El desierto acariciaba tu mejilla. La sal áspera sanaba tu herida, retornando el color verde a tu sonrisa, volviendo tu juventud escurridiza. Pero el oasis te preguntaba por amores, dijiste: ¡no me recuerdes desventura!, ¡abandoné mi melodía, fui sólo clamores y mi cuerpo arena sabor amargura! Replicó: ¿a dónde fue tu hermosura, sencillez serena, calma imperturbable? ¿Tan poco arruinó tu cordura, tembló tu origen razonable? Que a tus ojos vuelva la frescura a tu boca divertidas risas frecuentes a tus ramas aroma osado de bravura y ese desorden a tus cabellos impertinentes. ¡Oh!, oasis eres muy sabio, que mis huellas persigan tus pasos, que de adversidad no hablen mis labios, que mis arrugas no acaricien fracasos. Saludos