Armario de enseres de gimnasia

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Más similar a un pequeño almacén, en el armario de enseres se guardan todo tipo de material para las clases de gimnasia. Desde colchonetas, potros para saltar, cuerdas y balones.

    Es un lugar oculto, oscuro y privado. Perfecto para no ser visto.


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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Solía despistarse con asiduidad. Su cerebro simplemente se desconectaba, cortocircuitaba y todo lo que había en él simplemente desaparecía. Era un completo desastre para la inmensa mayoría de cosas.

    Sorprendentemente logró centrarse. Cuando eran niñas, Mimi solía ocultarse bajo la cama o dentro de un armario cuando la situación simplemente la superaba. Lo sabía de sobra, porque la conocía desde que era pequeña. No eran realmente amigas, porque Mimi... no lo veía así. La toleraba, a ratos la soportaba, pero la mayor parte del tiempo le era un completo y total incordio.

    Era una especie de mucama para ella. Poco más. No una amiga. Pero en el corazón de Aika los rencores no tenían cabida y cuando Mimi salió huyendo del pasillo supo que debía buscarla. No era la primera vez después de todo. Mimi solía huir cuando las cosas salían mal. Cuando el miedo la devoraba. Cuando el mundo le caía encima y el peso era demasiado difícil de soportar.

    Al abrir la puerta del almacén de gimnasia encontró una figura hecha un ovillo, con las rodillas abrazadas por los brazos y el rostro hundido entre estas. Sus hombros se convulsionaba cada tanto a consecuencia de los sollozos ahogados que, aunque Mimi hacía todo por no dejar salir, escapaban y hacían eco en las paredes cerradas.

    Aika sintió el corazón pesado. No le gustaba eso. No le gustaba esa situación. Ella era una persona alegre. Ese era su papel. Y no otro.

    Probablemente fuese Emily, esa chica simpática y alegre con la que Mimi parecía llevarse tan bien quien debería estar allí y no ella. Aunque, con sinceridad... aquella amistad tampoco era del todo recíproca.

    Qué curiosa y triste cadena de desplantes.

    Buscó la fuerza en su interior para sacar aquellas palabras. La voz le tembló ligeramente.

    —¿Mii-chan?

    —¡Déjame en paz!

    No esperaba otra cosa realmente. Una bofetada en forma del rugido de un león herido. Sin embargo, Aika no se fue. Cerró la puerta a su espalda y caminó hasta ella. Allí, tan vulnerable. La chica que se creía capaz de todo. Que se creía mejor que nadie. Rota por los recuerdos de su pasado.

    —Hey...

    —¡Vete!—chilló. Y se encogió más en sí misma como si quisiera desaparecer— ¡No quiero ver a nadie, no me mires! ¡Déjame sola!

    Aika ladeó la cabeza ligeramente hacia un costado y suspiró.

    —No te voy a dejar sola, no seas tonta.

    La voz de la siempre alegre y torpe Aika sonó diferente. Madura, seria por probablemente primera vez en toda su vida.

    Mimi siguió sollozando.

    —Oye, sé que—

    —¿Por qué?—la pregunta de Mimi la tomó por sorpresa. Ella había alzado el rostro lleno de lágrimas. Los ojos enrojecidos por el llanto, cabellos rubios se pegaban a sus mejillas enrojecidas. Sorbió por la nariz—. ¿Por qué Aika? Yo... yo solía amar la música. La amaba con toda la fuerza del alma. Pero... ¡desde la muerte de mamá todo es horrible!—gritó y se incorporó con dificultad—. Era ella la gran pianista. Fue ella quién me enseñó. Cuando mi padre se iba a su trabajo y nos dejaba, solo la tenía a ella. ¡Y desde que murió...! ¡Desde que...!

    No pudo seguir. Las palabras se le hacían un enorme nudo en la garganta.

    Repentinamente sintió un cuerpo cálido rodeándola. Calor. Calma. El latir de un corazón que no era el suyo. Aika la estaba abrazando. La chica que no debía tocarla, la eterna molestia... porque Mimi era muy superior a todo eso... la estaba abrazando.

    El corazón le dio un vuelco repentino en el pecho.

    —Lo sé—dijo con calma y madurez. Alguien debía mantener la temple por las dos—. Desde ese momento has estado sola.

    Cuando su madre murió, su padre no tardó en volver a casarse al poco tiempo con una mujer que Mimi no soportaba. Todo en ella gritaba lo muchísimo que le interesaba el dinero, las posesiones de la familia Honda, todo a lo que no podría acceder de otro modo; y no el amor de su padre. Ella lo sabía de sobra. Pero lo peor de todo era el hijo de aquella mujer. Su hermanastro. Ese maldito parásito usurpador que se lo había quitado todo.

    Quizás fue el estrés. La ansiedad. El día nefasto... y aquel enorme cóctel de emociones que llevaba la que la hizo estallar en el pasillo. No había podido contenerse.

    —Esa niña...—musitó ella con la voz ahogada— solo estaba tarareando una maldita canción.

    Aika no supo qué decir en ese momento. Ella no había visto a Watanabe correr. Solo la había visto a ella, en medio de un ataque de ansiedad, antes de salir huyendo.

    —¿Niña?—preguntó.

    Pero no hubo respuesta a aquella duda. Mimi se apretó más contra ella, como un animalito buscando calor.

    Su orgullo era férreo pero no había cabida para eso allí. No había orgullo alguno.

    —... Debería disculparme...

    "Mii-chan, deberías saber esto..."

    Su voz sonó nasal, diminuta. Pero aunque la única respuesta que recibió fue el silencio, Aika pareció sonreír y le acarició el cabello rubio con los dedos.


    "... No estás sola"
     
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado fifteen k. gakkouer

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    Alisha Welsh

    Mis distraídos pasos me acabaron llevando al pequeño almacén que había dentro del gimnasio, lugar donde guardaban cosas utilizadas para el deporte y que estaba lo suficientemente escondido para guardar otra clase de secretos también.

    No era la primera vez que acababa ahí, así que quizás por eso mis pies se dirigieron prácticamente solos hacia el lugar.

    Tuve bastante suerte, no parecía que hubiese nadie en ese instante ahí. La gente se había apelotonado en la cafetería y los pasillos, quizás incluso las clases, y no había nada más importante que la comida a esas horas, ¿verdad?

    Con una sonrisa satisfecha, me dejé caer sobre la colchoneta superior de las apiladas en una esquina, brazos a la nuca. Bostecé, y casi sin darme cuenta, las insistentes gotas del exterior volvieron a permitirme caer en lo brazos de Morfeo.

    Oh, sí, Morfeo, los únicos brazos a los que acudía solo para dormir. Mis favoritos, también, ya que estábamos.

    Yo la iba a llevar al club de fotografía pero ya dije que me había ido para abajo así que... ¿alguien para un polvo? :D (?)
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Bueno, la hora del receso por fin había llegado. Joey se desperezó con ganas junto al esperado sonido de la campana, y le echó un vistazo a la puerta del aula, perezoso; a pesar de haber estado ansiando ser libre, no tenía realmente mucha idea qué hacer. Se incorporó, pues, con el uniforme bastante seco, y arrastró los pies al pasillo.

    ¿Cómo acabó en el almacén del gimnasio? Una serie de razones, ciertamente. Primero se asomó a la cafetería, y aunque fuera una criatura social por naturaleza, ese día el lugar... estallaba. Mierda que había gente. Arrugó la nariz, suspirando, y se arrastró hasta el club de fotografía, pero no había nadie. Bostezó otra vez, notando cuán poca hambre sentía, y le restó importancia al almuerzo; tampoco andaba con mucho dinero encima, prefería ahorrar. Entonces se le encendió la lamparita y recordó que había invitado a Katrina a acompañarlo durante el receso. Bueno, siendo justos, las probabilidades de que le hiciera caso eran negativas, pero ¿qué perdía fijándose? Además, en el ridículamente improbable escenario de que aceptara, sería muy descortés de su parte no estar esperándola, ¿verdad?

    Así, pues, acabó arrastrándose hasta el gimnasio. Echó un vistazo a los alrededores, comprobando que no había nadie, y se coló dentro. De allí, abrió la puerta corrediza del almacén sin más. Identificar una silueta echada sobre las colchonetas le envió una chispa de satisfacción a lo largo del cuerpo, que rápidamente se extinguió al comprobar que no se trataba de Akaisa.

    Bueno, de todos modos ni loca se aparecería allí, ¿verdad?

    Soltó el aire por la nariz, cerrando la puerta detrás de sí, y se acercó a Alisha con las manos en los bolsillos. Sí que era perezosa la chica, mira que pasársela durmiendo.

    —Oooooye —la llamó, moviendo la colchoneta suavemente con la punta del zapato—. Tierra llamando a Ali-chan, ooooye.

    ¿Por qué la estaba despertando? No había razón, a decir verdad. Sólo estaba aburrido y, salvando las diferencias, Welsh siempre había sido buena compañía.

    bueno, qué más da, total ya estoy en el infierno
     
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    Amane

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    Alisha Welsh

    Apenas estaba consiguiendo entrar en el mundo de los sueños cuando escuché aquellos ruidos que me tensaron. ¿En serio mi suerte se iba a esfumar de aquella manera?

    Fruncí el ceño, sin abrir los ojos, al abrirse la puerta. Quizás, si no me movía mucho, podría pasar desapercibida y permitirme así seguir con mi tarea de descanso (¡porque venir a clase cansaba mucho!). No fue el caso, pues sentí después los pasos de alguien acercándose (¿solo una persona?) y no mucho después, la colchoneta dónde me encontraba, zarandeándose.

    Sin pensarlo demasiado, y movida por el enfado de haber sido molestada, extendí mi brazo de manera que pude agarrar la camisa de aquella persona con la mano, tirando de ella para, rápidamente, hacerle una llave que lo dejase debajo de mis piernas, con el brazo detrás de la espalda y, en definitiva, inmovilizado.

    —¿Qué...? —paré en seco lo que iba a ser un discurso nada agradable al fijarme mejor en quién tenía bajo mi agarre—. ¿Joey?

    ¡Sí, ese era Joey! Liberé el agarre de su brazo aun con la sorpresa plasmada en mi rostro, pero sin apartarme de encima suya.

    >>¿Qué haces aquí?

    Gabi, la que tiene que estudiar para estar tarde y prefiere sexrolear(?)
     
    Última edición: 29 Abril 2020
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    Yugen

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    Las habían visto. Las habían oído. ¿Cómo mierda iba a siquiera pensar que habría alguien en el pasillo cuando claramente estaban en un salón de clases con el cerebro nublado como lo tenía?

    Estúpida.

    Me quiero morir.

    Había girado sobre sus talones con rapidez nada más salir del aula y notar la presencia de dos personas; ni siquiera se había preocupado por adecentar su uniforme desabrochado, la camisa que dejaba a la vista el sinuoso escote y la falda desarreglada y arrugada. Entre las consecuencias de su irresponsabilidad no había contemplado un escenario como ese. Su cerebro chamuscado no estaba para pensar todas las variables, apenas sí estaba para mantenerla en pie. Podía ser todo lo expresiva y deshinibida que quisiera pero solo con quién quisiera serlo. Y aquellas dos personas no habían sido invitadas.

    Después de todo seguía siendo japonesa. Seguía siendo una joven reservada y pudorosa, la vena exhibicionista no iba con ella. De momento no estaba tan jodida.

    ¿No hay reglas en lo referente a espiar las interacciones sexuales del resto de alumnos?

    Ah, cierto.

    Las interacciones sexuales están prohibidas per sé.

    Enrojeció aún más si eso era siquiera posible, tan excitada como abochornada, roja hasta las orejas como un maldito tomate al sol y tomó la mano de Alisha para tirar de ella.

    Tan solo les dirigió una breve mirada de reojo pero sus pasos no se detuvieron.

    Y una mierda se iban a detener.

    ***

    La puerta estaba abierta.

    Siempre estaba abierta.

    Solo necesitó empujarla y cerrarla a su espalda. Apenas había dado un paso dentro y las sombras y la oscuridad del armario de enseres las cubrieron, la luz apenas colándose y arañando el suelo por los ventanucos, pero volvió a besarla. Prácticamente se le lanzó encima llevando sus manos a su nuca y enredando los dedos en los suaves mechones rubios. A diferencia del beso en el salón, incluso si seguía siendo claramente afectuoso, resultó notablemente más ansioso, con una mayor carga de necesidad. Descendió las manos desde su cuello, tocándola, acariciándola, para descender por su torso, rozar sus senos con la punta de sus dedos—no le pasó inadvertida su excitación, tan obvia y clara— y desatar el lazo rojo del uniforme. Se deslizó con un sonido sedoso y acabó en el suelo.

    —Es irónico—susurró con cierto tinte ronco y se inclinó sobre su cuello para besarlo, llenar de besos ligeros y húmedos cada pedazo de piel que dejaba expuesta al desabotonar los botones de su camisa—. Siempre me he preocupado por ponerte bien el uniforme. Y ahora solo quiero quitártelo.

    La chaqueta cayó al suelo también.

    De verdad, ¿cuántas veces había imaginado algo como eso? ¿Cuántas veces había esperado tan solo que Welsh la viese un mínimo, una ínfima parte de como ella la veía?

    Las emociones se le desbordaban de las manos, se mezclaban con la libido y se hacían una maraña inmensa que se sentía incapaz de desentrañar. Le presionaba la garganta en un nudo prieto y quería llorar pero no sabía si era porque aquello la hacía estúpidamente feliz, si estaba lo suficientemente jodida para emocionarse tan solo con las migajas de un amor no correspondido o qué demonios. Si en el fondo le dolía y todo aquello se le clavaba en el pecho con la contundencia de un arpón.

    Era evidente que no podía corresponder sus sentimientos y era evidente también que aquello no era para ella más que simple sexo. Pero... ¿de qué le servía un cuerpo frío y sin corazón? ¿La calidez que sentía no era una calidez falsa? ¿No era una mentira orquestada para llenar el enorme vacío que le dejaba saber que no podía corresponderle como realmente quería que lo hiciera?

    Dios, era tan tonta.

    —Eres preciosa—susurró cuando la camisa también cayó al suelo por inercia y le acarició la mejilla con los dedos, el cuello, los hombros y la espalda. El cariño estaba impreso en ese gesto como si simplemente se desbordarse desde sus dedos, por cada poro de su piel—. Lo que te dije en el invernadero es cierto, eres mucho más de lo que crees ser. Eres la persona más especial que he conocido nunca.

    ¿Por qué no puedes verte como yo te veo? ¿Por qué no puedes ver lo especial y preciada que eres?

    Pero estaba tan estúpidamente enamorada.

    Bajó con suavidad del roce de sus dedos, acarició sus clavículas y detalló la forma sinuosa de sus caderas y la piel tierna de sus muslos. Apretó las manos sintiendo la carne tersa y clara llenar sus manos y se preguntó por un instante cuántas personas habían hecho eso mismo con ella. Cuántas la habían tocado así, o besado así. Ya no había ansiedad en ese gesto, esa que había mostrado en el pasillo el día anterior. Pero si había posesividad, le nublaba el juicio.

    >>Sé que esto no significa nada para ti, Alisha-san, pero para mí es un mundo—musitó. La voz estuvo por quebrársele porque estaba hecha un maldito desastre, pero logró contenerla. ¿Por qué de pronto tenía tantas ganas de llorar, maldita sea? Se separó de ella y deshizo el lazo de su propio uniforme. Se soltó con el mismo sonido ligero y sedoso y desabrochó el resto de los botones de su camisa. Suspiró, aliviada, calmando sus respiración una vez se vio libre de la prenda; dejó caer el cabello como obsidiana líquida sobre sus hombros. Y volvió a mirarla a los ojos, con aquella abrumadora intensidad—. No puedes entenderlo y no te obligaré a que lo hagas. Pero te amo. Lo siento, sé que para ti es una carga. No es algo que pueda evitar. No es tu culpa ni la mía.

    No había culpables, solo víctimas.

    Qué importaban sus sentimientos.

    Qué importaba cuántas veces hubiera hecho eso.

    Ahora, en ese preciso momento, Alisha Welsh era suya.


    Tiró la chaqueta al suelo.

    Y lo iba a aprovechar.
     
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    Amane

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    Alisha Welsh

    Eh, aquel albino parecía divertido, tendría que descubrir cómo se llamaba, seguro nos llevábamos bien. Le hice una seña con el pulgar en alto antes de alejarme, genuinamente divertida por sus palabras.

    Pero bueno, por supuesto no había olvidado a lo que realmente íbamos así que pronto perdí el toque de diversión en mi expresión. La oscuridad del armario me recibió con naturalidad, mi cuerpo se mimetizó rápidamente con las sombras y mis ojos estaban más que acostumbrados a la falta de luz. De todas formas, me sabía de memoria dónde estaba cada cosa ahí.

    Me giré hacia Konoe con una sonrisa felina y la dejé hacer sin queja. Observé con toda clase de detalle sus movimientos, la suavidad con la que se movía y lo desesperada que parecía por tocarme.

    No podía evitarlo, si bien me hacía gracia verla de esa manera, lo que más sentía en ese momento era aquel orgullo de sentirme deseada. Mierda, era fácil excitarme pero aquella sensación tenía que llevarse el primer puesto.

    Mis manos se movieron hacia sus caderas, atrayéndola más hacia mí y jugueteando con la tela de su falda en lo que se encargaba de las camisas. Oía su voz pero realmente no la estaba escuchando, no era capaz.

    Definía palabras sueltas que solo me hacían ronronear más pero había desconectado por completo, solo había una cosa que quería escuchar de sus labios y en definitiva no eran las palabras de amor que seguramente me estaba soltando.

    Te lo dije, que estuvieses segura de dónde te metías.

    El pecho me vibró en un gruñido en cuanto se quitó la chaqueta, y sin poder aguantarlo más la arrastré hasta tumbarla sobre las colchonetas, colocándome encima.

    Cállate.

    Volví a besarla, con algo más de cuidado pero igualmente salvaje, desesperado, colando mi rodilla en su entrepierna para volver a rozar su intimidad. Me separé después de un segundos.

    Bajé los besos por su cuello mientras una mano se colaba por su espalda hasta alcanzar el cierre de su sujetador, abriéndolo con facilidad, permitiéndome así centrar la atención de mis labios en sus pechos. Acompañé la acción con los dedos, acariciando el pezón que se había quedado libre y pellizcándolo levemente.

    Me incorporé después de unos segundos y volví a acercarme a su oído.

    Show me~ —susurré, mordiendo después su hombro—. Enséñame lo que tienes, muñeca~

    Konoe: oh no, nos han visto sos
    Alisha: uy que me ponga más cachonda dice
    (?)
     
    Última edición: 22 Septiembre 2020
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    Yugen

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    No la estaba escuchando. No la iba a escuchar, se dio cuenta en ese preciso momento. En el que su espalda acabó chocando contra la superficie de una de las colchonetas y la boca ajena impactó contra la suya devorándola con evidente ansiedad de un bocado.

    Nuevamente la silenció. Su raciocinio ya no estaba en sí, era meramente un animal lujurioso. No había paciencia ni medias tintas en ese beso y Konoe enredó con desesperación sus dedos en el cabello dorado, casi ahogada, buscando tanto seguirle el ritmo desquiciado como tocarla más. Quería tocarla, quería sentir su piel contra la suya. Un suspiro tembloroso emergió de sus labios y arqueó ligeramente la espalda contra la superficie de la colchoneta, sus caderas buscando más del contacto efímero de su muslo entre sus piernas.

    Era claramente brusca.

    Era claramente un animal.

    Era claramente Cerbero.

    Y empezaba a no importarle en lo absoluto.

    Un nuevo suspiro le estremeció el pecho cuando Alisha le quitó el sostén y sus senos, turgentes y firmes se liberaron de la presión del mismo. El solo roce del aire de la habitación frío en comparación con la temperatura de su cuerpo le provocó un estremecimiento y la sangre le hirvió en las venas.

    Dios.

    La miró desde abajo, con el largo y sedoso cabello oscuro desparramado como una cascada de obsidiana sobre el colchón. Con las mejillas manchadas de rubor, con los ojos entrecerrados y vidriosos.

    Oh, Dios.

    Alisha-san.

    Más.

    Por favor tócame más.

    ¿Se había sentido tan vulnerable alguna vez? ¿O tan excitada? Aquella era a fin de cuentas la primera vez que hacía algo como eso. La primera vez que otra persona distinta a ella misma la tocaba. Y el placer resultante que agitaba sus células por el tacto ajeno no podía compararse a sus propias sesiones de auto-descubrimiento. Era más brusco, más intenso, le nublaba la maldita mente y le aceleraba el corazón hasta el punto de sentirlo palpitar no solo entre las piernas si no en sus oídos.

    Ni siquiera la estaba tocando apropiadamente aún.

    Estaba rozándola apenas con su muslo, besando sus senos, estimulando sus pezones con aquel ademán ciertamente predatorio.


    Como si realmente quisiera comérsela.

    Como si quisiera hacerlo.

    Podía hacer lo que quisiera con ella.

    Sus suspiros no tardaron en volverse gemidos. Gemidos cargados de erotismo, intensos, que hacían eco entre las paredes vacías y rebotaban, enardeciendo aún más su cuerpo y aumentado su pudor.

    Por Dios, estaba haciendo un maldito escándalo.

    En el armario del gimnasio.

    En la academia, a plena luz del día.


    Completamente avergonzada por los gemidos que no dejaban de abandonar su garganta, sabiendo que podían ser descubiertas en cualquier momento, Konoe se llevó la palma de la mano a los labios y luchó por acallarlos y contenerlos. Pero era meramente inútil porque el simple roce de los dedos de Alisha la estaba enloqueciendo. Sus labios, su boca. El roce caliente de su lengua sobre aquella zona tan sensible.

    Tratar de contener sus gemidos se volvió ridículo en poco tiempo. ¿Por qué? ¿Por qué se sentía tan bien? ¿Por que se sentía así de usual o era porque...?

    Era ella quien la estaba tocando.

    —Alishan-san... eso...—casi jadeó y su cuerpo se estremeció con más fuerza— Ah, Dios. Mis pezones son muy sensibles...

    Y más ahora.

    Qué los estás tocando tú.

    Y entonces... nada.

    Alisha se detuvo, dejó de tocarla y se incorporó para alcanzar su oído. Oír aquel tono ronco en su voz que destilaba puro erotismo le arrancó un estremecimiento.

    Muñeca.

    Todo lo que tengo es amor por ti.

    Pero no es eso lo que quieres.

    ¿Qué importaba entonces? Estaban allí. Ella había querido, lógicamente quería todo eso y lógicamente estaba así de excitada por su culpa.

    ¿Qué mierda importaba entonces?

    Ya no había espacio para el pudor. Ni para las formalidades. Ni para convicciones morales.

    Ella había despertado a la bestia y ella se haría cargo de ella.

    Se incorporó de la colchoneta entonces y volvió a conectar sus labios con los suyos al apoyar sus manos sobre sus mejillas. Se permitió colar la lengua en su boca y recorrerla sin prisas. Quería grabar ese tacto en su piel, en su cuerpo a fuego, porque sería efímero y terminaría en algún momento. Lo iba a aprovechar, había tomado esa determinación. Lo aprovecharía al máximo, hasta que el hechizo se acabase y sus mentes nuevamente centradas se dieran cuenta de que aquel había sido probablemente el mayor error de sus cortas vidas.

    Pero ese sería un problema para la Konoe del futuro.

    Descendió la mano y la coló entre la falda ajena, entre los muslos firmes. No pidió permiso ni preguntó. No había necesidad de hacerlo, su cuerpo le indicaba que tenía el permiso necesario. Estaba empapada. Probablemente incluso más que ella. Sintió la humedad caliente contra sus dedos, casi ronroneó, y dejó un beso húmdedo en su cuello. Presionó la lengua y succionó.

    —¿Me deseas, Alisha-san?—le preguntó evidentemente agitada. Su respiración se oía pesada y sus ojos entornados eran dos pozos insondables de pupilas dilatadas y oscurecidas— Dímelo.

    Lo sabía de sobra.

    Por supuesto que lo sabía, era tan obvio.

    Pero quería escucharlo.

    Necesitaba escucharlo.

    Rozó con sus dedos aquel botón demandante, palpitante, humedeciéndolo con la lubricación de su propio cuerpo. Presionándolo y rozándolo con la yema del índice. Un sonido húmedo inundó la habitación.

    —¿Estás así por mí? No puedes corresponderme pero te excito ¿no es cierto?

    Qué curioso.

    Tenía a la alumna perfecta del Sakura Gakkuen, la joven que siempre respetaba las reglas, masturbándola en el armario de enseres del gimnasio.

    Linda historia para contar.

    Apartó la mano de la ropa interior y llevó los dedos húmedos a sus labios. Su mente se sentía liviana, nublada y su cuerpo estaba ardiendo, tenso y excitado. Posteriormente los deslizó a su boca y los lamió, degustando su sabor como si fuera la paleta de un helado.

    ¿Qué mierda tenía en la cabeza?

    Apoyó aquellos mismos dedos sobre los labios de Alisha.

    ¿Te has probado alguna vez, Alisha-san?—susurró en una especie de agitado ronroneo incapaz de quitarle los ojos de encima. Seguía ruborizada pero su mente parecía ida, nublaba por completo por la libido—. Eres deliciosa.

    Konoe.png
    Me encanta esta imagen de la niña (?) ¿Salió de un eroge? Nah, como crees
     
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    Reí ligeramente antes de sentir sus labios sobre los míos una vez más. Pero bueno que ya podría no quejarse, ni con Joey me besaba tanto antes de ponernos con el tema.

    Un gemido se me perdió en la garganta cuando sentí su mano directamente dentro de la ropa interior, sin ninguna intención de jugar o tentarme antes. Me sonreí al pensarlo, abriendo ligeramente las piernas para permitirle un mejor acceso.

    ¿No serás tú mucho más traviesa de lo que quieres aparentar, Suzu-chan~?

    Volví a acercarme a su oído, soltando un gemido prolongado cerca del mismo. Eso le gustaba, ¿verdad? Saber que me estaba poniendo así por ella. Así que, ¿por qué no aprovecharlo?

    —Si no lo hiciese, no estaría aquí, princess~

    ¿Qué pasaba con no responder a las preguntas directamente? Vete tú a saber. Así era más divertido, quizás. Crearle esa ansiedad por no recibir una respuesta concreta a unas preguntas tan innecesarias.

    Era una cabrona, al fin y al cabo.

    Lamí los dedos que había dejado sobre mis labios por inercia, sin pensar demasiado en lo que quería implicar. Pero escuché sus palabras y otra risa sarcástica escapó de mis labios, haciéndome morder esos mismos dedos después.

    He hecho tantas cosas, cariño. No sabes ni la mitad.

    Liberé su mano al fin y volví a retomar el camino de besos que había empezado segundos antes, dejando aquellos toques húmedos por su torso para saltar a sus piernas en cuanto me topé con la tela de la falda.

    Besé y lamí el interior de su muslo, dejando algún que otro mordisco, y finalmente no pude ignorarlo más. Con una facilidad extraordinaria me deshice de sus bragas y no esperé demasiado.

    Los dedos entraron con facilidad en su interior, primero uno y luego otro, y por si no fuese suficiente había decidido acompañar el movimiento de la zona con mi lengua, estimulándola de todas las maneras posibles.

    Era su primera vez y joder, lo único en lo que podía pensar era la curiosidad por saber cuanto aguantaría antes de correrse.

    Cuanto tardaría en darle su primer orgasmo.
     
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    Yugen

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    Tampoco se lo iba a decir. No le iba a dar ningún tipo de poder. Aunque era tan absurdo negarse a responder cuando era tan obvio y era tan estúpido preguntar.

    Si ansiedad era lo que pretendía generarle, lo estaba logrando. Lo estaba logrando con una facilidad ridícula. Estaba frustrándola y aquello parecía divertirla inmensamente. A Alisha Welsh le gustaba sentirse deseada y probablemente no hubiese nadie en esa jodida academia que la desease más que ella.

    Suzumiya Konoe.

    La tonta y estúpida enamorada.

    La observó lamer sus dedos con los ojos entornados y el corazón en la garganta, lo suficientemente al borde para casi gemir cuando deslizó la lengua y la mordió. Casi podía escucharla ronronear como un gato satisfecho. Era una cabrona ¿verdad? Una de las cabezas de Cerbero, hacía honor a su nombre.

    Resultaba abrumador. En multitud de ocasiones había imaginado y fantaseado con ese escenario pero no imaginaba que la realidad fuese tan intensa y visceral. Suzumiya se lo había buscado. Había tirado y tirado de la cuerda hasta que todo reventó y se precipitó por inercia.

    No tenía ningún derecho a quejarse.

    Y tampoco era como si tuviese intenciones de hacerlo en primer lugar.

    El tacto de sus labios y su lengua en la piel desnuda de sus senos, su vientre—cuyos músculos se tensaron en anticipación y las costillas se marcaron contra su piel— y el interior de sus muslos la hizo arder. Marcó un camino húmedo que le quemaba ante el roce cálido del aire de la habitación y solo acrecentaban su ansiedad. Era ridículamente sencillo hacerla estremecerse bajo el tacto de sus dedos, como lograba que la mirase con ese atisbo de súplica en los ojos vidriosos, casi lacrimosos por la intensidad de las sensaciones. Una parte de su ser se sentía avergonzada, abochornada por permitirse esa clase de comportamiento precisamente allí, en la academia y romper una regla más del centro. Pero a la otra parte de su ser no podía importarle menos.

    Si rompía otra regla.


    Si alguien las pillaba allí y la expulsaban.

    Estaba cumpliendo un jodido sueño.

    Le arrancaba jadeos y gemidos ahogados, ansiosos, que ya no podía contener aunque quisiese. El cabello rubio le cosquilleó la piel a medida que descendía por su cuerpo, alcanzaba sus muslos y el aire escapó bruscamente de sus pulmones cuando la boca ajena se hundió entre sus piernas sin avisos previos.

    —¡Alisha-san!—gimió con urgencia.

    Le temblaron los muslos de forma inconsciente, sus nervios inexpertos reaccionando ante el tacto rudo y estuvieron por cerrarse, ansiosos, atrapando la cabeza de Welsh entre ellos.

    Maldita inexperiencia.

    Era vergonzoso.

    Era completamente vergonzoso.

    Pero.


    —Sigue—gimió con necesidad y presionó más la palma de su mano contra los labios propios buscando callarse. Fue más una súplica, una petición de suma necesidad—. Sigue por favor.

    Se sentía tan jodidamente bien.

    Por favor.

    ¿Hasta que punto iba a permitirse tal grado de sumisión? ¿Hasta que punto iba a actuar justo cómo Alisha esperaba que lo hiciera y la iba a dejar tener aquella prepotente sonrisa en la cara, esa chispa burlona en los ojos? Le sostuvo la mirada, sus ojos azules y oscurecidos por el deseo que se clavaban en ella como agujas, intensas, como un súcubo hanbriento, hasta que en determinado punto ya no pudo soportarlo y los cerró con fuerza.

    No soy un juguete.

    Yo te amo. Te amo, maldita sea.

    No me mires así.

    Se deshizo. La sensación intensa sacudió su piel y le tensó el cuerpo y sus paredes internas se cerraron y apretaron en torno a los hábiles dedos de Alisha como si pretendiese quebrarlos. La había empujado demasiado al borde, estaba sensible y tan solo bastaron unos breves segundos más para lanzarla a la cima.

    Gimió. Y gimió y volvió a gemir.

    Arqueó la espalda como un gato cuando el orgasmo estalló de golpe en su cuerpo, sosteniendo la cabeza de Welsh entre sus piernas casi de forma inconsciente con sus manos. Apretándola contra sí, ansiando y buscando más del roce de sus dedos y de su boca experta.

    Un suspiro tembloroso le estremeció el pecho cuando la tensión empezó a evaporarse y perdió la fuerza en las piernas de golpe. La ola la arrasó con contundencia y la dejó a merced de las sensaciones bruscas antes de calmarse por completo.

    —Oh Dios...

    Sus respiración era lo suficiente profunda y agitada para que se le marcaran las costillas en la piel, esa que iluminaba tenuemente la luz que alcanzaba a colarse por el ventanuco. Poseía un cuerpo de curvas pronunciadas y sinuosas ahora perlado de ligeras gotas sudor.

    Oh, mierda.

    Mierda.

    Generalmente el clímax serenaba también sus pensamientos pero en aquel momento no fue el caso. Su mente no se calmó. Y su deseo tampoco lo hizo en su totalidad.

    Jadeante llevó sus manos hasta las mejillas de Alisha y la obligó a besarla nuevamente con la misma cuota de ansiedad. Empezaba a adaptarse al ritmo casi animal de los besos de Welsh y en aquella ocasión fue ella quién, con el evidente sopor que precede al orgasmo, se deslizó dentro de su boca sin peros. Pudo sentir su propio sabor en los labios y lengua ajena.

    —Quiero comerte también—fue todo lo que le dijo, una clara muestra de intenciones y volvió a besarle el cuello deslizando sus manos por su espalda, delicadas y sinuosas para desabrochar finalmente el enganche del sujetador. Apenas había liberado sus senos de la presión cuando Konoe los había ahuecado entre sus palmas, presionando, rodeando su piel oscurecida y haciendo rodar las protuberancias endurecidas bajo sus pulgares. Alzó su mirada hasta sus ojos—. Quiero hacerte gemir mi nombre. Así que dímelo, Alisha-san. Dime lo que quiero oír.

    De nuevo.

    Necesitaba escucharlo. Era lo mínimo, la única maldita y estúpida esperanza a la que aferrarse. La pregunta era obvia y ridícula de por sí porque evidentemente no estaría así si no la excitase.

    Pero joder.

    —Hazlo. ¿Me deseas?—pidió con aquel tono sedoso, falto de aliento, casi suplicó y descendió el roce de sus labios hasta sus senos desnudos. Hasta la piel tierna y sensible, esa que tanto ansiaba tocar y besar y recorrer con su lengua. Repartió una serie de besos; castos primero, húmedos después. Había activado todos los interruptores correctos. Había apagado a la Konoe que podía pensar y racionalizar apropiadamente. Hilvanar pensamientos coherentes a aquellas alturas era extremadamente difícil—. No seas tan obstinada. Haré lo que me pidas si lo reconoces.

    Deslizó la lengua por su pezón derecho, y los dedos atraparon el izquierdo, presionando, tirando ligeramente de él. Llevó sus dedos nuevamente entre sus piernas, bajó el cierre de la falda y la dejó caer por inercia sobre la colchoneta.

    >>Quiero tocarte. Y que me toques<<

    Quién iba a pensar que sucedería de verdad.

    Deslizó los dedos de arriba a abajo sobre los pliegues calientes y húmedos. Estaba hecha un maldito desastre.

    Wickham-kun ha estado aquí también ¿verdad?

    Cientos de veces.

    No esperó más ni aguardó un solo instante. La penetró con dos dedos, porque todo su cuerpo estaba pidiéndolo prácticamente a gritos y sentía la necesidad de callarlo de una vez. Los deslizó, recogiendo y soltándose una y otra vez mientras su boca y su mano contraria seguían devorando y degustando la sensible piel de sus senos.

    Bueno, definitivamente había perdido la cabeza.
     
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    Amane

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    Alisha Welsh

    Ahora lo entendía más que nunca, ¿verdad? Esa necesidad casi inhumana de Joey de querer tener el control en todo momento, de dominar y poseer. Era jodidamente excitante. La mirada de súplica, los constantes gemidos, la desesperación colándose en todos sus movimientos.

    Mierda, era terriblemente divertido. Seguramente estaría orgulloso de mí... si no fuese Konoe la que estuviese ahí, claro.

    Ronroneé con satisfacción al sentir su cuerpo reaccionar de esa manera. Pero vaya que era buena en lo mío, ¡tenía que ser mi récord aquello! La observé con la mirada entornada, cada una de las reacciones de su cuerpo, con una sonrisa incluso prepotente y llevándome los dedos a los labios para lamerlos con cierto toque burlón en los ojos.

    No era por presumir pero estaba segura de haber estado por encima de sus expectativas.

    En cuanto el agarre de sus piernas se aflojó, me dispuse a levantarme, con claras intenciones de irme. ¿Estaba dispuesta a dejarla ahí a pesar de estar yo aún tan claramente excitada? Desde luego.

    Podía parecer que era mejor que Joey y Katrina pero lo cierto es que también podía ser esa clase de zorra.

    No, definitivamente era esa clase de zorra.

    Pero sus manos sobre mis mejillas y el posterior beso me lo impidieron y mierda, ¿quién tendría la endemoniada capacidad de irse cuando se ofrecían a hacer lo que uno quisiese?

    Sigue metiéndote en un terreno que no te corresponde, Suzu-chan, te vas a arrepentir.

    La intromisión de sus dedos me sacó una gemido ahogado que no pude esconder. Me había tomado por sorpresa y mi interior se apretó con fuerza alrededor de sus dedos, como prueba de ello.

    Mierda, está bien, de todas formas odio quedarme a medias.

    —Claro que te deseo, sweetheart~ —dije en voz alta, sin pudor, con una voz terriblemente sedosa y empalagosa.

    Conseguí liberarme de la mano que se estaba centrando en mi pecho, agarrándola por la muñeca, y con un movimiento rápido, cambié nuestras posiciones, atrapando su cintura con la mano que me quedaba libre. Aquella misma mano que comencé a llevar por su cadera y glúteos posteriormente, acariciándole la piel con un toque suave, casi juguetón.

    >>Hazlo entonces, cariño. Soy toda tuya. Cómeme~

    La miré desde abajo al decir aquello, con esa sonrisa inocente que tan perfectamente sabía plasmar cuando la necesitaba, pero con aquella chispa en los ojos, expectante y desafiante.

    ¿Quieres que gima tu nombre? Entonces vas a tener que conseguirlo.
     
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    Yugen

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    Podía mimetizarse con una facilidad irrisoria según qué quería conseguir. Todo Cerbero funcionaba de esa forma.

    Por momentos era un animal salvaje y por otros pretendía tomar una actitud inocente, claramente falsa. Solo me estaba tentando... como Lilith.

    ¿Podía seguir identificándome a mí misma como Hestia después de eso? Hestia permaneció pura y juró sobre la cabeza de su hermano Zeus que nadie la tocaría. Pero allí estaba yo, la estúpida enamorada, que se deshacía por el simple roce de un súcubo.

    ¿Me arrepentía?

    No.

    No podía arrepentirme porque mi piel aún ardía, porque el corazón me latía desaforado, porque aún deseaba amarla incluso si la serpiente siseaba en algún lugar. Podía sentirlo, aquel sentimiento posesivo y celoso, ese que me había llevado a romper las reglas en primer lugar. Ese impotente, que se sentía a la deriva y en mar abierto a merced de las olas. Reconocía que solo estaba jugando, que aquello era simplemente un polvo para Alisha.

    Solo un polvo más.

    Dios. ¿Dónde me había metido?

    Había cruzado la línea hacía mucho. Desde la noche de la fiesta, no, desde mucho antes; desde aquella tarde en primero, cuando mis sentimientos cobraron un nuevo significado. Cuando me percaté de la realidad y las piezas del puzzle encajaron de golpe. Supe que no había vuelta atrás. ¿Por qué me había enamorado de ella? ¿De alguien que no podía ni iba a corresponderme nunca? ¿Por qué el destino había sido tan cruel?

    Busqué una de sus manos, la que se había aferrado a mi cintura y la empujé contra la colchoneta entrelazando mis dedos con los suyos. Y presioné.

    >>¿Sabes sobre el hilo rojo del destino, Welsh-san? La leyenda cuenta que desde que nacemos, un hilo rojo invisible une nuestro meñique con la persona con la que estamos destinadas a estar. El hilo puede estirarse y enredarse pero jamás podrá romperse. ¿No sería hermoso si fuese cierto?<<.

    Mentiras.

    Puros cuentos ilusorios. No había hilo rojo.

    Yo, Suzumiya Konoe, no era en esa historia más que un trozo de carne por propia voluntad. Yo lo había decidido así. Yo había querido todo eso. Y ahora no había vuelta atrás.

    Voy a tomar todo lo que me des, aunque solo sea tu calor.

    Me apreté contra su cuerpo permitiendo que mis senos se presionasen y rozasen los suyos. Su piel tersa y suave pareció amoldarse a la mía como un puzzle y el roce constante con sus pezones erectos lanzó descargas eléctricas por mi columna, por todas mis células y me arrancó gemidos ahogados de los labios.

    —Ah.

    Dios, la quería tanto.

    ¿Por qué?

    ¿Por qué era tan estúpida? ¿Por qué había impuesto mis deseos antes que mi lógica? ¿Por qué había sido la inconsciente que creía poder cambiarla?

    A Cerbero.

    Sostuve sus piernas y le besé los muslos como ella había hecho conmigo, deslizando la lengua y acariciando el interior de
    estos con mis labios.

    Que me deseaba.

    Que me la comiera.

    —Eres un desastre Alisha-san—murmuré contra la piel de su muslo y mordí antes de pasar la lengua de abajo hacia arriba, con lentitud. Como ella había hecho en mi hombro—. Pero yo soy un desastre por tí así que qué importa.

    ¿Sería mejor si no pudiera sentir nada? ¿Si pudiera de alguna manera tomar su lugar y ser tan ajena y despreocupada como ella? Si pudiera de alguna manera insensibilizar mi corazón.

    Debería odiarte ¿sabes? Debería. Pero no podría hacerlo aunque quisiera. Aunque duela tanto.

    La penetré nuevamente con dos dedos, sin ningún tipo de miramientos. Brusca. Como ella había sido conmigo, como ella quería que fuese. No había lugar para el cariño allí, en el almacén del gimnasio, ocultándonos de las cámaras como criminales. Dominadas por un deseo primitivo que no respondía a razones. No esperé para empezar a moverlos, a rozar nuevamente su interior y sentir la humedad y el calor rodeando y apretando mis dedos.

    Estaba así por mí. Y lo había reconocido en voz alta.

    ¿Cómo esperaba que mi mente lograse centrarse? ¿Cómo esperaba que pensara en otra cosa?

    Ni siquiera dudé.

    Acerqué la boca a su sexo y dejé un beso ligero sobre aquel punto tan sensible. Su clítoris estaba hinchado y húmedo y lo lamí con evidente necesidad, atrapándolo entre mis labios, besándolo, chupándolo y humedeciéndolo aún más con mi saliva.

    Mira lo que me haces.

    La miré a los ojos desde allí, a aquellos pozos azules, con aquella abrumadora intensidad. No sabía con exactitud qué pretendía transmitirle porque era completamente ajena a todo lo que sentía por ella. No quería ni le interesaba comprenderlo.

    Y yo...

    Yo había perdido la maldita cabeza.

    Mantuve mi mano opuesta entrelazada a la suya, negándome a soltarla en ningún momento. Era como el cable a tierra tierra, el ancla, el único contacto que no tenía nada de sexual y sin embargo el que en aquel instante sentía más intenso. El único contacto que sentía genuino y real, que no había sido corrompido por la lujuria. Me concentré en la sensación húmeda, en el sabor ligeramente salado de su feminidad, en cada mínima reacción de su cuerpo.

    En comérmela.

    Como ella quería.

    incluso si alcanzaba el orgasmo y se deshacía bajo mi cuerpo no la soltaría. Seguiría tocándola hasta grabarme en su piel, hasta que me doliesen los dedos y su cuerpo estuviese exhausto.

    Hasta romper ese muro entre ambas.

    Hasta escucharla gemir mi nombre.
     
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    Amane

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    Alisha Welsh

    Podía estar provocándola y divirtiéndome a su costa todo lo que quisiese pero lo cierto es que mi cuerpo agradeció aquel contacto de una manera casi desesperada. Suspiré con pesadez al sentir las ligeras descargas recorriéndome, los gemidos poco a poco colándose cada vez más fuerza de mis labios después de unos segundos.

    No quise, a pesar de todo, presionarla demasiado y conseguí de alguna manera reprimir el deseo de enredar la mano libre en su cabello para profundizar más el movimiento o para tirar del mismo, qué sabía ya, lo que me saliese. En su lugar, la pasé por encima de mi cabeza hasta que sentí el contacto de la fría pared sobre los dedos, permitiéndome así también algo de cordura al recordarme que seguíamos en la maldita Academia.

    La otra mano, sin embargo, la que estaba atrapada entre la suya se apretó con fuerza, clavándose cada vez más las uñas en su piel. Ah, eso de nuevo iba a dejar marca~ Bueno, al menos esa sería más fácil de disimular.

    Tardé algo más que ella, ciertamente, pero el clímax no tardó en llegar, haciéndome cerrar los ojos con fuerza mientras echaba la cabeza hacia atrás, arqueando la espalda. El gemido ronco y largo del orgasmo retumbó por toda la habitación y no podría importarme menos, como solía ser el caso.

    Quizás mi mente me traicionó y acabé diciendo su nombre entre los gemidos, lo cierto es que no estaba del todo segura. No era consciente de las cosas que solía decir cuando estaba con la mente tan nublada por el placer.

    Pero no importaba si lo había hecho, porque iba a seguir considerándolo como una victoria para mí.

    Los ligeros espasmos siguieron durante un par de segundos incluso después de que mi cuerpo se hubiese destensado, permitiéndome incorporarme sobre mis codos solo cuando terminaron.

    Miré a Konoe con una expresión difícil de definir y finalmente me dejé caer de nuevo sobre la colchoneta, con un suspiro.

    —Lo bueno es que puedes usar las duchas antes de volver a clase —murmuré, como si nada.

    Mierda, estaba agotada.
     
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    Yugen

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    Húmeda.

    Estaba tan húmeda.

    Estaría mintiendo si dijese que tenía una idea de lo que estaba haciendo. No lo sabía, evidentemente. No había hecho algo así en mi vida, era la primera persona a la que deseaba hacerle algo similar. El deseo me nacía desde dentro, primitivo y animal y no podía contenerme ni controlarme. El sentimiento posesivo, ese extraña sensación de control y dominio sacudía mis venas cada vez que sus paredes internas se apretaban y contraían contra mis dedos, cada vez que un suspiro o un gemido emergía de su garganta y sus uñas terminaban por clavarse en el dorso de mi mano.

    Uno.

    Dos.

    Tres.

    Cuatro.

    Cinco. Fueron cinco veces hasta que decidí que había sido suficiente. Hasta que me separé de ella y me pasé los langua entumecida por los labios recogiendo la humedad que había quedada impregnada en ellos.

    Estaba ardiendo.

    Cinco orgasmos.

    La besé aunque estaba exhausta, con la piel perlada de sudor y la respiración pesada y la forcé a probar su propio sabor de mis labios, de mi boca. Presioné su lengua. Y entonces, una vez me separé rodeé su cuerpo con mis brazos y apoyé la cabeza en el hueco entre su hombro y su cuello. Y sólo me quedé allí, sin moverme, escuchando su respiración pesada y sintiendo los latidos de su corazón. El roce de su piel desnuda y húmeda contra la mía.

    Solo ahora, que estaba exhausta, sus latidos se asemejaban a los míos. Solo ahora que su corazón hacía un esfuerzo brusco por llevar oxígeno al cerebro su ritmo cardíaco podía compararse con como sonaba el mío. Cuando la veía, cuando la sentía cerca, cuando escuchaba su voz.

    El amor era un sentimiento tan caótico.

    Cerré los ojos mientras mi pecho subía y bajaba a consecuencia de la respiración profunda y agitada. Me sentía sin oxígeno, los pulmones me ardían, pero no me importaba. No estaba pensando en eso.

    Quizás no había logrado transmitirle mis sentimientos, era evidente que no había cambiado nada... y si lo había hecho, si las cosas habían mutado entre nosotras, probablemente no lo habían hecho para mejor.

    ¿Qué iba a ser ahora de nosotras? ¿Cómo iba a mirarla a la cara y no volver a escuchar sus gemidos y la forma en la que había pronunciado mi nombre cuando todo ganó intensidad? ¿Cómo iba a olvidarlo, fingir que no había ocurrido y no ansiar repetirlo, aunque había dicho que sería la primera vez y la última?

    Era una completa estúpida.

    Tan consciente de la finitud de ese instante. Incluso si deseaba aferrarlo, contenerlo cuanto pudiese, el tiempo era inmisericorde y fluía como las olas que me mecían a la deriva dentro de la tormenta embravecida que eran mis propias emociones y sentimientos.

    Solo quería atesorar ese instante. Grabarlo en mi piel, en mi mente, en mi cuerpo.

    Presioné mi mano contra la suya en un acto casi simbólico. Pero no lo dije. Lo que tanto ansiaba decir, lo que tanto ansiaba volver a arrancar de mi pecho.

    Te amo.

    En su lugar, decidí ser más lógica que emocional.

    —Vamos a ducharnos.

    Juntas.

    Mi mano se había mantenido entrelazada a la suya y tiré ligeramente de ella cuando me incorporé de la colchoneta.

    >>Aún quedan treinta minutos de receso.

    Aunque no me iba a durar mucho tiempo.

    Estas pendejas se van a seguir comiendo en la ducha (?) pero bueno, podemos dejarlo aquí yo creo uvuvuvu
     
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  15.  
    Amane

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    Alisha Welsh

    No me moví cuando la sentí abrazándome porque, sinceramente, estaba demasiado cansada como para tan siquiera moverme en general. Supongo que podía darle eso, aunque fuese.

    Sin embargo, cuando la sentí tirar de mi mano y escuché lo que dijo, ya había recuperado las suficientes energías para reaccionar. Lo hice con toda la delicadeza que me fue posible, pero quizás no importase porque el gesto en sí iba a dolerle de por sí.

    Aparté la mano así de su agarre y me bajé de la colchoneta, recogiendo mi ropa en el proceso y colocándomela, sin atreverme a mirarla directamente a los ojos. O a mirarla, en general.

    Me vestí con una rapidez extraordinaria, pero mi cuerpo se sabía los movimientos de memoria ya: bragas, sujetador, camisa, falda, lazo y finalmente arreglarme el pelo... más o menos. Esa última parte era la más difícil cuando no tenía un espejo delante pero bueno, mientras más o menos no fuese un jodido desastre me valía.

    —Dúchate tú, cariño... —dije, acercándome a la puerta cuando acabé con todo el proceso—. Creo que aprovecharé para fumar antes de ir a clases.

    Y sin mirarla, ni tan siquiera para despedirme, abrí la puerta y salí.

    Cariño.

    Era una verdadera cabrona.

    Bitch you certainly thought (?
     
    Última edición: 24 Septiembre 2020
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  16.  
    Yugen

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    El tacto de su mano separándose de la mía fue similar a la ruptura de un hechizo. En cuanto lo sentí, en cuanto me percaté de que no iba a estar conmigo ni un solo segundo más, el alma me cayó a los pies con estrépito.

    Y sin embargo... ¿con qué intención pensaba quedarse? Nunca lo hacía. Aquel escenario no iba a volver a repetirse solo porque yo estuviera tan estúpidamente enamorada. Era consciente de todo eso, lo había sido desde el primer minuto y sin embargo allí estaba, tratando de fingir que había alguna esperanza, que vibrábamos en la misma sintonía. Pero estábamos en páginas completamente distintas de la historia y yo... yo solo era una ilusa.

    Quería quemar mis alas ¿verdad?

    Como Ícaro.

    Repentinamente fui aún más consciente de todo. De mi propia desnudez, tanto física como emocional; de todo lo que realmente acababa de ocurrir en ese almacén. De cómo habíamos roto las reglas porque en el fondo seguíamos siendo animales ligados a sus más bajos instintos; de como me había dejado tocarla y que me tocase y por un momento, por un solo instante... parecíamos haber vuelto a entendernos.

    A conectar.

    Me había conformado con las migajas.

    >>¿Estás dispuesta a aceptar las consecuencias?<<

    >>Estoy dispuesta a aceptarlo todo<<

    Todo.

    ¿Qué era todo realmente?

    Me quedé sin el tacto de sus mano, sin en cable a tierra y el ancla y me sentí vacía, fría, como un trozo de cristal frágil a punto de romperse. Mis dedos sobre la colchoneta se cerraron en puños, arañando apenas la superficie.

    No lo dije, no en voz alta, pero resonó en mi mente con una fuerza abrumadora. Se coló por cada uno de los huecos, hizo eco por la habitación polvorienta y en sombras, me rayó el cerebro y desnudó mi alma.

    Quédate.

    No te vayas aún.

    Por favor Alisha-san.

    Quédate conmigo.

    No podía. No podía obligarla a estar conmigo cuando ya no tenía razones para estarlo. Había conseguido todo lo que buscaba de mí, todo en lo que yo había convertido nuestra relación, el motivo por el que había accedido a todo eso en primer lugar, y yo se lo había dado como una desesperada.

    Cariño.

    Vibró en mi pecho y me encendió las mejillas aunque no quería que lo hiciese. Aunque no quería que mi corazón honesto hiciera de las suyas en ese momento. Permanecí estática, incapaz de mirarla mientras se vestía. Todo se sintió pequeño, gélido, gris. Y me sentí avergonzada de mi propia desnudez incluso cuando aún podía sentir el tacto de su lengua sobre mi piel y su sabor en mis labios.

    La puerta se cerró y me quedé completamente sola. Sola en las penumbras en las que mi propia inconsciencia e irresponsabilidad me habían arrastrado. Sola. Porque el calor del roce de su piel empezaba a desaparecer. A licuarse. A mimetizarse con la luz tenue.

    Era una ilusión.

    Como todo lo que acababa de ocurrir en ese cuarto.

    En ese momento... ya no pude contener más el nudo en mi garganta. Ya no pude ignorar el dolor que crecía en mi pecho, ese que el placer físico había desbancado durante unos minutos. Ese que me recordaba que era estúpida y que debería odiarme por serlo.

    Y me deshice en lágrimas.
     
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    Gigi Blanche

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    Se había dado una vuelta por los baños antes de encaminarse hacia su destino. Llevaba todo el día en la escuela, ¿no? Más valía acicalarse un poco. Consiguió un chicle de un compañero de clases, se echó algo de desodorante y se cepilló el cabello. Por el resto no había mucho que pudiera hacer, no era de llevar maquillaje y cosas así a la escuela.

    Echó un vistazo dentro del gimnasio antes de entrar para asegurarse que no hubiera nadie, y lo atravesó son demoras hasta alcanzar el armario de enseres. Se dejó caer sobre una pila de colchonetas y sacó su móvil, corriéndose el cabello del hombro.

    Gimnasio, el armario con puertas de madera junto a las jaulas de balones
    Te espero, honey~


    Enviar y un bufido pesado. Estaba... un poco nerviosa.

    Insane jujuju
     
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    Insane

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    La menta se deshizo en su boca a medida que caminaba. El sentir el puño suave de Aaron provocó que le mostrara los dientes blancos en una sonrisa amplia, asintiendo para luego perderse por el pasillo, en dirección al salón contrario hasta que sintió el celular vibrarle en el bolsillo, mirando el mensaje que lo hizo elevar la mirada hasta las escaleras. Recordaba que cuando bajó con Sasha en el receso notó un letrero indicando el ingreso hacia el gimnasio, así que no estaba perdido, sin embargo una risa traviesa se le escapó de los labios a medida que bajaba los escalones.

    Estaba algo inquieto.

    En cuanto notó el flujo de personas aglomerarse en dirección a los casilleros aprovechó, dirigiéndose en dirección contraria, entrando y denotando las puertas de madera que pertenecía al armario de enseres, tal y como ella los describió al estar las jaulas de balones.

    ¿Cómo sabía ella que ese sitio era seguro?

    ¿Ya había estado ahí con algún otro?


    Bufó risueño ante los celos que se le escaparon en un fugaz pensamiento, abriendo las puertas y cerrándolas al estar dentro, procurando pasar el seguro interno, deslizando sus pupilas por la pila de colchonetas, detallando el color rojo vino esparcido sobre ellas.

    —¿Te hice esperar mucho? —susurró recostándose contra la puerta.

    ¿La acorralaría contra las colchonetas?

    ¿Contra la puerta?

    ¿Contra la pared?


    No habían empezado y él ya estaba jugando en su cabeza.

    Pff, Pierce, me activas las neuronas.
     
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    Gigi Blanche

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    Sasha Pierce

    El corazón se le subió a la boca un instante en cuanto oyó el sonido de la puerta; la idea fugaz de un cualquiera entrando y encontrándola allí le envió una descarga repentina de pánico y vergüenza por la columna. ¿Cómo podría explicar su presencia dentro del armario? Por Dios, que toda la escuela ya sabía para qué se usaba ese sucucho. Sería obvio.

    Sus preocupaciones se evaporaron, sin embargo, en cuanto reconoció a Daute. Lo observó mientras le echaba pestillo a la puerta y, luego, detalló su expresión. Una sonrisa sedosa curvó sus labios.

    Jamás había hecho cosas así en la escuela, ¿qué puto bicho le había picado?

    —No, no, not at all~ —susurró, acariciando el espacio de colchoneta a su lado apenas con la yema de los dedos; iba de piernas cruzadas y llevaba echado todo el cabello borgoña sobre los hombros—. ¿Todo bien, honey?
     
    Última edición: 3 Octubre 2020
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    Le sonrió entonces, mirándola a los ojos con aquel brillo avellana al retirarse de la puerta, frenando sus pasos hasta llegar frente a ella. ¿Hace cuánto no le dedicaba algo de tiempo? Siempre trabajando, siempre estudiando, siempre, siempre. Podía ser un egoísta de mierda cuando se trataba del tiempo de Sasha, y no le pesaba serlo.

    ¿Era normal aquello?

    —Sabes que todo está de maravilla —susurró elevando el mentón ajeno apenas un poco para que lo viese directo a los ojos—, ¿eres consciente de lo que me estás invitando a hacerte en el instituto, Pierce? —advirtió como quién no tiene intención de detenerse luego de iniciar, colándose aquel tono profundo en su voz mientras reía suavemente, mirándola con aquellos aires juguetones innatos.

    Dejó la mochila en el suelo, expectante por su respuesta.
     
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