Aldea Eterna

Tema en 'Zona narrativa' iniciado por Hygge, 6 Abril 2023.

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    Hygge

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    Se dice que Aldea Eterna se ve asolada por una maldición desde sus inicios, y que sus habitantes tienen una profunda conexión con el más allá. Decenas de rituales se llevan a cabo entre su gente, donde la unión con los pokémon fantasma conlleva ciertos sacrificios en pos de mantener el equilibrio entre humanos y pokémon. Es una tierra triste y gris; el sol apenas brilla y unas nubes eternas cubren permanentemente el cielo, brindándole un aspecto sombrío a ojos de extraños.

    Se cuentan muchas leyendas de este lugar. Apariciones, exorcismos y demonios que rondan por el lugar. Pero son solo eso, leyendas.

    Al menos, gracias a ella, su gente puede respirar tranquila, lejos de miradas indiscretas.
     
    Última edición: 6 Abril 2023
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    Era una noche sin luna. El frío y la penumbra se sentían con más intensidad que nunca; tenían la facilidad de adherirse a la piel y calarte los huesos. El silencio se extendía a través de las calles de la aldea. Era un silencio pesado, asfixiante, muy distinto a tantos otros.

    La gente de Eterna contenía su miedo tras las ventanas de sus hogares. Las cortinas se mecían de manera imperceptible, ocultando un par de ojos que observaban con terror la hilera de hombres de extraños trajes y cabello de cielo que atravesaban en fila la aldea, llevándose consigo su ansiado equilibrio. La paz que tanto sacrificio les había costado lograr.

    Una a una las casas eran desalojadas por la fuerza, y sus habitantes llevados hacia el centro de la aldea donde el resto de los presentes permanecían expectantes por lo que estaba por suceder. Nadie comprendía nada. Nadie entendía de qué forma aquellos extraños habían surgido del mismo cielo para visitarles aquella noche cerrada.

    ¿Eran emisarios de los dioses? ¿Entonces por qué se sentía como un castigo?

    ¿Qué... habían hecho mal?

    Rowan contempló al otro lado de su ventana cómo las casas de en frente empezaban a ser desalojadas. Los gritos de su vecina hicieron que cerrase la cortina; sabía que no tardarían demasiado en llegar.


    No quise darte opciones porque no sé quién estaría con Rowan en la casa, asi que te voy a dar libertad creativa para que pongas un post introductorio y de ahí te voy acompañando y dando opciones con la trama uvu/
     
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    Zireael

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    Rowan Ikari

    Las noches sin luna no me hacían mucha gracia, la oscuridad parecía esparcir el frío casi como una enfermedad y se colaba bajo la ropa y la piel con insistencia, terrible. Sin embargo, en esa negrura esta vez también se extendió un silencio diferente, denso, como de muerte y en él encontré algo muy parecido a lo que creía haber visto en la pesadilla la última vez.

    Miedo.

    Respuestas.

    Quizás ninguna y fuese algo completamente distinto.

    Los extraños habían llegado con la oscuridad y en Eterna respirábamos miedo, ocultos detrás de la cortina como verdaderos fantasmas. Nos estaban sacando, era nuestro hogar y nos estaban sacando, era suficiente para que me hirviera la sangre en las venas.

    ¿Habíamos hecho algo mal?

    ¿Qué más?

    ¿No bastaba con nuestra sangre maldita?

    Había permanecido detrás de la cortina, como todos los demás, y escuché a mi padre cuchicheando con mi madre. Algo de que tenían que sacarme de aquí, que no podían dejar que los extraños me tomaran y que no tenía fuerza para moverme yo solo.

    Tomé muchísimo aire, caminé hasta el fondo de la habitación y agarré la espada recluida en el rincón, en un pequeño altar. Hice la reverencia de rutina, claro, pero por demás ese objeto era mío. Me había elegido.

    Luego de tomarla deslicé la puerta tratando de no perturbar el silencio, al menos lo intenté, y caminé hasta el origen de los murmuros. No me quedaba nada de la debilidad que había cargado por casi toda mi vida, antes del incidente de los Litwick y la pesadilla.

    —Puedo moverme solo —advertí en voz baja y seguí hablando—. No podemos quedarnos.

    Lo decía así, tan simple, como si no estuviese hablando de abandonar nuestra aldea y a nuestra gente. Eran condiciones extremas, para qué decir lo contrario.

    Balanceé el peso de la espada, el metal cortó suavemente el aire y Jigoku salió de un recoveco bajo la mesa de té del salón, pegándose a mí. Las opciones se nos acababan, se nos quedaban cortas, y aunque disfrutaba de ayudar a los demás ahora la prioridad era mi familia y yo mismo.
     
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    Los padres de Rowan se miraron, dudosos. La mejoría de la salud del chico era más que evidente, pero aún eran incapaces de acostumbrarse. Después de toda una vida cuidando la fragilidad a la que la maldición redujo a su hijo era imposible habituarse a verlo liderar la marcha con esa decisión en su rostro.

    —¿Estás seguro de esto? —preguntó su madre, mano en el pecho—. Al menos déjanos que carguemos la espada por ti. El trayecto será largo.

    —Está bien, déjalo —Su padre le miró a los ojos—. Puedes hacerlo, ¿cierto? —Esperó a que el chico asintiese—. Entonces confiamos en ti.

    La familia se dirigió hacia la ventana trasera. Pidiéndole al pequeño Litwick que les acompañaba que redujese su llama al mínimo se asomaron, inquietos, aguardando por la señal para salir de allí. No tenían demasiado tiempo, y los segundos les pasaban en su contra a cada instante.

    —Iré yo primero —susurró el padre.

    Conteniendo el aliento, una vez comprobaron el perímetro el hombre se abrió paso hasta tocar el suelo. Rápidamente se escondió tras los arbustos que rodeaban su hogar, pues no tardó en oir voces que charlaban en la distancia. Cuando hubo pasado el peligro le hizo una señal a su mujer, y esta se volvió hacia Rowan.

    —Es mejor que le sigas tú ahora. Te progerá en cuanto pongas un pie fuera.

    Así, le ayudó a sujetar la espada mientras él y el Litwick salían del hogar a hurtadillas, y se la tendió del otro lado una vez estuvo fuera. Corrió a esconderse junto a su padre, y aguardaron unos segundos prudenciales hasta darles la señal para que la mujer siguiese sus pasos.

    El corazón les bombeaba con fuerza en el pecho durante esos últimos instantes. Tan cerca, pero a la vez cualquier mal paso podía alertar a los guardias.

    Sería su ruina.

    —Con cuidado, cariño. Eso es.

    Atentos a los movimientos de la mujer, ninguno prestó atención a la turbación del pequeño fantasma. Había notado algo en la distancia, un pokémon patrulla que olfateaba la zona en busca de posibles amenazas. Agitado, llamó la atención de Rowan.

    Eso iba a ser un problema.
     
    Última edición: 7 Abril 2023
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    Rowan Ikari

    La duda de mis padres era más que comprensible a pesar de que que habían pasado dos años desde que había recuperado fuerzas, entendía que las cuatro marcas estaban impresas en ellos de otras formas. Eran los que me habían visto al borde de la muerte, los que me habían cuidado desde que nací y que temían estornudarme encima y quitarme tiempo de vida o algo. Ahora tenía que demostrarles que podía por mi cuenta, de nuevo, y usar la personalidad que no había podido mostrar cuando me encontraba postrado.

    Mi padre buscó reafirmar si podía hacerlo y afirmé, en silencio, Jigoku se balanceó como secundándome, diciendo que seguiría haciendo su trabajo de mantener a raya la maldición. Con eso solucionado, nos ordenamos para salir y mi padre se adelantó.

    Pasé saliva, inquieto, pero pronto tuve que seguirlo. Mi madre se dejó la espada, luego me la tendió y se escabulló junto a nosotros tan rápido como la situación lo permitía. Estaba por colocarme frente a ellos como línea de defensa cuando Jigoku llamó mi atención, el fantasma estaba agitado, y señaló un pokémon que olfateaba la zona y podía jodernos todo el escape.

    Comprimí los gestos sin darme cuenta, apoyé la espada en el suelo y volví a pasar saliva. ¿Un golpe para noquearlo bastaría? Quizás, la cosa era que no podía dejarlo vernos, estábamos demasiado cerca de los extraños todavía.

    Giré el rostro hacia mis padres, me llevé el índice de la mano libre a los labios en una señal de silencio y al volver la atención al frente despegué la espada del suelo. En el proceso miré a Jigoku, seguía mirando al pokémon, pero atajó mi intención a pesar de todo y cuando recorrí el filo del arma con la yema del dedo de la mano no dominante, la gota de sangre que se deslizó se evaporó en un instante. Era poco, suponía, pero el Litwick me permitía eso sin acabar en cama un día completo.

    Cuatro líneas para la muerte.

    Más una para la buena suerte.

    Respiré profundamente y esperé el momento oportuno para liberarnos el camino a cualquier costo. No tenía espacio para demasiadas sutilezas, lo suyo era silenciar las alarmas antes de que hicieran ruido siquiera.
     
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    Rowan silenció con un gesto a los presentes, que contenían el aliento ante la aparición de aquel pokémon rastreador. Si les descubrían no tardaría ni dos en segundos en atraer al resto del grupo, y entonces no tendrían escapatoria alguna.

    Debían usar la única baza que tenían.

    A cualquier costo.

    El pokémon se acercó lentamente entre las casas. Olfateó el aire, detectando presencias cerca, y al alzar la cabeza del suelo fue la señal que Rowan necesitó para atacar.

    Con la celeridad que solo le concedía aquella espada silenció al pokémon de un tajo certero. Cayó como un peso muerto, y los Ikeda aprovecharon la oportunidad para deslizarse entre las casas lo antes posible. Rowan observó en la distancia el cuerpo del pokémon por última vez.

    No se movía.

    Los siguientes minutos transcurrieron con tortuosa lentitud. Los extraños de blanco iban y venían entre las calles, dejando muy pocos puntos ciegos a su alcance. Con la ayuda del arma y su agilidad se abrieron paso hasta acercarse poco a poco a los limites de Eterna. El bosque se extendía engullido por la oscuridad y por primera vez desearon formar parte de él.

    Cualquier lugar era más seguro que su propia aldea ahora.

    —¿Ves algo?

    Ocultos tras una de las casas observaron el perímetro restante con cautela. El padre de Rowan habló en un murmullo.

    —Hay demasiados. Saben bien cómo posicionarse.

    Tenían cubiertas las entradas y salidas. De esa forma nadie podría escapar de su dominio ni nadie ajeno a ellos podría interferir desde afuera sin pasar primero por ellos.

    —Quizás pueda hacer de carnada.

    Los ojos del hombre se abrieron por la sorpresa.

    —¿Estás loca?

    —Puedo ganar un par de segundos para que huyais. Somos demasiados, nos terminarán atrapando a todos.

    En mitad de aquel debate Rowan fue alertado por una voz agitada no muy lejos de su posición.

    —¡Señor, tenemos pokémon heridos de gravedad! ¡Alguien o algo les ha atacado!

    —¡Redoblad la seguridad! ¡Que no escape nadie!

    La mujer chasqueó la lengua con disgusto. Eso lo complicaba todo en gran medida. No tardarían en encontrarlos, la posibilidad de que todos huyesen de allí era prácticamente nula.

    En determinado momento sus progenitores se miraron. No necesitaron palabras, ambos sabían lo que deseaban hacer. Con un silbido la sombra de Rowan comenzó a distorsionarse y de ella surgió un Dusclops, uno de los pokémon guardianes de su familia.

    Su madre le acarició el rostro en mitad de su confusión. Había tristeza en su mirada, pero con todo, sonreía.

    Porque el amor que le tenía a su hijo era superior a cualquier otra cosa.

    —Cielo, no olvides que tu padre y yo te queremos. Por favor, ponte a salvo.

    Busca ayuda.

    Aquello fue lo último que logró escuchar. Había venido de su padre, que le miraba con el mismo amor y orgullo de quien reconocía la independencia de su hijo antes de que todo se fuera a negro.

    —¡Eh, ahí hay alguien!

    —¡Rápido, por aquí...!

    Dusclops arrastró a Rowan y a Jigoku a través de un portal de sombras, diluyendo las voces en la distancia hasta que desaparecieron junto a sus siluetas. A la tensión y la cacofonía de voces le sucedió el silencio absoluto, tan solo rivalizado por el murmullo de las hojas acariciadas por el viento.

    Habían aparecido en mitad del Bosque Esmeralda, completamente solos. Sus padres no tardaron en ser capturados por los guardias, podía intuirlo pese a que la aldea apenas era distinguible ya entre los árboles.

    La confusión y la angustia se revolvían en su pecho, pero la voz de su padre marcaba con claridad un nuevo objetivo a seguir.

    Buscar ayuda.
     
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