Danganronpa Amores inocentes [Naegi x Maizono]

Amores inocentes​

Makoto Naegi suspiró, recostando su rostro sobre el frío pupitre, deseando cerrar sus ojos y evadirse de allí. Se había acostumbrado a aquel sentimiento amargo que atizaba su pecho constantemente, el hecho de sentir que no formaba parte de nada, que era un simple extra más en la vida de personas que de verdad valían la pena. Allí, en su aula, rodeado de alumnos que hablaban, discutían y reían entre sí, se creaban las nuevas esperanzas del mañana. Pero él... él era un simple estudiante más. No se sentía parte de su clase. No se sentía parte de nada.

Y aún así, su inocente corazón latía con fuerza cada vez que sentía aquella presencia cerca. No entendía cómo podía sentirse tan nervioso, cómo su cuerpo temblaba y su lengua se enredaba entre titubeos incomprensibles, y siempre acababa huyendo patéticamente. Sayaka Maizono, la niña prodigio de la música, la chica más popular del colegio... Se sentía el chico más afortunado por poder tenerla al menos en su clase. Se sentía como un tímido admirador secreto, que observaba desde detrás del escenario cómo la estrella más espectacular de todas brillaba, se lucía y hacía sonreír a todos a su alrededor con su dulzura y encanto.

No entendía por qué se emocionaba, sabía que aquella chica era inalcanzable. Ya parecía serlo entre los chicos de su clase, pero él, el chico simple y aburrido... Estaba claro que era imposible. Ni siquiera era capaz de mirarla a los ojos, siempre acababa desviando la mirada las pocas veces que habían tenido contacto visual. Quizás, ni siquiera recordaba que existía. Y no le parecería extraño, en realidad.

Enterró aún más su cabeza entre sus brazos, incómodo. Escuchando las voces de sus compañeros de clase distorsionadas, sin ser capaz de distinguir lo que decían. Aquel día era San Valentín, y el profesor les había otorgado una clase para repartirse las cartas y regalos con mayor tranquilidad. Todos andaban revolucionados con ello, con los buzones que sobresalían de sus pupitres repletos de objetos... menos el suyo. Y no se sentía mal por ello. Ya estaba acostumbrado. Era incapaz de hacerse ilusiones cuando había ocurrido lo mismo a lo largo de toda su corta vida.

Sin embargo, y ante su sorpresa, una voz dulce y melodiosa hizo que su corazón diese un vuelco, y sintió que estuvo a punto de salirse de su pecho. No le hizo falta alzar la cabeza, despeinado y con la señal de sus manos en la frente por haber estado acostado, para saber que la persona que más admiraba se encontraba en aquel instante frente a él. El niño sintió sus mejillas arder con fuerza al ver que la jovencita abría los ojos al verle, sorprendida por su sobresalto, y se llevaba una mano a sus finos labios, ocultando una dulce risa con la que se quedó embobado.

Sayaka Maizono, la chica más popular de su colegio... ¿e-estaba hablando con un chico como él?

—Lamento haberte asustado, Naegi-kun, ¡no fue mi intención! —se disculpó, inclinando su cuerpo varias veces con cierta preocupación en sus ojos.

—¡A-a-ah, no te preocupes! ¡Fue mi culpa por estar tan distraído! ¡Perdón! —exclamó atropelladamente, agitando sus manos en un intento por restarle importancia. Jamás querría hacerle sentir mal por su culpa. Por suerte la joven parecía más tranquila, y pudo volver a respirar con tranquilidad. Rascó su mejilla con cierto nerviosismo, desviando la mirada hacia el suelo—. U-uhm, ¿p-puedo ayudarte en algo, Maizono-san?

—¡Oh, cierto! —reaccionó entonces, como si hubiese olvidado el motivo de su acercamiento con tan solo hablar con él. Le enseñó el conjunto de folios que tenía en su mano, buscando con la mirada el suyo—. El profesor me ha encargado recoger los trabajos que pidió ayer, ¿puedes darme el tuyo por favor?

—¡Oh, c-claro! —exclamó, incitado por la sonrisa que decoraba ahora sus labios, amable.

Rebuscó entre sus hojas el trabajo que hizo para aquel día, sin poder ignorar la pequeña desilusión en su pecho. Aquello tenía más sentido, le había hablado por motivos de clase. Aún así, ¿acaso había esperado algo más?

Le tendió el folio, devolviéndole una tenue sonrisa.

—Muchas gracias, Naegi-kun. ¡Ten un buen día!

Y agitando su mano con simpatía, se despidió del niño, regresando junto al resto de la clase. Naegi permaneció anonadado un par de segundos, procesando aún aquella interación que jamás hubiese esperado. Y tan distraído estaba, que no notó durante el resto del día el tímido sobre rosa que se asomaba en el buzón de su pupitre.

—¡Anda, pero mira a quién tenemos aquí, un casanova! —le saludó su amigo, rodeando su hombro con el brazo en cuanto se adentró en su clase, una vez tocó el timbre. El chico era de otra aula, por lo que le sorprendió ver que le habían dejado una carta a Naegi durante su ausencia—. ¿Quién es la afortunada?

—¿A-a-ah? —titubeó, reparando por primera vez en aquella carta y del dulce olor a fresas que desprendía de ella. Se dejó llevar por su amigo hacia la salida, confuso, pues en ningún momento había visto a nadie acercarse a su buzón. Rascó su cabeza, saliendo finalmente de la clase en compañía del niño—. N-no lo sé, no entiendo nada...

Y ambos se alejaron de allí, sin reparar en que una joven peliazul se había quedado atrás recogiendo la clase, observando a Naegi sin que se diese cuenta. Se mordió el labio inferior, sin ser capaz de ocultar su sonrisa ilusionada, y finalmente abandonó el aula, triunfante.

La carta no se encontraba firmada, pero algún día, Maizono Sayaka lograría confesárselo por sí misma. Mientras tanto, se conformaría con haberle hecho feliz aquel día.

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No participo en la actividad de Un valentín diario, pero si lo hiciese este sería el reto del primer amor <3