de la gran puta.


    Me quité la chaqueta, porque pues me venía un poco en gana, y porque de nuevo solo ver a la cabrona me arrojó el fuego sobre el cuerpo; la lancé sobre la mesa sin demasiado cuidado y después me senté en el borde también, dejando la botella a un lado.
    De haber notado la cámara en el segundo cero podría haber usado la botella para desviarla de dirección y dejarla en un punto ciego, pero ahora ya nos habían grabado, si la movía iba a ser demasiado obvio todo lo demás.

    Si quedábamos grabados pero no la movíamos, aunque nos metiéramos al cuarto oscuro, no podían juzgarnos realmente. No sin levantar un montón de falsos de los que no tenían pruebas.

    Clavé la vista en las fotos que estaba mirando Anna mientras me aflojaba aún más la puta corbata y abría otro botón de la camisa. Las fotos no eran malas realmente, de hecho se veía que quien fuese que las había hecho tenía ojo para ello. Esas fotos no se conseguían solo con una cámara y ya, había que saber tomarlas.

    ¿Qué hubiese hecho si supiera que eran de Wickham? Joderle un par, mínimo.

    Era esa clase de malnacido.

    Me gustaba el desastre.

    Por eso estaba allí.


    —Cámara —murmuré para luego rascarme las raíces del cabello, sin despegar la vista de la pizarra de corcho—. Y se me hizo tarde para joderla.

    De nuevo, me sorprendía la capacidad que tenía para hablar sin atisbo alguno de pudor, emoción o lo que fuese en ciertas ocasiones. Esa era una de esas ocasiones.
    Me levanté luego de haber dicho eso, no tomé ninguna de las cosas que había dejado sobre la mesa, y me dirigí al que intuía era el cuarto oscuro con las manos hundidas en los bolsillos.

    Puto niño retraído.

    Tan siquiera ponle algo más de emoción.

    No haría diferencia.


    Abrí la puerta y me colé dentro, mientras presionaba el interruptor.

    Rojo.

    Solté una risa por la nariz, porque a pesar de saberlo, lo cierto es que verlo directamente tenía su gracia. La luz roja, las sombras. Era fuego de mentiras.
     
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    Gigi Blanche

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    Oí la puerta y detecté sus movimientos por el rabillo del ojo, aunque realmente en ningún momento me volví para verlo de lleno. Se acomodó a mi lado, en silencio, y luego de un rato lo oí hablar. En verdad agradecía haberme lanzado al infierno, al menos, con un puto niño genio, porque mi cerebro agotado y lleno de intermitencia siquiera se había detenido a pensar en las jodidas cámaras. No busqué detectarlas, sabía que no hacía falta. La verdad, no hice nada. Estuve a punto de abrir la boca para indicarle el camino pero se me adelantó, y notarlo me arrancó una sonrisa.

    —¿Eh~? —murmuré, sin despegar la vista de las fotos, mientras lo oía abrir la puerta y todo eso. Me dejé caer sobre la mesa para verlo boca arriba, aunque así fuera su espalda, y solté una risa suave—. ¿No vas a invitarme? Qué poco caballero~

    ¿De verdad me gustaba tanto joder, bromear, provocar? ¿No tomarme nada en serio?

    No esperé a nada, simplemente me incorporé de un brinco y lo seguí dentro del cuarto oscuro. Cerré la puerta a mis espaldas y eché un vistazo alrededor, con la sorpresa impresa en la cara. Eh~ Nunca había estado en uno de esos, eran bastante aesthetic.

    Mi vista cayó sobre Altan. Recortado entre las sombras negras y las luces rojas parecía... sacado del mismo infierno, o algo así.

    Hades.

    Sonreí, tranquila, y recosté la espalda sobre la puerta.

    ¿Lanzármele encima? Jamás.

    —Buen ojo, niño genio~ Recuérdame llevarte la próxima vez que planee mandarme una cagada.
     
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    Estaba en mi puta salsa, ¿no? Joder que sí, con las putas luces rojas, las sombras negras y mi mera cagada monumental. Allí estaba un fragmento del infierno.

    El cuarto realmente si acaso tenía el doble del cuartucho de limpieza, pero estaba bastante más ordenado a pesar de obviamente no tener las cosas preparadas. Parecía que no se había usado en unos días a decir verdad.
    Escuché las palabras de Anna, luego sus pasos y finalmente la puerta cerrarse a mi espalda, antes de que hablara de nuevo.

    —Para darle un poco más de estrategia a tus planes, genuinamente no estaría mal —añadí sin más.

    Ah, mierda. Había olvidado que iba a aprovechar el viajecito al baño para responderle el mensaje el estúpido de Arata y decirle que me contara para sus cobros asquerosos de la noche.

    Giré el cuerpo entonces, para poder posar la vista en Anna por fin, recortada también por las luces rojizas sus ojos parecían de ese tono a secas, ya no había rastro alguno del magenta que conocía. Me acerqué a ella de nuevo, sacando las manos de los bolsillos por fin, y estiré la mano para sujetarle el mentón para finalmente inclinarme hacia ella, moví apenas su rostro y dejé un beso cerca de su oído, otro en la mejilla y otro en la comisura de sus labios.

    Y otra vez la sonrisa.

    Volví a deslizar los dedos sobre sus labios, antes de clavar la vista en sus ojos un instante, y volver a estampar mi boca contra la suya con la misma falta de delicadeza de antes.

    No hacía más que hundirme en lo profundo de las llamas.
     
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    En verdad no era mala idea, si lo pensaba con detenimiento. Altan debía moverse por el mundo de sombras con la misma frecuencia que yo, quizá más, y al soltarme su respuesta me figuré de repente cómo sería cruzármelo por Kabukicho o directamente salir con él, echarnos en medio de un parque, beber, fumar y quién sabe qué cosas más. ¿Se juntaría con pandilleros de la misma calaña que yo? ¿De qué barrio era, de todas formas?

    En cualquier caso sería, definitivamente, más divertido que estar en medio de la escuela intentando comportarnos.

    —Lo tendré en cuenta, entonces —solté, aunque para la gracia ni siquiera tenía su número de teléfono.

    Y ya estábamos ahí, comiéndonos la boca.

    Seguí sus movimientos a medida que se acercaba a mí, y por alguna razón se me asemejó a un felino. Silencioso, sutil, pero con aquella clara chispa de peligro que debería inducirme una necesidad imperiosa de huir; sin embargo, me quedaba ahí. Y sonreía.

    ¿Qué mierda tenía en la cabeza para que el puto peligro me gustara tanto?

    Le dejé alzarme la barbilla y cerré los ojos al sentir sus labios recorriendo mi rostro. Me tragué una risa, mordiéndome el labio, y detallar sus ojos me dio la respuesta que necesitaba, me permitió predecir sus movimientos; no decía que fuera difícil, pero la expectativa me arrojó un chispazo de calor por el cuerpo y recibí sus labios como una puta ansiosa.

    Le eché los brazos alrededor del cuello y me puse de puntillas, prácticamente me separé del suelo, y devoré sus labios como la primera vez. Ya me traía encima un calor residual que revivió de golpe, como una violenta llamarada, y me di cuenta que debería haberme preocupado.

    Estaba a solas con un maldito loco que apenas conocía.

    Estaba a su completa merced.

    ¿Por qué mierda no me importaba? O peor.

    ¿Por qué mierda me excitaba?

    Era irracional, era estúpido, no cargaba consigo ni una pizca del sentido de supervivencia que había desarrollado en las calles. Altan podía ser cualquier cosa, podía haberme engañado como un campeón, pero ahí estaba. Mi cuerpo no se tensaba contra el suyo, mi cerebro no se activaba, no hacía nada; y mis propias palabras rebotaban en mis oídos junto a imágenes sueltas del viernes. Le había dicho que confiaba en él, y por razones que no terminaba de comprender había sido completamente sincera.

    Suspiré contra sus labios; lo hice a consciencia, como un movimiento calculado, y saberlo me obligó a sonreír segundos antes de seguir besándolo. Recorrí su boca, absorbí su puto sabor a tabaco —había fumado de vuelta, ¿verdad?—, jugué con su lengua. Esta vez no me dio la puta gana contenerme, él ya me había apagado y quería hacer lo mismo. Dejé un reguero de besos castos desde su mejilla, trazando la línea rauda de su mandíbula, y le eché mi aliento antes de probar la piel de su cuello. Me aferré a su nuca para asirme, ya que seguía de puntillas, y presioné con los dedos al mismo tiempo que besaba aquí y allá sin la menor noción de decoro. Le llené el puto cuello de besos y mordiscos suaves, deslicé mi lengua, me remojé los labios y seguí devorándolo.

    A mi nariz llegó el débil rastro de su colonia.

    Aproveché que había relajado su corbata para enganchar el nudo entre mis dedos y deslizarla fuera. La arrojé lejos, abrí el cuello de su camisa e imité los besos que él había repartido sobre mis clavículas, recorriendo la extensión de su torso sobre la tela con mis palmas abiertas.

    Dios.

    Qué putas ganas de arrancarle la camisa.

    De comerlo entero.
     
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    Zireael

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    Fue como subir un interruptor de nuevo, bastó el tacto brusco inicial para que las llamas sobre el océano se reiniciaran, para que la tormenta continuara haciendo al fuego moverse de aquí a allá, en una suerte de danza capaz de no solo de destruir, sino de aturdir.

    Había pasado toda la puta mañana martirizándome, convenciéndome de que no debía acercarme ya a Anna, que era un puto hipócrita de mierda. Todo porque me había comido a la jodida de Alisha y con ella seguramente a la mitad del Sakura, con ella había terminado de demostrar que era Hades, porque le había metido la lengua en la garganta al maldito amor de Suzumiya y hubiese hecho mucho más de no haber sentido el asco en la boca del estómago.

    Como lo estaba haciendo ahora.

    Era la prueba máxima de que lo que me había dicho en la enfermería no era pura mierda, que la estúpida confiaba en mí y yo confiaba en ella. Lo que había sido mierda, por otro lado, había sido mi supuesta intención de no hacerle daño conscientemente, porque allí estaba, comiéndole la puta boca sin saber todo lo que podría pasar luego o si iba a implicar algo.

    Además de que no iba a ser la única vez que iba a hacerlo, quería decir.

    No había rastro alguno de arrepentimiento y eso era, quizás, lo más preocupante del asunto. Me estaba saboreando a la cabrona sin atisbo alguno de duda ya, porque había descubierto que éramos una combinación, por demás, peligrosa. Aunque más que eso me lo estaba oliendo, joder, que Anna podía dejarme ostentar aquel poder que nadie más me había cedido.

    O que yo no había buscado en nadie más por ser un puto prepotente.

    La jodida gringa me hubiese dejado.

    Pero mi moral destrozada tenía sus propios estándares.


    Se despegó de mi boca, pero sabía que no era porque fuese a detenerse, siguió el camino que yo había trazado en ella y el aire me abandonó los pulmones. Me pegué a su cuerpo, apretándola apenas contra la puerta y otro gruñido ronco me hizo vibrar el pecho. Sentí sus movimientos de nuevo en la corbata, que no mucho después fue a parar a alguna parte del cuarto, y siguió imitando lo que había hecho yo minutos atrás.

    —Mierda. —La maldición se me escapó sin permiso.

    ¿Qué coño se supone que tienes en la cabeza, Anna?

    Hipócrita.

    Cerdo.

    No quieres que pare.

    ¿Por qué estarías aquí de ser así?

    No quieres que pare.

    Y no quieres parar.

    Su tacto incluso encima de la tela quemaba como un desgraciado incendio forestal, de hecho era eso a lo que me recordaba esa maldita luz roja, sobre nosotros como un sol apocalíptico. Era de un rojo extraño, no era puro pero el tono de amarillo que tenía debajo tenía que ser sucio para darle ese aspecto, lo sabía.
    Distinguía los tonos de rojo como un puto catador distinguía los licores o algo.

    Mis manos volvieron a activarse, volví a deslizar los dedos en su cascada de carbón y la otra se clavó en sus caderas, antes de deslizarse a su muslo. Su piel estaba tibia y a pesar de que deseé contener el maldito impulso, apreté con algo de fuerza, antes de subir la mano y colarla apenas por debajo de la falda.
    Dejé ir su cabello, pasé por su nuca, deslicé los dedos por su cuello y de nuevo encontré los botones de la camisa.

    Qué ganas de hacerlos mierda.

    Pero había un mundo para el que fingir después, ¿no?


    Deshice otro par de botones, lo suficiente para poder colar los dedos dentro de la ropa y rozar la piel tierna del escote, cerca de la tela del sostén y a la vez volví a presionar su muslo.
    Busqué su boca de nuevo, la devoré sin ton ni son antes de deslizarme a su cuello otra vez. Un reguero de besos húmedos, el aliento encima de su yugular, la lengua deslizándose a sus clavículas y más abajo, siguiendo el camino que había trazado con los dedos.

    Jodida mierda.

    Quería tocarla.

    Que me tocara.

    Quería ostentar mi maldito poder.

    Hasta que mi océano tragara la tierra.
     
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    Estoy segura, una jodida risa gutural vibró en mi garganta, contra su hombro, en cuanto lo oí maldecir. Vaya, vaya, pero mírenlo nada más al gran Altan Sonnen, dejándose hacer por una niña de metro cincuenta.

    Te gusta, ¿no es cierto?

    Estás disfrutando toda esta mierda tanto o más que yo.

    Me pregunto qué más puedo arrancarte.

    Era una intensa de mierda en todos los aspectos de la vida, y este no iba a quedar por fuera. También era una jodida errática, pura energía dispersa, sin dirección ni objetivo, pero qué miedo podía llegar a dar si, de hecho, me enfocaba, ¿verdad? Lo sabía, sabía que era una perra prácticamente adicta a provocar, jugar y vacilar sin concretar. Al pobre imbécil de Kakeru debía haberlo tenido hasta la polla de mis mierdas, pero en definitiva nunca se alejaba porque al final del día, de una forma u otra, cedía.

    Y todo era parte del juego, para reiniciarlo sin impedimentos a la próxima ocasión.

    En definitiva, pese a lo que llegara a aparentar, nunca había perdido la cabeza por completo.

    Por eso jamás le había dado a Kakeru absolutamente todo.

    Recibí sus labios, echándole los brazos al cuello otra vez, y ahogué cualquier cantidad de suspiros a medida que el cabrón me tocaba. La fuerza que aplicó alrededor de mi pierna me tomó algo desprevenida y arrugué el ceño, profundizando el beso por reflejo. Elevé la rodilla, que se deslizó por el contorno de su pierna, acentuando la cercanía, y toda la zona me cosquilleó con una anticipación insoportable al sentirlo aventurándose debajo de mi falda.

    Dios.

    Y ni siquiera se limitó a eso. Eché la cabeza contra la puerta y le dejé desabotonarme la camisa hasta donde se le antojara; en sí, no sé por qué mierda no acabó el trabajo y al final me encargué yo de eso, a tientas, mientras él me besaba el cuello. El aire me abandonó de un golpe certero en cuanto bajó, más y más, y cerré los ojos con fuerza. Mierda, iba a irme al suelo si la cabeza seguía dándome tantas vueltas.

    El corazón me iba como un puto loco y no sólo arqueé la espalda, sino que enfoqué mi respiración agitada en el centro de mi pecho, como la perra que era, para acentuar la presión dentro del sostén a medida que él peligrosamente se acercaba. Enredé ambas manos en sus plumas negras y deslicé mi vista alrededor, las mesas vacías, los cordones con fotografías, el mundo enrojecido se parchaba de negro aquí y allá. Pestañeé lento y bajé la mirada a él, porque estaba mal de la puta cabeza y quería verlo comiéndome.

    Mis piernas se enredaron entre las suyas y presioné los muslos en torno a ellas.

    —Al —lo llamé, en un susurro agitado que se asemejó a un ronroneo quejumbroso, sin saber muy bien por qué.

    Necesitaba sostén.

    O iba a irme a la mierda al suelo.
     
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    Zireael

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    The deeper you dig, the darker it gets.
    There's nowhere else for us to go.
    We live while we learn, and then we forget.
    We'll never find our way back home.
    .
    They came like moths to a flame.
    .
    The scars on your heart are yours to atone.
    .
    Let them sing, let them sing.
    Let the bastards sing.
    .
    The wolves are at my door.
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    ¿Era eso lo que había buscado durante no sé ya cuánto tiempo? Estaba prácticamente seguro y de repente entendía a todos los hijos de puta, desde a Wickham hasta a Akaisa, a la misma Shiori y su perrito, quizás hasta la desgraciada Tolvaj, si lo forzaba lo suficiente podía llegar hasta a entender al estúpido de Gotho.

    Y esa mierda casi daba miedo.

    Casi.

    Cada vez que me echaba los brazos al cuello la corriente eléctrica tenía la fuerza suficiente para cargarse las conexiones de mi cerebro, adormecerme el raciocinio y seguir activando todos y cada uno de mis interruptores. Era capaz de opacar aquella cuota de por sí pequeña de miedo, asociada no solo al hecho de estar comprendiendo a un puto asqueroso como Gotho, sino también a zafar por fin las riendas que había mantenido fuertemente atadas con la idiota de Kurosawa.

    Atajé su pierna cuando la sentí subir por el contorno de la mía y me pegué a ella casi con desesperación, buscando la fricción que me había cedido antes, pero la dejé ir poco después. La jodida había terminado lo que yo había comenzado con la camisa y ya solo Dios sabía dónde iba a poder parar.

    ¿Dios?

    ¿Con ese infierno desatado sobre la tierra?

    Qué puta gracia, Al.

    Ahogué un suspiro contra su piel cuando la sentí enredar las manos en mi cabello de nuevo, cuando sus piernas se presionaron en torno a las mías y entonces la cabrona llamó a mi nombre con aquel tono de voz, en realidad más que un llamado había sido una suerte de susurro agitado que le había salido directo del pecho. Alcé la mirada luego de haber rozado la piel a la orilla del sostén con los dientes y la miré desde allí; la sonrisa de depredador no tardó en formarse en mi rostro. Era posible que nunca me hubiese fusionado con los malditos lobos de tal manera, al punto de que separarme de ellos me resultaba casi imposible a mí mismo.

    Y no importaba ya.

    Me estaba convirtiendo en un yokai.

    No.

    Aquellos malditos brujos oscuros de los Navajos, que cambiaban de forma a voluntad luego de un pacto de sangre.

    Skinwalker.
    Mis manos se deslizaron a sus muslos de nuevas cuentas, tracé un camino de fuego, volví a colarme bajo su falda y presioné de nuevo su piel mientras subía de su pecho a su cuello, dejando otra línea de besos, de mordidas suaves, apenas una probada de lo que deseaba hacer en realidad.

    ¿Quería un sostén? Podía pretender serlo.

    Podía jugar a ser un maldito pilar.

    Incluso si no era más que un demoledor.

    Podía ser lo que le diera la gana que fuese.

    —Sujétate, princesa —ronroneé junto a su oído, era una mezcla de orden y advertencia.

    Apenas había terminado de decir la última sílaba cuando la despegué del suelo, usando la puerta como apoyo. Estampé mi boca contra la suya, brusco como ya era usual, y colé la lengua dentro con necesidad, jugué con la suya, saboreé cada maldito centímetro de su boca y aún enganchado a ella retrocedí, despegándola de la pared al fin.
    Tenía la mente nublada, pero la memoria espacial no me fallaba cuando le daba la maldita gana, cuando la necesitaba para puras mierdas como recordar dónde estaban las mesas vacías y dejar a Anna sobre una.

    Tomé su rostro entre mis manos, la besé por incontable vez ya y volví a enredar los dedos entre su cabello, en la cascada de carbón, y tiré apenas para que me dejara su cuello descubierto, para poder deslizar la lengua hasta descender a su pecho y echarle mi aliento encima. El brazo libre se paseó por la piel de su abdomen antes de enredarse en torno a su cintura y pegarla a mí. Mis caderas se presionaron contra ella sin permiso de nadie.

    Era un maldito suicida, ¿no?

    Claro.

    Yo había destrozado las cadenas que me habían contenido durante tanto tiempo.
     
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    Nekita

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    —¿Es tu forma de decirme que prefieres los dulces que a mi compañía en las mañanas?—Negó con suavidad su cabeza, llevándose la mano libre al corazón como si le hubiera lastimado directamente allí para luego empujarla suavemente con el hombro—, me dueles Liza, jamás lo hubiera esperado de ti... —Como si aquel comentario siguiera afectándole mantuvo su mirada baja dando una mordida a su postre, ni siquiera quiso sonreír cuando sintió el chocolate.

    —El dolor de mi corazón me impide saborear el chocolate...pero supongo que esta igual de bueno... —dramatizó haciendo un leve puchero con sus labios, abriendo la puerta del club de fotografía para que ella pudiese entrar primero.
     
    Última edición: 7 Noviembre 2020
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    Hygge

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    ¿Ah? ¿Ahora me estaban pagando con la misma moneda? Más que merecido, en verdad, pero no hacía falta recordármelo. Y tenía que ser muy buen actor para ocultar taan bien lo bueno que debía estar es dorayaki. Maldito Dante.

    Sostuve una nueva bolita, esta vez de té verde, y la moví en el aire cerca de su rostro, como si se tratase de una batuta mientras me adentraba en el club, con el chico siguiendo mis pasos.

    —Bueno, si el dolor te impide saborearlo, tampoco querrás probar esto, ¿no es así? —me lamenté, ojos cerrados, y negué con la cabeza antes de detenerme en mitad de la sala, brazos en jarra—. Una lástima. Supongo que me quedaré con ambos.

    Dejé a un lado nuestra broma interna por un momento para comenzar a caminar por la sala, con renovado interés. Podía notar cierto movimiento al otro lado de la puerta, que asumí se trataba del cuarto oscuro por lo que Dante me contó sobre revelar fotografías manualmente, y supuse que algún que otro alumno no tardaría en salir de allí. Me incliné sobre el corcho, observando atentamente las fotografías, pero el ruido cada vez se hacía más constante sobre el silencio del aula y no pude evitar girarme hacia el chico en algún punto.

    —¿Revelar fotografías requiere de tanto movimiento? Pensaba que era una tarea algo más... tranquila.
     
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    Gigi Blanche

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    ¿Hasta qué punto eso seguía siendo una cagada? Antes de siquiera darme cuenta mi cerebro ya se había encargado de borrar cualquier rastro de duda, vergüenza u obstáculo. ¿Con qué mierdas me había preocupado?

    Que no era una princesa.

    Que era un desastre con patas.

    Que estaba enamorado de Jez.

    Y una mierda.

    No necesitaba corazón para comerle la boca, así como no lo había necesitado para tontear y andar con Kakeru más de un año. No sabía nada de esas mierdas, me significaban un idioma extraño al cual no tenía acceso y, de plano, ni puta idea cómo alcanzar. Podía amar a mis amigos, de hecho estaba segura que Altan ya se había hecho un lugar en ese rincón de mi corazón, ¿pero lo demás? Vete tú a saber.

    Puede que sólo fuera la bruma del momento, del calor bañándome el cuerpo y los chispazos de corriente serpenteando entre mis manos, mi boca, los caminos que él trazaba y allí, entre mis putas piernas.

    Cuando me sujetó y se apretó contra mí tuve que tragarme un gemido para no quedar como una jodida cachonda, pues lo sentí con una claridad indiscutible y justo antes de que se alejara estuve a medio pelo de perder la cabeza y empezar a moverme contra él, como un animal desesperado.

    Putas hormonas.

    Jugó en el límite del sostén, tentándome, y prácticamente lo oí regocijarse al no seguir más allá. Él también podía ser ese cabrón, ¿verdad? Ambos lo éramos y muy probablemente aquello se convirtiera en un tira y afloje de antología.

    Estábamos meados por la misma manada de elefantes y éramos, también, el mismo tipo de orgullosos y testarudos.

    Recibí sus ojos desde allí abajo, y en un impulso extraño jalé suavemente del cabello que tenía enredado entre los dedos. Había sido, si se quiere, una forma de protesta. Vamos, le estaba diciendo, acaba lo que comienzas, cabrón.

    ¿Cuántas veces llevábamos ya besándonos? Había perdido la puta cuenta, pero tenía el cerebro licuado y en un momento me pregunté si en verdad no nos habría caído alguna magia extraña encima porque ¿cómo es que no me cansaba? ¿Qué tenía ese idiota?

    ¿Por qué quería más, y más, y más?

    Mierda.

    Sujétate, princesa.

    Una exhalación, mezcla de sorpresa y vete a saber qué cosas más, murió contra su boca cuando encontró mis piernas y me alzó en el aire sin la menor de las dificultades. Sentí la puerta a mis espaldas y me aferré a su cuello con una intensidad estúpida, presionando su nuca, recorriendo sus omóplatos. Arrugué la tela entre mis dedos y solté una especie de gruñido fúrico, contenido. Qué putas ganas de quitársela.

    Para cuando quise recordar una superficie fría apareció bajo mi cuerpo y Altan volvió a besarme. Me separé unos centímetros de su boca, lo suficiente para echarle mi aliento frenético encima y colé las manos en el espacio entre ambos para empezar a desabotonarle la camisa, pero igual no me aguanté y me lancé a su cuello, a su yugular, como un puto animal hambriento.

    Tampoco tardé nada en abrir las piernas, permitiéndole presionar sus caderas contra mí como le diera la puta gana. Lo hice con esa intención, claro, aunque de todas formas la sensación me sorprendió y consiguió arrancarme un gemido ahogado, directo desde mi pecho, un momento antes de que volviera a atrapar mi boca. Rebotó entre las paredes, se fundió en mis oídos con todo lo demás y contrario a tensarme o aplacarme, sólo le echó más gasolina al incendio. Mierda, mierda, mierda.

    Estaba duro.

    Claro, imbécil, ¿cuánto tiempo llevan ya haciendo el idiota?

    Ni que fuera de piedra, el pobre cabrón.

    Ni siquiera había escuchado la maldita puerta del club, hundida como estaba en, no lo sé, ese jodido Nirvana. Nunca había sido la más espabilada de la clase y menos irían a pedirme atención sostenida cuando no me funcionaba una sola neurona del cerebro.
     
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    Nekita

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    Trató de mantener ese gesto un poco más de tiempo, incluso con aquella tentadora oferta del dango que se paseaba por su rostro y solo le daban ganas de fingir que iba a darle una mordida para tratar de sorprenderla un poco —Quizás probar uno me quite el dolor, solo digo.—Finalmente se permitió reir solo porque ya estaba dentro del club, cerrando la puerta detrás de él, le impresionaba un poco el lugar, en sí jamás había tenido un área completamente dedicada a la fotografía al hacerlo en sus ratos libres como hobby.

    Caminó junto con Liza para ver todo lo que estaba expuesto, ignorando momentáneamente aquellos ruidos por estar enfocado en sus propios pensamientos hasta que la escuchó hablar nuevamente. Frunció la nariz ligeramente, separándose un poco de ella para tratar de estar más atento, notó las cosas que estaban sobre la mesa, definitivamente no estaban solos y tampoco es que pareciera que todo de la mesa estaba especialmente ordenado.

    —Bueno...quizás si en el proceso te frustras un poco en el proceso podrías no... —Esta vez sí que pudo escuchar un ruido que estaba seguro no tenía que ver en lo absoluto con revelar fotografías, sus mejillas se tiñeron de rojo un poco y rápidamente miró a Liza, como si estuviera asegurándose que ella hubiera escuchado lo mismo —, p-podrías no ser muy tranquilo... digo... quizás...justo algo se cayó...

    No, lo sabía perfectamente.

    Y eso estaba demasiado lejos de sonar como cualquier cosa impactando al suelo.

    —...¿Deberíamos estar preocupados?

    Se trabajaba con quimicos...podría...¿faltarle el aire? Ya ni siquiera sabía lo que estaba queriendo inventar.
     
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    Zireael

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    Contuve la risa que amenazó con surgirme de la garganta cuando tiró de mi cabello, buscando que siguiera lo que había comenzado pero en ese momento no me daba la gana. Si de algo tenía la capacidad era de estirar y estirar esa cuerda.
    En cualquier caso cuando la separé del suelo se sujetó a mí como si se le fuese la puta vida en ello, y recibí la necesidad, la desesperación con la que deseaba que la jodida camisa desapareciera.

    ¿Desde cuándo te cargas estas ganas, cabrona?

    Tampoco era que la fuese a detener, de hecho no lo hice cuando empezó a deshacer los botones de la camisa luego de que la dejara sobre la mesa, y cuando se me lanzó al cuello un suspiro me surgió del pecho. Habíamos perdido la puta cabeza, sin duda, porque de nuevo como cuando por fin se había dejado caer en mi regazo, ahora allí sentada sobre la mesa, abrió las piernas y me dejó apretarme contra ella.

    Como me diese la jodida gana.

    Si había duda alguna de que tenía la mente echada a perder en su gran mayoría, cuando se le escapó el maldito gemido ahogado todo terminó de irse a la mierda. El brazo con que la mantenía sujeta contra mí se aflojó apenas para que deslizara la mano por su espalda baja, para sujetarla por las caderas justo después y empujarla contra mí. Fue brusco, pero mierda, me estaba muriendo, me estaba muriendo y necesitaba sentirla.

    Y que ella me sintiera a mí.

    Que viera lo que estaba provocando.

    Me llegaron sonidos de alguna parte, que quise achacar al ruido de afuera, de la lluvia o la mierda que fuese. No lo sabía, pero el sonido de la puerta no fue lo suficientemente importante para activarme las alertas de puto perro guardián, de forma que no encontré por dónde detener mi desastre. Separé la boca de la suya, respirando como si fuese a darme algo y acabé lo que ella había comenzado con los botones, para por fin arrojar la camisa al suelo. Mi brazo la envolvió otra vez y pegué su pecho al mío, necesitado de contacto como estaba, y otro suspiro ahogado fue parar al oído de Anna cuando sentí sus pechos presionarse contra mí, incluso con el maldito sostén de por medio.

    Qué ganas de quitárselo, mierda.

    Mierda.

    Mierda.

    Busqué el broche a tientas, pero me detuve en seco cuando por fin mis sentidos lograron darle forma al ruido de afuera. Una voz masculina, creía haber escuchado una segunda persona pero ahora no estaba seguro de nada.

    Quizás...justo algo se cayó.
    Sí, guapo. Se me cayó la puta cabeza del cuello, gracias por notarlo.

    ¿Deberíamos estar preocupados?
    ¿Por cortarme el rollo? Bastante. Pero no por nosotros.

    Estaba mirando la puerta de soslayo, con la cara de culo de siempre, y agradecía que al menos esa jodida puerta tuviese pestillo porque como a Don Preocupaciones se le ocurriera abrirla iba a tirarse todo el puto rollo.

    Y no tenía ganas de que nadie le pusiera la vista encima a Anna así de expuesta.

    ¿Qué?

    —Tenemos público. —La jodida voz me había bajado de tono de una manera que literalmente era como rozar la cuerda de, precisamente, un bajo.

    La ventaja era que dudaba mucho que fueran capaces de escucharme hablar si ni siquiera había tenido que alzar la voz.

    A pesar de todo mis dedos seguían sujetos en el broche del sostén, ya no sabía si para anclarme a algo o porque estaba lo suficientemente puesto para que me importara una mierda todo y pensaba sacárselo aún así. Apreté los dedos contra su espalda, impaciente, pero sin cambio alguno de expresión a pesar de que la respiración todavía no se me calmaba.

    Joder.

    Encima en la mesa habían quedado un montón de cosas, ¿no? Mi chaqueta, la botella de té, el lazo del uniforme de Anna, los cupones. Un montón de pruebas sueltas que aún así decían casi a gritos qué mierda estaba pasando y de todas formas la habían escuchado.

    ¿Ahora qué?

    Bueno, de poder podía montarme un puto teatro con tal de que me dejaran en mi propio infierno.
     
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    Hygge

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    Dante y yo nos miramos en silencio, vacilantes, durante segundos que se sintieron eternos. La incomodidad dio paso a la preocupación y terminamos agudizando el oído más de la cuenta, inmóviles en mitad de la sala. Reparé entonces en la chaqueta de un gakuran tirada sobre la mesa, en la botella de té, en el lazo del uniforme de alguien.

    Las piezas conectaron en mi cabeza de golpe, empujadas por el sonido que rebotó entre las paredes por si me había quedado alguna duda, y todo se volvió jodidamente claro de repente.

    El calor me recorrió el rostro y mis mejillas enrojecieron con fiereza cuando busqué la mirada de Dante de vuelta.

    —No... No creo que preocuparnos sea la palabra adecuada —farfullé apenas, tratando de no alzar la voz, y tironeé de su manga con cierta ansiedad clavando la mirada en el suelo. Juraría que mi cabeza empezaba a echar humo—. D-Deberíamos irnos antes de que se hagan ideas equivocadas, Dant. V-Vamos.

    Sin embargo, mientras daba un paso hacia la puerta, una idea cruzó mi mente y retrocedí rápidamente hasta alcanzar la mesa del club. Coloqué un pañuelo de papel sobre su superficie y en él dejé dos dangos, uno rosa y uno verde. Cuando terminé volví a alcanzar a Dante, casi tironeando de él para salir de allí cuanto antes.

    ¿Lo hacía para disculparme? ¿O quizás para dejar huella de que habíamos estado precisamente allí? Quién sabe.

    No pude resistirme JAJAJA
     
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  20.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Me daba gracia pensar en la cadena de eventos que nos habían lanzado a ese cuarto oscuro, a esa porción de infierno rojo en la Tierra. ¿Dónde inició el efecto dominó? ¿Al decidir pedirle un cigarro? ¿Cuando me dio los caramelos? ¿El viernes, tras Tomoya, el monstruo y el ataque de asma? ¿Fue porque Astaroth se encerró en el cuartucho y me dio la excusa perfecta para perder la cabeza?

    ¿Fue el estúpido bento de Kurosawa?

    Era, al final del día, una jodida dominante; aunque lo mezclara con apatía, indiferencia, aunque me lo negara a mí misma. Lo había sido siempre, el tinte receloso, posesivo, el miedo totalmente irracional y asolador de quedarme sola. Ya lo había estado, ya conocía esa versión del infierno y volver ahí me resultaba lisa y llanamente aterrador.

    Por eso me enroscaba alrededor de las personas.

    Y si eso no era suficiente, desencajaba la mandíbula y les clavaba mis colmillos.

    Como la puta serpiente que podía ser.

    Puede que mi plan hubiera sido no soltar a Altan desde que se echó a llorar y lo envolví entre mis brazos, lo acaparé, intenté absorberlo. ¿No era por eso también que hacía todas esas estupideces, como gastar dinero en mis amigos y montarme planes de preescolar? ¿No eran todos putos salvavidas que les arrojaba a la cintura, mientras me enroscaba la soga a la muñeca?

    Los mantenía a flote, a salvo.

    Y pegados a mí.

    El cabrón perdió la cabeza al oírme gemir, tampoco es como si lo culpara. Sus dedos prácticamente se clavaron en mis caderas y me arrancó el aire de los pulmones, si es que había alguno, y podría jurar que el rojo danzó sobre el negro en formas casi irracionales. Su entrepierna se apretó contra mi ropa interior, y con todo y las capas de ropa de por medio, mi intimidad palpitó y me lanzó un relámpago eléctrico que se ramificó hasta el último rincón de mi cuerpo. ¿Cuánto puto tiempo llevaba sin sentir algo así? Hacerlo sola definitivamente no era lo mismo, no le llegaba ni a los talones, de hecho, y el aire silbó entre mis labios resecos.

    Me los relamí, justo contra su boca.

    Y me moví.

    Ni siquiera llegué a razonarlo, fue prácticamente un puto reflejo. Apreté los muslos a los costados de su cintura y me sostuve de su nuca, enterré los dedos en su piel para no irme de espaldas a la mesa, y me moví. El vaivén de mis caderas fue amplio y desató un nuevo relámpago que se me antojó jodidamente placentero. Adictivo.

    Puta mierda, debía estar tan húmeda.

    Relajé un poco el agarre en torno a su cuello para permitirle quitarse la camisa y decidí imitarlo, dejando caer la propia sobre la mesa a mis espaldas. Recorrí su piel con las palmas abiertas, como si pretendiera grabarlo a fuego. Los pectorales, el abdomen, sus hombros, los tríceps, su espalda. Me pegó a él de un movimiento brusco, mis pechos se aplastaron contra su torso desnudo y un gemido suave volvió a brotar de mi garganta, justo en su oído. Inmediatamente después sonreí, ronroneé, como la puta salida que podía ser, y lo dejé buscar el broche de mi sostén mientras luchaba por cargarle aire a mis pulmones y acariciaba sus plumas negras, ahora con extraños reflejos rojizos, lenta y suavemente.

    Pero se detuvo de golpe.

    Pestañeé, confundida, y me separé apenas. Estaba vigilando la puerta de soslayo, como un perro guardián, y recién entonces me digné a parar la oreja. Los escuché. Era una voz masculina, ligeramente grave, y una femenina. Se oían sosegadas pero también algo nerviosas.

    Tenemos público.

    Por si faltaban pruebas que demostraran lo loca que podía llegar a estar, la sorpresa inicial mutó rápidamente en una extraña diversión que me obligó a soltar una risa suave, casi gutural, un mero ronroneo sedoso. El cuarzo opaco, ahora del color de la sangre, debía haber destellado junto al blanco de mis dientes al sonreír como una puta desquiciada.

    No tenía idea qué pretendía, puede que no pretendiera nada en absoluto además de seguir balanceándome sobre el vacío, además de rayar mi cerebro racional y seguir el ritmo de una brisa invisible, densa y atestada de locura.

    Placer.

    Diversión.

    Instintos primordiales.

    Alcancé su mejilla con la sutileza de una pluma, viajé hasta su cabello, hasta arrastrar los dedos sobre su cuero cabelludo, y tuve que tragarme la risa al alzar la voz.

    —¡Ah, qué buenas quedaron estas fotos! —exclamé, lo suficientemente alto para que me oyeran; de verdad me encantaba el teatro y había logrado aplacar cualquier rastro de agitación en mi voz—. Oye, quítales el broche así las vemos mejor.

    Busqué su mirada adrede al decir aquello, busqué sus malditos pozos oscuros porque me estaba divirtiendo como nunca y eso también era a costa suyo.

    Vamos, guapo.

    Sigue.

    ¿En serio unos niños van a detenerte?

    :satan:
     
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