One-shot de Naruto - Al Otro Lado

Tema en 'Fanfics Terminados de Naruto' iniciado por ibarbarayajures, 8 Octubre 2016.

  1.  
    ibarbarayajures

    ibarbarayajures ¡Shannaro!

    Capricornio
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    9 Agosto 2016
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    Escritora
    Título:
    Al Otro Lado
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    Para todas las edades
    Género:
    Amistad
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    8587
    Siempre fui la típica niña gris que pasaba desapercibida entre la multitud. Aquellas personas que están detrás de los que le ven la espalda a los que rodean al protagonista de la película, dentro de ésa pequeño grupo de seres humanos estaba yo.

    O eso creí, hasta que conocí a alguien que estaba a más oscuras que yo.

    Desde ése día mi vida cambió.


    Al Otro Lado

    Capítulo Único



    Inicio.jpg



    Como todos los días durante mis últimos tres años de vida, tomando en cuenta que los primeros cinco no hacía nada más que divertirme, comer y dormir.

    Continúo, como de costumbre, me levantaba en la mañana, tomaba una fría ducha para despejar mi sueño y desayunaba junto a mi mamá, que humilde y forzosamente se ganaba lo que comíamos trabajando a diario en una casa de familia.

    Quizás muchos se preguntarán por mi padre y seguro que esperan leer algo como que se olvido de nosotras y nos abandonó por otra mujer. A veces pienso que sería mejor si eso hubiese pasado.

    Mi padre murió de leucemia cuando tenía cinco años. En ése momento no conocía mucho acerca de la enfermedad pero tenía entendido lo que era la muerte o algo así. Recuerdo a mamá decirme todas las noches que él estaba cuidándonos desde el cielo mientras me sonreía con la mirada triste. Cuando tenía ocho entendía perfectamente lo duro que había trabajado mi mamá para criarme sola. Ella es el ideal perfecto para mí y el reflejo de que cualquier mujer puede con eso y mucho más. Si existe algo que desearía más que a nada en el mundo, es tenerla conmigo para siempre.

    Cogí mi bolso y lo coloqué sobre mi hombro, mamá sujetaba mi mano, como si me fuese a perder y luego salíamos. Vivíamos en una casa residencial humilde pero llena de gente muy amable, conforme caminábamos muchas personas la saludaban. Siempre me dejaba en la escuela a las 6:45 de la mañana y luego se iba deprisa a su trabajo, tenía entendido que su jornada iniciaba a las 7.

    Siempre tuve la incertidumbre sobre ésa gigantesca y misteriosa casa, podría decir que era una mansión, adornada con un verdoso césped al frente, que a mí parecer, era la único que le otorgaba color a ése lugar. Pero luego estaban aquellas lujosas y muy altas rejas de color negro que llegaban hasta la acera de la calle por la que diariamente pasaba.

    Ya era un hábito para mí, perderme observando cada detalle de las rejas de aquella casa pero esta vez había algo más. La puerta de la entrada estaba abierta y frente a ella, un camión de mudanzas. Me pregunté si acaso alguien de verdad vivía allí y si así era ¿De quién se trataba? ¿Ya se iba? O era posible que ¿Alguien estuviera llegando?

    Escuche a mamá decir mi nombre y me sacó rotundamente de mis pensamientos jalándome más fuerte para que siguiera caminando. Continué a su lado, no sin antes observar por, quizás ultima vez, esa puerta abierta.



    Esa semana transcurrió con normalidad, la verdad es que no era de las personas que esperaba que algo emocionante pasara en su vida porque lo más emocionante que había vivido hasta ése entonces era volver a ver a mamá reír. Y es que la verdad, nada me impresionaba tanto como para considerarlo emocionante.

    De la escuela era la niña rara y a la vez, la invisible. Las otras niñas solían llamarme Frente de marquesina, está de más decir el por qué, también me apodaban como Pelo de chicle gracias a mi peculiar y extraño cabello color rosa, pero era algo muy propio de los Haruno. Luego Naruto, mi mejor y también raro amigo, me hacía reír diciendo que envidiaban que el color fuera tan natural en mí, mientras que ellas siempre debían usar mechones artificiales. Yo era una de las que, físicamente, se sentaban al fondo y al lado del gran ventanal en el salón de clases pero mentalmente, estaba en otro mundo.

    Por lo general pensaba bastante sobre ella, pero ésa semana no hubo día que no se cruzara por mi mente la intriga de quién se iba o quién llegaba a esa casa.

    La hora de salida era a las 2 de la tarde, mamá trabajaba hasta las 7. Así que siempre caminaba sola de vuelta a casa. Ése día estaba bastante soleado así que recogí mi cabello en cola alta y caminé con el sol puesto en todo mi rostro, no obstante me detuve al observar que un auto negro muy grande y lujoso se estacionó justo en frente de aquella casa. Mis dudas sobre si alguien se iba de allí, habían cesado. Mi corazón latía fuerte con tan sólo pensar que alguien nuevo había llegado. Esperé con ansias que bajaran del coche y cuando ocurrió me sentí decepcionada al ver que sólo eran dos musculosos hombres vestidos con traje negro, así que seguí mi camino.



    Los siguientes días, la imagen que había visto no dejaba de circular por mi cabeza pero todo cobró sentido para mi mente inocente e infantil, claro, dos misteriosos hombres vivirían ahora en la casa más misteriosa del vecindario. ¿Qué esperaba? ¿Qué llegara alguien y le diera color a esa casa?

    En realidad sí.

    Ésa noche después de que mamá llegara del trabajo, me ordenó ir por unas hierbas afuera. No les había mencionado que detrás de la residencia había una especie de campo boscoso donde se sembraron muchos arboles y, entre ellos, manzanares. También habían, por obra de la misma naturaleza, hierbas aromáticas que le daban un sabor exquisito a las comidas, cabe destacar que, justo después de los arboles y frente a la parte trasera de mi casa, se situaba la parte trasera o cualquier otra parte de aquella casa en particular.

    Mi casa alumbraba un poco el lugar en donde recogería las hierbas, después estaban los arboles cubiertos con nada más que oscuridad y el reflejo de la gran luna llena. Inevitablemente observé más allá y para mi sorpresa, una luz estaba encendida, proveniente de una pequeña puerta en forma de arco, que curiosamente también estaba cubierta de rejas. Recuerdo haber avanzado dos pasos y fue tan grande mi alteración emocional cuando detallé a una pequeña figura aferrándose desde adentro a las rejillas, que sin pensarlo, tiré las hierbas que había recogido y corrí hacía allá.

    Torpemente tropecé a medio camino con lo que supuse que era la raíz de alguno de los árboles. Me puse de pie con nada más que oscuridad a los lados, volteé nuevamente observando que el foco de mi casa se hacía más pequeño, pero continué caminando contrariada, con el corazón a punto de salirse de mi pecho y con la respiración bastante agitada. Hasta acercarme lo suficiente, aún en la oscuridad y a unos metros de distancia con aquella puerta.

    He visto todo tipo de miradas y ojos de muchos colores, unos más hermosos que otros; unos tristes y otros felices; unos angustiados y otros sorprendidos; unos soberbios y otros débiles. Pero jamás en mi vida vi unos como los que vi esa noche. Juraría que me perdí en la pureza que había en su mirada. Era fascinante. Sus ojos eran como dos lunas plasmadas en su rostro. Su mirada a simple vista parecía tan pacífica pero dentro de todo eso había un torbellino de emociones tristes y una niña, que al cruzar su mirada con la mía, me gritaba pidiendo ayuda.

    Escuché a mi mamá gritar mi nombre preocupada, volteé mí vista hacia la casa que ahora parecía un pequeño cuadro con luz y la pude ver, no tuve que adivinar si estaba mirando hacia acá porque sabía perfectamente que sí lo hacía. Me pregunto si tenía la misma duda que yo antes de acercarme. Giré mi vista nuevamente hacia las rejillas y aquellos ojos aún seguían observándome. Di un paso hacia atrás y, sin querer hacerlo, giré sobre mis talones en dirección a casa.

    —¡Hija! ¿Dónde estabas? —me cuestionó mi mamá al observarme saliendo de los arboles.

    —Quería asegurarme que las hierbas de allá no fueran mejores que las de acá —le mentí

    Se inclinó hasta quedar frente a mí —Sabes que no me gusta que estés por allí de noche —besó mi frente —Y mucho menos, sola. Debes avisarme la próxima vez.

    —Lo siento, mamá. No volverá a ocurrir —le mentí, una vez más.




    Al siguiente día, después de regresar de la escuela, no pude evitar salir a la parte trasera de casa. Me sentí culpable al recordar lo que le prometí a mi mamá pero en ése momento estaba sola y no era de noche, así que caminé lo más rápido posible hacia aquella puerta, esta vez tratando de no tropezar nuevamente pero las raíces de esos arboles eran tan grandes delante de mis cortas piernas, incluyendo mis dos pies izquierdos y la gran inquietud que sentía, caí un par de veces pero no me detuve.

    Al acercarme lo suficiente, fue la primera vez, en mucho tiempo, que me sentí emocionada por algo. Allí estaba aquella niña, en el mismo sitio pero esta vez sentada detrás de las rejas, mirando a la nada de los manzanares. Al mirarme se puso de pie rápidamente, como si estuviera esperándome.

    —¿Estás bien? —fue lo primero que me dijo. Su voz era tranquilizante.

    No entendí por qué lo preguntaba, no hasta que noté como miraba mis rodillas y al bajar mi vista pude ver cómo estaban sangrando por algunos raspones, mis calcetines blancos, que me quedaban un poco más abajo que mis rodillas, estaban sucios y llenos de tierra. Le resté importancia asintiendo mientras le sonreía, ella me devolvió una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

    Me auto-invité a sentarme frente a ella y pude observarla detalladamente. Piel muy blanca, cabello corto negro y esos ojos que me llenan de intriga. A pesar de que esas fastidiosas rejillas nos separaban, pude notar que ella también me detallaba.

    —Me llamo Sakura —sonreí —¿y tú?

    —H..Hinata.


    Y ése, fue el comienzo de todo.



    Pasaron semanas desde que hablamos por primera vez, sentí un vínculo al instante, ella era muy tímida y reservada. Al principio pensé que no quería hablarme y que ella no sintió ésa conexión. Eso pensé, hasta ése día.

    —¡Hinata, ven a correr conmigo en los manzanares! —le dije con un tono aburrido. Ya estaba cansada de verla siempre detrás de esas rejas.

    —N..no puedo.

    —¿Cómo que no puedes? —cuestioné confundida —¡Ven, por favor! —insistí —Pide permiso a tus padres y sal a correr conmigo.

    —N..no me dejan, Sakura.

    —¿Ah? —me senté frente a ella y la miré, probablemente tenía una mueca en mi rostro en ése momento.

    —Mi padre no me deja salir nunca de la casa... Dice que si hablo con alguien, me pueden hacer daño.

    —¿Por qué te harían daño? —me acerqué mucho más a las rejillas —¿Cómo es que estás hablando conmigo?

    —No debes decirle a nadie que hablas conmigo. No debes siquiera saber que existo.

    —¿P..por qué?


    No es que le hubiese hablado a alguien sobre ella, ni siquiera se lo había mencionado a mi madre, pero me resultó muy extraño en ése momento.

    —Porque te pueden hacer daño, como a mí.


    Aún recuerdo como sus ojos tristes me miraron.

    —Soy tu amiga, Hinata —dije con seguridad —no dejaré que alguien te haga daño.

    —¿Qué es amiga?


    Ése día descubrí lo aislada que estaba Hinata del mundo exterior. Ése día todo cambió. Fue una gran sorpresa para mí saber el por qué no la dejaban salir, me confesó que su padre se había vuelto muy estricto y sobre-protector con ella desde que su madre fue asesinada. Me contó que desde entonces no sabía lo que era el olor a naturaleza, ya que a su padre no le gustaban las flores ni nada al respecto porque decía que eran para los muertos. Ahí entendí el por qué habían quitado el césped del frente de su casa, haciéndola ver mucho más opaca de lo que era. Hasta que descubrió ésa pequeña puerta que daba vista a un pequeño y hermoso bosque, le agradó y por esa razón iba y duraba allí mucho tiempo. Ése día entendí la ayuda que me pedía con su mirada, la noche que la vi por primera vez.



    Un día fui con mamá a la casa de mi tío, no me agradaba la idea de irme y dejar de ver a Hinata por dos días, de cierta manera, me había acostumbrado a ella. Fueron largas las horas de viaje, no quería ni imaginar lo largo que sería entonces mí fin de semana. Él vivía fuera de la ciudad, en una gran casa rural y detrás de ella tenía una pequeña granja.

    Ése día me pidió que lo acompañara a buscar leña en el bosque para armar la chimenea en la noche. Accedí sabiendo que él haría todo el trabajo porque, simplemente era pequeña y no sabía nada de eso. Cruzamos el bosque hasta llegar a una gran pradera, allí me dijo que me quedara mientras él buscaba la leña en los arboles que estaban unos metros adelante, dijo algo como que eran de los mejores. Recuerdo que corrí y jugué con mariposas hasta más no poder, notaba que él me observaba desde lejos y yo lo saludaba alzando mi mano. Fue agradable pasar tiempo con él, aunque no hablábamos mucho.

    Me recosté sobre el césped sin importar lo mucho que picaba en el cuerpo, estaba cansaba de haber corrido tanto, observé el cielo azul despejado y no pude evitar sentirme mal al pensar que mientras yo corría en el campo, Hinata posiblemente se encontraba sentada detrás de esas rejas, que ahora me parecían detestables, viendo los manzanares.

    Observé a mí alrededor, habían flores de muchos colores y distintas especies. Tomé al menos dos de cada una y me aseguré de que su olor fuera agradable, mi tío me ayudó, por supuesto y mientras eso, me hablaba sobre cada una de ellas. Mencionó también que me otorgaron éste nombre porque a mi padre le encantaban las flores de cerezo. Y sabiendo que él sería una clase de confidente, le conté sobre Hinata.

    Cuando llegamos a casa enseguida fui a entregarle el pequeño ramo de flores, sabia que posiblemente lo iba a rechazar por su padre. No fue así. Lo recibió con una alegría indescriptible y me agradeció por lo menos cien veces. Mientras conversábamos veía como aspiraba el olor de cada una de las flores y sonreía levemente. Era una sonrisa verdadera comparada con las que había visto anteriormente y eso me hizo sentir bien.

    Ése día me prometí que haría cualquier cosa para hacer sonreír a Hinata y me esforzaba cada que iba a verla en ello.



    Los años pasaron y al igual que nosotras, nuestra amistad fue creciendo y fortaleciéndose cada día más.

    —¿Qué tal esto? —dije tocando la falda que llevaba puesta.

    —¿Qué es eso?

    —Es mi uniforme de secundaria —volteé los ojos acercándose.

    —Jamás había visto uno —sacó su mano por medio de las rejillas y tocó la tela.

    —Es sólo un uniforme, todos en la escuela lo usaran —encogí mis hombros mientras me sentaba y enseguida ella me imitó —¿Cómo haces para ir a escuela?

    —No voy a la escuela —suspiró y bajó su mirada mientras jugaba con sus dedos —mi padre contrató a un tutor y él me enseña aquí en casa.


    Me hubiese gustado que estuviéramos en la misma clase. Me hubiese gustado que Hinata viviera una vida normal. No pude evitar sentirme triste en ése momento pero no quería transmitírselo a ella. De alguna u otra forma haría que se sintiera lo mejor posible.

    -¡Ya sé! -salté con emoción y ella me miró confundida -¡Pruébate mi uniforme!

    Me emocioné mucho al verla vestida como yo a diario. Para ella era extraño pero sé que le gustó sentirse común por unos minutos.

    —Me gusta mucho tu cabello, Sakura —mencionó —Cada día te crece más.

    Si era cierto, a los doce años el cabello me llegaba un poco más abajo de la cintura. ¿Pero gustarle? ¿A quién le gustaría un cabello rosa?

    —Estoy segura que es lo que te hace diferente a todas —sonrió.

    Sí, diferente. Las demás chicas nunca pararon sus burlas, me hacían sentir como un bicho raro y ésa vez, no estaba Naruto para hacerme sentir mejor, se había mudado cuando entramos a la secundaria. No supe nada más de él. Creía que todo sería mejor si todas hubiesen pensado como Hinata, pero de haber sido así, quizás no la conocería a ella. ¿Fue egoísta haber querido la amistad de Hinata sólo para mí?

    —A mí me gustan tus ojos, Hinata —la miré, queriéndole decir que ése fue el motivo por el que me acerqué a ella, pero callé.

    —¿Mis ojos? —frunció el ceño —Son muy comunes.

    —¿Comunes? Jamás había visto unos iguales.

    —Todos en casa lo tienen iguales a mí, es herencia de los Hyuga. —encogió sus hombros —Los tuyos si son muy hermosos.


    Fue la primera vez que me dijo su apellido y con ello, miles de intrigas llegaron a mi mente. ¿Acaso todos los Hyuga se escondían detrás de esas paredes? ¿Hinata era la única Hyuga joven?

    Con el paso del tiempo me fue aclarando todas y cada una de las dudas que tenía. Eran alrededor de siete personas que habitaban esa casa, sin contar a los que trabajaban allí, todos con los mismos ojos. Dijo que tenía una hermana menor, que su padre la protegía mucho más que a ella al extremo de no dejarla salir de su habitación. También me contó sobre sus tíos, padres de su primo que era unos años mayor que ella.

    Ése día sentí mi corazón romperse al sentar cabeza y darme cuenta de que a Hinata le gustaban mis ojos porque jamás había visto otros que no fueran los de su familia, igual pasaba con mi cabello. Me sentía frustrada al no poder hacer nada al respecto. Me hubiese gustado que mi amiga, al igual que yo, hubiese visto pasar por su camino todo tipo de miradas.

    Me pregunté como un padre es capaz de negarle tantas oportunidades y experiencias a sus hijos.

    —Mamá, ¿hasta qué punto llegarías si se tratase de mí?

    —Hasta el punto de dar mi vida por la tuya.


    Nunca supe si mi mamá sospechaba algo sobre Hinata, porque cuando llegaba a casa en la noche yo siempre salía de entre los arboles y nunca tenía listos mis oficios ni mis tareas. Nunca preguntó nada, ni mencionó nada al respecto. Sin embargo, siempre me daba las respuestas que necesitaba.

    Hasta el punto de dar su vida por la mía. ¿Eso incluye haberme encerrado y alejado del mundo? No cuestioné más acerca de. Pero si descubrí que hay una y mil formas de proteger a tus hijos y una de ellas no es precisamente negarles la libertad.

    —¿Guardaespaldas?

    —Sí —afirmé —háblale a tu padre sobre ello o a tus tíos.

    —Eso es arriesgarme mucho, lo sabes.

    —Te arriesgas terriblemente a que te diga que sí —sonreí y ella también lo hizo con nerviosismo.


    El padre de Hinata se negó rotundamente a la propuesta y con ello, le planteó un largo castigo. Creo que fue el mes más largo de toda mi vida. Cada día que pasaba por la calle veía ésa casa con la esperanza de que alguna puerta estuviera abierta para escabullirme adentro e intentar escapar con Hinata, eso o por lo menos darle un abrazo.

    Un día tomé la valentía de ir a tocar el timbre y preguntar por ella. “No pierdo nada con intentar” me decía a mí misma mientras caminaba por la vereda. Pero mi seguridad se volvió añicos al ponerme de pie frente a la puerta de entrada, su gran tamaño me intimidó. “Será en otra oportunidad”. Retrocedí.

    —¿Cómo que te vas? —cuestioné con desesperación.

    —Mi padre me ha ingresado a un internado en Londres —contestó mientras intentaba secar sus lagrimas. Me sentí culpable. —Al parecer se dio cuenta de que escondía algo aquí y… me voy mañana.

    —Hinata, no…


    Entrelazamos nuestras manos fuertemente y lloré junto a ella, como nunca antes después de la muerte de papá. Me arrepentí. Me arrepentí de no haber tocado aquel timbre. Me arrepentí de no haber podido abrazarla sin que hubiera una reja entre nosotras. Me arrepentí de no haber hecho que viviera una vida normal.

    —Prométeme que volverás pronto, por favor —supliqué entre sollozos.

    —Nunca me olvidaré de ti, Sakura. Confórmate con saber que pensaré en ti cada noche.



    No perdí las esperanzas.


    Al día siguiente me levanté temprano y salí con mamá cumpliendo con la misma rutina. Actué normal, hasta que la vi alejarse y entonces salí corriendo en dirección a la mansión Hyuga. Sabía que si se llevarían a Hinata, saldría en cualquier momento de allí y entonces sería la oportunidad perfecta.

    Eran las 7 en punto y por un momento fue satisfactorio ver cómo Hinata salía de su casa. Lo fue hasta que noté a cuatro gigantes hombres alrededor de ella. Mientras caminaba en una sola dirección, veía todo a su alrededor, como si quisiera memorizar todo el lugar. Respiró profundo, como si quisiera recordar para siempre el olor del aire de afuera. Sus ojos chocaron con los míos y fue entonces cuando me decidí a ir hacia ella.

    Esta vez no había barreras de hierro, sólo cuatro hombres parecidos a Hulk rodeándola y unos cuantos metros de distancia que nos separaban. Era ahora o nunca. Con sus ojos me gritó que no lo hiciera, pero ya era demasiado tarde.

    No sabía lo que era la felicidad. No hasta que me abalancé sobre ella rodeándola con mis brazos y al instante, ella me correspondió, eso lo complementó. Casi caímos y eso nos causo cierta gracia unida con una inmensa nostalgia.

    —Mírate, Hinata. ¡Estás tocando suelo!

    Alcancé a decirle con lágrimas de felicidad deslizándose por mis mejillas. Nos separaron bruscamente y cuando me di cuenta, uno de los hombres me alejaba cargándome entre sus brazos mientras que otro, empujaba a Hinata en dirección al auto. Intenté zafarme del agarre moviéndome de un lado a otro y pateando quién sabe qué, pero era imposible, tan sólo una de las manos de esos hombres era del tamaño de mi cráneo.

    Hinata volteó a verme por última vez antes de ser sometida a subirse en el auto. Sus ojos, por primera vez, me mostraron felicidad. Todo pasó en cuestión de segundos, pero para mí, ése momento fue eterno.

    Mordí el brazo del hombre que aún me sostenía haciendo que me soltara y cayera bruscamente al piso. Sin pensarlo me acerqué al auto que, por desgracia, ya estaba andando, pero sonreí, sonreí sabiendo que Hinata me estaba observando a través de la ventanilla polarizada.

    Repentinamente sentí un golpe en mi cuello y seguido de eso, todo se tornó oscuro.



    Cuando desperté lo primero que vi fue a mi mamá sentada, con su mirada preocupada puesta en mí, se levantó enseguida y se puso de pie a mi lado. Me preguntó si estaba bien, asentí sin darle importancia al fuerte dolor de cabeza que sentía. Noté que estaba en mi habitación y que aún era de día. Miré a mi madre exigiéndole una respuesta, me alivié un poco cuando me dijo que había pedido permiso en su trabajo.

    Ésa tarde le confesé todo a mi mamá, ella me observaba atentamente mientras hablaba y se le escapaba una sonrisa de vez en cuando. Me gustó hablar sobre Hinata con ella, de cierta forma sentí que liberé un peso que traía encima, si no hacía esto, colapsaría en cualquier momento porque Hinata se fue. Ésa tarde me desahogué con mi mamá y me escuchó. Se sintió bien. Me hubiese gustado que el padre de Hinata fuese tan bueno con ella como lo es mi mamá conmigo.

    —Estoy muy orgullosa de ti.

    Sus palabras llegaron hasta lo más profundo de mi corazón y no pude evitar llorar. No sé si lo estaba haciendo por lo que me dijo o porque no sabía que sería de mí ahora sin Hinata, sin tener con quien hablar, con quien reír o con quién imaginar.

    En la noche quise ir por última vez a aquella pequeña puerta. Aquella donde nos conocimos, donde compartimos y donde nos despedimos.


    Sakura. Escribí esto porque no sabía cómo agradecerte todo lo que hiciste por mí con palabras, quizás porque sabía que rompería en llanto. El día que descubrí aquella puerta me llenaba de tristeza pensar que jamás volvería a correr en un lugar como ése, me aterraba la idea de no volver a sonreír, de no volver a disfrutar como antes. Mi madre murió, pero apareciste tú y te agradezco por haber llegado a mí. Tú te sentaste junto a mí sin importante el daño que podría causarte eso y confié en ti sin miedo a que le hablaras a otros sobre mí. Te agradezco por hacerme sentir el olor a las flores del campo que sé que jamás volveré a oler. Yo estaba sumergida en la oscuridad hasta que te vi y poco a poco le fuiste dando luz a mi vida. Contigo sentía que estaba en primavera. Todos los días esperaba con ansias que llegaras y me emocionaba tan sólo escucharte decir que fuiste a la escuela. Llegaste cuando más te necesitaba. Sakura, cuando una puerta se cierra, otras se abren. Tú abriste muchas puertas por mí y te agradezco por eso. Hoy, es hora de que abras otras puertas por ti. Tu estancia conmigo te impedía disfrutar de tu mundo afuera y sin querer te estaba aferrando al mío. Pero te agradezco por hacerme sentir como si fuera una niña común. Admiro tu capacidad de sonreír ante todas las adversidades y te agradezco por contagiarme eso. Sakura, sal y haz amigos, sé la mejor de tu clase, no prestes atención a las críticas y disfruta cada momento de tu vida, hazlo por ti y por mí, porque me hace sentir bien que sonrías. Te agradezco por enseñarme el significado de la amistad y porque sé que la nuestra no tiene barreras ni límites. Eres la única, la mejor y la que quiero tener para toda la vida. Recuérdame cada noche y cuando veas la luna, imagina que estás viendo mis ojos, yo haré lo mismo pero con las paredes. No sé si volveré, pero si lo hago, lo primero que haré será buscarte y si no estás, te estaré esperando, como siempre, en ésta puerta. Gracias Sakura, por ser mi hermana.

    Siempre estarás en mí, aunque yo esté al otro lado. Hinata Hyuga


    Había dejado una carta…

    Duele, eso duele.



    Mientras otras niñas salían de compras y disfrutaban el verano con sus amigos en la playa, yo estaba total y completamente deprimida, encerrada, comía poco y no salía ni siquiera a tomar un poco de sol. Ése fue el verano más largo de mi vida, ni hablar de los siguientes. Cuando comenzó el año escolar creí que podría lidiar con eso pero todo se derrumbó cuando todas las miradas se fijaban en mí, era conocida como “la chica que se escapó de clases para abrazar a una desconocida” y si alguien se me acercaba era para preguntarme qué se sentía estar noqueada. A medida de tiempo la gente lo fue superando y volví a ser una más entre los pasillos de la secundaria. Mis calificaciones ése año bajaron bruscamente, creo que llegué a ser la última de la clase. Mamá estaba preocupada por mí y veía como se esforzaba tratando de hacerme sentir bien. Esa fue una de las razones por las cuales decidí levantarme y seguir de pie. Otra de ellas fue que, una vez que asimilé la situación, pensé que al igual que Hinata, otras chicas estaban en ése internado. Me alivio saber que ella, por fin podría convivir con otras personas, que podría ver todo tipo de cabellos y que podría experimentar muchas miradas, sin embargo, sabía que ninguna de ellas serían iguales a los ojos de Hinata, supe entonces que eso era lo que la diferenciaba del resto. Y después de mucho tiempo sin saber lo que era curvar mis labios, sonreí.

    Con el paso del tiempo las cosas fueron cambiando y con ello, mi cuerpo. Fue extraño y por un momento los chicos se comenzaban a fijar en mí. Me hubiese gustado que los chicos le prestaran atención a Hinata.

    Como todas las noches, desde entonces, salía a la parte trasera de mi casa y me acostaba en el césped a ver la luna, sentía que estaba junto a ella y sabía que en ése momento nuestros pensamientos estaban, de cierta forma, conectados. Leía la carta de Hinata todas las noches antes de entrar de nuevo a casa y siempre me preguntaba ¿a qué se refería al mencionar que cuando una puerta se abre, otras se cierran? Quizás yo no nunca abrí las otras puertas de mi vida, porque simplemente no quise cerrar la de Hinata.



    Como cada año, en primavera, iba a la casa de mi tío. Últimamente me gustaba estar más allí que en la ciudad y al igual que siempre, me pidió que lo acompañara a buscar la mejor leña. Esta vez no corrí por el campo ni jugué con las mariposas, sólo las vi, volar libres alrededor de las flores y recordé que Hinata en su carta dijo que conmigo sentía que estaba en primavera. Me pregunté si entando encerrada en aquel internado se sentía en invierno.

    De regreso noté que mi tío se agotaba rápido, al mismo tiempo en el que yo me adelantaba caminando, así que ése día, lo ayudé a cargar la leña. Durante el camino me preguntó por Hinata y por qué ya no le llevaba flores, le conté lo que había ocurrido y me dijo que le hubiese gustado conocerla.

    Me prometí que la próxima vez, llevaría a Hinata a conocer la primavera en las praderas de mi tío.



    Cinco años más tarde, muchas cosas cambiaron. A los dieciocho comencé a estudiar leyes en la universidad central, pensando en proteger a todos aquellos que estaban sometidos como Hinata. Mamá comenzó a trabajar como recepcionista en un hotel, le estaba yendo muy bien. Tenía diecinueve y todos los días me preguntaba qué estaría haciendo Hinata. Muchos se preguntarán si disfruté cada momento de mi vida, como ella me lo había pedido en su carta. Lamento decepcionarlos, pero no me sentí bien ni siquiera en mi graduación de secundaria.

    En primavera del año 2015, Hinata regresó. ¿Cómo lo supe? Pues por mi costumbre de querer mirar más allá de todo. Agradezco ser así. Cuando vi que un auto negro estaba aparcado frente a su casa, supe que había regresado.

    Ése día no fui a la universidad porque me regresé a casa. Enseguida me acerqué a aquella puerta, a la que hace mucho tiempo no había ido. Había crecido, lo supe porque de pie no alcanzaba a ver nada a través de ella. Así que procedí a sentarme, las rejas estaban cubiertas por una especie de hoja en forma de hilera. Mi corazón se detuvo al verla allí sentada, esperándome. Su piel seguía tan pálida, su cabello había crecido tanto y dejaba caer un flequillo sobre su frente, ver sus ojos fue como ver un destello en la luna.

    —¡Sakura!

    —¡Hinata!


    Sonreímos mientras algunas lágrimas corrían por nuestras mejillas. Parecía un sueño, pero pise tierra cuando su mano cruzó aquella rejilla y sujeto con fuerza la mía.

    —No, no hice amigas —me dijo luego de haber hablado por alrededor de dos horas —En el internado estaba más aislada que todas las demás chicas. Mi padre se aseguró muy bien de mantenerme lejos del exterior. Cuando podía salir, lo hacía por al menos cinco minutos y las otras chicas me miraban muy extraño.

    Me sentí mal, pensé que en aquel lugar Hinata conocería un poco la libertad, pero no fue así. Me dolió tan sólo escuchar cómo había vivido allí dentro.

    —Cortaste tu cabello, Sakura.

    —Y el tuyo creció mucho —intenté sonreír, sabía lo que vendría después.


    —Estás muy delgada y puedo jurar que estas tan blanca o incluso más que yo —continuó —Estuve lejos, pero te conozco lo suficiente, dime ¿qué sucede?

    A esto me refería cuando mencioné que no me sentí bien el día de mi graduación.

    —Estoy enferma, Hinata.

    Tres años atrás, el día de mi graduación, me diagnosticaron leucemia. Desde entonces, todos los meses debía hacerme análisis y todos los días tomar centenares de píldoras y con ello, perdía mechones de cabello cada vez más gruesos, mis piernas adelgazaron, mis defensas bajaron, me desmayaba en todos lados, me sentía agotada, mi cuerpo me dolía y a veces duraba semanas en el hospital por chequeos que siempre daban el mismo resultado. Algún día, pronto, en cualquier momento, moriré. Pero cuando pude controlarlo, aprendí a seguir respirando con eso. Recuerdo haber llorado mientras se lo contaba a Hinata, ella también estaba llorando y eso me dolía aún más.

    —Así como el color de tus ojos es algo de los Hyuga —mencioné —El color de mi cabello y ésta enfermedad mortal, es algo de los Haruno. Mi padre murió de eso, yo también lo har…

    —¡No! —interrumpió —Ni se te ocurra decir esa palabra una vez más, Sakura. No lo harás, porque estarás siempre conmigo y yo contigo. Conoceré a tu novio e iré a tu boda, seré la tía de tus hijos y seremos amigas, hasta que nuestro cabello se vuelva gris. E incluso después, nos enterrarán en el mismo hoyo. Así que… te prohíbo que mueras.


    Aún escucho sus palabras alentadoras en mi mente y las recuerdo, cada día. Eso era lo que necesitaba todos estos años, sus palabras, su compañía, su amistad incondicional.

    —Quizás mañana no nos veamos —le dije y me miró triste —Pero el próximo día lo pasaremos juntas, te lo prometo.

    Fue lo último que le dije antes de girar sobre mis talones e ir a de vuelta a mi casa.



    Al siguiente día supe que mi vida cambiaría conforme lo que haría. Hinata había vuelto, pero su estancia en la ciudad no duraría más que una corta semana. Ése día decidí arriesgarme, debía cumplir mi promesa, antes de que me alejaran de Hinata una vez más.

    Me puse de pie frente a la puerta de entrada de aquella casa, ya no se me hacía tan grande pero aún me sentía intimidada como aquella vez, la diferencia es que, esta vez, toqué el timbre. Unos segundos después se abrió, era eléctrica por lo que noté, dándome paso al gran espacio que, muchos años atrás, estaba cubierto por césped. Pensé que de haber sabido que sería tan fácil entrar, lo habría hecho la vez anterior. Tomé valor y con pasos seguros caminé hasta la puerta de entrada, la segunda puerta de entrada. Cuando estuve frente a ésta, noté lo grande que era, mucho más que la de afuera, enseguida se abrió y apareció el rostro de un gigantesco hombre.

    —¿En qué puedo ayudarla?

    —Fui compañera de Hinata en el internado —sentí orgullo por lo segura que me oí —Necesito hablar con ella.


    El hombre enseguida cerró dando un portazo en mi cara, creí que no me dejarían entrar pero dudé cuando al girar mi vista noté que la puerta de afuera estaba cerrada. Si no me dejarían salir es porque me dejarían entrar. Hubo un instante de emoción dentro de mí, suspiré profundo y la gran puerta de madera se abrió nuevamente, dejando frente a mí a un hombre un poco más delgado que el otro, de cabello castaño y largo, tenía los mismos ojos de Hinata pero su mirada era fuerte. Tragué fuerte, acobardada. Él retrocedió, abriendo un poco más la puerta cediéndome el paso para entrar.

    Desde pequeña sentía una enorme intriga por lo que ocurría dentro de esa casa, jamás imaginé que lo sabría, hasta ése día. Con un asentimiento en forma de agradecimiento me adentré y la puerta se cerró a mi espalda. Era más grande de lo pensé, estaba segura que hasta la madera encerada que había debajo de mis pies era costosa, pero estaba vacía, sus paredes eran blancas y no tenía nada adornado más que un sofá de terciopelo color gris y dos individuales que hacían juego con éste, tan gris como la habitación en la que me encontraba. Había seis hombres alrededor, reconocí al que me había abierto la puerta y mientras caminaba detrás del señor, uno de ellos se acercó y le susurró algo al oído.

    Tomé asiento en el sofá y él frente a mí, se recostó sobre el respaldo y colocó sus manos alrededor del sofá. Luego me miró fijamente, su mirada me atemorizaba, la seguridad que tenía, por un momento, sentí que se había esfumado, hasta que recordé a lo que había ido y fue entonces que me decidí a hablar.

    —Soy Sakura Haruno, soy amiga de Hin…

    —Sé quién eres —me interrumpió. Su voz sonaba tan firme —¿Qué quieres de mi hija?

    —Me gustaría que pasara éste fin de semana conmigo fuera de la ciudad —me arriesgué sabiendo que podía morir en el intento.

    —¿Qué te hace pensar que la dejaré ir? —me cuestionó de inmediato.


    No me gustaba dar lástima y mucho ver esa expresión en la gente delante de mí, pero al ver lo fuerte que podía llegar a ser el padre de Hinata, no me quedó de otra. Me puse firme y lo miré, tan desafiante como él me miraba a mí.

    —Hace un tiempo me diagnosticaron leucemia…

    —Si vienes a pedir dinero, pierdes t…

    —¡Le exijo que me deje hablar! —lo interrumpí y reí mentalmente porque las clases de práctica jurídica funcionaron bien —Ya le dije a lo que he venido y no pienso repetírselo —le dije, con una seguridad en mis palabras, que hasta ahora, pienso que no parecía yo —Sé que en cualquier momento moriré, señor Hyuga. Yo sólo quiero pasar los últimos meses de mi vida con ella. Así que con todo respeto, le pido que por favor lo considere.


    Su mirada cambió y me miró, justo como no quería que lo hiciera.

    —¿Cómo te atreves? —cuestionó y al principio no entendí —Fuiste tú todo éste tiempo ¿no? Tú fuiste quién mantenía a mi hija ocupada en aquella pequeña puerta. Tú fuiste la que le metió la cizaña, aquella vez, del guardaespaldas. Fuiste tú, la noqueada. —sonrió con burla, hasta el momento, no le vi la gracia —Pero eres una mocosa atrevida, porque sin importar quien estuviera a su alrededor, corriste hacia ella y la abrazaste. Sin importarte que estuviera encerrada, te mantuviste a su lado y te atreviste, el día de hoy a cruzar por esa puerta, a enfrentarme, por mi hija —suspiró profundo —Y a pesar de saber que la vida de Hinata no sería tan normal como la tuya, tú fuiste quién hizo que mi hija sonriera, después de largos meses de duelo.

    Ése día supe que detrás de esas rejas, dentro de esas paredes grises, en medio de esos gigantescos guardaespaldas, muy dentro de esa fuerte expresión y sentado frente a mí, estaba un hombre con un corazón.

    —Lamento decirle que está equivocado, señor Hyuga, pero su vida y la mía son casi totalmente iguales, la única diferencia es que, mi madre me dejó ser libre.

    En ése momento me arrepentí de haber dicho eso, sentí que hice una clase provocación a aquel señor y juré que se negaría en absoluto de todo.

    -Lo consideraré.

    Desde ése día las cosas cambiaron a mi favor. A partir de entonces supe que nada sería igual y me agradó darme cuenta, al salir de aquella casa, que ahora estaba más segura de mí misma. Ése día crecí.



    En la mañana del día siguiente esperaba junto a mi mamá, ansiosa, frente a la casa de Hinata. Su padre había aceptado. Sentí una inmensa emoción al verla salir por aquella gran puerta de madera y acercarse a mí corriendo como una niña cuando ve un dulce. Fue extraño verla correr, me pregunté si sabía lo que estaba haciendo y agradecí que su padre haya confiado en mí. Nos abrazamos por un largo rato y esta vez, nadie nos separó.

    De camino hasta la estación no dejó de repetir cuán bonita era la ciudad, cogí su mano para que no se perdiera observando cualquier cosa. Cualquier cosa para mí era una maravilla para ella. Hinata se llevó muy bien con mi mamá, cuando las veía conversar y reír me pregunté por qué no tenía hermanas y supe que esta era la razón, Hinata era la hermana que nunca tuve y mi mamá llenaría el espacio vacío que su madre había dejado. Cuando llegamos a la estación noté como se puso nerviosa y mencionó que nunca se había subido a un tren. Sonreí y me alegré de ser parte de algunas de sus primeras experiencias.

    Escuché que gritaron mi nombre detrás de mí, se me hacía familiar aquella voz pero no la reconocí, no hasta que volteé y observé la figura de quién fue y sigue siendo mi raro y mejor amigo. Naruto se acercó a nosotras y fue inevitable no darme cuenta que se sintió atraído por Hinata. Los presenté y en ése instante pensé que él era el primer chico que Hinata había conocido. Mamá lo invitó a la casa de mi tío pero se negó porque recién había llegado de vuelta a la ciudad, así que quedamos en vernos cuando regresáramos, dijo que nos esperaría. Me alegro de haber visto a mi amigo, me alegro de que a pesar de los años se haya acordado de su amiga rara, me alegro de que haya sido él el primer chico que conoció Hinata.

    Y sé que a Hinata también le gustaron los ojos azules llenos de alegría de Naruto.

    Cuando llegamos a la granja, mi tío recibió a Hinata con los brazos abiertos y con una gran sonrisa en su rostro, él no estaba enterado pero sé que le gustó la sorpresa. Fue muy cómico ver como Hinata se asustaba con las vacas y como corría pensando que las gallinas le harían daño.

    En la tarde mi tío me pidió lo que tanto estaba esperando, ir a buscar leña. Esta vez estábamos contentos de que Hinata nos acompañara. En el camino, ver a Hinata caminando entre los arboles era como ver a un niño aprendiendo a caminar, sabía que no estaba acostumbrada a eso pero también sabía que estaba feliz.

    Cuando llegamos a la pradera, el rostro de Hinata mostró asombro e ilusión. La miré detalladamente y al ver como el sol chocaba con su pálido rostro, sabía que había hecho lo correcto.

    —Ve, todo esto es tuyo —le dije, casi ordenando.

    Me abrazó fuerte y me agradeció en un susurro antes de alejarse y salir corriendo, cayó en el intento y me reí, porque yo también había caído en el mismo lugar millones de veces. No podía correr como antes, así que me senté sobre la raíz de un árbol y la observé detallando las flores e inhalando su olor, riendo mientras corría detrás de las mariposas y cayendo en el césped una y otra vez. Ése fue el momento más hermoso de mi vida.

    Luego de unas horas, cuando ella ya se había acostumbrado a su alrededor, noté que mi tío nos había dejado solas, fue entonces cuando me acerqué, a pasos lentos y suaves hacía ella. Reí en mis adentros al verla sudada, agotada, con la piel como tan roja como un tomate y su respiración agitada pero me gustó ver que aún así, seguía sonriendo.

    —Sakura, siento que agradecerte no es suficiente por todo lo que has hecho por mí —me dijo mientras jugaba con una pequeña flor.

    -Me conformo con que sonrías feliz.


    —Una vez me dijiste que harías todo lo posible por hacerme sentir normal —suspiró profundo —Pero para mí, lo normal era estar encerrada, comer sin conversar, hablar sin reír y jugar sin compañía. Antes no tenía palabras para agradecerte lo que habías hecho y por eso te escribí aquella carta, pero ahora creo que me quedaré muda —sonrió a lo bajo —Todo esto es nuevo para mí y aunque ya lo sentía antes de haberte arriesgado a pedirle permiso a mi padre, desde el principio, tú me hiciste sentir extraordinaria. Eres la mejor persona que he conocido en toda mi vida y siempre estaré agradecida contigo por eso.

    Me hubiese gustado correr con Hinata y también, me hubiese gustado que viviera más momentos así e incluso mejores, pero sé que ella disfrutó estar en ése lugar. No me arrepiento, jamás, de haber tocado aquel timbre.





    Hinata murió en primavera del 2015, el mismo año que la conoció. Es muy irónico ver como un día conoces la vida y al siguiente se te acaba. El avión en el que iba de regreso a aquel internado tuvo fallas y se estrelló, dejando nada más que cenizas. Sentí como mi corazón se rompía en pedazos lenta y dolorosamente. Lloré como nunca, desconsolada, tratando de sacarlo todo pero simplemente, no pude. Fue asumible el haberme separado de ella por largos años pero el saber que nunca, en lo que me queda de vida, la volveré a ver, es insoportable.

    Al pasar los días, se corrió la voz de que había un funeral en la casa de la esquina, sabía a qué casa se referían, más estaba dudando si era cierto. Ésa tarde, cuando me acerqué a la mansión Hyuga, noté que estaban todas sus puertas abiertas y sentí angustia, ¿por qué esperar que sucediera esto para abrirlas? Quería que todo fuese un mal sueño y que Hinata me estuviera esperando allí con una sonrisa en su rostro, pero cuando me adentré, caí en a realidad al ver en la sala de estar, en la que hace poco tiempo estuve, un altar con una fotografía de ella y en el centro, una pequeña caja de plata decorada con flores de colores, allí estaba ella, de cierta forma, esperándome. Sentí las lagrimas correr sin parar por mis mejillas. Vi a mucha gente, todos los mismos ojos pero con miradas totalmente distintas a la de ella, estaban tristes, unos llorando y otros permanecían neutrales. Recordé la última mirada de Hinata, ella estaba feliz y eso me hizo sentir, en cierto punto, bien.

    El padre de Hinata, que ahora sé que se llama Hyashi, se acercó a mí, su mirada era una de las muchas que permanecían neutrales pero sé que muy dentro de él, se estaba derrumbando tanto o peor que yo.

    —Sakura —intentó sonreír y fue entonces cuando las lagrimas salieron de sus ojos. No podía creerlo, pero no sabía en realidad si darle el pésame o echarle la culpa. Me quedé callada —Tú fuiste y siempre serás la única y mejor amiga que tuvo Hinata. Y te agradezco por eso.

    En ése momento supe que Hyashi estaba arrepentido de todo lo que había hecho, de todo lo que le había prohibido a Hinata. Fue triste para mí verlo darse cuenta cuando ya era demasiado tarde. Espero poder algún día perdonarlo. En ése momento se acercaron a nosotros dos chicos, ambos castaños y con aquellos hermosos ojos, Hyashi me presentó a Hanabi, la hermana menor de Hinata y a Neji, su primo. Eran agradables y espero que sus padres, luego de esta situación, los dejen ser libres.

    —Cierra la puerta al salir —me dijo Neji.

    Asentí y caminé hacia la salida de aquella casa, que ahora, no me llenaba de tanta incertidumbre como hace mucho tiempo antes. Ahora sé que allí vivió encerrada toda su vida una pequeña niña, que con el paso del tiempo se volvió indispensable para mí. Al salir, me pregunté a qué puerta se refería el primo de Hinata al decirme eso, sí a la que ahora estaba detrás de mí o a la que compartía con ella. Probablemente sea la primera, porque la segunda, siempre la mantendré ajustada.

    Y aquí vuelvo al principio…

    He visto todo tipo de miradas y ojos de muchos colores, unos más hermosos que otros; unos tristes y otros felices; unos angustiados y otros sorprendidos; unos soberbios y otros débiles. Pero nunca en mi vida vi unos como los que acababa de ver. Tan negros como la media noche y tan profundos como el fondo del océano. Siempre he tenido la costumbre de querer mirar más allá de todo, quién esté leyendo esto, lo sabe, más que nadie en el mundo. Pero en su mirada no había nada más allá, nada más que algo que me inspiró confianza.

    Ahí entendí a lo que se refería Hinata cuando en su carta mencionó “Una puerta se cierra y otras se abren” y aunque yo no haya cerrado la nuestra, cuando crucé mi mirada con la de él, sentí a flor de piel como se abría otra.





    Hinata, sería egoísta se mi parte preguntar ¿Qué pasó con nuestro para siempre? ¿Quién conocerá a mi novio ahora? ¿Y quién será la madrina de mi boda? ¿Quién será la tía de los hijos que quizás no pueda tener? ¿Quién verá mi cabello gris? ¿A quién enterrarán conmigo?

    Hoy entiendo perfectamente aquella frase que le dijo el conejo blanco a Alicia “A veces, para siempre, es sólo un segundo”. Sé que es así, como aquella noche que te vi por primera vez, aferrada a esas rejillas, me hipnotizaste en un pequeño instante. Cuando te abracé por primera vez, me sentí feliz por un instante. Crucé por primera vez la puerta de tu casa y me sentí segura por un instante. Cuando te vi feliz, corriendo, jugando y cayéndote en la pradera, me sentí completa ése pequeño instante. Cuando cruzo mi mirada con aquella pequeña puerta donde pasábamos horas hablando, me siento mal por ése instante o cuando veo tus ojos en la luna, en ése instante me siento contigo. Pequeños instantes que durarán para siempre, Hinata. Y estoy segura de que seguiré pensando en ti cuando me cuestione una vez más.



    Hoy se cumple un año desde que te fuiste y aún no lo asimilo. Hoy, hace once años atrás te vi por primera vez y el día de mañana conocería a la persona que cambió mi vida. Hoy me senté frente a ésta puerta y te hablé, la diferencia es que hoy no estás y no tengo acciones ni palabras que demuestren lo mucho que te echo de menos. Me gustaría que estuvieras frente a mí, recordando conmigo nuestra historia.

    Me siento en paz al pensar que ahora estás siendo libre junto a tu mamá. Y alivia el dolor de mi alma saber que algún día, pronto o en cualquier momento te volveré a ver y por fin podremos correr juntas. No me arrepiento, nunca lo haré, de haberte conocido. Hoy te agradezco, por confiar en mí, por dejarme acercarme a ti, por reír y llorar conmigo, por ayudarme a crecer, por inspirarme a cumplir mis promesas, por ser mi hermana y por enseñarme que nuestra amistad es y será para siempre, incluso cuando estés al otro lado.



    Siempre estarás en mí, Hinata.

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    Última edición: 23 Octubre 2016
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    Aww me parecio muy tierna la historia :3 , como Sakura trataba de hacer sonreir a Hinata pese a la situacion cautiva en la que estaba esta y cuando el padre le dio permiso para recorrer la ciudad con Sakura,es una bella historia.
     
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