Aula 2-1

Tema en 'Segunda planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Una de las tres aulas pertenecientes a la segunda planta. Se conecta con las demás aulas y el resto de salas por un extenso pasillo.

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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Nada más llegar al aula había tomado asiento en uno de los pupitres junto a la ventana y dirigido una mirada crítica a su alrededor. Sus altivos ojos azules recorrieron a sus compañeros con atención. Ninguna cara conocida a la vista.

    Suspiró.

    Ah, demonios.

    Había tratado de ponerse en contacto con Emily pero había desechado la idea al suponer que la joven se encontraría también en clases. Nuevo año y a diferencia del anterior no estaban juntas. Y Liza tampoco al parecer. Eran las únicas pocas personas en el mundo a las que dejaba entrar en su cerrada y exclusiva burbuja personal. Su pequeña zona de confort.

    Tampoco había mucha gente que soportase su hosco carácter de todos modos. Sus ademanes de princesa mimada criada en paño de oro. Quizás era mejor así.

    Las presentaciones se fueron sucediendo una tras otra y cuando la tutora la llamó, Mimi se puso en pie y caminó resuelta hasta el frente de la pizarra. No estaba nerviosa. En lo absoluto. Ella no era esa clase de personas que se ponía de los nervios al hablar en público. ¿Cómo demonios una futura actriz y modelo tendría miedo escénico? No, eso no era para ella.

    —De acuerdo, escuchadme todos bien porque solo lo repetiré una vez—dijo con ímpetu. Y se señaló a sí misma con todos los dedos de una única mano—. Mi nombre es Mimiko Honda. Hija primogénita de Moura Honda, afamado magnate de los negocios en una región lejana.

    >>Me considero una persona sosegada y madura pero no tengo paciencia con las estupideces—puso los brazos en la cintura y cerró los ojos—. Mi color favorito es el rosa, me encanta el té rojo, la moda, seré la mejor actriz de todas y amo los grandes felinos. ¡Especialmente los leones!

    Cuando abrió los párpados sus ojos azules cruzaron la clase como saetas heladas. Había en ellos un brillo de advertencia gélida, puede que incluso de amenaza.

    >>No me hagáis enojar, vulgares plebeyos, o os aseguro que rugiré como uno.
     
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    Reual Nathan Onyrian

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    Me asomé la puerta, algo nervioso. ¿Era esta mi aula? Liza me había indicado que sí, pero seguía estando nervioso. ¿Quién estaría en esta clase? ¿Tendría gente conocida? ¿Haría amigos nuevos? ¿Qué profesor nos tocaría esta vez? Eran demasiadas preguntas que hacían un gran revuelo en mi cabeza, y solamente lograban confundirme más y ponerme más y más nervioso. Bueno, no tenía mucha más opción que arriesgarme. No iba a lograr nada quedándome allí.

    Al parecer los alumnos ya se estaban presentado, así que me dirigí lo más discreto que pude (cosa en la que era completamente horrible) hacia uno de los asientos del frente. Me senté allí, recto, y esperé hasta que fuera mi turno. Al menos, reconocía un par de caras, aunque no sabía si alegrarme o alarmarme. En especial, por la presencia de Mimi. No la conocía muy bien, pero era amiga de Liza y siempre había parecido alguien bastante rezongón y encima alborotador, y no sabía como tratar con personas así.

    Me puse a tamborilear nervioso sobre el asiento, hasta que el profesor me llamó.

    — Oh, ¡hola! Soy Nikolah Cruz.— dije, con una sonrisa, saludando a todos con la mano.— ¡Espero que nos llevemos excelente este año! Tengo muchas ganas de obtener unos recuerdos super divertidos con ustedes. ¡Estoy seguro que todo saldrá genial!

    Dicho eso, volví a sonreír y me senté. Vaya, no me había dado cuenta, pero había comenzado a sudar. ¿Me había puesto muy nervioso?
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Había apoyado la mano sobre la mejilla, el codo flexionado sobre la mesa. ¿Le gustaban los días lluviosos? Le recordaban a su infancia. Cuando su vida aún no se había derrumbado por completo. Cuando, probablemente, era feliz. Destellaban en su cabeza aquellos días de tormenta y la imagen de una mujer rubia de aspecto delicado, frágil como el vidrio, tocando un piano en el salón. Y de una niña pequeña, que rondaría los tres años, sentada en su regazo. Ambas conversaban y la mujer le indicaba con cariño donde colocar sus pequeñas manitas para tocar.

    Ojalá su mundo no se hubiera ido a la mierda después de eso. Su padre trabajaba demasiado y nunca estaba en casa. Toda la atención que podría darle a su hija se centró en los bienes materiales como si así pudiese opacar el hecho de que era un padre nefasto. Después su boda con esa zorra manipuladora. Matt... Dios, Matt. Ese pervertido desgraciado.

    Cómo lo odiaba. Lo único que lograba mantener sus ánimos era sentirse una princesa. Una princesa sin trono, sin corona. Sin nada más que un montón de carencias. Mimiko Honda estaba vacía. Probablemente sentía tener un millón de aptitudes... pero era una mentira vil y rastrera.

    —Cómo odio todo esto...—murmuró. Y observó, algo abstraída, el camino que hacían las gotas de lluvia al chocar contra el cristal de la ventana y se deslizaban, parsimoniosas hasta el alfeízar.

    La redacción. ¿Qué había escrito en ella? La había hecho esa noche con los ánimos por el suelo, frustrada como la había dejado ese horrible primer día. Había tenido la idea de hablar de lo mucho que ansiaba alcanzar la fama. La idea de ser famosa le daba la impresión de sentirse menos sola. De perdurar en la consciencia de la gente. Y sentirse importante y necesaria para alguien... era algo que Mimi necesitaba.
    Pero al final su letra usualmente regia y cuidada se volvió inestable, de trazos bruscos, llenos de ira.

    "¿Qué quiero? No tengo idea de lo que quiero".

    Esa era la verdad. No lo sabía. No podía saberlo. Quería que su padre le prestara un mínimo de atención. Quería que su madrastra y el perro desgraciado de su hijo desaparecieran de su vida. Quería poder ser más honesta, probablemente. Quería que Emily dejase de ser tan inocente e ilusa con la gente. Quería... un abrazo. Quizá. Como los que Aika solía dar, pero que perdurase. Un abrazo que descongelase ese frío que le quemaba las venas. Quería demasiadas cosas. ¿Pero importaba acaso?

    No. Probablemente no.
     
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    Zireael

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    Entró a la clase prácticamente sin poder respirar luego de haber subido los escalones casi de dos en dos, no era muy espabilado pero tampoco era que se fuese a perder en una escuela nueva. Muchas cosas eran de sentido común, como las aulas.
    Se tomó unos segundos para recuperar el aire y se sacudió el agua que conservaba en el cabello como un perro, antes de colocarse frente a la clase.

    —Koizumi Hiroshi —dijo inclinándose ligeramente hacia adelante—. Transferido. Sé que ya perdí algunos días de clase, pero nada del otro mundo. ¡Gracias por recibirme!

    Se incorporó y caminó hasta uno de los asientos de atrás, donde se dejó caer pesadamente, aún con la respiración algo acelerada.
     
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    Hygge

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    Había aguardado estática en el pasillo, agudizando el oído, los latidos de su corazón martilleándole la sien. Podría haber dado media vuelta, dejarles privacidad y acudir al aula de siempre, pero la aterraba imaginar que algo podría pasar en su ausencia. No conocía a Honda, y lo peor era que la única imagen que tenía de ella era dañando a Katrina frente a sus ojos.

    Apenas la conocía, así como tampoco conocía del todo a Liza, pero ambas la habían tratado bien, y eso era suficiente para ella. No era inocencia lo que la movía, no a grandes rasgos. Era la necesidad implícita del calor humano, del afecto que pudiese llenar el enorme vacío que sentía y que la quemaba por dentro. Nunca había sido buena haciendo amigos; su carácter retraído y sus inseguridades lo hacían evidente. Por ello su círculo era reducido y atesorado como oro en paño. Mudarse a Japón la obligó a rehacer su vida pero el hándicap del idioma, las costumbres y una cultura diametralmente opuesta a la suya lo volvía todo aún más difícil. Aún más doloroso si cabía.

    Dios, aquel mundo la aterraba. A veces solo quería rogar por volver a casa.

    Apenas fue capaz de escuchar el reclamo de Liza cuando Mimi se dirigió hacia ella. Se abrazó a sí misma, adentrándose en el aula un par de pasos, la mirada clavada en el suelo.

    —Mimi, para. La estás asustando —la atajó la castaña, y no necesitó alzar el mentón para notar sus orbes cargados de lástima—. Esto no tiene nada que ver con ella.

    Odiaba ser una niña indefensa con toda su alma
    .

    Las palabras de Honda, a pesar del intento de Liza por detenerla a tiempo, bombardearon a la joven una tras otra, haciéndola pequeña en el sitio y recordándole una vez más que no sabía nada de Akaisa. Que era tan estúpida como para defender con uñas y dientes a una completa extraña solo porque llamó su atención entre el resto. Las uñas se clavaron sobre su piel con una fuerza que no creyó suya, pero no sentía dolor. No podía compararse con la ira que se gestaba dentro de sí, producto de las palabras de la chica, de sus inseguridades y de todo el terror que sentía.

    —Estás mintiendo —murmuró entre dientes, con voz queda. Las emociones burbujeando bajo la piel como una olla a presión.

    No quería creerla. Creerla significaría tirar por tierra lo que había conseguido hasta entonces, renunciar a una de las pocas personas que le hacían sentir segura allí. Volver a sentirse asquerosamente sola.

    Al alzar el rostro las lágrimas habían comenzado a acumularse en sus fuegos fatuos, y su rostro se contrajo en un rictus de dolor y rabia. Liza bajó de la mesa de inmediato.

    —Rachel, deja que...

    —¡No! ¡No quiero quiero seguir haciéndome a un lado como si nada fuese conmigo! —exclamó, haciendo que la castaña retrocediese en el acto. Comenzó a caminar hacia el interior del aula, sollozando, su cuerpo actuando por inercia—. ¡Me trae sin cuidado la rivalidad que tengáis, pero no te atrevas a llamarle monstruo! ¡No tienes idea de cómo me trata o me deja de tratar, solo quieres hacerla ver peor porque la odias! ¡Eres igual de simple que todos ellos!

    Estaba fuera de sí. De repente la posibilidad de haber sido usada por Katrina le quemaba con una fuerza desgarradora y solo quería huir de allí y desaparecer, como había hecho siempre. Pero esa vez fue diferente. Permaneció allí, temblorosa y furibunda, ante la mirada severa de Liza. Probablemente estuviese dejando que se desahogase antes de cerrar con el numerito.

    Las últimas palabras las escupió en un tono mucho más bajo, cargado de rencor.

    >>Seguro que solo le tienes envidia porque ella sí tiene a alguien que la defienda.

    Yugen C h a l e
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Mimi Honda

    Probablemente en otras situación se hubiese sorprendido un mínimo por el exabrupto de aquella joven. Pero ese no era el día. No iba a reír porque ella aún entendía las emociones humanas y por mucho que hubiera pinchado para desencadenar una reacción, su intención no era lastimar a Rachel. No iba a reír porque eso había hecho Katrina cuando ella se quebró y el solo hecho de sentirse mínimamente identificada con la zorra roja le producía arcadas.

    No se movió un centímetro. Permaneció estática, incluso si aquellas últimas palabras cargadas de rabia le habían sentado como una bofetada.

    >>Seguro que solo le tienes envidia porque ella sí tiene a alguien que la defienda<<

    Encantador.

    Bueno, era su propia maldita culpa al fin de cuentas. Solo había una persona a la que señalar.

    —Es la verdad—dijo simplemente y la lluvia pareció golpear con más insistencia contras las ventanas como si buscara reforzar la contundencia de sus palabras. Sonaron átonas, vacías. Un relámpago repentino detalló las siluetas de ambas contra las paredes, dibujando sus sombras alargadas, famélicas. Rachel claramente tensa y Mimi sobre la mesa, con las piernas cruzadas, con un rostro lleno de severidad—. Puedes negarla o puedes aceptarla. Pero la realidad siempre seguirá siendo lo que es.

    No hay mayor ciego que el que no quiere ver ¿no sabes eso?

    >>No te confundas, es cierto que la odio. Pero no estoy mintiendo. Y tú realmente tampoco crees que mienta ¿no es cierto?—movió nuevamente la pierna balanceandola de arriba arriba a abajo. Soltó una risa nasal. Parecía una princesa tirana sentada sobre su trono—. Por eso actúas así. Te niegas a creerlo porque la quieres pero en el fondo sabes que es verdad.

    Sentada como estaba apoyó los brazos sobre la mesa.

    >>¿Por qué crees que peleé contra ella? ¿Te has preguntado siquiera que yo podía haber estado exactamente como tú lo estás ahora? Negándome a creer que alguien que quería era igual que el resto. Una zorra por conveniencia, lamiéndole los pies a tu queridísima Katrina como una perra en celo. Pero es verdad. Es la realidad. Y cuanto antes lo aceptes, mejor será para todos.
     
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    Hygge

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    Las palabras de Mimi, vacías y carentes de emoción alguna resonaron una vez tras otra en su cabeza, haciendo tambalear los cimientos de todo aquello cuanto creía hasta ahora. Su propia obstinación era lo único que la mantenía de pie en aquel lugar, sosteniéndole la mirada a la princesa tirana a través de las lágrimas que nublaban su visión. Ansiaba encontrar un hueco, un fallo en su lógica, cualquier detalle del que pudiese aferrarse con todas sus fuerzas y no dejarlo ir.

    Se ahogaba en el mar de sus propias dudas y el salvavidas al que se aferraba era inconsistente; estaba cargado de mentiras.

    "Y tú realmente tampoco crees que mienta ¿no es cierto?"

    Volvió a clavar las uñas sobre su piel, impotente, vulnerable. Las dudas comenzaban a deslizarse una tras otra entre las grietas de aquella coraza que se había autoimpuesto, haciendo flaquear las fuerzas que había reunido segundos antes.

    Las paredes del aula empezaron a encogerse ante sus ojos, asfixiándola.

    "Por eso actúas así. Te niegas a creerlo porque la quieres pero en el fondo sabes que es verdad".

    —...No.

    Sus ojos se abrieron, aterrados ante la sola idea, y retrocedió un paso, vacilante. Negó con la cabeza, casi sin fuerzas; su cuerpo se sentía helado pero el interior le quemaba con la fuerza de mil soles.

    —No. No. No.


    "Oye, Katrina... ¿Somos amigas?"


    "No he tenido amigas nunca, así que no sé cómo funciona".

    "¡Entonces sí hay algo que puedo enseñarte!"


    ¿Eso también había sido parte de su actuación? Sus palabras habían sonado genuinas, casi pudo sentir la soledad impregnada en ellas. Se sintió tan estúpida, tan humillada de repente. Tan usada. La voz de Mimi seguía resonando, pero sus palabras ya no le llegaban. Su mente sabía cuándo desconectar, ya había sido suficiente. Apenas pudo enfocar el mundo cuando notó a Liza ponerle fin a la discusión. Mimi la miró, inexpresiva sobre la mesa.

    "Cuanto antes lo aceptes, mejor será para todos."

    Una última puñalada fue todo cuanto la hizo reaccionar. Comenzó a retroceder, temblorosa, viéndola a los ojos por última vez. La luz de un relámpago creó una chispa en sus ojos muy diferente a la usual.

    —Te odio.

    No permitió que Liza la alcanzase. Echó a correr con todas sus fuerzas, haciendo a un lado una de las sillas, y desapareció de allí sin dejar rastro. Quizás se encerraría en el baño de alguna de las plantas, donde nadie la viese llorar. La castaña se llevó una mano al pecho, angustiada, dándole la espalda a Mimi. Aguardó como estúpida unos segundos, conteniendo el aliento. Estaba claro que la chiquilla ya no regresaría por aquella puerta.

    Su movimiento fue ágil y preciso; giró sus talones sin apenas hacer ruido y le cruzó el rostro a Mimi de una bofetada. Había estado aguantando las ganas de cerrarle la boca pero se había contenido, por respeto a aquella discusión en la que estaba fuera de lugar. Pero no iba a permitir algo así de nuevo.

    Allí donde solía reinar la calma y la amabilidad solo quedó su rostro contraído por el dolor. Por la decepción. Pocas veces solía perder los nervios de aquella forma.

    —¿¡Qué demonios te pasa!? —gritó, su voz llenando los recovecos de aquel aula abandonada. Mimi casi pudo sentir cómo los ojos de Liza se aguaban durante una fracción de segundo, devastada—. ¿¡Es así como tratas a las únicas personas que se acercaron para ver cómo estabas, Mimiko!?

    Pero Mimi había rebasado la línea desde hacía mucho.
     
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    Yugen

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    ¿Había esperado algo como eso? Mentiría si dijera que no. Una parte de su ser sabía que estaba tirando demasiado de la cuerda y que la paciencia de Liza, incluso siendo tan amable y servicial, tenía un límite que ella estaba amagando por cruzar descaradamente.

    Tendía a poner la paciencia de la gente a su límite con su comportamiento déspota y soberbio pero en ese momento no estaba siendo meramente déspota y soberbia.

    Estaba siendo una perra.

    La cuerda se tensó. Y se tensó. Y se tensó.

    Y se le deshizo en las manos.

    Plaf.
    El sonido de la bofetada hizo eco en la clase cerrada casi sobrepasando el murmullo agónico de la lluvia. Tuvo tal violencia y rabia impresa que le volteó el rostro hacia el costado.

    Apretó los labios.

    Lo recibió con entereza. Incluso cuando ardía, incluso cuando era en parte humillante. Lo mismo que ella le había hecho a Katrina. El Karma era una zorra ¿no era cierto?

    Estaba moviéndose peligrosamente cerca del borde. Y había terminado cayendo dentro del pozo con todo su peso.

    Se lo estaba buscando. Casi de forma masoquista.

    ¿Cuando le habían puesto una mano encima? Nunca. En toda su vida. Jamás le habían puesto límites de ninguna clase. Siempre había tenido lo que había querido porque su padre era un inútil incapaz de darle lo único que realmente necesitaba en su vida.

    Atención.

    Cariño.

    Afecto.

    En lugar de todo eso había reemplazado a su madre con otra mujer, con otro hijo. Había formado una nueva familia, mezclando la sangre de Honda con la de aquella mujer sucia que pretendía tomar el lugar de Anne. Le habían dado una media-hermana. Miriako solo le recordaba lo sola que estaba en realidad.

    No tenía familia.

    Lentamente, en un acto casi mecánico se rozó la mejilla magullada con la punta de los dedos. Arrugó el gesto. Ardía. El dolor le recorría los nervios bajo la piel, la sentía caliente y estaba segura de que había dejado su palma impresa en la mejilla.

    Estaba en la mierda. Sola. Perdida. Jodida hasta decir basta. Pero el dolor le recordaba que estaba viva.

    Y eso era algo.

    Tardó unos breves segundos en recuperar aquella máscara sin emociones. La levantó del suelo porque el impacto de la bofetada la había hecho caer con violencia.

    No tenía amigos.

    —¿Qué crees que me pasa Liz?—cuestionó entonces y lentamente giró el rostro para enfocarla. No hubo rabia en su voz. Sonó igualmente átona, vacía, incluso soltó un bufido similar a una risa cuando logró recomponerse del todo—. No he dicho una sola mentira. No soy esa clase de persona. Kohai-san debería aprender a elegir mejor a sus amigas.

    Le recorrió con la mirada un breve momento. Estaba allí por ella, para tenderle su mano. Pero ella la había rechazado, igual que había rechazado la mano de Emily. Sus ojos azules llenos de rabia y decepción, su rostro contraído en una mueca de pura incredulidad. Probablemente sabía que era una tonta orgullosa pero jamás había pensado que sería capaz de algo como eso.

    Bueno, simplemente no la conocía lo suficiente.

    Agachó la mirada y el flequillo ocultó sus ojos.

    Pero incluso así, incluso rota, no quería arrastrar a nadie inocente con ella. No a Liza White.

    Se levantó de la mesa en ese instante, en silencio, y pasó por su lado sin mirarla. Sus palabras sonaron bajas, vacías. Hicieron eco muy cerca su oído.

    >>Y tú también.

    Y ella era la única a quien culpar.
     
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    Hygge

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    Liza White

    Reconocer la marca roja en su mejilla le mandó un impulso extraño, haciéndole volver en sí. Retrocedió, aterrada, sosteniendo su propia mano, sin percatarse de que esta estaba temblando. Verla deslizar las yemas de sus dedos sobre la piel herida hizo que contuviese el aliento.

    ¿Qué he hecho?

    Sus pupilas se contrajeron ante la luz de un nuevo relámpago. Jamás se habría atrevido a ponerle una mano encima a las personas que quería. Liza odiaba la violencia con todo su ser pero ahí estaba, descargando su frustración sobre Mimi Honda. Era una maldita hipócrita, pero una parte de sí no se arrepentía de lo que había hecho. Se estaba comportando como una perra, dañando a personas inocentes con dagas de hielo en lugar de palabras. Comportándose como las personas que Honda siempre había repudiado.

    No necesitas ponerle una mano encima para dañar a una niña, idiota.

    Tú deberías saberlo mejor que nadie.

    No se percató de lo triste y aterrada que se sentía ella misma hasta que la vio deslizarse por su costado. El impulso que le hizo caminar hasta allí tenía un trasfondo mayor y no lo comprendió hasta que la joven intentó cavar una brecha considerable entre ambas. Eso era justo lo que temía.

    Que se separasen.

    Emily. Aika. Mimi.

    No podía terminar de esa forma.

    La castaña deslizó su mano hasta sujetar la muñeca de Mimi. Fue un agarre firme, pero no buscaba hacerle daño. Ella no era nadie para obligar a sus amigas a recuperar una amistad imposible. No tenía caso. Pero había algo dentro de sí, un impulso casi ingenuo, que quería creer que Mimi tampoco quería eso.

    Que ambas se sentían solas cuando no había razones para estarlo.

    —Mimi, mírame —alzó la voz al fin, firme. Sintió su voz amenazar con quebrarse pero no podía permitirse flaquear. No ahora. Sus orbes azules destellaron en la oscuridad, buscándola entre el flequillo dorado—. Mírame y dime que me aleje. No volveré a insistir nunca más, te lo aseguro.

    Tensó los labios en silencio. Era la última oportunidad. La última vez que actuaría como el pegamento del grupo que se caía a pedazos.

    Un ultimatum. Y Mimi sabía bien que Liza siempre cumplía su palabra.

    >>Pero no te creeré hasta que no me mires a los ojos.
     
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    Cuando Liza afianzó el agarre a su muñeca no hizo el más mínimo ademán por tratar de huir. La conocía lo suficiente y era lo bastante perceptiva gracias a su manía casi insana por observar a la gente que sabía que haría un movimiento similar.

    Eran muchos años conociéndola.

    Era predecible y no le sorprendió. Pero de todos modos no era buen momento para tratar de detenerla. Sentía las emociones a flor de piel en consonancia con el ardor aún latente en su mejilla izquierda. Emily con Katrina, su pelea durante las pruebas, el beso a Aika y ahora ese escenario daban vueltas una y otra vez en su cabeza como un carrusel. Las imágenes se deslizaban como fotogramas de una película, sin descanso. La culpabilidad le presionaba la garganta y el pecho como si buscase asfixiarla.

    Mierda.

    Nunca había sido una insensible de mierda. Tenía sentimientos, en parte por eso las cosas le afectaban tanto. Por una alta reactividad emocional. Era como una niña llorando en mitad de la oscuridad buscando una figura a la que aferrarse para evitar perderse. Pero su orgullo y obstinación siempre se imponían y le impedían ser completamente honesta con sus problemas o sentimientos. La retenía.

    Se sentía sola pero no se lo decía a nadie.

    Irremediable y totalmente sola.

    Y lo odiaba.

    En ese momento, en el que la fragilidad se colaba por cada grieta buscando desgarrar la máscara que ya se había movido de su sitio por efecto de la bofetada, en ese instante en que se sentía tan rota y tan desesperada por un mínimo de calor y simpatía, por un mínimo de afecto genuino, el interés y la insistencia de Liza White era meramente peligroso.


    Iba a aferrarse a él como un maldito clavo ardiendo.

    Iba a tomarlo todo, consumirlo. Hasta que estuviese satisfecha. Hasta que no quedase nada.


    Alzó la mirada. Sus ojos azules se encontraron en la penumbra un breve instante y entonces tiró de su propio brazo aprovechando el agarre de Liza en su muñeca para atraerla hacia así. Sus cuerpos chocaron por encima de la tela del uniforme pero ni el más mínimo rubor se dibujó en el rostro, en esa máscara gélida en la que se había convertido el semblante de Mimi desde el incidente en el patio.

    La pregunta era simplemente obvia.

    —¿Por qué insistes tanto?—cuestionó en voz baja y al alzar la mirada la lluvia y los relámpagos detallaron cierto brillo de desafío en sus pupilas. Su ceño se frunció. Siempre había odiado sentirse vulnerable pero en ese momento en especial se sentía más vulnerable que nunca. White era una estúpida. Ladeó apenas la cabeza y detalló sus delicadas facciones. Los ojos claros, la piel lechosa, el corto cabello castaño—. ¿Porque eres mi amiga? ¿Porque te importo?—soltó un bufido, similar a esa risa vaga y sin gracia—. No me hagas reír. No le importo a nadie.

    Nadie.

    Sola.

    Nada.

    >>No soy una compañía grata Liza—susurró—. Soy un desastre. Siempre he sido un maldito y jodido desastre—apretó los labios, la mandíbula. La rabia que había pretendido mantener fuera de su máscara se coló en su voz de forma inexorable, casi siseó. Estaba presionando, ahora ella era la que lo hacía. La que estaba tensando y tensando la cuerda. Se inclinó contra ella. Su aliento cálido le rozó el oído, tal vez a propósito, y la voz, casi entre dientes, sonó como una amenaza—. Estoy enferma. Así que lárgate.

    Enferma.

    Desequilibrada.

    Loca.

    Forcejeó contra su agarre hasta que logró liberarse de su mano en su muñeca como un animal buscando escapar de un cepo. Huir del miedo, de la ira, del dolor. De sus propias emociones. Tan intensas y bruscas que no se sentía capaz de controlarlas. La sobrepasaban, la inmovilizaban.

    Era esclava de ellas.


    Retrocedió un paso. Ya había buscado arrastrar a Aika aprovechándose de los sentimientos que sabía procesaba por ella. Pero White no tenía más sentimiento que el cariño genuino, la unión resultante de esa amistad de tantos años. Ni amor, ni deseo sexual.

    Ella era una zorra con límites.

    >>Lárgate antes de que pierda el control contigo y te golpee o te bese, ya no lo sé.
     
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  12.  
    Hygge

    Hygge Game Master

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    Liza White

    El fino hilo del que pendía su paciencia se rompió con un chasquido sordo en el momento en el que la atrajo hacia sí. Ambos trozos colgaron como un peso muerto y la sensación de vacío se plasmó en la mirada de Liza, en el momento exacto en el que alzó la vista hacia ella. La escuchó sin escuchar. Nada de lo que saliese de sus labios le interesaba ya.

    Era una jodida estúpida.

    Le sostuvo la mirada con firmeza, retándola a que se atreviese a intentarlo. Casi parecieron surgir chispas entre ambas. Podría haberla empujado cuando acercó su rostro y sintió su aliento contra su piel pero toda la actitud en ella le causaba tanto asco que no deseaba ponerle un solo dedo encima. Permaneció allí, inmóvil, a escasos centímetros de su rostro. Quizás con Mimi hubiera sido diferente, pero ya no le cabían dudas.

    La persona que tenía en frente no era Honda.

    Por ende, nada la retenía allí.


    La dejó ir sin oponer resistencia. El simple tacto la había empezado a quemar hacía mucho. El cariño que le tenía a ella y a sus amigas era suficiente para hacer a un lado su dignidad y forzarse a traerlas de vuelta. A tenderles una mano cuando tocaban fondo y bajar con ellas de ser necesario. Pero no era tan estúpida como para permanecer allí donde solo era un simple parche. Algo con lo que rellenar el vacío de otros. Estaba cansada, dolida.

    Había dado tantos trozos de sí misma que apenas quedaba nada.

    —Siempre fuiste un desastre pero contaste con algo que otros no tenían —murmuró, su voz había perdido toda clase de emoción. Comenzó a rodear las mesas, deslizando los dedos sobre la superficie, alejándose hacia la puerta—. Gente lo suficientemente estúpida como para no importarle entrar en la vorágine. Que estaba bien con eso. Al menos sabías valorarlo.

    Sus pasos, amortiguados por el sonido de la lluvia, sonaron lejanos. Oníricos.

    Estaba haciéndolo, ¿cierto? Construyendo un muro entre ambas. Marcando distancias.

    Cumpliendo el último deseo de Mimi.


    >>Me das lástima, Honda-san —hizo énfasis en el honorífico. Ya no tenía caso llamarle por su nombre. Una sonrisa sin gracia adornó sus labios, pero no la miraba. No le nacía hacerlo—. Estás destrozada y aún así alejas de ti a las personas que quieres. Pero las oportunidades no son eternas... y yo estoy cansada.

    Tomó la cartera de la última mesa y se la colgó en el hombro, dándole la espalda. Negó con la cabeza, comenzando a caminar hacia la salida.

    >>Deseo de corazón que algún día lo entiendas. Ja ne.
     
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  13.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    mimi.png

    Era lo que había hecho con Akaisa.

    Golpearla.

    Era lo que había hecho con Aika.

    Besarla.

    Era lo que sus estúpidos impulsos le empujaban a hacer. No podía contenerse. Buscaba calor de forma casi obsesiva, ansiando un mínimo de afecto que le demostrase que no estaba tan sola como se sentía. Era una patética niña rica llena de carencias afectivas y vacíos emocionales. Pero era una estúpida orgullosa y de un modo un otro siempre terminaba alejando a todos.

    Primero Emily. Luego Aika. Ahora Liza.

    En aquella ocasión era diferente meramente por un detalle nimio. Lo estaba haciendo a propósito.

    Estaba apartando a Liza de sí y lo estaba haciendo con total consciencia de la situación. Era perfectamente consciente de las implicaciones, de que quedaría completamente sola. Pero estaba enferma ¿no? Ya había lastimado a Aika aprovechándose de su situación, de su debilidad y sentimientos. No quería que volviera a pasar.

    Pero era débil.

    Era tan débil que la más mínima muestra de calor la desbancaría. Tiraría todo por tierra. Se aferraría a ella, tan necesitada, hasta consumirlo. Consumirlo todo.

    Siendo honesta por eso estaba dibujando un límite entre ambas. Le había cuestionado razones porque esperaba una respuesta genuina por su parte. Era un pedido de auxilio casi desesperado... y había caído en saco roto.

    Parecía que su paciencia, sin embargo, ya de por sí disminuida por el evento con Rachel no podía aguantar mucho más. ¿Quedaban siquiera trozos de cuerda de los que tirar? La soga se le había desecho, desintegrado en las jodidas manos.

    No quedaba nada.

    La vio alejarse sin pronunciar palabra sentada nuevamente en la mesa, envueltas en un silencio tenso opacado por el murmullo de la lluvia. La vio rodear las mesas, deslizar los dedos sobre su superficie. Los relámpagos destellaron a través de las ventanas y dibujaron las siluetas de ambas en las paredes.

    Sabía que en el momento en que cruzase la puerta Liza White no volvería a entrar. Lo sabía de sobra. Y sin embargo...


    "Honda-san"
    Ahí estaba, la prueba que necesitaba. El último clavo en el ataúd. Lo oyó clavarse con enorme contundencia, de un golpe seco.

    Soltó una risa vacía al escucharla. Una risa que sonó sardónica y devastada. Rota. No la estaba mirando, no podía hacerlo. Sentía que si lo hacía, si la miraba, las lágrimas que había estado tratando de contener desde que ella la sujetó de la muñeca se desbordarían sin control y ya no podría mantener su resolución ni su máscara. Todo se desplomaría como un maldito castillo de naipes.

    Apretó los puños sobre la mesa.

    ¿La entendía ella? ¿Realmente lo hacía? Probablemente no, porque no le había explicado absolutamente nada. No le había hablado de lo que había pasado con Emily, ni sobre lo sucedido con Aika. ¿Pero qué importaba? Tampoco era como si fuese a hacerlo.

    Ya no.

    El sonido de la lluvia se convirtió en ruido blanco, más y más agónico, a medida que terminaba de hundirse en aquel pozo. La oscuridad y las sombras la devoraron.

    "Ja ne"

    —Farewell, White-san.

    Si lo hiciera sabría que solo estaba tratando de protegerla de sí misma.
     
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  14.  
    Ikoma-kun

    Ikoma-kun Rolero, dibujante

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    Oreki Tojo

    Con una sonrisa serena y una mirada cálida, Tojo entro observando todo tal cual lo hizo desde su entrada a la academia, dedicó un saludo a los presentes. Conocedor del procedimiento Oreki se colocó de pie frente a la clase listo para saludar

    —¡Buen dia compañeros! Mi nombre es Tojo Oreki y soy recién transferido a la academia, solo diré que soy un experto en temas culinarios así que...si necesitan ayuda en algún club de cocina o algún compañero para el almuerzo no duden en llamarme—Oreki se presentó con un buen grado de confianza sin mucha formalidad— Espero nos llevemos super el resto del año—finalizo con una reverencia.

    Tojo sin duda no tenía inhibición a la hora de presentars, siempre sintió que solo estar de buenas bastaba para agradar a otros.

    —Ah espero sea suficiente sensei, a algunos parecen tener problemas con un simple saludo.

    Cuando por fin termino te dirigió raudo hasta su puesto en el salón ignorando cualquier mirada, sea inescrupulosa o bien intencionada. Tojo solo esperaba un buen recibimiento.

    >>>Oh por cierto creo que necesitaré una mano con los apuntes— Oreki de dirigió sonriente a algunos alumnos apoyando sus codos en la mesa—si me ayudan les recomendare puestos de Ramen fabulosos que conozco en la ciudad.
     
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  15.  
    Kaisa Morinachi

    Kaisa Morinachi Crazy goat

    Tauro
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    Entré con mi cara de perro arisco, los que ya me reconocían sabrían que estaba con los pelos de punta y era mejor no molestarme. Fue cosa de cruzar el umbral de la puerta y notar que un pequeño se andaba presentando... bufé, sintiendo mi rostro arder mientras sobaba y observaba un cabello de mi flequillo. ¿Cómo que pequeño, Yashihiro? Puede incluso ser mayor que tú, grandísimo idiota. De cualquier forma, en cuanto me senté en mi puesto correspondiente ya había suspirado otra vez, y la tensión en mi frente disminuía de a poco. En cuanto el tal Tojo terminó de presentarse, fluyó con energía hacía su pupitre, raudo. Yo a esas alturas lo observaba con las cejas alzadas, era lo único que expresaba sorpresa entre mi rostro mezclado de hastío y apatía. Solté otra vez el aire contenido mientras volteaba a sacar los cuadernos con materia más relevante y que no correspondieran a la clase que vendría.

    Me levanté y los dejé sobre su mesa sin mediar mayores palabras, ya con la cara de antipático de siempre, expresando que el mal humor al menos se había apaciguado; irrelevante y apacible.

    —Me los devuelves cuando los necesite —solté monocorde, sin quitarle la mirada de encima, y tras concluir mi acción llevé ambas manos a mis bolsillos y me fui a echar en mi silla otra vez; me respaldé en la pared del aula y empecé a dormitar mientras esperaba el inicio de clases.

     
    Última edición: 29 Enero 2021
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  16.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master yes, and?

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    Hiroshi entró al aula prácticamente dando trompicones, con la pila de papeles y libros de texto bajo el brazo. No necesitó más de dos segundos para darse cuenta que el alumno transferido ya estaba presentándose y tragó grueso, buscando lucir lo más compuesto y sereno posible aunque por dentro ansiara que se lo tragara la Tierra. ¡Otra vez se había quedado dormido! Hostias, ¿cómo podía ser tan vago y despistado? Si al menos fueran asuntos que le resultaran irrelevantes podría reírse de ello y dejarlo correr, pero cada vez que cometía una pequeña falla se la reprochaba hasta el infinito.

    Al menos, el nuevo estudiante no parecía tener el menor problema para presentarse frente a un montón de chicos de su edad. Vaya confianza, ya habría deseado él contar con algo así a su edad. O en la universidad. O en el trabajo.

    ¡Ya enfócate, Hiro!

    Atravesó el pasillo del aula hasta dejar caer la pila de papeles en el escritorio, exhaló pesadamente y se quitó las gafas para limpiarlas con el borde de la camisa.

    —Bueno, bueno, muy bien —farfulló, recuperando poco a poco la compostura—. Tojo-kun, es un placer tenerte entre nosotros. Eh... —Le echó un rápido vistazo a la lista y alzó la mirada hacia el grupo—. Koizumi-kun, ¿te molestaría ayudar a Tojo-kun en lo que se adapta a la escuela? Gracias.

    Su tono de voz era suave e incluso nervioso, tendía a balbucear entre ideas y a repetir monosílabos. Su discurso carecía, en pocas palabras, de contundencia y claridad. Suspiró, arrastrando su cabello violáceo hacia atrás, y colocó los brazos en jarra.

    —Bien, eh... ¿ahora? Ah, sí, el proyecto de Geografía. Tienen una semana y encontrarán los grupos de trabajo en el tablón de planta baja, cualquier duda me buscan en la sala de profesores. Bueno, comencemos.
     
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  17.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Había asentido sin problema a la indicación del profesor de que le mostrara la escuela al nuevo, incluso con la de cosas que habían pasado en los últimos días digamos que lo bueno es que estaba tan desligado de eso que no me afectaban realmente, así que tenía la energía de siempre encima. Hasta me emocionaba la idea de poder darle un recorrido al chico porque quizás hasta podíamos hacer amistad, qué sé yo.

    El resto de la clase de pasó despacio, estuve por dormirme un par de veces y todo, pero apenas terminó me levanté del pupitre, tomé mis cosas y caminé hacia el chico nuevo.

    —¡Hola! —Lo saludé antes de hacer una ligera reverencia—. Bueno, ya lo dijo Kenzo-sensei pero soy Koizumi Hiroshi. ¿Qué dices de ese recorrido por la escuela?

    Me acordé de algo de repente y enderecé la espalda un poco más.

    —O podemos solo almorzar juntos supongo, ¿qué tal? ¡Lo que tú prefieras! También te puedo prestar los apuntes aunque son un desastre.
     
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  18.  
    Kaisa Morinachi

    Kaisa Morinachi Crazy goat

    Tauro
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    Miré la llegada del profesor con indiferencia, pero al final no pude evitar soltar un suspiro mientras desviaba mi vista a las ventanas al otro lado de la sala, a ojos cerrados. Pobre hombre. Las clases pasaron sin mayores inconvenientes, anoté todo lo que estimé conveniente y luego guarde el único cuaderno que no le había entregado a Tojo-kun.

    Hablando de él, me acerqué a su pupitre poco después de que lo hiciera quien lo guiaría. Intercalé dos veces la mirada entre ambos, rápido y tranquilo, para luego hacer una leve reverencia solo con la cabeza. Luego miré a Tojo.

    —Ya sabes, no tengo problema en prestarte mis apuntes.

    Luego le brindé otra mirada a Koizumi y volví a asentir otro poco, esta vez en modo de despedida.

    >>Nos vemos Koizumi-san—. Di media vuelta y me marché de una vez por todas a la sala multimedia. Con todo lo del profe, parece que nos quedamos más tiempo de lo estimado en clases. ¿Los chicos habrían ido al salón? Solo esperaba que no anduvieran metiéndose en problemas. Ah, también debía revisar con quién me tocó hacer el trabajo.
     
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  19.  
    Kaisa Morinachi

    Kaisa Morinachi Crazy goat

    Tauro
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    Como Kuno Vizard Estará ausente hasta el jueves o viernes, sí mal no recuerdo; voy a suponer que Oreki no está en la clase por x motivo, así que Hitori , hiiiii uwu <3

    Yashihiro Nakagawa.png

    Cuando por fin sonaron las campanadas dejé salir un pesado suspiro, tirando todo lo que tuviera en la mano con lentitud sobre la mesa, para después estirar la espalda echando la cabeza hacía atrás por completo, agotado. Dejé soltar un quejido casi inaudible, estirando de paso los brazos, enlazando las palmas al final.
    —Ahh —suspiré con ojos apáticos, llevándome las manos a los bolsillos, encorvado. Me lo había dicho Hikari un montón de veces, ¿no? Me iba a dar una escoliosis sí no me cuidaba, sí es que ya no tenía algo de eso. No... me importaba demasiado en realidad. Antes de pararme revisé todo el aula con los ojos, localizando tan solo a Koizumi-kun de los dos chicos con los que me había tocado hacer el trabajo.

    Me levanté, más indiferente que apacible, serio; me dirigí entonces hasta donde estaba el chico.
    —Hey, Koizumi-kun —exclamé calmo para llamar su atención, poco antes de llegar a estar frente él. Lo escudriñé sus ojos con mi mirada, soltando un quejido corto bastante imperceptible. Desvié la vista, llevándome una mano tras la nuca, sobándome las raíces del cabello—. Nos tocó juntos, así que supongo que tenemos que entregarnos nuestros números.

    Volteé a verlo, directo, con la calma seria de siempre; ni enfadado, ni alegre. Lejos de triste, otra vez con las manos en los bolsillos de mi sudadera abierta, al final igual terminé por ladear un poco la cabeza.
    >>¿O prefieres otra cosa?... Hmmm—. Cerré los ojos, meditativo, cuando los abrí tan solo volví a clavar mi mirada en la suya—, como no entregarlo y simplemente hablar—. Volví a desviar la vista—, aunque eso es poco eficiente, entiendo sí no gustas de entregar tu número.

    Era la primera vez que hablábamos de tú a tú, ¿no? Con la mirada desviada, entorné los ojos haciendo una leve mueca de desagrado; no por él, más bien por la situación en sí. Supongo que no andaba de buenas hoy día...

    Bueno, en realidad pocas veces andaba con ganas de conocer nuevas personas. Con las que tenía me sobraba.
     
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  20.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

    Leo
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    Hiroshi.png
    Al final Tojo no había tomado la oferta el día anterior y ahora no estaba, así que ya sería otro día, nada que hacerle. Las clases habían sido aburridas como siempre, pero de nuevo había hecho el intento tan siquiera de tomar apuntes legibles para luego no pasarla tan mal cuando tuviese que estudiar.
    Acababa de guardar mis cosas para irme cuando noté a alguien acercarse, mierda, ¿sabía cómo se llamaba?

    —¡Ah! Nakagawa-kun, ¿no? Todavía no me he aprendido muy bien los nombres, perdona —Lo saqué por rebote eso sí, teniendo en cuenta que mi otro compañero para el trabajo era Tojo.

    No era yo ningún experto de leer ambientes, la pura verdad, así que si el otro no andaba en su mejor día pues sabría disculparme porque tenía pólvora en el culo siempre.
    Negué con la cabeza para restarle importancia a lo del número, me daba bastante igual darlo a un compañero de clase, sobre todo teniendo en cuenta que era para hacer un proyecto y toda la cosa. Encima no entregarlo no era una opción, tenía que ser demasiado idiota para arriesgar mi beca así, de modo que me saqué el móvil del bolsillo y lo extendí hacia él.

    —Puedes dejarme el tuyo y luego conseguimos el de Tojo-kun.

     
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