Aula 3-1

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Una de las tres aulas pertenecientes al tercer curso, situadas en la tercera planta.

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  2.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master yes, and?

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    Dios, si no hacía algo con respecto a mis pulmones juraba que me daría una neumonía cualquier día de estos. ¡Tres pisos tuve que subir! ¡TRES! ¡Y será cosa de todos los días! Por todos los santos, qué clase de suplicio era ese. ¿Tanto me odiarán allá arriba? Bueno, también era un poco mi culpa por pasarme el verano entero desatendiendo mis labores. Claramente había perdido el estado físico. Pero seguía siendo inhumano, ¡inhumano! tener que subir tantos escalones a semejantes horas de la mañana.

    Me dejé caer en mi asiento, ese que llevaba ocupando desde primero sin importar el aula: la fila del fondo, del lado de la puerta. Ya saben, el lugar ideal para huir lo más rápido posible. Eché la cabeza hacia atrás, mientras todo el cabello negro caía, y mantuve los brazos en peso muerto.

    —Santo cielo —me quejé, recobrando el aliento—, sería más práctico un trasplante de pulmón.

    Igual era un dramático, porque me llevó apenas unos segundos estar como nuevo. Me enderecé un poco cuando el profesor entró y fue hora de presentarse. Me incorporé de golpe, arrastrando la silla por el suelo, y saludé con una mano. De repente parecía otro chico.

    —¡Buenas! —exclamé, sonriendo ampliamente—. Soy Joey Wickham; Whicham para los amigos, ¡pero no se me pongan confianzudos, eh! Ya son tres años acá, así que me conozco bastante a la mayoría y, bueno, igual espero que nos llevemos bien y eso. ¡Ah! Me disculpo desde ya si les pido la tarea, porque hay un noventa y nueve coma nueve, nueve, nueve, nueve, nueve, nueve —tomé aire, aguantándome la risa, y seguí—, nueve, nueve, ¡nueve por ciento de probabilidades de que se las pida alguna vez! Y eso, ya hablé mucho. ¡Un gusto!

    Me dejé caer de vuelta en mi asiento, y fue como si me hubieran desenchufado, pues solté un suspiro bastante audible y prácticamente me derretí en la silla. Ah, faltaba mucho para acabar el día, ¿verdad?

    tuve que hacerlo jsjsjs
     
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  3.  
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    Antes de entrar a su clase había abrazado a Jez con fuerza, como buscando tranquilizar los nervios que estar separada de ella le estaban provocando, para finalmente entrar despacio a la clase y sentarse cerca de la ventana. Le gustaba poder desviar la mirada hacia afuera a veces.
    Enredó un mechón de cabello entre sus dedos, ansiosa, y escuchó la presentación de Joey, que le arrancó una leve sonrisa. Cuando llegó su turno, se levantó con cierta brusquedad.

    —Hola —empezó con voz delicada—, soy Laila Meyer, también tengo tres años aquí y... y espero llevarme bien con los que aún no conozco.

    Se sentó de nuevo, soltando un largo suspiro. No había estado tan mal, ¿cierto?
     
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  4.  
    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado fifteen k. gakkouer

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    Alisha Welsh

    Así pues, llegamos a la planta donde estaban las clases de tercero y me despedí de Konoe con un movimiento de mano y una sonrisa emocionada. Por supuesto era consciente que a veces mis movimientos eran demasiado bruscos para ella o los demás japoneses así que intentaba controlarme de vez en cuando.

    Cuando entré, lo hice llevando dos dedos a mi frente y apartándolos después, en una especie de saludo improvisado que iba hacia todos los alumnos que se percataron de mi entrada. Hey, veía alguna cara conocida, ¡eso no estaba mal!

    Resoplé sin poder evitarlo cuando vi que nos tendríamos que presentar. ¿En serio, joder? Llevábamos estudiando ahí tres años ya, nos conocíamos bien... algunos nos conocíamos muy bien, de hecho.

    —Está bien, está bien... —murmuré mientras me ponía en pie, con una expresión de cierto cansancio que no tardó en pasar a ser de nuevo una de alegría—. Listen up. Para los que no me conozcáis, que debéis ser pocos, me llamo Alisha Welsh y sí, vengo from the States, ¡aunque llevo ya unos cuantos años viviendo aquí!

    Iba a sentarme después de la presentación pero justo en mitad del movimiento, recordé algo y volví a incorporarme de forma brusca.

    >>¡Ah! Y esos rumores de vandalismo y problemas de conducta son... verdad, ¡pero sacados fuera de contexto, ¿está bien?!

    Y después de aquello sí que me senté, dirigiendo otra sonrisa a los alumnos que se me habían quedado mirando antes de centrar mi vista y atención en el exterior a través de la ventana.
     
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  5.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Hiroki gruñó con pesadez al abrir la puerta del aula. Ah, joder. No tenía ninguna gana de hacer eso. No quería estar ahí, teniendo que presentarse ante gente que le importaba una mierda como si fuera un niño de preescolar.

    Se echó en una silla cualquiera como un fardo, con los pies en el pupitre y las manos en los bolsillos del gakuran y ni siquiera se incorporó cuando la tutora, una exuberante mujer pelirroja, les indicó presentarse.

    Venga ya, joder.

    —Hiroki Usui—dijo simplemente con su voz áspera y un tono de absoluto fastidio. Dejó caer la cabeza hacia atrás—. Eso es todo, capullos.

    —Una presentación encantadora, Usui-kun—replicó la tutora con ojos brillantes, chispeantes, y se humedeció sus labios pintados de carmín rojo con la lengua—. Oh dios querido, es evidente que tienes pelotas. Pero aquí, la que tiene más pelotas soy yo.

    Hiroki la miró.

    —¿Ah?

    La mujer que había estado sentada con sus largas piernas embutidas en finas medias negras, casi transparentes, cruzadas una sobre la otra, se incorporó. Sus senos parecían poder estallar dentro de la apretada camiseta blanca.

    Con un ademán quitó las piernas de Hiroki de encima de la mesa. El joven enarcó una ceja con escepticismo. ¿Qué cojones hacía esa mujer...?

    —Mi nombre es Reiko. Akuma Reiko—se presentó. Tenía una voz profunda, coqueta— Y seré vuestra tutora y del resto de aulas de tercero en lo que reste de curso. Tratemos de llevarnos bien ¿v-a-l-e~?—pronunció cada una de aquellas sílabas con cierta diversión en su tono, guiñando uno de sus ojos verdes—. La directora dejó una tarea para todos los alumnos y aunque me parece terriblemente aburrida... creo que no hay más remedio que hacerla.

    Suspiró con desgano. La tarea era la misma para todos los alumnos. Una redacción sobre inspiraciones y sueños.

    >>Así que bueno, lo dejo en vuestras manos, queridos. Usui-kun, hazla también ¿de acuerdo~?

    ¿Qué le pasaba a esa tipa?

    Hiroki bufó.

    Esa mujer era... extrañamente coqueta y extrovertida. Pero había algo en sus brillantes ojos verdes. Algo que no admitía réplicas.
     
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  6.  
    Reual Nathan Onyrian

    Reual Nathan Onyrian Adicto

    Capricornio
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    Bueno, habían agregado un ascensor, la verdad. Y gracias a quien tuviera que dar gracias, porque haber subido tres jodidos pisos en muletas hubiera sido una tortura. Ya me imaginaba dando saltitos de escalón en escalón. Probablemente hubiera llegado al mismo tiempo que las clases se terminaban. Entré al aula, suspirando, y con una sonrisa brillante. Era hora de ver cuanto había cambiado todo.

    A primera vista, no reconocí absolutamente a nadie. ¿Me habían puesto en otra clase? Probablemente. Varios de mis compañeros se estaban presentando en esos momentos, así que había llegado en el momento justo. Pasé por el medio del aula, con un suave "permiiiiso", hasta llegar a uno de los asientos cerca de la ventana. Me senté en los primeros, ya que así iba a tener más espacio para poner las muletas sin que molestara. Por ahora, la gente que se presentaba era bastante... pintoresca, por decirlo de alguna manera. Teníamos a un muchacho que probablemente desayunara cereal de payasos todos los días, una tímida muchacha de pelo violeta, una ¿yankee? que se autodenominaba como causante de disturbios, y otro que también tenía harta pinta de pandillero.

    La profesora también parecía salirse de la norma. Parecía que compraba la ropa dos números más chicos de su talle, porque parecía un embutido con lo que traía puesto. No me iba a quejar mucho, la verdad, pero igual. Y parecía haberle tomado un especial cariño a.... a.... se llamaba... bueno, supongo que sabría el nombre luego. ¿Y al parecer teníamos tarea? ¿El primer día de clase, en serio? Una redacción sobre nuestros sueños e inspiraciones. ¿Qué acaso estábamos en primaria? Este era el último año, maldita sea. Lo que menos quería hacer era algo similar.

    Cuando siguieron las presentaciones, suspiré y me puse de pie. Le dediqué una sonrisa ancha a todos, mientras hablaba y miraba a cada uno al rostro.

    — Saludos gente. Soy Jack Atkinson. Creo que no conozco a nadie, en especial porque estaba en otra clase y pasé un año sin asistir a la escuela porque...— señalé ambas muletas, en donde me estaba apoyando.— Pero bueno, espero que podamos llevarnos bien, y conocernos y todas esas cosas lindas que se dicen en las presentaciones. Tengo el presentimiento de que será un año interesante.

    Le dediqué al alumnado un último guiño en general, y me volví a sentar, silbando bajito y tamborileando sobre la mesa al mismo ritmo.
     
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  7.  
    Amane

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    Alisha Welsh

    La excursión a la sala de profesores junto a Konoe acabó por ser bastante más entretenida de lo esperado. Para mi sorpresa, no parecía que mi amiga fuese la única que quisiese presentarse al puesto y la joven que se había presentado como Bleke parecía ser una dura rival.

    Bleke, ¿huh? Estaba segura que ella era amiga de Joey o algo así, su nombre y cara me sonaban bastante. Qué curioso, al final las dos se iban a parecer y todo.

    Sea como fuere, después de las conversación necesarias acabamos por salir de la sala y así volvimos a nuestras respectivas casas. Oh, que buena siesta me iba a echar tras haber superado el primer día sin ningún reporte...

    * * *
    El día siguiente había llegado mucho más rápido de lo que había esperado, ¿y encima llovía? Ugh, odiaba tener clases con lluvia, ¡aquel era un tiempo para quedarse en casa durmiendo, no estudiando!

    Así que... ahí estaba yo, tirada en la mesa del aula con los ojos cerrados. Oh, el dulce sonido de las gotas golpeando el cristal... si tan solo estuviese en mi cama. Pero... podía hacerlo... funcionar...

    —Mmm...
     
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    Zireael

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    ¿Había hecho bien en dejar a Jez sola con Joey? No es que tuviera idea de nada, al igual que la albina, pero algo le daba mala espina. Una suerte de presagio, sexto sentido, como se le quisiera llamar.
    Al igual que el día anterior, jugó nerviosa con un mechón de su cabello una vez que se hubo sentado, y recordó la redacción. Pero ni loca iba a leer esa mierda, posiblemente ni aunque la obligaran. ¿Para qué iba a querer leer una oración, de todas formas? Sobre todo una que se refería a dejar ir el pasado.

    Desvió la mirada a la ventana, a la insistente lluvia y el cielo encapotado que tanto parecía haber torturado a la albina. Quizás tenía algo de razón en sentirse agobiada por la lluvia, después de todo también el agua podía apagar una fogata cuando más se necesitaba.
    Se frotó los ojos con cierto cansancio, al menos Kuro-chan había aceptado entrar al club de esgrima, ya eso era ganancia. La única que parecía que tendría ese día.
     
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    Gigi Blanche

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    Ingresó al aula con las manos en los bolsillos, a paso calmado, e ignoró la mirada sorprendida que la profesora le lanzó al verlo todo empapado. Se dejó caer en su asiento y se abrió la chaqueta del gakuran para no sentirse, al menos, un embutido mojado. Utilizó la camiseta blanca, algo más seca, para quitarse la humedad de las manos y echar el cuaderno y bolígrafo sobre el pupitre. Le daba bastante igual si lo regañaban; de hecho, si lo quitaban de la clase le harían un favor. Tenía muy pocas ganas de estar allí, en ese estado. Se recostó sobre la silla, sosteniéndose la nuca con los brazos, y sonrió.

    Katrina Akaisa.

    No dejaba de sorprenderlo, ¿eh? No había predicho que aquello se convertiría en una guerra, a decir verdad, y menos una guerra que perdería. Pero ¿qué más daba? En definitivas cuentas conseguiría lo que quería de ella, y el resto era relleno. ¿Cuándo debería actuar? Sabía que cedería primero; las mujeres eran, después de todo, expertas en todo aquello donde él era débil. Meneó la cabeza y ensanchó su sonrisa, volviendo la vista a su cuaderno. Bah, estaba pensándolo demasiado. Sólo tenía que actuar como siempre.

    Cuando le viniera en gana.

    Entonces lo recordó, la estúpida tarea de ayer. Genial, la había olvidado por completo. Bufó pesadamente y jugueteó con el bolígrafo entre sus manos; la hoja vacía le sentaba mal en la boca del estómago, casi como si estuviera demasiado inmaculada, lo suficiente para devolverle su reflejo. Similar al silencio, diría.

    Tsk.

    Se revolvió el cabello húmedo con insistencia y escribió sin cuidado, lo primero que se le vino a la mente.

    "Aprobar los exámenes para graduarme y salir de aquí, y hacer algo de mi estúpida vida".

    Arrancó la hoja de cuajo, la dobló por la mitad (o algo parecido), y la dejó sobre el escritorio de la profesora sin más. Apenas le dirigió la mirada, mucho menos demostró el menor atisbo de voluntad de leerla frente a la clase, y se volvió a su asiento. Ya, listo.
     
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  10.  
    Gigi Blanche

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    Un ataque de risa similar al que Jez se estaba conteniendo amenazó con aparecer cuando la botella no sólo eligió a Sonnen, sino también a Wickham. Pero Anna era bastante menos precavida que Vólkov y se carcajeó sin pudor, a punto de quedarse para presenciar semejante fenómeno cuando la albina envolvió sus hombros y la arrastró hacia la puerta, prácticamente huyendo. Anna estiró el brazo hacia las bebidas, en busca de una Coca, pero estaban del otro lado y se rindió; bueno, cerveza sería. Se dejó hacer, débil por la risa, y aprovechó su último segundo en la azotea para volverse y alzar la voz hacia la chica que, hasta el momento, más divertida había visto entre todos.

    —¡Eh, tú! ¡La rubia tan bonita! —exclamó viendo a Alisha, y le lanzó su móvil con una precisión del demonio—. ¡Documenta este momento! ¡Es por el bien de la ciencia!

    Podía imaginarse la cara que debía tener Sonnen en esos momentos y una parte de ella, la pequeñita prudente, le dijo que sería mejor no confirmarlo. Pero estaba muerta de risa y también sabía que grabar esa imagen en su retina le divertiría aún más. Alcanzó a divisarlo apenas un segundo antes de que Jez acabara de sacarla fuera de la azotea y cerrara la puerta tras ellas. Anna se liberó del agarre y llevó las manos a las rodillas, intentando calmarse del ataque de risa. Su respiración agitada hizo eco entre los pasillos oscuros y vacíos. Se irguió, enjugándose las lágrimas, y le sonrió a Jez.

    —Ah, Dios. No sé si ocurrirá, pero ojalá sí. Será épico.

    Fue bajando y, siguiendo las instrucciones de Joey, giró la llave en la primera puerta a la derecha: el aula 3-1. La cerradura cedió y deslizó la hoja de madera. Las luces estaban apagadas, pero la luz de afuera alcanzaba a iluminar bastante la habitación. Se le hizo bastante bonito y decidió dejarlo así. Además, sería mejor para la próxima pareja afortunada, ¿a que sí?

    Se subió a la mesa del profesor y cruzó las piernas, abriendo la lata de un movimiento rápido. Le dio un sorbo y la extendió hacia Jez.

    —¿Quieres? Es amarga, pero créeme: en ese arsenal del demonio hay cosas mucho peores.
     
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  11.  
    Zireael

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    No fue hasta que llegaron al pasillo que se permitió reír con libertad, una carcajada genuina, que hizo vibrar su pecho y enrojeció su rostro. Rio hasta que un par de lágrimas se formaron en sus ojos.
    Sabía que Altan no iba a acercarse a Joey siquiera, pero la sola imagen mental de su disgusto le hacía toda la gracia.

    Entró a la clase siguiendo los pasos de Anna, enjuagándose las lágrimas que la risa le había provocado, e inhaló con fuerza buscando calmarse.

    —Va a preferir matarse a punta de alcohol que tocar a Joey siquiera con la puta de un dedo —dijo entre pausas para tomar aire.

    Observó la lata que Anna le extendía y al final la tomó, no porque se sintiera forzada, sino porque tenía genuina curiosidad y bueno, prefería beber allí solo con Anna, que enfrente de todos, aunque tendría que hacerlo. Dio un trago y arrugó los gestos, era jodidamente amarga, era cierto, aún así tomó una segunda vez antes de regresársela a la menor.

    Esa... Era la clase de Laila y de Joey, ¿no? Suspiró y se sentó sobre uno de los pupitres, imitando a Anna, y balanceó las piernas, apenas cubiertas a medias por el liviano vestido.

    —Ah, creo que en la mañana lo olvidé. Gracias por las tiritas —dijo, mirando a la chica con una sonrisa. Se las había quitado al llegar a casa, así que ahora los raspones, ya secos, le adornaban las pálidas rodillas, pero realmente no eran nada del otro mundo, apenas unos arañazos.
     
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  12.  
    Gigi Blanche

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    Tanta risa le había aflojado el estómago, el corazón y realmente todo el cuerpo. Se sentía libre, en cierta forma. Libre de hacer lo que le viniera en gana y estar bien con ello, sin cuestionarse cada maldita decisión en exceso ni esperar miradas llenas de asco de las personas que la rodeaban.

    La risa de Jez acabó siendo contagiosa y rió un rato más, agarrándose el estómago con una mano.

    —¿Tan así? —cuestionó, sobre su comentario de Altan—. ¿Es homofóbico o algo? Vamos, que es un besito inofensivo. Mira.

    Aprovechó mientras Vólkov le daba una probada a la cerveza para brincar de su mesa y estirarse hasta alcanzar su mejilla. Depositó allí un beso casto, divertida, y volvió a su lugar como si fuera un resorte. Rió suavemente.

    —Bueno, no puedo decir que la esté pasando mal, así que es un inicio. ¿Tú cómo vas, Vólkov?

    Se empinó la lata y, cuando oyó la mención a las tiritas, agitó su mano con energía.

    —Ah, no te preocupes, no fue nada. De hecho... quería agradecerte a ti. —Apoyó la cerveza sobre su regazo, sosteniéndola con ambas manos, y mantuvo la mirada fija allí mientras balanceaba las piernas en el aire y buscaba las palabras; estaba empezando a avergonzarse pero, mierda, ya había abierto la boca—. Por todo, creo. Yo... estaba algo nerviosa siendo mi primer día y todo eso, y jamás pensé que podría llegar a divertirme tanto. Y ha sido gracias a ti.

    Se forzó a alzar la vista, aunque sintiera aquel calor molesto en sus mejillas, para sonreírle a Jez. Quería transmitir, quería ser honesta. Quería expresar lo que había en su corazón, luego de tantos años entumecida.

    Quería vivir.

    —Así que gracias, Jez. Hiciste de mi primer día algo genial, y me gustaría... eh... —Joder, debía estar super roja. Ya no lo aguantó y volvió a apartar la mirada, girando la lata entre sus manos—. Me gustaría que sigamos s-siendo amigas.

    Amigas.

    Listo. Lo había dicho. Dios, se había quitado un peso enorme de encima pero también quería que se la tragara la puta tierra. No fue capaz de buscar la reacción de Jez, sólo se quedó allí, como una niña pequeña insegura de sí misma. Porque, en el fondo, eso era lo que era.

    Una maldita niña asustada, aterrada a ser rechazada otra vez.
     
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  13.  
    Zireael

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    Negó despacio con la cabeza ante la pregunta de Anna sobre Altan.

    —Realmente no es porque sea otro chico, es porque es Joey a secas —respondió sin más. Lo había notado, se le escapaban un montón de detalles, pero lo había notado—. Joey, Welsh, Akaisa... Al no es bueno con la gente en general, al menos no hablando con ella aunque es bueno observando, creo que ya te diste cuenta; pero a la gente como ellos, bueno, los rechaza aún más. Prefiere no verlos, mucho menos va a querer tocarlos aunque sea por un juego. Está esforzándose por ser más o menos normal contigo, porque te abriste a mí y porque es probable que haya visto lo mismo que yo vi en ti.

    Se quedó quieta cuando Anna se acercó a ella y depositó aquel beso sobre su mejilla. Para su propia sorpresa no se ruborizó, pero sus gestos se suavizaron producto de la genuina ternura que le había provocado.

    —Bien, quiero decir, gracias a ti me siento tranquila aquí. —Le dedicó una amplia sonrisa.

    Guardó silencio en cuando Anna siguió hablando, era evidente que no le estaba resultado muy fácil. Esta vez el calor sí le subió al rostro, la gratitud que encontró en las palabras de Hiradaira, aunque no era igual, se parecía mucho a la que ella sentía hacia Altan desde la vez que la defendió de aquellos idiotas molestos.

    Aún así, sintió la necesidad de decirle que no había nada que agradecer. Así era ella, siempre, le gustaba ayudar a los demás, transmitirles su calidez, quizás era eso lo que compartía con Shiori Kurosawa, a pesar de que ahora mismo parecían ser dos caras de una misma moneda.
    Hubiese hablado de no ser porque Anna estaba evitando mirarla.

    Amigas.

    Ahora fue ella quien se levantó del escritorio para acercarse a la muchacha, le quitó la lata con cuidado de las manos y la dejó a su lado. Antes de darle tiempo de reaccionar, la envolvió suavemente con los brazos, abrazándola.
    Qué le importaba a ella que los japoneses fueran tan fríos, Hiradaira merecía el calor de otra persona, ella lo sabía.

    —Me encantaría —murmuró, afianzando su agarre en torno a su cuerpo y con una de las manos acarició cuidadosamente la coleta teñida de rosa—, Anna.


    se me hizo mierda el corason pero de pura softness dios
     
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  14.  
    Gigi Blanche

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    excuse me, im crying


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    Fue asintiendo, comprensiva, a la explicación de Jezebel sobre su amigo. Bueno, no era algo que compartía exactamente pero podía entender que ese estilo de vida causara cierto desagrado. Es decir, su problema con Wickham era personal y rozaba lo incoherente. No tenía el más mínimo sentido que le cargara al pobre idiota los muertos de Kakeru y todas las veces que la había cagado por liarse con él.

    Supuso que iría digiriéndolo con el tiempo.

    Su cuerpo se tensó brevemente cuando Jez terminó de hablar y ocultó la sonrisa sin gracia detrás de la boca de la lata, bebiendo bastante de corrido. Carraspeó suave y soltó el aire por la nariz. ¿Qué se suponía que habían visto en ella? Le causó curiosidad, pero también temió preguntar. Le avergonzó. Sea lo que fuera que Jezebel dijera, estaba segura que no se lo tragaría. No podría incorporarlo ni creerlo, aunque aquella chica siempre hablara con tanta honestidad. ¿Qué podían haber visto en ella? No era gentil ni cálida. Era impulsiva, ambiciosa, enojona y ruidosa, y vivía moviéndose y nunca se vestía con faldas y volados. Le echó un vistazo disimulado a Vólkov, en silencio.

    Princesa.

    No era como Jez, o Byrne, o Meyer, incluso como Kurosawa. No era bonita ni femenina, una parte de ella las envidiaba, y aún así...

    Le sonrió a la albina y siguió escuchándola, en silencio, mientras su corazón latía tranquilo. No podía odiarla ni mucho menos, no tenía razones para cargar sobre su espalda pensamientos tan horribles. Sólo eran suyos, de nadie más.

    Cuando Jez la abrazó, el corazón le dio un vuelco y sintió un calor abrasante tiñéndole toda la jodida cara. Gracias a Dios que no podía verla, o habría muerto de vergüenza. Eso le permitió tranquilizarse y sus manos, ya inexpertas, dudaron y dudaron hasta rodear su espalda lentamente. Había olvidado lo que era aquello. La calidez de un abrazo sin más, su pureza y sencillez. No había ruido a su alrededor, no había interferencia ni veneno. Era tan pacífico.

    Apoyó la barbilla en el hombro de la mayor y sintió unas ganas horribles de llorar; no era tristeza, sólo estaba profundamente conmovida. No tenía idea si era culpa del alcohol, pero se sentía una bebé ridícula y apretó los labios con fuerza, intentando tragarse las lágrimas.

    No iba a llorar, joder. Qué bochorno.

    No llores, Anna, no llores, no llo-

    El sonido delator que hizo al sorber la nariz la puso nerviosa y se aferró con algo más de fuerza a Jez, como si quisiera prevenir que la chica se alejara y la viera en ese estado. Observó el techo oscuro, los pupitres, la luz nocturna colándose vagamente, mientras su vista se empañaba y desempañaba a medida que las lágrimas silenciosas corrían.

    —¿Sabes? Mi nombre está mal escrito por error —comentó en voz baja, sin saber muy bien por qué—. Debería haber sido Ana, con una sola N, pero donde nací la gente se recibe de idiota.

    Apenas fueron un par de lágrimas, esas que llevaba tanto tiempo negándose, pero bastaron para limpiarle el corazón. Así y todo, no dejó ir a Jezebel. Era casi una protesta infantil, y es que... Mierda, ni siquiera recordaba la última vez que alguien la había abrazado así. Su mamá era cariñosa, pero sin importar cuánto hubiera extendido sus alas seguía siendo japonesa; le faltaba calidez. Esa calidez que, al parecer, sólo iba a encontrar fuera de Japón.

    —Oye, ¿tú naciste aquí?

    si me disculpan, me voy a llorar
     
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    Zireael

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    Continuó acariciando su tupida coleta teñida incluso cuando la escuchó sorber por la nariz, con mimo, como una madre paciente. Allí estaba, la gente no lloraba por recibir un abrazo si no necesitaba la calidez que este brindaba, lo sabía bien.
    La apretó con algo más de fuerza contra sí, sin decir nada hasta que ella volvió a hablar.

    —¿Ana con una N? —Sonrió sin separarse de la menor—. Bueno, a mí me parece un nombre bonito con o sin doble N.

    Permaneció allí, prácticamente envolviéndola con su cuerpo, prestándole su calor hasta que lo necesitara.
    La pregunta, aún así, la tomó por sorpresa. Negó suavemente con la cabeza, mientras se separaba de ella un poco. No la miró a los ojos, no creyó que quisiera, se limitó a correrle suavemente el flequillo de la frente y dejarle un delicado beso allí.

    —No, nos mudamos aquí hace años. Nací en los Países Bajos en realidad, así que si encima a veces no encajaba por albina, no lo hacía tampoco porque había crecido en una casa donde ser amoroso era lo usual y como ves, no se me da muy bien dejar de serlo. —¿Cuánto tiempo había pasado? Era probable que pronto tuvieran que volver—. La gente rechaza todo lo que se salga de su rutina y yo, en general, era eso hasta que conocí a Al, a Laila y ahora a ti, Anna.

    Volvió a sonreírle y le picó la mejilla, como solía hacer con sus primos.
     
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    Gigi Blanche

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    —¿Bonito? Puede ser aquí, sí. De donde vengo es bastante común, casi que demasiado. —Exhaló al sonreír—. ¿Y Jezebel? ¿Es común allá?

    Vólkov se separó lentamente de ella, casi con cuidado, y Anna aprovechó que aún no la miraba para secarse las lágrimas con el borde del sweater, teniendo cuidado de no correrse la máscara; aún así, no estaba segura de haberlo logrado. Una sonrisa dulce se le escapó al sentir los labios de la chica contra su frente y entonces por fin la miró. Había tanta amabilidad en aquel ámbar que era casi ridículo.

    —Países Bajos, ¿eh? Eso está bastante lejos. —Suspendió un ligero silencio entre ellas antes de agregar, algo preocupada y quizás hasta triste—. ¿Fue muy difícil? Aquí, las personas... todo, en general.

    ¿Jez habría pasado por algo similar? ¿La habrían aislado, ignorado, incluso ridiculizado por ser diferente? Observó su brillante cabello de nieve, pálido bajo las luces nocturnas, como si poseyera luz propia. Toda ella parecía contar con una, y era hermoso pero también era anormal. Anna aún recordaba la sorpresa en la cara de sus compañeros, transformándose en una asquerosa condescendencia a medida que les contaba, ingenua como pocas, que se había pasado la vida entera viviendo en una casa rodante con los pies descalzos entre el barro y el mar. Como un puerco.

    —Aunque mejoró, ¿verdad? Las cosas siempre mejoran eventualmente. Es cuestión de tiempo. —Le acarició el largo del cabello, algo distraída, y luego se lo acomodó todo sobre los hombros. Sonrió coqueta—. Úsalo así, Vólkov, como una cascada de nieve. No tienes idea lo bien que te sienta. Por cierto, ¿me corrí el maquillaje?
     
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    Zireael

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    A veces algunos nombres se volvían comunes precisamente porque eran bonitos y de repente todos los quieren para sus hijos, al menos a ella que fuesen muy comunes no les quitaba su encanto.
    Volvió a negar con la cabeza ante la pregunta sobre su propio nombre.

    —Nunca me he encontrado a nadie más con este nombre, la verdad. —La miró cuando notó que se había limpiado el rostro y atendió a su siguiente pregunta—. Pues sí, lo fue. Siempre es difícil dejar atrás esas cosas, el mundo que ya conoces.

    La tumba de tus padres.

    >>Y aparecer aquí, donde eres una intrusa, donde resaltas como faro. —Soltó una risa suave—. Sí, mejoró. A veces tarda un poco, pero el mundo puede recuperar sus colores y su encanto.

    No era que ella supiera de eso. Ella en sí estaba desprovista de color literalmente y a veces también en el interior, cuando recuerdos antiguos, siluetas que debían ser sus padres se colaban en su mente. Cuando miraba las fotos y la pregunta rayaba su mente.

    Se dejó hacer cuando Anna le acomodó el cabello, las hebras le hicieron cosquillas en los hombros descubiertos. Acercó su rostro al de la menor cuando preguntó por el maquillaje, luego retrocedió y le dedicó una sonrisa de dientes descubiertos.

    —Todo en orden. Bonita como siempre, Anna.

    altan2.png
    "Está bien".

    Bueno, esa no la vio venir, aunque tenía que haberlo esperado después de que dejara que Akaisa le comiera la boca de aquella manera.
    Estuvo por retirar la mano cuando ella la tomó entre la suya, casi como un reflejo, pero permaneció quieto. Recorrió su cabello oscuro, mas no negro, con la vista y finalmente se detuvo en sus ojos, como si buscara algún tipo de respuesta a su comportamiento en ellos.
    Lanzó la colilla al suelo. No iba a apestarla a humo, al menos no más de lo que ya iba a apestar por estar allí.

    "Vamos".

    Ya te arrojaron al vacío, ¿cierto?

    No solo Akaisa es perceptiva.

    Esa exrecatada chica estaba allí por motivos diferentes a los de los tres cabecillas.

    De hecho, estaba por una de ellos.

    La gringa.


    Retiró la mano casi con cuidado y le pasó el brazo sobre los hombros, atrayéndola hacia sí. Fue un impulso extraño también, pero no había ninguna segunda intención en su movimiento, si se había fusionado correctamente con el mundo de sombras debía sentirlo de inmediato. Era como cuando pasaba el brazo sobre los hombros de Jez, era un movimiento casi protector.
    Echó a andar fuera de la azotea y asintió cuando ella preguntó su nombre.

    ¿Cómo la habían llamado a ella toda la noche? Suzu-chan.

    Suzu.

    Suzume.

    Gorrión.


    No era de ahí de donde venía el Suzu, estaba seguro, pero por alguna razón, como había conectado a Ophelia con la seriema, su cerebro arrojó a Konoe a la imagen del gorrión.

    —Suzu-chan —dijo casi en un murmuro y, quizás por primera vez en toda la noche, el apodo no cargó consigo aquel relámpago de peligro. Era solo eso, una forma de acortar su nombre.

    Una vez llegó al aula, se detuvo en la entrada y con la mano que no estaba rodeando a la muchacha, tocó a pesar de que la puerta estaba abierta.

    —Permiso, señoritas.


    Yugen te etiqueto fuera de mi tocho porque idk (?)
     
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  18.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master yes, and?

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    De alguna forma, supo que debía atender a las palabras de Jez. Hacerles caso, grabarlas a fuego en su voluntad, si se quiere. Como un mantra. Va a mejorar.

    Iba a mejorar, ¿verdad? Estaba trabajando para ello. Se había ido de esa escuela horrible, había cortado cada maldito hilo que la mantenía sujeta a Kakeru. Había hablado con sus padres, había llorado en sus brazos y había sido honesta. Había buscado un trabajo que la mantuviera activa, había consultado por tratamientos externos, aunque al final no hicieron falta.

    Mierda, Anna, lo estás haciendo. Deja de pisotearte.

    Le sonrió a Jez, repentinamente enérgica, y asintió con la cabeza. Aunque luego, al oír su último cumplido, la miró algo atónita y se encogió de hombros, desviando su atención hacia el costado. ¿Bonita? Eh...

    Oyó los golpecitos en la puerta y alzó la cabeza, allí estaban Sonnen y Suzu-chan. Pareció recordar de repente el pedazo de show que se había perdido y soltó una risa corta, balanceando las piernas.

    —Ah, bienvenidos, bienvenidos. Bueno, Jez, es hora de ir volviendo, ¿no?

    Le sonrió, casi cómplice, y se bajó de la mesa con un salto. Enganchó entonces su brazo al de la mayor y la empezó a arrastrar fuera. Cuando pasó junto a Konoe alzó el puño para que se lo chocara y luego apuntó a Altan con el dedo.

    —¡Ojito con Suzu-chan, Sonnen! ¡Mucho cuidado! —La seriedad impuesta bastante poco le duró, pues en nada se echó a reír con una mano sobre el estómago; hacía mucho, mucho tiempo que no reía tanto, con tanta liviandad—. Bueno, ¡nos vamos!

    Y se llevó a Jez, bastante contenta, mientras tarareaba una canción y el sonido de sus pasos hacía eco por los pasillos.
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Konoe Suzumiya

    La sensación de su brazo sobre los hombros puso en un principio todos sus sentidos en alerta. Se tensó ligeramente y desvió la mirada preguntándose si realmente había sido buena idea acceder. En cualquier caso, Sonnen no parecía tener más intenciones que esa. Un ademán casi protector, tácitamente cercano y casi amable. Como si ella fuese poco más que un cachorro desvalido.

    Ah, ¿no lo era?

    Había tenido la mente divagando en sus propias cuestiones y pensamientos. Solo buscaba hablar. Jamás sería uno de ellos ni tenía pretensiones de serlo. Era un mundo demasiado lejos de la luz, de las flores, de los abrazos cálidos de Mamiya. Pero no tenía nada en contra de conocer un poco más a las personas con las que iba a pasar el resto de la noche. Ya se había lanzado, había dado el paso y se había precipitado al vacío. Personas como Alisha, como Akaisa o como Wickham. Incluso si en un principio le habían parecido atolondrados animales sin límites, se reprochó haberlos prejuzgado en cuanto vio el dolor en los ojos vacíos de Katrina. Tan abrumador e intenso. Quizás solo eran niños perdidos, solos.

    Rotos.

    Reconoció el salón de clase incluso antes de que Sonnen llamase. La luz trémula de la luna y el alumbrado exterior que se colaba por las ventanas del pasillo logró iluminar el letrero sobre la puerta.

    3-1.

    Ah, qué irónico.

    Jez y Hiradaira estaban allí. Eran diferentes, casi diametralmente opuestas la una de la otra pero eran amigas. Un manto blanco, níveo, que derrochaba pureza. El negro oscuro salpicado con el fucsia como un lienzo de colores dicotómicos. Era maravillosa la forma en que personas tan dispares podían convivir y superar sus diferencias.

    Chocó el puño de Hiradaira con un pequeña risa, en un ademán tímido.
    Se sintió ligeramente culpable porque había sido incapaz de besarla, incluso cuando había dejado que Katrina lo hiciese sin reproches y estaba allí con Sonnen. Sus intenciones podían ser fácilmente malinterpretadas.

    No quería que pensara que había sido su culpa.

    La puerta se cerró a su espalda y Konoe avanzó resueltamente por el salón. Los pupitres iluminados tenuemente, el pizarrón. Ese salón de clases que volvería a abrirse por la mañana y a llenarse de estudiantes tan ajenos a todo lo que había ocurrido en esa academia la noche anterior.

    Era mejor así en cualquier caso.

    —De modo que rechazaste a Wickham-kun y me aceptaste—su voz suave, calma, rompió el silencio repentino. Parecía casi risueña—. Es curioso, por lo que he podido ver creía que todos éramos bisexuales aquí. ¿Me equivoco? ¿O tal vez simplemente no es tu tipo?

    Había estado hablando sin mirarle pero giró sobre sí misma entonces. En los labios esbozó una ligera sonrisa culpable.

    >>Ah, disculpa mi franqueza y mi impertinencia—quiso morderse la lengua. Se llevó nuevamente un mechón oscuro tras la oreja—. El alcohol me está afectando y solo digo tonterías. Normalmente no soy tan confiada con extraños.

    Era el alcohol ¿verdad?

    Le soltaba la lengua. Menguaba sus inhibiciones.

    Deslizó los dedos sobre las letras grabadas en uno de los pupitres. Uno que llamó su atención en particular cerca de la ventana de la última fila. La luz platina incidía de forma directa sobre su superficie.

    Pudo leer las palabras escritas sin dificultad.

    I hate this shit.

    Incluso había dibujado un emoji con cara de enojado. Escribir kanji nunca se le había dado particularmente bien. De hecho, ni siquiera cuando ella había tenido que ayudarla a perfeccionar su caligrafía.

    Mano firme. Un pincel manchado con tinta. Trazos precisos bajo los últimos rayos del sol de la tarde.

    Y ella había mejorado su inglés. Por eso podía reprocharle cuando la escuchaba maldecir en su idioma natal tras alguna de sus peleas.

    Dañar las instalaciones del centro.

    Otra regla rota.

    No tienes remedio Alisha-san.


    Relajó su gesto y se permitió una pequeña risa genuina. Casi condescendiente. Su cabeza se sentía liviana, menos pesada de lo usual. Alzó la mirada de la mesa y los ojos violetas buscaron los pozos oscuros e insondables de Altan.

    >>Sonnen-kun—llamó directa, firme— ¿Puedo hacerte una pregunta personal?
     
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    Zireael

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    Jez se despidió de ambos con un movimiento de mano y el sonrió, tranquilo. Parecía que haber estado a solas con Hiradaira había sido bueno para ambas, le daba esa sensación.
    La cantidad de alcohol que se había clavado de una seguía enviándole pulsos de calor por el cuerpo.

    —No te preocupes —respondió a la advertencia de Anna, con una sonrisa en el rostro—. No haré nada raro con ella.

    Y era cierto. No iba a hacer nada, ni siquiera iba a proponerlo, no le interesaba. Si lo pensaba, llevarla allí con él era una forma de permitirle algo de aire a ella y también a sí mismo.
    Suspiró con pesadez y observó a la chica caminar por el salón, en silencio. Él se limitó a imitar a Anna y sentarse sobre el escritorio. Observó la luz que se filtraba y le arrancaba ligeros destellos a su cabello oscuro, apenas permitiendo que no pasara por una figura planta, sin dimensión.

    —La segunda, posiblemente. Nunca me planteé lo otro. —Apoyó el peso de su cuerpo en los brazos—. Me dan asco los perros como Wickham y toda su cuadrilla, eso es todo.

    Soltó una risa floja cuando se volvió para disculparse.

    >>No importa. Me bebí un sexto de una botella, así que digamos que estamos más o menos parejos.

    Sin embargo, cuando regresó la atención a él de nuevo luego de desviarla a otras cosas, frunció el ceño. Se enderezó, apenas para indicarle que iba a prestarle atención.
    Las hebras oscuras como el carbón le hicieron cosquillas en el rostro al moverse al ritmo de su cuerpo al reajustar la posición.

    —Tú pregunta y yo veré si puedo responder.

    Era, a final de cuentas, un puto prepotente.
     
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