Amarok

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Asurama, 11 Abril 2011.

  1.  
    Asurama

    Asurama Usuario popular

    Cáncer
    Miembro desde:
    21 Octubre 2008
    Mensajes:
    648
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Amarok
    Total de capítulos:
    5
     
    Palabras:
    5874
    Prólogo

    A pesar de que la marea todavía estaba alta y el agua le llegaba al cuello, levantó la vista al cielo, tomó aire y metió la cabeza una vez más. Después de algunos segundos, volvió a sacar la cabeza fuera del agua, estaba completamente empapado y aún no había encontrado nada. Un ave oscura que giraba sobre su cabeza no paraba de gritar con esa voz tan irritante, debía creer que estaba loco o a punto de morir y, al juzgar por su mera apariencia, aquella apreciación podía ser cierta. Hacía días que no comía. Estaba flaco, tanto que las costillas empezaban a notársele bajo la piel y sus ojos estaban opacos, sus movimientos eran torpes y a menudo caminaba sin rumbo, sin compañía, sin alimento, sin apenas dormir, pues temía que alguien se aprovechara del momento en que descansaba para hacerle algo.

    Sacó la cabeza una vez más y tomó una gran bocanada de aire, mientras el cielo se abría para él. Tenía ganas de gritarle al pajarraco que estaba equivocado, que él no pensaba morir de una manera tan indigna. Antes, preferiría que lo colgaran de una estaca al borde de los acantilados, allá donde el agua del mar chocaba contra las duras y filosas rocas y salpicaba en todas direcciones, añadiendo un toque salado al aire silvestre. Miró hacia los árboles del bosque que podían verse a la distancia, lo imponente que era su tierra, la tierra en donde había nacido, ese mundo tan salvaje que se colaba a través de todos sus sentidos. Si no podía ver un día más en este mundo, nada tendría sentido, tenía que seguir vivo a toda costa, pero no había podido atrapar un solo pez. Maldita de su madre, que nunca había regresado a casa, maldito de su padre, que sólo le dijo “se la llevaron los hombres” y lo dejó allí solo, con sólo seis meses de edad, no entendía qué había pasado, ni cómo, ni por qué, ni le interesaba saber. Luego de haberse zambullido por enésima vez, se dio por vencido y nadó hacia una gran roca que estaba cerca de él. Tendría que buscar comida en otra parte, lamentó haber creído antes que los peces podían ser muy fáciles de atrapar, lamentó haberse alejado tantos kilómetros de su madriguera, que ahora estaba a varios días de viaje hacia el norte. Se sujetó con fuerza de la roca mujada, mientras las olas lo empujaban cada vez más fuerte. Como pudo, logró subir y se sacudió, salpicando el agua de su pelaje gris en todas direcciones. El ave aún lo seguía, tal vez esperando que en cualquier momento se tambaleara y cayera inerte. Bajó de la roca a la tierra firme, caminó unos pasos, se tambaleó y cayó. Algunos minutos después, el carroñero empezó a descender, listo para darse un festín. Tomándolo por sorpresa, el lobezno se levantó y cerró las fauces. Aunque el carroñero levantó vuelo a tiempo, perdió algunas plumas. El lobezno le mostró los colmillos y gruñó. El ave intentó golpearlo con las garras y el pico, pensando que poco tardaría en acabar de matarlo y devorarlo, pero el cachorro se defendió con zarpazos y mordidas.

    —Maldito niñato, muérete de una vez —le gritó el rapaz, mientras se arrojaba de nuevo sobre su cabeza.

    —Ni loco —saltó intentando morderle una pata—, no voy a morir y mucho menos a convertirme en la cena de alguien como tú —dándose cuenta de que en su estado le sería difícil derrotar al pajarraco, giró sobre sí mismo, con la esperanza de llegar pronto a la espesura y allí perderlo.

    —Sí, niño, corre —se le burló el carroñero, mientras se arrojaba sobre él y le daba un picotazo cerca de los cuartos traseros—. Así te cansarás y morirás más rápido —a eso le siguió otro picotazo.

    Apretó las mandíbulas por el dolor, pero aún así no se detuvo. Estaba cansado y, si lo hacía, sería presa fácil. Debía correr más.
    —Aún no estoy listo para morir —le gritó a su perseguidor sin quitar la vista de su camino. Saltó rocas y troncos caídos hasta que pudo ver los primeros árboles, gimió y aumentó la velocidad de su carrera.

    —Eres un tonto, el hecho de que te metas a la espesura no significa que vas a salvarte —el carroñero se arrojó hacia él, pero el lobezno saltó hacia un lado, esquivando el golpe. El ave lo intentó una vez más, pero el lobezno pudo esquivarlo de nuevo.

    Había empezado una carrera en zigzag, pudiendo así esquivar los ataques, pero no estaba seguro de cuánto más podría soportar, luego de pasar los primeros árboles, miró en todas direcciones, intentando hallar un refugio, pero no hallaba nada

    —¿Estás desesperado, niño? —se burló el carroñero, que esquivaba los árboles como podía— En seguida acabaré con tu desesperación.

    El lobezno jadeó por el cansancio.
    —Vete a la mierda.

    —Niñato, te voy a arrancar esa lengua sucia.

    Ya empezaba a predecir con más facilidad los movimientos en el aire de quien tenía a sus espaldas, cuando sintió al carroñero arrojarse contra él, se hizo hacia atrás y, saltando, lo agarró del cuello y lo arrojó con toda la fuerza que pudo contra un árbol. De inmediato volvió a la alocada carrera, sin atreverse a mirar hacia atrás. Sus ojos dorados, dilatados, miraban todo lo que le rodeaba. Lo que al principio le parecía un hermoso paraíso, ahora se asemejaba una trampa mortal. Vio un hueco debajo de un árbol caído y allí se metió. El ave lanzó otro picotazo, pero no llegó a herirlo.

    —Niño tonto, en algún momento tendrás que salir y te convertirás en mi cena.

    Apretando la mandíbula, pudo escuchar la burla desde afuera, pero no se atrevió a asomar.
    Con las pupilas aún dilatadas por el susto, inspeccionó rápidamente su improvisada madriguera, tomó aire y se dedicó a cavar para hacerla más profunda, mientras cubría la entrada, dejando sólo un pequeño margen para la entrada del aire. Miró hacia afuera y olió el aire, ese pajarraco aún estaba esperando ahí afuera, pero él estaba decidido a que su vida no acabara de ese modo. Repondría fuerzas esa noche y entonces tomaría una revancha. Cerró los ojos debido a una punzada en la cabeza. El hambre iba a matarlo antes que esa cosa, si no podía atacar en su actual estado, entonces debería buscar la manera de huir. Rogó que el pajarraco encontrara algo más interesante que él.

    Dormitó y despertó varias veces y aún podía oler al carroñero que le acechaba, en sus sueños, recordaba a su madre y no encontraba una razón para que se fuera y no pudiera volver, a menudo se sentía abandonado, pero ahora estaba muy lejos de todo. Sabía que, en algún lugar, había otros como él, pero no tenía idea del sitio en que se encontraban, ni sabía cómo encontrarlos. También venían a su mente algunas imágenes de su padre. Había cometido un error al suponer que él le cuidaría, aparecía y desaparecía sin aviso y sólo le había visto un par de veces, pero ahora era probable que nunca volvieran a verse. Sus padres eran diferentes en tanto en apariencia como en carácter y en especial, su padre era un solitario, tal vez también era su destino ser tan solitario como su padre.

    A través del hueco en su madriguera, vio la luz del mundo extinguirse y luego volver a aparecer varias horas más tarde, hizo uso de sus sentidos para asegurarse de que nada lo acechaba y de inmediato comenzó a cavar velozmente, así saliendo del hueco. Corrió a toda velocidad hacia la playa, esquivando y saltando obstáculos.

    —Eh, espera, niño —gritó el pajarraco, volando detrás de él.

    El lobezno le gruñó, pero no paró de correr hasta llegar a la playa y se metió pronto al agua. El día continuaba aclarando, pero el sol aún no asomaba y no estaba seguro de qué tan fácil fuera a ser encontrar un pez, ls olas eran fuertes y podía ahogarse. Aún así, se atrevió a nadar, hasta que ya no sintió el suelo bajo las patas. Tomó una gran bocanada de aire y se zambulló.

    El rapaz seguía planeando sobre el agua, esperando que en cualquier momento saliera a flote en cadáver de un niñato tonto ahogado. Pronto aparecieron otras aves en el cielo, mientras el brillante sol comenzaba a asomar. De pronto, el agua salpicó y el carroñero miró hacia abajo.

    —¡Te dije que no iba a morir! —balbució el niño y llevaba en la boca un pez grande, que se rebatía.

    El rapaz maldijo y se fue. Él rió para sí, mientras nadaba lentamente hacia la costa, pero una ola más grande que él lo tomó por sorpresa y lo hizo golpearse contra una roca filosa, cerca de la garganta. Al parecer, la vida no estaba muy contenta de ser desafiada, pero él se negó a soltar el pez que tanto le había costado conseguir. Mientras las olas seguían golpeándolo, intentó asirse a las mismas rocas que lo golpeaban. La marea pronto bajaría y, si resistía, saldría del agua sin problemas. Minutos más tarde, las olas se calmaron y el pez había dejado de luchar, ahora muerto. Subió a saltos a las rocas, espantando con sus movimientos a las aves que se reunían y corrió hasta el refugio de los árboles para así poder comer. Tenía miedo de que el olor de la sangre que se desprendía de la herida en su garganta atrajera a algún animal que también estuviera pasando por hambre. Comió vorazmente, como si fuera la última vez que lo hacía y luego, se asomó a mirar nuevamente el mar. Las aves seguían reuniéndose. Era ahora o nunca. Hundió las patas en la tierra y, agazapándose, saltó rápidamente hacia la playa, consiguiendo atrapar a una de las aves en pleno vuelo, cerrando las fauces con fuerza para así romperle el cuello. Las demás huyeron espantadas, pero eso no importaba, ahora tenía la comida asegurada. Con eso sería suficiente para saciar su hambre y resistir unos días más.

    —Sólo porque has atrapado una presa, no significa que ya te has salvado.

    El lobezno miró de reojo y pudo ver al carroñero parado en la rama de un árbol seco, caído y cubierto de sal, que se encontraba sobre la playa a solo unos metros de él.
    —Cuida de tus palabras, avechucho o vas a terminar así también —se refirió al ave que llevaba en la boca.

    El pájaro lo miró con suspicacia.
    —¿Realmente te sientes capaz de matarme? Sólo mírate, eres piel y huesos, es imposible que un cachorro de lobo como tú pueda sobrevivir en un lugar como este sin la manada.

    De un salto, el lobezno se giró hacia él y le gruñó.
    —Yo no necesito de nadie.

    —Demuéstralo, mocoso —batiendo las alas, el pajarraco levantó vuelo y se arrojó sobre él.

    Con sus energías reestablecidas, el lobezno pudo esquivarlo, pero no podía pelear, ya que el ave le estorbaba, pero tampoco quería soltarla, le había costado conseguirla.
    —Anda, mocoso, suelta ese pájaro muerto si lo que quieres es vivir —se burló el carroñero, mientras volvía a la carga.

    El cachorro lo esquivaba y retrocedía, pero le extrañaba que su oponente no se rindiera, sino que continuara atacándolo. No estaba loco, ni agonizando, no iba a ser asesinado de un golpe, el carroñero perdía el tiempo.
    —Eres un tonto.

    —El tonto eres tú —murmuró el pájaro—, mira hacia atrás.

    El lobezno miró hacia atrás y se dio cuenta de lo que sucedía, estaba al borde de una roca alta, debajo de él estaba el mar y delante de él tenía al carroñero, que bloqueaba su único escape, sin darse cuenta, había estado retrocediendo hacia un camino sin salida. Sintió tres golpes en la cabeza ¡jamás debía haberle dado la espalda! Cuando se volvió, el siguiente picotazo cayó en su ojo izquierdo. Sorprendido por el dolor, retrocedió, dando un paso en falso y resbalando de la roca hacia el agua.

    Atka

    Se secó el rostro y se miró al espejo una vez más. Se pasó el dorso de la mano por su rostro redondo como la luna y suspiró. En el colegio a menudo le hacían bromas, todos sus compañeros de clases tenían la apariencia típica de los aborígenes americanos, él era el único que tenía ojos grandes y redondos y el rostro con esa forma. “Pareces hindú” se le burlaban. Además, otro motivo de burla frecuente era su ojo izquierdo vidrioso. En casa le decían que, tal vez, su madre o su padre provinieran de la India o algún lugar semejante. Él, por su parte, nunca había oído que hubiera lobos en la India, tampoco imaginaba de qué manera podían sus padres haber viajado tan lejos a no ser por intervención humana. Se colocó el jersey blanco y se quedó mirando al espejo, recordando las veces en que había pensado que la persona del otro lado era otra distinta a él —de hecho, aún lo pensaba—, hasta que Loren le había explicado que el espejo reflejaba las imágenes, al igual que el agua. Escuchó con facilidad los delicados pasos de la chica, que se acercaban por el pasillo y la olió llegar.

    —¿Listo para ir a clases? —le preguntó Loren, del otro lado de la puerta de la habitación, sin siquiera haber golpeado. Con seguridad, él sabía que ella se encontraba allí.

    —Puedes pasar —le dijo.

    Cuando ella entró, lo vio atándose el largo cabello en la nuca, con una correa.
    —Te ves muy apuesto —le dijo.

    Él resopló.
    —Díselo a los otros, estoy cansado de que se me burlen.

    Ella se paró detrás de él, mirándolo a través del espejo.
    —Pero no puedes ir a explicarle a todo el colegio que te peleaste con pajarraco y te caíste de un peñasco, porque de seguro te encerrarían en un instituto mental —tomó un mechón de su pelo oscuro y le lo acomodó sobre la frente, viendo cómo se rizaba—. Si ellos supieran lo que en realidad eres, se pondrían enfermos —susurró.

    Él la miró de reojo.
    —También se llevarían un buen susto “hermanita” —hizo una mueca que quiso asemejarse a una sonrisa, el único gesto humano que jamás había podido aprender.

    Ella lo miró con suficiencia.
    —Pues se lo tendrían bien merecido, no tienen ningún derecho a molestarte.

    —No puedes saberlo, Loren, a ti no te molesta porque eres como ellos.

    Sí, era aborigen como ellos, hablaba como ellos, tenía los mismos rasgos que ellos… y era humana como ellos. Creía que las cosas le resultarían fáciles si aprendía a disfrazarse, pero no, aún así resultó ser muy diferente de ellos, había cosas imposibles de ocultar. Todavía tenía pesadillas con su madre y su padre y sus primeros meses de supervivencia. Todavía salía de casa en las noches y se sentaba en el tejado para llamar con su extraña y encantadora voz a la naturaleza. Los vecinos nunca salían a mirar, el espíritu con forma de lobo andaba por allí, era difícil que hubiera lobos en la zona. Para intentar guardar apariencias, a menudo Loren se salía también por la ventana de su cuarto y se sentaba junto a él a charlar en el tejado, interrumpiendo su canto nocturno. Él no hablaba mucho, pero escuchaba pacientemente, de hecho, era el único que la escuchaba y había sido así desde que se conocían.

    Ella lo abrazó por detrás y se pegó a él.
    —Sé que en realidad no te molesta.

    Giró la cabeza para apoyarla contra la cabeza de Loren en un gesto afectuoso.
    —Al menos me gustaría pasar desapercibido.

    —En unos meses más vas a graduarte y no volverán a molestarte —le soltó otros mechones de su cabello ondulado y los ubicó de tal forma que cubrieron el ojo que le faltaba—. Y siempre puedes asestarles un golpe en la nariz, eres más rápido que cualquiera de ellos.

    —Siempre y cuando no me sancionen por mala conducta.

    Ella le pasó un abrigo oscuro y sencillo que él siempre usaba y lo ayudó a colocárselo.

    —A veces pienso que soy un muñeco —murmuró mientras ella lo vestía.

    —Eres mi muñeco —afirmó ella con una sonrisa, mientras le cerraba el abrigo.

    —Sólo es porque me veo extraño. Algún día encontrarás algo más interesante que yo.

    —No creo que seas extraño, sólo eres especial. No pienso igual que esos animales…

    —No me insultes —soltó él sarcásticamente—. Llamar “animales” a esos estúpidos del colegio es una blasfemia. Incluso los animales somos más respetuosos.

    Ella tomó una bufanda de tres colores que había tejido para él y se la había regalado en su cumpleaños y se la colgó en el cuello, haciendo un nudo elegante.
    —Tienes toda la razón, habla el Espíritu con forma de Lobo, tienes derecho a quejarte.

    —Y me quejo, por ejemplo, nunca he visto un lobo en el tótem de la familia.

    —Mira otra vez —dijo ella con voz pícara—. Hay uno desde que el abuelo te encontró vagabundeando cerca de casa hace diez años.

    Él desvió la vista, no le había gustado que le tratara de “vagabundo”.
    —No eres más respetuosa que el resto de tus compañeros de clases.

    Ella tomó una bocanada de aire, pretendiendo estar ofendida y le dio un empujón.
    —Seré más respetuosa cuando dejes de hacerte el prepotente y eleves tus calificaciones y llegues temprano a clases. Papá ha estado pensando seriamente en no dejarte subir al tejado por unos meses —y dicho esto, salió por la puerta como una bala.

    —¡Eh! ¡Eso no! —se quejó él aludiendo al castigo y la persiguió—. Loren, papá no puede hacerme eso, habla con él.

    Cuando pasaron por la sala, la madre de Loren los despidió desde la cocina y ambos respondieron al saludo.

    —Habla tú con él —dijo ella alcanzando la puerta de entrada de la casa. Rió divertida cuando él consiguió ir a su paso y caminar a su lado… con una expresión realmente compungida en el rostro.

    Ciertamente, lo peor que podían hacerle era encerrarlo, pues Atka había nacido libre, aún cuando sus calificaciones no fueran muy buenas y a veces llegara tarde a clases por quedarse hasta muy entrada la noche, viendo el cielo estrellado.

    Cuando llegaron al colegio, un grupo conformado por cuatro muchachos y una chica volteó hacia ellos y los miró a través de la valla. Loren y él los miraron en silencio, mientras caminaban junto a la valla y se acercaban a la entrada.

    —Ah, mira, Roland, llegó el tuerto —murmuró la chica y tres de los muchachos rieron.

    —Me extraña que Loren aún siga perdiendo el tiempo con él —murmuró uno de los muchachos—. ¿No lo crees, Roland? Lo desplazarías de un golpe.

    Loren sujetó de la mano a su amigo y fingió no oír.

    —Extraño, vuelve de una vez por todas al país donde naciste —le dijo otro de los chicos del grupo.

    Cuando ambos cruzaron la puerta de entrada, tres muchachos del grupo avanzaron hacia ellos. Roland, que pertenecía al mismo curso de Loren y Atka, Richard, que era hermano menor de Roland y se metía con facilidad en problemas por molestar a otros deliberadamente en frente de las autoridades del colegio y Nicolas que también pertenecía al mismo curso de Loren. A menudo buscaban pelea, pero Atka no era de naturaleza violenta y prefería esquivarlos, ignorarlos, si bien podía derribarlos de un golpe, pues para su edad, era alto y fornido.

    —Loren, deberías tener cuidado, en especial cuando regresas a casa en la tarde —le dijo Roland a la chica—, parece que hay lobos rondando cerca de tu casa.

    Atka lo miró, mientras la pareja que se había quedado atrás alcanzaba a Roland y al grupo.
    —No te preocupes Roland, los lobos no son tan peligrosos —dijo con cinismo—, son cobardes, tanto que para salir a cazar una sola presa necesitan salir en manadas.

    Roland frunció el ceño.
    —¿Qué me dijiste? —saltó hacia él, dispuesto a golpearlo, Loren se interpuso, intentando detenerlo, pero Roland la empujó, arrojándola al suelo.

    Enojado por la ofensa, Atka se abalanzó contra él, dispuesto a golpearlo, pero en el acto se detuvo, al sentir un filo y el olor de metal sucio. Una navaja amenazaba con cortarle el cuello.

    —Quédate quieto, príncipe hindú o te sacaré el otro ojo.

    Vino a su mente la imagen del carroñero sacándole el ojo y arrojándole de un peñasco, tramposo, sucio. Roland no era muy diferente.

    —Eres un cobarde, golpeas a Loren, pero necesitas de un arma para ponerte con uno de tu tamaño.

    Roland iba a clavarle la navaja, pero entonces vio en el cuello del muchacho una línea clara, irregular que se le dibujaba a lo largo de la garganta, aparentemente hecha con un objeto filoso.
    —Parece que esta no será tu primera vez, príncipe hindú.

    Él le clavó la mirada.
    —No es asunto tuyo —respondió impasible.

    Roland le asestó un puñetazo, empujándolo hacia atrás. Loren lo agarró del brazo y se puso deliberadamente frente a él.
    —Él tiene razón, eres un cobarde.

    —Vámonos Loren, Roland se ha equivocado.

    —¿Crees que me he equivocado, tuerto? —le espetó el tonto.

    El lobo lo miró sin decir nada.

    —¿Y ahora quién es el cobarde? ¿Por qué no peleas? —Richard levantó una piedra del suelo y se la arrojó—, tú, idiota, si eres tan valiente ven y pelea con mi hermano.

    Mientras iban rumbo a la clase, Loren se pegó a él para susurrarle.
    —No debiste haberle dicho que los lobos son cobardes, eso no es verdad.

    Él soltó un suspiro.
    —¿Debería mentirle a un extraño? Míralo, haciendo payasadas para llamar la atención, molestando a los que no pueden defenderse, escondiéndose con su pequeña manada. Es todo lo que tiene, no tiene nada.

    Roland se había quedado molesto, ya que ni Loren ni Atka solían oponerse a él y ahora que lo habían hecho, ni siquiera se dignaban a pelear. Tampoco le había gustado que le llamara cobarde y que le dijera que no tenía nada. Los demás alumnos del instituto no le decían nada por temor a ser atacados por todo el grupo, sin importar lo que él hiciera o dijera. Creía que eso debía ser suficiente para intimidar al muchacho extraño al que no soportaba, pero en seis años no había conseguido nada, sólo era ignorado, sin importar que lo insultara, lo golpeara, le gastara bromas o lo metiera en problemas. Atka simplemente parecía ignorar todo eso y Roland empezaba a hartarse.

    Durante el almuerzo, Loren se pasó mirando la bufanda.

    —Me queda bonita —dijo él.

    —Cuando Roland te amenazó, vi la marca de tu cuello.

    Él tragó el pedazo de carne que se había llevado a la boca.
    —Siempre la has visto.

    —Pero nunca me has dicho cómo te la hiciste. Fue cuando caíste, ¿verdad? Roland cree que te peleaste con alguien y saldrá repartir rumores.

    Él no contestó, pero no parecía preocuparle. Nada parecía preocuparle. Con frecuencia, Loren se deprimía por los exámenes o si tenía problemas con amigos, o incluso si algún muchacho la rechazaba. Él siempre estaba tranquilo, no se tomaba nada de modo personal, ni siquiera los golpes —simplemente pensaba que los demás estaban enojados con otros que eran más fuertes y por eso se desquitaban con alguien más débil— y a menudo la ayudaba a calmarse, aún cuando no dijera nada. A lo largo de esos diez años, ella también había aprendido a templar su carácter.
    A menudo, cuando tenía un problema, Loren simplemente corría hacia él y lo abrazaba, o se ponía a gritar y despotricar contra el mundo y él sólo la escuchaba hasta que ella estaba tranquila. Cuando ella no podía hacer alguna cosa, él intentaba ayudarla y cuando enfermaba, él siempre la velaba y le daba todos los cuidados, como si jamás se cansara de ella. Ella era de él, toda de él. Hacía mucho tiempo desde que se había invertido los papeles y ella había dejado de ser la dueña para convertirse en una especie de subordinada. Desde el punto de vista de él, ella era emocionalmente débil, por eso él se había convertido en una suerte de Alfa que la protegía cuando estaban fuera de casa. No era de extrañarse que hubiera reaccionado cuando Roland la había golpeado. Desde el punto de vista de Atka las mujeres merecían respeto, no debían ser golpeadas, sin importar lo que hicieran. La violencia de género no existía en su lenguaje y siempre parecía pasmado cuando veía estadísticas de violencia. Loren sin embargo pensaba que podían hacer una excepción con Rosemary, la amiga de Roland, que era extremadamente insoportable. A su querido lobo, esto no le hacía ninguna gracia, pues aunque solía ser muy divertido, jamás bromeaba con lo que creía que estaba mal. Loren lo admiraba por su elevada escala de valores y siempre aprendía mucho de él. Y él, por supuesto, se sentía orgulloso de poder enseñarle cosas. Hacía mucho desde que los roles estaban invertidos él no seguía a la familia de Loren, la familia de Loren había terminado por seguirlo. Tal vez siempre había estado solo porque su destino no era ser “seguidor”.

    Loren, sin embargo, no podía pedirle que “no fuera prepotente”. A diferencia de Roland, Atka se imponía ente los otros sin necesidad de la violencia. Y a diferencia de Roland, él sí tenía los pies sobre la tierra: entendía que eran las autoridades y los docentes quienes impartían las órdenes y establecían reglas y el cuerpo estudiantil debía atenerse a las mismas, les gustasen o no; entendía que los alumnos de cursos superiores debían ser respetados por los nuevos y, a su vez, debían servir de ejemplo. Atka rogaba que nadie siguiera el “ejemplo” de Roland… pero sus ruegos no eran escuchados, buena parte del cuerpo estudiantil tenía impresa en el cerebro la violencia, si no como agresores, al menos como espectadores o cómplices. Y eso le asqueaba.

    De todas maneras, él se sentía fuerte por sí mismo, no pensaba rendirse al estúpido liderazgo de su compañero de clase, ni tampoco enfrentarlo para tomar su lugar, pues no lo necesitaba. Su “manada” estaba bien con Loren, dos era un número cómodo y, para él, más de dos ya eran multitud. Y problemas.
    Y él no quería problemas con nadie, pues sabía que si se metía en aprietos, también Loren quedaría involucrada y ella no se merecí eso. El golpe que había recibido de parte de Roland comprobaba su teoría. Si fuera humano, de seguro la culpa lo estaría atormentando. La mueca de sonrisa se dibujó en su rostro.

    —¿De qué te ríes? —le preguntó ella.

    —Me alegro de que no hayas resultado lastimada.

    Ella se acomodó el negro y liso cabello.
    —¿De qué hablas? un idiota como ese jamás me habría lastimado.

    —No volveré a meterte en un lío como ese.

    —Oye, Atka, yo me metí porque quise.

    —No era necesario.

    —Lo era desde mi punto de vista.

    —Eso no importa —le restó importancia como siempre, pues no gustaba de discutir—, lo que importa es que no volverá a suceder.

    El resto de la jornada se sucedió sin novedades. Ellos recibieron el resultado de sus calificaciones en el último examen de ciencias y se oyeron algunas risitas de burla cuando Atka recibió la suya. Aunque baja, su calificación era aprobatoria. Nunca respondía muy bien en aquellas asignaturas que tuvieran números y cálculos como protagonistas principales, aunque eso no lo desvelaba. Su caligrafía tampoco era de lo más prolija y eso no le ayudaba.

    —En la próxima te irá mejor —lo animó Loren como todas las otras veces, mientras le daba una palmadita en la espalda.

    No pudieron evitar mirar hacia atrás al grupo de cuatro, que parecía muy molesto. Era casi un ritual que los que asistían a la escuela para hacer cualquier cosa, menos estudiar, se sentaran atrás. Roland tenía muy mala cara y maldecía por lo bajo mientras guardaba la hoja de su examen, notoriamente inconforme. Era evidente que no quería repetir otro curso.

    —Si estudiaras tanto como molestas a los demás, tendrías buenas calificaciones —le dijo Loren, aún enojada por el altercado de la mañana, pero el lobo le puso una mano en el hombro y la acalló.

    —Mantén cerrada esa linda boquita —contestó el tonto en un tono amable, que no por eso dejaba de ser amenazante, pero ella no se mostró intimidada y eso lo molestó más—. Tu novio tampoco es muy inteligente, por si todavía no te diste cuenta.

    Se oyeron varias risas, pero Atka no pareció darse cuenta.
    Se había armado un revuelo en el salón de clases y la profesora debió calmarlos a todos, antes de dar las últimas tareas del día.

    La última clase del día era de gimnasia y, a diferencia de la clase de ciencias, Atka se defendía bien. Era ágil, rápido, resistente y tenía buenos reflejos, además, al contrario de lo que muchos podrían pensar, disfrutaba mucho de aquellas disciplinas en las que debía trabajar en equipo, como los juegos de pelota y las carreras de relevos pero, por otra parte, tomaba a aquellas disciplinas como lo que eran: juegos, ejercicios. Recordaba, por ejemplo, el tiempo en que era cachorro y Loren jugaba con él lanzándole una pelota y él debía atraparla o buscarla. De eso se trataba.

    —El momento de retribuirte la ayuda con la tarea de Ciencias —le decía él a menudo.
    Al comenzar a ir a la escuela con ella, descubrió que no era tan buena atrapando la pelota como lo era lanzándola, así que los papeles se invertían y él la ayudaba, defendiendo el puesto y haciendo la mayoría de las jugadas porque, más que intentar atrapar la pelota, lo que Loren hacía era huir de ella. Él no denotaba risa, pero Loren sabía que, en su interior, se reía de ella. Se conocían demasiado el uno al otro y él era muy simple de entender.

    Muchas veces le habían pedido a Atka que formara parte de los equipos de competencia intercolegiales, pero muy a su pesar había tenido que declinar pues, si llegaban a realizarle análisis, descubrirían la verdad sobre él y eso sería malo.

    Durante el juego, era el único momento en que lo alababan en lugar de agredirlo… pero al salir del gimnasio, se olvidaban de todo eso y los alumnos volvían a ser los mismos de siempre. Era como entrar a una especie de universo paralelo por algunos minutos. En esos minutos él era feliz y era todo lo que importaba, no le preocupaba para nada lo que pensaran los demás.

    —Miren cómo camina —comentó Roland la cabeza de su grupo de cinco, mientras caminaba detrás de Atka y Loren—. Se pavonea sólo por haber ganado un mugroso partido de voleibol.

    El grupo se rió a pesar de que ninguno de los dos aludidos hacía ni decía nada en especial. Por lo general, la burla acababa cuando ambos atravesaban fuera la valla del instituto, pero no era el caso del grupo de Roland. Él había convertido en una pelota de papel el examen de ciencias con su resultado y jugaba con ella.

    —Que la atrape, si es tan bueno —sugirió su hermano menor.

    —¡A ver si esto te recuerda tus demás calificaciones, hindú! —le gritó el tonto, arrojándole la pelota directo a la cabeza.

    Él hizo rápidamente la cabeza hacia un lado, simplemente esquivando la pelota de papel.

    —Protege el medioambiente idiota, no arrojes basura —le dijo Loren, volteando por un momento y sacándole la lengua.

    Al tonto no le agradó nada aquella burla.
    —Ya veo por qué pierdes el tiempo con un retrasado mental, Loren. Ella también está loca.

    El grupo comenzó a reír a toda voz.

    Atka se paró en el acto, con los ojos muy abiertos, no daba crédito a lo que acababa de oír. Podía aguantar lo que sea, que se le burlaran, que lo golpearan, pero no estaba dispuesto a soportar que insultaran a su Loren. Frunció el ceño y volteó hacia el grupo.

    Al ver la cara de Atka, ellos palidecieron, con los rostros desencajados, gritaron de espanto y huyeron tan rápido como podían, dejando a Roland solo. No era un buen líder, no había podido mantenerlos a su lado, ni defenderles. Quedó paralizado y no pudo reaccionar.
     
    • Me gusta Me gusta x 1
  2.  
    surisesshy

    surisesshy Usuario popular

    Escorpión
    Miembro desde:
    18 Febrero 2008
    Mensajes:
    610
    Pluma de
    Escritora
    Me encanta tu nuva historia y me gusta que lleven siempre un personaje fuera de lo "común" por eso tus fanfics son tan buenos XD.

    Gracias por la invitación, me intriga qué cara puso Atka para que quedarán así, ¿acaso una de lobo? mjor y no saco concluciones antes de tiempo.

    Espero el siguiente capiulo, de nuevo gracias por el aviso, sabes que me encantan tus historias ;) bey.

    PD: No te olvides de tu fanfic "The Legacy" please, de verdad lo extraño.
     
    • Me gusta Me gusta x 1
  3.  
    Asurama

    Asurama Usuario popular

    Cáncer
    Miembro desde:
    21 Octubre 2008
    Mensajes:
    648
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Amarok
    Total de capítulos:
    5
     
    Palabras:
    3317
    La leyenda del Blanco y el primer contacto

    Un dolor ardiente se coló en sus vías respiratorias, al tiempo que intentaba reprimir el dolor del golpe que se había dado en la cabeza ¡iba a ahogarse! ¡iba a ahogarse mientras las olas lo seguían golpeando y cubriendo! Reaccionó por puro instinto de supervivencia e intentó salir del agua y subir nuevamente a las resbaladizas rocas de las que había caído. Pero en ese mismo instante, sintió un fuerte dolor justo tras la nuca. El carroñero. Seguía ahí.
    Ahora sí estaba al borde de la muerte, ahora sí podía matarlo a picotazos y él no podría defenderse. Intentaba por todos sus medios evadir los ataques, golpearlo, pero no podía, ya que, al moverse, corría el peligro de resbalar de la roca y volver a caer. No importaba qué tan fuerte se sujetara, si seguía siendo atacado mientras permanecía en esa mala posición, volvería a caer y tal vez no soportaría otro golpe.
    Y el dolor, el dolor en su ojo era enorme, podía sentir el olor de su sangre más fuerte que nunca, la sangre le nublaba la vista, no podía mantener los ojos abiertos, no podía ver nada, solamente su olfato le indicaba en qué lugar se encontraba y la situación por la que estaba atravesando. Jamás antes había estado tan asustado. En medio de la desesperación, dio un salto y logró subir a aquella roca, resbaló hacia delante y cayó sobre otro lecho de roca, se escabulló entre las ramas de un árbol petrificado por la sal marina y corrió, mientras el ave lo seguía de cerca.

    —Sí, mocoso, huye —se burló el pajarraco—. Huye lo que quieras, no podrás escapar ahora.

    Él sólo pudo maldecir para sus adentros.

    —Mírate, estás lleno de heridas y ni siquiera eres capaz de ver el lugar hacia el que te diriges —seguía regodeándose el ave, al tiempo que se arrojaba para darle un picotazo en el lomo—. Vas a morir muy pronto, debiste haber soltado ese pájaro, sí que debiste.

    —Entonces ve a comerte a ese pájaro y déjame a mí en paz —murmuró jadeando, sin detenerse a ver a su perseguidor.

    —Mocoso insolente ¿cómo crees que voy a comerme a un pájaro?

    —No es asunto mío.

    —¡Claro que es asunto tuyo! —emitió un fuerte sonido y cargó contra él.

    La espesura aún estaba lejos y ya casi no podía ver nada y una segunda ave había llegado tras la primera. No quería morir así, no estaba listo para morir. En su mente, vio la imagen de su padre, el de rojizo pelaje, burlándose de él, de lo débil que era y de lo poco que había aguantado. ¿Cómo se atrevía a burlarse de él si lo había abandonado? ¿No era culpa suya que estuviera atravesando todo eso? ¿Por qué se seguía burlando? ¿Por qué no se callaba de una vez?

    Pero se había equivocado, la burla no era de su padre, se trataba de aquellos que lo perseguían por verlo al límite de sus fuerzas. Estaban seguros de que él no llegaría muy lejos. Su padre no estaba ahí, la agonía debía de estar volviéndolo loco, pero en lo único que podía pensar ahora era en llegar a su refugio, no tenía otra opción.

    —Maldito mocoso, deja de correr, pronto te convertirás en mi cena.

    El lobezno seguía corriendo aún sin mirar a dónde y no pudo evitar chocar con un árbol, en seguida se recuperó y volvió a la carga, pero tropezó con una raíz. Pudo sentir que las dos aves se arrojaban sobre él al mismo tiempo y evadió de un salto la raíz, evitando el golpe que podría haber sido mortal. Cruzó por unos matorrales y se llenó de espinas y de cortadas, cayó en una charca de lodo y siguió el camino más recto posible a su refugio. Cuando pudo olerlo, saltó sin pensarlo y cayó dentro, consiguiendo esquivar a los pájaros. Uno de ellos se paró al borde de la madriguera y, con el pico y garras, comenzó a escarbar en el agujero, intentando entrar. El niño, aterrado, lo golpeó con las patas y logró arañarlo y hacerlo retroceder. Pero el ave no se rindió y volvió a intentar entrar. Ambos, el lobezno y el ave, comenzaron una pelea que acabó en pocos segundos cundo él pudo cubrir nuevamente la entrada con tierra y así ocultarse.

    Ahora, con los ojos cerrados, su mundo se había vuelto oscuro y sus únicas conexiones con el exterior eran su oído y su olfato. Se acostó en el frío suelo mientras respiraba agitadamente, intentando recuperarse. Su corazón retumbaba como un enloquecido tambor. No solamente había perdido su presa y su ojo, ahora estaba lleno de heridas y de sangre, convertido en piel y huesos y a punto de volverse loco. ¿Cuánto resistiría? ¿Podría recuperarse? ¿Cuánto tiempo le tomaría?
    Comenzó a desear que los carroñeros desaparecieran, el tiempo comenzó a correr con más lentitud hasta que las amenazas por fin se fueron.

    De pronto, una horrible sensación le invadió la garganta, comenzó a toser una y otra vez, su cuerpo intentaba expulsar el agua salada que había tragado al caer de ese peñasco. Todo su cuerpo se resintió. Quería huir, huir de sí mismo, de su cuerpo, de su sufrimiento, pero no podía hacerlo, estaba allí atrapado, presa de sus propias limitaciones, sus miedos, sus inseguridades, sus fantasmas y la certeza de que el mundo era cruel y en cualquier instante podría morir. Entonces, los carroñeros regresarían a por él y esta vez sólo dejarían sus huesos y su sangre. Por primera vez en su vida, se comparó con aquellos animales que había tenido que matar para alimentarse. Su estómago protestó. ¡Moriría de hambre! En su actual estado no podría cazar nada, debería alimentarse con lo que encontrara… ni bien pudiera moverse.

    Su cuerpo estaba ahora paralizado y sus músculos agarrotados por la tensión que había tenido que soportar. Jamás había corrido tanto. El cansancio sobrevino acompañado de un sueño intranquilo y lleno de monstruos. Gritó, pidió auxilio, pero nadie acudió en su ayuda. Era espantoso estar solo y sufrir, pero su vida era esa. Debía soportar porque no tenía otra opción.
    Los días pasaron lentamente uno tras otro, mientras sus heridas se curaban. En otras oportunidades había podido apreciar cómo el sol ascendía y descendía por el cielo, trayendo consigo la luz y llevándose la oscuridad. También había podido oír el sonido del agua, el lejano sonido del mar, los árboles meciéndose con el viento, el trinar de las aves, todas diferentes entre sí, el sonido de pequeños animales corriendo, sus agudas voces…
    Pero ahora, estaba aislado.

    Una noche, un ruido cerca de él lo despertó, un pequeño animalillo había entrado a su madriguera y se arrastraba por el suelo. Era rápido y hacía pequeños sonidos. ¿Un ratón? Estaba muerto de hambre y tenía allí un ratón, eso sería más que suficiente. Sin pensarlo y guiándose por el olfato, saltó una y otra vez persiguiendo por la madriguera al escurridizo roedor hasta que, finalmente, logró capturarlo. Disfrutó del sabor como si fuera esa la última vez que comía, no estaba seguro de cuándo podría volver a hacerlo. Su primer alimento en días supo a paraíso. Al pasar los días, las ratas seguían invadiendo, seguramente atraídas por el olor de su sangre. Eso fue bueno, le ayudó a sobrevivir.
    Mientras el tiempo pasaba, sus heridas sanaban curiosamente rápido y el dolor de sus golpes y heridas iba mitigándose, sin embargo, la vista en su ojo izquierdo no regresaba y era el único sitio de su cuerpo donde el dolor persistía.
    Tiempo después, finalmente pudo salir al exterior y lo primero que hizo fue estirar las patas y desperezarse. Sintió la brisa y se llenó de los sonidos y olores. Por fin comenzaba a sentirse libre de la prisión que le suponía su propio cuerpo. Se miró a sí mismo. Estaba sucio, lleno de lodo, tierra y sangre seca y su pelaje estaba apelmazado. Aquello le molestó, sí que fue hasta la Playa, en un sitio tranquilo, se metió al agua y poco después volvió a salir. Finalmente, se limpió restregándose contra la hierba y le alivió ver que los carroñeros parecían haberse marchado, tal vez ya no lo perseguirían o tal vez habían encontrado algo mejor que él.
    Aún no se sentía listo para cazar o pescar, así que persiguió algunos ratones y aves pequeñas, se comió huevos que encontró en nidos abandonados y también bayas de diferentes arbustos, aunque algunas no supieran demasiado bien. Al menos se sintió aliviado de saber que existían otras formas de sobrevivir además de cazar y pescar.
    Cuando se sintió fuerte, abandonó aquel lugar y corrió nuevamente hacia el sur, conociendo así nuevos territorios y mejorando en la caza y la búsqueda de alimentos. Al principio había lamentado la pérdida de su madre, pero se sintió bien al saber que podía sobrevivir sin ella y sin su padre.
    En un momento de su ceguera, había visto en sus sueños la Luz, un brillo impresionante que jamás había visto ni siquiera en el sol. Y por un momento creyó que moriría, pero luego entendió que aquel no había sido un mensaje de muerte, sino uno de vida. Tal vez, la vida le probaba para saber si era los suficientemente fuerte para sobrevivir por sí mismo. Tal vez, la vida ponía a prueba a todos, incluso a aquel pajarraco sucio y tampoco. Instintivamente supo que aún le faltaba afrontar muchas cosas antes de que superara aquella prueba ¿qué le esperaba más adelante en su camino? ¿Por qué sentía la imperiosa necesidad de viajar hacia allí? Sabía que había allí algo especial, aunque aún no pudiera verlo. Sus ansias de llegar eran mayores que todos sus miedos, dudas e inseguridades. Lo que había allá en el horizonte, sin dudas era mejor que todas sus dudas y tenía que comprobarlo por sí mismo.

    Cuando llevaba unos cinco días de viaje, sintió una presencia cerca de sí, un olor familiar, pero la vez desconocido, que lo desconcertó. El olor y la curiosidad lo atrajeron hacia unos matorrales. Cuando se inclinó a ver, una criatura negra le salió al paso con un salto y él retrocedió asustado, con el rabo entre las patas, las orejas gachas y los colmillos al descubierto.

    —Lo siento ¿te asusté? —se burló el extraño.

    El lobezno miró sorprendido, abriendo mucho los ojos. El que estaba frente a él era un lobo todo negro, que tenía una marca en el lado izquierdo de la cara ¡y le faltaba el ojo izquierdo! La sorpresa lo sacó de su estado de alerta y lo hizo quedar boquiabierto.

    —¿Qué miras? —murmuró el lobo negro entre dientes, aparentemente ofendido.

    Él bajó la vista en el acto.
    —Na-nada, señor.

    El extraño se quedó un rato viendo el ojo herido del niño.
    —Pensé que encontraría un rival aquí, pero sólo se trata de un pobre niño iluso y perdido —soltó en tono despectivo y le gruñó.

    El lobezno volvió a su estado de alerta y le mostró los colmillos.
    —No soy lo que usted piensa.

    —Sí, eso es lo que veo.

    —¿Eh? —el niño estaba confundido.

    —Al verte a lo lejos, pensé que eras el Blanco, el de la leyenda —se irguió, mostrándose superior a él—, pero veo que sólo eres una basura.

    Él ignoró el insulto.
    —¿Leyenda? No sé de qué me estás hablando.

    —No son muchos los que cazan en solitario. Pero tú me recuerdas mucho al del pelaje rojo, te pareces a él.

    El lobezno volvió a abrir mucho los ojos, su padre tenía el pelaje rojo ¿conocería este extraño a su padre?
    —Nunca vi a un lobo tan raro antes, ni tan antisocial. Él no era de aquí, era de un sitio muy lejano, dijo que le habían traído los humanos —se burló nuevamente al ver la cara de desconcierto del niño.

    —¿Los humanos? ¿Y esos qué son?

    —Son monstruos —mostró los colmillos por unos momentos—, monstruos de dos patas y sin pelo que nos matan sin razón alguna.

    El niño no podía creer ni concebir en su mente lo que estaba oyendo, pero sonaba terrible. Esos monstruos de los que le había hablado su padre, los que se habían llevado a su madre. ¿Acaso también podrían llevárselo a él?

    —No les tengo miedo —negó enérgicamente.

    —Pues deberías. Los humanos usan fuego y palos para cazarnos. Yo que tú no iría al sur —se acercó deliberadamente a él para poder luego hablarle al oído—, es a donde van los monstruos y… quien sabe… pero el del pelaje rojo jamás regresó de allá.

    El lobezno se quedó con los ojos muy abiertos. ¿Los monstruos podrían haberse llevado a su padre también? Le flaquearon las patas, pero se controló, mientras el lobo negro volvía a burlarse.

    —A menos que fueras el Blanco, no podrás enfrentar ni cazar a los monstruos tú solo —dijo el viejo.

    —¿Qué es el Blanco?

    —El más fuerte y grande, y el único capaz de engañar a los humanos, pero mírate —lo menospreció—, tienes el pelaje oscuro y eres tan pequeño como una rata. No hay forma de que tú seas el Blanco —burlándose, aquel viejo se perdió hacia el noreste con paso veloz.

    Aterrado por la idea de los monstruos, se quedó paralizado. No podía seguir en esa dirección, iría camino de su muerte si lo que decía ese viejo era verdad. Frunció el ceño.
    —Nada gano con quedarme aquí —miró una vez más en la dirección en la que se había ido el viejo, dejando un rastro—. Si puedo o no sobrevivir a los monstruos, tendré que averiguarlo, no me importa no ser el Blanco —así, continuó con su viaje.

    Mientras más corría hacia el sur, más rumores escuchaba, nadie iba en esa dirección, por temor a las manadas de monstruos, que al parecer eran numerosas. Todos preferían esconderse. En algunas oportunidades volvió a oír hablar del Blanco. Todos parecían temerle incluso más que a los monstruos, pero eso sólo hizo que deseara conocerlo. Ver con sus propios ojos a aquel que era capaz de vencer a los monstruos solo y sin ayuda. En la noche, soñaba con el Blanco y le parecía maravilloso, casi un dios. Y por alguna extraña razón, le resultaba… conocido.

    —El Blanco, El Blanco… ah, todos creen que es el único capaz de sobrevivir sin manada —saltó de unos matorrales llevando en la boca a una perdiz que había atrapado—. Ni siquiera lo intentan.

    Tenía una relación de amor-odio con esa leyenda. Por un lado admiraba a aquel lobo tan poderoso, del que sólo había oído rumores, pero por otro lado, creía que aquellos rumores apuntaban a volver cobardes a quien los escucharan. Si incluso un niño como él podía sobrevivir ¿cómo no podrían los demás? Ahora tenía mejor aspecto que al principio y se había vuelto más hábil para cazar y evadir depredadores y competidores. En varias oportunidades se había cruzado con glotones, zorros y otros animales extraños y había entendido que el mejor modo de sobrevivir era pasar desapercibido y no meterse en problemas con otros. Si alguien instaba a la pelea, ya fuera por territorio o por comida, él simplemente cedía, sin importarle que pudieran tratarle de cobarde. Ya estaba acostumbrado a ser menospreciado por su baja altura y su ojo herido.
    Tal vez, él no era el Blanco, pero estando solo se encontraba perfectamente bien… o al menos eso se decía a sí mismo.
    Cierta noche, mientras buscaba un sitio donde dormir, sintió el olor de una criatura acercándose, era la primera vez en su vida que sentía un olor tan extraño, así que se acercó a ver, pero se alarmó al darse cuenta de que se trataba de criaturas enormes, así que al instante retrocedió y decidió salir de allí, pero en su estado emocional sus patas hicieron ruido, alertando de su presencia a las criaturas, que se acercaron a él, sin darle tiempo a huir.

    El lobezno miró hacia arriba. Eran unas cosas muy feas, caminaban en dos patas, no tenía nada de pelo, traían palos extraños y brillantes y llevaban encima algo que parecía piel. Los monstruos. Eran los monstruos de los que tanto había oído hablar, los asesinos de su madre. Jamás había imaginado que fueran así ¿Y ahora qué debía hacer? Le temblaron las patas y cayó pegado al suelo. ¿Cuándo y cómo se había adentrado tanto en su territorio y sin darse cuenta?
    Deseaba ser el Blanco, deseaba ser el Blanco para poder matar a los cuatro humanos y salir de allí antes de que vinieran los demás, estaba realmente aterrado. Pegó la cola al cuarto, plegó las orejas y gruñó, con la pelambrera del cuello erizada. De todos modos, no podía hacer mucho, estaba rodeado, sólo podía esperar morir. ¿No podía alguien ayudarle? Pero los demás animales habían sido más listos que él y habían huido o se habían ocultado. ¡So estúpido! ¡Ahora lo pagaría caro!
    Los monstruos hablaron entre ellos, pero él no pudo entender lo que decían, uno de ellos estiró la mano hacia él pero el lobezno soltó una dentellada.

    —¡Aléjense de mí, malditos desgraciados! —pero dudaba mucho que ellos pudieran entender sus palabras, de hecho, volvieron a intentar agarrarlo, pero él siguió mordiendo y consiguió herir a uno.

    Uno de ellos lo golpeó con un palo y él se quedó en el suelo, gritando y retorciéndose de dolor. En medio del sufrimiento, escuchó que uno de los humanos le gritaba al que acababa de golpearle ¿lo estaría regañando? Como no pudieron levantarlo, le pusieron alrededor del cuello algo largo y fino, parecido a una serpiente y lo arrastraron con ellos. Al principio, el lobezno intentó resistirse, pero los monstruos tenían mucha más fuerza y amenazaban con pegarle con el palo, así que cedió y los siguió. No sabía a donde lo llevaban, ni qué le harían, tan sólo esperaba que fuera rápido y lo menos doloroso posible.
    Cuán fuerte debía ser el Blanco para poder vencer a estas cosas sin ayuda de nadie ¡ojalá algún día pudiera ser así de fuerte!
     
  4.  
    surisesshy

    surisesshy Usuario popular

    Escorpión
    Miembro desde:
    18 Febrero 2008
    Mensajes:
    610
    Pluma de
    Escritora
    Así que eso pasó con él, ya me tenías en la duda de ver como se safó de esa muerte segura, defiitivamente, para ser cachorro es muy fuerte, me encanta ese matiz tan oscuro lleno de verdades que llevas, pintas la vida como es, cruel y dura, con todos sus males y defectos, ahora no espero por ver qué pasará con este pequeño lobo.

    Esperaré el siguiente capitulo con ansias, bey.
     
    • Me gusta Me gusta x 1
  5.  
    Asurama

    Asurama Usuario popular

    Cáncer
    Miembro desde:
    21 Octubre 2008
    Mensajes:
    648
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Amarok
    Total de capítulos:
    5
     
    Palabras:
    6821
    La niñita llorona y el lobo que se quita la piel

    Había olores de todas clases a su alrededor, no solamente de los monstruos. Algo olía delicioso y quería probarlo, cerca de él había aves y todo tipo de animales, todo tipo de voces. De repente, unas voces parecidas a la suya comenzaron a gritar.

    —Saquémoslo de aquí.

    —Es peligroso.

    —Al líder no le importará si lo descuartizamos.

    Tardó en entender que se estaban refiriendo a él, pero entonces, se alarmó y se le erizó la pelambrera del cuello, como una advertencia. Se encontró parado junto a una madriguera rara, que parecía estar hecha de troncos apilados uno encima de otro en una forma muy curiosa. En el interior de la madriguera, había un fuego muy brillante pero, milagrosamente, ésta no se quemaba, ni tampoco los monstruos que podía oler adentro. Era un fuego que no desprendía olor, ni humo.
    Junto a la madriguera, atados a unos troncos extraños, había tres criaturas peludas, más altas que él, que andaban a cuatro patas. Se parecían a lobos de manto negro, pero no olían como lobos y no eran como él, ni siquiera como sus padres o el viejo que había conocido. Todos le gruñían y le mostraban los colmillos, con las colas extendidas y las orejas gachas. Estaban listos para saltarle encima. Eran ellos los dueños de tan horribles palabras y tan cruda hostilidad.

    —¿Escuchaste niñato? ¡Te vamos a sacar la mierda!

    Tres contra uno no era muy justo y, aunque ellos estaban amarrados, eran muy grandes y tal vez podían romper las ataduras. Se asustó, pero intentó ocultarlo, devolviendo el gesto también con gruñidos.
    —Malditos cabrones, ¡no me voy a quedar aquí parado!

    —¡Para tu tamaño, tienes la boca muy grande, mocoso!

    —Deberían meterse con uno de su tamaño —protestó.

    —Y tú deberías irte de nuestro territorio y volver por donde viniste —le gritó otro.

    —No vine aquí porque quise —miró a sus captores— ¡los monstruos me trajeron!

    —¡Blasfemia! —le ladró uno de ellos— ¡no llames monstruos a los líderes!

    El niño se apocó, quedó empequeñecido, pegado al suelo, confundido y anonadado.
    —¿Líderes? —¿no se suponía que eran asesinos despiadados? ¿realmente eran los líderes esas criaturas tan extrañas? ¿Y por qué no? Eran más grandes y aparentemente más fuertes—. No quiero que ellos sean mis líderes, quiero ser libre, ¡me niego! —gruñó sin levantarse del suelo.

    —Mocoso, echa un buen vistazo a tu alrededor, no tienes opción —le trató con brusquedad uno de los perros.

    Los tres viejos se callaron cuando uno de los líderes lo ordenó.

    Él miró a su alrededor, no sabía en donde estaba justo ahora, estaba rodeado de enormes y extraños objetos y de criaturas que eran más grandes que él y también más numerosas. Y gritaban feo, no quería saber cómo debían ser sus mordidas. No tenía muchas oportunidades de ganar y escapar, no tenía opción. Él también se tranquilizó al oír la misma orden y los siguió temeroso y sin decir nada.

    El que parecía el líder de todos ellos lo levantó sin dificultad y lo metió en una de esas madrigueras. Allí, vio que la bola de fuego que no quemaba estaba en realidad suspendida del techo de la madriguera. Le quitaron la cuerda de cuello, pero lo sujetaron con fuerza de las orejas y el borde del rostro. El líder parecía tranquilo, pero los demás se encontraban muy nerviosos y la sensación de miedo que le transmitían auguraba algún acontecimiento penoso ¿Qué iban a hacerle?
    El líder trajo algo en la mano, parecía una piel blanca, de pelaje muy corto y estaba embebida en algo de olor fuerte y asqueroso. Se la aplicaron sobre el ojo que le había quitado el carroñero y sintió un dolor punzante imposible de ser explicado. Se quejó, forcejeó e intentó soltarse, pero no lo consiguió. Cuando el dolor se detuvo, sintió que tenía sobre el ojo algo de textura agradable, aunque intentó quitárselo, pero no pudo. Después de tanto estrés, le sobrevivo un gran cansancio físico y mental que lo sumió en un profundo sueño.

    Cuando despertó, aún estaba en la madriguera de troncos, a través de un hueco en el techo de la misma, pudo ver que era de día. Se hallaba recostado sobre algo semejante a un gran, cómodo y suave nido de paja, pero éste no tenía olor de ningún ave. En un rincón de la madriguera, dormían los tres viejos que le habían gritado la noche anterior. Aún tenía esa cosa sobre el ojo y una vez más intentó quitársela, pero no pudo. Ya no le molestaba el dolor que había sentido al comienzo.

    —Oye, viejo —llamó a uno de los tres y éste entreabrió los ojos, soltó un largo bostezo y luego lo miró—. Viejo, ¿a ti también te trajeron aquí?

    —Sí, cuando tenía más o menos tu edad —contestó adormilado.

    —Pero no hicimos tanto escándalo como tú —dijo el que estaba al lado, despertando lentamente y estirándose.

    —Hacías tanto escándalo que creíamos que el líder te estaba cenando —se burló el tercero.

    Pronto, el líder entró y le dejó en frente un objeto extraño sobre el que había un trozo de carne fresca. Al principio el lobezno se hizo hacia atrás, esperando un engaño, un movimiento falso por parte del líder o un nuevo dolor, pero nada de eso pasó. Se levantó de la cesta con cautela y lo olió. Era un trozo de carne que no tenía nada de especial y su sabor era dulce y picante. Los viejos, en cambio, comían algo que parecía huesos triturados, pero a simple vista no era muy apetitoso.

    —Mierda que te tratan bien, niño —le dijo uno de los viejos.

    —Pero cuando tengas nuestra edad, comerás esto, te amarrarán a la cerca y dormirás afuera —le advirtió otro— y deberás avisar si algo anda mal y hacer todo lo que el líder te diga.

    —Y más te vale no intentar escapar —agregó el otro.

    De inmediato, sintió el impulso de escapar por la entrada, pero se detuvo al sentir algo alrededor de su cuello. Le habían puesto una correa de la que intentó zafarse, pero no importó cuanto tirara o qué hiciera, no lo consiguió.

    —Olvídate de eso, mocoso —le dijo uno de los viejos.

    Miró su carne a medio comer, no había necesitado cazar, sino que el líder le había traído el alimento, como antes hacía su madre y la madriguera donde se encontraba era cómoda, amplia. Podía probar quedarse ahí por un tiempo, pero la promesa de la libertad seguía empujándolo a intentar huir, sin importar cuánto lo regañaran los viejos o los líderes y sin importar lo cómodo que estuviera.
    Al vigésimo día, se dio por vencido. La correa era fuerte, la cabaña, acogedora, la cama suave y la comida deliciosa. El líder era bueno en lo que hacía y comenzó a agradarle en cierto modo. Se tumbaba en el suelo y esperaba una orden de él. A veces, el líder incluso jugaba con él, suscitando los celos de los tres viejos.

    Un día, el líder le quitó la correa, dejándole solamente el collar, también le quitó la cosa que tenía sobre el ojo izquierdo y ahora, se sentía mucho mejor, como si esa cosa lo hubiera ayudado a sanar. Contento, se sentó y esperó una orden. Sorprendido, observó cómo el líder le llamaba con sonidos y gestos. Tardó un buen rato en darse cuenta de que ya nada lo ataba y corrió hacia él, saltando y haciéndole fiestas ¡deseaba poder jugar con él libremente! Curiosamente, ya no veía la necesidad de huir, se había acostumbrado a este lugar y sentía que pronto no necesitaría de otro sitio, porque ahora su territorio era este y empezaba a aprender muchas cosas que suscitaban su curiosidad ¡aquí no había peligro!

    A veces se aburría allí, porque los viejos eran cascarrabias por el sólo hecho de ser viejos, no querían jugar con él y a menudo lo regañaban, pero eso cambió un día en que el líder llegó acompañado de una versión en miniatura de sí mismo ¿un cachorro de humano? Los viejos se refirieron a la criaturita como “la niña del líder”.

    —¿Es él, abuelito? —preguntó la pequeña de siete años, muy entusiasmada y eso alertó al cachorro, que se hizo hacia atrás, con las orejas gachas y el rabo entre las patas.

    —Sí, Loren, lo vas a tratar bien, ¿verdad?

    —Claro, abuelito ¿Tiene nombre?

    —¿Qué te parece… Atka?

    Atka significaba “espíritu guardián” en idioma de los naturales del norte.

    Ella se agachó y se acercó a mirarlo sin miedo, a pesar de las advertencias de su abuelo. Con lentitud y curiosidad, él fue estirando el cuello para ver de cerca a la extraña niña. Hubo entre ellos una conexión instantánea, esta no era como los otros humanos, algo era diferente en ella… y Loren sabía que había algo de especial en ese cachorro gris de patas enormes, que no era un perro.

    Él le dio un lametón en la nariz y ella, sorprendida, se hizo hacia atrás y rió divertida. La risa asustó al lobezno, pero en seguida la curiosidad volvió y los hizo acercarse.

    Ella miró a sus ojos, uno era dorado, de mirada penetrante y viva y el otro era completamente blanco y vidrioso.
    —¿Qué le pasó en el ojo, abuelo?

    —No lo sé —le contestó el hombre—, debe haberse lastimado con algo en el bosque, lo traje aquí y lo curé, estará bien, pero verá con un solo ojo y sería difícil que sobreviviera solo allá.

    —¿Puedo jugar con él? —preguntó esperanzada.

    —Ten cuidado, Loren, podría morderte…

    Pero el lobezno y la niña ya se estaban tocando sin ningún tipo de problemas. Los perros ladraban por atención y hacían un gran escándalo, así que el hombre le soltó la correa y permitió que Loren se lo llevara afuera para jugar, con una notoria queja de la niña de “estás muy pesado, tendrán que ponerte a dieta”.

    Ese fue el día más divertido que el lobezno tuvo nunca y aprendió muchas cosas. En la noche, estuvo de regreso en casa y se entristeció cuando Loren se fue… ¡pero por suerte, ella regresó varios días más tarde! ¡Siempre regresaba!
    Él ignoraba a los viejos cuando éstos le decían que, al crecer, ella se olvidaría de él ¡Tenían que ser patrañas! ¡Ella simplemente no podía olvidarlo! ¡Ella también se divertía mucho a su lado!

    En los siguientes días, su curiosidad le permitió conectarse con los humanos, mientras las diferencias entre ellos se acentuaban. Ellos decían “Atka” cuando se referían a él o lo llamaban y pronto entendió que su nombre era ese, acudiendo rápidamente al llamado. También, decían “comer” o “cenar” cuando le traían la carne, a veces cruda, a veces cocida y otras veces, unos trocitos de huesos salados que le resultaban deliciosos. La hora de la comida era siempre la misma y la esperaba con paciencia. Pronto, le permitieron estar sentado en un rincón de la casa, pero aprendió que no podía acercarse a ellos hasta que lo llamaran para comer. También, le daban premios y cosas extrañas y bonitas con las que jugar cada vez que aprendía a hacer algo. “Siéntate” significaba que debía sentarse, “ven” era un llamado y también podían llamarlo emitiendo un aullido de sonido estridente y agudo, parecido a un fuerte trinar de pájaros que, para ellos, era “silbar”. “Alto” significaba que debía quedarse quieto y no moverse hasta recibir otra orden. También le daban premios por no aullar, pero a veces, simplemente no podía contenerse ¡tenía que cantarle sin freno a esa noche estrellada! La orden que le impartían era “silencio” y se veía obligado a obedecerla, pues no quería ofenderlos. Se asustaba cuando le gritaban, pero el líder nunca le gritaba, solamente lo hacían los otros humanos, los que no le querían, los que le tenían miedo, aquellos que no le tenían paciencia. Personas detestables en las que no podía confiar. En el líder, en cambio, podía confiar siempre y también en su familia, en especial la niña, que era por demás afectuosa ¡no podía esperar a que ella reapareciera para jugar! Todos se referían a ella como “Loren” y pronto aprendió que su nombre era ese.

    A menudo, intentaba repetir todos esos sonidos que escuchaba, pero sólo conseguía emitir sonidos guturales que rara vez se le asemejaban.

    —Di “Atka” —murmuraba la niña, sentada con las piernas cruzadas frente a él.

    Aauuu-gaah… —soltó el gruñido.

    —At-kaaaa —volvió a repetir ella.

    Aaah-gaaah —intentaba él de nuevo, creyendo que lo hacía bien.

    Ella reía con ganas.
    —At-kaaaa —repitió Loren de nuevo.

    Aaah-gaaah —comenzó a saltar alrededor de ella y se paraba en dos patas para alcanzar su altura. Su instinto era jugar a mordidas, pero los humanos le habían enseñado a no morder. No seguían jugando si él mordía y otras veces lo golpeaban en el lomo, pero sin violencia, sino más bien como una severa advertencia. Además, había aprendido a conocer y diferenciar perfectamente un tono simpático de un tono severo. Tal vez no entendía todo lo que decían, pero sí que comprendía lo que querían decirle. Con el líder no podía hacerse el tonto.

    Le gustaba que ella lo abrazara y lo acariciara, en especial, disfrutaba que le tocara la cabeza y le cepillara el denso pelaje, todas esas sensaciones le producían placer y estaba dispuesto a cumplir cualquier orden con tal de recibir un toque. Cada vez que Loren lo tocaba, él le daba en retribución unos cuantos lametones. Por el contrario, era esquivo con aquellos que no pertenecían a la familia y permanecía lo más retirado posible de ellos, escondido incluso, sin emitir sonido alguno, salvo que sintiera que el líder, o Loren u otro de la familia estuviera en problemas. Entonces, su reacción no sería nada pacífica.

    Le gustaba comer de la mano de Loren y jugar con las varas y pelotas que ella le lanzaba, aunque de vez en cuando, se aburría. El prefería, por ejemplo, salir a correr con ella, aunque pronto entendió que dos patas no eran tan rápidas como cuatro y que ella se cansaba en seguida y nunca conseguía atraparlo, así que de vez en cuando, se dejaba atrapar. También comprendió que era inútil querer enseñarle a Loren a andar en cuatro patas, pues ella no entendía. Ella tampoco encontraba divertido salir a cazar… y en general, los humanos se enfurecían si lo encontraban rondando cerca de los gansos y gallinas. Era evidente que ellos no se comían a estos animales: los tenían consigo así como lo tenían a él y los trataban igual que a él.
    De todos modos, las aves eran escandalosas y huían si lo veían, eso era suficiente para que Atka recibiera un castigo y pronto aprendió a evitarlo. Porque lo peor de estar castigado no era estar amarrado y sin poder correr, no era no poder ver la luna en las noches o quedarse sin comer… lo peor de estar castigado era, por sobre todas las cosas, no poder ver a Loren, pues algo profundo y especial le unía a ella y sin ella se sentía un poco solo, como había estado siempre.

    Al dejar de cazar, Atka no perdió sus habilidades, sino que, en cierto modo, éstas permanecían dormidas… pero afloraban cada vez que Loren lo invitaba jugar, perseguir una bola como a un ratón, atrapar un disco en el aire como si se tratara de un ave —en su mente, el ave que le había arrancado el ojo—, corriendo como lo hacía en la espesura…

    A medida que creía, se fue dando cuenta de que con Loren no sucedía lo mismo y empezó a preguntarse si tal vez ella se quedaría siempre de ese tamaño. Pero un día, entró por la puerta una chica un poco más alta, aunque el olor era el mismo. Ella también podía crecer… pero ellos podían seguir jugando como siempre.

    Una vez, Loren fue hacia él notablemente alterada y lo abrazó. Consternado, él permaneció en su regazo y le dio lametones en las manos y el rostro, pues no le gustaba verla triste. Loren empezó a decirle muchas cosas que parecían importantes y él se lamentó de no poder entenderla, los humanos eran complicados de entender.
    Pero hubo algo que sí comprendió: ella lloraba, ella era débil. Había estado confundido todo el tiempo creyendo que Loren era fuerte, Atka no podía seguir a alguien que era débil, eso sería malo, incluso peligroso para ambos.

    Por lo tanto, si ella era débil, él debería volverse fuerte, alguien tendría que protegerla, alguien tenía que guiarla.
    Sé que soy muy joven —pensó Atka para sí—, pero hay que hacer lo que hay que hacer.

    De inmediato, se separó de ella, soltó un gañido y se paró al frente, con la nariz levantada y la cola y las orejas erguidas. De ahora en adelante, él decidiría por ambos lo que había que hacer y lo que no y para eso, se guiaría de lo que había aprendido del líder y de los viejos y, por qué no, de lo que había aprendido antes en la espesura.
    Al ver su actitud, Loren paró de llorar y rió con ganas, la situación se estaba volviendo extraña y divertida, era como si Atka quisiera decirle algo, como si estuviera sufriendo un cambio de personalidad.
    Atka se sentía libre de decidir hasta cuándo jugar e, incluso, qué juegos jugarían y le agradaba saber que Loren era toda suya, era bueno saber que cuando Loren se pusiera triste o se enojara, podría apoyarse en él, que siempre estaría fuerte y sin necesidad de apoyarse en nadie más. Estaba orgulloso. Sentía que había nacido para ser líder de Loren y lo haría tan bien como pudiera, ella estaría siempre protegida. Haría honor a su nombre, volviéndose un verdadero “espíritu guardián”.

    En cierta ocasión, el líder lo subió a un objeto curioso, que se movía por sí solo y lo llevó a una cabaña distinta, grande y bonita, que no había visto antes, entró y en seguida le invadieron olores familiares… el olor de la familia, el olor de Loren ¿en donde estaba ella? Comenzó a moverse agitado, pues deseaba verla.
    Ella gritó de alegría al verlo y él saltó emocionado hacia ella y pronto quisieron salir a jugar, pero la familia usó un tono severo con ella ¿qué había hecho mal Loren? ¡Ella era muy buena! Se sentía en posición de defenderla, así que se quejó con categoría mientras ellos le ordenaban.
    A partir de ese día, se quedó viviendo en la hermosa casa de Loren, que le extrañaba y necesitaba mucho y comienzo a aprender de los padres de ella. Las reglas eran prácticamente las mismas que en casa del abuelo y se acostumbró rápidamente.

    Al principio, los padres de Loren no querían saber nada de que el animal durmiera con ella y estaban seguros de que deberían deshacerse de él en cuanto creciera más, para así no tener problemas. Pero él demostró ser obediente, inteligente y por sobre todo, muy limpio. Además, Loren insistió en dormir con él y todas las noches se lo llevaba a su cuarto. Atka debió aprender a adaptarse a algo más: no importaba cuánto quisiera mandar sobre la niña, ella obedecía también a las reglas de otras personas semejantes a ella.
    Todas las noches, ella le contaba sus pensamientos y él escuchaba con paciencia aún sin entender nada de lo que ella decía, pero eso pronto cambió, porque Atka siguió creciendo en tamaño, hasta volverse impresionante y la familia tuvo que ocultarlo. No podían tener en casa a semejante monstruosidad, deberían llevárselo o soltarlo en una reserva. Pero Loren con ocho años, no estaba dispuesta a deshacerse de su mejor amigo.
    Él no entendía qué estaba mal y deseaba con todas sus fuerzas entender por qué esta vez no podía tranquilizar el llanto de su amiga. Sus deseos fueron escuchados y la verdad se reveló. Él no había nacido para ser un lobo común y corriente. Descubrió la verdadera razón por la que siempre había estado solo, lo descubrió una noche en que Loren dormía tan profundamente ¡que no notó que la piel de su lobo comenzaba a caerse a pedazos!
    Mientras Atka dormía, se le apareció en sueños un hombre que le recordaba mucho a los humanos ancianos, pero le habló en la lengua de los animales y le dijo que él comprendería a los humanos… pero para eso, tenía que quitarse la piel. Atka era fiel y no tenía miedo cuando de ella se trataba. Si le hubieran dicho que, para poder permanecer con Loren, tenía que sacarse el otro ojo y arrojarse de otro peñasco, lo hubiera hecho sin dudar. Se abrió la piel y la abandonó.

    Loren se movió inquieta y ambos se despertaron al mismo tiempo y se miraron a los ojos. Ella estaba confundida y se restregó los ojos, pensando que aún se hallaba dormida y aquello no pasaba de ser un sueño. En su cama había un muchacho de unos doce o trece años, con el rostro redondo, sin un ojo y el cabello ondulado. Estaba completamente desnudo.

    —¿Atka? —murmuró con la voz pastosa.

    —¿Loren? —y al instante se cubrió la boca, al notar que había hablado en la lengua de los humanos.

    Ambos volvieron a mirarse y gritaron de susto y sorpresa, despertando a todo el vecindario. La relación de Atka con Loren y la familia nunca sería ya la misma.

    Según las leyendas de los nativos, algunos animales podían cambiar de piel, tomando así la forma humana. En casa, pensaban que esa era la silenciosa forma de Atka de protestar contra la idea de que se lo llevaran lejos.
    Le compraron ropa, le enseñaron a leer y escribir y se vieron con muchos problemas para explicar la presencia de este niño en casa. Era justo, correcto y verdadero decir que Loren quería y necesitaba un hermano mayor y que unos papeles de adopción habían conseguido el “milagro” y nadie se opuso ni objetó nada. Aquello llevó un tiempo considerable y dio lugar a que Loren pudiera convivir con él y llevarlo más tarde a la escuela, entre otras ventajas, pero también había unos cuantos problemas.

    —Atka, ya llegué —anunció Loren, mientras él escuchaba su llamado desde el desván. Su habitación sería esa, al menos hasta que los padres de Loren pudieran habilitar otra más cómoda y amplia. Ya le habían comprado mantas, un edredón oscuro y todo un bonito guardarropas.

    Al escuchar la voz de la chica, bajó rápidamente y corrió por el pasillo al encuentro de ella. Estaba muy bonita con el vestido amarillo que se había puesto esa mañana antes de salir.
    —Tardaste mucho —se quejó.

    Ella le acarició la cabeza, puesto que no podía quitarse la costumbre, pero a él no le molestaba, sino todo lo contrario.
    —Lo siento, es que papá se quedó largo tiempo hablando con el abuelo después del almuerzo —se disculpó.

    Atka miró por la ventana del pasillo y vio que el crepúsculo pronto daría paso a la noche.
    —Sí, veo que fue un muy largo tiempo.

    —Pero no te enojes, Atka, ya estoy aquí.

    —¿Y por qué no pueden llevarme con ustedes?

    —Papá y mamá dicen que no está bien que todo el mundo te vea, al menos hasta que terminen con unos trámites.

    —¿Trámites? ¿Qué trámites? —como era curioso, había aprendido en poco tiempo a usar términos tan “complicados” como ese y era un buen espía entendiendo y descifrando lo que Loren llamaba “las conversaciones de los adultos”. Además, nunca corría peligro de ser descubierto al espiar, era sigiloso… como un lobo.

    —Parece que vas a ser como mi hermano —ella amaba la idea.

    —Sí, algo de eso escuché —se mostró apenado.

    —Además, después de eso sí podremos ir juntos a todas partes ¡incluso podrás venir conmigo a la escuela!

    —¿En verdad? ¡Eso suena bien! —se mostraba animado cada vez que tenía la oportunidad de aprender nuevas cosas, nunca le era suficiente.

    —Sí, así las clases no me serán tan aburridas.

    Atka, sorprendido y algo desinflado, bajó la cabeza.
    —¿La escuela es aburrida?

    —No siempre, a veces hacemos cosas muy divertidas.

    —Oh, eso está bien —tenía la particularidad de animarse fácilmente y que el enojo o la angustia se le esfumaran rápido. Así era desde la llegada de Loren a su vida—. Tu mamá dice que no leo nada mal, que escribo bien y que aprendo muy rápido.

    —Sí —ella le dio un empujón—, ten cuidado y no aprendas más rápido que yo, quiero que estemos en el mismo curso.

    —Tengo que aprender más rápido que tú, así podré ayudarte si te metes en problemas.

    —¡No seas tan altanero, Atka! —se enojó ella.

    —No soy altanero —negó con voz serena.

    —Era broma —comentó ella y lo tomó de la mano para correr a su habitación, recién entonces él se dio cuenta de que ella llevaba un libro debajo del brazo, pero no era como los libros que la madre de Loren usaba para enseñarle a leer y escribir, este era mucho más grande.

    —Tienes un libro.

    —Me lo prestó el abuelo, hay algo que quiero mostrarte.

    Eso animó la curiosidad en él, entraron a la habitación y ella encendió la luz y cerró la puerta. Atka, más que sentarse, se tiró en la cama y rebotó. Como era de esperarse, estaba acostumbrado a la habitación de la chica, pero la veía de una manera diferente desde que se había quitado la piel. Había tenido que aprender que no podía entrar sin antes tocar y que él no podía usar en su propio cuarto los colores pasteles y rosas que Loren usaba en el suyo porque “se vería raro”. Él no entendía demasiado, pero sabía que no tenía que hacer nada que los padres de Loren consideraran como “malo”, porque podría ser reprendido o castigado.

    Había muñecos y juguetes de niña. Loren jugaba de una manera diferente con sus juguetes, no los lanzaba ni los mordía, como él sí hacía con los suyos antes de quitarse la piel, sino que los llevaba de paseo. Algunos tenían forma humana y ella los abrazaba, los peinaba y les cambiaba la ropa, fingiendo que estaban vivos. A menudo, él se convertía en su muñeco vivo y ella lo vestía y lo desvestía a gusto. También jugaba con su largo cabello negro y se lo cepillaba todos los días, pues le causaba curiosidad, ya que él era el único en la familia que tenía el cabello ondulado en lugar de liso.

    Ella se sentó a su lado en la cama y le dedicó una enorme sonrisa, cruzó las piernas y puso el enorme libro en su regazo.

    —¿Qué ibas a mostrarme? —la instó él.

    —Esto, es muy interesante —dijo sonriente la niña, mientras abría el libro en una página marcada con una cinta de color rojo.

    ¡Era un libro lleno de dibujos! Él había visto varios entre los libros de estudio que le daba la madre de Loren y casi siempre le atraían más los dibujos que las letras porque, en cierto modo, eran más fáciles de entender.
    En la doble página que Loren había abierto, se hallaba un dibujo bellamente realizado, un lobo todo blanco y fornido, parado junto a un anciano todo vestido de blanco. Pero había un error de escala, pues el lobo blanco era mayor en tamaño que el anciano o tal vez…

    Atka se quedó atónito mirando la imagen.
    —Ese es…

    —Hay una leyenda en el norte.

    —¿En el norte?

    —Se dice que, en las noches, un enorme y voraz lobo blanco sale a cazar solo, atacando incluso a los hombres.

    —El Blanco… —murmuró Atka para sí, abstraído en el dibujo.

    —Algunas historias dicen que se trata de un espíritu y otras dicen que es un animal capaz de cambiar de piel y aparentar ser humano —tocó con la yema de los dedos la imagen del lobo—. El abuelo cree que ese eres tú.

    Estaba muy sorprendido ¿entre los humanos también existía la leyenda de el Blanco? ¿el abuelo creía que él era el Blanco? Pero él realmente no se parecía en nada a aquel lobo, además, su pelaje era de otro color. La única semejanza era el tamaño…

    —¿Eso dice el abuelo? —le gustaba la lengua de los humanos tanto que a veces no podía evitar repetir las palabras de los otros, aunque les resultara tedioso.

    La mano de Loren fue a los pies de la figura del anciano.
    —Se parece mucho al abuelo ¿no lo crees, Atka?

    Él miró intrigado, el anciano vestido de blanco se le hacía conocido también, pero no por su semejanza con el abuelo. ¿Era acaso aquel que había visto en sueños y que le había pedido que se quitara la piel? ¿Acaso el anciano de su sueño sería…?

    Puso su mano sobre la de Loren y ella lo miró a los ojos.

    —¿No te molesta haberte quitado la piel?

    —¿A qué te refieres?

    —Como estabas antes, tal vez podrías haber hecho muchas cosas que ahora no puedes.

    —No podría haber permanecido contigo ¿qué importa lo demás?

    Ella se sintió feliz de ser para él incluso más importante que su anterior vida libre y salvaje. Atka realmente parecía dispuesto a abandonar todo lo que antes había sido, sólo por ella. Lo abrazó y él se dejó abrazar.

    —Ya lo tengo. Atka, cuéntame más.

    —¿A qué te refieres?

    Ella se había quedado muy sorprendida al descubrir que él podía hablar y le pedía que le contara cómo había sido la vida de él antes de conocer al abuelo. Ya había aprendido muchas cosas de él, por ejemplo, el arte de la caza lobuna o lo maravilloso que es el mundo cuando se lo escucha y se lo huele con atención. Todo eso le parecía mucho más interesante que los cuentos que le leía su madre para dormir cuando era más pequeña.

    —Cuéntame más de la vida en el bosque.

    Él se echó hacia atrás, recostándose en la cama y ella se acostó en su regazo. Él siempre le pasaba un brazo por los hombros, como si la protegiera de todo y ella se sentía bien y segura.
    —Después de correr varios días, me crucé con un viejo —se tocó el ojo izquierdo—. Le faltaba el ojo y la mitad de la cara. Él me habló del Blanco, el único lobo que es capaz de matar solo a los hombres. Pero el viejo no creía que yo fuera el Blanco… empezando porque soy gris.

    Ella rió con ganas, pero luego, ambos se quedaron en silencio por un largo rato.

    —Si lobos y humanos le han visto, supongo que ha de existir —murmuró ella.

    —Eso pensé —acotó él—, pero yo nunca le he visto.

    —Que no veas algo no significa que no existe, Atka.

    —Huh —asintió sin ganas el lobo.

    —Así que los lobos le dicen el Blanco. El abuelo dice que en el norte, las personas le llaman Amarok —murmuró ella

    Él volteó lentamente hacia ella, hasta que sus rostros quedaron casi pegados.
    —¿Amarok, dijiste?

    De pronto, la madre de Loren abrió la puerta, los vio así y retrocedió sorprendida, con una mano sobre la boca y la otra sobre el pomo de la puerta. Al instante reaccionó, tomó la chamarra de Loren, que estaba sobre una silla y con ella golpeó a Atka en el hombro.

    —Atka, aléjate de Loren —le ordenó furiosa.

    Él, sorprendido, se dejó caer de la cama al suelo ¿por qué le pegaba? Se quedó quieto, pues no estaba acostumbrado a responder a los castigos de los padres, no podía, no debía. Su instinto le instaba a quedarse quieto y obedecer.

    —¿Qué estaban haciendo? —les preguntó enojada a ambos, poniendo las manos en las caderas.
    Loren se sentó de súbito.

    —Nada, mamá, Atka sólo me contaba historias.

    —No hace falta que se peguen así para charlar.

    —Pero si siempre lo hacíamos… —refutó él.

    —Silencio —le ordenó aún enojada la mujer, mostrándole la chamarra en signo de advertencia—, de ahora en más no puedes. Puedes sentarte a charlar con Loren pero no puedes arrojártele encima ni acercarte tanto, no está bien ¿entendido?

    Él asintió en silencio, sin quitarle la vista de encima. Era evidente que la madre de Loren había pensado algo muy malo al verlos juntos, pero no quería saberlo, no ahora.

    Atka no podía ser simplemente un integrante de la familia, porque parecía un extranjero con su apariencia asiática. El Espíritu no le había dado una forma semejante a la de los nativos, sino la forma que había creído correcta de acuerdo a su sangre. Ahora, Loren moría de ganas de saber quién de los padres de Atka era hindú y cómo diablos había llegado a tierras tan lejanas. ¿Exportación? ¿Contrabando de animales? Él, por su parte, sentía cierta curiosidad, pero aquello no le desvelaba. De hecho, nada le desvelaba, pues era el pilar de la serenidad y la cordura de “su hermana adoptiva”.
    Esa actitud de iluminado, junto a su apariencia, le había hecho ganar el mote por el que lo llamaban fuera de casa: el hindú. Atka y Loren reían en secreto por este apodo.

    …Pero a Atka no le hacía ninguna gracia que un imbécil se tomara la libertad de insultar su amiga. Mucho menos que la trataran de loca. Roland sintió dos golpes de piedra chocar contra su rostro. El tercer puñetazo lo hizo volver en sí, al tiempo que caía al suelo. Quería levantarse y huir lejos, por donde sus “amigos” se habían ido pero su cuerpo no respondía.

    Los chicos tenían que haber visto algo espantoso para correr por sus vidas y olvidarse de él, Roland sabía perfectamente lo que habían visto ¡el lo vio también!, pero era incapaz de hablar, porque no terminaba de creérselo. Esas cosas no eran ciertas, sólo aparecían en las pesadillas… sí, esto tenía que ser una pesadilla, tenía que ser su propia conciencia atormentándolo… en cualquier instante despertaría… y estaría a salvo en casa…

    El golpe seco contra el muro de ladrillos se hizo oír. Roland temblaba de pies a cabeza, colgado a medio metro del suelo y pegado de espaldas contra la pared, mientras el muchacho que antes parecía ido ahora lo sujetaba de la sucia chamarra como si sólo fuera un trapo viejo, luego de haberlo zarandeado en todas direcciones.

    —Escúchame bien, pedazo de escoria —pegó su cara a la del aterrado Roland—, no te voy a permitir que insultes a Loren. Sólo porque te crees muy fuerte no tienes derecho a hacer lo que se te da la regalada gana ¡¿Entendiste?! —volvió a zarandearlo y a golpearlo una vez más contra la pared.

    Loren se había quedado atrás, aterrada. Era la primera vez en su vida que veía a su amigo en una actitud tan violenta, tan animal. Siempre se imponía por su tamaño y por su voluntad, pero era la primera vez que lo veía someter a un muchacho a golpes. El rostro del tonto estaba lleno de marcas y de sangre.

    Por un momento, Loren había creído que Atka sería capaz de quitarse la piel a plena luz del día y en plena calle, demostrando la figura de lo que otros hubieran llamado Amarok y ahora respiraba agitadamente, presa del susto, con una mano sobre el corazón desbocado.

    —¿Lo ves, Loren? —se atrevió a decir el tonto—. Esto es lo que te has buscado, estás todo el día con un desequilibrado mental.

    —Cállate Roland —le dijo ella, incapaz de seguir escuchando—, tú eres el culpable de que él te haya golpeado, tú eres el que ha estado buscando pelea, no culpes a Atka.

    —No sabes lo que dices —murmuró Roland.

    —Eres tú el que no sabe lo que dice —espetó ella furiosa— ¿Dónde se fue ahora la valentía de la que haces gala en el colegio? Y por cierto ¿dónde se fueron tus amigos? ¿y tu hermano? ¿por qué te abandonaron? Tal vez no eres tan bueno como creías.

    —Maldita… —antes de que dijera nada más, tenía otro golpe en el rostro.

    —Que no la insultaras te he dicho —le espetó Atka.

    —Voy a denunciarte a la policía —lo amenazó el tonto, con un hilo de sangre cayendo por su jersey blanco.

    —Hazlo. Pero antes, le vas a pedir perdón a mi buena amiga —soltó en tono amenazador.

    Muy a su pesar, Roland miró a la chica, pues sabía que era la única capaz de detenerle. ¡No debía haberla insultado!
    —Por favor, Loren, ayúdame.

    La verdad siempre salía a la luz y la verdad era que Roland era un maldito cobarde con padres abusivos, y que había elegido desquitarse con la “persona” equivocada.
    Loren casi rió, el matón del colegio parecía ahora papel higiénico mojado. Era una imagen demasiado patética. Además, su hermoso lobo de piel plomiza tenía derecho a vengarse y ahora tenía la oportunidad.
    —Atka —dijo en tono severo y altivo.

    Él la miró por sobre el hombro, con la furia reflejada en el rostro y esperando sus palabras.

    Loren se cruzó de brazos, con una sonrisa en sus delicados y rosados labios y la diversión brillando en sus ojos oscuros.
    —Dale sus pataditas.

    Él miró al confundido y tembloroso muchacho y, por primera vez en su vida, sonrió con naturalidad…

    …pero no ríe el lobo cuando muestra los dientes.
     
  6.  
    surisesshy

    surisesshy Usuario popular

    Escorpión
    Miembro desde:
    18 Febrero 2008
    Mensajes:
    610
    Pluma de
    Escritora
    Sí!!! Dales sus pataditas! Aunque después te vallas a meter en problemas, en unos muy grandes, así que esa es toda la historia de como Louren y Atka quedaron juntos y como él obtuvo su forma humana, ahora veremos que le hara al "pobre" de Roland (ay si tú como no) No espero por ver el siguiente capitulo, cada ves van de mejor a mucho mejor, me gusta tu forma de narrar es muy fácil de entender.

    Hasta el próximo capitulo, bey.
     
  7.  
    Asurama

    Asurama Usuario popular

    Cáncer
    Miembro desde:
    21 Octubre 2008
    Mensajes:
    648
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Amarok
    Total de capítulos:
    5
     
    Palabras:
    4452
    El temor de Loren y las convicciones de Atka

    Ella entró al cuarto de baño y el vapor desprendido por el agua caliente que caía de la ducha la envolvió. Miró al muchacho moreno que estaba de espaldas a ella, se mordió los labios y sonrió. Dejó un par de toallas a un costado del lavabo y entró.
    —Me gusta lo que veo —murmuró con voz juguetona, mojó una esponja y se la pasó con un suave roce por la espalda.

    Él la miró por sobre el hombro.
    —¿De verdad?

    —De verdad. Debería venir a bañarte más de seguido.

    —Mejor deberías bañarte conmigo —sugirió él.

    —Sí, claro —dijo ella en un tono un tanto sarcástico y luego rió.

    Loren estaba tan acostumbrada a verlo desnudo que le parecía totalmente normal. Cuando Atka todavía era un pequeño cachorrito que podía más o menos cargarse en brazos, ella era la encargada de cepillarle el denso pelaje y de darle el baño. Pero años después, cuando Atka cambió de piel, no pudo seguir haciéndolo, debido a ciertos prejuicios de los padres de Loren y fue su madre quien se dedicó a enseñarle al lobo cómo tomar el baño. A ninguno de los dos le hizo gracia pero, de allí en adelante, Loren aprovechaba días como esos para acercarse a él y ayudarlo a bañarse, sin la presencia de sus padres, sin que nadie les molestara o los criticara.
    A veces, ella reía para sí pensando que aquella escena podía suscitar malos pensamientos de mentes morbosas que los observaran sin comprender la verdadera situación, pero la verdad era que entre ellos había códigos de comportamiento y de comunicación que no eran quebrados bajo ninguna circunstancia. Era un modo de estar juntos, como cuando eran pequeños y desde sus puntos de vista era completamente aceptable.

    —¿De qué te ríes? —preguntó él.

    —Del susto que le diste a Roland esta tarde, se lo tiene bien merecido por molestar tanto a los otros —le pasó jabón por los hombros y el borde de la cara y continuó lavándolo—. Ya era hora de que se diera cuenta de que está lejos de ser el mejor —se preguntó vagamente qué pensaría o haría su compañero de clases si los viera así.

    —Corrió como un conejito asustado, sólo le dí un par de golpes y debería… —le quitó el jabón y se lo pasó por su miembro, antes de dejarlo a un costado de la llave de agua— correr con su mami y decirle que un chico malo le ha estado molestando antes de ir y anunciar en la agencia de policía que ha sido víctima de un ataque premeditado.

    Ella resopló, intentando contenerse. Al rato, ambos estaban riendo a carcajadas.

    —Nunca antes le había visto poner esa cara —comentó ella—, es lo más gracioso que he visto, después de tus respuestas en el último examen de trigonometría.

    —¡Oye! —se quejó él.

    —Lo siento, Atka, es la dura realidad —Loren volvió a reír—. Pero la verdad es que no deberíamos haberle hecho eso, es posible que quiera tomar represalias. Si decide que esto no se quedará así, estaremos metidos en un lío gordo —continuó en la tarea de lavarlo y quitarle el jabón con movimientos suaves.

    —Tú no le golpeaste —aunque sí, era verdad que ella podía quedar involucrada.

    —Fue como si le golpeara. De hecho, tenía deseos de hacerlo, ya no aguantaba sus estupideces. Soy una tonta, le dimos lo que estaba buscando…

    —¿Quién llamó por teléfono? —cambió rápidamente de tema, antes de que ella se deprimiera. Sus oídos eran buenos, sabía que había sido la madre de Loren, pero justo ahora necesitaba hacer que ella pensara en otras cosas.

    —Era mamá —contestó la joven—. Ella y papá regresarán tarde a casa hoy.

    —¿Saliendo de casa un viernes? —preguntó él con curiosidad.

    —Es que unos amigos de papá acaban de llegar al pueblo y se quedarán en la hospedería, pero llamaron para invitarles a cenar y tal vez mañana vayan de pesca.

    Esa clase de comentarios siempre animaban al lobo, ya que en ausencia de los padres de Loren, era él quien decidía qué hacer el resto del día. Haría sus propios planes de fin de semana. No podía esperar al sábado.
    —Son los Ashton, ¿verdad? —comentó como quien no quiere las cosas.

    Ella levantó la vista y le dio una palmada en la espalda, que pretendía ser un golpe.
    —Estuviste escuchando de nuevo ¿verdad? —lo aguijoneó.

    Él agachó la cabeza para lavarse el cabello.
    —No tengo la culpa de haber nacido con estas orejas.

    —Apuesto a que estarías saltando en una pata por saber que tendrás un fin de semana solo para ti, pero más te vale que vayas olvidándolo si a papá no le gusta tu calificación del examen de ciencias.

    —Se la mostraré el domingo en la noche —acotó el lobo.

    —Sí, como no. Si tú no se la enseñas, lo haré yo —tomó aire— y además, roguemos que no se entere de lo que les hiciste a Roland y a los demás.

    —No tiene por qué enterarse.

    —Difícil será que no se entere. Sabes lo rápido que viajan los rumores aquí.

    —Me tiene sin cuidado, Roland y los demás jamás debieron reírse de ti —cerró la llave del agua y salió de la ducha, agachando nuevamente la cabeza para que la chica lo secara con las toallas que había traído—. A la próxima, les morderé el cuello.

    A Loren le asustaba que Atka pudiera haberlo dicho en serio.
    —Sabes que no puedes hacer algo así, me sorprende la actitud que tuviste hoy, siempre eres tan controlado…

    Él le clavó la mirada, dejándola paralizada.
    —No les parece suficiente con molestar a toda alma que pase por su camino, ahora se meten con alguien tan inofensivo y débil como tú. No estoy dispuesto a soportarlo.

    —Y yo no estoy dispuesta a soportar que te echen de casa o del instituto por mala conducta —comentó mientras le pasaba la toalla por el resto del cuerpo.

    —No te dejaré sola —intentó disipar las preocupaciones de la chica, le quitó la toalla para acabar de secarse—. Mejor ve a preparar la cena.

    No le gustaba cocinar para sí misma cuando sus padres estaban fuera, pero bajó a la cocina sin protestar. Estaba acostumbrada a que él detectara con facilidad sus estados emocionales y actuara en consecuencia, cambiando de tema o enviándole a hacer cosas, proporcionándole así un ambiente más seguro que sus inestables emociones.

    El teléfono volvió a sonar y ella atendió, hablando y riendo con la persona que estaba del otro lado de la línea, luego de un breve diálogo, se despidió y colgó la bocina del teléfono. La noticia que acababa de recibir pretendía ser divertida, pero no le agradaba nada, pues tenía cierta connotación de rumor y podía ser grave si llegaba a oídos de otros, especialmente a oídos de sus padres.
    Le había dicho a Maggie, su compañera de clases, que no había problemas y que no estuviera asustada, esa historia no podía ser cierta, tal vez Rosemary sólo había visto un perro grande y se había asustado por nada, o tal vez sólo había querido hacerle una broma de mal gusto para ver su reacción, como acostumbraba hacer con su grupo de amigos.
    Entró al baño, se quitó la ropa y se metió bajo la ducha, pero ni siquiera el agua caliente fue capaz de disipar las preocupaciones que hacían presión en su mente y el miedo y la culpa que las acompañaban.

    —Nunca debí permitir que Atka jugara con ese tonto —se regañó a sí misma— y ahora esto, se va a poner feo.

    Cerró fuertemente los ojos, ante el primer pensamiento apocalíptico que cruzó por su mente.

    —Piensa en cosas bonitas, Loren, piensa en cosas bonitas —se consoló mientras se lavaba—. La gente normal no cree en lobos gigantes ni en monstruos prehistóricos —intentó convencerse a sí misma.

    Al acabar de bañarse, ya no temblaba, pero seguía notablemente nerviosa, fue a su cuarto y se puso unos jeans gastados, una camiseta clara y encima un jersey azul. Se sentó en la cama y tomó aire, mientras intentaba inútilmente aclarar sus ideas ¿y si algo le sucedía a Atka por su culpa? Tal vez después de cenar y de charlar con él se sentiría mejor. Sacó de la nevera los ingredientes para un emparedado y un pedazo de carne fresca, la cual troceó y colocó en un cuenco verde.

    —Esto es suficiente —tomó el plato con el emparedado y el cuenco y subió las escaleras, cuando entró al cuarto de Atka, él estaba ya vestido y tendido de espaldas sobre la cama, con las manos tras la nuca, aparentemente muy concentrado en la tarea de mirar el techo.

    Dejó el plato y el cuenco en la mesa de noche y se tendió en la cama junto a él.

    —Hace un momento llamó Maggie —comentó—, dice que en la tarde Rosemary y su novio llegaron corriendo a su casa aparentemente muy aterrados, querían jugarle alguna clase de broma: le dijeron que de camino a casa vieron una cosa gigante parecida al waheela.

    Él la miró de reojo.
    —¿Y Maggie les creyó?

    Ambos se pusieron a reír, pero luego Loren calló.
    —Ya sé que lo niega pero… ¿Qué tal si de verdad les creyó?

    El lobo suspiró.
    —El waheela, el wendigo… todas esas cosas no existen, no puede creer de verdad en eso.

    Loren miró hacia una pared del cuarto, donde estaba colgado un gran mapa de América del Norte. En él, estaba señalado con una serie de alfileres el camino recorrido por Atka, desde su lugar de nacimiento —algún sitio costero, al suroeste de la Columbia Británica, cerca de Terrace— hasta el pueblo en el que vivían, al norte del estado de Washington.

    Sus ojos quedaron clavados en el primer alfiler.
    —En el lugar en donde tú naciste, se cree y se respeta al Amarok. Cuando llegaste aquí, tú también creías en el que los tuyos llaman “el Blanco”… Tal vez se trata de alguno que es como tú, tal vez existe, tal vez los humanos lo han visto…

    Él entendía a dónde quería llegar su amiga.
    —Por favor, Loren —se puso de lado para verle el rostro—, aunque lo creyeran ¿Qué podrían hacer al respecto?

    —Oh, no lo sé… Tal vez cazarte, llevarte a la perrera y llenarte de cables como si fueras un árbol de Navidad, antes de abrirte como si fueras una rana.

    —Tiemblo de miedo —contestó sarcásticamente—. No va a pasarme nada. Sólo les di lo que se merecían.

    Ella se sentó en el borde de la cama, tomó el cuenco y le dio un trozo de carne cruda en la boca. Él se lo comió y luego le sonrió, antes de pedirle otro trozo. Atka aún comía la carne cruda porque jamás había podido acostumbrarse a la comida humana. Se decía que, en donde él había nacido, los humanos también se comían la carne cruda, los humanos que habían visto con sus propios ojos al Blanco.

    Atka era un nombre extranjero, proveniente de la tierra en donde había nacido. Los que lo insultaban a menudo creían que él estaría mejor “regresando a Asia”, e ignoraban que él había nacido sólo a unos cuantos kilómetros al norte. Tragó otro pedazo de carne y miró el mapa en la pared. Canadá, ¿eh? Nunca había pensado en volver allá, no quería ni necesitaba hacerlo.

    Loren volteó una vez más hacia el mapa.
    —¿Recuerdas tu infancia?

    Atka se quedó quieto, rememorando esas fuertes sensaciones. El carroñero arrancándole un ojo, el lobo negro hablándole de el Blanco y “los monstruos humanos”, su primer contacto con el abuelo y con Loren…
    —No. Sólo pensaba en las leyendas humanas. En la reacción de Roland y los demás.

    La chica se sorprendió, él no solía preocuparse en absoluto por esas cosas.
    —Las leyendas son especiales, Atka. Nadie sabe si son ciertas o no. Papá, mamá, el abuelo y yo las creemos porque te hemos visto con nuestros propios ojos —desvió la mirada del rostro de él—, pero los demás no deben saberlo, es peligroso… por eso debemos controlar nuestros temperamentos.

    Ambos casi siempre hablaban en plural. Si uno hacía algo bien, la victoria era de los dos, si uno hacía algo mal, los dos habían metido la pata. Casi no había distinción entre ellos, eran como uno, aunque muchos se burlaran por eso.

    El lobo sabía que ella tenía razón, que hacer vislumbrar su verdadera naturaleza había sido divertido aunque riesgoso. No debían volver a hacerlo o tendrían problemas de los buenos.
    —Lo intentaré —murmuró, mientras veía cómo Loren empezaba a comer el emparedado.

    —Aunque creo que podemos mirar el lado bueno. No nos molestarán por un buen tiempo —frunció el ceño— o eso espero.

    —No te preocupes, niña —se tumbó de bruces en la cama, con los brazos bajo el mentón—. Tal vez sean idiotas, pero tienen instinto de conservación.

    —¿Acaso no tienes miedo?

    —No. Confío en mí mismo, en mi fuerza. No permitiré que les suceda nada ni a ti ni a tus padres.

    Ella le conocía lo suficiente como para saber que era cierto.
    —Yo también confío en ti.

    Él la miró.
    —Pero aún estás asustada.

    —Es que… lo que hicimos hoy no estuvo bien, nos dejamos llevar por el enojo. No puedo dejar de pensar en las consecuencias.

    —Idiota.

    —¡¿Qué?! —estaba anonadada.

    —¿De qué sirve preocuparse por cosas que aún no han sucedido?

    —¡Atka, esto es importante! Si no lo hubiéramos…

    Él bufó exasperado.
    —Lo hicimos y ya. Quítatelo de la cabeza —dijo en tono imperativo—. Los humanos siempre hacen lo mismo —murmuró mientras escondía la cara.

    Ella suspiró y pareció olvidarlo… pero al rato, le habló de todos sus miedos y preocupaciones. Él, como siempre, sólo la escuchó en silencio y esperó a que se le pasara. Para quitarse algo de la cabeza, ella necesitaba contárselo, él la había mal acostumbrado a tener esa actitud.
    —¿Loren, me ves cara de diario íntimo?

    Ella le sonrió.
    —Te veo cara de amigo íntimo —dejó sobre la mesa de noche el plato con el emparedado a medio comer—. Recuerdo que, cuando era niña y regresábamos de la casa del abuelo, yo siempre lloriqueaba mucho porque quería verte y quería seguir jugando contigo. A veces me despertaba en la noche y quería hablar con alguien, pero no quería molestar a mis padres y no tenía a nadie más. Siempre estaba deseando que vinieras conmigo.

    Él la miró con ojos curiosos mientras ella le hablaba con las manos apoyadas sobre las rodillas, era como si se estuviera confesando.

    —Siempre le pedía al abuelo que te trajera a casa, trataba de convencer a todos de que me hacías falta. Y era verdad, no sé qué haría sin ti.

    —Vivirías —contestó él. Eso era todo.

    —Viviría una vida monótona —suspiró—, pero contigo todo es genial —le acarició la cabeza, como siempre había hecho.

    —¿Es tan especial?

    —Tú viste cómo son Roland y los demás. Se llaman amigos, pero sólo se utilizan unos a otros y en cuanto hay dificultades, se abandonan. Yo no necesito esa clase de amigos, te tengo a ti, te necesito a ti, tú eres un gran amigo, creo que eso es todo.

    Atka entrecerró los ojos y su ojo derecho tomó cierta tonalidad dorada.
    —Yo pienso igual —murmuró.

    Atraída por esa mirada extraña, ella se inclinó hasta quedar cerca de su rostro.
    —Atka…

    —Dime.

    —Tienes unos ojos límpidos…

    —Es porque te reflejan a ti —murmuró con una voz grave y amodorrada.

    —Eres muy amable —susurró Loren, pues no era común que él adulara a otros.

    —No. Tienes la belleza de la luna llena en las noches del otoño. Esa es la verdad —murmuró en el mismo tono amodorrado.

    Eso sonaba hermoso, pero ella no entendía a qué se refería.
    —Nunca lo habría notado.

    —Es porque los humanos no saben mirar, pero yo he mirado por diez años —se sentó en la cama y miró a través de la ventana entreabierta. La luna podía verse y su luz parecía llenarlo todo. Se levantó de un salto y salió por la ventana.

    Loren, sorprendida, logró cazarlo de los jeans y hacerlo entrar de nuevo, jalándolo hacia atrás.
    —Espera un momento, ¿qué haces?

    —Ir al tejado.

    —No puedes.

    —Claro que puedo —se liberó del agarre de Loren, salió por la ventana y se sentó fuera, como hacía siempre.

    Ella suspiró e hizo lo mismo.
    —Yo sólo veo la misma luna de siempre.

    —Loren, es que no estás mirando.

    —¿Qué se supone que debo mirar?

    —Con que mires será suficiente —así era, si quería mirar bien, primero debía olvidarse un poco del examen de ciencias, de la cena de sus padres, de los idiotas del instituto, de la culpa, de las historias del waheela —o el Blanco, o lo que fuera— y de todas esas cosas que le daban vueltas en la cabeza. Le dio una palmada en la cabeza para intentar hacerla “entrar en razón”.

    Ella le sonrió y luego miró hacia el cielo, sin esperar que nada especial aconteciera o dejara de acontecer. Tratando de mirar de un modo similar a como veía él. Era como un descanso de todas las tribulaciones, una imagen placentera detenida en el presente que le renovaba las fuerzas y la tranquilizaba.
    —Quiero quedarme así para siempre, es más… fácil, más agradable. Esto es paz —ni siquiera le importaba que hiciera frío, porque todo parecía perfecto, como si aquello fuera una pincelada de Dios.

    Atka la miró por un rato, sin que ella se diera cuenta. Ella sabía mirar, sólo que la vida ajetreada que llevaba hacía que a menudo lo olvidara. Cuando cambió de piel, no tardó demasiado en darse cuenta de que las personas estaban tan presionadas con sus problemas diarios que se olvidaban de vivir. Cuando recordaban cómo hacerlo, hallaban paz, justo como Loren ahora.
    Tomó una gran bocanada de aire, como queriendo introducir dentro de sí el aroma del mundo que le rodeaba, de la noche, de las plantas que rodeaban la casa de Loren y el bosque que no estaba a más de un kilómetro de distancia. El aroma de la vida humana, con sus variantes puras y otras desagradables, tan familiar después de diez años. Abrió los ojos y levantó la vista hacia el cielo oscuro, lleno de nubes algodonadas, con algunas estrellas como puntos de luz y la luna llena como reina y guía. Abrió la boca, pero no soltó un grito, sino una nota alta, dulce y variante, que llenó el silencio.

    Abriendo sus ojos cuan grandes eran, Loren saltó y le tapó la boca con la mano.
    —¡Atka! ¿Qué crees que haces? —lo regañó—. ¿Qué van a decir los vecinos?

    Él se sacudió, deshaciéndose de ella con brusquedad. A la distancia, un perro perteneciente a algún vecino contestó a su lastimero y hermoso llamado.

    La chica se puso en jarras.
    —Los idiotas salieron a decir que vieron un lobo y ahora tú te pones a aullar sin más —intentó explicarle la gravedad de la situación—. Lo único que falta es que envíen una división de lobos a patrullar la zona para ver si pueden cazarte.

    Aquello no pareció inquietarle en lo más mínimo. Bien podían confundirlo con un perro y ahora que los padres de Loren no estaban, él podía hacer lo que quisiera ¡era tan liberal!
    —Si yo quiero aullar, tú no puedes impedírmelo —usó su voz de mando.

    Loren se cruzó de brazos, era el único punto malo de que Atka tuviera alma de Alfa.
    —Veremos si a papá le dices lo mismo.

    Él volteó hacia ella con la rapidez que le caracterizaba.
    —A papá no, Loren.

    Por muy liberal que fuera, había autoridades que no cuestionaba, como el director del instituto, el padre de Loren o su abuelo, quien le había salvado alguna vez la vida, o al menos eso pensaba el anciano. Atka respetaba ese punto de vista, ellos eran dominantes y sus líderes.
    La diferencia era que los hombres nunca se habían mostrado débiles ni desequilibrados, tampoco habían venido a pedirle ayuda jamás, por eso eran diferentes de ella, ellos daban órdenes y él obedecía. Eso era todo. Podía ser que Atka, con su edad y tamaño fuera “superior” a ellos, pero no deseaba imponerse ante ellos, porque lo consideraba innecesario.
    Podía ser que Atka fuera considerablemente reservado en presencia de ellos, pero no se hacía el tonto con ninguno, ni les faltaba el respeto, ni tampoco les desobedecía. Podía tomarle el pelo a Loren cuando estaban a solas o en el instituto… pero no haría lo mismo con su padre.

    —Hablaré con papá —le amenazó con tono severo—, va a regañarte, lo sabes. Además, aún no le he avisado lo de tus calificaciones.

    —Mis calificaciones no son malas —se defendió él.

    —Pero son notablemente bajas —lo miró de reojo—. No te olvidas de lo que te dije en la mañana ¿verdad?

    Él rememoró. Según las palabras de Loren, si su desempeño académico no satisfacía a su padre —a quien Atka también acostumbraba a llamar “padre”—, sería castigado, es decir, le impedirían salir en la noche. Atka detestaba que le coartaran sus libertades, por ello hacía lo posible para eludir el castigo y aquellos comportamientos que podían provocarlo. Si lo que Loren decía era cierto y era encerrado, de todas formas podía buscar el modo de salir, pero aún así sabía que no estaba bien desafiar a las reglas del padre. Cuando era pequeño y lo intentaba, a menudo lo único que conseguía era empeorar la gravedad de su castigo.

    —Muchas veces papá te ha hablado sobre salir al tejado a aullar —intentó regañarle ella—, se supone que eres como yo, no tendrías que hacer esto.

    Atka miró en otra dirección.
    —No soy como tú —de un salto bajó del tejado.

    Él podía parecer humano, pero nunca lo sería. No se lamentaba de aquello, no le preocupaba, ni le incomodaba, pero sabía que esa era la verdad y quería que Loren aceptara esa verdad. Ella tendía a engañarse, creyendo que, sin esfuerzo, había conseguido un amigo humano la noche en que él se quitó la piel.

    —Atka, por favor, sube, no quería ofenderte —le suplicó ella, aún sentada en el tejado.

    Atka levantó la vista y la miró sin inmutarse ¿ofenderle? ¿Cómo era posible que ella le ofendiera? No podía ofenderle, él no tenía un super ego como algunas personas que había conocido y los sentimentalismos tampoco iban con él. Retrocedió un par de pasos y luego de trotar, subió al tejado de un salto, quedando de pie junto a ella.

    Loren se quedó boquiabierta, pues no importaba cuántas veces lo hubiera, visto siempre le impresionaban las habilidades de Atka, que para él eran tan naturales. Siempre sentía deseos de decirle que era un lobo muy fuerte y valiente y que era el mejor de todos… pero él en realidad no era muy demandante de afecto; aunque no le molestaran los halagos, no respondía a ellos de la forma emocional en que sí lo hubieran hecho las personas, la adulación no servía con él. Loren mantuvo silencio.

    —No estoy ofendido —le aclaró con una voz serena—, sólo tienes que saber la verdad, Loren.

    —¿Y la verdad es que no somos iguales? —murmuró ella apenada y desviando la vista hacia el oscuro paisaje que se extendía más allá de la casa.
    Atka se sentó casi pegado a ella y recogió las piernas.

    —No somos iguales —apoyó su cabeza sobre la cabeza de Loren—, pero somos parte el uno del otro.

    —Atka, en ese caso es más fácil vivir sin saber la verdad —agregó ella.

    —Es más fácil saber la verdad, decir la verdad —mostró él su desacuerdo.

    Tal vez Loren se negara a comprenderlo, pero sabía que Atka tenía razón, en gran parte por ser poseedor de un corazón noble, que no soportaba los engaños ni las mentiras. Como todos los animales, él era noble por naturaleza, no gustaba de agredir o perjudicar a los demás. El caso de Roland había sido especial, pues ese engreído muchacho llevaba años molestándolo y causándole problemas, provocando sentimientos de odio en Atka.
    Ella lo miró, no sabía si Atka era capaz de odiar con la misma fuerza con la que amaba, tampoco estaba muy segura de querer averiguarlo.

    —Vale, no somos iguales y no tienes que actuar como yo —lo abrazó, como si temiera que él desapareciera de repente—, pero no vuelvas a aullar, ¿oíste?

    Él la miró de reojo, inspiró y, mirando hacia el firmamento, soltó un largo llamado. Estaba emocionado por la presencia de Loren, el color de su amor y la belleza de la noche. Pedirle que se mantuviera callado era un crimen.
     
  8.  
    surisesshy

    surisesshy Usuario popular

    Escorpión
    Miembro desde:
    18 Febrero 2008
    Mensajes:
    610
    Pluma de
    Escritora
    XD le van a cazar, muchacho "malcriado" en sierta manera, es una linda relacion que llevan los dos, me encanta como se respetan mutuamente, y es lindo ver como ella lo baña como si fuera su cachorrito, bueno, tecnicamnete, lo es XD, me gustó mucho este capitulo y espero que Atka no s emeta en serios problemas, bueno, aunque si sigue así, necesitara todos los milagros para no pescar uno por ahi, me gusta como va la trama y ya quiero ver quien es ese tal "Blanco" ¿será su papá? creo que no, pero bien puede ser.

    Siguela pronto, bey.
     
  9.  
    Whitemiko

    Whitemiko Usuario común

    Virgo
    Miembro desde:
    9 Agosto 2010
    Mensajes:
    228
    Pluma de
    Escritora
    holi!!
    wow me quede impactadisima!!!!!me encanta la tematica!!yo por si solo amo a los lobos, desde que lei colmillo blanco!!
    me gustó tanto tu escrito que se me fueron las horas leyendolo, es como si yo la estuviera viviendo, tu narracion es tan exquisita, no dejas nada que desear, me parece una tematica bastante fresca y para nada trillada, pero a la vez es bastante complicada, la forma en la que describes la relacion de Loren y Atka, me dejas pensando tanto, primero pense, él está enamorado de Loren, pero al seguir leyendo me di cuenta que en realidad es el amor que tiene una mascota por su dueño, no dejaste de lado tampoco el sentimiento fraternal que tienen los lobos entre ellos, la fidelidad, y el respeto por las autoridades.

    Me hiciste que llegara a pensar que estaba leyendo un bestseller o un libro de renombre, puede parecer exagerado, pero es mi punto de vista, de verdad me dejaste impactada, en lo personal este escrito me dejo bastante satisfecha y con grandes ansias de leer la continuación, y me tomé el tiempo para comentarte como merece una autora de tu categoria, debes sentirte orgullosa de escribir de esta manera, también me sorprendió bastante la manera en que abordaste los prejuicios y tambien la forma de pensar que tienen los animales acerca de nosotros, no pasaste desapercibido ningún detalle, por eso te dejo este mensaje esperando hacerte saber que debes sentirte satisfecha de tu creación y felicitarte por ella, y espero pronto la continuación.

    XOXO
     
    • Me gusta Me gusta x 1
  10.  
    Asurama

    Asurama Usuario popular

    Cáncer
    Miembro desde:
    21 Octubre 2008
    Mensajes:
    648
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Amarok
    Total de capítulos:
    5
     
    Palabras:
    10468
    ¿Algo que esconder? Un sábado un poco lluvioso y frío

    Loren solía dejar que muchos pensamientos, a menudo catastróficos, invadieran su mente y por eso a veces no conseguía concentrarse en sus estudios, ni tampoco podía conciliar el sueño con facilidad. Cuando estaba nerviosa, despertaba a menudo en medio de la noche, luego de tener pesadillas y permanecía durante mucho tiempo en tensión, por lo que luego sufría dolores y a veces, enfermaba.
    Sus síntomas de estrés sólo desaparecían cuando estaba con Atka, porque se liberaba entonces de la presión de tener que hacerse cargo de todo. Toda esa presión y esa responsabilidad recaía en Atka, él absorbía sus miedos, preocupaciones, dolores y molestias, absorbía incluso sus ganas de golpear a otros cuando las cosas no estaban bien, au ira, su tristeza, sus ganas de amar a otros… muchas veces, él decidía por ella cada vez que debían realizar algo y también se encargaba de todo trabajo que requiriera una mente fría y rápida o un esfuerzo físico considerable. Él alivianaba su carga y la ayudaba a mantenerse estable y con la mente clara. Él podía soportar todo eso, era más fuerte y estable que ella.
    El único deber de ella era vivir y tomar las responsabilidades que conllevaba la vida humana y formar parte de una sociedad compleja. Él hacía que todo pareciera sencillo.

    —Vives bajo mucha presión —le dijo una vez cuando ella era aún pequeña—, eso no es necesario, entrégame todas esas molestias y pesares a mí, yo los llevaré por ti —en ese entonces, Loren no podía saber que era esa la forma en que se comportaban las manadas, donde el débil seguía al fuerte, dejándose “guiar”.

    Pero aquella situación encarnaba también una serie de problemas, parte de su vida pertenecía al lobo. Ella no tenía la capacidad de hallar estabilidad por sí misma y de tomar sola las decisiones importantes, o más bien, era como si hubiera renunciado a esa capacidad por comodidad. Además, se veía obligada a cumplir las órdenes solapadas que él daba y soportar sus caprichos y sus ideas. No era malcriado, tampoco era tiránico y nunca había demostrado intenciones de abusar de esa posición de poder, solamente iba a la suya y Loren se veía obligada a seguirlo detrás.
    Ella le había dado poder a Atka y se sometía al mismo de una manera pasiva, jamás había pensado en rebelarse y tal vez sólo por eso él nunca se mostraba agresivo. Loren tendía a olvidar con facilidad que había en él cierta naturaleza animal, atávica que podía llegar a ser peligrosa. Es que ella creía que él estaba domesticado. Nada estaba más lejos de la realidad. Los papeles se habían invertido, por lo tanto, Loren era mascota de Atka, le pertenecía a él, le obedecía y había sido “domesticada”. Pero cuando uno se halla en una situación cómoda y agradable, poco hace por intentar cambiarla, aunque no fuera lo mejor.
    Entre las personas, a esto se le hubiera considerado una especie de relación tóxica, en la que no podrían vivir el uno sin el otro, en cambio, para él era totalmente natural, porque el apego en los animales hace que vivan así. Atka no había necesitado de herramientas humanas o habilidades sociales para poder convertirse en lo que era y por tanto, había empujado a Loren a que tampoco lo hiciera. Sin darse cuenta, ella estaba un poco aislada del resto de la sociedad, alienada, como si también fuera un poco animal. Esa relación era un exquisito y placentero círculo vicioso que nadie deseaba romper.

    Su tranquilidad había durado lo que tarda la luna en ocultarse tras las espesas nubes de tormenta, pero luego, al estar sola, las preocupaciones regresaron. Loren aún no podía dejar de pensar en el error que había cometido, y en las consecuencias que éste podía tener para Atka. En ese momento, se había dejado llevar por la ira y no había pensado que podía ponerlo en peligro. Necesitaba dejar de pensar. Justo ahora le necesitaba para obtener esa tan ansiada estabilidad, pero no quería molestarlo. Al entrar en su cuarto, lo había visto plácidamente dormido, con el rostro apacible de un ángel y no había querido perturbar su sueño, así que salió tan sigilosamente como había entrado. Trató de dormir, pero dio vueltas y no lo consiguió, entonces decidió hacer algo productivo: intentó estudiar, acabar con las tareas que le habían dado aquel día, así, tendría el sábado libre para consentir a Atka. Aunque también concentrarse le estaba costando mucho trabajo.
    Mientras tanto, se preguntó en dónde podría estar el alma de él ¿A dónde podía viajar un lobo que corre en libertad?

    ***​

    Sin saber cómo ni por qué, se halló en medio de un terreno accidentado y cubierto de nieve. Sobre su cabeza, enormes, viejos y oscuros árboles se cernían como gigantes amenazadores, sin importar a dónde corriera. Escuchaba el viento silbar entre sus ramas, percibía el olor de abedules, alerces y también de algunos pinos, había musgo por todas partes. Un olor de tierra salvaje que no sentía desde hacia mucho tiempo. También había olores de algunos animales, pero todo era silencioso y, si los hubiera, se habían escondido todos al oírlo.
    Estaba en medio de un bosque inmenso, cuyo terreno no conocía, pero a la vez le resultaba tan familiar... Sus patas se hundieron en algo que parecía lodo mezclado con nieve, el suelo era turboso. Siguió corriendo, intentando salir de aquel lugar.

    —¿En dónde estoy? —sólo su eco le respondió.

    Estás en casa —susurró una voz extraña y risueña.

    Aquella no era su casa, no podía oler a los humanos cerca, no había nadie allí y esto no se parecía al paisaje que rodeaba a varios kilómetros el perímetro del pequeño pueblo. Sólo en las costas había ciénagas como estas… y no estaba cerca de la costa, pues no percibía para nada el olor del mar. Pero sus patas volvieron a hundirse en el terreno pantanoso.

    —¿Qué diablos…?

    De pronto, vio haces de luz a través de unos árboles y comenzó a correr en esa dirección. Allí estaba la salida, pronto podría regresar a casa. Al atravesar el bosque, la fuerte luz lo cegó, pero no era emitida por el sol, sino por la blanca nieve. Allí no había nada, ni praderas, ni casas, sólo un extenso desierto de nieve. Jamás en su vida había visto tanta nieve. A lo lejos, divisó una enorme silueta azul que se elevaba imponente y silenciosa.

    —Es… es imposible… el monte McKinley —miró a su alrededor una vez más—. Esto es… la tundra. No puede ser, estoy en la tundra ártica…

    ¿Y Loren? ¿Estaba completamente sola? ¿Cómo se las arreglaría sin él?

    Eso no importa… Estás en casa —volvió a susurrarle la misteriosa voz del bosque.

    Estaba al borde de la desesperación
    —Esta… ¡esta no es mi casa! —su hermosa voz hizo eco. Y tuvo respuesta.

    De pronto, un aullido llenó el silencio de la tarde, seguido de otro más agudo y otro, y otro más. Lobos, una manada reunida por el invierno. Al parecer, no eran pocos sus integrantes y no estaba muy lejos. Los aullidos y ladridos aumentaban y se oían cada vez más cercanos. El mensaje era claro: “Estás en lo cierto, esta no es tu casa”. Y Loren, maldita sea, ¿en dónde estaba ella? Esta era una situación arriesgada. Pero era algo tarde, pues el olor de lobo inundó su nariz.

    —Esto es… —no había cerca el olor de ninguna presa, no se trataba de una partida de caza, entonces…— ¡Estoy en el territorio de alguien!

    —¡Sí, en el nuestro! —un enorme lobo gris salió de las sombras del bosque y saltó directo a su cuello.

    Atka reaccionó al instante, girando sobre sí mismo y logrando lanzar hacia atrás a su atacante, pero en ese instante, muchos otros lobos salieron de la espesura y le saltaron encima. Atka se volvió sobre sus pasos, intentando huir de la manada que lo rodeaba. Negros, grises, llenos de manchas, jamás había visto tantos lobos.

    Un fuerte y veloz lobo negro que venía frente a los demás saltó desde su izquierda con las fauces abiertas.
    —¡Te enseñaré a meterte en territorio de otros!

    Atka se detuvo, intentando evadirlo y los lobos que venían detrás aprovecharon para atacarlo, acribillándolo a mordidas. El terreno descendía en una leve pendiente hacia el bosque y todos rodaron hacia allí. Caído de espaldas, miró hacia arriba, a los árboles.
    —Esto es la taiga.

    —¡Y espero que te guste, porque morirás en ella! —giró sobre su lomo en el mismo instante en que un lobo oscuro intentaba perforarle el cuello de una mordida. Esquivó el golpe con suerte.

    Nunca había peleado en un terreno tan espantoso como ese, estaba en desventaja, miró hacia la luz y corrió en dirección a la tundra. Era inútil, no importaba a donde corriera, siempre estaría en desventaja. No estaba allí porque así lo quería, pero a esta manada poco le importarían sus argumentos cuando parecía que querían comérselo vivo.
    Mientras corría por el desierto, se dio cuenta de que el lobo negro, el alfa, había comenzado a perseguirlo de nuevo y los demás comenzaban a rodearlo igual que antes. Entonces, lo inesperado. Atka ganó velocidad y dejó atrás a los otros.

    —¡Es demasiado rápido! —gritó un lobo gris antes de caer en la nieve, al haber intentado saltar sobre sus lomos.

    Mientras más se alejaban del bosque, las velocidades entre los lobos comenzaron a acentuarse, separándose unos de otros, hasta que se hallaron siguiéndolo en una especie de fila india. El alfa era el más rápido y detrás le seguía su hembra. Pero Atka era dos o tres veces más grande que cualquiera de ellos, podía ganar una batalla de uno a uno. Giró rápidamente sobre sí mismo, sorprendiendo al alfa y saltándole directo al cuello. Con los colmillos ensangrentados, echó a correr de nuevo, para dejar atrás a los otros. No le interesaba voltearse, podía oír con toda claridad cómo el lobo negro se retorcía sobre la nieve, gimiendo de dolor y olía su sangre esparcirse. Sin embargo, los pasos de los demás no disminuían. Se detuvo con la misma brusquedad y atacó de la misma manera a la hembra, pero sólo la lanzó hacia atrás, no veía motivos para herirla y luchar con ella no serviría de nada.

    Al ver que los demás no desistían, volvió a la carrera.
    —Malditos, dejen de seguirme.

    —Tú tienes la culpa.

    —No tenía idea de que estaba en el territorio de alguien.

    —Mentiroso —le dijo el que venía a la cabeza— ¡asesinaste a mi hermano!

    —¡Entonces ve a reunirte con el puto de tu hermano! —volvió a girarse y se abalanzó sobre el cuello del lobo gris, partiéndoselo con facilidad.

    Entonces, los que estaban atrás fueron conscientes de su verdadero tamaño y se detuvieron de súbito. Nadie quería morir joven. Algunos se volvieron sobre sus pasos para regresar al bosque, donde estarían seguros, mientras gemían de espanto.

    —¡Es el Blanco! —dijo alguien, mientras huía.

    —¡No seas idiota! —dijo alguien más— ¿Acaso está ciego? ¡es más gris que Aniak!

    —¡Eso qué importa! —chilló una aterrada voz femenina— ¡Es tan grande como un oso! ¡Con eso es más que suficiente!

    Atka se quedó quieto y pasmado, viéndolos huir y discutir sobre su apariencia. Si no escuchaba mal, acababan de decir que se parecía al Blanco porque era tan grande como un oso. Bueno, él nunca en su vida había visto un oso, salvo en fotografías y por eso no podía opinar.
    Se miró a sí mismo. Los idiotas tenían razón, casi había olvidado que tenía el pelaje gris, como su madre y los ojos claros, como ella. Si tanto se le parecía, visto desde lejos parecería pintado de un extraño azul, como aquel monte lejano e imponente.
    Tenía una herida sangrante en el costado izquierdo y dolía como el infierno. Alguien lo había mordido sin ni siquiera un poco de consideración. De todas maneras, no tenía la seguridad de que esos idiotas se arrepintieran y, tras un ataque de valentía, volvieran a perseguirlo, de modo que tenía que huir de allí pronto. En la tundra no había sitio donde esconderse, ni donde correr. O eso había oído.
    La noche se le venía encima mientras más corría y de repente, un fantasma se atravesó en su camino. Jamás había visto a alguien tan veloz y decidido. ¿Era peligroso jugar una carrera con este extraño?

    —Volverte lento sólo por una herida como esa —dijo el extraño, bastantes metros delante de él.

    Atka intentó defender su orgullo, aumentando su velocidad tanto como le permitían sus patas y logrando a duras penas alcanzar la cola de su antagonista.

    —Estás en mi territorio. Si pierdes, te comeré —era una clara sorna.

    Atka parpadeó. Su ojo no le engañaba. Este tipo era todo blanco y era más grande que él.
    —No puede ser…

    El tipo volteó a mirarlo ¡era de él de quien había huido la manada!

    —¿Amarok?

    —No es posible que un montaraz me llame así —gruñó el Blanco—. Traidor. Te has unido a los hombres —saltó sobre él con las fauces abiertas.

    Atka cayó hacia atrás, golpeándose con el duro suelo. Al mirar hacia arriba, vio el techo de su habitación en penumbra y estaba envuelto en el edredón y las mantas como si fuera una tortilla. Respiraba agitadamente y su corazón parecía querer salírsele del pecho ¿Todo eso había sido un maldito sueño? La tundra, la taiga, la manada de lobos, el Blanco... Se tocó el costado y no encontró ningún rastro de herida o mordida y, muy importante, tenía forma humana, como desde hacia diez años. Aguzó los sentidos y se tranquilizó al sentir que Loren estaba en su habitación, aunque no durmiendo. ¿Valía la pena contarle todo eso? Podía ser divertido. Se tocó el cuello. Aunque la idea de ser asesinado por un igual no era nada agradable. Siempre había querido conocer al Blanco, conocer su fuerza, sus capacidades…pero no de esta forma. Ahora, ya no deseaba verle en lo absoluto.
    Se levantó, tiró la ropa de cama con brusquedad sobre la cama y se sentó encima. Se giró a ver el mapa de América del Norte.
    El fin del mundo. Alaska estaba en el fin del mundo y él jamás había estado allí, ni pensaba estarlo nunca. La tierra del hielo. Esa era la tierra donde nacía la leyenda del Blanco y donde tal vez habían vivido los padres de sus padres, los especímenes más puros, los que en verdad se parecía al Blanco en tamaño y fuerza. Pero eso no significaba que aquella fuera una tierra hecha para él. “Estás en casa” le había dicho el Blanco “La tundra y la taiga son tu casa”, pero esa… esa era una mentira.
    Cuando tuvo conciencia de sí mismo, su madre y también su padre iban hacia el sur y él había continuado ese viaje hasta llegar a la tierra de su querida Loren. ¿Qué lo había empujado a realizar semejante travesía? ¿Acaso estaba destinado a conocerla a ella y por eso se había alejado tanto de casa? Y volvió a mirar el mapa de la pared. Sus padres y luego él habían recorrido cientos, miles de Kilómetros para huir de aquella tierra de hielo ¿por qué?

    Alguien, la Vida le estaba escondiendo algún secreto importante sobre su pasado, sobre el pasado de sus padres. ¿Por qué? Como le había dicho el Blanco, al unirse a los hombres, Atka había perdido completamente su pasado. No tenía idea de donde venía, no sabía nada de su origen, no sabía quién era realmente y no sentía la necesidad de averiguarlo, no mientras estuviera con su familia humana.
    Lo único que sabía y lo único que quería era ser parte de Loren para siempre y que ella fuera feliz. Cualquier cosa que no estuviera relacionada con ese propósito era irrelevante. Al diablo con la tierra de hielo, con las manadas de lobos salvajes y con el engreído de el Blanco.
    Al fin y al cabo, aunque descubriera qué había detrás de todo eso, la vida seguiría teniendo secretos.

    De pronto, escuchó el sonido de un vehículo y más tarde, la puerta se abrió. Los padres de Loren habían llegado, eso significaba que no debía llevar dormido más de media hora, pues se había quedado junto a Loren, mirando la luna en el tejado hasta tarde. Diablos, parecía como si hubiera dormido una eternidad.
    Escuchó los pasos subiendo las escaleras y las voces hablando en susurro. A Los padres de Loren no les molestaba dejarla sola en casa, pues tenía a Atka para que la vigilara y cuidara. Él tenía un gran sentido de la responsabilidad, especialmente en lo que a ella se refería. Además, nunca se le escapaba nada. Sabía hasta cuando un alfiler caía al suelo.

    —¿Atka, estás despierto? —murmuró el padre del otro lado de la puerta.

    —Sólo estaba escuchando a Loren —contestó sin moverse de la cama

    —¿Cenaron y estudiaron?

    —Sí.

    —Mañana saldremos temprano, dejaremos comida en la nevera ¿podrás cuidar de Loren?

    —Sí.

    Al escuchar su respuesta, el hombre se retiró a su habitación. El lobo lo conocía bien y sus energías transmitían placentero cansancio. Lo había pasado bien en aquella reunión y ahora necesitaba descansar. Atka suspiró, podía guardarse sus historias sobre el ártico para otro momento.

    Hay muchas cosas que nos guardamos para nosotros, cosas que no podemos decir. Deseos y sueños inconfesables, pensamientos paganos, ideas carentes de sentido común. Instintos animales. Cosas que podrían ofender, herir o hacer enfadar a otros, cosas que podrían meternos en problemas a nosotros o a otros. Cosas que nos avergüenzan y que podrían causar la destrucción de nuestro ego. Cosas que podrían hacernos ver como locos o estúpidos, cosas que los demás jamás aceptarían de nosotros o que no podrían entender. Siempre estamos ocultando secretos, agregando a la vida más misterios que los que ya tiene.

    ¿A dónde van esos secretos? ¿Quedan acaso suspendidos en el aire y se pierden en el tiempo? ¿Se acumulan dentro de nosotros sólo para hacer presión y poner a prueba nuestra resistencia física y mental? ¿Y qué hacemos luego con toda esa presión? ¿Estallamos destruyendo a los otros? ¿o sólo a nosotros?

    ¿Es posible tener secretos o alguna vez éstos son revelados? La vida tiene secretos que a menudo no quiere revelar, esas zonas grises que nadie comprende, aún utilizando la más avanzada tecnología y los mayores conocimientos científicos, esos tramos de conocimientos que son infinitos y que nunca tendremos completamente, porque nuestra mente es aún limitada. Hay personas que ocultan secretos y otras que los buscan, a veces sin encontrar nada. Entonces, inventan respuestas que pueden ser de lo más inverosímiles. Pero aún siendo inverosímiles ¿pueden ser reales todos esos mitos y leyendas? ¿pueden rellenar los huecos que deja la falta de conocimiento? ¿son útiles para hallar la verdad o acercarse a ella, o tan sólo la esconden más?

    Cuando un secreto cae en nuestras manos, dos cosas pueden ocurrir: tendremos un tesoro muy valioso o un arma de gran poder. Y a veces, es imposible vislumbrar las consecuencias de “utilizarla”. Una palabra dicha es capaz de hacer algo increíble o provocar un verdadero caos. Un poco de indiscreción es capaz de derribar completamente las ideas y las convicciones de las personas afectadas. Entonces sería mejor decir siempre la verdad y no ocultar nada… pero esto es técnicamente imposible, la verdad es difícil de digerir y siempre habrá cosas que quedarán ocultas.
    Y no sólo nosotros mentimos, las demás personas también pueden estar mintiéndonos u ocultando cosas, tal vez por las mismas razones que tenemos nosotros, tal vez por motivos que sólo ellos entienden, sean justos o no.

    Para nosotros los seres humanos, la verdad es relativa y el universo que nos rodea influye en nosotros y en nuestra percepción. Quizás podríamos tener la Verdad ante nosotros y aún así ser incapaces de verla y reconocerla. A veces, la Verdad nos hiere tanto que la rechazamos, intentando defendernos.
    Habría que ser un dios para lograr sacar toda la verdad a la luz, tal vez un dios podría ser el único al que no podamos mentir ni ocultar nada, sea bueno o malo, sea agradable o no.
    Pero si Dios es el rostro de la Verdad… entonces nosotros jamás lo hemos visto.

    La llegada de Atka a casa había representado un gran milagro y una bendición, pero también una enorme responsabilidad y la condición obligada de guardar un importante secreto. Loren se halló ocultando parte de la verdad al mundo que la rodeaba y el único al que no le ocultaba nada era a su amigo lobuno. En parte, porque él aliviaba esa presión extra y la ayudaba en todo y, en parte, porque entre ellos, una mirada era más que suficiente para poder leer los pensamientos del otro.

    Loren entró al cuarto de Atka, que había salido a pasear temprano aquella mañana. Sus padres casi siempre estaban en casa los fines de semana, pero en otras oportunidades iban a visitar amigos o al abuelo. A Loren y Atka les encantaba ir a ver al abuelo, así que acompañaban a sus padres de buen grado, pero en el caso de las amistades de sus padres, preferían quedarse cómodamente en casa, darles un espacio propio y no estorbar con su presencia. Además, a veces les resultaba aburrido reunirse con otras familias.
    Atka era el primero en levantarse en sábados como aquel y tiraba a la joven de la cama. Desayunaban y luego él salía a caminar y disfrutar del aire de la mañana, mientras ella prefería quedarse a limpiar la casa y lavar la ropa, pues alguien tenía que hacerlo. A veces, a duras penas conseguía que él la ayudara con el aseo, pero hoy no había tenido suerte.
    Asimismo, él había intentado hacer que ella lo acompañara en el paseo, pero el frío y la pereza le ganaron y Loren prefirió ordenar las habitaciones, prometiendo tener todo listo cuando él regresara. La verdad era que al lobo no le gustaba caminar solo, pero ya estaba acostumbrado y decidió darle su espacio a la muchacha.

    Ella rió al entrar. Tal vez la habitación más desordenada de la casa era la de su lobo. Dejaba la ropa, los objetos, los cuadernos y los restos de comida tirados por ahí, ensuciaba el piso y también la ropa. Además, deshacía la cama al dormir, dejándola convertida en un verdadero desastre. Era como si a menudo un tornado entrara en esa habitación para ponerla patas arriba. Si era de suponer que los hombres eran desordenados, entonces Atka rompía el récord. No importaba cuántas veces le dijeran que limpiara, él simplemente no gustaba de hacerlo. Suspirando, se puso a recoger la ropa. Al levantar una sudadera verde, encontró debajo un cuaderno pequeño de tapa dura caído, con las hojas abiertas hacia abajo. Se trataba de un diario íntimo que ella una vez le había regalado, si bien esas cosas eran más comunes entre las niñas y él no se mostraba particularmente interesado en escribir las cosas que pensaba o sentía.
    Levantó el diario y lo miró, aunque ya lo conocía bastante. Era mucho si había quince o veinte páginas escritas, con un par de frases sencillas, concisas, de no más de veinte o treinta palabras.
    Una página decía: “es oficial, ella no piensa con la cabeza clara. Debería dejar que yo pensara en su lugar”, en la página siguiente decía “los exámenes son aburridos y no sirven para nada. Vi a Rose copiando y escuché a Matt pidiéndole las respuestas”. Rose era el modo en que todos llamaban a Rosemary, la amiga de Roland y Matt era su novio, también amigo del idiota y uno de los primeros en salir huyendo. Nadie del grupo de Roland le caía en gracia a Atka, pero nunca les había agredido hasta la tarde anterior.
    Loren volvió a pasar las páginas del diario, mirándolas con ternura. La caligrafía era más bien fea, tirando a espantosa y comparable a jeroglíficos. En la mayoría de las páginas había garabatos o dibujos que parecían hechos por un niño de cinco años, que representaban animales o personas y también abundaban los paisajes. Más que escribir sus pensamientos, Atka los dibujaba. En la última página escrita, había un dibujo hecho a lápiz: un chistoso lobo de cola erguida y orejas enormes, de cuya boca colgaba un mono indicado por una flecha que decía “Roland Hudson”.

    Ella no pudo evitar reír en voz alta.
    —Una imagen vale más que mil palabras —murmuró mientras cerraba el cuaderno para guardarlo en una cajonera.

    A él no le preocuparía encontrar el diario impregnado con su olor. Él no ocultaba nada y no servía para mentir o disimular sus verdaderos sentimientos.
    Entre ellos no había secretos, todo era sencillo y la confianza era total, eso estaba bien a los ojos de ella.
    Ordenó y limpió la habitación tan rápido como pudo, colocó sobre la mesa de noche un jarrón con flores que solía adornar su propio cuarto y luego salió.

    Cuando bajó a la sala, vio a Atka sentado a sus anchas frente al televisor, que emitía una película cómica. Él no acostumbraba mirar la televisión, más bien se sentaba allí atraído por el sonido y la imagen, pero sin prestar atención. Lo hacía incluso cuando era cachorro, pero le parecía mucho más divertido jugar con Loren y salir a correr que quedarse tirado como un trapo viejo.

    —¿Por qué no me avisaste que habías regresado? —cuestionó ella.

    Él levantó la vista hacia ella.
    —¿Ya limpiaste mi cuarto?

    —Sí, quedó rechinando de limpio —dijo en tono divertido.

    —¿Me prestarás tus apuntes para copiar la tarea?

    Ella iba a decirle dónde había guardado sus apuntes, pero refrenó el impulso.
    —No necesitas hacer eso, eres más inteligente y original que yo —lo alentó para que trabajara por sí mismo.

    —No tengo ganas —soltó un largo y perezoso bostezo—. Léeme un libro.

    Ella se sorprendió.
    —¿Qué clase de libro quieres?

    —¿Qué libro nos piden en literatura?

    —Creo que Dante. En seguida regreso —Loren subió a su cuarto y regresó con un enorme ejemplar de la Divina Comedia que le había prestado una tía. Era un libro especial, que no sólo abundaba en alegorías, también estaba ilustrado.

    A él no le gustaba estudiar, más bien prefería que alguien se sentara con él y le leyera o enseñara. Aquello que no podía entender mediante un complicado razonamiento lógico, lo comprendía y memorizaba mediante la vista, el oído, el tacto, el gusto, el olfato y la imaginación. No era que le faltara inteligencia o lucidez, tan sólo aprendía de un modo diferente. Tenía que encontrar algún sentido práctico en las cosas que estudiaba o al menos, saber que al final le esperaba una buena recompensa —o un memorable castigo—. Además, aprendía rápido y con gusto en cualquier actividad que involucrara a Loren.
    Luego de un par de horas de lectura, él anunció que estaba aburrido, así que subieron al cuarto de Loren y se pusieron a jugar una versión de ping-pong sin mesa, al tiempo que repasaban lo que acababan de leer en el libro. Aunque no era divertido saber que luego deberían intentar pasar al papel todo aquel “profundo” análisis.

    —¿No hay alguna otra payasada que podamos hacer antes? —suplicó él y le puso ojitos tiernos.

    La joven suspiró, tratando de parecer enojada, pero acabó riendo con ganas.
    —Siempre huyendo de los estudios, me encanta tu estilo.

    Sacaron revistas viejas e hicieron recortes para rellenar un álbum personal de Loren y ensuciaron la cocina mezclando los ingredientes para un postre con crema batida. Había por doquier frutas de todas clases, azúcar y salsas de diferentes sabores. A veces solían hacer grandes compras, porque Loren y su madre gustaban de cocinar a lo grande, al menos una vez al mes.

    Aunque preparar una receta y rebanar la fruta podía ser un tanto aburrido en el silencio.
    —¿No crees que podríamos haber acompañado a mamá y papá? —cuestionó ella—. La fiesta debe estar divertida, además, necesitas aprender a integrarte con las demás personas de una buena vez —con los “extraños”, el lobo siempre intentaba pasar desapercibido… y lo conseguía con éxito.

    Él le dedicó una mirada de “ya sabes cómo pienso”.
    —No lo creo, no necesito de las reuniones —volvió a batir la crema—. No necesito de las otras personas tampoco —la verdad era que sí necesitaba de las personas, pero para él, la manada era Loren, sus padres y el abuelo, con ellos era más que suficiente.

    La chica suspiró.
    —Aún sigo creyendo que deberías tratar de integrarte más, por ejemplo en las fiestas.

    —Yo hago fiesta todos los días, para mí estar contigo es como estar en una fiesta —deseaba saber si ella pensaba, sentía igual.

    —Me refiero a las celebraciones y las fechas especiales —aclaró ella.

    —Por favor, Loren, más del cincuenta por ciento de las fiestas humanas son inventos y productos de una maldita sociedad consumista —se cruzó de brazos, como si eso realmente le molestara—. En los feriados se crían vagos con motivos de cualquier estupidez y en el Día del Trabajo nadie trabaja —soltó un largo suspiro y cerró los ojos.

    Ella levantó una ceja.
    —¿De verdad quieres que me crea que todo eso te molesta, querido Atka? No puedes quejarte, eres el que menos trabaja aquí y el primero en disfrutar de un día libre —le arrojó una naranja por la cabeza— ¿También vas a decirme que no disfrutas de los regalos que recibes en las fiestas? ¿Y que no disfrutas de la sociedad consumista?

    Él pareció repentinamente apenado.
    —No es por los regalos, es por ti. Y me daría lo mismo que me regalaras un collar de platino o una fruta caída de un árbol, me encantaría por ser un regalo tuyo.

    Ella se quedó callada, pensando en las palabras de Atka. También para ella los obsequios tenían más un valor sentimental que económico, el cual no podía medirse con números y símbolos fríos.

    —No entiendo a la sociedad de consumo y no me interesa entenderla. Puede que tengas la misma ropa que aparece en la vitrina de una tienda en Seattle pero querrás esa, porque se ve “mejor” —acabó de batir la crema y la puso en la nevera—. Un lobo caza la presa más accesible y come hasta saciarse, porque no sabe cuando podrá volver a comer, no puede darse el lujo de ponerse exquisito, sería fatal.

    —Eso es ser conformista.

    —No desde mi punto de vista. Aprovecho una buena oportunidad si la veo, hago las cosas cuando me parecen prácticas y útiles, hablo con quienes pueden aportarme algo y no pido mucho más de lo que puedo tener. Yo ya tengo todo lo que necesito, pero tú…

    Ella lo miró.

    —…tú ves las cosas con los ojos del que desea abarcarlo todo y no puede hacerlo —hizo una mueca de sonrisa—. No eres la única, parece como si quisieran enseñarles a ver así. Nunca tienen suficiente, tanto que son capaces de robarse unos a otros, algo poco común entre los demás animales. La sociedad de consumo les consume, yo no seré consumido.

    —Si no quieres ser “consumido”, al menos finge que te agrada. Les caerás mejor a los otros.

    Él se tocó la cabeza.
    —No se me da bien eso de fingir. Tampoco me interesa agradar a las personas.

    —Pero si lo hicieras, encajarías mejor en los grupos. Piénsatelo, Roland y los otros ya no te molestarían tanto. Además, puede que con eso olviden lo del waheela y lo que les hicimos…

    …Ya otra vez…

    Atka le sacó la lengua.
    —Roland y Richard pueden comerse su propia mierda y revolcarse en ella.

    Ella rió con ganas, Atka siempre se las arreglaba para ponerle una nota de buen humor con sus payasadas. Puso toda la fruta troceada en un cuenco y la guardó en la nevera junto a la crema batida. Todo estaba listo para el postre y tenían el resto del día para pasear o jugar en el patio si así lo quería Atka… es decir, si así lo querían ambos.

    —Vamos afuera —la instó él.

    Salieron a correr por el patio, aunque a medio día debieron entrar, porque las espesas nubes grises que cubrían el cielo desde la mañana no se mostraron amables.

    —Es una lástima que no hubiera hecho un día bonito —comentó la joven mientras preparaba una sopa de verduras para el almuerzo—, de lo contrario hubiéramos podido sacar al patio la vieja cometa.

    Sentado en un rincón de la cocina, el lobo se comía entero un gran trozo de carne cruda. Levantó el rostro sucio y la miró.
    —La primera vez que vi una cometa, pensé que se trataba de un ave extraña —comentó.

    Hacía tiempo desde que no veía la colorida cometa que descansaba en el depósito de atrás, desde que Loren tenía once años, pues no había vuelto a utilizarla. Pero al parecer, tanto jugar y la nostalgia típica de los días grises le había provocado a la muchacha una especie de regresión a los días de su infancia, a esos recuerdos hermosos. Ella corriendo con la falsa ave colorida entre sus manos y Atka en su verdadera forma persiguiéndola detrás.

    —Cuida tus modales —le reprochó ella, viendo su rostro manchado de rojo.

    —No necesito modales, papá y mamá no están, no tengo que impresionar a nadie —volvió a inclinarse sobre la carne que sostenía entre sus manos, comiendo de forma desordenada, como si lo hiciera a propósito.

    De pronto, varios truenos se hicieron oír y minutos más tarde, comenzó a llover, cada vez con más fuerza. Ambos miraron por la ventana de la cocina y suspiraron.
    Loren tomó un plato, se sirvió un poco de la sopa y fue a sentarse a la mesa, justo en el instante en que él acababa de comerse la carne e iba a lavarse.
    Cuando regresó y se sentó a la mesa de la cocina, ella seguía revolviendo la sopa en el plato.
    —¿Aún no has comido? —le preguntó.

    —Es que te estaba esperando —murmuró sonriendo.

    —Lindo detalle. Mejor come.

    La muchacha se puso a comer en seguida y sus ojos fueron lentamente del reloj hacia la ventana, que reflejaba un mundo gris y lluvioso y de allí hacia los vivos ojos de Atka. Recordó una vez, cuando era pequeña, en que había salido a correr bajo la lluvia con él, que aún tenía forma lobuna. Ambos fueron fuertemente regañados y ella pescó un resfriado.

    Estornudó.

    —Salud —dijo el lobo.

    —No estoy enferma, sólo estaba recordando cómo se siente correr bajo la lluvia.

    —Es divertido —dijo él con una sonrisa.

    —Lo es —afirmó ella. Volvió a revolver la sopa antes de tomar un sorbo y otra sonrisa se dibujó en sus delicados labios.

    Miró al lobo y los ojos de él parecían sonreírle. Mejor era que terminara de almorzar pronto…

    —Anda, ¿Eso es todo lo que tienes? —se burló él—. No me extraña que tus calificaciones en gimnasia sean tan bajas —era su modo de tomar revancha por las burlas constantes que ella le hacía en cuanto a su desempeño académico.

    Mientras tanto, ella corría tras él, jadeando y completamente empapada por la lluvia.
    —Óyeme, correr bajo la lluvia no es tan fácil. Discúlpame por no ser como tú ¿está bien?

    Él se detuvo y miró hacia atrás.
    —Anda, alcánzame, que te estoy dando ventaja.

    —Y después me vas a dejar atrás de nuevo.

    —Anda, niña, que dejarte atraparme todo el tiempo es trampa.

    Ella corría jadeando y no sentía el frío.
    —Confiesa que disfrutas más cuando te atrapo.

    Él miró hacia atrás por un instante.
    —lo confieso.

    Acto seguido, dio una vuelta en círculos y acabó persiguiendo a Loren.
    —¡Lobo tramposo!

    Ella, riendo, corrió un par de metros intentando escapar, pero en seguida, él la atrapó rodeándola por la cintura. Ambos resbalaron y cayeron al suelo, riendo a carcajadas.
    De pronto, ella sintió el aliento de él en su cuello y eso le provocó cosquillas en el estómago y un rubor inapropiado en su rostro. Era la primera vez que la cercanía de Atka le provocaba una sensación como esa y reprochó sus propios extraños pensamientos antes de que él pudiera percibirlos. ¡Era vergonzoso, inmoral pensar algo así! Le dio una pequeña bofetada y, fingiendo que no pasaba nada, se puso de pie antes que él.
    Siguieron corriendo por el patio, mientras el agua de la lluvia resbalaba en ellos.

    Él levantó la cabeza, para que el viento soplara en su rostro.
    —¿Sientes ese olor, Loren? La lluvia trae consigo el olor del mundo.

    Ella también levantó la cabeza y olió, era un olor exquisito y suave, pero lamentó que su olfato no fuera ni la mitad de bueno que el de él y no poder compartir la misma sensación de éxtasis que el lobo.
    —Me encanta —dijo a pesar de todo. Giró sobre sí misma—. De verdad me encanta la lluvia ¡Deberíamos hacer esto más de seguido!

    Atka corrió una vez más hacia Loren y la levantó en brazos para luego girar con ella, como si ambos estuvieran bailando en el aire.
    Loren reía divertida. Cuando Atka era cachorro, era ella la que lo levantaba en brazos y hacía eso. Se sintió feliz de que él lo recordara. Miró con ternura cómo su cabello se había vuelto liso debido al peso del agua y le tocó el rostro una y otra vez.
    —Que bonito que estás —también le tocaba el cabello—. Estás bonito, mi cachorrito.

    Él la bajó para poder poner el rostro a su altura.
    —¿Sigo siendo tu cachorrito? Estoy algo… grande.

    Ella lo abrazó con fuerza y sintió cómo el olor de la lluvia se mezclaba con el de ambos.
    —Siempre vas a ser mi cachorrito, no importa qué apariencia tengas.

    Él apoyó su cabeza contra la de la joven.
    —Y tú siempre serás mi Loren.

    —¿Sabes, Atka? —lo empujó hacia atrás y ambos cayeron en la hierba mojada, quedando ella encima de él—. Conocerte es lo mejor que me ha pasado en la vida.

    Él hizo esa mueca de sonrisa que lucía tan tierna.
    —Pienso igual —giró y quedó encima de ella—. Nunca olvides cómo se siente.

    Ella rió con ganas y se sentó, luego, le acarició la cabeza.
    —No creo que pueda olvidar la conexión que tengo contigo. Es algo que no he sentido con nadie más. Eres único.

    El lobo volvió a abrazarla.
    —Y tú.

    A través de su ropa empapara, el lobo pudo sentirla, pero él estaba tan acostumbrado que no prestó atención.
    Sentir su cuerpo pegado al suyo, le provocó a Loren las mismas extrañas sensaciones que antes y trató de despejar su confundida mente mirando al cielo nublado, mientras el agua seguía cayendo como una bendición del cielo.
    —Oye, Loren… —Atka miró hacia arriba también—. ¿Sabes que, cuando el agua cae en el bosque, es como si cantara una hermosa canción cada vez que choca contra un árbol, planta o piedra? —le sonrió—, me has hecho escuchar todo tipo de música, pero jamás he oído una que se compare a la canción del bosque.

    Ella rió.
    —No tenía idea de que el bosque cantara —él ya le había contado esa historia una vez, pero ella, egoísta, no lo había escuchado. Tenía que aprender a escuchar mejor ¿verdad?

    —Es lo mismo que cuando miras la luna. Sólo escucharás si lo haces bien.

    Ella cerró los ojos e intentó escuchar. Atka levantó la cabeza y una vez más aulló, pero esta vez, ella no hizo nada por callarlo. La canción de Atka también era parte de la nueva melodía. Aquello era escuchar a Dios.

    La ropa empapada se pegaba a su cuerpo y le pesaba, el frío comenzaba a sentirse. La tarde había pasado rápido, no recordaba cuando había sido la última vez que se había divertido tanto. Había conseguido dejar de lado todas sus preocupaciones y lo único que le importaba era la mirada de Atka, tierna, divertida y llena de vida, con cierto aire de curiosidad, como si en su interior siguiera siendo el cachorro que una vez había aparecido desamparado frente a su abuelo, aquel que había llegado para llenar de luz sus días, cuando ella era tan insegura y temerosa. Aún ahora tenía inseguridades, pero él encontraba la forma de disiparlas todas. Su corazón y su mente se limpiaban cerca de él, pues él sólo tenía sentimientos y pensamientos puros. Lo envidiaba por eso y también, por eso lo quería más que a nada en el mundo.
    Él era una luz en medio de un mundo gris y monótono. Él era diferente a los demás. De alguna manera, pensaba que jamás sería capaz de divertirse con los demás de la misma manera que con él, jamás compartiría con los otros el mismo tipo de conexión.

    Cuando se cansaron de retozar, entraron a la casa, que era cálida, acogedora, tranquila y silenciosa, un refugio hermoso a comparación con el frío del exterior.

    —Creo que lo mejor es que me quite esta ropa empapada y tome un baño caliente —le dijo ella con una sonrisa. Subió las escaleras y él la siguió de cerca.

    Loren se quitó la ropa, dejándola en la cesta, entró al cuarto de baño y se metió bajo la ducha, sin darse cuenta de que había dejado la puerta abierta y Atka aún estaba allí, mirándola sin problemas. Aunque era tal vez la primera vez que él la veía desnuda, eso no le molestó y lo miró a los ojos. Oh egoísta de ella, Atka también debía de estar pasando frío.

    —¿Tienes frío, Atka?

    Él negó rotundamente.
    —No, no tengo frío.

    Ella permaneció en silencio por unos momentos, dudando. Cerró la llave del agua y salió de la ducha.
    —No es necesario que siempre aparentes invulnerabilidad ¿Quieres bañarte conmigo?

    Antes de que él pudiera decirle nada, ella lo tomó de la mano y lo jaló hasta meterlo al cuarto de baño, entonces, lo desnudó rápidamente y lo llevó consigo debajo de la ducha, entonces, comenzó a pasarle jabón, mientras tarareaba una melodía. Él permaneció en silencio debajo del agua tibia, con los ojos cerrados, mientras ella le inclinaba la cabeza para lavarle el cabello y luego los hombros, el cuello, el pecho y la espalda. Sus manos se sentían bien, esa sensación les agradaba a ambos. Atka extendió una mano para tocarle el hombro y fue subiendo por su cuello, hasta llegar al borde de su rostro. Ella aprovechó para acercarse más. Ella se le quedó mirando a los ojos y luego dudó, no estaba muy segura de qué hacer. ¡Sus sensaciones estaban completamente equivocadas!

    —Date la vuelta, Loren —le pidió él—, también quiero ayudarte con el aseo.

    Ella sonrió.
    —¿De verdad? —se dio la vuelta para que él le lavara la espalda, del mismo modo en que ella lo había hecho muchas veces. Le gustó la sensación del roce de las manos de él, sus manos eran toscas, como era de esperarse, pero eso no quitaba el toque juguetón que él tenía siempre. Le pasó un nudillo por la columna, desde la base hasta el cuello y de nuevo hasta abajo, provocando que se estremeciera, la sensación de una corriente eléctrica que la recorría completa. ¿La estaba probando acaso?

    —Hazlo de nuevo —le pidió.

    El volvió a repetir el movimiento, provocándole idénticas sensaciones. De repente, pudo sentir sus dientes justo debajo de la nuca, una mordida juguetona, pero ella se quedó sorprendida por el gesto, jamás había esperado algo así y había sentido cierta excitación… ¡de hecho, sintió que iba a explotar! ¡Se encontró deseando que siguiera!

    —¡No hagas eso! —le dijo medio en broma, medio en serio, poniéndose a la defensiva.

    Pero él la sujetó por las caderas y volvió a morderla de esa manera.
    —Creí que te gustaba —y comenzó a morder a lo largo de toda su columna y a pasar sus manos primero por sus caderas y glúteos y después por sus senos, de una manera que le hizo pensar que pretendía ordeñarla.

    Loren sintió una fuerte oleada de placer y ahogó un grito.
    —¡Para! Atka, para… no… no pares… Sigue, por favor —dijeron en contra de su voluntad sus pensamientos inmorales.

    Le abrazó la cabeza por detrás, pero luego, se separó de él para darse la vuelta y quedar así frente a frente. De repente, se sintió húmeda, pero no dijo nada al respecto. Por un momento desvió la mirada, consciente de que eso sí no se le pasaría por alto… y aún así, él no le dijo nada al respecto.
    Siguieron jugando, fingiendo que nada pasaba y ella siguió tocándolo, de manera cada vez más osada. Atka se dejaba hacer, nunca había disfrutado tanto de una caricia ¡estas eran diferentes por alguna razón!

    Con las manos sobre sus caderas, ella se pegó a él y le puso la cabeza sobre el hombro.

    —¿Loren? —cuestionó él.

    —Estás calentito —murmuró con los ojos cerrados y el rostro sonrojado—, es como si tuvieras un suave y hermoso pelaje de invierno —claramente, podía imaginarse abrazada al denso pelaje de un lobo de gran porte y no quería abrir los ojos para que la sensación no desapareciera.

    Nunca antes había sentido algo semejante desde que él había cambiado de piel… en realidad, jamás lo había abrazado estando desnuda, por un momento, había olvidado que estaba así.

    Él la rodeó con los brazos.
    —Te estás imaginando cosas.

    Ella sonreía con los ojos cerrados y cada vez se pegaba más a él.
    —No, hay calidez en ti. Es como si en realidad nunca te hubieras quitado la piel, algo que traes contigo —giró la cabeza para apoyarla mejor sobre su hombro y su boca quedó casi pegada a su cuello.

    Él estaba muy acostumbrado a sentir el aliento de la muchacha, pero había algo diferente en la expresión de Loren, en primer lugar, nunca se había puesto tan roja, en segundo lugar, parecía como si lo estuviera considerando como un muchacho ¡a pesar de que acababa de decir que tenía piel de lobo!

    —¿Te sientes bien? Creo que tienes fiebre, mejor es que vayas a descansar.

    Levantándola en brazos, la envolvió con una toalla y la llevó hasta su habitación. La dejó sobre la cama e iba a arroparla antes de buscarle algo de ropa abrigada, pero ella lo agarró de una mano para que no se moviera.

    —Quédate aquí conmigo —murmuró con voz amodorrada y aún sin abrir los ojos.

    —Estoy aquí, pero no puedes quedarte así, podrías enfriarte y enfermar —y ella era muy propensa a las enfermedades.

    —No necesito abrigo —sonrió— ¿No acabo de decir que estás calentito como una piel de invierno?

    Él la miró ladeando la cabeza.
    —¿Lo que estás diciendo es que quieres mi calor? —se metió bajo las mantas con ella, la rodeó con su cuerpo y ella se acurrucó contra él, buscando claramente esa protección.

    —En verdad, se siente bien.

    Él apoyó su cabeza sobre la de Loren y miró a través del cristal empañado de la ventana. Aún llovía y aún hacía frío, pero él no lo sentía en lo absoluto. Sentía el aliento de ella contra su pecho.
    —Me recuerdas a cuando tenía dos semanas de edad.

    —¿Dos semanas? —murmuró ella sin cambiar de posición ¿Tan lejos llegaba la memoria de Atka?

    —Estaba ciego y no podía soportar el frío, por lo que pasaba mucho tiempo acurrucado cerca de mi madre y escuchaba las cosas que ella tenía para contarme. Me hablaba de lugares que sólo he visto en mis sueños. Tal vez he olvidado sus palabras —la estrechó más—, pero no su olor, ni su calor.

    Loren conocía bien las historias sobre la madre de Atka. No era mucho lo que sabía, pero él la describía como una loba de hermosos ojos claros y pelaje azul. Aparentemente había sido cazada cuando él aún era pequeño. Loren tenía cierta idea de cómo podía haber sido la loba, una fotografía de Atka a los dos años de edad era la representación perfecta: ojos dorados y pelaje del color del plomo, mezclado con amarillo. Volvió a cerrar los ojos e imaginárselo de esa forma.

    Él apoyó su rostro contra el de ella, rozando su mejilla por un instante y aspiró su aroma.
    —No sabía que el cuerpo de un humano podía ser así de cálido —murmuró. Miró su rostro y le tocó la frente—. Creo que todavía tienes fiebre. Te traeré medicina…

    —No es fiebre —murmuró ella, abrazándolo para que no se le escapara y giró el rostro hasta poder verlo a los ojos—. Estaré bien —le agradó sentir su aliento y se acurrucó más contra él, casi pegando el rostro al suyo.

    —Me parece que te estás equivocando —murmuró Atka.

    Ella lo miró sorprendida.
    —¿Eso te parece? —un fuerte trueno se escuchó afuera, mientras la tormenta aumentaba en intensidad. Era bueno que él hubiera dicho eso, justo ahora que su pequeña y pagana mente humana entraba en confusión.

    Él sonrió con sorna.
    —Realmente te hubiera gustado que pensara eso, ¿verdad? —su rostro cambió a una expresión seria y sujetándola de la muñeca, la volteó de espaldas con brusquedad.

    Paralizada por la sorpresa, lo miró con ojos muy abiertos.
    —Atka, ¿qué haces? —balbuceó.

    —¿Tú qué crees? —la sujetó por los hombros, le abrió las piernas con la rodilla e intentó introducirse en su cuerpo.

    Presa del espanto, Loren intentó en seguida salir de debajo de él, pero se congeló al sentir una serie de puntas afiladas contra su cuello. ¿Iba a morderla? ¿Pensaba romperle el cuello?

    —No te muevas —murmuró él al tiempo que la sujetaba por las caderas e introducía su miembro en ella.

    Eso era apretado y cálido y se sentía bien. No dio importancia al grito de dolor de Loren, de eso se preocuparía después. La embistió con brusquedad y cada vez más rápido y con mayor fuerza. Siempre le había gustado el olor de Loren, pero jamás había creído que podía llegar a excitarle de esa manera, encendiéndolo. Ella había comenzado y, ahora, le había jugado en contra entender “el lenguaje de los humanos” como aquel espíritu todo blanco le había prometido una vez.

    La joven apretó los dientes para no gritar de nuevo, le dolía y el único pensamiento que pasó por su cabeza fue “es demasiado grande”. Le puso una mano sobre la cadera, intentando detenerlo, pero recibió por respuesta un gruñido y un apretón de sus afilados colmillos como advertencia.

    —Creí que eras virgen —susurró casi sin aliento.

    —Lo soy —contestó él—. Lo era —cerró los ojos y, al volver a abrirlos, denotó la mirada de un animal impulsado por instintos irracionales.

    Eso explicaba a todas luces por qué lo que ella consideraba equivocado él no lo veía así. No lo había pensado, sino que había respondido a las actitudes de ella de manera impulsiva, sin siquiera haberse resistido. No tenía la clase de prejuicios de las personas y Loren había hecho mal en creer que él detendría sus divagaciones por considerarlas absurdas. Que él fuera más estable emocionalmente no significaba que hubiera perdido su verdadera naturaleza.
    Mientras se reprochaba, echó la cabeza hacia atrás y una especie de corriente eléctrica subió por su columna, haciendo que tuviera un espasmo. La sensación fue demasiado fuerte y absorbió cualquier pensamiento racional que le quedara, el dolor que pudo haber sentido por un momento y todo sentido de culpa, dejando un comportamiento instintivo y brusco bastante parecido al de Atka. En esos momentos, él era de todo, menos amable, pero la muchacha se encontró disfrutando de aquello, aunque no acabara de entender muy bien lo que sucedía. Se aferró a él y disfrutó de su aroma, su calor, el sabor de su piel y la calidez que le transmitía. Estuvieron unidos por algo más de veinte minutos y, al acabar, Atka apretó su cuello con los dientes y se corrió dentro de ella.
    Por un breve momento, creyó haber visto el rostro verdadero de dios y se preguntó si tal vez los lobos tuvieran la capacidad de ver lo mismo. El mundo que la rodeaba se desdibujó, haciéndola caer en la inconsciencia por unos minutos —o tal vez fueran varias horas, pues había perdido completamente la noción del tiempo y del espacio—.
    Cuando volvió en sí, su cuerpo estaba lánguido y tenía a Atka con la cabeza entre sus piernas. No daba crédito a lo que veía y sentía, la estaba limpiando con la boca y, por su actitud, parecía haber vuelto a ser él, con su tranquilidad, su paciencia y su estabilidad. Vaya cambio.

    —Eso se siente bien —murmuró apenas, con la voz pastosa, los ojos entrecerrados y un tenue rubor en todo el cuerpo.

    Él levantó la vista por unos instantes.
    —¿En verdad? —y continuó limpiándola, aparentemente sin otro propósito más que el de ayudarla.

    Loren desvió la mirada e intentó tocarse el cuello.
    —Creí que moriría asfixiada.

    —Lo siento, no era mi intención —se disculpó él mientras la colocaba en una posición más cómoda y la arropaba para que no tomara frío—. Mejor no te muevas y cuando papá y mamá lleguen…

    Ella lo miró de reojo.
    —Si mamá y papá saben de esto, te matan.

    —Pero, Loren, ahora tú estás…

    —Mi punto es que será mejor que no lo sepan. Nunca jamás —agregó algo atribulada—. Jamás entenderían algo así. Tal vez un lobo no se sienta culpable, pero las personas…

    —Tienen que fingir algo que no son —le espetó él, sin dejarla terminar su queja. Estaba apoyado en un brazo, justo encima de ella—. Si quieres que no diga nada, no diré nada. Y si te pasas el resto de la tarde culpándote, te diré algo: Yo no me culparé, no he matado a nadie ni he cometido un error —y salió rumbo a su cuarto.

    Loren se quedó quieta, entre las tibias sábanas, escuchando la lluvia caer y golpear contra la ventana, permaneció con la vista en el techo. Las palabras de Atka habían tenido un curioso efecto “eco”, impidiendo que ella tuviera los típicos pensamientos catastróficos o la culpa que le hubieran sobrevenido en otras circunstancias. No se sentía mal. Era como si el lobo le hubiera aplicado un tranquilizante a su alma.

    Él regresó algunos minutos más tarde, vestido con un elegante abrigo de gruesa lana oscura y se sentó al borde de la cama.
    —¿Puedes moverte? —le preguntó.

    —Sí, claro —ella se sentó envuelta en las mantas.

    Él fue hasta el armario, sacó varias ropas de abrigo y luego se puso a vestirla como ella había hecho muchas veces con él.
    —Parece que es mi turno de jugar a las muñecas —comentó y la hizo reír.

    —¿Puedes quedarte esta noche aquí, como cuando eras pequeño? —le preguntó ella.

    —Ahora me sentiré tentado —murmuró, haciéndola reír de nuevo.

    —¿En verdad? —preguntó ella sin acabar de comprender si lo anterior era cierto o una broma.

    —No depende de mí, depende de ti —le abrochó los pantalones y la sentó en la cama, antes de volver a abrigarla con el edredón—. Así no te afectará el frío.

    —No es el frío lo que me preocupa —bromeó Loren esta vez.

    Él, sentado al borde de la cama, se inclinó hacia atrás hasta casi recostarse sobre las piernas de la muchacha y la miró.
    —No tienes que preocuparte por mí.

    Ella fingió enfado.
    —¿Y quién ha dicho que me preocupo por ti?

    —No era mi intención perderme. Dicen —la miró a los ojos, como si intentara ver a través de ellos su alma— que los seres humanos que son débiles se pierden también. Ellos no son muy diferentes a nosotros los animales.

    Atka se levantó de súbito y la empujó hacia atrás, haciéndola caer de espaldas en la cama. No dijo nada, sólo la miró y luego, se recostó a su lado en la cama, esta vez sin meterse bajo en edredón. Ambos se durmieron en seguida.

    _________
    Sorpresa, sorpresa. Para desequilibrar hasta al más estabilizado, he traido un capítulo que confunde bastante, pero prometo que esto pronto se aclarará. Ahora, debo decir un par de cosas.
    Me siento honrrada de que comparen esta humilde obra con un best seller o un libro de renombre y más aún que me remitan a un autor tan especial como es Jack London.
    Aclaro, Whitemiko tienes razón, Atka sólo tiene hacia Loren el afecto que es normal entre miembros de una manada de animales salvajes... pero algunos instintos animales no son fáciles de refrenar. Es espera de que no les de un shock muy fuerte, he de decir que esto ha de continuar, no se quedará así simplemente.

    A mí me han gustado los lobos toda la vida, por eso sé mucho de cómo es su vida en comunidad, además de que me gusta la etología... y he de decir que, si leí Crepúsculo y vi las películas, fue sólo por eso: los lobos. Es a propósito de eso que creí que la trama podía llegar a estar trillada, ya que Atka es un cambiante de piel y vive entre nativos americanos, que están bastante asociados a las leyendas de lobos.
    También, aquí hago referencia a un lugar que en especial te gustará a ti, Whitemiko, uno de los sitios donde transcurre el libro White Fang (Colmillo Blanco): La tundra ártica y la taiga.
    Disfruten y no se infarten, que esto ha de seguir!!

    Luchy las saluda!
     
    • Me gusta Me gusta x 1
  11.  
    surisesshy

    surisesshy Usuario popular

    Escorpión
    Miembro desde:
    18 Febrero 2008
    Mensajes:
    610
    Pluma de
    Escritora
    ¿Que no me infarte? ¡ESO NO ME LO ESPERABA! Pero seguire u consejo y me calmare (respira profundo... y lo suelta) haa, eso funciona, puedo decir que me ha gustado el capitl, ahora si teng curiosidad con el Blanco, de si es real o no, eso me esta volviendo loca, demaciadas intrigas en esta vida, me gustó tu forma de ver la verdad, fue muy hermosa esa parte, la lei con ganas y ansias, eso me gusa de tu historia, plasmas las cosas tal cual son, pero lo que mas me gusta es ¡que tus capitulos son largisimos! :3

    Lo se, Atka solo seguía sus instintos de lobo, después de todo, un lobo nunca está domesticado, por más que se esfuercen los humanos por lo contrario, seran salvajes siempre, lástima que Loren no lo sabe o no quiere saberlo, pero se ve qu no se arrepiente, solo espero y no quede embarazada, aunque eso es imposible que no suceda.

    El capitul me gustó bastante, y es verdad, eres una buena escriora, especialmente por tu correcta forma de ver la vida, plasmas bien tus pensamientos de esta y todo lo referente a ella, te veo en el próximo capitulo, bey.
     
  12.  
    Whitemiko

    Whitemiko Usuario común

    Virgo
    Miembro desde:
    9 Agosto 2010
    Mensajes:
    228
    Pluma de
    Escritora
    holi!!!
    WOW!!me dejaste peor que antes!!!eso fue genial!!
    pero ahora me dejaste mucho mas confundida que antes!!!bueno uno podria pensar que Atka se pasa, pero Loren le dio los motivos!!!
    ahora que???dios eso ya hizo que cambiara la relacion!!!aunque...me dejaste bastante intrigada con esto:
    a que se referia Atka con eso???Loren esta que!!!!no me digas que esta union va a resultar premiada!!!A LA! eso va a caer peor que cubetazo de agua helada!!
    mmm segun entendi, te tomaste en bastante en serio la manera de ser de los lobos, por como actuo Atka durante el...ya sabes xD bastante realista!!hasta en el tiempo que estuviero cof cof unidos cof tambien me recordo vagamente en la parte del llamado del blanco me recordo a La llamada de la selva, anda mucho!!xD debes pensar que me la paso traumada con Jack London, pero es que si, es mi autor favorito y me parecio bastante acertado comparar tu obra con la de el, me capturaste al igual que el, sabes que a mi me encantan los libros que tengan que ver con la fauna salvaje, ya que considero que esos escritos son bastante dificiles de manejar y por ello merecen ser reconocidos.

    Espero que pronto lo continues!!!me encanta tu historia y me tiene muy intrigada que participacion tendra el blanco en todo esto!!, cuentas con mi apoyo en tu historia!, sin nada mas que decir me retiro

    XOXO
     
  13.  
    Sylar Diaz

    Sylar Diaz Sei mir gut Sei mir wie du wirklich sollst

    Libra
    Miembro desde:
    3 Agosto 2019
    Mensajes:
    58
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Y... murió...
     

Comparte esta página

  1. This site uses cookies to help personalise content, tailor your experience and to keep you logged in if you register.
    By continuing to use this site, you are consenting to our use of cookies.
    Descartar aviso