Aula 1-2

Tema en 'Primera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Una de las tres aulas de la primera planta. Conecta con el resto de salas y aulas por un largo pasillo.

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    Lo cierto es que todo en aquel día estaba siendo especialmente emocionante. A pesar de que su inseguridad le hizo perderse más de una vez entre la multitud, y de que su timidez inicial apenas le permitía intercambiar más de una palabra con sus compañeros de asiento, se sentía genuinamente confiada. Todo lo confiada que podía estar encontrándose sola, claro. Y rodeada de rostros desconocidos, y sin amigos, y sin...

    ¡...D-Deja de estropearlo ya, Rach!

    Se llevó una mano al pecho, allí donde reposaba su corazón, y cerró los ojos. Las presentaciones se sucedían, y pronto sería su turno, pero no debía estar nerviosa. Venirse a vivir a Japón había sido un proceso difícil, y era cierto que en su anterior escuela apenas había podido hacer amigos. Saltaba a la vista, por su cabellera rubia y sus vivos ojos azules, que Rachel no era de allí. La adaptación fue dura, sí. Pero sentía que todo empezaría a cambiar al fin.

    Y ese cambio, después de todo...

    —Me llamo Rachel, Rachel Gardner, y... —su voz, delicada y femenina como toda ella, se alzaron por sobre el murmullo de la clase—. ...s-soy de Inglaterra. Me mudé hace unos años con mi familia, pero ya domino el idioma, o casi. Encantada de conoceros a todos.

    ...debía comenzar en ella.
     
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    Las palabras de Satoko daban vueltas y vueltas en su cabeza. Ah... ¿de verdad podía hacer amigos por su cuenta? ¿Realmente había alguien a parte de ella que quisiera estar con una chica tan torpe, tímida y aburrida? Apretó los puños cuando le tocó presentarse a ambos lados de su cuerpo, tensa, buscando coraje en esa acción. En las amables palabras de Shichimiya.

    "V-vamos. Tú puedes. ¡Tú puedes Yukie-chan!"

    El labio le tembló al pronunciar las palabras y de su garganta solo emergió una especie de ruidito de urgencia, similar al quejido lastimero de un cachorro. ¿Pero qué estaba haciendo? Profundamente avergonzada, temblando de los nervios, cerró los ojos con fuerza, el rubor extendiéndose por todo su rostro como una llamarada incandescente.

    —¡M-minombreesYukie—!—no espera. ¿Qué era eso? ¡Calma! ¡Cálmate! Abrió los ojos y su mirada aguamarina fue incapaz de enfocar el aula. Seguro todos debían odiarla a aquellas alturas. La chica nueva tonta y torpe. Aquella idea le apretó el corazón en un puño y la ansiedad burbujeó en su interior como una olla a presión. Su respiración se aceleró—. M-mi nombre... mi... mi nombre es...

    Parpadeó con rapidez las lágrimas que comenzaban a acumularse en sus ojos. Ya no podía seguir hablando.
     
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    Rachel se detuvo en la entrada del aula junto a Yule, asegurándose una vez más de que se trataba de su aula (no fuera a ser que volviese a equivocarse una vez más), y se volvió hacia el chico con una sonrisa de gratitud en sus labios. El enrojecimiento de sus ojos por el llanto apenas se vislumbraba ya, y todo había sido gracias a él y a su oportuna ayuda.

    —Muchas gracias por todo, Shirai-kun. ¡Eres mi salvador! —exclamó, quizás con demasiado entusiasmo, pues el rostro del chico enrojeció de súbito. Pero es que Rachel era incapaz de contener aquello que pensaba y sentía en todo momento; tendría que hacer un esfuerzo con el tímido chico a partir de ahora—. Si te regañan por llegar tarde diles que fue por mi culpa, ¿sí?

    Y tras mover su mano con suavidad se despidió de él, adentrándose en la clase con permiso. Todo el frío, el miedo y la confusión que había sentido hasta ahora fueron sustituidos por la cálida sensación en su pecho de saber que había hecho un amigo, a pesar de las curiosas circunstancias. Tomó asiento, rebuscando en su cartera la redacción a punto de ser solicitada, y la releyó con algo de inseguridad. Una mueca se formó en su rostro, y se volvió hacia las mesas contiguas. ¿Le había quedado demasiado corta? La profesora no había hablado de límites de extensión, pero tampoco de mínimos.

    Rachel sabía perfectamente qué era lo que quería conseguir ese año, pero una parte de sí se sentía cohibida y amordazada por una fuerza superior. Dudó, dudó toda la noche en si debía plasmar sus verdaderos pensamientos. Si aquellas palabras no le llegarían, a pesar del tiempo y la distancia. Si volvería a ser reprendida por ello.

    Tenía miedo. Vivía con miedo, y en el fondo lo sabía.

    "Libertad"


    Cerró sus ojos cuando la tutora recogió su redacción, sin volver a reparar en ella. Así estaba bien, supuso. En la academia nadie la juzgaría por ello, o al menos eso quería creer. Las personas que había conocido hasta ahora no le habían demostrado lo contrario.

    Su atención pronto se volvió hacia la mesa que tenía delante, y recordó la cabellera verde que ocupaba su lugar. La tristeza que sintió el día anterior ante su tímida presentación. Llevó una de sus manos hacia el bolsillo de su chaqueta, allí donde guardaba una pequeña bolsa de golosinas que había traído para el receso. Miró hacia todos lados, buscando que la chica aún no hubiese llegado, y tras estirarse con delicadeza depositó la bolsita sobre la mesa de madera.

    Se irguió una vez más sobre el respaldo de la silla, y una diminuta sonrisa adornó su rostro. Sus fuegos fatuos intercambiaron miradas disimuladas entre la maestra y la puerta.

    Esperaba que eso la animase un poco aquella vez.
     
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    Esa chica era tan... ni siquiera sabía cómo describirla. Se le escapó una risita suave recordando su actitud en el pasillo, su clamor casi bélico de que un resfriado no podría contra ella. Adoraba esa confianza. Esa vitalidad. Esa alegría que Satoko Shichimiya parecía llevar donde fuese.

    Ingresó en el aula conteniendo un suspiro de alivio cuando se percató de que la profesora aún no había llegado. Bien, no tendría que disculparse por llegar tarde. Podría haberse detenido a ver a sus compañeros, saludarlos tal vez, pero la timidez le atenazó y bajó la mirada presa del pudor y la vergüenza, azorada, caminando con pasos cortos hasta su mesa.

    No tenía que leer la redacción. Ni siquiera tenía que entregarla. Y aunque esa idea lograba calmar el nudo en su estómago, aún lograba inquietarla sobremanera. Esos sentimientos. Esos inconfesables sentimientos... ¿Sería igual su relación si Satoko supiera de ellos? ¿Seguirían siendo amigas si no eran correspondidos? ¿Por qué siempre se hacía las mismas cuestiones?

    Era tan tonta.

    —¿Hm?—murmuró al alcanzar su mesa. Alzó la mirada con cierto temor.

    Sobre esta había una pequeña bolsita con dulces en su interior. Golosinas de diversos colores. Alguien la había puesto allí, sobre su pupitre. ¿Eso era... para ella? Parpadeó con rapidez, contrariada. Ah, ¿q-quién?

    Dio un briquito sobresaltada y volteó a su alrededor dirigiéndole una mirada rápida a su entorno. ¿Podía ser...? ¿Era acaso...? El pulso le tembló y terminó rodeando la mesa sin acercarse a la bolsa de golosinas, con el puño apretado contra el pecho, como si fuese una bomba de tiempo a punto de estallar.

    El corazón le aleteaba como un colibrí asustado.

    No quería ser desconfiada pero... no tenía un buen historial en lo que a regalos inesperados en su pupitre se refería.

     
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    "¿Hm?"

    Rachel dejó de tamborilear los dedos sobre la mesa, inquieta como una niña en navidad cuando percibió el murmullo ajeno, apenas un metro delante de ella. ¡Ah, ahí estaba! Su cabellera peculiar y sus ademanes tímidos patecían comenzar a ser inconfundibles para ella. Yukie parecía reparar atentamente en la pequeña bolsa de golosinas que había aparecido en su mesa, y la rubia pareció divertida ante la similitud en ese pequeño acto con el día de San Valentín.

    A todos les anima recibir un regalo de vez en cuando.

    Pero pronto comprendió lo equivocada que estaba. Su sorpresa fue mayúscula cuando la vio revisar el paquete una y otra vez, sin atreverse a tocarlo. Pasó del desconcierto a la tristeza en cuestión de segundos, hasta que pareció comprender, en la sorpresa y curiosidad genuinas en la mirada ajena, cuan diferentes eran sus formas de ver el mundo.

    No todos eran tan ingenuos y confianzudos como Rachel Gardner, quien, incapaz de desconfiar de nadie de un simple vistazo, hubiese aceptado aquel regalo sin rechistar.

    Contrariada, pareció tomarse unos segundos para intentar resolver su error. No podía culparla de ello; lo extraño allí, quizá, sería su propio comportaniento. Se inclinó sobre la mesa, apoyando los codos en la misma, y llamó su atención con suavidad, buscando no asustarla.

    —Oh... Disculpa Inuoe-chan, n-no pude evitar fijarme en eso —señaló la bolsita con cierta ilusión infantil. Si probaba las golosinas frente a ella y le demostraba que eran inofensivas, quizás se animaría a hacer lo mismo—. ¿Serías tan amable de dejarme probar una?
     
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    Se había sentado en su pupitre con la mirada fija en el pizarrón. Pero de vez en cuando, quizás por temor, quizás por curiosidad, sus ojos aguamarina se desviaban en la dirección de aquella bolsita de golosinas. Se veía bastante inofensiva... ¿pero de verdad lo era? ¿De verdad no había nadie aguardando en algún lugar, esperando gastarle una de esas pesadas bromas y humillarla frente a todos?

    Sintió un nudo en la garganta, prieto, asfixiante. Detestaba eso. Esa sensación de indefensión, de sentirse un objetivo fácil para las burlas. Si tan solo pudiera hacer algo por cambiar eso. Si tuviera la fuerza, el coraje necesario. Le faltaba tanto valor...

    En aquellos pensamientos se hallaba, ciertamente tensa, cuando escuchó una dulce voz, evidentemente femenina que llamó la atención desde su espalda. Yukie pareció sobresaltarse, asustada, y la miró apenas, temerosa en un inicio.

    Era una chica de amables ojos azules y largo y liso cabello dorado que se sentaba detrás. Realmente linda, de aspecto grácil, frágil. Como una muñeca. No parecía haber maldad en su cálida expresión. Sus ojos brillaban con pureza genuina.

    Era... esa chica que se había presentado el día anterior. ¿Cómo era su nombre? ¿Se había fijado en eso? Estaba tan nerviosa, al borde de un colapso, que difícilmente había podido prestar atención a las presentaciones.

    Era una tonta.

    Dios.

    Parpadeó con rapidez, contrariada.

    —U-uhm... ¿e-estás segura de eso?—preguntó y su mirada vaciló entre ella y la bolsita de golosinas sin atreverse a mirarla directamente. La veía desde abajo, a través del prolijo flequillo esmeralda.—Y-yo no sé si... Q-quiero decir...—titubeó. Y a medida que lo hacía sus mejillas solo tomaban más y más color, inundando sus mejillas, su nariz salpicada de pequeñas pecas, sus orejas. Le tembló el labio. Su mente pareció entrar en espiral. Entre el miedo, la vergüenza y los nervios que le generaba hablar con personas nuevas iba a sufrir un colapso—. N-no quiero decir que no puedas tomar una... O sea, sí. Pero no... pero aparecieron sin más en la mesa y... ¡y puede ser peligroso...!

    Chilló finalmente inclinándose en una reverencia de disculpas que le salió por mero instinto, cerrando con fuerza sus ojos como si así pudiese escapar de la vergüenza. Su voz sonó como un chillido agudo, similar al llanto de un indefenso cachorro.

    >>¡D-discúlpame por favor!
     
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    Rachel le prestó suma atención cuando se animó a hablarle finalmente, su cuerpo inclinado hacia delante, curiosa. La observaba, con paciencia y algo que parecía asemejarse a la ternura en su sonrisa contenida, animándola casi a terminar sus frases con suaves asentimientos de cabeza. Inuoe-chan parecía ser una joven sumamente tímida y frágil, desconfiada con el mundo no por elección si no por obligación. Una parte de sí se sintió culpable de generarle toda esa incertidumbre, de la mano del estrés que parecía estar pasando por todo lo que rodeaba el origen de aquella bolsa de golosinas.

    Pero en aquel cuerpo menudo y delicado no había espacio alguno para la malicia.

    —¿Tú crees? —murmuró, dulce, inclinando la cabeza a un lado. Sus mechones dorados se deslizaron sobre sus hombros al compás de su grácil movimiento—. Desde aquí se ve bastante inofensiva... Pero si Inuoe-chan considera que puede ser peligroso, la creeré —concedió, en una sonrisa de ojos cerrados. No había burla ni ironía en su tono de voz, y mucho menos en sus delicadas facciones. Rachel parecía creer verdaderamente en lo que decía—. Quizás lo mejor sea llevarla a la basura, antes de que inicie la clase.

    Y con esas palabras recargó su cuerpo contra el respaldo de la silla, volviendo la atención hacia la pizarra. El gesto no había salido como planeó, pero Rachel parecía estar bien con eso. Al menos, había tenido la oportunidad de intercambiar palabras con alguien.
     
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    A medida que escuchaba las dulces palabras de aquella joven, que fluían como un arroyo en pleno Junio, Yukie alzó discretamente la cabeza. Aún por debajo del flequillo esmeralda sus ojos aguamarina la observaron con cierta consternación. ¿De verdad... no le importaba?

    —¿T-tirarlas a la basura?—se sobresaltó ligeramente y su mirada vaciló entre en suelo y el rostro de Rachel. No importaba lo peligroso que podía ser, tirar a la basura algo que bien podía ser un regalo honesto e inofensivo no era correcto. No se sentía bien—. Y-yo no creo que...

    —Buenos días clase.

    —¡Eek!

    Asustada por el repentino saludo de la profesora Yukie se encogió sobre sí misma. Ni siquiera había oído abrirse la puerta corredera del aula
    . Kazami-sensei se volteó hacia ella con cierta sorpresa en su expresión. Sus dulce rostro mostró genuina preocupación, algo que simplemente no estaba esa mañana en sus planes.

    Aquella joven asustadiza había estado a punto de sufrir un colapso durante su presentación el día anterior. Se preguntaba que le habría ocurrido para presentar un carácter tan esquivo, tímido, retraído y asustadizo. Su experiencia le decía que no había sido agradable.

    —Inue-san—la llamó con suavidad—¿Sucede algo?

    Pero Yukie, mordiéndose el labio inferior solo pudo sacudir la cabeza, negando con nerviosismo. La ponía de los nervios cuando alguien que no conocía se le dirigía, incluso si era un profesor. Solo tenía confianza con una persona y si esa persona no estaba cerca perdía completamente su zona de confort y el suelo firme que le permitía mostrar un poco más de seguridad al mundo desaparecía como si estuviese hecho de intangible niebla. Estaba rígida, tensa, tanto que parecía poder partirse por la mitad.

    La profesora suspiró. Un suspiro condescendiente, casi maternal, un suspiro paciente, que dejaría escapar cualquier madre ante la tímida actitud de un hijo. Esbozó una leve sonrisa, apremiante y se aproximó a su mesa.

    —Si tienes un problema puedes contar conmigo, Inuoe-san—le dijo dulce, con suavidad—. Soy tu tutora, estoy para tratar de ayudar ¿si?

    Lentamente, muy lentamente, Yukie alzó la mirada. Algo en sus maternales palabras le sonaron genuinas, llenas de cariño, y el corazón le dio un brinco en el pecho. Aún estaba asustada, aún tenía miedo, aún le pedía mentalmente a Satoko que apareciese y la salvase de aquella situación... pero asintió muy levemente, un movimiento de cabeza que podía haber pasado desapercibido.

    —Es...—empezó con una voz baja, muy frágil—. Eso...

    Y señaló con la mirada la pequeña bolsa de golosinas. Era increíble el revuelo que se estaba formando por un mero acto de amabilidad. Pero con Yukie, había que tener una paciencia inmensa.

    Kazami-sensei pareció sorprenderse.

    —Oh. Es... ¿una bolsa de golosinas?

    Asintió con lentitud. Ciertamente se sentía un poco tonta de haber generado tal problema por una insulsa bolsa de chuches. Pero su experiencia pasaba había activado todas las alarmas en su cerebro.

    La tutora pudo percibir su desasosiego y tomó el pequeño paquete, mostrándolo al resto del alumnado.

    —Chicos, saben que no se puede comer en clase—dijo la mujer con un nuevo suspiro—. Ahora bien, ¿quién dejó esta bolsita de golosinas sobre el pupitre de Inuoe-san? Que hable por favor, no será sancionado.
     
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    A sus oídos llegó una nueva voz, y sus orbes dejaron de atender a la joven frente a ella para posarse en la figura de su tutora. Ingenua de ella su rostro se iluminó, creyendo que su llegada serviría de empujón para que la situación de Yukie se solucionase. O, al menos, que pudiese calmar los desbocados latidos de su corazón.

    Bueno, digamos que ambas cosas sucedieron, pero no de la manera que hubiera imaginado.

    "Ahora bien, ¿quién dejó esta bolsita de golosinas sobre el pupitre de Inuoe-san? Que hable por favor, no será sancionado."

    La pregunta de Kazami-sensei cayó como un balde de agua fría sobre Rachel Gardner y ella no fue consciente de esto hasta que fue demasiado tarde. Su primera respuesta, al menos en su cabeza, fue la resignación. "Ah, el secreto se echó a perder. ¡Estuvo cerca!". Pero cuando echó hacia atrás con suavidad la silla, dispuesta a levantarse para revelarlo todo, su cuerpo se tensó. Fue un instante, como si una corriente eléctrica le recorriese el cuerpo de lado o lado y la paralizase por completo. Desconcertada, su mirada azul se paseó entre los curiosos rostros que buscaban la respuesta, entre cuchicheos y sonrisas que no lograba interpretar. El corazón se aceleró de un chispazo ante una extraña sensación que recorrió su pecho, una emoción nueva, incomprensible. Ajena. La ansiedad por no comprender lo que sucedía solo incrementó los latidos, y el mundo a su alrededor se tornó difuso durante angustiosos segundos que se hicieron eternos.

    Eso era... nuevo, ¿verdad? No se suponía que el instituto público debiera ser tan diferente. Su experiencia escolar no era tan distinta a la del resto de ellos, ¿verdad? Rachel había... estudiado lo mismo. Aprendido las mismas competencias. Disfrutado de similares experiencias... desde la seguridad de su hogar. Eso era lo que se había obligado a creer como un mantra, hasta que su mente lo hubo interiorizado. Pero ahora que se veía allí, en un mar de sensaciones nuevas que jamás había tenido la oportunidad de sentir... todo cobró sentido. Por qué se equivocaba de planta cuando la información parecía ser obvia. Por qué no sabía orientarse entre las calles. Por qué una rutina que parecía ser tan fácil, tan simple en la naturalidad que mostraban los demás, era todo un mundo para ella.

    Rachel de repente se sintió cohibida. El cuerpo le pesaba como si toneladas de objetos hubiesen sido depositados sobre sus hombros cuando atinó a levantarse de su asiento. Entrelazó las manos tras su espalda, tan solo para ocultar que sus finos dedos estaban temblando.

    ¿Por qué? Ni ella parecía comprenderlo.

    —Yo... —musitó. Su tono de voz suave y sereno como el murmullo del agua pasó a sentirse inquieto, entrecortado. Pudo notar una ínfima parte de lo que Yukie vivía a cada instante y eso la hizo sentir pequeña, irrelevante—. Fui... Fui yo. Lo lamento.

    Aunque no comprendía qué debía lamentar. Solo sentía la necesidad de decirlo. Como si en el intrincado puzzle de su persona, le faltasen emociones por completar.
     
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    Yukie aguardó en silencio una respuesta con los ojos cerrados, los puños apretados sobre la falda del uniforme. Estaba tensa, temiendo si alguien tomaría represalias con ella por haber sido una vil chivata. ¿Le iban a pegar a la hora del receso? ¿Arrojar al inodoro sus útiles escolares? ¿Tirar de su cabello?

    Pero cuando escuchó la dulce voz de Rachel, entrecortada por el nerviosismo, abrió los de golpe como si la hubiera azotado una repentina corriente eléctrica. ¿Ella...?

    —¿Gardner-san?

    La voz de la profesora sonó suave, no había reproche en ella. Observó en silencio la escena, la tensión de Yukie, el evidente nerviosismo de Rachel, del que probablemente ni siquiera ella fuese consciente. Después de todo... era solo una bolsa de golosinas. No era necesario armar tanto revuelo por eso
    .

    Necesitaba aliviar esa tensión de alguna forma.

    >>Ah, está bien—sonrió—. Agradezco tu honestidad. No es necesario que te disculpes, solo procura no volver a hacerlo. No se puede comer en clase ¿de acuerdo?

    Se acercó nuevamente a la mesa de Yukie y le devolvió la bolsita de golosinas.

    —Guárdalo ¿si?—le pidió con cierta confidencialidad— es un lindo regalo. Pueden compartirlas en el receso.

    Y dicho lo propio se dispuso a iniciar la clase preguntando quienes de los alumnos presentes quería leer su redacción en voz alta. Hubo murmullos y respuestas discrepantes.

    Yukie por su parte había quedado paralizada. Congelada en el sitio, estática. Sus puños seguían apretando con fuerza la tela de su falda, tensa, hasta tal punto que sus nudillos estaban blancos por la presión, como si no pudiera lograr entender que hubiese sido aquella jovencita la artífice detrás de todo ese revuelo. No parecía una mala persona... ¿verdad? ¿Qué había intentado con eso? ¿Por qué no le había dicho la verdad antes? Podía haberle dicho que había sido ella desde el principio.

    Sin embargo, el gesto le resultó cálido. No había tratado de forzarla a comer aquellas golosinas. Incluso le había indicado que las tirara a la basura si se sentía incómoda. Aquella jovencita inspiraba ternura, cordialidad... e inocencia. Como si simplemente no fuese consciente del alcance que podrían tener sus acciones.

    Como si fuese inocente en todos los sentidos posibles.

    Por debajo de su flequillo, con las mejillas encendidas, le dirigió una breve mirada. Seguía siendo ciertamente desconfiada pero aquella chica inspiraba tanta ternura y pureza que simplemente no sentía esperar nada malo de ella.

    No sabía por qué lo había hecho. Pero no importaba realmente. Solo tuvo la necesidad imperiosa de responderle.

    —G-gracias... Gardner-san...—murmuró casi por debajo de su aliento—L-lo lamento... yo... no sabía...
     
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  12.  
    Hygge

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    Asintió casi de manera automática, y de la misma forma tomó asiento en su lugar. El silencio le taladraba los oídos, tensaba sus músculos de una forma extraña. Le desagradaba. Su pulso pareció calmarse a medida que el murmullo del aula regresó a sus niveles habituales, pero se veía incapaz de volver a levantar la mirada del cuaderno. Como si un magnetismo extraño la mantuviese anclada a la hoja en blanco.

    Ansiedad social. Rachel había tenido su primera toma de contacto sin ser consciente de ello.

    El resto de la clase intentó concentrarse, olvidarse del bichillo de la curiosidad que buscaba posibles respuestas a las decenas de preguntas en su cabeza. ¿Por qué le sudaban ligeramente las manos? ¿Y el temblor de antes? Si tan solo había admitido que era su bolsa de golosinas, no tenía nada de malo. Kazami-sensei fue amable, incluso. Frunció su nariz sin apenas darse cuenta, sumergida en las profundidades de sus propios pensamientos.

    ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

    El hilillo de voz que fueron las palabras de Yukie la hicieron volverse hacia ella. No parecía molesta por ocultarle la verdad. Sus labios se curvaron en una ligera sonrisa.

    —Lo siento —repitió, por mera inercia, y volvió a clavar su mirada en el cuaderno. Tampoco supo por qué dijo eso. Parecía que en medio de su mente en blanco, eso era lo único que sabía decir.

    La clase continuó con normalidad, pero algo dentro de sí se sentía diferente. La burbuja de color rosa, el escaparate donde la muñeca de porcelana se mantenía resguardada del mundo sufrió una ligera, casi imperceptible rotura. Lo suficiente como para que un diminuto rayo de luz se colase a través de la misma.

    Quería saber más.
     
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  13.  
    Kaisa Morinachi

    Kaisa Morinachi Crazy goat

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    Masuyo Kobayashi

    Vaya suerte, ya llevaba casi una semana enferma y recién los síntomas empezaban a menguar. Aún no recuperaba toda su vitalidad y su nariz seguía moquienta, por lo menos ya no estaba tan afiebrada y a pesar que olvidó la mascarilla, había traído un paragüas. Eso al final le sirvió tanto a ella como la chica que se encontró.

    Nieves había llamado su atención desde el transporte, ¡dormirse de pie! no todos los día veía eso. Por lo menos iba bien aferrada al pasamanos, de lo contrario habría terminado en el suelo al igual que su libro, aún le causaba gracia. Aunque solo quería devolverle el libro, terminaron compartiendo paraguas y camino.

    Al llegar a la academia, observó maravillada los cerezos cubiertos de flores, eran hermosos. En verdad estaba entusiasmada por el nuevo año escolar, dispuesta a dar lo mejor. Se despidió de la chica al llegar a los casilleros, para cambiar los zapatos que llevaba por unos que traía en su bolso, se veían bastante pulcros.

    —Buenos días —empezó ya en aula, cuando le tocó presentarse ante todos. Su postura era bastante buena, pero su voz delataba que aún estaba enferma— Soy Masuyo Kobayashi, nueva en la academia —hizo una reverencia de casi 90° sin problemas, volviéndose a erguirse con suavidad después, sonriente—. Espero que nos llevemos bien.

    Tras su presentación tomo asiento en pupitre junto a las ventanas que daban al patio, tenía pinta que no dejaría de llover en un buen rato.

    ....

    —Uhmg —. Se estiró respaldándose en su asiento, las clases le drenaron toda la energía que tenía, tal vez se debía a qué seguía algo enferma. Por lo menos había logrado seguirles el ritmo sin mayores problemas.

    ¿Y ahora qué?
     
    Última edición: 25 Agosto 2020
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    Después de salir del baño, direccionándome a las escaleras, miré por sobre el hombro a la chica; brindándole una última sonrisa aunque no me viera, curiosa de sí ella haría lo mismo. En cuanto volví la vista al frente, con una rapidez paulatina mi expresión fue de indiferencia casi absoluta, y hastío más que nada por el agotamiento. Hasta bostece y todo, cubriendome la boca, claro; estaba en la academia.

    No debía volver a trasnochar así, aunque no me arrepiento, solo me mosqueo. Cuando llegué al salón me hubiqué donde siempre, apegada a la pared, pero no muy lejos del pizarrón. Vaya una a saber quién se siente adelante y me bloqueé la vista.

    Entonces empecé a sacar mis respectivos implementos con una pulcredad... relevante. Centrada ahora en "Lo Académico" Era una manera de descansar sin descansar realmente; moverse por inercia, el "Piloto Automático"

    El verdadero poder de los ciclos y la costumbre. No como la inmovilidad se Kou...

    Debería dejar de pensar tanto en él, uhg.

    Deseo ver a Rachel owo/ Hygge

     
    Última edición: 30 Enero 2021
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    Lo cierto es que aquel día ingresé a la academia con cierta tensión añadida. Era la primera vez que me saltaba una clase, las pruebas físicas que encima contaban para la nota o algo pero... no me arrepentía de ello. Tampoco de haber mentido a Yule con respecto a mi malestar, incluso cuando tuvo que prescindir de ir por mí. No preguntó, no indagó y yo lo dejé estar.

    No quería ir, y punto.

    Las razones estaban de más.

    Sin embargo nadie me regañó (¿quién iba a hacerlo, de todos modos?), y toda mi atención terminó por robársela el precioso sobre que recibí en mi casillero. Abrí los ojos, descubriendo la invitación en su interior y juraría que los fuegos fatuos me brillaron aún más de la emoción. ¿Una mascarada? Solo había oído de ellas en las películas, ¿de verdad podía ir a una?

    Llegué a mi aula correspondiente aún con el sobre en mi mano, y tras tomar asiento comencé a agitarlo con suavidad frente a mi rostro. Sopesando los pros y los contras, quizás, de siquiera pensar en acercarme a un sitio así. Quizás fuese terriblemente ingenua pero no era estúpida, sabía la clase de gente que iba a esas fiestas. Mi lado racional me decía que no estaba hecho para mí pero el otro, el que seguía molesto con Yule por ocultarme las cosas, por querer protegerme y meterme en una vitrina de exposición como la muñeca que creía que era...

    Lo pensó.

    Ir allí como muestra de que podía cuidarme sola. Rebelarme un poco, quizás. La idea me emocionaba y asustaba a partes iguales, no iba a mentir.

    En esas estaba, repiqueteando con mi mano libre el bolígrafo sobre la mesa cuando este se escurrió entre mis dedos y fue a parar a la mesa de al lado. Giré sobre mi silla y busqué los orbes dorados de la chica que compartía espacio conmigo, sin soltar el sobre en ningún momento.

    —¡Ah! Disculpa, ¿puedes alcanzármelo?

    Tremenda excusa para hablar me parto
     
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    Al ya tener todo preparado para la clase, saqué mi última libreta adquirida. De hojas muy elegantes, se dividía en cuatro secciones: Primavera, verano, otoño...

    E invierno.

    Mi mano escribía y mi cara de concentración era absoluta, inercia y ensimismamiento; aún así, cuando el lápiz de un desconocido resonó suave en el suelo, mi atención viajó desde el objeto hasta terminar sobre los orbes azulados.

    El cielo nocturno.

    La luz del cielo.

    La laguna del misterio.

    Una sonrisa aterciopelada y comprensiva surcó mis labios mientras asentía con cuidado, para de inmediato inclinarme se manera pulcra hasta recoger el lápiz; estudiante modelo. No perfecta, pero tenía mis propios parámetros a superar.

    —Toma —dije extendie
    éndole el lápiz a una distancia prudente, ladeando la cabeza y sonriéndole a ojos cerrados.

    Y esta hadita celta, ¿de donde diablos había salido?
    ¿Y que pensaba hacer con esa invitación a lo desconocido?

    Otra vez, el instinto de hermana mayor
     
    Última edición: 31 Enero 2021
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    La chica parecía bastante concentrada en lo suyo hasta que reparó en el objeto y me pregunté por un momento si habrían mandado algún ejercicio y lo estaba obviando. Mientras se agachaba para recogerlo me incliné disimuladamente hacia su cuaderno... pero no. Solo eran apuntes de la clase anterior.

    Estaba demasiado distraída últimamente, ¿no? Pintando para el club de arte, haciéndole juguetes a Nova y ahora esto. La mascarada. Y de nuevo, cuando la insidiosa voz en mi cabeza me decía lo que era correcto, lo que era mejor para mí y mis estudios, la lancé a algún rincón de mi cabeza y simplemente le sonreí a la chica, tomando el objeto de vuelta.

    ¿Y qué si quería salirme del molde por una vez?

    —Gracias —respondí al instante, devolviéndole el gesto con amabilidad antes de regresar a mi mesa. Dejé el bolígrafo en mi estuche a buen recaudo pero no estaba demasiado concentrada de por sí como para ponerme a leer, así que volví a girarme hacia ella con cierta curiosidad añadida—. Soy Rachel Gardner, por cierto. ¿Cómo te llamas?

    Espera, ¿creo que los nombres se decían al revés?
     
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    Tras su agradecimiento posé el costado del rostro sobre mi mano empuñada, mientras dejaba reposar el brazo izquierdo por sobre lo ancho de la mesa. Le brindé una sonrisa suave a ojos cerrados cuando se presentó. Rachel, eh; no debía ser oriunda de Japón para equivocarse de tal manera.

    —Masuyo Kobayashi, Rachel-san —hablé con calma y apacibilidad cuando mis ojos brillantes volvieron a caer en sus posas azules, el intercambio me amplió la sonrisa y entorné los ojos, con los rasgos gatunos apenas asomándose a la superficie—; así que por tu parte debes decirme Kobayashi-san o chan, ya que ese es mi apellido —solté una risita suave y melodiosa, luego volví a abrir los ojos, mirándola con estoicismo y paz—. Para nosotros los japoneses, el primer nombre es tan ajeno como los apellidos para los latinos.

    Mi gesto se arrugó en una sonrisa apenada, insegura, pero siempre apacible. Me encogí de hombros y solté un leve suspiro.

    >>Pero como hay japoneses que odian su apellido, habrá extranjeros que detesten su nombre.

    Luego le sonreí otra vez, más enérgico y confiado, a ojos cerrados.

    —¿Piensas ir a alguna fiesta, Rachel-chan?
     
    Última edición: 31 Enero 2021
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    Sentí cierto rubor escalar mis mejillas al escuchar su corrección. Llevaba bastante poco tiempo en comparación allí, debía notarse en mi pronunciación y aún había muchas cosas que se me escapaban. Había tenido suerte de entrar en una academia donde una gran parte eran extranjeros pero no podía escaparme siempre, y ahí estaba la prueba.

    —Entiendo, pero... —mis orbes vibraron por un instante, esquivos, mientras trataba de rellenar loa huecos en mi cabeza—. ¿Qué diferencia hay entre san y chan? Quiero decir... —Alcé un dedo y la señalé, con una sonrisa apenada en los labios—. Me llamaste de las dos formas. Es un tanto contradictorio, ¿no?

    Asentí al escuchar el resto de la explicación, sin apartar mis ojos de los suyos. Era fácil ganarse toda mi atención cuando me enseñaban algo nuevo, disfrutaba mucho aprendiendo y se me había notado con la clase express de Katrina. Hablando de eso, tenía que pedirle alguna nueva pronto.

    >>Oh, ¿esto? —murmuré entonces, alzando el sobre al notar que sacaba la fiesta a colacción. Lo miré en silencio, recorriendo la silueta de la mariposa dorada con atención antes de posar la mirada en ella de vuelta—. Quién sabe. ¿Tú lo harás?
     
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    Mi expresión apacible se vio algo sorprendida por su pregunta, pero las palabras y larga explicación se me quedó dentro, por lo que solo reí enternecida, sin ningún deje de burla. Luego la seriedad volvió en cuanto respondió a mi pregunta, aunque la sonrisa aterciopelada aún era una constante.

    —Hmmm —volteé la vista hacia la ventana, admirando el paisaje rural que se fusionaba a ratos con lo urbano. Me quedé mirando el cielo y la tierra, aún con mi mentón apoyado en mi puño—. No me gustan esos eventos —respondí antes de cualquier cosa, para luego voltear a verla, sonriente a ojos cerrados—. Pero a mí hermano si, por lo que creo que le comentaré al respecto.

    La miré con pena impostada, aún sonriente.

    >>El pobre se esfuerza demasiado en los estudios, pocas veces tiene momentos como este para despejarse un rato y...— Le sonreí, alegre a ojos cerrados— volar unos momentos —metsforicé, para luego volver a posar mis ojos sobre los suyos, apacible.

    —San es más formal y hay que usarlo con gente mayor que tú, siempre. El Chan es exclusivo para chicas en regla general, tal como el Kun es para chicos; de tu rango de edad si menores —volví a cerrar los ojos, alegre y calma—, estos dos últimos suenan más cariñosos y menos tensos; informales, pero nunca hay que dejar de ser respetuosos.

    Volví a clavar mis ámbar brillantes en sus laguna azules.

    >>Regla uno de la sociedad japonesa; no subestimes a quién tienes al frente, por ende: tratalo con respeto.
     
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