¡Dramione, Una apuesta explosiva!

Dramione, La apuesta más explosiva
Prólogo 1:

Hermione Jane Granger, salía de uno de los exámenes más difíciles de sexto curso antes de que la hora terminara y con una sonrisa en los labios. La fuerte tormenta asolaba los pasillos externos y aunque hubiera un viento huracanado, nada impedía que la joven maga leyese un libro que cogía con su palma abierta, al igual que la poca luz. La bolsa que colgaba de su otro hombro estaba a punto de reventar del peso que contenía. Muchos se preguntaban cómo era capaz de llevar tanto peso cada día. Seguía caminando, sin rumbo alguno, como una hoja llevada por el viento.

Drac Malfoy, estaba dentro de una sala cargada de alumnos, haciendo otro estúpido examen más. ¿De qué sirve estudiar y aprobar si dentro de poco tendremos el poder absoluto?, se preguntaba. El viento chocaba con mucha fuerza en los ventanales. Aunque fuera imposible concentrarse, la sangre-sucia había terminado ya el maldito examen antes de tiempo y se largaba. Maldita sea, ella había terminado primera. Él sólo podía ser segundo. Acto seguido, cogió su examen y lo entrego al profesor. La puerta se cerraba. Hermione salía con un libro preparado de antemano, su bolsa presentaba signos de romperse, aunque ella no se daba cuenta, claro. Una sonrisa de suficiencia adornaba su cara, aunque muchos hubieran dicho que era una sonrisa dulce, Draco veía en ella suficiencia.
Salió corriendo, travesando los pasillos de sillas, tirando las de la gente que no se había presentado en el suelo, abriendo la puerta, cerrándola de golpe. A diferencia de Granger, que la había cerrado suave, rápida y silenciosa como una serpiente, él, la cerró furiosamente, como si estallara una bomba, una pura explosión, con la fuerza de un león.

Al salir al exterior, los platinados cabellos le taparon su rostro y las gotas de lluvia le borraron la visión. Apartando como pudo los cabellos, intentó ver a través de la tormenta. Vio una silueta esbelta, con unos bucles rebeldes surcando el viento. Corrió hacia ella, y vio con asombro, que con una mano sujetaba la bolsa y con la otra, aguantaba un libro. ¿Incluso en la tormenta seguía leyendo, a pesar del viento, la luz, y el agua que empapaba las páginas y borraba las letras, sin desequilibrarse ni caer y con un gran peso encima? ¿Tanta era su pasión por los libros? Definitivamente estaba chalada, o eso o que no tenía a nadie con matar el tiempo. Se preguntó y pensó Malfoy.
Cogió aire, corrió un último sprint y se posó silenciosamente a su espalda.

—Ehem, ehem… —Al ver que la chica ni siquiera le dedicaba una sola mirada, él, molesto, dijo: —Vaya, vaya Granger, ahora te ha dado por olvidar los modales. Cuando alguien te saluda, debes respon…
—Ve al grano, ¿qué narices quieres? —Dijo ella con crispación, quería ir directa al asunto y para su sorpresa, Malfoy, siempre directo, daba más rodeos que cuando alguien jugaba a la gallinita ciega.

En la lejanía, sonó un trueno.

—Bueno, pues… verás Granger… debemos hablar…—Dijo Malfoy arrastrando las palabras. La alarma interna que todos tenemos y que anuncia “¡Peligro!”, se disparó en Hermione, que dejó de leer y lo analizó todo: Draco, no la había insultado ni humillado, no quería guerra y, por el momento, no parecía dispuesto a atacarle.

Había algo que… le hacía pensar que esta conversación no iba con un rumbo “normal”. “Debemos hablar…” la clave estaba en esta frase y ahí, fue cuando Hermione lo supo: En el mundo muggle, cuando alguien quería declararse o decir algo importante, acostumbraba a decir esa frase. Aunque, claro está, Draco no sabía de costumbres ni de cosas muggles e irónicamente, lo estaba haciendo exactamente igual que los chicos no-mágicos.
Hermione, sin respirar, curiosa como nunca y a la vez intrigada, deseaba escuchar lo que el blondo debía decirle.
—Bueno… Quiero decir que… me he dado cuenta de que… de que… de que…
— ¡¿De que qué?! —Explotó Hermione, harta del nuevo tartamudeo y rodeo de Draco.
— ¡No me grites! ¡Quería decirte que me he dado cuenta de que… de que te quiero!
Y en aquel momento, la bolsa de Hermione se balanceó y con un sonoro “¡Creeeck!” se rompió, cayó al suelo y se esparcieron más de veinte libros sobre este.

Prólogo2:

Más de veinte libros cayeron, aunque por primera vez en su vida, Hermione, ni se los miró, en vez de mirarlos, sus ojos como avellanas estaban clavados en el mar de uranio de los de Draco.
Draco, por primera vez, apartó la vista, aunque luego los volvió a clavar en los de la chica a la cual había humillado toda su vida.

“Te quiero…” esas dos palabras, poseedoras del poder de devastar toda una nación como Troya y asolarla en una cruel guerra, resonaban en la cabeza de la chica. Dos simples palabras que creía que Draco Malfoy nunca pronunciaría de corazón ante una chica. Y allí estaba él, desviando la vista y con un leve sonrojo.

En la mente de la chica, iban pasando varias palabras. Demasiado real. Imposible. Sobreactuación. Miró al chico apodado “increíble hurón botador”, y supo la verdad.

—Exijo el cuarenta por ciento de la apuesta, ya que tú has apostado la mitad, es justo que te quedes con un diez por ciento más, aunque yo, como tengo que participar, me quedo con lo máximo que puedo obtener.

¡Dramione, Una apuesta explosiva!