Long-fic Memorias de Galeia

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por MrJake, 4 Agosto 2016.

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    MrJake

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    Memorias de Galeia
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
    6
     
    Palabras:
    2441
    ¡Buenas, roleros, roleras, y cualquier otra persona que pueda leer esto!
    Les presento "Memorias de Galeia", una colección de historias basadas en el pasado del Rol.
    En este fic, escribiré historias sobre eventos del rol que serán totalmente oficiales, no mera ficción o universos alternos al rol. Es decir, lo que aquí cuente, será completamente real, en tanto que formará parte del verdadero pasado de la historia del rol.
    Ante todo quiero decir que, si bien puede que haya ciertos detalles que se revelen aquí y no se revelen de forma explícita en el rol, esto será meramente complementario, por lo que no es necesario leerlo para entender la historia del rol.

    En fin, de momento, pienso hacer tres tramas paralelas.
    - Una tomará de base la historia de Karina, su ascenso como entrenadora y su coronación como Campeona, y los eventos que se sucedieron después.
    - Una tomará de base las aventuras de Irvine, Joel y Rhyme en su viaje por Galeia, cuando la segunda generación de holders.
    - Y una tercera narrará los eventos que vivieron los hombres pioneros, aquellos hombres que habitaron en las grutas, en un pasado extremadamente lejano.
    - Además, cabe la posibilidad de que incluya capítulos sueltos de otros personajes, si lo veo oportuno.

    En todo caso, varias aclaraciones:
    1- Subiré los capítulos de forma desordenada, esto es, no seguiré las tramas hasta completarlas, sino que iré intercalando una y otra trama.
    2- Las tramas serán relativamente cortas, de pocos capítulos, en principio, cada una. Los capítulos se subirán, por tanto, poco a poco, a medida que avance la historia del rol.
    3- Por supuesto, es necesario conocer la base de Pokémon Rol Championship y su historia para comprender estas tramas, en tanto que no me detendré a explicar detalles que son obvios para los roleros que están adentrados en el juego.

    Dicho lo cual, Memorias de Galeia abre sus puertas, con un capítulo centrado en la primera Campeona del Gran Campeonato: Karina


    La caída de la estrella (Parte 1)

    Aquel fue el día en que todo cambiaba. El día en que el nuevo sistema sustituiría al anterior. Lo recordaba como si fuese ayer: las calles de Témpera se llenaron de algarabía y júbilo ante la idea de que los miembros del Alto Mando y el Campeón de Galeia pasasen por allí, para promocionar el inicio del nuevo sistema de Campeonatos en la región… y, de paso, anunciar su retirada de su cargo.

    Por supuesto, ella estuvo allí en primera fila cuando realizaron el acto en una de las plazas del parque. Porque admiraba a aquellos entrenadores, especialmente al gran Campeón. Era su ejemplo a seguir.

    —Gente de toda Galeia —comenzó a hablar, subido a un escenario especialmente preparado para aquel momento. Su cabello negruzco cubría su frente y tapaba parcialmente uno de sus ojos grises, grandes y llenos de una malicia especial, que lo hacían verse, a los ojos de Karina, sumamente atractivo—. Hoy es un día feliz, aunque, al mismo tiempo, es triste. Triste porque nosotros y todos los líderes de gimnasio debemos dejar nuestros puestos como tales. Pero feliz, porque hoy comienza una nueva etapa en la región, una etapa que seguro traerá excelentes entrenadores y, cómo no, turismo, mucho turismo. ¡La región recuperará su auge con el nuevo Gran Campeonato!

    El fiel Zoroark siempre andaba cerca del gran Lion. Lion, el Campeón de Galeia, que, pensándolo bien, ya no lo sería más. En cualquier caso, aquel pokémon siniestro se cruzaba de brazos, tras él, imponente y poderoso. Y un poco más atrás, en fila india, los cuatro miembros del alto mando también se alzaban, de pie, mirando al frente junto a sus pokémon.

    Por supuesto, Karina los conocía a todos. A Frida, la pequeña joven de escasa estatura, siempre friolera y tímida, pero, al contrario de lo que pudiese parecer, amante del tipo hielo. Su Froslass, elegante como pocas, flotaba junto a ella. A Stock, recio como una roca, con aquel sombrero que, según cuentan, recibió de su amigo Yakón, de Teselia; él era un hombre de unos cuarenta o cincuenta años, y su Golem siempre andaba a sus pies, haciendo las veces, incluso, de taburete en el que Stock dejaba reposar su pierna. A Arie, elegante, sereno, pero orgulloso, luciendo una larga capa blanca y una encantadora sonrisa, abrigado por una de las enormes alas de Noivern, quien estaba posado junto a él, de imponente tamaño, más aún de lo habitual. Y a Ixie, la entrenadora pokémon de tipo hada, con su peinado de colegiala, de un intenso color rosa, su falda corta y aquel adorable pero temible Sylveon entre sus brazos.

    Los admiraba a todos, pero, sin duda, Lion era su mayor ejemplo a seguir.

    Y aquel día, ya no lo vería más. No como el Campeón que era.

    —¡Por eso os invito a dirigiros a Lienzo! Allí, el Profesor Abeto, desde el día de hoy, comenzará a recibir a los que seréis los holders de primera generación —anunció Lion—. Os entregará una pokédex y un pokémon inicial a todo el que vaya, ¡y decenas, quizá centenas de afortunados tendrán el honor de asistir a los primeros Torneos de Galeia, en aras de coronarse como el primer Campeón de Galeia, el primer ganador del Campeonato.

    Sneasel se retorció a su lado, arañándola ligeramente con sus uñas afiladas en la pierna desnuda. Skorupi, en su cabeza, le tiraba ligeramente de los pelos con la boca.

    —¿De verdad queréis participar en eso? —susurró ella, que entendió a la perfección lo que sus pokémon, sus amigos, querían decir—. Pero…

    No estaba del todo convencida. Sin embargo, las palabras que estaba a punto de oír la harían cambiar de opinión rápidamente. La harían decidirse sin dudar ni un instante, pues aquello era su sueño hecho realidad.

    —Además, quien resulte Campeón del Gran Campeonato, dentro de un año… tendrá el honor de poder enfrentarse a mí mismo.

    Enfrentarse a Lion. El gran Lion.

    Aquel era su sueño. ¿Cómo iba a no participar? ¿Cómo podría quedarse quieta, teniendo semejante oportunidad a su alcance?


    De modo que allí estaba, un par de meses después, en Ciudad Óleo

    —¡Esquiva eso, Croconaw!

    El pokémon que recibió de manos de Abeto, un Totodile, fue un pokémon difícil de criar en un principio. No obstante, se había convertido, en menos tiempo del que ella creía, en un gran amigo y luchador. Y su fuerza quedaba patente cuando uno lo miraba, allí, resistiendo el implacable drenaje de las Drenadoras que lo infectaban y del veneno que mermaba sus fuerzas a un ritmo alarmante, a consecuencia de aquel Tóxico.

    No en vano estaba esforzándose para derrotar a la que fue su rival desde casi el momento en que iniciaron sus aventuras juntos, pese a la ventaja de tipo, y pese a ser menos resistente que ella. Ahora, Chikorita era un Bayleef, mucho más poderoso que antes, y su arsenal de movimientos tácticos dejaba a Karina, acostumbrada a usar la fuerza bruta, en una situación demasiado delicada. A ella y Croconaw, quien era el último pokémon de los tres que había usado, pues Mawile y Sneasel ya habían caído irremediablemente luchando contra los pokémon de su contrincante.

    Aquel Hoja Afilada pasó demasiado cerca de Croconaw. Karina temía que ese fuese su final, que aquel momento supusiese su derrota en el Torneo Óleo. En Témpera, su ciudad natal, había logrado derrotar sin demasiados problemas a aquel hombre, Jaden, cuando éste usó a su aún débil Quilava contra un Totodile aún más débil. Quizá Totodile no era lo más fuerte del mundo, pero la ventaja de tipo y su mayor fuerza, así como la inestimable ayuda de Skorupi y su veneno, le dieron la victoria a Karina… la victoria y su primera medalla de las seis que podía lograr obtener.

    Y ella pensaba hacerse con todas.

    —Bayleef, usa de nuevo Hoja Afilada.

    La orden de su rival fue completamente desganada, nada que ver con el entusiasmo que desprendía su pokémon. El cabello rosado se mecía lentamente cuando ella inclinaba la cabeza a un lado, mirándola con curiosidad. Su rostro siempre solía ser serio. Desde el día en que la conoció.


    Y recordó aquel día. Fue el día siguiente a la inauguración del Gran Campeonato.

    Por supuesto, no se demoró en poner rumbo a Lienzo. No era una entrenadora novata, si bien no había salido demasiado de Témpera hasta esos momentos, así que se sentía un poco “sucia” al tener la desfachatez de dirigirse a recibir un pokémon, teniendo ella ya varios en su poder. En teoría, aquello estaba pensado para entrenadores novatos, ¿no? ¿Se molestaría el profesor al verla llegar? ¿Quizá le negaría la inscripción en aquella competición?

    —¿Hola?

    El lugar, un enorme laboratorio, estaba más vacío de lo que ella esperaba. Se preocupó al ver la desolación de aquel sitio. Esperaba que todos los jóvenes entrenadores se aglomerasen allí, dispuestos a recibir sus pokédex y sus primeros pokémon. Pero, al contrario de lo que ella pensaba, sólo dos chicas se encontraban allí, sentadas en una gran mesa. Una de ellas, frente al ordenador, y la otra, a su lado, con una libreta entre las rodillas y un lápiz en la mano, dibujando.

    —¿Eres una nueva entrenadora? —inquirió rápidamente, nada más verla, la chica que había tras la pantalla. Su cabello pelirrojo se hallaba recogido en una coleta larga a su espalda, y unas gafas cubrían sus hermosos ojos. Era una chica de unos diecisiete años, bastante atractiva y bastante sonriente—. Me parece que llegas un poco tarde, me temo.

    Karina no pudo sino suspirar con impotencia.

    —No quedan pokémon, me parece —comentó la joven pelirroja—. Los entrenadores llegaron ayer en masa, esto se masificó de forma alarmante. Y, ahora mismo, mi padre no tiene ningún inicial que ofrecerte, me temo.

    Skorupi, sobre su cabeza, notó en seguida el abatimiento que experimentó su cuerpo al oír tan terrible noticia. Tal y como temía, no sería posible. Llegaba demasiado tarde, claro.

    Pero entonces, tuvo una extrañísima sensación. Un escalofrío terrible que recorrió su espina dorsal. No supo identificar qué era lo que causó esa desagradable sensación tan repentina en un principio, pero entonces, sus ojos encontraron la respuesta en dos luceros rojizos como la sangre.

    La otra chica.

    —Habla con él —le sugirió a la otra chica—. Aún quedan dos pokémon.

    —Pero hermana, padre dijo que uno de ellos lo cuidaría él, y el otro… es demasiado salvaje para que lo entrene un novato, ¿no recuerdas?

    Los ojos rojos no se habían separado ni por un momento de ella. Y aquella miraba hacía que su piel se erizase. La joven, algo mayor que la otra, quien parecía ser su hermana, soltó el cuaderno en el que dibujaba en su mesa y se levantó. Caminó un par de pasos, y se colocó justo frente a ella.

    —¿Tu nombre es…? —preguntó. El tono de su voz estaba vacío. Escalofriantemente vacío.

    —K-Karina —no pudo evitar tartamudear, pues las palabras se le encogían en la garganta cuando trataban de salir. Como si aquella muchacha estuviese clavándole un cuchillo con la mirada, y le faltase la respiración.

    —Karina —repitió, en un tono monocorde que, sin embargo, le resultó ligeramente triunfante, dentro de la inexpresividad habitual—. No es una entrenadora novata, Sylvia —le dijo a su hermana, sin siquiera voltear para mirarla—. Estoy seguro de que podremos convencer a papá. Además, no veo por qué no podría recibir una pokédex y ser inscrita en el registro del Gran Campeonato.

    La tal Sylvia suspiró.

    —No te entiendo, hermana. ¿A qué viene tanto interés?

    La chica de cabellos rosados se giró con lentitud. Karina creyó atisbar una sonrisa mientras se giraba, una ligeramente macabra, de hecho.

    —Creo que será una gran entrenadora. Lo noto.

    —Supongo que entonces… podríamos intentar hablar con padre —terminó por prometer, asintiendo.

    Y la sensación de Karina se vio eclipsada por una creciente alegría. Podría participar, ¡podría hacerlo! Aquel era el primer paso en su carrera de seguro ascendente hacia el Olimpo de los entrenadores.

    Sin querer, su vista se desvió hacia el cuaderno que la joven de ojos rojos había soltado sobre la mesa. Estaba dibujando un pokémon. Y era uno de esos pokémon de Kalos… un, ¿cómo se llamaba?

    Un Pancham.



    —¡Colmillo Hielo!

    La tensión se palpaba en aquella batalla. Era un todo o nada. Ganar o perder. Bayleef había resultado muy herido durante el transcurso del combate, a consecuencia de los golpes incesantes de Croconaw, y su propio pokémon acuático, el inicial de Johto, había sufrido igualmente severos daños por los ataques de desgaste a los que la de planta le había sometido.

    No obstante, no era lo bastante rápida para esquivar aquel ataque, y el colmillo se clavó.

    Ambos pokémon estaban exhaustos. Karina se mordió una uña, nerviosa, cuando vio cómo los dos se tambaleaban después del éxito de su último ataque. El que cayese antes de los dos sería el perdedor. Y, por ende, la medalla sería para la otra entrenadora. Para ella o… para la holder de ojos rojizos.

    Y, contra todo pronóstico, ambos cayeron a la vez.

    Las gradas las vitorearon, exclamando con ímpetu. La novedad de los Torneos había provocado que muchísimos aficionados a los combates pokémon se congregasen en las batallas que se celebraban periódicamente en éstos, de modo que Karina había terminado por acostumbrarse a luchar rodeada de un público implacable que vigilaba todos sus movimientos. Con el tiempo, había aprendido a ignorar su presencia, pese a que al principio le hubiese tensado muchísimo notar cómo tantos ojos la observaban sin perder detalle.

    No obstante, de entre todos aquellos ojos, ningunos podían causar la misma sensación que causaban los rojizos que tenía enfrente. Ella caminó hasta colocarse frente a Karina, y, taciturnamente y con una seria expresión, extendió la mano. Confusa, Karina correspondió al apretón, y el público pareció más entregado aún al observar aquel sano espíritu deportivo.

    —Enhorabuena —susurró ella.

    Y el escalofrío volvió a recorrer todo su cuerpo.

    Aún no lo entendía. No le gustaba luchar. A aquella chica ni siquiera parecían interesarle los combates. ¿Por qué, entonces, había decidido tomar el Chikorita que su padre tenía pensado criar y había partido en una aventura, como ella, siguiéndola siempre de cerca? ¿Qué la motivaba a entrenar pokémon y hacerlos luchar, a ser una holder, si lo único que parecía desear era observar y vigilar a Karina? No podía entenderlo. No era capaz de comprenderlo.

    Y sólo lograba inquietarla.

    —Gracias —le dijo, al fin, sin poder evitar la sensación de ser incapaz de tragar su propia saliva. Los ojos de aquella joven aún seguían analizándola. Quietos. Siniestros. Penetrantes—, Tau.
     
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    Camino hacia el futuro (Prólogo)

    Era muy pequeño cuando los conoció. Iba junto a su amigo de la infancia aquel día, junto a su íntimo amigo. Simplemente quisieron ir de aventuras, de excursión, explorar un poco, nada más. De modo que se adentraron, a sabiendas de que sus padres se lo prohibían, en los confines de la Ciudad Lienzo, accediendo a la Ruta 301.

    Nunca habían ido allí solos, y tenían la idea de que conseguirían que alguno de los pokémon salvajes que habitaban la zona se uniese a ellos. Estaban convencidos de que lograrían encontrar a algún Starly, quizá, que fuese amistoso y que quisiese unirse a ellos. No hacía falta tener otros pokémon o una pokéball para hacer amigos, ¿verdad que no?

    Tal vez eran demasiado ingenuos. Al fin y al cabo, él sólo tenía seis años.

    —¡Irvine, Irvine! —le gritó su amigo enclenque, de voz dulce y mofletes sonrosados. Era un par de años menor que él, de modo que casi era aún un bebé, con sus recién cumplidos cuatro años. Irvine solía tomar la posición de hermano mayor con él, ya que era hijo único, y siempre había anhelado un hermanito o hermanita al que proteger. Por eso, también en esos momentos, él se sentía el protector de su amigo, la persona responsable de su seguridad—. ¡Mira, allí hay un Starly! ¡Eh, eh, y un Bidoof! Yo quiero un Shinx, Irvine.

    —Shh, calla —espetó él, con un dedo sobre sus labios—. Si sigues haciendo ruido, los pokés se van a asustar y puede que nos ataquen.

    —Jo, vale.

    Y avanzaron, ajenos a lo que estaban a punto de encontrar. Ajenos a lo que estaba a punto de suceder. La rueda del destino había sido empujada una vez más, para que girase, otra vez, en la misma dirección. E Irvine, como debía ser, divisó a lo lejos a un pequeño pokémon que se desplazaba con dificultad, arrastrando algo con mucho esfuerzo.

    —¡Oye, mira! —exclamó su pequeño amigo, señalando al frente, extrañado—. ¿Cuál es ese pokémon?

    Irvine enarcó una ceja. Estaba totalmente seguro de que aquel pokémon era un Riolu. No en vano adoraba sus libros de pinta y colorea de diferentes especies de pokémon. Y sí, recordaba perfectamente que, pese a que aquel pokémon no era oriundo de la zona y jamás lo había visto en vivo y en directo, era un Riolu; porque ese es el nombre del simpático pokémon tipo lucha que había en su libro “Dale color a Sinnoh”.

    —Es un Riolu —dijo, con un moflete hinchado, en un extraño gesto reflexivo—. Quieto, no te muevas. Parece que trae algo, ¿no?

    Su amigo se agachó detrás de un matorral ante la indicación que Irvine le dio para que lo hiciese. Con sigilo y curiosidad, daba pequeños saltitos para alcanzar a ver algo sobre éstos.

    —¿Qué lleva? ¿Qué lleva? ¿Qué lleva? —preguntó con incansable insistencia.

    —Jo, calla ya. Al final nos va a oír, ¿y si es violento? Nuestros padres se pondrían triste si nos hiciesen daño.

    Pero Riolu no les hizo daño. En su lugar, miró hacia atrás, como si buscase a alguien. Y suspiró al ver que no podía verlo.

    Cargaba, a su espalda, una enorme sábana atada a su cuello, de la que tiraba con ambas manos e iba arrastrándose, como una bolsa hinchada, por el suelo. Era como si no pudiese con todo ese peso. En cierto modo, tal vez era demasiado pequeño para cargar con aquello, fuese lo que fuese lo que llevaba a sus espaldas.

    De modo que, cuando fue a mirar una vez más hacia atrás, se tropezó, y cayó de bruces. La sábana se descolgó de su cuello y se escucharon dos insistentes llantos.

    —¡Ay, se ha hecho pupa! —gritó su amigo, que correteó saliendo del escondrijo, directo a alcanzar a Riolu.

    Irvine dudó por un instante. Aquello no le parecía del todo buena idea, pero debía proteger a su amigo, así que corrió detrás de él, alcanzando al pobre Riolu. Su cara se llenó de asombro cuando vio que los llantos, ahora, eran tres, pues Riolu también estaba sollozando, aún tumbado en el suelo.

    —¡Mira, Irvine, mira! ¡Hay dos pokémon más!

    Cuando su vista se colocó en las sábanas, pudo ver a otros dos pokémon, de tamaño minúsculo. Verdaderos recién nacidos. Habían sido envueltos en ella con cuidado, y estaban también tapados por otras mantitas muy pulcramente anudadas a sus cuerpecitos blancos. Únicamente su cabeza verdosa y la protuberancia roja que salía de sus cabezas podían entreverse. Ambos lloraban desconsoladamente.

    —Son Ralts —susurró Irvine—. Ralts muy, muy chicos. Parecen hermanitos.

    —Oh… pobrecitos —su amigo se dispuso a cogerlos, dirigiendo sus manos con lentitud hacia los pequeños, mientras que él tenía la mirada clavada en el pobre Riolu.

    No pudo evitar esbozar una sonrisa triste y dulce al mismo tiempo mientras le ayudaba a levantarse.

    —Oh, vamos, pequeñín —le susurró, sujetándolo por los pequeños bracitos. El Riolu le desviaba la vista—. Soy Irvine, hola. Encantado de conocerte. Eres un Riolu muy lindo. ¿Qué haces aquí?

    Al oír su nombre, Riolu pareció reaccionar, moviendo una de sus orejas. De pronto, los ojos se empañaron una vez más, y abrazó como por instinto al chico, que estaba en cuclillas frente a él.

    —Ey, ¿qué pasa, Riolu? —sonreía con extrañeza y entusiasmo al notar el cariño de aquel pokémon, que le apretaba con fuerza, sujetándole desde el cuello.

    —Irvine, Irvine —dijo su amigo, con ambos Ralts, uno en cada brazo—. Creo que se han hecho pipí o algo, porque no dejan de llorar.

    Irvine, aún presionado por Riolu, acarició su cabeza, confuso. Él… no tenía ni la más remota idea de qué hacer. De modo que lo mejor era…

    —Deberíamos llevarlos a casa para que nos ayuden nuestros padres. Yo no sé de bebés.

    —Huh. Pero mis padres se enfadarán si se enteran de que hemos estado aquí —su amigo parecía esforzarse en exceso para mantener el equilibrio con los dos agitados bebés entre sus brazos.

    Era cierto. Si sus padres se enteraban de que habían salido de la ciudad, se enfadarían. Así que, cuando Riolu le hubo soltado, le miró fijamente.

    —Mentiremos un poquito —y le guiñó un ojo al pokémon—. ¿Vale?

    —¿¡Eeeeh!? —a su amigo nunca se le dio bien mentir—. Jo, pero… mentir está mal. Eso no se hace, Irvine, está muy, muy mal.

    Irvine sujetó a Riolu por las axilas y lo alzó hacia arriba. Pesaba más de lo que pensaba, pero logró levantarlo, y, sonriente, le asintió.

    —Solo será mentir un poquito. Diremos que lo encontramos en la ciudad, que Riolu había traído a los bebés hasta allí. Al fin y al cabo, ¿ibas a la ciudad, verdad que sí, amiguito?

    Riolu asintió repetidas veces, sonriente, pese a tener algún resto de humedad entre sus ojos.

    —¡Jo, verás como me pillan!

    Irvine rodó los ojos mientras andaba hacia Lienzo, dejando a Riolu en el suelo.

    —¡Estás todo el día quejándote, Erwin! ¡Venga, va! ¡Vamos! Si se hace de noche sí que se van a enfadar de verdad.

    Erwin hinchó ambas mejillas mientras seguía al mayor. Por el camino, miró a los Ralts.

    —Creo que son hermanitos mellizos o algo así. Esta de aquí es hembra, y este macho, ¿a que sí? —los Ralts habían dejado de llorar, al fin, y uno de ellos jugueteaba con sus manitas, apoyado en el brazo derecho de Erwin, junto a su hermano, mientras el otro había quedado serio y callado, probablemente durmiendo—. Ey, suéltame —jugueteó Erwin al notar que la Ralts despierta, la que él consideraba hembra, agarraba su dedo cuando éste fue a acariciarla—. ¡Ja, ja, ja! ¡Me haces cosquillas!

    Irvine, por su parte, le había dado la mano a Riolu, y, por ese motivo, tuvo que detenerse cuando éste lo hizo. Porque, bruscamente, Riolu se detuvo y miró hacia atrás, una vez más.

    —¿Pasa algo? —le preguntó, confuso, tratando de buscar qué es lo que miraba.

    Pero Riolu negó pesadamente, antes de, con lentitud, voltearse de nuevo. No había nada…


    … o eso creía. Agachado tras un arbusto al otro lado de la Ruta, un joven acariciaba el pelaje negro de un Umbreon mientras miraba en la dirección de Riolu, los chicos y los Ralts. Recolocó sobre su cabello negruzco y revuelto las gafas de sol, y sus ojos morados decidieron apartarse de aquella escena para mirar a su pokémon siniestro.

    —¡Bueno! —se levantó, de un salto, e hizo un par de sentadillas en el sitio—. Pues esto ya está. Anda, Umbreon, vámonos de aquí.

    Correteó en la dirección contraria, hacia la Ruta 302, pero Umbreon siguió quieto en su sitio.

    —¡Umbreon! —dijo, al verle allí, paralizado, mirando al horizonte—. ¡Venga! Sí, yo también voy a echarlos de menos, ya lo sabes. ¡Pero vamos! ¡No hay tiempo que perder!

    Con pasos lentos, el pokémon retrocedió, y acompañó a su entrenador. Antes de volver a iniciar la marcha, miró al infinito y habló con tono socarrón hacia quién sabe dóndd. ¿A quién le hablaba…? ¿Al lector?

    —Sí, sí, soy Mike. Menudo plot twist, ¿eh?
     
    Última edición: 7 Agosto 2016
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    Proyecto Omega (Parte 1)

    El camino se le hacía a veces extremadamente difícil y tedioso. La Plaza Central solía estar llena de gente, y todos los plebeyos le miraban con admiración y andaban ansiosos por ser bendecidos por él, como si fuese una especie de Dios; al fin y al cabo, de un modo u otro, eso es en lo que él se había convertido.

    Las enormes farolas estaban encendidas y coloreaban, en aquella noche de cielo sin luna, de una hermosa luz amarilla toda la plaza. Los Tynamo se retorcían en sus prisiones, siendo ellos los que, con sus chispas incesantes, trataban de librarse, los que daban energía a aquellos artefactos. Ellos, los humanos, habían sabido utilizar a los pokémon en su beneficio, utilizarlos para que sus vidas fuesen más cómodas: y gracias a ellos, la Ciudad Pionera había crecido más y más. En las centrales eléctricas eran los distintos pokémon capaces de generar esa energía los que trabajaban sin descanso día a día; utilizaban a los pokémon de tipo fuego como utensilios de cocina, electrodomésticos inagotables e irrompibles, así como para la calefacción; y, cómo no, en las calurosas tardes de verano, un pokémon de tipo hielo funcionaba de maravilla como regulador de la temperatura. ¡Qué bellos quedaban esos amordazados pokémon tipo planta, inmóviles, decorando los domicilios particulares, su palacio, las calles…!

    —¡Soberano! ¡Soberano! —gritó una de sus súbditas, con un pequeño niño en brazos—. ¡Bendiga a mi nuevo hijo, por favor!

    Su guardaespaldas, de frondosa melena rubia, bellos ojos verdes y aquella diadema de oro y plata simulando unas hojas de laurel se colocó entre él y la mujer, procurando que sus manos no rozasen la seda morada que vestía.

    El Soberano no se dignó a contestar. La Guardia iba en avanzadilla, permitiéndole el paso por la plaza, abriendo el camino, mientras que su Guardaespaldas, honesta y leal, lo acompañaba para protegerlo de cualquiera que lograse burlar a la primera. “Los Dioses no podían ser interrumpidos por los mortales”, pensó con una sonrisa triunfante.

    Cruzada la plaza, se colocó frente a la enorme Puerta del Conocimiento. El holograma proyectó una pantalla frente a él cuando colocó su mano sobre la enorme puerta de acero. Tecleó una contraseña en el aire, y entonces una luz verde indicó que todo estaba en regla. Fue su Guardaespaldas la que sacó la tarjeta llave y la pasó por el lector. Y, en seguida, mientras los miembros de la Guardia ahuyentaban a las curiosas masas que intentaban meter sus narices en aquel lugar privado y sólo reservado a la corte, el Soberano y su séquito cruzaban la puerta.

    Conforme la puerta se cerraba, se giró para mirar al populacho ansioso, que quedaba al otro lado, tratando de cruzar mientras la Guardia le impedía el paso. Dedicó un sonriente y falso saludo con su mano, mientras con la otra sujetaba su corona de diamantes, y todos gritaron con euforia, con adoración.

    Adoración hacia su Dios.

    —Señor —comenzó entonces, una vez la puerta estuvo cerrada y comenzaron a ascender la Cuesta del Conocimiento, en dirección hacia el Laboratorio Real, a hablar aquella joven de ojos azules, la hermosa Jefa de la Guardia del Soberano—, al parecer, justo en estos momentos acaba de suceder algo extraño.

    Ella estaba recibiendo información a través del pequeño aparato que llevaba en su oreja, por el que continuamente recibía avisos de última hora. Y aquellas palabras hicieron que el Soberano se detuviese.

    —¿Y bien?

    Ella parecía estar escuchando lo que le decían desde el otro lado. Iban en dirección al Laboratorio para revisar el avance de las investigaciones sobre las Tablas, esos extraños objetos rocosos que parecían albergar una extraña fuerza mágica, diecisiete en total, todas ellas en su poder y utilizadas para diferentes fines.

    Los investigadores y científicos habían llegado a la conclusión de que aquellas Tablas cumplían con todo lo especificado en profecías de otras tierras extranjeras, de aquellas tierras que desconocían su existencia y estaban a años luz de lograr sus avances tecnológicos y de desarrollo. Según aquellas profecías, esas Tablas podían ser una manifestación del poder del creador del Universo Pokémon, Arceus. De ser cierto, puede que lograsen utilizar ese poder para reafirmar al Soberano como un Dios, como uno de verdad. El Dios de todo el Universo, y no sólo de la ciudad Pionera. Con las Tablas, el Proyecto Omega podría comenzar a desarrollarse, el proyecto en que tantos años llevaba pensando.

    La región Pionera se hallaba protegida por un holograma a modo de escudo o campo de fuerza, que los hacía invisibles a ojos de los rudimentarios habitantes de otras porciones de tierra a lo largo del mundo. En base a sus avanzadas tecnologías, habían logrado pasar totalmente desapercibidos, pero ellos sí que conocían muchas cosas de los demás. Y, por supuesto, no alcanzaban ni por asomo el nivel de avance científico que ellos habían logrado desarrollar. No obstante, eran mucho, muchísimo más numerosos que ellos. Y tenían sus propios dioses, sus propias leyes, sus propias formas de vida. Si querían lograr someterlos a todos, necesitaban una forma de… “convencerlos”. Necesitaban un arma tan letal que les hiciese inclinarse frente a ellos.

    El Arma Omega.

    Sus pensamientos sobre todo aquello se vieron interrumpidos por aquella “novedad” que su elegante acompañante le comenzó a explicar justo en aquel momento.

    —Al parecer ha aparecido un pokémon extraño, con características diferentes a los habituales de su especie, y no sabemos bien su procedencia. El pokémon ha aparecido pululando por el laboratorio, y actualmente lo están analizando, señor.

    El Soberano bufó.

    —Bien —volvió a reanudar la marcha—, entonces… comprobemos también qué podemos sacar de ese extraño visitante.


    El Laboratorio Real era imponente, enorme y fascinante. Cientos de científicos trabajaban día y noche dentro de él, para garantizar que la grandeza del Soberano y la prosperidad de su Reino siguiese vigente y se expandiese aún más. Ellos eran los responsables de su enorme crecimiento tecnológico, y serían los responsables, probablemente, de la futura expansión universal del dominio del Soberano.

    —Su Alteza el Soberano —anunció su Guardaespaldas, precediendo la entrada del líder de los Pioneros en la sala principal del Laboratorio.

    Él entró con paso decidido, si bien lento. Decenas de planos ocupaban toda esa sala, y, en el centro de la misma, varias cápsulas llenas de un extraño líquido, vacías…

    … todas salvo una.

    —¿Y bien? —preguntó el Soberano nada más ver al pokémon flotando dentro de uno de esos líquidos, con ojos cerrados y un extraño pelaje grisáceo, cubierto de tubos y claves—. ¿Quién es nuestro nuevo visitante?

    Las gafas del Jefe de los Científicos reflejaron las luces del techo mientras caminaba al encuentro con el Soberano. Se colocó justo a su lado, y miró al mismo punto al que miraba éste: el recipiente cilíndrico donde dormía el pokémon.

    —Es francamente extraño, señor. Apareció deambulando por el laboratorio, desorientado, prácticamente abatido. Su estado anímico era muy bajo, como si sintiese una intensa tristeza. Se le ve un pokémon poderoso, señor, y su pelaje particular parece deberse a una especie de mutación en su especie, similar a la de los pokémon variocolor, solo que… parece que en este caso, alguien modificó voluntariamente su pelaje, e intensificó sus fuerzas de la misma forma.

    El Soberano giró su vista, cruzándose de brazos, hasta enfrentarla a la de su interlocutor.

    —¿Alguien lo modificó? No existe nadie capaz de hacer algo así fuera de los lindes de nuestro laboratorio.

    El Jefe de Científicos sonrió.

    —Eso es lo interesante, señor. Hemos analizado su ADN, y… bien, no parece una especie extranjera. Es una especie autóctona.

    —¿Autóctona?

    —Aún debemos analizar los pensamientos del pokémon y tratar de investigar, así, más sobre su origen, señor, pero todo apunta a que este pokémon es nativo de nuestras tierras, señor. De modo que quien quiera que lo haya modificado, es alguien de aquí. O, al menos, el pokémon nació aquí, eso es algo casi asegurado.

    —Eso es… —estaba contrariado, realmente contrariado—. Es algo… impensable. Sólo nosotros disponemos de esos conocimientos, y no me consta que hayamos realizado ninguna alteración sobre un pokémon de su especie.

    El científico asintió.

    —Exacto. A nosotros tampoco nos consta, por supuesto, porque no lo hemos hecho. De modo que creemos que este espécimen, al margen de las enormes posibilidades que parece poder albergar debido a su morfología y habilidades modificadas, puede revelarnos algo interesante respecto a su origen. Lo seguiremos investigando, Alteza, y, por supuesto, comunicaremos cualquier detalle en cuanto lo averigüemos.

    Miró entonces a aquel pokémon con recelo. Algo en él no le gustaba. Pero, en cualquier caso, si ellos, los Pioneros, se caracterizaban por algo, era, precisamente, por saberse adaptar a las novedades, y aprovechar cualquier cosa en su beneficio. Y ese bicho no sería diferente…

    No. Ningún Pancham de pelaje gris iba a frustrar ninguno de sus planes. En todo caso, serviría para mejorarlos. Claro que sí.
     
    Última edición: 16 Agosto 2016
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    Camino hacia el futuro (Parte 1)

    Las risas resonaban en la casa de Irvine aquel día. Como siempre, su pequeña hermana estaba jugueteando con los hermanos Ralts. Sus padres habían estado trabajando toda la noche, y aquella mañana aún dormían, pese a que ya era algo tarde. Y Melissa se había despertado quién sabe cuándo.

    Su hermanita tenía solo ocho años, diez menos que él. Y, para Irvine, ella era lo mejor que le había pasado nunca. En cierto modo, le daba pena marcharse, porque eso implicaría separarse de su hermana por el tiempo en que durase su viaje, pero… pero no pasaba nada, porque le constaba que, en cuanto pudiese, regresaría a visitarla, por supuesto que sí.

    Riolu llegó correteando entonces, y saltó sobre Melissa abruptamente. La niña reaccionó con risas aún más intensas, cayendo de espaldas con los tres pokémon encima. E Irvine, aunque la riñó, no podía evitar sonreír con ternura al ver aquella hermosa escena.

    —Para, Meli. Vas a despertar a papá y a mamá.

    Ella, de forma adorable e incluso algo cómica, asintió y tapó su boca con el dedo índice. Irvine, encandilado por su hermana, se acercó a ella y se sentó en el suelo, junto a los pokémon. Los Ralts saltaron rápidamente a su regazo.

    —Hermanito.

    —¿Huh? —la rápida intervención de su hermana le pilló desprevenido—. ¿Qué sucede?

    —¿Hoy te vas?

    Aquellas palabras impactaron a Irvine mucho, y éste no pudo evitar enarcar las cejas con estupor mientras contenía las lágrimas, que se esforzaron por salir tan pronto como sus ojos vieron los de Melissa apunto de sollozar.

    —Sí… pero no estés triste, Meli —le dijo Irvine, jugueteando con el cabello oscuro de la niña—. Volveré antes de lo que crees.

    —¿Me prometes una cosa? —dijo finalmente ella.

    —Claro que sí. ¿De qué se trata?

    —Gánalos a todos. ¡Conviértete en el más fuerte! ¡En el Campeón, como Karina! ¡Haz que Ralts, Ralts y Riolu se conviertan en los más fuertes!

    Las palabras de ánimo volvieron a pillar a Irvine con la guardia baja, y éste, conmovido, tuvo que morder sus mejillas por dentro para contener la emoción, que le desbordaba.

    Justo entonces, uno de los dos Ralts saltó y correteó de nuevo hasta quedar junto a Melissa.

    —Ella te quiere mucho, ¿eh?

    Riolu llegó con los hermanos Ralts muchos años atrás, y, desde entonces, se convirtieron en nuevos miembros de la familia, como si fuesen tres hermanos más. El Riolu tenía ya más o menos la misma edad que Irvine, quizá un poco menos, y los Ralts eran algo menores que él; pero, pese a que en edad fuesen bastante mayores en relación a sus tamaños, lo cierto era que nunca habían entrenado y no solían tener combates pokémon, en su pacífica vida en Ciudad Lienzo; de modo que nunca habían llegado a evolucionar.

    Irvine aún no sabía de dónde salieron los tres pokémon. Los hermanos Ralts eran un macho y una hembra, y estaban siendo arrastrados por Riolu, que hacía las veces de cuidador de ambos. Cuando, estando con su amigo Erwin, siendo ambos aún unos niños, los encontraron, ellos determinaron que Irvine se quedaría con el Ralts macho y con Riolu, mientras que Erwin cuidaría de la otra Ralts. Pero… años más tarde nació su hermana Melissa, y Erwin, quien era prácticamente uno más entre los miembros de la familia, dejó a Ralts bajo el cuidado de ésta, para que pudiese estar con su hermano. Y ahora… Ralts le había cogido mucho cariño a la niña.

    Es por eso que Irvine tomó una decisión.

    —Meli, ¿me harás un favor?

    —Mm-hm —asintió ella, mirándolo con sus enormes luceros.

    —Cuidarás de la hermana Ralts por mí en mi ausencia, ¿a que sí?

    —¿Huh? ¿No irá contigo? —tanto ella como la pokémon parecían confusas. Incluso su hermano, aún en los brazos de Irvine, parecía confuso.

    Irvine soltó a Ralts en el suelo y se levantó.

    —Bueno, creo que Ralts y Riolu me protegerán, ¿a que sí? Y sé que es duro para dos hermano separarse… —hablaba desde la experiencia, por supuesto, pues separarse de su hermana era lo que más le estaba costando, con diferencia—. ¡Pero necesito que os cuidéis la una a la otra! Hasta que nosotros regresemos.

    Mientras que la Ralts hembra miró hacia arriba, bajo su “casco” verde, al rostro de su hermano, éste asintió con determinación. El plan original era que los tres irían juntos, con Irvine, pero… Melissa se quedaría sola si hacían. Riolu, más alto que los Ralts, sonrió a la pokémon. Era un acuerdo tácito, una promesa de que volverían, y de que iban a estar bien. Y también era una petición; una petición de que cuidase a la niña.


    Así fue como Irvine acabó caminando por las calles de Lienzo, con el rostro lleno de lágrimas, rumbo al Laboratorio del Profesor Abeto, que le daría la pokédex que lo identificaría como holder y participante en el nuevo Campeonato, el segundo Campeonato de Galeia. Así fue como empezarían sus andanzas para convertirse en el sucesor de la gran Karina. Y así fue como… tuvo que despedirse de su hermana.

    Atisbó a lo lejos el gran laboratorio, y aceleró el paso ligeramente. Sabía que, cuanto más tiempo pasase, menos plazas quedarían para la inscripción en el Campeonato.

    Cuando atravesó las puertas, se cruzó con un chico que salía en ese momento, un chico de aproximadamente su edad, pelos alborotados, pokéball en mano, y dos Aipom, uno sobre cada hombro. Ambos cruzaron una mirada desafiante… “¿quién era él?”, se dijo Irvine. Tal vez acababa de verse las caras con su futuro rival…

    —¡Oh, vaya! Qué animado está esto hoy. Esta mañana vino aquella chica de Acuarela, y justo ahora se acaba de ir aquel de los Aipom… ¡y cómo no, llega ahora el último participante de hoy!

    Abeto era un hombre excéntrico. No lo conocía personalmente, claro, pero había oído hablar de él. Llevaba una bata de laboratorio blanca, como era habitual en los de su gremio, y su cabellera despeinada y rojiza se alborotaba sobre sus rasgos finos y su tez suave y clara.

    —¿E-El último de hoy?

    —Sí, sí, sí, verás, chico, hasta mañana no recibiré a los nuevos pokémon iniciales, de modo que hoy has tenido suerte, porque sólo me queda uno.

    —Oh, bueno —explicó él—, no es necesario un pokémon inicial, en todo caso. Tengo dos compañeros que, si bien no tienen experiencia en combate, me acompañarán al comienzo de mi aventura.

    Abeto rio. E Irvine no pudo evitar sentir un escalofrío, pero no por la risa de Abeto, sino… por algo distinto, cuyo origen no sabía muy bien cuál era.

    —¡Ja, ja, ja! Así me gusta. Se te ve determinado. De todas formas, ahora tendrás otro nuevo compañero. Es un Chimchar —ofreció la pokéball en una mano, y el ostentoso aparato, la pokédex, en la otra. Irvine cogió ambas con mano temblorosa—. ¡El último pequeño que me queda hoy! Cuídalo bien. Oh, y por cierto, antes de nada, rellena estos papeles. Es por mero trámite, pura burocracia, ya sabes.

    —Oh, claro —Irvine, aún desconcertado por la extraña sensación, cogió el bolígrafo y se dispuso a rellenar aquel aburrido papeleo. Pero, conforme el bolígrafo se deslizaba, sentía más y más aquella sensación, y tuvo que alzar la vista y mirar a ambos lados.

    Hasta que encontró una mesa donde se sentaban, ocupadas en alguna especie de tarea, dos chicas de cabellos rojizo y rosado. Y supo que la mirada roja de la segunda, penetrante y vacía, era la causa de su malestar.

    —¿Pasa algo…? —preguntó Abeto, al percatarse de que Irvine había dejado de escribir.

    —¡Oh, nada, nada!

    No pasó mucho más tiempo hasta que todo quedó zanjado e Irvine se convirtió, oficialmente, en el futuro campeón de la región de Galeia, y, con sus tres pokémon y su flamante pokédex, abandonó el laboratorio. No obstante, mientras lo hacía, la mirada roja no dejaba de perseguirlo.

    —¿Lo conocéis de algo, chicas? —preguntó Abeto, mientras se acercaba a la mesa de sus hijas. Sylvia, absorta en su trabajo, ni siquiera contestó. Pero Tau…

    —… es Irvine. Cómo no conocer a Irvine.


    Justo cuando el pie derecho de Irvine estaba a punto de pisar el terreno correspondiente a la Ruta 301 de Galeia, una voz suave exclamó su nombre desde la lejanía, y no pudo sino voltearse y retrasar por unos segundos más su avance por la región, su aventura como holder.

    Era su mejor amigo, Erwin, que se acercaba corriendo y agitando la mano en el aire.

    —¡Oh! Erwin, eres tú, ¿q-…?

    No tuvo tiempo de decir nada más; tan pronto como Erwin alcanzó a su amigo, lo abrazó con tal fuerza que casi lo tumba hacia atrás. Al principio, el nuevo holder dudó qué hacer, pero, finalmente, correspondió al abrazo.

    Cuando se separó, un Erwin con ojos hinchados, desde su baja estatura, le miró con gesto de reproche y le dijo:

    —¡Te pensabas ir sin despedirte de mí!

    —N-No es eso, Erwin, es solo que… —“es solo que no quería soportar más despedidas”.

    —Tonto… se suponía que tú y yo íbamos a hacernos entrenadores juntos, ¿no? Prometimos recorrer un día Galeia, y arrasar en los campeonatos. Y que solo en la final se decidiese quién de los dos es mejor. Pero no, no pudo ser así. Porque soy nefasto cuidando de los pokémon. Y nunca podré ser entrenador así, ¡pero tú… tú ahora te vas, sin mí, y ni te despides!

    Irvine no tenía ni la más mínima idea de qué podía o debía decir.

    —Y-Yo, lo siento, Erwin…

    Pero él, simplemente, volvió a interrumpir sus palabras con un abrazo. Cuando Erwin tenía la cabeza apoyada en el hombro de su amigo, dijo, entre sollozos.

    —Gana el Gran Campeonato por los dos, ¿vale? Yo cuidaré de Melissa por ti.

    —Vale… —susurró Irvine, que apretó con fuerza a su mejor amigo.

    Y las lágrimas resbalaron también por su rostro.
     
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    Proyecto Omega (Parte 2)


    Sus cabellos rojizos brillaban con una inusitada fuerza aquel día. Al fin y al cabo, estaban a punto de hacer algo verdaderamente grande: robar los planos del proyecto malicioso que el Soberano estaba preparando. A sus oídos y los de sus hombres había llegado la noticia: el Soberano estaba preparando, junto a su equipo de científicos, junto a esos cuatro locos que eran llamados “Los Cuatro Cerebros”, una especie de arma gigantesca que pudiese someter a cualquier persona más allá de la Región Pionera: a los ciudadanos libres y salvajes de los pueblos colindantes, que, por su dispositivo altamente tecnológico de aislamiento holográfico, desconocían la existencia de aquella sociedad tan avanzada que se asentaba en pleno centro del mundo… o, bueno, ahí decía el Soberano que estaban ubicados, al menos. En definitiva, un arma capaz de aniquilar y someter cualquier cosa. Más allá del muro holográfico, más allá de los mares, más allá de todo.

    Ellos eran los Rebeldes, claro. El Soberano gustaba de llamarlos “Los Alienados”, y a los ojos de todos los leales súbditos que habían caído en la trampa, no eran más que un pequeño grupo de insurgentes enemigos de su suerte de Dios, y, por tanto, enemigos de la sociedad. Todos los odiaban. Pero eso, a él y a su jefe, les daba igual.

    Con un pañuelo marrón recubriendo su boca y nariz, el jefe sólo dejaba entrever su cabello castaño y cortísimo y sus ojos cafés oscuros, grandes, caídos y separados, pero llenos de fuerza y determinación. Aquella misión era, probablemente, la más peligrosa de todas. Y estarían solos, el jefe y él.

    El primer paso era adentrarse en la Cuesta del Conocimiento, aquella protegida por una enorme puerta de acero infranqueable, sólo accesible si se conocía la contraseña… o si se era lo suficientemente inteligente como para colarse sin ser visto mientras algún científico del Laboratorio despistado entraba. Al fondo de aquella cuesta, en lo más alto, estaba el Laboratorio Real. Donde las atrocidades se llevaban a cabo: el objetivo de “Los Alienados”. Jé. Ellos preferían ser llamados “Insurgentes”. Al menos, era una palabra más adecuada para definirles.

    —Tu contacto nos permitirá el acceso, ¿no es así? —habló el jefe, con tono seco y autoritario, mientras se movían con sigilo y evadían a duras penas la vigilancia del lugar, informatizada y física.

    Él asintió, meciendo su tupé rojizo, mientras sus ojos a juego, grandes y abiertos, se enarcaban en un gesto de emoción. Aquella misión era sumamente peligrosa, ¡pero tan importante…!

    Por supuesto, ni que decir tiene que “su contacto” era quien le había contado todo sobre aquel… ¿cómo era? Proyecto Omega, o algo así. La construcción de aquella arma de la que ni siquiera su contacto sabía demasiados detalles. Ella… ella era demasiado buena para encontrarse en la posición en la que se encontraba. Y el amor que le unía a ambos, su relación, era altamente peligrosa para ambos. Si el jefe se enteraba de que estaba saliendo con la mismísima jefa de la Guardia Real y que ella era su contacto, lo tacharía de traidor y diría que “fue un iluso al confiar en ella”. E igualmente, si el Soberano descubriese que ella era la amante del segundo al mando de “Los Alienados”… probablemente su destino sería muchísimo peor de lo que pudiese imaginar.

    —Claro, señor —ella les había dicho que, a una hora exacta, abriría las puertas traseras del laboratorio durante un segundo, lo suficiente para que entrasen. Luego, distraería a los Cuatro Cerebros para que ellos se infiltrasen y robasen los planos que sólo en sus manos se hallaban. Sí, ese era el plan. Y seguro que saldría bien.

    Avistó a lo lejos el acceso del que ella le había hablado. Aún estaba cerrado. Y comenzó a ponerse nervioso, tirando ligeramente de la suerte de bufanda rojiza que le cubría el cuello. Comenzó a abrir y cerrar rítmicamente sus manos, como si así hiciese circular la sangre mejor por su cuerpo; eso le relajaba habitualmente, descargaba su tensión y ansiedad; porque, si dejaba que la tensión fluyese por su cuerpo, sabía de buena mano que el resultado no sería bueno. No en vano padecía una extraña hiperactividad y una irascibilidad altamente elevada a consecuencia de aquella, que podían desencadenarse en un ataque de histeria de un momento a otro si no lo controlaba.

    Pero, al final, se oyó el clic, y la puerta, como por arte de magia, se abrió.

    —¿Lo ve, señor? Todo está saliendo según le dije.

    El jefe, taciturno y, probablemente, desconfiado, dio un par de pasos con cautela hacia el interior del edificio.

    —No sé quién es tu contacto y cómo sabías que esta puerta estaría abierta, pero… más te vale que, en efecto, todo salga bien. Nos jugamos mucho —él tragó saliva mientras oía sus palabras. “Ella jamás me traicionaría”, se dijo—. Bien, hay que tener cuidado, aun así. El lugar está repleto de cámaras de seguridad.

    —Señor —susurró él—, los planos estarán con toda probabilidad en la sala de los Cuatro Cerebros. En el núcleo de este laboratorio…


    Mientras tanto, en esa sala que el pelirrojo mencionó, cuatro enormes sillas se colocaban alrededor de un enorme cilindro de cristal lleno de un líquido verdoso, en cuyo interior dormitaba, con aparatos conectados por todo su cuerpo, un Pancham gris.

    En cada una de las sillas estaba sentado uno de los Cerebros. Magnánimos, con sus vestimentas blancas, sus extraños visores y su equipamiento altamente tecnológico, podían mover la silla, que parecía flotar en el aire, por todo el lugar, de modo que no necesitaban dar un solo paso. ¿Para qué molestarse en andar, después de todo?

    —Si los análisis de radiografía no fallan, el Pancham tiene una especie de chip de memoria insertado en su cerebro.

    —En efecto, pero… nunca había visto un chip con esa morfología.

    —Es absurdo basarse en la imagen virtual en 3D de la radiografía, en cualquier caso. Así no podremos examinar el contenido del chip.

    —Exactamente. Tenemos que extraerlo, pero está insertado en la corteza cerebral del pokémon. La operación puede ser delicada. No podemos arriesgarnos a perder a este sujeto de pruebas —él, el último en hablar, era el jefe de los Cerebros, y, por ende, el jefe de los laboratorios.

    Los otros tres se miraron entre sí antes de seguir hablando.

    —Ciertamente… corre el riesgo de morir en tamaña operación. Pero necesitamos el chip, en cualquier caso. Aunque igualmente, el potencial del pokémon es tan extraño que ardo en deseos, también, de conocer cuál es el secreto de su anatomía y sus capacidades. Así como su procedencia…

    —Igualmente, está en coma inducido, podemos hacer con él lo que nos de la gana. No va a quejarse. Sólo debemos tener cuidado de no dañar su vida.

    —Definitivamente. Tenemos que hallar la forma en la cual podamos extraer el chip de su cerebro sin poner en peligro su vida.

    El jefe se llevó la mano derecha a la perilla, blancuzca y alargada. Y la acarició y tiró de ella ligeramente, reflexionando en silencio. Finalmente, una sonrisa decoró su rostro.

    —Tenemos los datos de su fisiología y anatomía, ¿cierto? Podemos… clonarlo.

    —¿Clonarlo, jefe? Pero… nunca hemos hecho algo así. Podría salir mal.

    —Es una completa estupidez, desde mi óptica. Seguiría estando en riesgo su vida; no sabemos si seremos capaces de proceder a la clonación.

    —Yo creo que comprendo el punto. Si clonamos al original, podremos extraerle el chip sin ningún tipo de problema, independientemente de que muera o sobreviva. Su vida será inútil, pues podremos investigar al clon en su lugar. La información que nos reportará, al fin y al cabo, será idéntica.

    Sonrió. Sonrió mientras entrecruzaba sus dedos.

    —Decidido, pues. Nunca lo hemos hecho antes, es cierto. Pero para todo hay una primera vez. Clonaremos a este Pancham, quizá más de una vez. Sí… eso puede ser interesante. Haremos múltiples copias a raíz de su ADN y sus datos, y no sólo las estudiaremos, sino que experimentaremos con ellas. Y una vez que tengamos las copias necesarias, podremos extraer el chip sin demasiados problemas. Que viva o muera el original, nos dará igual… porque podremos experimentar cómo potenciar a los clones para que sean aún más poderosos que el original. ¿Quién sabe? Quizá podamos crear un arma biológica…

    —¿Un arma? ¿Y qué hay del Proyecto Omega?

    —Je —rio él—. No he olvidado el Proyecto Omega, estimados míos. De hecho… podemos hacer que nuestros experimentos sobre este Pancham y el desarrollo del Arma… sean la misma cosa.


    El avance de los “Alienados” estaba siendo sorprendentemente sencillo. Las cámaras y otros sistemas de seguridad no eran excesivamente difíciles de sortear, y la vigilancia física, por algún motivo, escaseaba. Y al jefe no le gustaba nada esa situación.

    —Esto es muy extraño. Está siendo demasiado fácil.

    “Seguro que ella se ha encargado de facilitarnos el camino”, se dijo. Sí, estaba claro que ya habría hecho su parte del trato y habría buscado la forma de dejar vía libre a su avance.

    Recordó entonces sus palabras: las indicaciones que le dio para moverse por el Laboratorio hasta alcanzar la sala donde estarían los planos y todos los resultados de la investigación. Y, al mirar a su derecha, vio la puerta que, por la descripción que ella le dio, supo que escondía tras de sí su objetivo.

    —¡Jefe! —le alertó—. Es ahí. Estoy convencido de que tras esa puerta están los planos.

    El jefe parecía desconfiado.

    —¿Seguro? ¿Cómo puedes saberlo?

    —… jefe, ¿no confía usted en mí? —trató de eludir el tema, pues no quería bajo ningún concepto hablar de su contacto.

    El Jefe, por unos segundos, se detuvo y miró la puerta.

    —Está bien. Tendré fe en tu palabra. Entremos con sumo cuidado.

    La sala, tras cruzar la puerta, era extrañamente amplia, y muy oscura. Tanto, que casi no podían ver lo que tenían frente a sí.

    El jefe buscó entre sus ropas algo que pudiese servir para crear luz, pero… fue demasiado tarde. El sonido de la puerta cerrándose bruscamente tras ellos fue sucedido por un enorme foco que les apuntaba. La sala estaba vacía, completamente vacía. Lo único que había era una enorme pantalla frente a ellos… un monitor que se encendió, mostrando los cabellos rubio ceniza cayendo sobre los hombros, los ojos celestes y el rostro de arpía. Ella les habló.

    —Oh, esto es tan divertido. Por favor. ¿en serio sois tan sumamente ilusos, chicos?

    Un ruido metálico se oyó. Miles de armas de todo tipo les rodearon, saliendo de las paredes, sujetas por enormes brazos mecánicos. Aquello era una trampa.

    —No hagáis ningún movimiento raro, y todo eso, en fin, ya sabéis el protocolo, ¿no?

    —¡Tú…! ¡Maldita arpía! —gritó él. La cólera empezaba a subir desde su estómago. ¿Cómo sabía esa mujer sus planes?

    —¡Ja, ja, ja, ja, ja! —rió, mientras tomaba una copa de vino—. Chico iluso. Los dos mandamás de Los Alienados, capturados. ¡Esto me dará muchísimos puntos ante el Soberano! Ya es hora de que mis labores como Consejera Real sean reconocidos, ¿no?

    —¡Maldita bastarda! ¿Cómo lo sabías? ¿¡Cómo!? —gritó él, con ojos furiosos y llenos de fuego.

    Aquella mujer… la conocían bien. Era conocida como “La Sabia”, y era, como había dicho, Consejera Real del Soberano. Conocida entre los Pioneros por ser la persona con más conocimiento de todas, se decía que no había nada que ella no supiese, que conocía todas las materias y tenía respuestas a todas las preguntas.

    Aunque, entre “Los Alienados”… ella no era más que una malévola serpiente sádica sedienta de poder y sangre.

    —Oh, ¿cómo? Sencillo. Verás, como Consejera, manejo mucha información, información que comparto con el Soberano. Y uno de mis contactos me había avisado de esto. ¡Sí, yo también tengo contactos, fíjate qué cosas! Sabíamos que había un traidor entre la élite, ¿pero quién? ¿Quién, quién, quién? Esa era la pregunta. Comuniqué el asunto al Soberano en el Consejo. Ya sabes cómo funciona, ¿no? Su Guardaespaldas, la Jefa de la Guardia, el Jefe de los Cuatro Cerebros y yo nos reunimos con su Magnificencia y debatimos sobre asuntos clave. Cuando conté el problema, la existencia de un traidor, en aquella reunión… ¡wow! Debo decirte que tu novia es verdaderamente muy mala ocultando cosas. ¡Tendrías que ver cómo temblaba! ¡Cómo se notaba que ella era la persona a la que buscamos!

    —… ¿ha dicho tu “novia”? ¿De qué habla? —inquirió bruscamente su jefe.

    Pero él ya no podía siquiera razonar. Todo cuanto había en su cerebro era furia y rabia. Y los dientes y la mandíbula incluso dolían de la presión iracunda que ejercía, tratando de liberarla de algún modo.

    —A partir de ahí, fue tan sencillo como espiarla de todas las formas posibles. Chips de localización, dispositivos de grabación de voz, espías profesionales, ya sabes. Y no fue nada difícil descubrir vuestro plan y anticiparnos a él. Así que, ¡enhorabuena! Habéis caído directos en la trampa.

    —… ¿¡Dónde está ella!? ¿Qué le habéis hecho?

    Su interlocutora rio. Rio malévolamente, liberando una carcajada que retumbaría en su mente durante varias horas.

    —Pronto lo descubriréis, supongo. O no. Me da igual. Ahora… buenas noches, “Alienados”.

    Rápidamente, un gas violáceo emanó de las paredes, y sus vistas se nublaron. No tardaron mucho tiempo en caer desplomados en el suelo, dormidos.

    Habían sido vencidos. Derrotados por el Soberano.
     
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    Especial:

    Deseo...

    El camino hasta llegar allí se le había hecho tormentoso y horrible. Decenas de hombres, de tipos malvados de aquellos que tanto daño le habían hecho, le habían perseguido por todas partes. Pero, por fin, había logrado huir de sus garras, de sus malvadas garras. Estaba casi seguro de que les había dado esquinazo, y ahora se resguardaba en una especie de cueva, asustado, pequeño y tembloroso... no obstante, una llama de ira crecía dentro de él. El daño que le habían hecho se había convertido en una enorme fuerza que palpitaba en su interior.

    Mas no pudo sino fijarse en que el suelo sobre el que descansaba no era común. Sí, cierto que parecía ser el suelo rocoso de toda cueva, pero algo, quizá uno de sus muchos nuevos dones, le decía que aquel lugar era artificial. Que lo habían construido personas. ¿Y quién sino ellos podrían haberlo hecho?

    Se asustó, porque pensó que, quizá, no había huido lo suficientemente lejos, y tal vez aquella cueva no era más que uno más de los lugares donde ellos tenían mil ojos. Y la psicosis pudo con él, y creyó oír un gran estruendo. ¿Era real? ¿De verdad ese ruido había procedido de la cueva? ¿Estaban ahí ellos? ¿¡Le habrían encontrado!?

    Cerró los ojos con fuerza, tratando de hacer aquello que había aprendido a hacer, una de sus muchas habilidades especiales. No en vano todo el daño que ellos le hicieron tuvo algo mínimamente positivo, al menos. Y, cuando los abrió, como de costumbre, había salido mal: quizá sería porque la idea de que bajo sus pies se encontraba algún rincón secreto le atormentaba demasiado y no era capaz de pensar en otro lugar, pero lo primero que vio fue una sala que parecía ser un templo ancestral de algún tipo, una especie de santuario claramente artificial, y... sobre sus cabezas, el sonido de unos pasos que se oían tenues, lejanos, pero, al mismo tiempo, más cerca de lo que le gustaría. Supo en seguida que ahora estaba justo debajo de la cueva. Justo en el sitio al que no quería acceder... aunque, ¿quizá entrar ahí le había salvado, lejos de condenarle?

    Agotado por el enorme esfuerzo, caminó confuso por el lugar, repleto de extrañas inscripciones que no alcanzaba a comprender y decorado con columnas y otros elementos que reconocía como fruto de la arquitectura humana, aunque... ciertamente, mucho más antiguos de lo que él había visto con anterioridad, mucho más simple y anticuado. Aun así, avanzó, temeroso, y oyó un par de estruendos más, que eran como terribles golpes en las paredes, lejanos y confusos.

    Antes de que se diese cuenta, se percató de que estaba dirigiéndose al fruto de aquellos ruidos tan terribles: y se sorprendió al ver que no era más que un diminuto pokémon que, con ojos cerrados, se daba terribles golpes contra las paredes, abollándolas y destruyendo el lugar a su paso, con una inusitada fuerza. Habló entonces, en voz alta, tratando de calmarlo.

    —¡Eh, eh! ¿Estás bien? —el pokémon rápidamente se detuvo y pudo ver cómo tenía los ojos completamente cerrados, tanto, que casi parecía que estaba dormido—. ¿Q-Quién eres? —preguntó con torpeza.

    —... —lógicamente, no iba a contestar, se dijo, pues estaba dormido. Pero, ¡oh, nada de eso! Aquel pokémon con forma de estrella comenzó a hablar. Sin siquiera mover la boca, mientras se agitaba flotando y meneando una especie de papelillos azules que colgaban de sus tres picos que simulaban ser una estrella—. ¡Hola! Uaaaah... mi nombre es Jirachi. ¿Tú quién eres?

    —... sólo soy alguien que pasaba por aquí —sentía vergüenza de pronunciar su nombre. Porque era un nombre que le traía demasiados recuerdos malos. Recuerdos de ella—. ¿Estás... dormido?

    —¡Uaaaaaah! —parecía bostezar, pero lo cierto era que ni siquiera movía su boca al hacerlo. Dedujo acertadamente que se encontraba usando telepatía para comunicarse con él—. ¡Claro! No hay nada como un bueeeen sueñecito, ¿eh? Pero buf, voy a despertar pronto, jo. Solo cinco milenios más, porfa...

    Él frunció el ceño, extrañado, y, cuando oyó un ligero ronquido, volvió a hablar.

    —Hmm... ¿Jirachi, era?

    —¡Oh! —seguía sin despertar—. Oh, sí, hola, hola.

    El nombre le resultaba muy familiar. Estaba casi seguro de que ella había hablado de él en varias ocasiones. Él era uno de tantos medios que descartó poder utilizar... porque ni siquiera él era capaz de hacer lo que ella quería lograr. No obstante... si lo que sabía de aquel pokémon singular era cierto... e-entonces... entonces...

    —... ¿es cierto que puedes conceder tres deseos a quien te los pida?

    —Uh, otro con los deseos... sí, claro. Puedo conceder tres deseos, pero sólo a aquel que me los pida antes de despertar. Uaaah... y creo que estoy apunto de hacerlo. Luego volveré a dormirme, ¡qué ganitas! Aún ni siquiera me despierto, y ya estoy deseando volver a dormir, ay. ¡Jirachi, eres uuuuun vago! Pero es que se está tan agustito así...

    —Y... ¿puedes conceder cualquier deseo?

    —Cualquiera cualquiera, no. Pero no muchas cosas escapan del control de esta pequeña estrellita, tehee. Aunque normalmente nadie viene a pedirme nada, será porque estoy muy escondido aquí... y no lo voy a negar, ¡me encanta, porque eso implica meeeenos esfuerzo y máaaaas siestas! En cualquier caso, yo no me hago responsable del resultado de mis deseos, jum. Son otros los que los piden, al fin y al cabo, ¿no? Me limito a cumplirlos, y no a juzgarlos. Si yo, mientras pueda dormir...

    No pudo evitar que su mirada se ensombreciese. Las ideas cruzaban por su mente de manera veloz. Ese podía ser el modo de acabar con todos sus problemas. De acabar con ellos.

    De vengarse.

    —Quiero pedirte tres deseos.

    —Oh, vaaaya. Bueno, supongo que no pasa nada, hace mucho tiempo que no hago nada. ¿Y bien? Uaaaah... me falta muy muy poquito para despertar, pero creo que aún aguanto unos minutos, ¡así que rápido, piénsalo bien! ¡Asegúrate de pedir los deseos correctamente, y nada de decir eso de "deseo tres deseos más", que es trampa!

    Tres. Sólo tres deseos. Lo meditó por un par de minutos, en silencio. Lo tenía bastante claro, en realidad. Y no pudo evitar que una pequeña carcajada se escapase de su boca. No quería sus muertes. Aquello sería demasiado fácil. Quería mucho más.

    —Deseo...

    >> Deseo que los que me han hecho tanto daño y todos los que les rodean vivan en sus carnes lo mismo que estoy viviendo yo ahora. Que pasen por la misma situación por la que he pasado yo, que sepan cómo me siento, que noten lo que es vivir como yo he vivido, sufrir lo que yo he sufrido.

    >> Deseo que todos ellos, todos los hombres que me han hecho tanto daño y todos los seres de esta región —se mordió el labio, rabioso. Estaba lleno de ira— se vean para siempre sometidos. ¡Que siempre, por más que lo intenten, no logren avanzar, que no logren progresos, que vivan una eterna vida atrapados y sin ser capaces de progresar de ningún modo!

    >> Y, por último... deseo que olviden absolutamente todo cuanto haya ocurrido antes de los otros dos deseos. Que me olviden a mí y lo olviden todo, para que dejen de perseguirme y de intentar buscarme. Que nadie sea capaz de recordar nada, absolutamente nada de cuanto concierne al pasado.

    Y calló. Había hablado rápido, había hablado sin pensar demasiado, y se había emocionado en exceso. Su corazón palpitaba con tal fuerza que sentía que iba a explotar dentro de su pecho. Con esos deseos, él podría ser libre de ellos y ellos jamás volverían a perseguirle ni hacerle daño, de ningún modo. No lo recordarían, no podrían atraparlo aunque se lo propusiese, y sufrirían en sus carnes todo su sufrimiento... eternamente.

    —¡Wow! ¿Esos son tus tres deseos... uaaaah... definitivos?

    La palabra se deslizó por su garganta y salió disparada sin mayores contemplaciones.

    —Sí.

    —De acuerdo... uaaaah...

    Y los ojos de Jirachi se abrieron. Éste sonrió, inclinó la cabeza a un lado, y, mientras hablaba, todo a su alrededor comenzó a temblar.

    —Deseos concedidos.

    Entonces, un enorme ojo se abrió en el centro del estómago de Jirachi.
    Y una luz le cegó, bañándolo todo.
     
    Última edición: 11 Diciembre 2016
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