Aula 3-2

Una de las tres aulas pertenecientes al tercer curso, situadas en la tercera planta.

​

Conecta: Pasillo​

 

Estar en último año lo hacía todo más sencillo, ciertamente. Saludar a la gente era fácil, siempre podías inventarte un mote, una excusa para no decir su nombre en el caso de no recordarlo. Una sonrisa confiada borraba todo rastro de duda, y esas se le daban muuuy bien. Pero cuando pasabas tres años en el mismo centro, quieras o no acababas conociendo rostros y nombres de todo tipo. Lo mismo sucedía pero a la inversa con los rumores: el debate que se desarrollaba aún a día de hoy sobre si su cabello era o no teñido le arrancaba más de una risa por los pasillos, que no trataba de disimular. No le importaba que hablasen de él.

Salvo si se trataba de cierto suceso que nunca debió haber existido. Nunca. Jamás. Por la cuenta que le traía más le valía guardárselo para ella, porque estaba seguro de que no se repetiría dos veces.

La suerte de la principiante, duh.

Shawn se levantó con una sonrisa de dientes blancos y se presentó ante la clase. Reconoció multitud de rostros que no tardó en saludar, y a los que no pronto lo haría, estaba seguro de ello.

—Bueno, para quien no me conozca a estas alturas soy Shawn Amery. Y antes de que lo pregunten: sí, mi cabello es natural. Estoy seguro de que hay alguien aquí que lo comprende bien, ¿cierto, Shiro-chan? —y su mirada buscó la de la única albina de la clase, guiñándole un ojo con simpatía. No debía ser demasiado avispado para notar que era una chica tímida, por lo que volvió su atención a la clase—. Estoy en el club de basket desde que tengo memoria y este año andamos buscando nuevos reclutas, así que si alguien desea animarse que contacte conmigo, ¿de acuerdo? ¡Nos vemos por ahí!

Y tras despedirse de la clase, regresó a su asiento con las manos en los bolsillos. Mientras menos mencionase su otro club, menos probabilidades había de que se enterasen de eso.

 

¿Realmente Welsh aprendería en algún momento? Sabía que tenía un gran potencial pero tendía a desperdiciarlo de formas diversas. Si solo lograse centrar esa mente obsesionada con la vida lasciva que llevaba en las clases... sería estudiante de matrícula.

Estaba segura de eso.

Contuvo un suspiro.

Konoe abrió la puerta del aula solo para encontrar caras completamente desconocidas dentro. El chico del cabello blanco... ¿Amery-kun? Sí, ese chico popular y alegre que estaba en boca de todos.

Él príncipe de la academia.

Últimamente se hablaba mucho de él por los pasillos.

—Lamento la demora—se disculpó e hizo una cuidada reverencia. En ese momento se volvió hacia el resto de la clase con un brillo de emoción en sus pupilas—. Para aquellos que no me conocen, mi nombre es Suzumiya Konoe. Soy miembro activo del club de jardinaría y actualmente abogo por ganar las elecciones al puesto de presidenta estudiantil. Es un enorme honor para mí estar con vosotros un año más.

Hablaba con honestidad, con fluidez. Parecía una gran maestra de la oratoria. Pero eso no era suficiente para ganar unas elecciones.

Volvió a inclinarse con diligencia, en una reverencia esmerada y grácil. Un mechón de cabello que había llevado tras su oreja se deslizó hasta colgar frente a su rostro.

>>Buenos días a todos.

 

La silla se arrastró apenas cuando Konoe se incorporó.

—Yo leeré mi redacción Akuma-sensei.

Reiko Akuma cruzó una pierna sobre la otra, piernas embutidas en largas medias de rejilla negra. No dijo nada. No le estaba prestando atención, sin embargo, hojeando una serie de papeles, aparentando una profesionalidad de la que aquella mujer parecía carecer. Sus senos voluminosos y firmes se apretaban contra la camisa blanca al punto de desear estallar los botones.

Era una mujer... ciertamente extravagante. Probablemente había quedado anclada en la juventud o simplemente hacía alarde de su belleza felina. Parecía ser consciente de eso y no tomarle mayor importancia. Simplemente era atractiva y lo sabía.

Konoe caminó hasta la tarima con decisión. Las palabras de Bleke se habían quedado impresas en su cerebro. Algo en aquella joven... no parecía encajar. Poseía una temple y calma envidiables pero algo gritaba, en todas direcciones, que no debía subestimarla.

¿Eran sus sonrisas irónicas? ¿La forma en la que hablaba y sus palabras casi se arrastraban como una serpiente venenosa? ¿El brillo rebelde e inconformista que había visto en sus ojos al hablar con Mao Okamiya en la sala de profesores?

Puede que un poco de todas.

Konoe no pretendía hacerlo, aún así. Subestimarla. Tenía muy claro dónde estaba parada, tenía muy claro sus aptitudes y tenía muy claro lo que pretendía lograr con eso. No tenía miedo. Un poco de competencia sana siempre lo hacía todo más interesante.

—Mi mayor deseo académico: por Suzumiya Konoe—empezó a leer frente a la clase. Calma, segura, firme. La voz no le tembló ni dudó un solo instante—. Podría empezar esta redacción hablando directamente de lo que más añoro lograr en mi vida académica. Podría hablar de lo mucho que me gustaría estudiar medicina, derecho o cualquier carrera que se preste al bien de los demás. Al completo y total servicio de mis semejantes.

La lluvia golpeaba con insistencias las ventanas pero su voz calma como la brisa entre las hojas se sobreponía sobre esta y convertía el fragor tras los cristales en un suave y pacífico murmullo.

>>He de suponer que para nadie son ajenas las desigualdades sociales que se viven en nuestro tiempo. Unos tienen mucho y otros carecen de todo. Eso que damos por sentado: comida, agua, incluso amor. No hay un reparto equitativo de bienes, no hay justicia y el poder somete a las clases bajas hasta casi asfixiarlas. Sé, sin embargo, que no puedo aspirar a cambiar el mundo siendo poco menos que una idialista estudiante de secundaria. Por mucho que lo desee, que ansíe, que abogue... es una idea demasiado ambiciosa e inalcanzable. Soy un diminuto grano de arena tratando de crear por sí mismo una montaña.

Hizo una breve pausa. De soslayo pudo ver a la profesora enarcar una de sus cejas con cierto escepticismo.

Todo en su expresión parecía preguntar: ¿A dónde quieres llegar niña?

Pero Suzumiya lo sabía de sobra.

"Creía que no me estaba prestando atención Akuma-sensei"

>>Mi mayor deseo académico es, por tanto, la felicidad—prosiguió y su voz tuvo un tinte distinto, ambicioso. Su mirada se suavizó—. No la mía si no la del resto de estudiantes y docentes. Creo que la clave de una vida plena, la meta que todos ansiamos es justamente esa. Ser felices. Ese es mi sueño. Me gustaría poder suprimir las pequeñas discrepancias y desigualdades sociales que aún dentro de las aulas, compartiendo un mismo espacio, nos aíslan y separan. Es aquí donde comienza. Dónde se fomenta, se crea y constituye la sociedad del futuro. Está en nuestra mano, desde ahora, desde este mismo instante... alcanzar la felicidad del mañana.

Hizo una reverencia gentil y se incorporó ladeando ligeramente la cabeza. Sonriendo. Honesta, grácil y genuina. Parecía creer verdaderamente en la causa.

>>Muchas gracias por escucharme.

 

Escuchó atentamente a Joey, disfrutando de aquella charla trivial que estaban teniendo al fin tras años, y se sintió hasta aliviado al saber que tenía buenos amigos y se lo pasaba bien. Esperaba que a él le sucediese lo mismo.

—Nos vemos~

Se despidió de vuelta, con una gran sonrisa, y se dio la vuelta dirigiéndose a su aula. Observó desde afuera, pensando cómo debería de presentarse o si buscar un asiento y sentarse ya. Pero una voz lo sacó de su ensimismamiento y se volteó sonriente.

—Oh, hola, sí. Soy nuevo. Ah, dame un segundo.

Se adentró en la clase, echándole un rápido vistazo a los presentes y se paró frente a todos, con los hombros relajados y un aire algo desinteresado. Sí, tenía que hacerlo quisiera o no.

—Buenas, soy Daichi Nishimura, me transferí por… Ah, si queréis saberlo tendréis que hablar conmigo, no siempre se tiene suerte de llegar a una clase con tan encantadores rostros —guiñó un ojo sonriente y acabó con una pequeña reverencia. La educación podía ir perfectamente de la mano junto al flirteo, de eso estaba seguro—. Espero que nos llevemos de maravilla~

Así pues, tras presentarse se acercó nuevamente al muchacho que le había hablado. Su cabello albino y sus ojos tan azules y brillantes como un zafiro le hacían encajar perfectamente con la descripción de "un rostro encantador". Sí, era atractivo.

—Disculpa eso, prefería presentarme una vez y no repetirme. ¿Tú cómo te llamas?

 

El albino arqueó una ceja, siguiendo al chico con la mirada mientras se presentaba frente al resto de la clase. Desprendía cierto aire carismático y desenfadado que no tardó en captar la atención de las chicas, arrancándole una sonrisa sugerente de los labios cuando regresó junto a él. Palmeó la mesa que descansaba cerca de su asiento, invitándole a sentarse, y dejó la cartera a un lado para hacer lo propio.

Vaya vaya con el nuevo, ¿huh?

—Iba a darte un par de consejos, pero se ve que el alumno superó al maestro en su primer día —le guiñó un ojo, encantado con su nueva compañía. Se notaba de esos tipos que, una vez iniciabas una conversación con él, parecías conocerlo de toda la vida. Extendió una mano hacia él—. Soy Shawn Amery. Si tienes intención de unirte a algún club de deporte, cuenta conmigo.

Bueno, no podían culparle, tenía que aprovechar. Tampoco es como si fuesen demasiados en el equipo. En ninguno de los dos, en realidad. Inclinó su asiento hacia atrás, pidiéndole a una de las alumnas un pañuelo, y le hizo un gesto con la mano a Daichi mientras se sonaba.

Ah, mierda de resfriado.

—De hecho, tenía pensado ir durante el receso a echar unas canastas al gimnasio —se acomodó en el asiento, enfocándose de nuevo en Daichi—. Si no tienes nada que hacer, siempres puedes venirte.

 

En medio de su charla notó una nueva voz unirse de improvisto, y sin mover su cuerpo apoyó la barbilla en la palma de su mano, echando un rápido vistazo a la chica que les hablaba. No recordaba haberla visto antes, y por su porte desinteresado y su cabello de tonos llamativos le extrañaba no hacerlo. ¿Nueva también?

¿Quién mierdas llevaba la transferencia de alumnos en esta academia?

—¿Y con quién tenemos el placer de hablar, señorita? —se permitió sonreír vagamente, sin perder el encanto; aquella mañana no estaría del todo centrado, pero actuar de esa forma le salía casi tan natural como respirar—. He de suponer que escuchaste nuestros nombres, pero por ti podría repetirlos de nuevo.

Lo cierto era que hubiera preferido terminar la conversación ahí, dejarse caer como el pobre chico al que acababan de patear y permitir que la mañana pasase rápido, y con ella el dolor de cabeza que las voces del aula empezaban a gestar. Pero Shawn nunca desaprovechaba la compañía, y aquella no iba a ser la excepción.

Rodó los ojos, fingiendo que pensaba por un momento la propuesta, y ladeó su sonrisa, denotando cierta prepotencia en su respuesta.

—Vas a tener que ganarte tu sitio, entonces.

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En estos momentos echo de menos al Shawn de 23 (??)

 

Daichi Nishimura.

Eris Tolvaj.

Shawn Amery.

Vaya variedad de nombres y nacionalidades congregadas en un mismo punto perdido de Japón. Se apuntó preguntarle más tarde de dónde venía, puesto que lo de Dai no tenía misterio alguno en teoría, y observó de soslayo cada uno de sus ademanes felinos, discreto, sin llegar a darle la espalda a su nuevo compañero en ningún momento.

Podía ser un caballero y todas esas cosas, pero al final del día seguía siendo un adolescente hormonal más, aunque mucho más sutil que otros.

Se encogió de hombros ante su respuesta, dejando que el tiempo hablase por ella, pero debía admitir que el cambio en su voz y sus intenciones captaron su atención de vuelta. Aunque tampoco tenía competencia, viendo cómo perdían gran parte de la clase en nuevas presentaciones y demás vueltas.

Se irguió, mirándola a los ojos, y una risa genuina brotó de su garganta, algo mas ronca que de costumbre.

—¿Qué te hace pensar eso? Estoy perfectamente —dijo, pero la tos corrigió sus palabras—. Casi perfectamente. Pero ahora que lo dices —dejó caer los hombros, fingiendo haber sido pillado como un niño y sus mentiras—, no suena a un mal plan.

>>Pero tendrás que ir pensando qué pedir a cambio, me temo...

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*Inserte meme "¿Alguien puede pensar en los niños?" metiendo a Laila en su lugar*

 

No había tenido tiempo de buscar a Ai Mamiya mientras subía las escaleras acompañada de Jezebel. Hubiese querido poder hablarle del almuerzo, pero al parecer tendría que esperar a la hora de receso. La idea ciertamente lograba emocionarla.

En cualquier caso el aula 3-2 parecía más animada que de costumbre. Akuma-sensei no estaba a la vista así que el resto de alumnos estaban aprovechando aquellos escasos segundos de libertad hasta que empezaran las clases para... ser adolescentes. Era observadora así que no tardó en percatarse de las caras nuevas. De los rostros que no estaban antes.

El príncipe de la academia estaba charlando animadamente con una joven bastante peculiar. Cabello de dos colores. La observó con atención. ¿Natural? ¿Era siquiera posible tal resultado genético por mero azar? No logró encontrar nada en la base de datos de su cerebro.

El uniforme desabrochado.

Dios, no.

Suspiró con pesadez sintiendo la cabeza martilleándole nuevamente y se movilizó sin hacer ruido tras despedirse de Vólkov hasta su mesa. Probablemente en otras circunstancias se hubiese acercado y le hubiese pedido llevar apropiadamente el uniforme, un mínimo de educación, pero estaba exhausta.

De modo que se limitó a abrir su cartera y tomar un libro del interior. Distraídamente se llevó un mechón oscuro tras la oreja e ignoró el murmullo de la clase para sumergirse en su lectura.

El único sonido que lograba perturbar su paz era el susurro de la lluvia contra el cristal de las ventanas.

 

—Creí que este lugar era demasiado refinado como para verte por aquí —su voz ronca se deslizó por sus cuerdas vocales, manteniendo su filosa mirada sobre Eris; apoyándose en una de las ventanas externas del aula ajena, detallando aquella figura que bien conocía al detectar su voz mediante caminaba por los pasillos, quedándose ahí de pie, observando la interacción que ésta mantenía desde fuera del aula con aquel chico que parecía todo un príncipe de algún perfecto cuento de hadas, deslizándose aquella curvilínea en sus viriles labios —. ¿Otro títere sin cabeza? —cuestionó hacia la misma persona, percibiendo la presencia de Altan, que estaba siendo palmeado cariñosamente.

El niño de papi y mami.

Sus comentarios los soltó sin tener en cuenta al resto del aula, sin percatarse ni siquiera de si estaba presente un docente dentro.

—¿Tu novia? —susurró deslizado su mirada por los orbes de Jezabel—, buen gusto, niñito.

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No sé si se puede que husmeen en otras aulas, pero aquí está él curioseando

 

No obstante, distraerse y centrarse en la lectura de los kanji era una tarea casi titánica cuando el punzante dolor en sus sienes le recordaba su estado y las voces de sus compañeros seguían apartándola de las páginas del libro y trayéndole de regreso al aula.

Dios.

Pasó una página.

Y otra.

Con parsimonia, sin prisas. Solo estaba releyendo aquellos párrafos que conocía de memoria y que podría recitar prácticamente con los ojos cerrados sin fallar un solo punto o coma. Necesitaba pedirle a Mamiya prestada alguna de sus innumerables novelas románticas. Otras, alguna que no hubiera devorado como la bibliófila que era. Aunque realmente... ¿era lo mejor en su situación?

¿Leer novelas románticas?

Maldita masoquista.

Pudo ignorar el murmullo hasta que una voz considerablemente más grave y viril se impuso por encima de este. No la reconoció como parte de la clase y mucho menos como la voz de algún profesor. Alzó la mirada de sus ojos violetas desde las páginas y detalló brevemente la figura de un joven alto, de mirada filosa y rudo aspecto.

Y entonces escuchó la pregunta y visualizó la figura oscura, notablemente malhumorada.

Sonnen-kun.

No podía ser.

¿Cuanta gente iba a romper las normas precisamente ese día que no estaba en condiciones de dar discursos a nadie?

Tomó aire lentamente por la nariz y cerró el libro con un solo movimiento.

—Disculpa—llamó su atención. Su tono suave sonó ligeramente más grave. Era a fin de cuenta el tono de regaño de una estudiante modelo imponiendo sus correcciones particulares—. ¿Eres de otro salón? No está permitido movilizarse entre aulas durante horario lectivo, ni siquiera en ausencia de un profesor.

Bueno, allá iba la hermana mayor de todos.

Hestia. Lanzándole un salvavidas a su hermano Hades.

Eran iguales a fin de cuentas.

 

El notar aquella incomodidad causada le provocó la sensación placentera que le hizo ladear levemente la cabeza, visualizando el cómo el color de las mejillas de la desconocida subían de tono, al igual que la voz masculina que respondía prontamente con un no a su cuestión. El diablillo interno comenzó a punzar ante el gruñido infantil desde la aparente testosterona.

Que desperdicio.

—Desde que te recibieron, eventualmente —respondió sin prisa, volviendo el filo ámbar sobre el cabello albino —. ¿Estás libre entonces? —preguntó gélido desde su posición hasta denotar el cuerpo femenino abalanzarse encima.

El aroma de la goma que solía mascar seguía siendo la misma, su tono de voz meloso, fastidioso, le provocaba algo de mofa. Eris definitivamente no le desagradaba, él conocía lo necesario como para interpretar la simpleza de sus acciones, el movimiento de sus caderas, las burlas pasivo agresivas que se le desdibujaban en su discurso. Sin embargo, la escudriñó con la mirada pese a que le permitía aferrarse a él, escuchándola sin voltear a mirarla a los ojos, por el simple hecho, de evitar que sus labios fuesen rozados por los de ella al estar tan cerca.

Nuestra clase.

Igualada.

<<Disculpa

¿Eres de otro salón? No está permitido movilizarse entre aulas durante horario lectivo, ni siquiera en ausencia de un profesor.>>

Natsu sabía... pero afirmarlo no sería lo que él haría.

No le dirigió la palabra, aún así, la escaneó de arriba a abajo como un lector óptico.

La mocosa que no parecía matar una mosca se había atrevido a levantar la voz.

Permaneció en silencio, volviendo la vista hacia Jezabel.

—Estoy esperando la docente —avisó como excusa.

La había utilizado tantas veces en su anterior instituto, que tenía la cantidad de palabras preparadas para salirse por la tangente de niñatas como esa. Ya luego pensaría qué decir si dicha mujer aparecía.

—¿Dónde estarás en el descanso Eris? —no se tomó el respeto de agregar algún honorifico.

No los solía utilizar, en realidad.