Cascada.

Tema en 'Isla' iniciado por Insane, 10 Abril 2019.

  1.  
    Insane

    Insane Maestre Comentarista empedernido

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    Zireael

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    Katrina Akaisa.

    Lo único que hice realmente fue dormitar. Me llegaba la voz del hombre que nos acompañaba, muy lejana, a través de la insistente lluvia.
    Por un momento breve, temí por la vida de la niña. Había destrozado a una chica de mi edad, ¿qué tan fácil sería para él despedazar a esa chiquilla?
    Creí haber hecho un esfuerzo por levantarme, pero el cansancio era terrible. No logré siquiera corregir mi postura.

    En mi mente, una vez más, escuché a aquel desgraciado que nos hacía de anfitrión.
    Una chica por grupo... y, por defecto, uno de aquellos grandulones.

    Cuando logré despertar, a pesar de que no había dormido profundamente, me sentía mejor que hace unas horas.
    Nos cubría una noche estrellada bellísima. Miré mis extraños compañeros, y a la luz de las estrellas, la cabellera de la chiquilla era un velo blancuzco precioso, delicado como toda ella. No tenía que estar viéndola a los ojos para saber que en ellos aún no había nada, probablemente nunca más lo hubiese.

    Recordé la promesa que le había hecho el único representante masculino de nuestro grupo y no pude evitar fruncir el ceño por incontable vez desde que habíamos sido enviados allí.
    Si moría con una de aquellas bestias, la promesa nunca se saldaría y, por torcida que fuese, era una promesa. Nuevamente, mi sentido de la moral intervenía.

    No podía enviarla a morir.

    ¿O sí?

    Lo cierto era que no podía imaginar a esa niña muriendo en un escenario distinto al que teníamos ahora, con el cielo nocturno salpicado de cristales, arrancándole reflejos a su cabello rubio.

    Sin embargo, esta niña era la traidora.
    O eso quería él que yo creyese y, por qué no, era lo que creía.
    La chica haría lo que fuese por ser asesinada.

    Mis pensamientos empezaron a desorganizarse.

    Tiré de la piel alrededor de la cutícula de las uñas de mi mano izquierda. Una y otra vez, una y otra vez. Sentí el tirón cuando una herida se hizo más profunda de lo planeado.

    Me quité la chaqueta, destilando agua, y la colgué en las ramas de un árbol. Tenía la camiseta pegada al cuerpo.
    Cuando me llevé las manos al bolsillo del pantalón, di con la cajetilla de cigarrillos, completamente sellada como la había dejado. Que conservara la envoltura plástica los había salvado de empaparse.

    Tiré una vez más de la piel de mis dedos.
    Otra herida profunda.

    Me acerqué a mi grupo, adormilada y con un revoltijo mental. Las botas se hundieron en la tierra húmeda.

    Estaba casi segura de que de alguna de aquellas pequeñas heridas, brotaba una gota de sangre cálida.

    Sé que no le agrado a este tipo. Lo tengo clarísimo, pero esto no era una maldita red social para buscar agradarle a nadie.


    —Hey —le llamé—, grandulón, ya que despedazaste a una chica, ¿no tendrás una forma de hacer fuego? Sería casi igual de útil.


    El cabello me goteaba agua y a duras penas pude ver que de él se desprendían algunas gotas oscuras.
    El tinte rojo.
    Antes de esperar una respuesta, levanté la vista al firmamento oscuro. Vi la estela de la cola de una estrella fugaz.

    Finalmente, continué hablando.

    >>Enviaremos a la niña, ¿no es así?

    Si íbamos a romper promesas, que fuese desde el inicio.
    No estaba dispuesta a ser traicionada por una chiquilla.

    Preferiría echar abajo todo el sistema que ponerlo en riesgo.

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    El Calabazo

    El Calabazo Y dime, ¿Quién soy yo?

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    Alexander Purchinov

    Esto es típico, cada vez que te pones cómodo debe salir alguien a querer molestar. Doe no era la excepción y su juego se retorcía cada vez más. Empezaba a lamentar no haber hecho paso a sus demandas por un lado, por el otro estaba alegre de su enojo Je, ¿te molesta no poder manejarnos completamente a tu antojo, no niño?

    Las órdenes nuevas eran ridículas, pero era información gratuita, pensaba para mí mismo cuando escuche la voz de Katrina quejándose nuevamente

    “Enviaremos a la niña, ¿no es así?”


    Me molestaban sus palabras, siempre exigiendo, siempre en la retaguardia protegiéndose a si misma ante todo, intentaba controlarla pero no podía, siempre había algún tecnicismo por el cual evitaba obedecer las ordenes al 100%.

    — Es casi completamente seguro que alguien saldrá muerto de allí, pero hay que ver el lado bueno, los números, la información ganada: Nuestro querido secuestrador nos ha dicho un aproximado interesante de cuantos quedamos en la isla. Contando que aparentemente hay dos equipos con dos mujeres nos hace seis personas, más el otro hombre que se dirige al centro médico son siete, siete personas en total confirmadas, incluyéndonos.


    Pare de hablar para tomar un poco de agua y jugar con un par de piedras pasándolas entre mis dedos de una mano a otra.

    Quedan 4 personas más por matar para llegar a las finales, 3 al menos luego de esto. Pero han dicho que solamente debe haber una muerte al menos y nadie ha dicho que no podamos llevar un maletín vacío al lugar.


    — Querida Katrina, volviendo a tus preguntas… si quieres creo que podríamos encender los cigarros con una de mis granadas ¿BIM’s les llaman, no?, solamente debes tener cuidado de no derretirte la cara cuando te acerques a la explosión, ¿te interesa la opción?

    Y sobre lo otro… sí, creo que lo mejor será enviar a la joven Rachel, aunque mis razones son diferentes a las tuyas, seguramente.

    Como dije antes, solo se requiere al menos una muerte y nuestra pequeña compañera puede ser vista como inocente a comparación tuya, cuando caiga en aquel lugar. Podemos aprovecharnos de ello, si Rachel llega a encontrar primero a la otra mujer podrían ponerse de acuerdo ustedes las mujeres son víboras al final, se matan entre ustedes mismas pero la idea de protegerse mutuamente contra “un malvado tipo que las persigue” puede suponer una alianza momentánea.


    El plan, en otras palabras:

    Rachel ira con nuestro maletín vacío, es resistente contra golpes así que en definitiva puede servirle como escudo para evitar algún mal golpe, luego deberá buscar a la otra mujer y proponerle compartir el contenido del premio luego de acabar con el otro hombre del lugar.

    Si todo sale bien y eliminan a dicho individuo, juntas, esto se divide en dos posibilidades:

    La primera, se traicionan y pelean entre ellas o como segunda opción (y la que espero) comparten las cosas a partes iguales aunque no necesariamente nos quedemos con las BIM’s y regresa cada una con su grupo.

    Es simplemente, una alianza política para eliminar a un enemigo en común. El otro caballero llamado Andrea debería pensar en algo parecido también, suponiendo que no sea un muchacho estúpido que manda a alguien a morir.


    Katrina al igual que yo, no poseemos lo necesario para llevar a cabo este plan, tu mi joven compañera no te vez como alguien confiable o como menos "dulce e inocente", Rachel en cambio, al menos tiene a su favor su juventud ¿Como podría alguien dudar de la inexperiencia, de la inocencia de un niño lastimado?.

    Sé que no puedes matarme, Katrina, no todavía al menos y por eso sabia que pensarías en mandarla a ella sin mas, quedan demasiadas personas en esta isla y si me pierdes aquí en estos momentos, dime ¿Quién va a salvarte cuando llegue otro grupo y estés tu sola aquí, acorralada? Me necesitas, me necesitas y lo sabes. Y por eso Rachel es tu elección para ir allí, porque temes por el futuro y que será de ti cuando quedemos solo tres personas, temes poder acabar conmigo estando sola, porque no sabes si tendré a Rachel atacándote también en ese momento o si nos despediremos de ella mucho antes. Y mejor prevenir que lamentar, ¿no?


    Y tu Rachel, mírame a los ojos cuando te digo esto: No tienes permiso para morir allí. En el peor de los casos, si todo esto fracasa, sal de allí y corre en cuanto tengas la posibilidad, no te arriesgues a luchar si no puedes ganar. Escóndete, corre, huye.

    Me dirigí a Rachel mientras le daba la espalda a Katrina, para acariciar su cabeza lo más suavemente que podía, su pelo era muy liso, me recordaba a mi perro.

    — ¿Te prometí una gran muerte no es así? Entonces ve y regresa a mí, está bien si regresas sin nada, eres útil en más de una forma. También, antes de partir, come algo, para que estés en la mejor condición posible. No sabemos lo que te espera allí. ¿Hay algo mas que desees antes de partir?


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    Hygge

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    Rachel Gardner

    Cuando Alexander se acercó a ella con algo de la comida que habían obtenido, no tuvo más remedio que tomarla para evitar morir de inanición por cuenta propia. En silencio, admirando su reflejo en el agua, escuchó con atención el sincero relato que salió de manos de aquel hombre que acababa de matar a una jovencita frente a sus ojos. Rachel no podía juzgarle, no se sentía con el derecho de juzgar a nadie en su situación, por lo que simplemente le sostuvo la mirada cada vez que buscaba la suya, haciéndole saber que aún en silencio, le estaba prestando atención.

    Pero cuando le dio paso a ella a hablar, una voz en sus cabezas detuvo aquel remanso de paz para obligándoles a poner en riego a uno de los presentes por un maletín nuevo. Rachel supo, con una rápida mirada, que Katrina no tenía intención de negociar quién iría y quién dejaría de ir: estaba claro que no le agradaba. Pero a la jovencita no le importaba, pues antes de que nadie decidiese qué hacer, ella ya tenía claro que se ofrecería a partir por aquel grupo. Había hecho una promesa con ellos, y no podía dejar que sus miembros muriesen cuando ella podía hacer el trabajo sucio. Después de todo, tenía un motivo para no dejarse morir allí.

    Entrecerró los ojos al sentir la gran mano de Alexander acariciar su cabeza, amable, y ladeó el rostro ante la pregunta de si necesitaba algo más antes de partir.

    —Estoy bien. Traeré el maletín conmigo y así podrás cumplir tu promesa —concedió, con un tono calmo en la voz, inexpresivo. Aun en una situación como aquella no parecía brillar un ápice de miedo en su rostro. Pero antes siquiera de poder añadir algo más, fue su propio cuerpo el que le obligo a desconectar y a descansar un poco después del tiempo que llevaban ahí dentro: acabó cayendo inconsciente por el cansancio.

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    Insane

    Insane Maestre Comentarista empedernido

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    • Has recuperado todos tus puntos de cansancio. Es hora de partir al edificio médico.
     
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    Zireael

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    Katrina Akaisa.

    Se me escapó una risa. Estaba molesto, harto casi de ser incapaz de someterme completamente. Era este siempre el problema que había tenido con las instituciones, con la gente en general.

    A decir verdad, no era difícil aceptar que siempre había sido un dolor en el culo.


    —Querida Katrina, volviendo a tus preguntas… si quieres creo que podríamos encender los cigarros con una de mis granadas ¿BIM’s les llaman, no?, solamente debes tener cuidado de no derretirte la cara cuando te acerques a la explosión, ¿te interesa la opción?

    Volví a reír y regresé mi vista a él. Era bastante más voluble de lo que parecía, o al menos yo era lo suficientemente hartante.
    Lo vi acariciar la cabeza de la niña, como si fuese un animal. Fruncí el ceño. De repente me sentí sucia, asquerosa, repugnante, por todo lo que estábamos haciendo con ella, estuve por echar por la borda todo el plan de Alexander, ofrecerme en su lugar y morir de una vez, porque iba a morir lo quisiera o no. Enviarla a morir era igual de inhumano que meternos a todos aquí, sin importar las circunstancias.
    Pero mantuve la boca cerrada.

    Útil. Odiaba que esa palabra se usara para referirse a ella, pero no tenía tiempo para estos malditos dilemas estúpidos.

    Lo cierto era que enviarme a mí era aún más estúpido de lo que parecía. Mi actitud hostil terminaría por matarme si topaba con alguien más que no fueran estos dos. Era inútil.

    Me regresé los cigarrillos al bolsillo una vez más y me senté en una roca cercana a la orilla del agua.

    La chiquilla cayó rendida y no la culpaba. Sabía lo que era ese cansancio.

    —Las cosas son más fáciles para ti cuando la gente te obedece, ¿cierto? —solté al aire, sabiendo que comprendería. Abandoné el tema inmediatamente después y tragué grueso antes de volver a hablar—. Rachel debe irse ya.

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    Hygge

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    Rachel Gardner

    Abrió sus ojos, somnolienta, al escuchar una vez más aquella voz en su cabeza, apremiante. No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que cayó inconsciente, pero seguía siendo de noche. Al alzar la mirada, el cielo estrellado sobre sus cabezas iluminó su rostro y calmó los latidos de su corazón. Era un espectáculo idílico que pocas veces tenía la ocasión de contemplar. No estaría mal si...

    Agitó su cabeza, despejando aquellos pensamientos mientras se levantaba del lugar donde le habían dejado dormir. Buscó con la mirada a Alexander, pero parecía que ya se había ido a dormir. Lo mismo ocurrió con Katrina. Probablemente estarían haciendo turnos para vigilar la zona, pero en medio de la oscuridad de la noche era difícil discernir algo. Palmeó sus piernas, quitándose los restos de la hojarasca que se había adherido a su cuerpo durante su descanso, y observó con calma el camino más corto por el que debía dirigirse al lugar acordado, el edificio médico. Sabía que no estaba demasiado lejos.

    Comenzó así su caminata en medio de la noche, con una sola idea en su cabeza: sobrevivir. Debía sacar fuerzas para aferrarse a la vida como había hecho su antigua yo, valerse por sí misma hasta que aquel hombre estuviese satisfecho y pudiese regresar junto a aquellos que esperaban su regreso. Antes de desaparecer entre los árboles se giró una vez más hacia la cascada, permaneciendo unos segundos así, en silencio, y regresó una vez más la mirada al frente, con las manos en el asa de su bolsa de Bims.

    Volvería. Había hecho una promesa a Dios, y no podía morir sin cumplirla.

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    El Calabazo

    El Calabazo Y dime, ¿Quién soy yo?

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    Alexander Purchinov


    —Las cosas son más fáciles para ti cuando la gente te obedece, ¿cierto?

    Incontrolable.

    No existe otra palabra para definir mejor a Katrina.

    No importa cuanto intente forzarla, no importa cuanto intente trazar una linea que seguir, ella siempre va en sentido contrario a toda mi lógica, ese constante desafió a mis reglas, a mi persona. Se comporta como una niña, parece una niña... quizás todavía en el fondo, queda una parte de ella que se siente como una jovencita.


    ¿Qué diablos estaba haciendo?


    Hace menos de una semana pensaba en ser el líder de un pueblo y ahora me estoy volviendo loco intentando manipular a una muchachita mientras mando a otra mas pequeña a su muerte segura. Se suponía que debía ascender al poder para cambiar las cosas, para hacer un verdadero cambio, para limpiar el sistema y estoy tan podrido como ellos o incluso mas. En el fondo, sigo pensando que hago lo correcto. Lograr el fin vale la pena sobre toda perdida, ¿Pero que acaso eso no me rebaja al mismo nivel que el de los otros demonios?


    Si me detengo ahora, las cosas seguirán mal en mi hogar, me necesitan, todos ellos me necesitan. ¿No puedo quedarme en esta isla o sí? lo hago todo por mi país, por el futuro... ¿Porque diablos ahora estoy dudando?


    ¿Señor en cuantas cosas necesito equivocarme todavía a mi edad?
    ¿Cuantas cosas de todas las que he hecho han sido correctas?
    el tiempo lo dirá luego de mi muerte.


    Trage ondo, tire mis granadas a un lado.
    Hay momentos donde ya no vale la pena pelear, hay victorias y hay derrotas.


    — ¿Porque no te sientas tú también cerca de la cascada? estarás mas cómoda ¿sabes? — Le dije a Katrina mientras pasaba mi mano sobre algunas piedras para intentar limpiar el lugar.


    — ¿Nos equivocamos no es verdad? no era necesario enviarla, no debimos haberlo hecho en primer lugar. Pudimos haber decidido revelarnos a sus ordenes, pudimos haber escogido luchar contra su sistema en lugar de seguir su juego y sacrificar a un cordero. Esa niña debe estar allí muerta de miedo, desangrándose en el suelo sin razón alguna y todo es nuestra culpa... no, todo es mi culpa.


    Dirigí mi mirada al suelo para luego quedarme viendo a las palmas de mis dos manos frente a mis pies ¿En verdad fueron siempre tan grandes? tan viejas, tan rasposas...


    — Prácticamente te obligue a seguirme ¿No es así? luego obligue a seguirme a una pequeña niña con la promesa de matarla ¿que clase de persona hace eso? un político, esa clase de persona. — Mi mano temblaba, no lo hacía desde que tenia 24 años, no lo hacían desde que sentí que ese día moriría tirado en el suelo como un perro usándola para retener la herida abierta en mi rodilla y la sangre saliendo de mí.


    — Sabes últimamente he pensado que al final tu y yo no somos tan diferentes en personalidad, en el fondo al menos. Si hubiera tenido una hija... si hubiera tenido hijos supongo que podrían haber sido como tu y Rachel, sí, seguramente rondarían las edades de ambas. — Intentaba controlar el temblor de mi mano haciendo presión con la otra sobre ella.


    — Sí, las cosas me son mas fáciles cuando hacen lo que digo, estoy acostumbrado a ello, dar y seguir ordenes... pero esta bien si ustedes dos ya no quieren hacerlo, no son soldados, son dos niñas en una isla siniestra, solas. Apenas debes estar empezando tus veinte años como mucho y a la pequeña le falta todavía un montón por vivir. — Trague saliva mientras dirigía mi mirada a otro lado para evitar la mirada de Katrina.


    — En verdad tengo una idea, puede ser una esperanza mas bien dentro de esta pequeña isla... hay 9 personas aquí y tenemos ya una gema, en el fondo debe al menos de existir la posibilidad de que una de las personas gane... y las otras dos quedar atrapadas aquí y vivir en esta isla. La muerte no es la única opción. Si la niña regresa, cuando la niña regrese, quiero que le hables, que le mientas. Dile que en verdad la matare al final de todo esto... que le preguntes si conoció a alguna otra persona que merezca vivir. Hare lo necesario para mantenerlas vivas a ambas, y al final... supongo que simplemente dejare que decidas si tú quieres irte de aquí o quedarte a cuidar de ella, quiero que le mientas.


    Mi mano ya se encontraba bien, pero estaba muy cansado, destrozado por tantos días seguidos estando en completa actividad, despierto.

    — Katrina... ¿Puedes enseñarle a vivir, verdad? ¿Puedes evitar seguir mi ejemplo y convertirte en un mal adulto como yo? sé que puedes hacerlo.

    — Sé que soy un monstruo... pero soy el monstruo que necesitan... al menos por ahora.

    Vida: 100/100
    Hambre: 4/7 (1/3) (Locura 3/6)
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    Última edición: 23 Abril 2019
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    Zireael

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    Katrina Akaisa.

    Silencio.
    Luego de que la niña había partido el silencio entre nosotros fue sepulcral, ni siquiera se había molestado en responder a mi pregunta y no importaba. Estaba demasiado ocupada tragándome todo lo que sentía después de haber enviado a la niña a morir.

    Cuando arrojó sus granadas a un lado, fui incapaz de comprender qué pasaba con él. De repente el grandulón parecía haberse reducido de tamaño y metido en una burbuja.
    El hombre que había despedazado a una chica hace apenas unas horas parecía haber desaparecido.

    —¿Porque no te sientas tú también cerca de la cascada? estarás mas cómoda ¿sabes? — Le dije a Katrina mientras pasaba mi mano sobre algunas piedras para intentar limpiar el lugar.

    ¿Qué? ¿Qué pasaba con él? Si hace apenas unos minutos me miraba con enfado, si estaba segura de que me haría pedazos en cuanto jodiera lo suficiente su paciencia.
    Estuve por lanzar otra de mis impertinentes respuestas, hasta que continuó hablando. Mi hostilidad perdió balance y me senté junto al cuerpo de agua, callada. Imité su acción y lancé las bombas a un lado, separándome de ellas por primera vez desde que habíamos caído en esta isla.
    Había comenzado a hacer un frío terrible, que me recorría el cuerpo de por sí frío por las lluvias de hace unas horas.

    >>¿Nos equivocamos no es verdad? no era necesario enviarla, no debimos haberlo hecho en primer lugar. Pudimos haber decidido revelarnos a sus ordenes, pudimos haber escogido luchar contra su sistema en lugar de seguir su juego y sacrificar a un cordero. Esa niña debe estar allí muerta de miedo, desangrándose en el suelo sin razón alguna y todo es nuestra culpa... no, todo es mi culpa.

    Era una estúpida. ¿Cómo no había podido verlo? Yo, con este carácter insufrible, ¿cómo no pude pensar en saltarme las reglas esta vez y salvar a la pequeña?
    Alexander tenía la vista clavada en sus manos y se me pasó por la cabeza que no éramos diferentes en ese momento. Habíamos enviado a Rachel como nuestro chivo expiatorio.
    Imaginé su cuerpo delgado, corroído por el gas, desmembrado por las bombas, en llamas por las granadas; sus ojos opacos nunca verían más una noche estrellada como la que había cuando partió hacia su muerte poco agraciada, inevitable, terrible. Nunca cumpliríamos la promesa que habíamos hecho con ella.

    Sentí náuseas.

    La calidez que me recorrió el rostro me tomó por sorpresa.

    No, por favor no. No con este tipo, no ahora en esta maldita isla.

    ¿Qué había hecho esa niña conmigo? ¿Y, peor aún, qué estaba haciendo este grandulón tosco?
    Sin permiso, las lágrimas siguieron fluyendo, en silencio, mientras escuchaba a mi compañero.

    Si tuviese a alguien esperándome en casa, ¿algo aquí sería diferente? ¿Una hermana, un primo... un padre? ¿Acaso mis amigas de la universidad estarían preocupadas? No lo sabía.
    Pensé en mamá, en como ella siempre me esperaraba a pesar de cada maldito error que había cometido, pero me sentía incapaz de mirarla a la cara ahora. Me avergonzaba, porque habíamos enviado a una chiquilla a morir y eso... eso mamá no iba a perdonármelo. La madre perfecta que yo concebía no perdonaría una cosa de esas, sin importar el gran amor que sintiera por mí. Si merecía su indiferencia en algún momento, era en este.

    Si tan solo tuviese algo que proteger, ¿eso cambiaría algo esta experiencia de mierda? Como un relámpago, el rostro de Rachel apareció en mi mente.
    Ya daba lo mismo si era cierto que había traicionado a alguien o no.
    Involuntariamente, ahogué un sollozo.

    Se comparó con un político por obligarnos a seguirlo y apenas unas palabras después, cuando noté que su gran mano temblaba a pesar de que la retiró de mi vista casi de inmediato, reparó en nuestras similitudes y nos comparó a ambas con los hijos que hubiese podido tener. Acaso... ¿Este hombre no tenía a nadie esperando por él? Incluso con su apariencia temible, sabía que siempre había alguien dispuesto a esperarle o eso creía, porque había visto a mi madre esperar a mi padre a pesar de su frialdad; pero este gigante, ¿estaba realmente solo? Sentí algo que no supe identificar completamente, parecido a la lástima mezclado con una amargura incomprensible.

    La pregunta que le había hecho inicialmente fue de lo último a lo que se refirió, con una respuesta obvia. Eso ni siquiera importaba ya.

    Como si no fuera suficiente, continuó su discurso, mostrándose comprensivo ante la posibilidad de que no quisiéramos seguir ya ninguna de sus órdenes.

    Inquieta, una vez más comencé a tirar de la piel alrededor de mis dedos. No tardé en hacerme daño, al volver aún más profunda heridas recientes.

    Parecía una cotorra, pero nunca me atrevería a callarlo, no cuando estaba diciendo todo eso. Algo de educación quedaba en mí aún, aunque él lo dudase.

    >>En verdad tengo una idea, puede ser una esperanza mas bien dentro de esta pequeña isla... hay 9 personas aquí y tenemos ya una gema, en el fondo debe al menos de existir la posibilidad de que una de las personas gane... y las otras dos quedar atrapadas aquí y vivir en esta isla. La muerte no es la única opción. Si la niña regresa, cuando la niña regrese, quiero que le hables, que le mientas. Dile que en verdad la matare al final de todo esto... que le preguntes si conoció a alguna otra persona que merezca vivir. Hare lo necesario para mantenerlas vivas a ambas, y al final... supongo que simplemente dejare que decidas si tú quieres irte de aquí o quedarte a cuidar de ella, quiero que le mientas.

    ¿Men... tirle? A pesar de las lágrimas que me recorrían el rostro, fruncí el ceño.
    Mentirle ahora parecía una mejor opción que enviarla a morir, mentirle para mantenerla con vida. Mentirle porque éramos incapaces de matarla ya. Mentirle para devolverle el brillo en la mirada, si es que alguna vez lo tuvo.
    No respondí, pero intuí que mi silencio era en sí una respuesta.
    Sin embargo, me creía incapaz de enseñarle a vivir como quería que hiciera.

    Me puse de pie y volví al árbol donde había dormitado. Tomé la chaqueta que había colocando entre sus ramas para que se escurriera y regresé a su lado. Se la coloqué encima de la cabeza. No era como que fuese la gran cosa pero de algo tenía que ayudar para que conservara aunque fuese una mínima parte de su calor corporal, si es cierto que iba hacer lo necesario para mantenernos vivas.

    Sorbí por la nariz antes de hablar con voz gangosa.

    —Me estás pidiendo mentirle para mantenerla con vida —murmuré. Guardé silencio un momento—, si incumples tu palabra, te meteré una de esas esferas de metal hasta el fondo de la garganta, aunque muera en el intento.

    Volví a sentarme, esta vez más cerca de él.

    >>Dudo ser el mejor ejemplo para la niña, pero supongo que peor es nada. Ahora, guarda silencio un rato y descansa, aprovechando que no tengo las malditas BIM's encima.

    Bufé, por primera vez, más como acto reflejo que como reproche y me abracé a mí misma.

    >>Gracias, grandulón.

    Fue lo único que atiné a susurrar, con la vista clavada en el flujo de la cascada.
    A lo lejos, escuché lo que parecían ser detonaciones de granadas. Aumenté la fuerza del agarré alrededor de mi propio cuerpo y cerré los ojos, que ya empezaba a sentir amoratados por el llanto, con fuerza.
    Ella volvería a nosotros. Así debía ser.

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    — Solo los niños pueden revolver así las emociones de las personas ¿No es verdad? , je si no chillaras tanto sentiría que falta algo aquí — Le dije mientras sonreía. La relación de alguna manera era ahora mas cercana, solo un poco al menos.

    Escuchamos explosiones a la distancia, las aves socorrían de entre el bosque, era el edificio medico seguramente, vimos una nube de humo alzarse de ese lugar y luego... nada, simplemente el silencio en aquel lugar.

    Todo ya había terminado.

    He volteado a ver a Katrina — ¿Sabes que todavía no puedo descansar, verdad? No puedo dormir todavía, no hasta que vea a Rachel llegar... — Me costaba caminar, me costaba mantenerme fijo ya, me tire al suelo y me recosté de las piedras, ahora hay un frió bastante cálido, me recuerda a mi hogar, a tiempos remotos.

    Creo que este ha sido los únicos momentos que hemos tenido en relativa tranquilidad desde que llegamos aquí.

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    La orden que le gritaba su cabeza era breve y concisa: corre. Y sus piernas, rasguñadas, manchadas de la sangre y de la polvareda que desprendieron los impactos de las bombas, obedecieron sin rechistar. Era la única parte de su cuerpo que estaba reaccionando. Su cuerpo se encontraba agarrotado, abrazando contra su pecho aquel maletín como si su vida dependiese de ello, y sus ojos se encontraban muy abiertos, idos. Respiraba con esfuerzo, sentía sus pulmones arder y las lágrimas no habían cesado. Se encontraba sucia y polvorienta, pero estaba viva. Y estaba regresando a casa.

    Su cuerpo se tambaleaba de un lado al otro sin control, esquivando los árboles con esfuerzo, chocando contra ellos ante giros mal calculados, cayendo de bruces contra el suelo varias veces. El frío comenzaba a calarle los huesos y la oscuridad de la noche le impedía saber con certeza si el camino que estaba tomando era el indicado. En su cabeza solo se repetía la misma orden una y otra vez, apremiante: corre, vuelve con ellos. Regresa.

    Estaba francamente asustada y aturdida. Sentía que la imagen de aquel hombre en su cabeza cada vez que cerraba los ojos harían que se volviese loca. Su cuerpo partido en dos, su mirada perdida. La sangre. La maldita sangre fluyendo frente a sus ojos, manchando sus manos en el proceso. Seguía manchada con la prueba de la culpabilidad que sentía por lo que había hecho.

    Pero Rachel solo quería sobrevivir. Sobrevivir y cumplir su promesa.

    El sonido de la cascada pareció calmar levemente los latidos de su corazón, reconocía aquella zona. No detuvo sus pasos en ningún momento, apremiante, buscando con la mirada cualquier figura que lograse identificar como Alexander y Katrina. Por un instante, algo similar al miedo se revolvió en su interior: ¿y si... y si se habían ido? ¿Y si había tardado demasiado y la habían abandonado a su suerte? ¿Y si...? En el fondo, era algo a lo que estaba acostumbrada. Pero aquellos dos... quería creer que eran distintos.

    Tropezó contra su propia pierna, descendiendo un par de metros por un camino inclinado, manchándose del barro y de la hojarasca que cubría el suelo. Al dejar de girar y detener su caída, volvió a abrir los ojos y se topó con el cielo estrellado. Y muy cerca de ella, el sonido del río fluyendo junto a la cascada. Se levantó de nuevo, débil, y fue entonces cuando logró identificar a alguien en la orilla. No, al acercarse corriendo notó que estaban juntos, que eran ellos. Estaban allí, de verdad.

    El cansancio y el agotamiento tanto físico como mental hicieron que reaccionase de una forma extraña a sus ojos: al aproximarse hacia ellos dejó la maleta en el suelo sin dejar de correr, y abrazó con todas sus fuerzas a Katrina, a quien tenía más cerca. No supo por qué razón, solo sabía que tenía mucho frío, mucho miedo, y que se sentía morir por dentro. Sollozó con fuerza entre sus brazos, enterrando su rostro manchado de sangre mientras su cuerpo menudo temblaba con fuerza.

    —E... El hombre... Yo no... Yo... Su cuerpo... Yo lo mat... Lo mat... —gimió entre hipidos, fuera de sí, agarrando sus cabellos rubios como si quisiera arrancárselos—. Yo no... Yo...

    Ella había matado a un hombre. Y no había sido el primero.


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    Estaba aquí, en verdad había logrado regresar, estaba en casa.
    Y estaba abrazando a Katrina mientras dejaba salir sus lagrimas, estaban juntas nuevamente. Matar cambia a las personas, siempre hay algo que se pierde, no hacia falta preguntarle a la niña si llego a asesinar a alguien, no hacia falta interrogarla.

    Solamente hacia falta abrazarla y mostrarle cariño, que supiera que todo estaba bien y ya no volvería a pasar, estaba Katrina para eso. Quisiera demostrar afecto, pero no es lo correcto, no es necesario, quedaría mal, este era un momento personal y yo no soy nadie para meterme en ello.

    Metí mi mano en mis bolsillos para sacar algo y dejarlo cerca de Katrina — Toma, moja el pañuelo y ayuda a bañarse a la niña, usen el jabón y luego, pueden quedarse con el pañuelo no creo que lo necesite otra vez— suspire lentamente mientras ya podía descansar un poco finalmente.

    — Creo que ya todo esta bien ¿No? les daré algo de privacidad mientras yo descanso algo —Me levante y camine lentamente lo mas cerca que pude del árbol mas cercano, ni siquiera pude llegar. Me tire al suelo en cuanto conseguí taparme con su sombra y haciendo bulto con mi saco improvise una pequeña almohada y cerré mis ojos, cuatro días, he estado ya cuatro días sin dormir...

    >>>> Alexander se ha dormido

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    Katrina Akaisa.

    Sonreí ante las palabras de Alexander, porque era cierto. No íbamos a descansar hasta que la chiquilla volviese.

    La ansiedad estaba empezando a comerme viva. Había dejado de sentir el dolor que las heridas que yo misma me estaba provocando me causaban. No podía orientar mis pensamientos a otra parte, porque el silencio había reinado por un buen rato ya.
    Cada roce de las hojas de los árboles, el movimiento de algún pájaro inquieto o lo que fuese me hacía mirar hacia la periferia del bosque, esperando que sugiera de allí.

    Pasó aún más tiempo antes de que un ruido constante, el de la hojarasca siendo revuelta, me obligara a regresar la vista allí. Noté la silueta que se desplomó cuesta abajo y cuando se incorporó reconocí a la niña. Abrí los ojos de par en par, perpleja, y ni siquiera fui capaz de levantarme para recibirla.
    Dejó las pertenencias que cargaba a medio camino y continuó su desesperada carrera. Fue la primera vez que vi algo en sus ojos y preferí que hubieran seguido vacíos como cuando la conocimos. Estaba aterrada, traumatizada, fuera de sí.
    Creí que corría en dirección a nuestro compañero, pero la niña se precipitó sobre mí, abrazándome con todas las fuerzas que su cuerpo agotado le permitían. Estaba cubierta de barro por la caída y de quién sabe qué más.

    Algo se quebró. Dentro de mí, el maldito dilema moral en el que estaba por fin había fracturado algo. Sentí un dolor punzante en el pecho cuando la chiquilla rompió a llorar ruidosamente.
    Mis lágrimas volvieron a fluir. Éramos unos malditos monstruos por haberla enviado.

    La envolví entre mis brazos con fuerza, subiéndola a mi regazo y comencé a mecerme de adelante hacia a atrás, sin apenas darme cuenta; en un ridículo intento por consolarnos a ambas.
    Habló, o eso intentó, porque fue incapaz de terminar alguna de las palabras. ¿Hombre? ¿Lo había matado ella sola? ¿Así de importante era volver para ella?
    Se llevó las manos al cabello e hizo un gesto que conocía de sobra.

    Otra fractura.

    Tomé sus manos, evitando que siguiera tirando de su cabello de aquella forma, y la hice rodearme con sus brazos antes de continuar aquel arrullo improvisado.
    El rostro se me deformó por el esfuerzo que hice por contener el llanto. La abracé con más fuerza aún, aprisionándola contra mi pecho.
    Chillé, chillé como no lo había hecho nunca en mi vida, porque me odiaba por lo que le había hecho, por haber hecho que la niña pasara por aquello y nada valía tal sacrificio, y odiaba al que nos había puesto aquí para esto.

    —Perdón, oh Dios, perdóname. —Comencé a escupir las palabras, que dudaba que llegase a entender a través de mi desesperación y mi llanto—. No debimos enviarte, debiste quedarte con nosotros. Perdóname, Rachel.

    Sentí que iba a atragantarme con mi propio llanto y sin embargo, me vi a mí misma repitiendo en Rachel cada una de las acciones que mi madre había llevado a cabo alguna vez conmigo.

    En un acto casi inconsciente, deposité un beso en su cabeza, sobre su cabellera rubia revuelta.

    >>No te dejaré sola, ¿está bien? Ya no más.

    Pasaron minutos hasta que logré recuperar algo de mi compostura, pero no me separé de la niña en ningún momento.
    Alexander se levantó y dejó un pañuelo cerca de mí, para finalmente retirarse a descansar.
    Con algo de dificultad, logré arrastrarla conmigo para acercarnos aún más a la orilla de la cascada. Alcancé el pedazo rojo de tela, lo humedecí en el agua, y obligué a la niña a mirarme. Con delicadeza, le limpié el barro y lo que supe era sangre, del rostro. Comencé a tararear una nana que, nuevamente, llegaba a mi memoria gracias al infinito amor de mi madre y que me había tranquilizado aún siendo adolescente.
    Cuando enjuagué el pañuelo en el agua, esta se manchó de un color oscuro.

    Me di asco a mí misma porque eso había sido culpa mía.


    Las lágrimas siguieron fluyendo, en un llanto insonoro.

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    Rachel Gardner

    Sus manos se aferraron a la espalda de Katrina en medio del llanto, apretando parte de su camisa con la poca fuerza que le quedaba. Todos sus sentidos estaban bloqueados por el incesante martilleo en su cabeza, y el profundo dolor que sentía en su pecho solo aumentaba el volumen de sus sollozos. Le quemaba por dentro, le consumía, y sentía la necesidad de sollozar como no lo había hecho en años. No notó hasta instantes después que Katrina también estaba llorando, aferrándose a su cuerpo con una calidez que le resultaba ciertamente extraña, ajena.

    Era la primera vez que alguien le demostraba ese tipo de afecto.

    "Ray, ¿no te das cuenta? ¡Eso no es una familia! Si te quisiesen no te harían daño".

    Aquella voz se abrió paso en su cabeza en aquel preciso instante, pero jamás comprendió sus palabras tan bien como lo hacía ahora. Se dejó llevar por el cuidado que le brindaba Katrina, con la mirada ida y un escaso control sobre su cuerpo, pero en aquella situación de debilidad solo recibió cariño. Un cariño... extraño. No necesitaba golpearla para hacérselo ver. Sus manos se posaron en su rostro, apartando el cabello revuelto y sucio de su frente, y tembló por inercia ante el contacto. La joven comenzó a pasar un paño por su rostro con delicadeza, limpiándolo con sumo cuidado. Ambas llorando en silencio, reconfortándose la una a la otra con aquel simple gesto.

    Lentamente, mientras el paño seguía limpiando la suciedad de su piel, Katrina pudo notar cómo los orbes azules de Rachel volvían en sí, seguían sus manos con la mirada. Seguían teniendo aquella tonalidad oscura, pero... había algo diferente en ellos. Aquel hermoso azul había adquirido una tonalidad distinta, un azul triste y opacado, pero vivo. Como si los engranajes oxidados de sus emociones volviesen a girar con esfuerzo, y solo recordasen por el momento cómo se sentía estar triste. Sentía, y eso ya era un avance. Quién diría que tener algo por lo que luchar la devolvería a la vida de esa forma.

    Sorbió la nariz, dejándose hacer en silencio, hasta que reparó en el maletín tirado en el suelo. Colocó sus manos, frías y magulladas sobre las muñecas de Katrina, deteniendo sus movimientos, e hizo un ademán por levantarse, pero sus piernas le fallaron y volvió a caer con un quejido. Gimió, agachando la cabeza, y señaló lo que había traído como si fuese lo más importante en aquel momento, y no su malestar físico y psicológico.

    —C-c-conseguí traer algo... —logró articular débilmente, volviendo a apoyarse en ella. Parte de sí misma comenzaba a acostumbrarse a aquella calidez que le resultaba tan lejana. Pero sus párpados pesaban, y la calidez solo incrementaba su sopor—. Agua... Comida... Un cristal. Para que salgáis de la isla.

    Posó su mirada en ella, somnolienta, y agregó, sintiendo el dolor de nuevo en su pecho esta vez anestesiado por el sueño:

    >>...Ya podéis regresar a casa, ¿verdad? Ya no... ya no hay que matar a nadie más.


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    Katrina Akaisa.

    Pasiva como era, y aún más dadas las circunstancias, se dejó hacer sin poner ningún tipo de resistencia. Con cada segundo que pasaba, la culpa que sentía aumentaba y aparecían nuevas grietas, que enviaban chispazos de dolor emocional a algún lugar recóndito de mi mente.

    Azul.
    Los ojos de Rachel Gardner me perseguirían hasta el último de mis días, lo supe en el momento en que en estos surgió un atisbo de vida, cargado de lo que supe era una profunda tristeza.
    Azul profundo, azul desgraciado, azul maldito.

    No sabía si era mejor ver en sus ojos tristeza que no ver nada en absoluto. ¿Era eso lo que habíamos ganado acaso? Más que lo que sea que hubiese traído consigo, ¿poner en marcha las emociones de esta niña era nuestro premio o nuestro castigo?

    La chiquilla me tomó por las muñecas, su tacto era helado. Ante mi mirada estupefacta intentó levantarse, pero cayó inmediatamente después, estaba dirigiendo mis brazos a ella nuevamente cuando la vi señalar el maletín con el que había regresado, por un momento, no entendí qué sería tan importante.

    —C-c-conseguí traer algo... —logró articular débilmente, volviendo a apoyarse en ella. Parte de sí misma comenzaba a acostumbrarse a aquella calidez que le resultaba tan lejana. Pero sus párpados pesaban, y la calidez solo incrementaba su sopor—. Agua... Comida... Un cristal. Para que salgáis de la isla.

    Fruncí el ceño a pesar de que volví a sentir el peso de su cuerpo al apoyarse sobre mí.
    ¿Comida? ¿Agua? ¿El maldito cristal por el que había colapsado emocional y físicamente? Culpa e ira conmigo misma eran prácticamente lo único que sentía.
    Sin importar la situación en la que estábamos, ahora mismo no sentía que nada de eso hubiese valido la pena en lo absoluto.

    Nuevamente la envolví entre mis brazos, esta vez con cuidado de no lastimar aún más su magullado cuerpo. Levantó la vista hacia mí y añadió algo más.

    >>...Ya podéis regresar a casa, ¿verdad? Ya no... ya no hay que matar a nadie más.

    El corazón se me encogió en el pecho y me atravesó otro relámpago de dolor emocional.

    Miéntele.

    No era esto a lo que se refería el grandulón.
    Reinicié el arrullo, meciéndome y acariciando el cabello de la chica.

    —Basta —bufé—. Podemos apañárnosla mejor con lo que trajiste, gracias, aunque aún no volveremos a casa. Pero te prometo que no tendrás que matar a nadie más, Rach. Y cuando sea el momento, Alexander cumplirá la promesa que te hizo.

    Aumenté ligeramente la fuerza entorno a su delgado cuerpo. Aquello tenía gusto a mentira y tragué grueso. Sentía que la estaba traicionando y esa sola idea me iba a mortificar el resto del tiempo que pasáramos juntos.
    Si nuestro compañero mantenía su palabra, solo la mitad de eso era cierta; porque no planeaba permitir que esa niña tuviera que detonar una sola bomba, pero no podía prometerle que él y yo no íbamos a tener que asesinar a nadie más ni que volveríamos a casa.

    >>Rach. ¿Es así cómo debo llamarte, o prefieres otra forma?

    Le coloqué los mechones sueltos de cabello detrás de las orejas y le piqué la mejilla suavemente, en un terrible intento por distraerla de todo lo que había pasado.
    Tomé sus manos y me dediqué a limpiarlas como había hecho con su rostro, sin atreverme a mirarla a los ojos.
    Podría haberle sugerido refrescar su cuerpo magullado en el agua de la cascada, pero ya había pasado por demasiado como para que tuviera que aguantar el frío de un baño a la intemperie, por rápido que fuese. Más tarde sería, si es que teníamos la oportunidad.


    Quizás una siesta no le cayera mal, pero prefería que el grandulón estuviese despierto para protegernos de ser necesario.

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    Rachel Gardner

    Rachel no apartó su mirada de Katrina, aguardando una respuesta que parecía esperar con urgencia. Un "has sido útil", como venía siendo costumbre. Pero en su lugar Katrina la envolvió una vez más entre sus brazos, meciéndola con suavidad sentada en su regazo, y la necesidad de aquella respuesta se desvaneció por completo. Cerró los ojos inconscientemente, sintiendo cómo las caricias sobre su cabello calmaban parte de su dolor. Se acurrucó sin oponer resistencia, escuchando la voz de la chica lejana, respondiendo a su pregunta vagamente. Pero no le dio importancia. Sus sentidos apenas funcionaban, se encontraba en un estado postraumático en el que apenas podía transmitir palabra alguna.

    Pero esta vez estaba acompañada.

    "Rach. ¿Es así cómo debo llamarte, o prefieres otra forma?"

    Algo dentro de ella se removió ante aquellas palabras. Ciertos engranajes hicieron "click", y en su pecho cobijó una sensación nueva. Rachel alzó la mirada hacia Katrina, pero esta evitaba la suya. Eso le impidió ver cómo nuevas lágrimas se amontonaban en sus cuencas, incesantes. Pero esta vez ya no solo eran producto de su propia tristeza. Sentía tristeza por Katrina. Porque comenzaba a notar que le estaba tomando cariño, y era consciente de que aquello sería contraproducente. Después de todo, Alex cumpliría su promesa. La mataría. No debía encariñarse con ella, o acabaría lamentando su ausencia. Sollozó en silencio, apretando los ojos y ocultando su rostro en el abrazo, porque no se veía capaz de alejarse por su bien de ella. Sabía que necesitaba esas muestras de cariño.

    ...Empatía, ¿eh? Una emoción compleja. Parecía que los engranajes comenzaban a unirse entre sí lentamente.

    —...Rach está bien —susurró sin mirarla, guardando silencio durante unos instantes. A Danny no le gustaban los apodos, ¿a Katrina le molestaría que le llamase Kat?—. No es necesario preocuparse por un mote para mí... Kat.

    Y cerró los ojos de nuevo, acurrucada en su regazo. Sin ser consciente de que la dependencia de afecto acabaría evolucionando en cariño. Así, acabó durmiéndose, con todas las emociones aflojando el agarre de su pecho hasta desaparecer por el momento.


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    Odio.

    Allí, con la niña acurrucada en mis brazos que buscaban consolarla, me odiaba con todas mis fuerzas.

    Apreté el agarre alrededor de su cuerpo por un instante, en un intento por consolarme a mí misma también. Cada acción que realizaba sabía que solo me acercaba aún más a un terreno que evitaba conscientemente; cada caricia, cada maldita palabra que le dirigía a esa chiquilla rota me acercaban más a ella y en la situación en la que estábamos era lo peor que podía estar ocurriendo.
    Estaba firmando un contrato que no me aseguraba más que sufrimiento y en el peor de los casos, se lo aseguraba a ella también.

    Busqué con la vista a nuestro compañero, que parecía estar despertando apenas y, por primera vez, la mirada que le dirigí no era hostil como casi todas anteriormente. Fue prácticamente una mirada de auxilio, inconsciente, repentina, aún más genuina que mi perpetuo mal carácter.

    Sentí a Rachel ocultar el rostro en aquel extraño abrazo con el que de alguna forma buscaba ocultarla del mundo.

    Su respuesta fue un susurro lejano, proveniente de su agotamiento físico y mental.
    Era cierto, no debí haberme preocupado por un apodo, pero ya era tarde. Apenas un segundo más tarde, derrumbó su propia lógica y dirigí mi mirada a la niña menuda acurrucada en mi regazo.

    Kat.

    Otra fractura simbólica dispersó grietas aleatoriamente, arrojando otro relámpago de dolor emocional y aún así, en mi rostro surgió una sonrisa que ella ya no pudo apreciar, nacida de la profunda ternura que estaba despertando en mí.
    No recordaba la última vez que había sonreído así ni que alguien se había dirigido a mí de esa forma.

    La pausa que hizo me dio la sensación de que dudaba, como si no confiara en que pudiese tomarse la libertad de llamarme de esa forma.
    Le dediqué otra caricia en el cabello.

    —Está bien —murmuré para ella y nadie más—, quiero decir, si quieres llamarme Kat.

    Su respiración lenta y tranquila me hizo saber que había caído rendida.
    Volví a tatarear una nana, esta vez más para mí misma que para Rachel.
    Limpié el pañuelo rojo de Alexander en el agua una última vez, lo escurrí lo mejor que pude y con cuidado de no despertar a la niña, lo até suavemente en su muñeca izquierda. Era mi forma de firmar un pacto silencioso entre los tres, pero era principalmente un recordatorio de mi propia promesa.
    Si por algún motivo quedaba sola o era separada de nosotros, esperaba que aquel pedazo rojizo de tela le recordara que la habíamos esperado y que yo había cuidado de ella lo mejor que pude.

    Alcé la vista al cielo una vez más e inhalé el aire nocturno, buscando reorganizar mis emociones.
    Bebí pausadamente de la cascada, haciendo un cuenco con mis manos. Debía aprovechar que podía hacerlo.
    Me pasé las manos húmedas por el rostro, para refrescarme los ojos que comenzaba a sentir enrojecidos e irritados.

    Algo en todo lo que acababa de ocurrir y en esta calma tenía la calidad de un presagio.

    No quería saber qué estaría preparando el desgraciado anfitrión de esta macabra fiesta.

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    Rachel Gardner

    Rachel abrió sus ojos lentamente, apreciando los primeros rayos de luz clarear el horizonte. A pesar de la fría madrugada, había podido conciliar el sueño envuelta en unos cálidos brazos que le brindaban un cariño nuevo para ella. Se removió con cuidado y apartó los mechones rubios de su cabello, desordenados y revueltos, para admirar en silencio cómo Kat dormía en una postura ciertamente incómoda con ella en su regazo. El sueño y el cansancio habían acabado con ella, y era de esperarse. Extendió su mano hacia ella, queriendo despertarla al notar que Alex aún no había vuelto en sí, pero de nuevo aquella voz en su cabeza hizo que detuviese sus movimientos, sujetando su cabeza con ambas manos mientras la paz que dominaba su pecho desaparecía en un chasquido.

    "Podían salir dos personas de la isla, Kat y Alex podrían irse juntos de allí. Pero, a cambio... Necesitaban un sacrificio de cada grupo. Alguien debía morir para asegurar la salvación del resto".

    El primer pensamiento que cruzó la cabeza de Rachel fue correr a despertar a Alexander, pedirle que cumpliese su promesa ahora que Kat no estaba mirando, con urgencia. No podían esperar mucho tiempo, o aquella oferta se esfumaría y su nueva familia tendría que matarse entre ellos. Ray no iba a permitirlo. Pero en su cabeza el recuerdo del brillo aliviado en los ojos de Alex ante su regreso hizo que algo oprimiese su pecho, un nudo que le impidió seguir avanzando. Recordaba ese mismo brillo, esa mezcla de alivio y de tristeza tan peculiar. Lo vio en los ojos de Katrina cuando le puso un apodo cariñoso.

    Porque el hombre tampoco quería matarla... ambos se habían encariñado con ella. Y para qué mentir, Rachel sentía lo mismo en el fondo.

    Lágrimas comenzaron a fluir lentamente a través de sus mejillas, cayendo una a una en el húmedo suelo bajo sus pies. Se levantó con cuidado de no despertar a la joven, y contempló en silencio a su familia dormir con esa paz que pocas veces había podido sentir en la isla. Porque cuando despertasen, tendrían que sufrir pensando cómo solucionar aquella situación, tendrían que escoger matarse entre ellos. Y Rachel iba a ahorrarles ese sufrimiento. No podía permitir que dejasen vivir a una niña que buscaba la muerte desde que había pisado aquella maldita isla, mientras ellos habían luchado por sobrevivir día a día. No era justo.

    Fue entonces cuando reparó, en medio de su sollozo lastimero, el pañuelo rojo que envolvía con delicadeza su muñeca, y su mirada se posó en Kat. Aquel pañuelo representaba para ella el infinito amor que le habían brindado por un instante, pero que había merecido su vida entera. Porque ahora podía morir tranquila sabiendo lo que era sentirse querida para alguien, y eso era todo lo que importaba. Debía impedir que nadie hiciese daño a aquella joven, para que pudiese seguir ayudando a personas como ella. Porque Kat tenía un corazón de oro, y ella lo sabía. Se acercó hasta ella, acuclillándose en frente, y acarició su cabello negro por última vez, formando una mueca extraña en sus labios. Un intento de sonrisa que a pesar de no ser perfecta, salía de su corazón. Una sonrisa que jamás podrían contemplar.

    Estaba infinitamente agradecida.

    Después, caminó con lentitud hacia donde yacía el hombre que había cuidado de ella desde que se encontraron, y a quien tenía el mismo aprecio en el fondo. Recordó entonces como un flechazo algo que deseaba entregarle antes de marcharse. Removió sus manos en su bolso, sacando una especie de carta arrugada, y con una pizarra del suelo rasgó ciertas palabras, ajustándolas antes de doblar la carta sobre su regazo. Aquella carta que había escrito para Danny aquel día... Nunca pudo entregársela. Pero ahora había hallado dos nuevos remitentes a los que deseaba hacérsela llegar. Colocó a su lado también el maletín con todas sus bombas restantes y las incendiarias que había obtenido, y le dirigió una última mirada antes de partir.

    Pronto llegaría el alba, sabía que debía marcharse ya. Su corazón le pesaba y las piernas se negaban a caminar. Quería seguir un poco más entre los brazos de Kat, escuchando aquella linda nana, sintiendo acariciar su cabello con ternura. Pero podría morir con aquel recuerdo, y no le importaría nada más. Comenzó así a caminar, alejándose del arrollo, tras girarse un par de veces para verles dormir en silencio, con la mano en el pecho. Volvió la vista al frente, acelerando el paso en dirección hacia el barranco.

    Era hora de acabar con esto. Quería que dejaran a su familia en paz... Y esa era la única forma.
     
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  20.  
    El Calabazo

    El Calabazo Y dime, ¿Quién soy yo?

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    Alexander Purchinov

    — Niña atontada... que mantenga mis ojos cerrados, no significa que este durmiendo todavía.

    ¿No te cansas, no es verdad Doe?

    Primero intentas manipularme y ahora que digo en voz alta aquello que piensas... haces esto.
    Maldito lunático.

    Me levante de donde estaba recostado y cayo al suelo un pequeño sobre de papel, el remitente era Rachel, mi Rachel, y como destinatario estaba un tal Danny, seguramente se llevaron a esta niña momentos antes de que pudiera enviarla a esa persona. Y escrito abrupta mente y con letras rotas estaban ahora el nombre de Katrina, Rachel y yo.

    Era un nuevo día, el sol finalmente estaba saliendo y Rachel se iba de nuestras manos, subiendo aquella colina en dirección al barranco.

    Habia tenido un sueño agradable, lo suficiente como para dejarme vagando y pensando tanto tiempo con mis ojos cerrados, queriendo en lo profundo que fuese real, que pudiera pasar, pero luego abres tus ojos y te das cuenta que solamente fue tu imaginación y nuevamente la abrupta realidad te consume.

    Y Rachel pensaba despedirse con lagrimas sin decir un adiós apropiado a Katrina, con tanto que se parecen, están rotas, están lastimadas, pero se tienen la una a la otra, son como dos pequeños cachorros que se tienen el uno al otro para lamerse sus heridas mutuamente y quizás algún día terminar de sanar. Y piensa que me esta haciendo un favor largándose así ahora...

    — Niña tonta, eres una niña tonta...
    — ¿En verdad piensas que te dejare hacerlo?


    Me levante y recogí mi saco y empece a caminar lo mas rápido que pude para alcanzar a Rachel, era el momento de aclarar las cosas... Cumpli mi promesa contigo, pero todavía no te has dado cuenta, niña tonta...

    >>> Al barranco
    Vida: 100/100
    Hambre: 4/7 (1/3)
    Sed: 7/7 (1/3)
    Cansancio: 5/10 (1/2)
     
    Última edición: 27 Abril 2019
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