“Lleva, llévame en tu bicicleta. Óyeme, Carlos, llévame en tu bicicleta.” Oh, Dios. No. Otra vez esa canción. Daba igual donde fuese. Daba igual si era una tienda, un supermercado, el autobús, la radio del coche o si iba a una oficina donde tuviese la radio puesta. Ahí estaba esa maldita canción. Una y otra vez. No podía soportarlo más. Por las noches el ritmo de aquella maldita canción le retumbaba en la cabeza, no permitiéndole descansar. Tenía pesadillas con bicicletas que bailaban y cantaban, moviendo su trasero imaginario en una discoteca. Aquello se le estaba yendo de las manos. Entonces, intentó llamar a su novio para que, al menos, su voz la tuviese entretenida hasta que acabase la canción. —¡Hola, cariño! —respondió él, jadeando—. Disculpa, me pillas dando un paseo en bicicleta, ¿te apetece venirte? —Ugh, no. Adiós —y tal como había llamado, colgó. Malditas bicicletas.
La verdad es que a veces ciertas canciones te las repiten tanto tanto tanto tanto que llegan a resultar excesivamente cansinas y te da ganas de romper con todo cada vez que las escuchas, es normal. Me he reído con este relato, sobretodo con el doble sentido de "¿te apetece venirte?" que mi mente pervertida y retorcida le encontro. e-é En fin, es bueno a veces leer algo así, ligero de digerir y al mismo tiempo gracioso. ¡Sigue escribiendo, Amane! Saludos. ^^
HAHAHAHAHA, me pasaba en el autobús con la salsa y el vallenato. Y lo peor es que llega un momento, en que te sabes la condenada canción así la detestes, jaja, se me hizo muy gracioso, porque es una experiencia muy normal. 16/50