One-shot And from there you're so easy to please [Gakkou Roleplay | Anna & Altan]

N/A: well, entre todo el delirio de la cafetería esto es un what if? que se me ocurrió si los pendejos hubieran seguido en su sassy shit y la hubieran, de hecho, cagado como unos campeones xd Me tomé una pequeña libertad en el orden de la conversación que tuvieron in rol para adaptarla acá, anyways. Hitori jujuju

---

And from there you're so easy to please
Give me a kiss like a kick in the teeth
My bloody lip never tasted so sweet
.
.​

Si querías desvestirme solo tenías que decirlo, An.

Por alguna razón las palabras del cabronazo seguían palpitando contra mis oídos, insistentes, irritantes, como la provocación más efectiva que podría haberme lanzado. Su aliento me había erizado la piel del cuello y quién sabe qué otras zonas, y tenía esta capacidad casi sobrehumana de suavizar la voz, masculina per se, para asemejarse al ronroneo de un gato. No esos pequeñitos, esponjosos y adorables. Los gatos corpulentos, de pelaje negro y profundos ojos verdes. Esos que difícilmente puedes dejar de contemplar, pero desde una distancia prudencial.

Porque no confías en su temperamento, nunca sabes cuándo puede saltarte al cuello.

Y aún así, son tan jodidamente atrayentes.

Lo había hecho, en la cafetería.

—Tentador, ¿eh? Quién hubiera dicho que sería tan fácil.

Iniciar un nuevo incendio, directo de la punta de mis dedos. Un simple chasquido, una chispa inofensiva, cayendo de lleno sobre terreno inflamable. Había jugueteado con su corbata, jalando de la cuerda, creyéndome capaz de agitar una pluma frente al gato negro y estar a salvo.

O quizá sólo era una puta suicida desde el comienzo y me daba igual si el gato me confundía con su presa.

Me había incorporado para buscar un juguito o lo que fuera, no era más que una excusa estúpida para atraerlo fuera de la cafetería. Fui donde la máquina expendedora del pasillo, lo hice a paso calmo y sin voltear ni una sola vez. Una parte de mí sabía que había sido suficiente.

Que a los felinos les gusta jugar con sus presas.

Ah, ¿que sí querías, eh?​

Había enganchado la punta del dedo en el nudo de la corbata, aflojándolo apenas unos centímetros. Sentí cómo la tela cedía y se deslizaba por su cuello.

¿Qué no entiendes japonés o te lo digo en español, niño genio?

La máquina se tragó las monedas y presioné el botón correspondiente; lo vi por el rabillo. La silueta alta, oscura, se detuvo a mi lado con el sigilo de una sombra y no pude evitar sonreírme mientras me agachaba a recoger el juguito.

Cereza.

—En esta sí tenían —comenté, en voz baja, clavando el sorbete para darle una probada—. Qué bueno, ¿no?

Recién entonces deslicé mis ojos hacia él. Tenía el hombro apoyado sobre la máquina, las manos en los bolsillos y me veía desde arriba, desde su condenado altar, con aquella expresión llena de soberbia y diversión. ¿Sabía dónde me estaba metiendo? Algo así. ¿Me importaba?

Ni un poco.

—¿Quieres? —ofrecí, rellenando el silencio, y le acerqué el jugo.

Altan envolvió los dedos alrededor de mi muñeca y se inclinó apenas para llevarse el sorbete a la boca. No tenía mucho sentido disimular, ¿verdad? Observé la secuencia con una intensidad casi estúpida y, cuando sus pozos oscuros me buscaron, sonreí.

—¿Aún necesitas las señales de humo?

Una risa baja vibró en su pecho y, devolviendo las manos a los bolsillos, se agachó lo suficiente para alcanzar mi rostro. Su sonrisa era casi gatuna. No moví un músculo, sólo le sostuve la mirada mientras una extraña corriente de calor me hervía la sangre poco a poco.

—Te sigo, princesa.

Repasé su expresión un par de segundos más, antes de girar sobre mis talones y empezar a caminar. Fui bebiendo el zumo de cereza, mordisqueando el sorbete, mientras chequeaba la… población de los baños.

Los de planta baja eran inviables, atestados de idiotas.

Primer piso, puros niños de primero.

Eh, el segundo piso podía ser, pero…

—Da igual. —Altan me detuvo presionándome el hombro con firmeza, y al buscar su mirada me indicó con la barbilla que siguiera hacia las escaleras—. Estamos a dos pasos.

Tercer piso.

Tenía razón, los baños allí estaban prácticamente vacíos y, de aparecer alguien, solían ser estudiantes de tercero que les traían sin cuidado los asuntos de los demás. Si olisqueaba con la suficiente intención, incluso, podía detectar el suave dejo de una nube de humo.

Tomé la delantera, me deslicé dentro y le eché un vistazo a los cubículos con la puerta sin el pestillo; el último estaba libre. Me giré hacia los espejos. Altan se movió detrás de mi reflejo con la sutileza usual y sonreí. En silencio, sosteniendo su mirada a través del cristal, dejé el zumo sobre el lavamanos y me desaté el cardigan que llevaba anudado a la cintura. Lo dejé por ahí.

—La cuestión aquí es, ahora —comenté, deslizando los dedos entre el cabello de mi coleta—, si aún necesitas las indicaciones o no.

Su sonrisa se estiró con la intención suficiente y enganchó la cintura de mi falda, atrayéndome hacia él. Retrocedió sobre sus pasos, obligándome a hacer lo mismo, y una vez dentro del cubículo me jaló del hombro y cerró la puerta con el pie. Mi espalda chocó contra la pared, rebotó apenas y en el impulso atrapó mis labios al vuelo, como un cuervo con sus baratijas.

Sonreí.

Enredé los brazos en su cuello y lo usé de pilar para alzarme sobre las puntillas, lo más que pude, prácticamente me despegué del suelo. Él se inclinó y me obligó a bajar, me atrajo por la cintura y mis rodillas cedieron. Su boca estaba caliente, sus plumas me hicieron cosquillas en el rostro y tiré suavemente de ellas; su pecho vibró contra el mío en un gruñido bajo, casi indetectable, y deslizó la liga de mi coleta a cámara lenta. Sentí el peso de mi cabello directo hacia el suelo y, luego, sus dedos presionando mi mejilla, la mandíbula, hasta mi nuca. Estaba completamente al resguardo de sus alas, era cosa de soltarme y caer en picada.

Sólo eran las putas hormonas, pero hacía meses que no besaba a nadie así y, de repente, se me antojó más que satisfactorio.

¿Satisfactorio? Venga, Anna, déjate de estupideces. Dilo con propiedad.

Me permití suspirar contra sus labios, le eché mi aliento cálido encima y pegué la espalda a la pared, resistiéndome a su agarre insistente en mi cintura. Su boca se movió con mayor brusquedad contra la mía, buscó mi lengua y mi cabeza cedió, chocando por igual sobre la división del cubículo; parecía de papel, siquiera dolía y había, de hecho, algo francamente placentero en toda esa rudeza.

Me había hablado de poder, aburrimiento y egoísmo.

No necesitaba demasiadas luces para darme cuenta que Altan Sonnen se movía más cerca del infierno que del cielo.

Le mordí el labio, divertida, y a una velocidad envidiable atrapó mis muñecas entre sus dedos, las estampó sobre mi cabeza y anuló cualquier posible movimiento de mis brazos. Entreabrí los ojos, lo suficiente para advertir la soberbia impresa en su rostro, y sus ciénagas oscuras me tragaron en un segundo antes de volver a devorar mis labios.

Poder, ¿eh?

Con la mano libre ahuecó mi mejilla, tenía dedos largos y alcanzó a enredarlos detrás de mi oreja. Me besó a su ritmo y lo seguí hasta que quemara, quería que quemara. Luego se deslizó sobre mi camisa, rozando apenas la curvatura de mis pechos, y me sujetó fuertemente por la cintura. No intenté aflojar el agarre de mis muñecas, lo dejé hacer. Lo besé, jugué con su lengua, suspiré contra sus labios y ahogué algún que otro quejido en mi garganta cuando el cabrón se emocionaba y presionaba con demasiada fuerza.

Cuando bajó a mi cuello apreté los muslos entre sí y tomé aire de una bocanada, entreabriendo los ojos. Le dejé más espacio, le permití recorrerme a su gusto y complacencia. Sentí su lengua húmeda, me arrojó descargas eléctricas por todo el condenado cuerpo y fui llenando el silencio con gemidos suaves, ligeramente roncos, que no me molesté en disimular.

Se podría decir que los amplifiqué, incluso.

Aguardé, aguardé paciente y lo dejé hacer hasta que sus dedos se relajaron un poco. Entonces me zafé de un movimiento seco y colé las manos en su pecho para empujarlo. Fue suave, apenas para hacerlo retroceder un paso, y me valí del espacio para jalar de su corbata y acercarme a su oído. Me aferré a sus plumas una vez más, las rasqué sin demasiada fuerza y deposité un beso casto cerca de su oreja. Sus manos habían viajado a la pared detrás de mi cuerpo. Seguía encerrada entre sus alas.

—¿Te gustó~? —susurré, sedosa, y no pude contener la risa baja que vibró en mi garganta—. El poder que te di.

Estaba jugando con fuego, con un mechero descompuesto sobre una piscina de gasolina.

Lo sentí removerse contra mí y enganché los brazos tras su cuello, colgándome de él para echar la cabeza hacia atrás y buscar sus ojos. No sabía, no lograba discernir todas las mierdas concentradas en sus pozos oscuros, pero una pequeña vocecilla en mi cabeza gritaba peligro y yo, bueno, yo sonreí.

—Puedo darte más, si quieres —susurré contra sus labios, apenas rozándolos—. Puedo dejar que me sigas escuchando, te gusta hacerlo, ¿verdad? O puedo dejarte arrastrarme al puto infierno. Puedo darte ese poder.

Le robé un último beso, uno que ardió y dolió a partes iguales, y podría haberme quedado allí con él hasta partirme en mil pedazos. Pero su vacío tenía nombre y apellido y mi orgullo no soportaba ser un simple maniquí.

¿Era demasiado frágil o demasiado duro? Quién sabe.

Lo solté, Altan retrocedió un poco y liberé el aire de golpe, corriéndome el cabello del hombro. Ganas de comerme a ese cabrón no me faltaban, para nada, pero no así. Alcancé el pestillo de la puerta y la abrí de un manotazo; me movía sin mucho equilibrio entre la calma y el hastío, y cuando lo vi de reojo para hablarle soné más seria de lo que pretendía.

—Pero no te dejaré ponerme otro rostro y otro nombre. Ese poder búscalo en otra parte, Al.