Long-fic de Dragon Ball - Cinco horas con Goku

Tema en 'Dragon Ball' iniciado por Dororo, 18 Junio 2011.

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    Dororo

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    1 Marzo 2011
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    Título:
    Cinco horas con Goku
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    5
     
    Palabras:
    1114
    Título: Cinco horas con Goku
    Resumen: Con la aparición de los androides Goku cae enfermo y Chichi tiene que cuidar de él. Ya se encuentra mejor y ella tiene por delante cinco largas horas en Kame House para rememorar toda una vida.
    Clasificación: T
    Categoría: General/Romance
    Protagonistas: Chichi
    Capítulos: 5

    Disclamer: Tanto Chichi como el resto de personajes y lugares que aparecen en este fic pertenecen a Akira Toriyama.

    CINCO HORAS CON GOKU

    1ª Hora: Conociéndonos

    “Siempre hay un momento en la infancia, cuando la puerta se abre y deja al futuro salir”. (Graham Greene)

    El sol se enreda en los visillos e inunda la estancia de claridad, reflejándose en su frente perlada de sudor sobre la que pones un trapo húmedo, tratando de paliar los efectos de la fiebre que en las últimas horas ha disminuido. Su rostro va recuperando el color y el hecho de que los escalofríos y delirios hayan desaparecido es una buena señal. Sabes qué lo es, puedes confirmar en su sueño tranquilo que se va a poner bien.

    Lo arropas, acomodando las mantas y te quedas de rodillas al borde del colchón, velando sus gestos mientras duerme. Si pudiera verse a través de tus ojos en estos momentos, tan indefenso, tan desprotegido como el niño que siempre ha sido. Sonríes, al tiempo que el pecho se llena de ternura y acunas con cariño su mejilla en tu mano.

    ¡Aún no acabas de creértelo! Enfermo precisamente él, el hombre que sustenta sobre sus hombros el dudoso honor de ser uno de los más fuertes del universo. Un rictus amargo borra tu sonrisa al ser consciente del verdadero significado que encierra ese pensamiento, lo que representa para ti, y el vacío ocupa el lugar que tan sólo un instante antes colmaba la ternura.

    Te incorporas y caminas hacia la ventana para contemplar como las olas rompen en la orilla. Respiras en profundidad, al compás del sonido del mar en su vaivén tranquilo que suaviza, en parte, la culpabilidad por un rencor que no puedes evitar sentir y que es, como mínimo, desconcertante.

    Si pudieras explicarlo, si pudiera entenderte…

    No es que no te llene de orgullo ser la esposa de uno de los mejores guerreros, si no el mejor, es sólo… Las palabras se diluyen sin poder hilvanarlas y tu mirada se pierde de nuevo sobre la playa de arena blanca.

    Siempre te gustó Kame House, el oasis en medio del océano, con su tejado color rojo y sus paredes de madera rosa. ¡Lástima que no puedas decir lo mismo de la fauna que habita este lugar!

    ¿Recuerdas la primera vez que te trajo aquí? Y una efímera sonrisa vuelve a perfilarse en tu rostro.

    Tú buscabas el Basho Sen con el que apagar las llamas del monte Frypan y él apareció brindándote la primera aventura. Has pensado mucho en ese día, lo cual no es de extrañar si se tiene en cuenta que fue, probablemente, uno de los más importantes de tu vida. No todo el mundo puede evocar con tanta precisión el segundo exacto en que el destino llamó a su puerta y le miras, tratando de reconocer algo de aquel chiquillo de doce años cuyos cabellos desafiaban la ley de la gravedad, con una extraña cola similar a la de un mono y que volaba gracias a una nube mágica.

    La memoria ha extraviado ya muchos de los detalles y preguntarle no serviría de ayuda. ¡Cómo va a acordarse de algo tan remoto en el tiempo! Al final fue el Maestro Roshi la solución del problema, si es que se le puede llamar solución a que todo fuera arrasado por un Kame Hame Ha demasiado potente. Por supuesto las flamas se extinguieron aunque, resulta irónico que a la vez una invisible chispa prendiera el fuego en tu corazón.

    Esos fueron buenos momentos.

    Una chica nunca olvida su primera cita y tú no eres una excepción. Cómo olvidar la que, sin duda, fue una de las citas más extraña en la historia de las citas. ¡Y no es que hayas tenido muchas después de aquella! Pero sabes lo suficiente del tema para entender que una tarde de golpes y patadas no es lo habitual. Suspiras resignada y vuelves a arrodillarte a su lado.

    Mirando atrás, te das cuenta de qué en aquella ocasión debiste haberte percatado de como serian las cosas. Pero tenías doce años y a esa edad, incluso un puñetazo apenas esquivado nos parece lo más romántico del mundo. Así que idealizaste aquel episodio, atesorándolo como uno de los mejores recuerdos de la infancia. Y la llamita que prendía en tu pecho fue avivándose con el paso de los días, convirtiéndose en una hoguera de considerables dimensiones cuyas flamas podrían semejarse a aquellas que tiempo atrás devoraban tu destruido hogar.

    Tal vez, sólo tal vez, hubieras debido buscar un trozo de cáscara de pájaro comefuego para sellar la grieta por la que escapaba aquel incendio que consumía tus sueños de adolescente. No lo hiciste y ahora, contemplas al hombre que yace sobre la cama preguntándote si hallaste tu camino o, sencillamente, te dejaste llevar por unos sentimientos que aún son capaces de calcinarte el corazón.

    Tampoco es que a estas alturas eso tenga demasiada importancia pero te gustaría saberlo porque quizá entonces, esa duda que en ocasiones se instala, amarga, en la garganta desapareciese. No estás segura de ello pero presientes que todo sería mucho más fácil si pudieras deshacerte de la incertidumbre.

    Él nunca será como los demás y tú le quieres, mucho, lo suficiente como para mantenerte a su lado, pero no es lo mismo el cariño que el amor y crees que lo amas, desde los doce años, y aún así no puedes dejar de interrogarte acerca de si el destino anduvo errado con aquellos dos niños a los que la casualidad, dio la oportunidad de conocerse.
     
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    Cinco horas con Goku
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    2ª Hora: Reencontrándonos...

    “Un hecho vale más que todo un mundo de promesas”. (Jacob Howell)

    Esperaste pacientemente a que cumpliera su promesa. Con el mismo anhelo que esperas que abra los ojos en cualquier momento y te regale la que, para ti, es la mejor sonrisa del mundo; porque estás convencida de que nadie es capaz de sonreír como él.

    En tu diecinueve cumpleaños decidiste que ya estaba bien de aguardar a que regresara. Lo cierto es que en aquella época la desconfianza se instaló en tu pecho e hizo que te preguntaras muchas cosas, porque lo conociste siendo una cría y, al fin y al cabo, apenas lo viste unos minutos cuándo apareció de improviso, años más tarde, para prometerte de nuevo que volvería.

    Sean cuales fuesen los motivos, decidiste tomar el toro por los cuernos y demostrando una vez más ese empeño que sueles poner en todas las cosas te inscribiste en el vigésimo tercer torneo de artes marciales. Eso fue raro incluso para ti y recuerdas como tu padre te miró sin acabar de comprender la razón por la que su pequeña hija, ahora ya una mujer, quería darse de puñetazos con un montón de desconocidos. Por supuesto, ni se opuso, ni intentó que entraras en razón. Hubiera sido inútil. ¡No te había educado para sentarte a esperar! Y aunque no lo dijera, sabías que en el fondo estaba orgulloso de ver como su niñita exhibía esa determinación propia de los mejores maestros en artes marciales que siempre había intentado inculcarte.

    Lucia un sol esplendido aquella mañana y contemplas, aún a su lado, el brillante astro que reluce en el cielo despejado para volver la vista una vez más a él. Nunca antes te habías parado a pensar en como ha cambiado desde entonces. De repente, eres consciente de que la vida no pasa en balde para nadie, ni tan siquiera para un saijayin. Sus cabellos que, sin dejar de mirarlo, acaricias quedamente con los dedos siguen siendo los mismos. Lo observas y por primera vez te das cuenta de que no puedes encontrar nada más. Su cuerpo ha definido músculos que antes no estaban ahí y los que estaban parecen haber duplicado su tamaño, el rostro ha dejando atrás los rasgos infantiles dibujando otros quizás más maduros y si lo piensas bien, incluso sus ojos se te hacen distintos.

    Nada que ver con aquel muchacho que después de mucho tiempo tenias de nuevo enfrente, mirándote como si te hubiera brotado una segunda cabeza sin acabar de entender tu enfado. ¡Claro que no lo entendía! ¡¿Cómo iba a entenderlo?! Eras tú la que había desperdiciado media infancia y toda la adolescencia soñando con un rencuentro para que a la hora de la verdad, ni tan siquiera te reconociera

    Estabas y has estado furiosa muchas veces después de aquello, y eso es algo que no puedes evitar. No sabes de quién heredaste ese temperamental carácter tuyo pero ahí está, aflorando cuando menos lo esperas. Aunque ese día la rabia se sentía distinta, quizá porque la acompañaba la desilusión o quizá, porque el frío desengaño se vertía en el hirviente resentimiento que se apoderaba de tu estómago reaccionando como agua derramada sobre aceite muy caliente. La decepción anudaba la garganta y el orgullo cegaba la vista mientras él no dejaba de preguntarte por desconocidas promesas y olvidados nombres.

    Y aunque rara vez se muestra tan generoso, ahí, ese destino del que en ocasiones tanto reniegas quiso ofrecerte una segunda oportunidad. Pudiste dar media vuelta, bajarte del tatami y volver a casa como si nada hubiera pasado, como si ese niño de cabellos estrafalarios nunca hubiera existido. Pero eres cabezota. Te lanzaste al ataque sin pensarlo, con la esperanza de años hecha añicos supurando por cada uno de tus poros, pateando y golpeando junto a la indignación. En realidad no había para tanto y justo cuando creías que todo estaba perdido, él lo solucionó de la manera más simple. Porque eso es algo que siempre ha tenido, el don de hacer fácil lo difícil, en cambio tú complicas demasiado las cosas… ¡Aquel día es una buena muestra de ello!

    Sonríes y miras de nuevo al sol. Sí, luce esplendido, igual que aquella mañana en que no te alzaste con la victoria en el vigésimo tercer torneo de artes marciales. No te importó perder. Peleaste y ganaste algo mucho más importante: una promesa cumplida.
     
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    Cinco horas con Goku
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    Romance/Amor
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    3ª Hora: Amándonos…

    "El amor halla sus caminos, aunque sea a través de senderos por donde ni los lobos se atreverían a seguir su presa.” (Lord Byron)

    Has bajando a sentarte junto al mar, porque después de las horas transcurridas, la tensión vivida y el miedo a lo peor necesitas un poco de calma. Las olas se balancean sobre la orilla trazando un reguero de espuma a su paso. Hundes la mano en la arena y la levantas, sintiendo como los minúsculos granos se escurren por cualquier rendija que encuentran entre tus dedos. Es relajante y piensas que la vida también ha ido pasando, escapándose poco a poco sin que puedas retenerla.

    Aprietas la mano en un puño y la abres observando el montoncillo que ha quedado sobre la palma. Igual que los recuerdos subsisten en tu memoria. Sonríes y devuelves la arena a la playa, evocando uno de esos momentos, uno que nunca podrás olvidar.

    “¿Chichi, por qué sólo hay una cama?” Y te hubiera gustado que la tierra se abriese a tus pies y te engullera.

    Ahí estabas tú, con un camisón de seda celeste que cubría, seguramente, más de lo necesario dada la ocasión pero que te hacía sentir casi desnuda. Lo miraste perpleja, sin saber bien a que atenerte porque nada te prepara para que tu recién estrenado marido formule ese tipo de preguntas en la noche de bodas. Así que inhalaste en profundidad, tratando de paliar el calor intenso que coloreaba tus mejillas. ¡Qué diablos ibas a decirle! Y supones que para muchos el asunto resultará jocoso, pero no lo es, es frustrante.

    Él seguía con el rostro interrogante en espera de una respuesta que por mucho buscaras no atinabas a darle. ¡¿Cómo explicar ciertas cosas?! Maldijiste mentalmente una y mil veces al maestro Roshi y a todos esos compañeros de aventuras con los que se había dedicado a entrenar, aprendiendo durante años el arte de la lucha y el combate. ¡Desde luego era un experto guerrero! Pero… ¡¿Por qué nadie se preocupó de enseñarle nada acerca de la vida?! En ese momento descubriste que hay mujeres que son esposas, madres, amantes y compañeras. Tú, además, ibas a ser maestra.

    Nadie puede negar que siempre has sido valiente y aunque hay batallas que hubieras preferido no librar, llenaste los pulmones de oxigeno, insuflándote valor e ignorando el vergonzante carmesí que te cubría desde la punta del pie hasta la coronilla, caminaste decidida hasta él para ponerte de puntillas y rozar tímidamente sus labios con los tuyos. Sus ojos se abrieron mucho por la sorpresa, pasó su brazo por detrás de la cabeza en ese gesto tan suyo de confusión y sonrió indeciso. Le sonreíste de vuelta e impulsivamente volviste a besarlo, porque no ibas a dejarte vencer por la timidez o quizá, porque lo único que querías es esconderte como las avestruces y dejar de mirarlo directamente a la cara.

    El pudor y los nervios dieron paso a lenguas inexpertas y el instinto a besos más profundos, a manos que se aventuran y descubren, a prendas cayendo al suelo exponiendo retazos de piel caliente, ávida de ser acariciada, conocida, mimada… Has rememorado esa noche muchas veces en la soledad de tu habitación, demasiada soledad y demasiadas veces, y aunque después vinieron otras muchas con besos apasionados, caricias más ardientes y por supuesto mejor sexo, porque todo se aprende con el tiempo y la práctica, no tienes duda de que si tuvieras que elegir te quedarías con esa primera vez.

    Entierras de nuevo la mano en la arena y ésta vuelve a escaparse entre tus dedos para volver a la playa. La observas caer ensimismada y al cabo de unos segundos ya no puedes distinguirla del resto. Las olas lamen las puntas de tus zapatos, recoges las rodillas sobre el pecho, rodeándolas con los brazos, mientras contemplas la línea del horizonte.

    Frunces un gesto apesadumbrado. Es fácil adentrase en los caminos del amor y perderse en ellos, pero una vez que lo hemos hecho resulta complicado dejar de avanzar y casi imposible retroceder. Tú no quieres volver atrás, lo que pides es una tregua para tu abandonado corazón que siempre ha sabido esperar y eso te asusta, te asusta el pensar que haya un día en que ya no puedas seguir aguardando, en que, como la arena, la esperanza se pierda en el olvido, un día en que no sean recuerdos lo que quede sobre tu palma y un puñado de resentimiento sea lo único que puedas sostener.
     
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    4ª Hora: Nuestro hijo...

    “No existe la madre perfecta, pero hay un millón de maneras de ser una buena madre.” (Jill Churchill)

    Las noticias no han sido muy halagüeñas y se han decidido a partir, porque no pueden seguir esperando a que Goku despierte. De pie sobre la hierba, contemplas como la nave se eleva y le gritas que se cuide. Te gustaría poder retenerlo y podrías haberlo hecho, apelar a su corta edad y a tu autoridad pero lo conoces y sabes que, tarde o temprano, Gohan escaparía para poder reunirse con ellos y no quieres que vaya solo, aún es un niño. Mucho más fuerte de lo normal pero un niño al fin y al cabo.

    Sientes que tu corazón se va con él… Estás acostumbrada. En los últimos tiempos, tu corazón ha ido y ha vuelto tantas veces que has llegado a preguntarte si realmente lo necesitas para vivir, si no serás tú, un caso raro más de supervivencia y adaptación como los que pueden leerse en esos libros de ciencias que te empeñas en hacerle aprender porque, al igual que cualquier madre, quieres un futuro mejor para él. Porque deseas verlo crecer sano y salvo a tu lado sin tener que preocuparte a cada rato por dónde y cómo estará. Y quizás, eres la única que parece entender que, a diferencia de su padre, tu hijo necesita algo más que las artes marciales y la lucha para ser feliz.

    Con los dedos enlazados a la altura del pecho, como si estuvieras recitando una plegaria muda, observas con preocupación como la aeronave se pierde en el horizonte hasta que no distingues mas que la estela blanca que ha dejado en el cielo. Aspiras en profundidad, sintiendo el olor del mar en la nariz, y giras resignada sobre tus talones para volver a la casa.

    Notas un creciente vacío en el estómago. Ahora queda lo peor: esperar a que regrese.

    Sin saber muy bien porqué, te detienes a mitad de camino y alzas la vista para dejarla fija en la ventana del segundo piso. Al instante, tu mente se desvía al hombre que todavía yace, enfermo, en la habitación… Hay muchas cosas que podrías perdonarle y otras muchas que le has perdonado ya, pero si algo le sucediera a tu pequeño…

    Sacudes la cabeza ligeramente, rechazando tus propios pensamientos y el agujero en tu estómago se hace mucho más profundo. No puedes evitar sentirte culpable, sabes que él nunca dejaría que le pasara nada malo. Siempre ha sido un buen padre, desde el principio y, sin poder despegar los ojos de la ventana, recuerdas aquella mañana en que volviste emocionada a casa después de visitar al doctor…

    “¿Em…Embarazada?” Y pestañeó perplejo varias veces como si no acabara de entender. “¿Pero te vas a poner bien, verdad?” Preguntó con inquietud y esa inocencia suya que exaspera y enternece a la vez y tú, no pudiste hacer otra cosa más que echarte a reír. ¡Siempre has tenido que andar explicándoselo todo!

    Algo que nunca olvidarás es la expresión de asombro en su rostro cuando, después de algunos titubeos y varios malentendidos, comprendió al fin en qué consistía tu supuesta enfermedad. “Un hijo…” Susurró y sus ojos se anclaron en los tuyos que esperaban expectantes y nerviosos su reacción. Esbozó la más arrebatadora sonrisa que le hayas visto jamás y tomándote de la cintura, comenzó a girar como un loco llevándote con él. “¡Un hijo!” Gritó, no dejaba de gritar y vuestras risas se escucharon durante mucho rato en aquella habitación… Reíais tanto por aquel entonces…

    Suspiras, apartando los ojos de la ventana, y reanudas el camino hacia la casa con una mezcla extraña de añoranza y rabia alojada en el pecho, por la perdida de esos días felices en que pensabas que a la vida no podía darte nada más. Te lo había dado todo: vuestro hijo…
     
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    5ª Hora: ¿Futuro?...

    “El tiempo saca a luz todo lo que está oculto y encubre y esconde lo que ahora brilla con el más grande esplendor.” (Quinto Horacio Flaco)

    Y eres una mujer fuerte, muy fuerte, en realidad mucho más fuerte que todos esos enemigos que son capaces de acaparar su atención. Pero tu fortaleza no radica en unos músculos de acero, en disparos de energía o en extrañas transformaciones que, ni te gustan, ni comprendes. No. Tú no necesitas de todo eso para cargar sobre tus hombros la responsabilidad de mantener lo único que te importa: tu familia y aunque en ocasiones, como Atlas sustentando la bóveda celeste sobre nuestras cabezas, protestas y te desesperas, te mantienes firme, porque hace tiempo que abandonaste la esperanza de que él te ayudara en esa tarea.

    Te resignas y en verdad intentas hacerlo de buena gana pero hay días en que la losa se vuelve demasiado pesada, incluso para ti, y piensas en mandarlo todo a hacer puñetas y te enfadas y gritas y te gustaría que, por una vez, esos brazos capaces de tener Enma Daioh haciendo horas extras enviando villanos al infierno te sostuviesen.

    En el fondo sabes que estás siendo un poco injusta; él no tiene la culpa de ser el único capaz de salvar el mundo…

    ¡Y qué te importa a ti el mundo! ¿Acaso es tan difícil de entender que tu mundo son ellos? Porque la vida es una cuestión de prioridades y la tuya es que al final de la jornada puedas disfrutar de su compañía sabiéndolos a salvo en casa.

    “¡¿Qué hay de malo en ello?!...”

    Inhalas en profundidad, como si el aire fuera el analgésico que necesitas y tomas el cazo lleno de agua para concentrarte de vuelta en lo esencial. Él sigue arriba, enfermo y sigue necesitándote.

    Una sacudida te hace perder el equilibrio y caes al suelo. Piensas en los androides, piensas… pero la cara del empapado maestro Muten Roshi, acusándote de neurótica, a centímetros de tu rostro consigue alterarte de nuevo.

    “¡¿Tranquila?! ¡¿Cómo diablos vas a estar tranquila?!” Y aunque no podría importarte menos, supones que eso es lo que hacen todos, tacharte de marimandona, antipática o histérica, acusarte de desequilibrada, de ser una egoísta amargada incapaz de entender que la lucha está en su naturaleza, que la necesita tanto o más que comer o respirar… Aprietas impotente la mandíbula, preguntándote con rabia si alguna vez, alguien, se ha preocupado de qué necesitas tú, de cómo te sientes… Porque no es fácil mantener la calma cuándo tu hijo, de apenas nueve años, anda tras un engendro multicelular cuyo único afán es acabar con los que quieres, cuándo has tenido que esperarlo en infinidad de ocasiones, con el corazón en un puño, para acabar descubriendo la frustrante realidad: todos vuelven siempre a casa menos él.

    Todos menos él… El suelo vuelve a temblar sacándote de tus cavilaciones e, inconscientemente, te abrazas al anciano que no ha dejado un instante de mascullar incoherencias sobre tu estado de nervios.

    Lo acabas estrellando contra la pared.

    ¡Goku! Reaccionas. Con el pulso latiendo en la garganta y el miedo metido en el cuerpo, te faltan piernas para subir la escalera e irrumpir en la habitación—. ¿Goku?...

    Una cama vacía delata su ausencia y, buscándolo, caminas hasta la ventana donde descubres estupefacta el mar abierto en dos… Entonces lo ves, de pie, en la playa, ejecutando uno de esos poderosos Kame Hame Ha capaces de separar el océano y por primera vez en muchos días te sientes feliz, verdaderamente feliz.

    Tus labios dibujan una sonrisa y ya no piensas en nada que no sea llegar hasta él. Corres dejando atrás cualquier reproche o resentimiento, acompañada por el alivio de saber que se encuentra bien, que está de vuelta, a tu lado. Porque a pesar de todo crees que no podrías vivir sin tenerlo contigo. Dejas a tus brazos rodear su cintura y te refugias en su pecho, arropada por los latidos de ese corazón enfermo que escuchas palpitar de nuevo con fuerza.

    “¡¿Preocupada?!” Por supuesto que has estado preocupada y confusa y triste y enojada y un montón de cosas más.

    Ríes con ganas, no puedes dejar de reír y, por unos segundos, mientras gira sobre sí mismo llevándote en volandas con él, vuelves a ser esa niña de doce años que buscaba un abanico mágico… Has vivido muchas aventuras desde entonces y no tienes idea de los avatares que te reserva el futuro…

    Puede que mañana eso vuelva a importarte.

    Pero hoy, ahora, entre sus brazos, con ese órgano vital, de cuya existencia en ocasiones dudas, golpeando ferozmente tu pecho, lo único que quieres es disfrutar el momento. Porque nunca se sabe cuando a ese destino terco y caprichoso, a veces irritante y siempre imprevisible, al que en el fondo agradeces con toda tu alma haberlo puesto en tu camino, le dará por volver a regalarte uno igual.
     
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