One-shot de Inuyasha - Ajena (Naraku&Kikyo)

Tema en 'Inuyasha, Ranma y Rinne' iniciado por Andreína, 31 Agosto 2016.

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    Andreína

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    Título:
    Ajena (Naraku&Kikyo)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1026
    Summary: Y jamás sería suya, pero tampoco de alguien más.

    Ajena.

    Se estaba consumiendo en la miseria cuando la vio por primera vez. En aquel entonces, él había creído que se trataba de un ángel. Pero se deshizo de esos pensamientos, convencido de que ni en el cielo habría misericordia suficiente para redimir a un engendro como él de sus abundantes pecados.

    Le divirtió aquel pensamiento. Aún en medio de sus circunstancias deplorables, él seguía siendo un auténtico canalla. Con lasciva y socarrona burla, recordaba haberle hecho algún que otro comentario ladino con la esperanza de que ella fuera inteligente, se largara y lo dejara morir en paz.

    Pero no lo hizo.

    Ella entró y le miró con aquellos ojos marrones libres de repulsión. Se adentró en la patética cueva en la que él se resguardaba, y a pesar de que estaba rodeada de podridumbre, ella jamás se contaminó.

    Siguió viniendo días después. Y si su intención era curarlo, tendría que visitarlo por siempre, pues su cuerpo no se curaría. Él lo sabía, y no creía que ella fuera tan ingenua como para creer que se recuperaría.

    Para su sorpresa, se descubrió deseando que así fuera. Aunque, si bien Kikyou no le había permitido conocerla, él sabía que no era para nada una tonta. Por el contrario, era poseedora de una mente capaz. Ella no hablaba jamás con él, no le dirigía la palabra, y era precisamente por eso que él sabía que era una chica lista.

    Se limitaba a cumplir su noble labor, sin dedicarle nada más que sus cuidados. Y un día, eso dejó de ser suficiente.

    Se encontró imaginándola entre sus brazos, quizás gimiendo su nombre, ensuciándose, con él. Un universo donde ella no intentaba sacarlo de su oscuridad, sino que decidía sumergirse en ella con él, y podían entonces disfrutar del pecado de sentirse suyos.

    Otras veces, la soñó aterrada debajo de él, revolviéndose con él apretando su cuerpo femenino. Y el resultado era siempre el mismo, la misma excitación insano, el mismo y creciente deseo maldito que terminaría por volverlo loco.

    No importaba cómo fuera; irrelevante si ella estaba dispuesta, o si debía forzarla. La sola idea de poseerla le hacía desear poder moverse.

    De pronto, la muerte no parecía atrayente. Más tentadora era Kikyou, con su andar de señorita y su fina piel de porcelana pura. Tan delicada, que él sólo podía desear ser el único capaz de quebrarla.

    Dentro de su mente morbosa, podía imaginarla retorciéndose. Casi podía olfatear el olor virginal de su sangre, o el sudor de su cuerpo sagrado destilando la pureza de su alma.

    Cada día era más inaguantable verla llegar, porque no podría tocarla. Sin embargo, lo que estaba realmente era insoportable era el momento en que se iba, porque no podía seguirla.

    El día terminaba y él no lograba hacer más que apreciarla desde el limitado ángulo que le permitía su cuerpo inútil.

    Entonces, aquella tarde de otoño, ella no llegó. En su lugar, aquella niña corriente, que al parecer era su hermana, se encargó de curar sus heridas. Le miraba con desconfianza, con temor, y cierto asco, pero le miraba.

    Aún así, no le producía placer alguno. Lejos de eso, la opresión de su pecho le hizo sentir furioso. Agradeció entonces que las vendas de su cara no permitieran que su rostro se distorsionara en alguna mueca que pudiera delatarlo delante de la pequeña infante, pues, después de todo, necesitaba información.


    —Kikyo no ha venido hoy —comentó, haciendo un esfuerzo por endulzar su voz rasposa—. ¿Por qué?

    La pequeña frunció el ceño, mirándole con incredulidad, y siguió en su labor de limpiar sus heridas. Ella estaba siguiendo órdenes, y se notaba la incomodidad y el miedo en el temblor de sus pequeñas manos.

    —Puedes decírmelo, pequeña —insistió entonces, y permitió que su sádica risa resonara ligeramente en el lugar—. No es como si fuera a seguirla.

    Pero ella no cedió, y tras el paso de varios días persistiendo, finalmente logró sonsacarle la información que deseaba.

    "—Mi hermana Kikyo está de viaje en una aldea lejana —había dicho por fin, quizás un tanto exasperada—. Ella y el joven Inuyaha están exterminando a unos demonios revoltosos que han estado causando desastres"

    La impotencia y el odio recorrieron su cuerpo. La muy maldita de Kikyo se había marchado con un hombre. Y entonces, él supo que debía hacer algo al respecto.

    Aquellos demonios que aparecieron de repente fueron sólo una casualidad muy oportuna. No estaban en sus planes, pero le sirvieron de ayuda. Y él aceptó la propuesta, porque ella era su única opción si quería ir tras Kikyo.

    Devoraron su cuerpo con ímpetu, y él sólo pudo regocijarse en la siniestra y perturbadora esencia de su humanidad pronto perdida. Saboreó con maligno gusto que, lejos de purificarlo, ella sólo le había dado un motivo para ensuciar más su corrupto corazón.

    Ahora debía pagar, por ser la creadora de su mayor maldad. La madre de su más grande odio, esa era Kikyo. Y quizás, en un futuro, sería también la madre sus vástagos bastardos.

    La idea le hizo relamerse los labios, y entonces, Onigumo desapareció.

    El plan de Naraku fue pulcro y astuto, desbordaba alevosía por cada uno de sus poros, como él. Se había convertido en un ser repugnante, pero poderoso. Menos que un monstruo, pero más que humano. Eso le bastaba para conseguir su objetivo.

    Las cosas no salieron bien aquel día. Aunque había acabado con aquel hanyou indeseable, Kikyou también había muerto, y debía admitir que lo lamentaba. Sin embargo, no permitió que el sentimiento lo atormentara por mucho rato.

    Decidido a no llorar sobre leche derramado, y consolándose en su nueva naturaleza demoníaca, que no sólo lo hacía más fuerte físicamente, sino que le había ayudado a endurecer su corazón, sonrió con amargura.

    Jamás sería suya, pero tampoco de alguien más. Lo único que realmente le dolía era que Kikyou hubiera muerto virgen y ajena a él. Lo demás, no valía la pena mencionarlo, porque él no estaba dispuesto a sufrir por amor.

    Debía olvidarla pronto.


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    Este escrito no ha sido corregido, así que puede contener ciertos errores.
     
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