One-shot Apuesta [Calígula]

Planters leía uno de los tantos libros que guardaba en el camarote de su habitación, el cual por fortuna compartía con Montana. Y cuando decía por fortuna era porque, realmente, se llevaban bien. Más allá de sus peleas, los insultos, el temperamento de su colega, se llevaban bien. Planters había entendido el humor negro, ácido y recurrente de su compañero. El blanco jugoso para sus perversiones siempre era la capitana Paget, incluso a veces el sargento Roth. Montana solía escabullirse y poner en los altavoces música estridente o gemidos de películas pornográficas.

Leía un libro sobre Calígula, emperador romano; el tercero para ser exacto. Le atraía la historia romana, mucho más si la nave en donde se encontraban llevaba el nombre del tipejo en cuestión.

Montana estaba colgado de piernas sobre la cama marinera y hacía abdominales en el aire, llevando sus codos al tocar sus rodillas. Tony siempre estaba en forma, porque decía que a Manson le gustaban los chicos así. Aunque no estaba seguro, se rumoreaba que era lesbiana. O eso decía él cuando su orgullo era herido por ella.

—¿Por qué no le pusieron Tártaro a la nave? Quedaría mejor. Queda con nosotros.

—¿Nombrarlo como el sitio de la antigua Grecia donde las almas eran juzgadas y esperaban recibir el castigo? Muy bonito. También podrían ponernos una marca en la frente como las vacas y llevarnos al matadero.

—Por eso se me dio un rifle y la orden de disparar a los tipos malos. Nunca fui bueno con los nombres ¿La apuesta sigue en pie?

—No. Es mal augurio hacer una apuesta antes de un viaje inter-estelar.

—Soy escéptico. Además, ¿no te causa un poco de morbo saber qué me dirá Khaterin cuando le proponga casamiento delante de todos? O le explota la cabeza de la rabia o realmente acepta.

—Hay dos sueldos en mesa. Galgo también apostó a que te aplasta la cabeza.

—Entonces, ¿apuestas?

Planters cerró el libro y lo guardó en su estante. Estaban a pocos minutos de entrar en el hipersueño para viajar un mes hasta la estación de reserva. Solo algunas colonias comerciales quedaban en esa ruta, nada de qué alarmarse. ¿Qué podía salir mal?

—Apuesto.

Montana sonrió y lanzó una risotada. Estiró el brazo, aún colgando boca abajo, y Planters le chocó el puño.