Mini-rol Campfire [Jez x Joey | Gakkou Roleplay]

Tema en 'Archivo' iniciado por Gigi Blanche, 9 Junio 2020.

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    Gigi Blanche

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    rol: gakkou roleplay
    personajes: joey wickham ; jezebel vólkov.
    setup: campamento en un bosque de las afueras de la ciudad.

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    Joey Wickham

    Cuando volví del coche, me encontré la silueta menuda de Jez encorvada sobre la pila de cosas que aún no habíamos acomodado dentro de la carpa. Nos habíamos echado el día entero haciendo actividades y ahora, noche cerrada, era hora de poner orden… quizás. Acampar podía ser un desastre sin organización, ¿eh? Lo sabía de sobra; había sido, después de todo, prácticamente una tradición de nuestra familia hasta que mamá murió.

    Pero bueno, la montaña de ropa, bolsas de dormir y enlatados podía esperar un poquito más, ¿no? Por fin había convencido a Jez de hacer un pequeño viaje al bosque y quería que disfrutara todas las experiencias que algo así podía brindar. Una parte infalible de ello era, por supuesto, esto.

    Me acerqué a ella sigiloso, cuidando de no pisar alguna ramita, y los chasquidos de la fogata disimularon mis planes malvados. Divertido, extendí los brazos y la abracé por el cuello desde atrás.

    —¡Te atrapé! —exclamé, asiéndola en mi dirección y plantándole un beso en la mejilla.

    Le sonreí, sin soltarla, y le indiqué apenas con un movimiento de ojos que le echara un vistazo a lo que llevaba entre manos. Agité suavemente los paquetes de malvaviscos.

    —Los encontré —murmuré—. ¿Conseguiste ramitas?
     
    Última edición: 9 Junio 2020
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    Jez Vólkov

    Realmente no terminaba de entender cómo es que, al final del día, accedía a prácticamente toda locura que se le pasaba a Joey por la cabeza. Quizás, como siempre, era su energía lo que me movía o aquella alegría infantil que le alcanzaba el rostro cuando me proponía hacer algo juntos. Quizás cedía porque simplemente me hacía feliz seguirle el rollo y descubrir el mundo a su lado, aunque el mundo podía ser oscuro también.

    Con todo había que ordenar, ¿no? Ordenar era importante, así que estaba buscándole sentido al montón de cosas que habíamos traído y que faltaban de acomodarse.

    ¿Pero cómo ordenaba uno algo en el bosque de todas formas? Se me iba a chamuscar la cabeza.

    Me rasqué las raíces del cabello, distraída, y algunos mechones se salieron de su lugar.

    A mi espalda se escuchaba el crepitar del fuego al consumir la madera. Era, de alguna forma, el sonido de algo destruirse pero no era malo, de hecho de alguna forma era, combinando con los sonidos de la naturaleza, extrañamente reconfortante.

    Estaba demasiado centrada en intentar planear una forma de organizar aquello, como si fuera un tetris, que realmente no lo escuché acercarse, a pesar de lo ruidoso que era la mayoría del tiempo. Tuve que contener el gritillo de sorpresa que amenazó con escaparse de mis labios en cuando lo sentí rodearme con los brazos y color me subió de golpe al rostro en cuanto me estampó un beso.

    Observé entonces lo que extendía. Los malvaviscos.

    Casi me había sacado el corazón del pecho, pero pronto mi pulso volvió a su ritmo usual y le sonreí también.

    —Sí —respondí mientras señalaba las ramitas por las que estaba preguntando, las había dejado encima de algunos de los enlatados antes de volver mi atención a lo demás—. Las puse allí, cielo.
     
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    La dejé ir con suavidad tras recibir su respuesta y me agaché para recoger las ramitas que Jez había juntado. Les eché un rápido vistazo, comprobando que servirían para los malvaviscos, y le revolví el flequillo con la mano libre.

    —Perdona si te asusté —le dije en voz baja; sobre el profundo silencio de la noche no había necesidad de gritar—. No pude contenerme.

    Amaba molestarla, no sabía exactamente por qué. Abrazarla sin aviso, invitarla a todas partes, picarle las mejillas, jugar con su cabello o hacerle cosquillas. Tampoco sabía por qué mi voz sonaba como sonaba cuando le hablaba, pues sonaba así sólo junto a ella. Era casi un hechizo mágico bañándome cada célula del cuerpo con morfina. Me relajaba, pero al mismo tiempo me emocionaba y me llenaba de energía. Era una combinación extraña y definitivamente agradable.

    Bueno, a eso le llamaban amor, ¿no? En teoría.

    —¡Ahora! —Me senté en el tronco frente a la fogata y palmeé el lugar a mi lado, disponiendo de las cosas—. Ven aquí, amor. Luego nos encargamos de ordenar, lo prometo. No iremos a dormir sin hacerlo.

    Le sonreí entre suplicante e inocente, esperando que accediera a dejar el desastre de lado para comer los malvaviscos primero. ¡Me emocionaba mucho hacer todo esto con ella! Seguramente se me notara como si lo llevara escrito en la cara, pero poco me importaba. Además, a Jez no parecía desagradarle y eso era lo más importante de todo.
     
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    Negué suavemente con la cabeza cuando lo escuché disculparse si me había asustado. De hecho lo había hecho solo porque la cabeza me iba a echar humo pensando en una tontería como poner orden cuando había aceptado a venir para estar con él.
    En cuanto se separó y caminó para ir a sentarse junto a la fogata lo seguí con la mirada, casi sin darme cuenta, era un reflejo extraño pero era así siempre. Me gustaba observarlo, eso era todo, su cabello oscuro, sus ojos que me reflejaban como un espejo de hielo negro, su forma de caminar y hasta de respirar; todo lo que era él.

    Pero sobre todo, la forma en que me sonreía, siempre.

    Dios, era tan débil.

    Mi cuerpo respondió de inmediato, aunque antes de sentarme junto a él me coloqué a su espalda, posando mis manos sobre sus hombros, dejando caer algo de mi peso sobre él. Me incliné y mi flequillo blanco se revolvió con su cabello cuando le dejé un beso suave sobre la cabeza.

    —Espero que esa promesa no sea como las que hacen los niños —añadí mientras frotaba mi mejilla contra su cabeza—. Pero podría dejarlo pasar esta vez, solo porque estás comportándote como un chiquillo de nuevo.

    Se me escapó una risa breve y me separé de él, para sentarme a su lado por fin.
     
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    Mis manos se habían detenido un momento en la envoltura de los malvaviscos cuando la sentí a mis espaldas. Su peso era un chiste, parecía el de una pluma. Había alzado la cabeza justo antes de que ella presionara allí los labios, como si hubiésemos desarrollado una habilidad para sincronizar nuestros movimientos, y sonreí sin tregua ante la sensación. Un débil resquicio de su aroma usual llegó hasta mi nariz y estiré un poco más el cuello hasta descansar la nuca en el hueco entre su hombro y su rostro.

    —¿Un chiquillo, dices? —murmuré, risueño, y la seguí con la mirada mientras me soltaba y se sentaba a mi lado—. Quizá tenga algo de sentido. Después de todo, no hacía este tipo de cosas desde que era un niño. ¿Te conté alguna vez al respecto?

    Retomé mi labor y ejercí la presión suficiente sobre el plástico para abrir la bolsa sin destrozarla. Saqué un malvavisco y se lo pasé a Jez, repitiendo la acción para mí.

    —Bueno, esto es bien simple. Sólo lo insertas en la ramita así y al fuego. —Sonreí, viéndola hacer por el rabillo del ojo—. El punto de cocción es a gusto. Ya sabes, como la carne. A mí me gustan bastante tostaditos, pero algunos los prefieren apenas tibios. Puedes probar porque, mira, compré malvaviscos como para un jodido ejército.

    Fui girando el malvavisco sobre el fuego, relajado y tranquilo. El crepitar de las llamas era prácticamente un arrullo, y su calor se sentía bien contra la piel.

    —Ah, esto me trae tantos recuerdos. No sabes la cantidad de veces que salimos de campamento cuando era niño, ¡y las que pasamos! Perdí la cuenta de la cantidad de veces que se nos rompió el coche. Ya sabes, mi viejo es un cabeza dura de primera y no fue hasta quedarse a pata en medio de la nada que accedió a cambiarlo. Entre tanto, nos la pasábamos de mecánico en mecánico. Te juro, debe haber gastado más dinero arreglando esa tostadora que en el coche nuevo.
     
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    Lo escuché con la misma atención que lo había escuchado desde el momento en que nos conocimos y tomé el malvavisco que me alcanzó. Tuve el impulso de comerlo y decirle que me pasara otro, pero en su lugar imite sus movimientos, insertándolo en la ramita.

    Eso no era… ¿Un poco antihigiénico? Quiero decir, poner comida en una ramita que encontraste en el bosque.
    Fruncí el ceño apenas unos segundos, para después imitarlo y colocar el malvavisco sobre el fuego también. Eso sí, extendí la mano libre hacia la bolsa abierta, saqué otro y me lo llevé a la boca.

    Una sonrisa se me formó en los labios cuando lo oí hablar de nuevo, contando sobre el coche que se les descomponía. Ciertamente, para la gracia hubiese sido mejor ahorrarse constantes reparaciones e invertir el mismo dinero en otro auto, pero supongo que no podía culpar a su padre del todo de esa conducta.

    Yo también podía haberse ahorrado constantes reparaciones del idiota que tenía al lado, pero allí estaba. Al menos había tenido remedio, ¿no? En comparación a la tostadora.

    Lo miré con el rabillo del ojo, en silencio, y dejé caer mi cabeza sobre su hombro después.

    —¿No te dio miedo alguna vez? Ya sabes, el bosque de noche y esas cosas.
     
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    Seguí girando el malvavisco cerca del fuego con una lentitud casi sorprendente para el torbellino de energía que solía ser. Mis manos también podían encargarse de tareas minuciosas y laboriosas; lo había descubierto en la paciencia para cuidar de la huerta y trabajar la madera, y lo veía día tras día en cuán satisfactorio me resultaba tomarnos las cosas con calma. Acariciar su cabello, conversar durante horas, atender a sus deseos o cambios de humor. Atesorarla, cuidarla y no darla por sentado.

    Jez había sido lo único capaz de ponerle un freno a la carrera frenética que estaba corriendo contra el jodido diablo.

    "¿No te dio miedo alguna vez? Ya sabes, el bosque de noche y esas cosas."

    Alcé la vista al cielo ante sus palabras, a las estrellas apenas visibles por encima de las nubes pasajeras, y meneé la cabeza con lentitud.

    —Quizá de muy pequeño, pero no lo recuerdo. A decir verdad, nunca le temí a esas cosas. Ya sabes, oscuridad, arañas, serpientes, espíritus, payasos y demás. —Hice una pequeña pausa y le di un beso sobre la cabeza, hablando luego contra su cabello—: ¿Y tú, Bellabel?
     
    Última edición: 10 Junio 2020
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    Su respiración a mi lado y el crepitar del fuego eran un arrullo. Además, me encerraban en una burbuja de calidez, tan reconfortante que no deseaba salir de allí nunca.

    Cerré los ojos por reflejo cuando sentí que me besaba la cabeza y extendí mi mano libre hacia él, antes de que volviese a hablar, esperando que la tomara.

    —La oscuridad —dije casi en un murmuro—, por eso nani puso de esas pegatinas fluorescentes de estrellas en el techo de mi habitación. No es que iluminen un montón, pero hacían que al menos supiera que había algo que brillaba un poco.

    Clavé la vista en la fogata, en las llamas y la madera consumiéndose.

    —Le tuve miedo hasta, no sé, ¿los trece? Tal vez menos, no estoy muy segura, luego solo me acostumbré a las pegatinas y cuando nani quiso quitarlas me negué.
     
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    Sentí su mano libre tanteando el aire hacia mí tras rozarme la pierna y entrelacé mis dedos con los suyos. Su piel, como siempre, era tibia y reconfortante. Las dejé descansar sobre mis vaqueros. Sonreí ante sus palabras.

    —Sí, Matty también tenía de esas cuando era pequeño. Pero al parecer eran de muy mala calidad y se empezaron a despegar al poco tiempo. —Solté una risa corta, y le eché un vistazo de cerca al malvavisco—. Las tuyas están buenas, de noche siguen brillando y todo. Ya sabes, ventajas de niña bien~

    La molesté con suavidad, dándole apenas un empujoncito, y me llevé el malvavisco entero a la boca. Estaba algo caliente, pero comenzó a derretirse en mi boca y fue demasiado satisfactorio como para ponerlo en palabras. Ah, hombre, eso era la felicidad.

    —Hmm, está buenísimo —dije, aún con la boca llena. Sí, no tenía muchos modales realmente—. Prueba el tuyo, Bellabel, anda.

    La apremié mientras no esperaba ni un segundo para poner a tostar otro. ¡Una vez que pruebas uno, no puedes parar!

    lo gracioso de esta historia es que una vez asamos malvaviscos y odié el sabor jsjs
     
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    Sonreí cuando lo sentí tomar mi mano y me apreté un poco contra su cuerpo, sin siquiera darme cuenta, como si quisiera extinguir absolutamente cualquier distancia entre nosotros. Había que ver cómo terminaban las cosas, para que yo estuviera allí en mitad del bosque comportándome como un gato mimoso con Joey.

    —Esas cosas deben estar hechas un plástico de ingeniería o qué sé yo, para que sigan funcionando tanto tiempo —solté junto a una risa—. Tal vez si las mías se hubiesen caído no me habría aferrado tanto a ellas.

    Le regresé el empujón que me había dado antes de imitarlo una vez más y llevarme el malvavisco a la boca.

    Deshice el agarre de nuestras manos para tomar dos malvaviscos de la bolsa, poner uno en la ramita y comerme el otro. Bueno, había que admitir que me gustaban mucho las cosas dulces y los malvaviscos no era la excepción. Además, tenía razón, sabía muy bien.

    —Si sigues hablando con la boca llena se te meterá un bicho en la boca~ —Era una suerte de regaño, pero me había dado risa. Era lo que solía decirnos nani cuando comíamos con la boca abierta y luego yo había empezado a decírselo a Anne e Isaac.
     
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    Cuando Jez me soltó la mano para agarrar unos malvaviscos, pasé el brazo libre por su espalda y la atraje hacia mí, frotando su hombro con mimo.

    —¿No tienes frío, amor? Estás un poco desabrigada —destaqué, arrugando el ceño—. Deja te traigo algo.

    No esperé una respuesta realmente, solo me comí el malvavisco como estaba, dejé la ramita en el suelo y salí en busca de la prenda dentro de la carpa. Su ropa estaba mucho más organizada que la mía, eso había que reconocerlo, y agarré un sweater de esos que ella siempre usaba. La lana era suave al tacto y olía a su perfume. Al volver, se lo dejé sobre el regazo y regresé a mi lugar en el tronco. Aunque fuera verano, de noche aún refrescaba bastante.

    —¿Qué te gustaría hacer mañana? —inquirí, descansando los codos en las rodillas—. Podemos pasar el día en el lago, pescando o como buenas lagartijas. O podemos empaquetar el almuerzo y recorrer el bosque. Tengo entendido que hay un camino para subir una colina desde la cual se ve el lago. Mira, aquí —le indiqué, mostrándole el mapa que cargaba encima; ah, la vieja usanza—. ¿Qué dices, linda?
     
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    No iba a mentir, cada vez que me llamaba de alguna forma cariñosa, una calidez que no sabía poner en palabras me envolvía el cuerpo entero. Era tan reconfortante.
    Iba a decirle que no se preocupara, que no tenía frío, pero como era usual no me dio tiempo de nada. Apenas había abierto la boca cuando ya él estaba levantado y poco después dejó uno de mis abrigos sobre mi regazo.
    Lo dejé allí, para cubrirme las piernas descubiertas por los shorts.

    Retiré el malvavisco del fuego y lo acerqué a su boca cuando terminó de hablar.

    —Abre —murmuré mientras le sonreía con suavidad, para luego responder a la pregunta que me hacía—. Podemos buscar ese camino a la colina, ¿no crees? Debe ser lindo ver el lago desde allí.


    chingue su madre el semestre, que no me deja rolear en paz
     
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    Hice la cabeza unos centímetros hacia atrás por mero reflejo cuando Jez me acercó el malvavisco, para alcanzar a ver lo que tenía tan cerca. Fruncí el ceño, sonriendo, y me encogí de hombros.

    —Como su Majestad desee~ —bromeé, suave, y abrí la boca.

    Lo había tostado justo como me gustaban y le guiñé el ojo mientras masticaba, picándole luego una mejilla con cariño. ¿Se habría fijado en cómo hice el primero? Bueno, era algo que podía esperar de su parte.

    —Genial, entonces mañana haremos eso. —Me reacomodé el cabello, quitándole la liga y volviendo a atarlo; la vi de reojo—. ¿Cómo la pasaste hoy? ¡Quiero la verdad verdadera! Mira, ahora es mi turno. —Alejé la ramita del fuego y soplé el malvavisco un par de veces antes de acercárselo. Sonreí entre divertido y travieso—. Bellabel, di aaah~
     
    Última edición: 17 Junio 2020
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    Mi sonrisa se ensanchó en cuando comió el malvavisco que le ofrecí, hasta que sentí que me picaba la mejilla y el color me subió al rostro como era usual. Inflé las mejillas, como una niña, y después se me escapó una risa por la nariz.
    Seguí sus movimientos cuando se reacomodó el cabello y mi vista se deslizó a la pequeña cicatriz en su frente, casi por reflejo.

    —Me divertí mucho, cielo. Gracias por planear esto —respondí con completa sinceridad, desviando mi atención, y el sonrojo me volvió a subir al rostro en cuando repitió lo que yo había hecho con el malvavisco, pero con esa condenada sonrisa en los labios. Abrí la boca a pesar de que me daba algo de vergüenza.

    Comí el malvavisco y guardé silencio un rato, luego de dejar la ramita junto a mí. Volví mi vista hacia él, a su rostro iluminado por el fuego y sonreí sin siquiera darme cuenta, no pude contener el impulso de extender mi mano hacia él, y acariciarle el cabello con mimo. Le tomé el rostro con ambas manos con suavidad, para que me mirara, y le dejé un beso en la punta de la nariz.

    tenía que hacer el cambio de mood y también tenía que ser soft antes de soltar la bomba whoops
     
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    Sonreí enternecido cuando Jez aceptó el malvavisco, pese a cuánta vergüenza debía darle hacer ese tipo de cosas. ¿Algún día se acostumbraría? Bueno, siendo honestos, tampoco estaba seguro de quererlo. Se veía demasiado adorable ruborizada, con esa pizca de color en medio del blanco nieve. Me hacía querer mirarla hasta el hartazgo aunque supiera que ello no la ayudara a relajarse.

    Al final, siempre dejaba de hacerlo. Por ella.

    —Bueno, me alegro mucho de que así sea —admití en voz baja, observando el vaivén del fuego.

    Sus caricias en mi cabello eran suaves y cerré los ojos casi por reflejo, como si así pudiera intensificar la sensación o inmortalizarla. Luego di de lleno con su ámbar cargado de amor y pensé si algún día mi corazón se acostumbraría a esos vuelcos violentos, a esos ataques inesperados de todo su cariño, su paciencia y su belleza.

    Ah, mierda. Qué cursi.

    Arrugué la nariz tras recibir sus labios y sonreí divertido, cubriendo sus pequeñas manos con las propias para recogerlas y presionarlas contra mi pecho.

    —Gracias por venir aquí conmigo —murmuré, viéndola a los ojos—. Esto... está lleno de recuerdos para mí, y que tú aparezcas también en ellos... Gracias, Jez. En serio.
     
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    Mi propia mente me hizo pensar que, cuando tomó mis manos para llevarlas a su pecho, el rostro se me iba a incendiar pero en cuanto habló, mi cuerpo cambió de planes. Siempre cambiada de planes con él.
    Sonreí una vez más, con genuina ternura, y le estampé un beso en la frente.

    —Iría a cualquier parte contigo —murmuré—, sobre todo si se trata de un lugar que es especial para ti.

    Con cuidado, moví mis manos para poder sujetar las suyas, mientras volvía a mi posición inicial con la vista al frente, clavada en el fuego crepitando. Lo pensé una eternidad, de hecho ni me di cuenta que había prácticamente aguantando la respiración hasta que exhalé con cierta fuerza antes de volver a hablar y presioné un poco sus manos.

    —Sabes que en el fondo soy algo, ¿egoísta? ¿Posesiva? —Me encogí de hombros, sin separar la vista de las llamas porque decir esas cosas era extraño y si hacía contacto visual iba a arrepentirme o a romperme, no sabía qué pasaría primero—. Como sea, una parte de mí se siente, diría que realizada, aunque más bien es satisfecha, con el hecho de que me permitas formar parte de tus recuerdos. Me gusta estar allí, saber una que parte de mí se ató a algún lugar o a algún momento que fue importante para ti.
     
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    A veces me preguntaba si realmente estaba bien para alguien como yo estar con Jez. ¿Tenía el amor suficiente para corresponder sus sentimientos? ¿Contaba con el poder necesario para hacerla feliz? ¿Para transmitirle seguridad? ¿Para que no se arrepintiera algún día de sus decisiones? Alguien, un idiota como yo, no podía siquiera imaginar ese futuro donde Jez decidiera que le había fallado y me dejara, porque hacerlo era demasiado doloroso.

    Odiaba ese nudo en la garganta.

    Estaba bastante seguro de que había mejores opciones que yo. Personas más confiables, con familias más estables e historiales menos controversiales. Me había pasado demasiado tiempo hundido en la mierda, demasiado como para ignorarlo. Quizá hubiera pisado fuera de ese infierno, pero aún no lograba sacudirlo de mi sombra. Siempre estaba persiguiéndome. Y esas no eran historias que quedaran bien con la hermosa luz que Jez reflejaba.

    Así y todo, no podía ignorar el ridículo amor que jamás fallaba en transmitirme. A veces era abrumador, a veces no sabía bien qué hacer con él, pero algo tenía muy en claro: podía callarme. Podía hacer a un lado todas mis estúpidas inseguridades y enfocarme en corresponderle de la mejor forma que encontrara. Relajarme, sonreír y ser todo lo que ella me animaba a ser. Era la mejor forma de amor que conocía.

    Cuando me tomó de las manos y volvió la vista al fuego, observé su perfil recortado por el bosque y aguardé. Parecía tener dificultades para decir lo que fuera que le daba vueltas en la cabeza y decidí que lo mejor sería esperar en silencio. Quizá sonara irónico, pero los pequeños momentos donde Jez se abría y hablaba de cosas desagradables eran... pequeños tesoros, o algo así. Comprendía la relevancia que tenían y era ciertamente un honor que los compartiera conmigo.

    Tras unos segundos habló. La escuché casi inmóvil y al final le sonreí, corriéndole el cabello detrás de la oreja.

    —No tienen que ser escenarios preparados ni supuestamente relevantes, Jez —murmuré, sin alejar mi mirada de ella—. Desde que te conocí, desde ese día en la biblioteca que se me dio por hablarte, ahora veo hacia atrás y... estás en todas partes. En cientos de recuerdos. Atada, si quieres llamarlo así, aunque los nudos pueden apretar y lastimar y tú jamás me hiciste algo similar. Yo prefiero otra palabra. —Le di un apretón suave a sus manos y solté el aire por la nariz, lentamente—. Impresa. Te imprimiste en mis recuerdos, como fotografías, ¿no? Decenas de ellas, ¡rollos enteros! Las suficientes para tapar las paredes de mi cuarto.

    Solté una risa corta y me corrí el flequillo de la frente, sosteniéndolo allí unos segundos. Estaba... diciendo cosas vergonzosas, ¿no?

    —Perdona, eso estuvo bastante raro. Sonaba mejor en mi cabeza, si puedo excusarme. La cuestión es —reformulé, volviendo a mirarla—, de la forma que sea, me hace increíblemente feliz poder darte cosas que te agraden. Me hace feliz tener ese poder, ¿sabes? Y me hace feliz usarlo. Pasar tiempo contigo, hacer cosas diferentes y vivir lo que sea que la vida tenga ganas de echarnos encima. Pero juntos. —Me incliné para presionar los labios sobre su mejilla y recosté la frente sobre su hombro. Mi voz fue apenas un susurro—. Me haces feliz, Bellabel. De una forma que no lo fui nunca.

    oops se me escapó la diabetes
     
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  18.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Tuve que tragar grueso, porque sentía las lágrimas formándome un nudo al fondo de la garganta, no sabía muy bien por qué.
    No era que tuviera miedo de decirle esas cosas, sabía que me escucharía, que le pondría un alto a su tren acelerado para escucharme, pero me daba miedo yo misma. Creo que siempre le había tenido miedo a mis propias emociones y por eso las negaba, al menos todas las malas.

    Cuando me corrió el cabello detrás de la oreja di un respingo, porque me había hundido en mis pensamientos y las palabras que acababa de soltar.

    —Pero siempre hay algo en los escenarios preparados que también le da un tinte diferente, ¿no crees? —Yo hablando de tintes, cuando parecía bañada en lejía—. Quiero decir, cuando alguien hace planes contigo aunque al final no salgan exactamente así… hay algo especial en eso. En el esfuerzo de otra persona por formar un recuerdo contigo.

    Me atreví a mirarlo por fin cuando cambió la palabra que yo había usado.

    Imprimir en lugar de atar.

    Pero las impresiones podían mojarse y desteñirse hasta desaparecer.

    Apreté los labios sin darme cuenta, porque fuese como fuese, también tenía razón. Los nudos apretaban y dolían, por eso me había hecho daño yo sola, aferrándome a él al principio, como una niña tonta que pretende sostener un papalote aunque la ventisca se lo quiera arrebatar de las manos.

    Y aún así, imaginé las paredes de su habitación y las de la mía cubiertas de lado a lado de fotografías de ambos y creo que algo dentro del pecho se me rompió, pero no porque me doliera. Era una de esas veces extrañas que algo es tan personal, tan cercano y tan fuerte que cuando te alcanza el corazón, lo fractura y logra que el calor llegue incluso allí donde todo estaba congelado.
    La grieta solo se hizo más ancha cuando lo escuché decir que lo hacía feliz poder hacer eso por mí.

    La palabra continuó haciendo eco mientras estampaba sus labios en mi mejilla y para cuando dejó caer la frente en mi hombro, sentí las lágrimas correrme por el rostro, en el terrible silencio de siempre.
    Sorbí por la nariz y se me escapó una risa que sonó algo ahogada.

    —Eres un idiota. —No era un reproche. Tomé el abrigo que él me había puesto sobre las piernas y lo usé para cubrirme el rostro. Las palabras me salieron medio entrecortadas—. Lo entiendes ahora, ¿verdad? Que eso era todo lo que quería, hacerte feliz.
     
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  19.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

    Piscis
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    No necesité alzar la vista para imaginar que mis palabras la habrían sacudido desde los cimientos; lo mismo me ocurría a mí cada vez que pensaba en profundidad sobre nosotros. Sobre nuestra historia, reciente pero convulsiva, sobre nuestros sentimientos y sobre lo que, por razones que se me escapaban, habíamos llegado a significar para el otro. Bueno, se suponía que eso era el amor, ¿no? Un rayo que te atraviesa y te estaquea al suelo con toda la intensidad de su carga eléctrica.

    Asentí quedo ante sus palabras y envolví su cintura como respuesta, enterrando mi rostro en la curvatura de su cuello. La pegué a mí lo más que pude y me quedé allí, disfrutando de su cercanía, su calor tibio y su ligero aroma a shampoo.

    Era tan difícil tragarse lo que me golpeaba el cuerpo con tal de salir. Ese arrepentimiento, esa culpa que me negaba a transmitirle. Todos los lo siento que me había esforzado en reemplazar por gracias.

    —Gracias, cariño —pude por fin decirlo, y la apreté un poco más contra mí—. Gracias por todo. Y tienes razón. También podemos esforzarnos por construir los mejores recuerdos del mundo.

    Alcé la cabeza y le corrí el abrigo del rostro suavemente, estirando la manga de mi sudadera para secarle las mejillas con extremo cuidado. Sonreí al encontrarme con sus ojos. Eran cristalinos y chispeaban a la luz del fuego.

    —Y eso es lo que haremos, ¿verdad? Eso es lo que estamos haciendo. Por eso estamos aquí, comiendo malvaviscos y diciendo cosas vergonzosas en medio de un bosque deshabitado.
     
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  20.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    De nuevo, la oleada de cariño filtrándose a través de la grieta recién abierta. Apreté más el abrigo contra mi rostro, buscando contener lágrimas que sabía no eran de tristeza, pero no quería que salieran.
    El calor de su cuerpo me erizó la piel y me dejé hacer, allí, diminuta entre sus brazos.

    Estaba llorando como una niña, como siempre sucedía, y no me gustaba.

    Esquivé su mirada después de que me secara el rostro. Asentí apenas con la cabeza y esta vez fui yo quien se aferró a él con fuerza y enterré el rostro en su pecho.

    Inhalé con cierta fuerza, tratando de no sollozar como hacían los niños pequeños, aunque me estaba costando horrores. Me llegó su aroma y lo apreté con más fuerza.

    —Cualquiera diría que en un bosque es más digno de una historia de terror, pero aquí estamos. —Logré reír de nuevo—. Como siempre, haciendo algo diferente a lo esperado.


    chale, Jez y todavía no sabes que vas a tener más razones para chillar
     
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