Historia larga Entre La Guerra

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Marina, 17 Febrero 2018.

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    Marina

    Marina Usuario VIP Comentarista Top

    Tauro
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    Escritora
    Título:
    Entre La Guerra
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2883
    Esta novelita comencé a publicarla en el foro de CemZoo con el título Entre la Guerra y la Guerra, pero deje de actualizarla allá y sólo subí tres capítulos, pero hace poco decidí que, como este es mi foro favorito, entonces mejor la publico aquí.


    Capítulo 1


    El hombre miró su reloj de pulso y volviendo su atención a sus amigos, dijo:

    —Los dejo, porque tengo algo muy importante qué hacer.

    Elías Alas y Franco Bueno miraron sorprendidos a Iván Cobo, luego Franco cuestionó.

    —¿Más importante que el próximo negocio que estamos por cerrar? ¡Iván, por Dios! ¡Estamos a punto de absorber la cadena de hoteles Paradise! ¿Y tú tienes algo más importante qué hacer?

    Iván sonrió con cinismo. Se encogió de hombros al preguntar.

    —¿Pero por qué se preocupan? ¿No es ya un hecho que somos casi dueños de esa cadena de hoteles? Además…

    Sin terminar la frase, echó la silla atrás para levantarse. El sonido de las patas al arrastrarse contra el suelo, atrajo la atención de algunos de los clientes en el restaurante, lugar en el que se encontraban terminando su almuerzo.

    Entre aquellos que dirigieron su vista a ellos, estaban dos mujeres jóvenes que no pudieron evitar recorrer con sus miradas al hombre de veintinueve años y cuando la imagen de él llenó las pupilas de las chicas, suspiraron con interés. Y no es que Iván Cobo fuera un adonis, porque no lo era, pero su figura se imponía debido a su entusiasta personalidad. El hombre irradiaba confianza, alegría y optimismo, lo que hacía que su rostro de rasgos ordinarios llamara la atención. En ese momento su mirada del color tormentoso del mar, destelló traviesa mientras se erguía en su metro setenta y ocho. El castaño cabello que le llegaba por debajo de los hombros, estaba atado en la nuca con una liga fina.

    —¿Además qué, Iván? —inquirió Elías poniéndose también de pie.

    El brillo en las miradas de las féminas se acrecentó cuando las posaron sobre Elías, un moreno de treinta años. El corto y negro cabello lucía un peinado alborotado hacia arriba, lo que agraciaba su frente amplia. Los ojos, como dos pozos hondos, tenían una mirada penetrante y severa, lo que hacía juego con sus facciones que siempre mostraban su autoridad, pero Iván Cobo no se inmutó cuando su compañero lo envolvió con la más estricta de sus miradas, ignorando el hecho de que a Elías Alas le gustaba tener el control de las cosas, siendo decidido y apasionado, rebelde incluso y desde el punto de vista de sus amigos, muy dominante, lo que se notó en ese instante en que se elevó en su altura —uno con ochenta— y exigir de inmediato la respuesta.

    —¡Responde! ¿Además qué?

    —Además —continuó Iván sosteniendo su mirada—, es importante que pase a mirar la propiedad. Un negocio que adquirí ayer.

    Elias frunció el ceño con disgusto mientras que Franco Bueno dejaba finalmente su asiento, mostrando su sorpresa con la siguiente pregunta.

    —¿Compraste un negocio sin consultarnos a nosotros?

    Iván miró a Franco notando su incredulidad, lo que no lo sorprendió, pues su compañero de veintiocho años era muy ordenado y disciplinado, un crítico perfeccionista además de idealista, así que casi podía saber lo que pensaba: que había roto la norma de consejo de la empresa al hacer una adquisición por su cuenta y sólo por eso el negocio sería un fracaso.

    —¿Por qué no vamos al bar y hablamos de esto? —dijo Iván notando ya que estaban llamando la atención.

    —Es muy temprano para beber licor, Iván —rechazó Elías sin dejar de fruncir el ceño, lanzando en su actitud un enfado mal disimulado.

    —¿Quieres embriagarnos para endulzar nuestros oídos con palabras insulsas? —cuestionó Franco y su blanco rostro se ruborizó por la súbita ansiedad que comenzó a sentir—. Mejor suelta la lengua y cuéntanos todo sobre ese supuesto negocio.

    — No te irás hasta que nos expliques qué clase de propiedad has comprado y el porqué de tu silencio —sentenció Elías, así que decidido, empujó a Iván con impaciencia para que se sentara de nuevo.

    Franco volvió a su silla y respiró profundo para desechar la ansiedad, mas cuando centró su vista en Iván, lo observó bastante crítico. Sintiendo de pronto una aguda pulsación en las sienes, se retiró el cabello de la frente. El tono de su cabellera era café claro con destellos dorados, un color bonito según su madre, pero muy rebelde, así que no había peinado que le durara. Pero qué más daba, él no era un ejemplar físicamente espectacular, sino que era un sujeto de facciones comunes y muy delgado, pues si sus dos amigos tenían algo atlético, el por su parte diría que era un esqueleto que medía un metro con setenta y cinco centímetros forrado de piel.

    No ser perfecto físicamente y mucho menos en su forma de ser, le había traído mucho dolor, pero finalmente había aprendido a vivir con su imperfección gracias a todas las sesiones con el psicólogo, las que tuvo que tomar porque su personalidad perfeccionista se había salido de control causándole un desequilibrio emocional, tanto que estuvo a punto de adquirir el trastorno obsesivo-compulsivo, así que recordando que debía controlar la rigidez de su pensar para tomar con buena actitud lo que venía, se serenó.

    —Cuéntanos todo, sin omitir nada, por favor —pidió Elías ásperamente acusador—. Tenemos derecho de saber, después de todo también utilizaste el dinero de nosotros, ¿cierto?

    Elías se mantuvo de pie y le obsequió a Iván una de sus sonrisas de conmiseración. Ésa que utilizaba cuando despojaba a las víctimas de sus propiedades, porque ellos eran lobos voraces que iban absorbiendo imperios que caían en la ruina. Y fue esa sonrisa tan falsa lo que hizo exclamar al acusado.

    —¡Vamos, hombres, no es para tanto! Sólo compré una pequeña escuela particular de esgrima que está en bancarrota.

    —¿Una pequeña escuela privada de esgrima que está en bancarrota? —repitió Franco en tono sobrecogido—. ¡Ese negocio no es redituable!

    —¡Ya lo creo que no! —concordó Elías, sombrío—. Iván, lamento informarte que has perdido esa inversión o mejor dicho, nos has hecho perder una fortuna. ¿A qué precio la adquiriste? ¿Por qué no nos consultaste primero? ¡Conoces las reglas! Ninguno compra o vende sin que se hable del asunto en la junta directiva.

    —¡Es un buen negocio! —se defendió Iván en tono firme, levantándose del banco—. No por nada soy un genio de las finanzas, así que debo ir a...

    —¡Iremos contigo! —hablaron a la vez sus amigos.

    Iván los miró tolerante y encogiéndose de hombros, dijo dándose la media vuelta para comenzar a alejarse:

    —Como quieran, pero sepan que no los necesito.

    —¿Ah, no? —cuestionó Elías yendo detrás del amigo y él a su vez fue seguido por Franco—. Y dime, Iván, si ese es un buen negocio, ¿por qué está en bancarrota?

    —Quizás por mal manejo o tal vez por falta de alumnos —respondió Iván sin mirar a sus compañeros cuando estos se pusieron a su lado—. Por eso quiero ir a la escuela.

    —¿Quieres decir que ni siquiera conoces lo que adquiriste? —preguntó Franco y por un momento olvidó que debía mantener la serenidad para mantener a raya su problema digestivo generado por la frustración que llegaba a sentir al exigir de los demás una perfección que no existía—. ¿Qué pasa contigo, Iván?

    Iván prefirió ignorar el interrogatorio y sin que se dijera más, pagaron la cuenta y salieron al estacionamiento en donde los tres tenían sus autos, modelo del año y los que abordaron para dirigirse a la desconocida escuela de esgrima.



    ****


    —¿Falta mucho? —preguntó Elías por el alta voz del teléfono celular, mirando frente a él el auto de Iván, mientras que a él lo observaba Franco, quien lo seguía a escasos dos metros.

    Su amigo le respondió por la línea que no faltaba mucho, pero ademas sacó su mano por la ventanilla para hacerle señas de que continuaran. Ya llevaban varios minutos siguiéndolo por las atestadas avenidas de la ciudad y parecía que no llegarían nunca a su destino, pero unos diez minutos después, el guía entró al estacionamiento de una construcción que tenía un solo piso y medianas dimensiones, la que a su vez estaba rodeada de un hermoso jardín.

    Ya estacionados, bajaron de sus autos para juntarse de nuevo y mientras se dirigían a la entrada del local, Franco, todavía en una lucha interna por controlar sus reacciones emotivas, preguntó:

    —No entiendo algo, Iván, ¿cómo es que compraste esta escuela? ¿Cómo te enteraste de esto? ¿Estaba a la venta o algo así o…?

    —No, Franco —lo interrumpió el genio de las finanzas—, el dueño de esta escuela era un amigo de mi tío Ciro. Murió hace días y su único pariente no quiere conservarla, así que le pidió a mi tío que le buscara un cliente y… bueno, ya saben, fui yo ese comprador.

    —Sí que estoy sorprendido, Iván —murmuró Elías sin dejar su expresión adusta—. Sé que eres muy inteligente, pero se te ha escapado que no hay futuro para esta empresa. ¿Cómo te dejaste convencer por tu tío de comprarla? ¿Amenazó con suicidarse, o qué?

    El que una joven los recibiera en cuanto entraron en un amplio vestíbulo, evitó la contestación mordaz de Iván. La chica tartamudeó cuando les preguntó.

    —¿Vi- vienen a inscribirse?

    Pero no les dio tiempo de que le respondieran, pues su emoción por las visitas la había puesto demasiado activa ya que eran pocos los estudiantes que últimamente se inscribían, de modo que inmediatamente se convenció que a esos debía inscribirlos sí o sí.

    — Pa-pasen por aquí —dijo adelantándose por un largo pasillo sin esperarlos.

    Los hombres se miraron y cada uno mostró una expresión diferente: la de Elías era agria, la de Iván divertida y la de Franco intranquila.

    —Pues vamos —habló Elías caminando detrás de la joven—, saquemos a cualquiera que esté aquí.

    Los tres alcanzaron a la chica, quien se había detenido enfrente de un angosto y largo mostrador. Detrás de ella había una hilera de losetas y abriendo una gaveta de la mesa, dijo atropelladamente porque no estaba dispuesta a que esos clientes se le fueran, aunque la presencia de ellos también la tensaba. Los hombres estaban como para querer tener una cita con cualquiera de ellos.

    —Mientras les preparo el formulario para que lo llenen, pueden cambiarse, pues es una regla que junto con la inscripción se analice el grado de su conocimiento, además, hay otras normas que…

    Sin hacer casi pausas, los puso al tanto del reglamento sin permitirles la réplica que los tres intentaron dar, así que finalmente solo se concretaron a escucharla y ver como la chica sacaba tres vestuarios blancos, los que puso en sus manos sin tregua en su parlar y movimientos.

    —Allá están los vestidores —señaló una zona del local con la mano para después apuntar otro corredor—. Cuando estén listos van al salón de ensayos que está por ese pasillo, no tiene pierde.

    —Pero oye tú, muchacha sorda…—soltó Elías dispuesto a dejar claro que no eran futuros estudiantes y sintió que su paciencia se agotaba cuando ella lo ignoró.

    —Oye tú, ¡presta atención! —exigió ansioso Franco—. Nosotros no...

    —Está bien —lo interrumpió ella sin mirarlos—, no tienen que a-avergonzarse por su bajo nivel, a-aquí se convertirán en p-profesionales. Enseguida les traigo los formularios —siguió diciendo la chica toda sonrojada sin atinar a escuchar a ninguno, así que sin más salió del mostrador y dirigió sus pasos al pasillo por el que habían llegado hasta ahí, caminando con rigidez, aunque aliviada por haber hecho todo lo posible por comprometerlos para que tomaran las clases de esgrima.

    —¡Cielos! —murmuró para sí ella, alejándose de los hombres, toda tensa, pues por un instante pensó que alguno de ellos la tomaría por los hombros para zarandearla con el fin de que los escuchara—. Tener que hacerme pasar por sonsa para conseguir clientes, ¡ufff! ¡Qué horror!

    —¡Vaya! —Exclamó Iván mirando el vestuario sobre sus manos. Sonrió casi feliz—. Esa chica es una parlanchina, pero por otro lado, hace años que no me pongo uno de estos.

    —Sí —suspiró Franco y se sintió de pronto nostálgico—. ¡Qué años aquellos! ¿Se acuerdan de esos torneos que siempre ganábamos a nivel secundaria y preparatoria? Los tres pertenecíamos a grados diferentes, pero aun así éramos uno en el equipo de esgrima.

    —Vaya, yo que ya había olvidado que eras un espantoso atosigador —mencionó Elías con voz fría—. No importaba cuánto ensayáramos, jamás te dabas por satisfecho, demasiado rígido y controlador con el equipo a pesar de ser yo el capitán.

    Franco inclinó la cabeza al recordar esa época. Siendo Elías el capitán del equipo, líder por excelencia, era duro con ellos, pero desde su perspectiva para nada objetiva, no lo era demasiado, así que muchas veces se atribuyó el papel de capitán cuando no dejaba de exigir a sus compañeros que dieran más de sí para conseguir la victoria, siempre queriendo la perfección. La derrota de ellos significaba la suya y eso simplemente era intolerante y por eso fue el más odiado. De los seis amigos que tenía en el instituto privado que era tanto secundaria como preparatoria, solamente dos no lo rechazaron y ahí seguían a su lado.

    —Bueno, bueno —declaró Iván palmeando el hombro de Elías—, no olvidemos que tú se lo permitías.

    Elías soltó un bufido y aclaró:

    —Claro que sí, jamás lo he dicho, pero me divertía mucho ver cómo Franco exprimía toda la energía de esos perdedores y jamás se debe rechazar a quien quiera hacer el trabajo sucio por uno.

    —Cruel como siempre —dijo Franco levantando el rostro para mirar a su amigo.

    Franco se preguntó de nuevo si el hecho de que sus padres habían sido amigos y socios de negocios, influyera en que Elías lo aceptara como amigo. A veces sentía que no lo merecía, ni a Elías ni a Iván, pero sabía que tal sentimiento se debía a su inseguridad y a la falta de confianza en sí mismo. De su baja autoestima nacía su mayor defecto, el perfeccionismo. ¿No era una completa paradoja? El que jamás estuviera conforme con lo que hacía, aunque a la vista de los demás fuera perfecto, fomentaba la inseguridad haciéndolo sentirse como un perdedor.

    —Bueno, no podemos olvidar que ese tiempo fue bueno .Qué años aquellos, ¿o no? —opinó Franco en tono apagado.

    —Sí, qué años, los mejores diría yo —aceptó Iván y sus entusiasta mirada se opacó un instante por la nostalgia.

    Elías los miró con el ceño fruncido y razonó que sus amigos eran muy melodramáticos. Si bien era cierto lo que decían, no era como para ponerse melancólicos. Lo pasado, pasado estaba y no tenía mucho caso volver atrás. A veces odiaba esos recuerdos que los transportaba a tiempos ya vividos. Ahora tenían otra clase de vida y debían concentrarse en esta, así que a punto de replicar algo, no lo hizo porque Iván dijo con emoción.

    —No sé ustedes, pero de pronto quiero ponerme uno de estos.

    Y acto seguido se fue a los vestidores.

    Franco lo meditó unos segundos, indeciso, pero luego, diciéndose que la práctica podía ayudarlo a mantener el punto medio en sus emociones, lo siguió.

    —¡Carajo! —exclamó Elías muy irritado, pero no tuvo más opción que ir detrás de sus amigos.

    Poco después salieron de los vestidores y se miraron sin que Franco e Iván pudieran evitar las carcajadas porque se sintieron como los adolescentes que un día fueron, pero Elías permaneció muy serio y su voz sonó helada cuando les dijo:

    —Cuando estemos en el salón de entrenamiento, los mataré.

    Los tres lucían los vestuarios blancos consistentes en unas medias ajustadas y pantalones bastantes ajustados por debajo de las rodillas. El torso y los brazos los habían cubierto con una chaquetilla que se cerraba por los costados. Debajo de la parte inferior de la chaquetilla tenían un peto que servía para protección adicional, así como un guante que iba hasta el antebrazo de la mano que sujetaría la espada. Por último había una careta enrejada sobre sus rostros.

    —¡Hey! —exclamó Iván moviéndose con agilidad, simulando traer una espada en su mano y dándoles embestidas imaginarias a sus amigos—. Se me había olvidado esta sensación tan… mágica.

    —Ya que estamos en esta faceta —dijo Elías ácido, aunque sin dejar de tratar de sacar ventaja de la situación—, no digan nada por ahora. Recuerden, somos los depredadores. Conozcamos el terreno y acechemos a las presas en silencio. Veamos hasta dónde nos lleva esta equivocación.

    Sus compañeros asintieron, luego, sin dejar sus movimientos, Iván saltó por el pasillo, yendo de un lado a otro lanzando golpes en el aire con la espada de su imaginación mientras se acercaba al salón de entrenamiento.

    Franco fue detrás de él en silencio mientras que Elías, mirando a su alrededor un momento, detalló todo y la soledad del lugar hizo que la certeza de que Iván había hecho un mal negocio, se concretara mejor. Desde su punto de vista, la escuela debería rebosar de actividad, pero no la había, así que tendrían que vender o transformar la propiedad en algo que produjera para recuperar lo invertido. A él no le gustaba perder y no lo haría.

    Con el último pensamiento fijo en su mente, alcanzó a sus compañeros.
     
    Última edición: 17 Febrero 2018
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    Cygnus

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    Caray, pues no es sencillo de adivinar hacia dónde va la historia. Debo decir que es un poco extraña, no sé bien cómo debo interpretar lo leído. A ratos me parece que tiene tintes de parodia, pero de nuevo, ignoro la dirección de la trama, así que resta esperar.
    Por lo pronto sí debo decir que los diálogos no me parecen muy propios de tres inversionistas que están a punto de adquirir una cadena hotelera. Éstos usualmente usan un lenguaje calculador, profesional y sobre todo muy frío. En cambio estos tres amigos me parecieron como universitarios o recién graduados. Pero tal vez es la idea.

    Pues no sé qué decir, fue ameno de leer porque tienes muy bonita redacción y excelente ortografía. He de decir que no soy amigo de las descripciones puntillosas, ni como lector ni como autor, así que leer esos párrafos me agriaba un poco, pero no tengo nada en contra de tu estilo. Voy a continuar por aquí para descubrir hacia dónde gira la trama y cuál es la idea principal del relato.
    ¡Saludos!
     
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