Microrrelato ¿Feliz San Valentín?

¿Recuerdas nuestra boda? Estaba tan nerviosa. Mis piernas temblaban y rogaba por que no se notara. Los lentes de contacto me molestaban pero no hacía más que sonreír. Mis ojos se movían de un lado a otro a la hora de avanzar por la alfombra junto a mi padre, estaba entre indecisa y ansiosa. Lo sé, suena tonto, ¿Verdad?

A la mitad del camino, cuando te divise entre tus amigos, vestido con esmoquin y con una sonrisa segura mis ojos estaban llenos de agua. Era una mezcla de sentimientos, una tormenta de emociones que se ocupaba de nublarme la vista. Todo era perfecto a la vista de cualquiera, pero yo tenía miedo, miedo de que las cosas cambiaran luego de dar el sí. Estaba feliz y abrumada, el futuro me abrumaba. Temía que todo pasara de un rosa pastel a un gris deprimente, no quería ser como mis padres…

Con el tiempo nos volvimos monótonos y lo sabes. Me duele admitir que aquellas promesas que hicimos de adolescentes nos condenaron a una vida de infelicidad. Prometimos estar siempre juntos, a pesar de todo, y lo haríamos sin importar cuan infelices seamos.

Las palabras dulces de todas las mañanas se convirtieron en mentiras, los “te amo“ en dagas cada vez más iguales entre sí, el sentimiento se extinguía y no sabía cómo detenerlo. La historia se repetía y yo estaba devastada.

Nos alejamos más y pronto solo te importaba el trabajo. Las relaciones se arruinan solas y sabíamos que esto pasaría.

Así acabo nuestro amor de verano, en una feliz boda y un par de mentiras bajo la sabana. La casa permaneció en el medio del silencio, ya no era necesario decir nada; Nos volvimos unos resentidos al amor.

Un catorce de febrero me encuentro en un bar, sí, aquel bar donde nos conocimos, perdiéndome en tu olvido mientras ahogo mis penas en un whisky más antiguo que tú.

Nuestro primero San Valentín fue demasiado alegre, el mismo, ahora lo recuerdo con amargura. Mientras tú me prefieres a la zorra de tu secretaria y yo no puedo traicionarte, por más que lo intento la impotencia me ciega.

¿Qué pasó? La rosas se marchitaron y los buenos días desaparecieron, ¿Verdad?

Ahora me iré, porque también me hiciste prometer que cuando no lo soportara más, cuando nos volvamos aburridos cuarentones, cuando muriéramos, por más doloroso que fuera dijiste que te dejara. Que me fuera y viva mi vida como la adolescente que aún vive en mí, me dijiste que si me hacías daño te abandonará y lo haré, pero aún así me temo que no podré olvidarte.