Observatorio

Tema en 'Planta baja' iniciado por Gigi Blanche, 28 Junio 2022.

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    Zireael

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    Lo ofendida que pareció me siguió dando risa junto a todo lo demás, que el superpoder de hermana mayor y no sé qué. La cosa tenía todo el sentido del mundo y a la vez era una estupidez, así que se lo di por válido a medias aunque no dije nada y me enfoqué a soltarle los reclamos de rutina sobre el asunto de curarle el tatuaje. Su suspiró fue una manera de decir que ya venía con lo mismo, pero no me detuvo y seguí con el monólogo hasta que soltó que estaba dispuesta a cargar con ese peso.

    ¿Qué si me pesaba en la conciencia habérmele colado a Kurosawa? Para nada, me daba lo mismo y como la cría parecía copia de su hermano sabía que si había cedido era porque a ella le importaba todavía menos. En otro momento quizás la habría invitado a que nos acompañara, porque se veía sola a cagar, pero por desgracia tenía cosas que hacer y aunque sabía que podía confiar en ella, prefería no tener testigo.

    De nuevo, no tenía espacio para errores esta vez.

    Al volver junto a Sasha luego de la maniobra y todo el teatro consecuente seguí nuestro camino cuando señaló la puerta con la cabeza. Afuera no llovía a pesar de que el clima seguía bastante feo, así que al menos me iba a librar de mojarme por segunda vez.

    —Métodos cuestionables, como siempre, pero que nos ahorran tiempo de vida de vez en cuando —dije para concluir la tontería.

    Hicimos el camino por el patio hasta donde este se bifurcaba, invernadero por un lado y observatorio por el otro. Al llegar la puerta de madera me pareció que no encajaba con el resto de la academia, pero quién era yo para juzgar las decisiones de diseño de esta gente, así que lo ignoré y entré detrás de Sasha, pero apenas me recibió el espacio comprimí los gestos, extrañado ante semejante despliegue.

    Husmeé el espacio siguiendo prácticamente el mismo camino que ella, pero lo primero que noté fue la ausencia de cámaras y con eso pude respirar tranquilo. Me quedé cerca del pie de la escalera eso sí, vete a saber por qué, pero seguí sus movimientos hasta que se sentó en el escritorio y su comentario me hizo soltar una risa por la nariz.

    —Un poco exagerado para mi gusto, pero supongo que sirve —dije reiniciando la marcha y apoyé las caderas en el escritorio, dejando los sándwiches y la soda junto a su bento—. No parece la clase de espacio que debería recibir a un motociclista de costumbres de dudosa moral, eso seguro.

    Como fuese dejé la idea allí, escarbé en mi bolsillo para sacar el sobre con el dinero y lo extendí hacia ella. Era uno sobre amarillo, de esos de manila de toda la vida, y estaba cerrado con un trozo de cinta plástica. Un poco de la humedad de mi pantalón en la mañana se le había transferido, así que se veía algo maltrecho pero el cómo se lucía importaba poco en comparación a su contenido.

    —Tuyo, cielo —dije sin darme cuenta que se me había suavizado el tono, pero mantuve la vista al frente—, como acordamos. Lo siento si esperabas que lo olvidara, hay pocas cosas para las que uso la neurona, pero mantener mi palabra es una de esas.
     
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    Gigi Blanche

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    Seguí el camino que hizo Arata desde las escaleras hasta el escritorio, donde dejó sus cosas junto a las mías y recostó las caderas. La gracia de la broma del caballero era la mera contradicción, claro, eso y que a él no le molestara. No había más que eso en el asunto.

    —Motociclista de costumbres de dudosa moral que secuestra damas para que se tatúen y rompe vasos arrojando cuchillos en fiestas de clase alta —completé a gran velocidad, con el índice estirado junto a mi rostro señalándolo vagamente, y tomé aire antes de seguir—. Técnicamente sólo el club de astronomía usa este lugar, pero es como... la sala multimedia y el club de radio, ¿no? No hay una regla que prohíba el acceso y, aún así, sólo ellos entran. Se podría decir que somos rebeldes antes que criminales.

    Poco tiempo pasó cuando lo vi llevar la mano a su bolsillo y... bueno, me lo anticipé. No me estaba mirando y noté que varias veces había hecho eso, sólo que seguía sin estar segura del motivo. Sentí una ligera tensión en los músculos, una que no reflejaba ni enfado ni hastío, sino más bien... tozudez, suponía. Sabía que debía resignarme y aún así me costaba un mundo. Su tono de voz, sin embargo, fue suave y me detuvo a medio camino la queja infantil que estuve a punto de soltar. Mantuve la vista en su perfil un par de segundos, exhalé pesadamente por la nariz y tomé el sobre. Pensé en dejarlo sobre la mesa, pero por alguna razón me hice lío y lo mantuve en mis manos.

    Quizás así le daba la importancia que tenía.

    —Una parte de mí esperaba que lo olvidaras, sí —reconocí en un murmullo, y decirlo en voz alta me avergonzó—. No tienes idea... Me cuesta un mundo aceptar dinero ajeno.

    Era incómodo y frustrante, me picaba en el cuerpo. Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que había rechazado la ayuda de Daute. Era una cuestión de orgullo, también. El chico jamás había tenido la culpa, pero a cada persona que me ofrecía ayuda la sentía dos escalones por encima de mí y... no lo soportaba. Quería invertir los papeles, llevaba años con esa mierda casi obsesiva enredada al cuerpo. Quizá para lograrlo primero tuviera que reconocer mis debilidades.

    Y que aceptar ayuda también era fortaleza.

    Thanks, anyway —agregué poco después, con los ojos puestos en el sobre encima de mi regazo. Tenía los tobillos entrecruzados y movía ligeramente las piernas, hacia atrás y hacia adelante—. No puedo decir que le daré buen uso, pero sí me afloja un poco la soga al cuello. —Dudé, busqué su perfil y la expresión se me contrajo—. ¿Seguro que... que no lo necesitas?

    Sabía que no tenía sentido insistir, que de cualquier forma me diría que me lo quede, si parecíamos reñidos en una competencia de stubborness. Lo sabía, pero la vergüenza y la preocupación me escocían en el cuerpo y, al final, no pude tragármelo.
     
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    Zireael

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    La velocidad a la que habló me hizo mirarla aguantándome la risa, poco le faltó para convertirse en Eminem o algo, y alcé las manos en señal de rendición declarándome culpable de todo lo que estaba diciendo. Las bajé cuando tomó aire para seguir hablando, suponía que llevaba razón, estos espacios le pertenecían a los clubes, no había una prohibición como tal pero sin duda había una prioridad en la gente que podía aparecerse. Éramos más rebeldes que criminales, al menos en este contexto.

    No contesté nada a eso, lo dejé ir para hacer la movida del sobre y dejé los ojos en cualquier cosa que tuviese frente a mí, como caballo con anteojeras. Supuse que así como su terquedad yo seguía negándome a que algo se me colara en la mirada, fuese lo que fuese. Llevaba muchos años debajo de una armadura gruesa y con daga en mano, admitir que había alguien viendo por las rendijas seguía incomodándome.

    Esperé hasta que tomara el sobre para relajar la mano y apoyarla en el borde del escritorio, todavía sin mirarla. Pensé que lo dejaría entre las cosas que estaban en el escritorio, pero lo conservó en las manos y no supe si preferí una o la otra. A ella le costaba aceptar mi ayuda y a mí darle al gesto la importancia que poseía.

    Era un bufón.

    Si me tomaba las cosas demasiado en serio sentía que perdería la razón.

    La escuché cuando habló por fin, admitió que esperaba que lo olvidara y solté una risa por la nariz; a eso le sumó lo de que le costaba aceptar dinero ajeno. Suponía que al cualquier persona decente se le dificultaba, fuese por orgullo, vergüenza o cualquier otra cosa, y lo que me quedó en el rostro fue la sombra de una sonrisa que no tenía más que resignación.

    —Hasta este momento había vivido sin ese dinero —resolví con sencillez en el mismo tono de antes—. Las necesidades de mi casa las he suplido de otras maneras y seguirá siendo así. Un dinero que nunca fue mío no borrará el lugar en el que nací ni la vida que elegí, pero si puedo ayudar a la persona que me recibió incluso cuando estuve por correr sin mirar atrás... Bueno, lo haré.

    Intercambié el peso de un pie al otro, inquieto, con los ojos pegados al frente todavía. Tomé bastante aire, lo solté despacio y estiré la mano para apoyarla en su muslo, sacudiéndola suavemente, y me obligué a mí mismo a ceder. Tuve que hacer un esfuerzo monstruoso, fue el equivalente de levantar mi existencia entera para sacar el cuerpo de debajo de los cimientos de mi hogar y salir a la luz por primera vez en años, pero tenía que hacerlo. Salí de la prensa que me había fracturado los huesos desde que tenía uso de razón, arrojé al suelo la daga con la que amenazaba a todo Dios y me rendí.

    —Déjame ayudarte —dije en voz baja y me forcé a girar el rostro para mirarla, no supe si me enfrentaba a ella o a mí mismo al hacerlo—. Y ayúdame a mí.


    oh dear lord what happened
     
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    Gigi Blanche

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    Cuando Arata me respondió, su voz rebotó entre las paredes con un eco sordo, hueco, y fui consciente de que podía oírse hasta el más ínfimo sonido por encima de aquel silencio. Repasé brevemente su perfil, las líneas algo azarosas de su cabello, y regresé la vista al sobre. Sólo era dinero, un montón de papel impreso, y era injusto. Era injusto escucharlo decir que este puñado de billetes sucios no borraban sus orígenes ni decisiones, pues abría la posibilidad de que otra pila, más grande y más limpia, sí lo hiciera. Sólo era dinero y tenía un poder agobiante sobre nosotros.

    Como tenía la mirada gacha, su mano apareció en mi campo de visión y la seguí al sacudirme la pierna suavemente. Me aflojó una sonrisa pequeña, me recordé respirar y me pasé una mano por el rostro, intentando apartar la tensión a consciencia. Suponía que tenía razón. Podría haberle guardado rencor por lo que intentó hacer, podría haber convertido la ofensa en cemento y levantar un muro entre nosotros. Lo había hecho con mamá pero, desde entonces, no recordaba haber repetido la gracia.

    —Supongo que hace falta más para cagarla conmigo —respondí sin demasiado volumen, en un tono que pretendió ser liviano. Pese a eso, se le filtró una cuota de resignación.

    Noté de soslayo que se movía, alcé la mirada a él y las palabras que soltó, esas dos simples palabras, se me anudaron al pecho. No supe si fue una oferta o un pedido, el silencio palpitó y volteó a verme por fin. Comprendí que era ambas.

    Y ayúdame a mí.

    Que una no existía sin la otra.

    Era la naturaleza de nuestra relación, después de todo. Las malas decisiones, el dinero y las cagadas ajenas nos seguían atando sobre el eje que compartíamos desde hacía años, incluso sin saberlo. No había pretendido mucho de él, en líneas generales no pretendía casi nada de los demás, y me gustaba recibir la misma libertad a cambio. La oferta debería haber coartado eso, debería haberme empujado a revolverme dentro de los barrotes, pero la solicitud lo neutralizó. No podía... no quería decirle que no.

    Algo se me sacudió adentro del cuerpo, le sostuve la mirada varios segundos y luego la bajé, cuando asimilé mis propias emociones de golpe y la barbilla me tembló. Dios, no servía para estas mierdas. Pellizqué la solapa de su blazer, lo jalé hacia mí y me estiré para rodearle el cuello. Fueron movimientos débiles, no sabía si por el miedo de quebrarme, de quebrarlo a él o de asustarlo. Cuando lo tuve abrazado, el cuerpo se me relajó y afirmé el agarre. Fue una respuesta en sí misma.

    —Cuando quieras —murmuré, cerrando los ojos—, donde sea, como sea. Ya lo sabes, ¿no? Soy una cabezota. Puede ser irritante, pero sirve para estas cosas.

    Una ligera cuota de desesperación se me revolvió en el pecho y lo apreté con un poco más de ganas. No sabía explicarlo muy bien, sólo sentí... quizá sentí que pese a las bromas y la máscara de payaso de circo, este chico tenía un puto infierno atorado en el cuerpo. ¿Lo estaba recorriendo solo? ¿Le permitía el ingreso a alguien? ¿Era oscuro? ¿Le faltaba el oxígeno? Fuera del estudio de Tess me había dicho que tenía diversión para ofrecer y ya. Que era un loco de mierda. Quizá lo fuera.

    Pero no se trataba sólo de eso.

    —Te quiero, cielo —reconocí y solté una risa floja—, y probablemente me jodas la vida entera con eso, pero da igual. Es la verdad. Igual y le agarro cariño fácil a la gente, ¿qué más da? Te quiero, y quiero ayudarte. Quiero ser tu amiga, porque eso es lo que hacen los amigos, ¿no?


    man this escalated quickly *sips tecito de los no regrets*
     
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    Era posible que le hubiese soltado esas mierdas porque estábamos allí donde no teníamos ojos encima, ni siquiera las cámaras, y era muy diferente a estar en el patio, con Tess o en la calle incluso si no había nadie o no nos prestaban atención. Quizás fuese solo el equivalente exterior de lo que la gente más introvertida o con inclinaciones morales más claras hacía en su mente: darle vueltas las cosas. El silencio no era algo con lo que me apeteciera lidiar de por sí, no quería tener tiempo para escuchar el torbellino o a mi cuerpo en general, pero aquí todo se oía con demasiada claridad.

    Yo que era el que resistía como imbécil cualquier espacio de apertura.

    En mi mundo mis propias confesiones no tenían valor en el sentido de que ya ni siquiera me angustiaban. Las cosas eran lo que eran, vivía la vida que me correspondía y luego pensaba qué hacer con eso. Incluso si me mataba pensando en lo injusto de mi situación, ¿qué cambiaba? Nada. Por eso más de una vez solo había hecho miserables a otros para compensar, por eso le había soltado la mierda a Wickham en la cara, incluso si yo era el menor de los males.

    Me juntaba con imbéciles que eran peores que yo y lo sabía. Sonnen había salvado a la Barbie a costa de sí mismo.

    Habían hecho miserable a Sasha y a mí con ella, ¿era realmente un pecado voltearles la tortilla? No me lo parecía. Si acaso sonaba a karma justo, uno que incluso habían parecido buscar activamente.

    Todos buscábamos el castigo que merecíamos.

    El caso era que ese dinero medio limpio no había sido mío nunca, no estaba contemplado de ninguna forma y por tanto no implicaba cambios de ninguna clase. Todo había empezado por el dúo de hijos de puta, me había mandado cagada tras cagada, y ahora estaba aquí dándole la pasta a Sasha. Quizás fuese lo único bueno que había hecho en años y aunque no me limpiaba, al menos me permitía respirar de forma diferente.

    No había redención, eso era de cuento de hadas.

    Después de que puse la mano en su pierna noté por el rabillo del ojo que se pasaba la mano por el rostro, quizás para aflojar su propia tensión, y lo que dijo me hizo suspirar con cierta resignación. Al final no era más que una niña, una que temía quedarse sola, y no podía culparla.

    Cuando enfrenté sus ojos grises la vi a ella, sí, pero también a mí mismo y supe que al obligarme a mirarla estaba luchando contra los dos. Luchaba contra mi deseo de seguir metido bajo la prensa en tanto nadie lo viera y contra la idea de arrastrar a alguien para compartir el peso. Era una suerte de conflicto existencial pero ignoré mis propias señales de alarma y solo actué antes de poder pensarlo.

    Revolví más cosas de las que me hubiese gustado, me di cuenta en el momento en que bajó la mirada de nuevo y le tembló la barbilla. Sasha era resistente, la cabrona quizás podía soportar el equivalente en una bomba nuclear, pero apenas le tocabas las emociones que resguardaba tras la roca todo se desmoronaba.

    Tomé aire, lo solté y presioné su pierna suavemente, fue un segundo antes de que me pescara del uniforme para arrastrarme en su dirección. No reaccioné al instante, pero sentí su cuerpo relajarse apenas me envolvió y afianzó el agarre después, en una respuesta sin palabras; fue cuando el cuerpo se me activó y la rodeé con los brazos, arrastrándola apenas al borde del escritorio para poder presionarla con cierta fuerza.

    Lo que dijo me hizo sonreír y podría haberme ido en limpio, pero siguió hablando. Siguió hablando y entonces sí me sacudió los cimientos, algo se tambaleó, amenazó con fracturarse desde la base y un nudo denso se me quedó atorado en la garganta apenas dijo que me quería. Fue una puta mierda, porque pensé en Yuzu, en Cay y Ko, hasta en Riamu y terminé llegando a la figura de Yako sin querer.

    No quería, pero estaba allí.

    Déjala, me dijo.

    Déjala quererte, ya no te resistas.

    Recordé el día de la desgracia, la carrera hasta el Hibiya y la forma en que lloré por horas, los parches negros que tenía en algunos fragmentos del trayecto. Recordé a Hikkun cuando me encontraron, su rostro contraído por algo que era mezcla de molestia y profunda tristeza, y me pregunté hasta dónde el rostro de Hikari no era mío también.

    Hasta dónde los ojos de Sasha no habían sido los míos hace años.

    Las figuras frente a mí se cristalizaron, interrumpidas por una película de lágrimas contenidas que no supe si eran de ira retenida escapando por fin, de alivio o de genuina tristeza. Puede que fuesen todas juntas. Todo lo que supe fue que el momento se amalgamó con la conversación con Kohaku en el festival y fue demasiado para mí.

    Era un hijo de puta, ¿no? Los quería. Joder, los quería a todos y no hacía más que cagarles la existencia.

    No fui capaz de articular palabras de inmediato sin sentir que iba a regresar hasta el alma, así que en su lugar la envolví con más fuerza y hundí el rostro en su cuello. Respiré con pesadez, pero imprimí su aroma en mi memoria, sus palabras también y el cristal en mis ojos no hizo más que aumentar de grosor.

    —También te quiero, linda —murmuré cuando logré encontrar mi voz de nuevo—. Más de lo que debería pero qué importa.

    Mis manos acariciaron su espalda en movimientos amplios, también sus costados y rozaron los rizos de su cabello en esos caminos. La calidez de su cuerpo viajó al mío y logré recuperar la compostura antes de irme a la mierda.

    —Ya eres mi amiga —añadí unos segundos después—. Lo eras antes de que me pusiera estúpido y lo seguirás siendo sin importar qué.


    Im tired, drunk and really soft, so *ugly cries*
     
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    Gigi Blanche

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    El abrazo medio me forzó a bajarme del escritorio, me había arrastrado hasta el borde y no le vi sentido a quedarme haciendo equilibrio ahí. Las puntas de mis pies encontraron el suelo, apoyé los talones en la madera y básicamente me colgué de su cuello, presionándolo con fuerza. Lo oí respirar, fue un sonido lento, pesado, y me quedé en silencio. No podía verlo, tampoco hizo falta para imaginar que necesitaba esos segundos. En ese sentido éramos similares, suponía. Una cosa era conectar con nuestras emociones, y eso de por sí asustaba; otra muy distinta era demostrarlo sin tapujos. Las paredes eran lo suficientemente gruesas para siempre, siempre filtrar lo que pretendiera salir, sin importar cuán agrietadas estuvieran.

    Conocía el peso de las resistencias. No me costaba querer a la gente, de hecho a veces quería más de lo que debía, sólo que lo veía demasiado tarde. Mis resistencias existían en otro lugar, pero las de Arata estaban precisamente ahí. Sabía que, al final del día, era cuestión de ceder. Todo sería inútil si no me dejaba quererlo y eso... por alguna razón eso era todo lo que me importaba en ese momento. Me di cuenta que tenía preparada, empaquetada y lista para entregar la misma clase de cariño que le concedía a los niños, a Maze, que probablemente guardara en mi corazón para Daute hasta morirme de imbécil. Era un amor necio y desinteresado, que esperaba poco y nada a cambio.

    Me encontraba en las entregas, era mi tipo de egoísmo.

    Por ello me habría bastado realmente si sólo suspiraba y permanecía en el abrazo. Me habría bastado que lo aceptara y ya. Pero no lo hizo. Quizá fuera una tontería esto de ser tan débil a detalles tan pequeñitos; quizá no debiera darle tanta importancia a los almuerzos de Maze, la 'nobleza' de Suiren o este abrazo, estas palabras. Quizá no debía, quizás estuviera más a salvo si no lo hacía.

    También te quiero, linda.

    Pero de eso se trataba la luz dorada, ¿no?

    Más de lo que debería pero qué importa.

    Encontrarse en las entregas.

    Y recibirse con los brazos abiertos.

    Honestamente no esperaba que lo dijera, pero lo hizo y me sentí una chiquilla de cinco años. Agradecí al cielo que no pudiera verme, toda la expresión se me contrajo y escondí el rostro en su cuello con movimientos lentos. Las caricias que empezó a dedicarme pretendieron calmar y empeorar el impulso de echarme a llorar, aunque al final gané la pulseada y, a fuerza de respirar y respirar, logré centrarme. Quizás hubiera sido más saludable abrir la represa y ya, pero no podían pedirme tanto. No recordaba la última vez que me había echado a llorar frente a alguien.

    That's cheating —me quejé, mi voz salió amortiguada desde mi escondite y soné como una cría enfurruñada.

    Esperé un poco más para levantar la cabeza, tomé aire y suspiré. Una vez me aseguré que el peligro había pasado, desenredé los brazos y me deslicé hacia atrás. Encontré sus ojos, contuve una risa y le pesqué la mejilla para estirársela.

    —Se suponía que eras un tough boy, ¿quién eres y qué hiciste con mi criminal favorito? ¡No me sirves así, tendré que devolverte!

    Un chispazo de alegría genuina se ramificó dentro de mi pecho, sentí como si iluminara un montón de lugares oscuros y volví a engancharme de su cuello con ambos brazos. Le dejé un beso en la mejilla izquierda, luego la derecha, sin demasiada prisa me estiré y alcancé su frente. Quería que se lo grabara en el cerebro con fuego, si hacía falta. Quería volver a encontrar la luz que había sacado de su pecho y atarla a un palito frente a sus ojos para que jamás, jamás, jamás la perdiera de vista.

    And I'll be waiting for the light that guides us through the worst of nights. —La canción empecé a murmurarla contra su piel, luego regresé los pies al suelo y le piqué la punta de la nariz como si fuera un niño—. And I'll be waiting for the sign you're coming back, and you have found your path.

    El dedo que había tocado su nariz siguió pinchándole lugares azarosos de la cara. Al final descendió y, junto a la última palabra del estribillo, se presionó sobre su pecho. No sabía si lo recordaba, tampoco creía que hubiera entendido la canción al detalle. Me gustaba hacer estas cosas, al fin y al cabo. Conjurar hechizos y creer en la magia, incluso si no tenía el más mínimo sentido. Quizá fuera culpa de tratar con los niños.

    Todo estará bien y volverás, quería decirle.

    Mientras tanto, esta luz permanecerá siempre contigo.

    —Eloise se la cantaba siempre a los niños —expliqué después, sobre el silencio—. Tantas, tantas veces la escuché por la puerta entreabierta que al final me la aprendí de memoria. Y cuando quise acordar, era yo quien se las cantaba. Me gusta prometerles eso. Que pueden crecer, irse lejos y vivir sus vidas, y que siempre, siempre los estaré esperando si desean volver. Es el... es la seguridad que cualquier hijo debería sentir, ¿no? De tener un lugar al que volver, pase lo que pase.
     
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    No le guardaba afecto real a demasiada gente, la verdad fuese dicha, pero los desgraciados que seguían a mi lado eran intocables incluso si yo no hacía más que picarlos todo el maldito día. Era una mierda de lealtad, cariño y no sé qué cosas, no importaba mucho, y puede que solo ahora en esta confesión de pecados y emociones revueltas entendiera que me habían tocado tanto las pelotas con la foto porque, aunque prematuro, ya Sasha había lanzado una línea al océano y yo la había tomado.

    Que no era un traidor que vendía a mis conexiones, sí, ¿qué más?

    Puede que Yuzu lo hubiese entendido antes que yo incluso, cuando me preguntó qué mierda había hecho y le pedí el favor. Me estaba tomando demasiadas molestias para limpiar mi nombre, más de las que me había tomado antes, porque se habían intentado cargar uno de mis pocos intentos recientes de amistad. Ni siquiera me habían dejado intentar.

    Habían soltado la guillotina sin saber que tenía las vértebras del cuello convertidas en roca.

    Me había resistido como un hijo de puta porque la vida que tenía no merecía la pena que arrastrara a nadie que no estuviera manchado por el mismo destino, pero entonces lo habían jodido todo y solo me quedaba darle a Sasha los cuchillos, era eso o enviarla al campo desarmada. No había nada más jodido que saltar al pozo de sombras sin una vela y no podía hacerle eso, no cuando sabía que era esa tonta que quería a todo el mundo.

    Bajo esa misma lógica fue que le respondí en vez de callarme, entre el fantasma de Yako haciendo de ancla al mundo y la conciencia de que Sasha era una buena chica, que lo sería sin importar en qué hueco del infierno tuviese que meterse, sentí que lo menos que merecía era que se lo dijera directamente en vez de guardármelo como un secreto a voces. La quería, ya estaba hecho y dejarlo escondido no le servía a nadie.

    La sentí esconderse en mi cuello, por la cantidad de tiempo que tuvo que respirar supuse que la había dejado demasiado cerca del borde de descargar la represa, así que solo la esperé. La esperé como hacía con mis hermanos y como había hecho al cuidar al imbécil de Sonnen cuando Hikkun lo cagó a palos, sin moverme hacia ninguna parte.

    Su queja de que era trampa me sacó una risa baja, resignada, pero no dije nada hasta que se separó para encontrar mis ojos y me estiró la mejilla. Bufé sin molestia real, lancé los ojos a cualquier lugar que no fuesen los suyos y mantuve los brazos alrededor de su cuerpo.

    —Tenías que leer lo que ponía en la letra chiquita, no sé. No pasé las pruebas de fabricación y me tiraron al mercado aún así.

    Si iba a decir algo más la mente me quedó en blanco cuando se enganchó a mi cuello de nuevas cuentas, siguió inquieta como chiquilla de cinco años y cerré los ojos, soltando el aire por la nariz mientras recibía los besos. Alcanzó mi frente, entendí que había algo particular en ese gesto y el revoltijo de cosas me siguieron anudando la garganta.

    Su murmuro contra mi piel, la canción, me hizo tomar un montón de aire para mantener la compostura y agradecí haber cerrado los ojos para no seguir pasando la vergüenza del siglo. No entendí del todo lo que decía la letra, que algo de la luz y la noche, que esperaría por la señal de regreso y no sé qué. Había quedado tocado porque incluso sin poder alcanzar la traducción de la cuestión entendí que incluso si me iba a la mierda, si volvía y la buscaba... Iba a recibirme.

    Tenía que ser la chica más tonta que había conocido nunca.

    Estaba loca.

    Y la quería por eso.


    Su dedo detuvo su recorrido en mi pecho, fue allí donde picó por última vez, y casi como si hubiese presionado un botón abrí los ojos para detenerlos allí. Cuando me creí capaz volví a alzar la mirada para repasar sus facciones, mencionó a Eloise y me acordé también de lo de la chispa de luz, y siguió hablando sobre la promesa que le gustaba hacerle a los niños. Volví a reír por lo bajo y pensé que sí, que nosotros los hermanos mayores que tomábamos el lugar de los faltantes hacíamos eso.

    Construíamos lugares cuya base eran esa clase de promesas, todo para darles a los que venían detrás la certeza de que tenían a donde volver.

    Desenredé los brazos de alrededor de su cuerpo por fin, lo hice despacio, y de la misma manera encontré su rostro con las manos. Me valí de eso para hacerla agachar un poco la cabeza, lo suficiente para poder darle un beso en la frente y me quedé allí, con los labios suspendidos contra su flequillo mientras hilaba pensamientos. No podía pedirme mucho, la verdad, estaba haciendo un esfuerzo colosal todavía por mantenerme centrado y por luchar contra mi propia corriente.

    —Te la pasas creando refugios para los demás —concluí de repente, cuando la neurona me funcionó para algo—. Al hacerlo creaste los tuyos también, incluso si no los ves, y aunque no puedo hablar por nadie más tienes que saber que el refugio está aquí. Que puedes buscarme y descansar aunque sea cinco minutos de pasarte la vida construyendo bases para el resto.
     
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    —¿Tengo cara de no leer la letra chica de los contratos? —repliqué, frunciendo el ceño para mantener la broma—. Esto, señor, fue una estafa hecha y derecha. Luego tendrás que pasarme con tu supervisor.

    Tras dejarle los besos y alejarme, noté que había cerrado los ojos. No estaba segura de las razones pero me recordó en parte a los niños, a las veces que jugaba con los mellizos y los convencía de estar escondiéndonos tras el sillón de un ogro gigante. Les decía que cerraran los ojos y murmuraran cualquier hechizo de los que salían en sus libros favoritos, que si lo hacían, el ogro simplemente desaparecería. Sobre la oscuridad pasaban cosas diferentes, nos permitía ver otros mundos. Sobre la oscuridad liberamos las luciérnagas, Danny navegaba entre las estrellas y conectaba con quienes ya se habían ido.

    Con la misma magia podíamos crear refugios.

    Mi dedo en su pecho pareció reactivarlo, abrió los ojos y bajó la vista. Cuando tomó mi rostro lo dejé hacer, agaché ligeramente la cabeza y parpadeé despacio, con la mirada perdida en la imagen borrosa, más oscura, de su silueta. Permaneció sobre mi frente y yo inhalé. Era su aroma, era su propia sombra y recordé que me la había ofrecido. Que la había aceptado.

    —Lo sé —respondí, en voz baja, y alcé el rostro para sonreírle; la cercanía no me molestó en absoluto, si debía ser honesta—. Sólo nos sentimos seguros si confiamos en el cuerpo que proyecta la sombra, ¿no?

    Apoyé las manos a ambos lados de su cintura y presioné apenas, pretendiendo aseverar mi punto.

    —Llevo ya un tiempo descansando contigo. Incluso si no lo ves, la imagen va hacia ambos lados. Tú también construyes esos refugios.
     
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    Zireael

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    Su respuesta a lo de la letra chica tenía sentido, es más, si había uno capaz de firmar algo sin leerlo ese era yo, pero por molestarla decía cualquier cosa. Ante su acusación de estafa me encogí de hombros y dejé el asunto morir, demasiado ocupado con lo que fue surgiendo después como para regresar sobre la tontería, así que como la dije la olvidé.

    Que hubiese cerrado los ojos cuando se montó el numerito de los besos era porque por mucho que hubiese logrado ceder a mis propias restricciones, no era algo que pudiese solo ignorar del todo tan fácil. Además percibía el afecto en sus gestos, en cada punto donde me tocaba, y me había pasado años revolcándome en el tacto de las personas sin pretensiones de cariño, tanto que no sabía del todo qué hacer con esto. El impulso de zafarme no desaparecía, pero se sentía agradable físicamente hablando y no podía ponerle tanta resistencia a eso.

    Era cálido y sabía a casa de una forma extraña, porque las paredes de mi hogar eran más bien frías. Resistían pero eran heladas casi siempre y estaban manchadas de sangre por mi propia culpa.

    Hablaba tanta mierda a diario que había olvidado lo que le había dicho de la sombra, que era lo poco que tenía que ofrecerle, pero cuando lo trajo sobre la mesa se me escapó una risa resignada. Relajé las manos, mis dedos se deslizaron por su cabello aunque no la solté del todo y cuando recibí su sonrisa le pellizqué las mejillas como si fuese una cría.

    En mi mente a veces lo era.

    —Me alegra que recuerdes las novecientas idioteces que digo al día, sale una cosa importante cada quinientas —respondí en un volumen parecido al suyo y cuando terminó de hablar me incliné para dejarle un beso bastante exagerado en la mejilla—. Bueno, pero detén la confesión que mi imagen de pandillero y eso va a quedar en el subsuelo. Luego te vas a quejar que te salí defectuoso, pues es lo normal si fuerzas tanto a la máquina, mujer.

    Tomé aire, lo solté y reajusté la posición para volver a rodearla con los brazos; al hacerlo la levanté de un solo movimiento para volver a sentarla en el escritorio, siendo que se había bajado más que todo por culpa mía. Con eso hecho me separé de ella, le di una palmadita en ambos muslos y la dejé quieta para sentarme a su lado, echando la cabeza en su hombro sin permiso de nadie.

    —Gracias por la confianza —murmuré, tranquilo, aprovechando que seguía pegado como moco y le alcancé su bento—. Ahora come, que luego te me desmayas por las esquinas o algo.
     
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    Gigi Blanche

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    Cuando quitó las manos de mi rostro, sentí el camino vago que realizó sobre mi cabello y me desinflé lentamente los pulmones. Luego me picó las mejillas y no opuse demasiada resistencia, aunque un quejido bajo sí vibró en mi garganta. Su respuesta me hizo gracia y no llegó a convertirse en risa, pero su beso sí me estiró muchísimo la sonrisa. El resto de la cuestión me la soltó mientras volvía a rodearme para subirme al escritorio, que dejara de arruinar su imagen y no sé qué más. Hice un mohín por la pura gracia, en sí no me quejé y acepté el bento apenas me lo dio. Algunas puntas de su cabello me hicieron cosquillas en la mejilla y arrugué apenas la nariz.

    Su agradecimiento rebotó con suavidad entre las paredes y, como toda respuesta, giré el rostro para dejarle un beso en la cabeza. Él mismo había pedido que preservara su reputación, ¿no?

    —Pues vale, arranca entonces el plan para recuperar tu imagen de chico malo —solté con calma, mientras abría el bento sobre mi regazo—. Hmm... Cuéntame la última cosa de chico malo que hiciste. O que dijiste, da igual.

    Pillé el primer bocado de arroz y me lo llevé a la boca sin prisa. Era un buen comienzo, ¿no?
     
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    Zireael

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    Había escuchado el quejido que le sacó que le picara las mejillas, por bajo que fuese, y contuve el impulso de reírme no supe ni cómo, supuse que porque seguí haciendo el imbécil. El beso le estiró la sonrisa, que era lo que pretendía de por sí, aunque detrás le hubiese soltado la sarta de quejas de turno, pues porque vivía de eso o algo.

    Mi agradecimiento no tenía pretensiones de ser mucho más que eso, pero su respuesta fue un beso en la cabeza y me desinflé los pulmones en un suspiro inconsciente. Mientras pasaba todo eso había alcanzando uno de los sándwiches, lo desenvolví y le di un mordisco inmenso cuando ella estaba hablando de que era mi momento de recuperar mi imagen y no sé qué.

    —Ya, ¿pero quién dañó mi imagen para empezar? —Me quejé luego de haber masticado y negué con la cabeza, bueno, algo así teniendo en cuenta la posición—. Para ser la secuestrada que terminó en un estudio de tatuajes te haces mucho la tonta, ¿no te parece? Aunque eso fue como un revoltijo de comportamiento estándar de mala influencia y una promesa, no sé cómo encasillarlo.

    La pausa que hice fue para darle otro mordisco al sándwich, le di un poco de vueltas a la cuestión y encontré más mierdas en las semanas anteriores que en estos últimos días. Y ya eran mierdas que hasta yo me cuestionaba si valía la pena contarle, con el peso real que cargaban.

    —¿Colarme en fila usando mis poderosas influencias, mejor conocidas como hablar hasta con los árboles, cuenta? —pregunté con la boca medio llena—. Más de uno se debió haber mosqueado por esa mierda.
     
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  12.  
    Gigi Blanche

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    Lo dejé pensar la respuesta, aunque la resolución fue un poquito decepcionante. Solté un suspiro ligero, había seguido comiendo y antes de decir nada pillé su muñeca, la del sándwich. Con movimientos tranquilos lo redirigí hacia mí y le di un mordisco de tamaño normal. Mientras masticaba, junté algo de arroz con pollo y le acerqué los palillos a la boca.

    —No debería, pero te la dejaré pasar —resolví, cambiando los palillos a mi mano izquierda para sacar el móvil del bolsillo de mi falda; comencé a usarlo con gesto algo indiferente—. No pasa nada, ahora estoy comprometida con la causa y me encargaré personalmente de restaurar tu imagen.

    Había encontrado lo que buscaba, pero antes de hacer nada lo miré de soslayo y me sonreí. Dejé el bento en el escritorio y, considerando que seguía apoyado en mi hombro, me incorporé con movimientos cuidadosos. Una vez de pie, me situé frente a él y descansé las manos en sus muslos. Probablemente mi sonrisa ya anticipara mis intenciones.

    —Ya que tenemos una... sociedad, se me ocurrió que podemos seguir explotándola. Ayudarte y ayudarme, ¿no? Aunque necesitaríamos un tercero, esta vez con conocimientos específicos.

    Moralidad aparte, no podía negarle a nadie que esas mierdas las disfrutaba más de lo que debería. Cazar las ideas flotando en el aire, moldearlas, darles forma y consistencia. Hacerlas funcionar. Tamborileé vagamente los dedos sobre sus piernas, ladeando apenas la cabeza.

    —¿De casualidad conoces a un... artesano? O artista. Alguien que maneje bien la motricidad fina y sepa trabajar los metales. Y esté de este lado del charco, claro.
     
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  13.  
    Zireael

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    Sabía que la respuesta no cumplía con las expectativas, pero en mi defensa (o condena) me había estado bastante tranquilo luego del espectáculo principal. En gran parte no me daba mucho la energía para hacer algo diferente, quería decir, más allá de romper las pelotas y hablar hasta por las orejas. Igual me distrajo el hecho de que me agarrara la muñeca, pero apenas adiviné las intenciones aflojé el brazo y la dejé arrastrarme para que le diera el mordisco al sándwich. De la misma forma recibí el bocado de arroz con pollo, más o menos en automático.

    Dijo que me dejaría pasar la decepcionante respuesta, así que solté una risa baja y acepté en silencio que se comprometiera con la causa de, no sé, regresarme al camino del mal. Me había dado cuenta de que había sacado el móvil, pero no le llevé mucho el apunte porque no mucho después se incorporó, dejando el bento a un lado. Me lanzó cierta expectativa encima, claro, pero todo lo que hice fue seguir comiendo aunque enarqué una ceja cuando soltó lo de la sociedad y no sé qué.

    Había puesto las manos en mis muslos, la sonrisa la había delatado antes de hablar ya de por sí, pero todo el numerito me hizo gracia y le puse más atención que de costumbre. Tamborileó los dedos, yo dejé los últimos bocados del sándwich a un lado y tomé la soda que había comprado, abriéndola sin quitarle los ojos de encima a Sasha.

    A fin de cuentas yo le había dicho que fuéramos socios oficiales.

    Su pregunta me hizo fruncir apenas el ceño, me pareció extrañamente específica y tuve que darle cabeza varios segundos. Me costó más de lo que hubiese querido recordar al muchachito, el hermano menor de Ikari, un tipo que era generacional con nuestro Yako.

    —En el bar han estado mandándome a Bunkyo a dejarle pasta a otro tipo y no sé qué mierdas. A veces me mandaban varias veces desde que entraba a trabajar y otro día me cerraron el turno con eso —comencé a explicar pues porque sí, porque había que dar contexto y yo de por sí era una cotorra—. Como sea, pasé a tomarme una cerveza en un agujero que conocía de antes y terminé hablando con un chico de apellido Ikari; su hermano mayor controlaba el barrio hasta hace relativamente poco y le cedió el trono. No parece interesado en, no sé, nada en particular más que tener un lugar donde pasarla bien con seguridad, lo que quiere decir que su moralidad es lo bastante gris para quedarse en este mundo por una tontería. No sé si sigue en el instituto, si se graduó ya o qué, pero bueno que se desbocó a parlotear y me terminé dando cuenta de que está metido en el rollo este de las artes.

    Le pegué un trago al refresco, de paso me sirvió para hacer una pausa y seguí con la respuesta.

    —Supongo que será aprendiz de alguien, porque trabaja bastante bien para ser de nuestra edad. Tiene pinta de saber lo que hace —respondí aunque el tío solo me había enseñado un par de fotos—. Supongo que puedo hablar con él dependiendo de qué idea tengas. Espero grandes cosas, en vista de que pides mano de obra.

    el poder del cine justificando todo *sips tecito de planes malvados*
     
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  14.  
    Gigi Blanche

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    Noté que había captado su atención, cosa que me servía y, ya de paso, me satisfacía. No había novedades por ahí. Sabía que mi pregunta era bastante repentina y específica, de modo que aguardé tranquila a que lo pensara. Aproveché aquellos segundos para imitarlo. Sin moverme de mi posición frente a él, me estiré hacia el costado y pillé mi refresco. Estaba dándole el primer trago cuando empezó a responderme. Su referencia del tal Ikari era más bien vaga, pero si no se le ocurría ninguna otra persona podríamos empezar ahí.

    —¿Te mostró algo? Su instagram, o alguna cosa así que podamos ver —pregunté, procesando las ideas a velocidad dentro de mi mente.

    En cualquier caso, si Arata iba a ser el intermediario debía tener una noción clara de lo que pretendía. Alcancé mi móvil, lo había dejado con el carrete de fotos abierto y entré a una, la primera de una tanda de fotos de joyas. Había collares, pulseras, anillos. Se lo extendí para que lo tomara, para que recorriera las imágenes, y empecé a hablar.

    —Nuestras propinas en el club suelen venir en metales. Regalar joyas es lo más sencillo para alguien con dinero, siempre gustan y siempre quedan bien. Hay una circulación absurda de esas cosas, tanta, que las chicas básicamente armaron un... pozo común de accesorios. Regalos viejos, de clientes que ya no vienen al club o de tipos que cagan tanto, pero tanto el dinero, que ya no recuerdan lo que compraron el mes pasado. De por sí tenían buena pinta, como puedes ver, pero quería sacarme la duda y la otra noche me llevé una pulsera para llevarla con un tasador. La cifra fue ridícula.

    No sabía por qué foto iría y tampoco me interesaba demasiado, incluso si se pasaba. Era consciente de que había coladas algunas fotos que me había sacado en el club, frente al espejo de los vestidores y así, pero eran fotos que había tomado porque genuinamente me sentía bonita y ¿me apenaba el hecho? La verdad que no.

    —Lo pensé, entonces. Si son joyas intercambiables, que no le importan a nadie y aún así salen un huevo, ¿por qué no... sacarle provecho? —Había bajado la voz casi sin darme cuenta—. Si nos las ingeniamos para replicarlas, podríamos reemplazarlas y luego vender los originales en cualquier agujero que conozcas.

    Tomé aire por la nariz, desviando brevemente la mirada. Llevaba aún una seguidilla de sensaciones impresas en la piel, anudadas al pecho. El IV en el cuello de Frank, las luces rebotando en su dado oscuro, el azar y su voz hablando del caos controlado. Su voz y ya.

    Temerle al caos es incluso más irracional que el caos mismo.

    ¿Has apostado alguna vez, linda?

    En el azar también hay estabilidad.

    ¿Tienes tanto que perder?

    Embrasse le chaos, ma chère.

    —Lo que sale mal una vez, no sale mal dos veces —parafraseé a Frank, esbozando una sonrisa suave, y me valí de ambas manos para instarlo a separar las piernas. Me colé en el espacio, bajando aún más la voz—. ¿Qué dices, cielo? ¿Vale la pena el riesgo?
     
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    Zireael

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    Sabía que no había mucho de dónde agarrarse al poner a Ikari sobre la mesa, el crío en este momento era un fantasma en la vida de ambos y yo estaba pescando nada más lo que había parloteado en el rato que estuve en el recoveco que administraba. Era como meterse a un basurero, sacar cualquier porquería y decir que servía; en resumen, algo de desesperados, suertudos o acumuladores.

    —Algunas fotos en su teléfono —respondí casi encima de sus palabras, pues porque me había puesto el cerebro a cien un poco de la nada—. Supongo que le puedo decir que me las envíe, intercambiamos números y tal.

    Iba a decir algo más, pero se me olvidó en cuanto Sasha me extendió su teléfono y empecé a pasar las fotos. Era un lote de joyas que no dejaba nada que desear, sabía poco del valor del metal, en general no había llegado a robar demasiadas cosas del estilo porque la gente las llevaba puesta y yo, vaya, era un oportunista. Sacaba carteras, billeteras y teléfonos, no mucho más. Dar con una joya en una bolsa mal cerrada era casi un milagro, pero a veces sucedía y pagaba bien dependiendo de la calidad y a quién se la quisieras vender.

    No era demasiado listo, pero ya estaba oliendo por dónde iba esto.

    Honestamente no podía decir que me desagradara.

    La escuché mientras husmeaba las fotos, no me sorprendía que los viejos que pagaban por la compañía de chicas bonitas tuvieran dinero que despilfarrar, el suficiente para aventar joyas a diestra y siniestra. Era la otra cara de la moneda, mientras unos mordíamos el hueso cada mes otros cagaban dinero al aire y ya. Sasha no era tonta, eso debía rescatárselo, era la cabeza funcional de esta suerte de sociedad por una razón, así que cuando la escuché decir que había llevado una pulsera a un tasador la sonrisa que me alcanzó los labios fue el anuncio de la desgracia.

    Dejé de pasar fotos cuando se terminó el lote de joyas, quería decir, dejé de pasarlas a la misma velocidad por lo menos. Si me había dado el teléfono tan pancha supuse que daba igual, pero me distraje viendo las fotos suyas y me permití una risa baja, casi una mera vibración. No había dejado de escucharla de todas formas, su voz bajó y soltó la idea.

    Lo dicho, era la mente maestra de esta sociedad.

    La había dejado monologar, hilar las ideas y presentarme el proyecto del siglo, de hecho guardé silencio hasta que se coló entre mis piernas, momento en que la sonrisa de mierda me regresó a la cara luego de haberse sosegado en quién sabe qué momento. Sus palabras me vinieron en gracia, para qué mentir, y dejé la lata de soda a un lado y también su móvil para inclinarme en su dirección; le dejé un beso en la mejilla, otro en la línea de la mandíbula y me quedé allí.

    —¿Sacarle dinero a las propinas de un montón de imbéciles que cagan billetes? —pregunté por la pura ironía, cerca de su oído—. A mí me suena a que es el ciclo de la vida nada más. Alguien tiene que hacer el trabajo de Dios, ¿no, cariño? ¿Y qué mejores candidatos que nosotros? Lo que sale mal una vez, no sale mal dos veces.

    Había repetido la mierda casi como un mantra, sin siquiera saber de dónde venía, pero era lo que llevaba pensando desde que le di el sobre con el dinero, incluso antes cuando fui a buscarla a su clase en vez de seguir corriendo. La cuestión nos había salido como el culo una vez, pero dos no.

    No íbamos a permitirlo.

    Colé la mano izquierda en el espacio entre nosotros, la del indicador, y le corrí parte del cabello hacia la espalda. Le respiré encima medio sin querer, le di un beso liviano en el cuello y retrocedí para poder mirarla a los ojos, me vi reflejado en la plata derretida de inmediato.

    —Además, ¿cómo voy a decirte que no? Con lo guapa que te ves cuando me traes ideas de mierda~
     
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  16.  
    Gigi Blanche

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    Arata me había respondido casi al instante, pero ya con la misión de alcanzarle el móvil y explicarle mi idea fue que decidí almacenar la información y postergar el asunto de Ikari para después. La pantalla le iluminaba tenuemente el rostro conforme pasaba las fotos y no supe quién estaba más cagado, si yo por tener las ideas de mierda o él por aceptarlas sin cuestionárselo ni un minuto. Para la gracia, cualquiera de las opciones me servía.

    Separarle las piernas y colarme en su espacio fue una suerte de aviso silencioso de que la TED Talk estaba acabando e iba a necesitar una respuesta. La sonrisa que alcanzó su rostro fue oscura, se amalgamó con la iluminación tenue de aquella habitación y me rozó el cuerpo aquí y allá con sombras de diferentes recuerdos. La mayoría, para mi desgracia, eran algo borrosos y los ubicaba debajo de una puta escalera.

    Era su sonrisa de cagadas, ni modo.

    Seguí sus movimientos en silencio, al retirar la lata y mi móvil de en medio. Se inclinó después, sentí la presión de sus labios en la mejilla, la mandíbula también, y me sonreí. Me habló cerca del oído y lancé la vista a cualquier punto de la pared, atendiendo a sus palabras, en parte, y en parte a la cercanía. Mis manos seguían en sus piernas y deslicé los pulgares un poco, abarcando más terreno, concediéndole una caricia vaga.

    El trabajo de Dios.

    Lo dejé seguir marcándose el numerito, juraría por mi madre que lo estaba disfrutando como un cabrón. Repitió mis palabras, las sentí cerca de la piel, cerca de todo el cuerpo y pensé que no era la primera vez que hacíamos estas mierdas. En la piscina, cuando quemé la puta foto, también se sintió así: como un mantra. Para que lo olvidáramos, para que no nos obsesionáramos en ninguna venganza. "Son sólo insectos", había dicho. "Podemos aplastarlos cuando queramos". Era la practicidad de mi pensamiento usual permeada, quizá, con su oscuridad. La de la tinta, las escaleras y su sonrisa.

    Una sombra que protegía y atacaba.

    Ladeé la cabeza casi por instinto cuando me corrió el cabello, bajó a mi cuello y las puntas de su cabello me rozaron el rostro. El beso fue liviano, pero los recuerdos pulsaban y bastó para cosquillearme en la piel y el resto del cuerpo. Apreté sus muslos un poco más, aproveché para conferirle una caricia más amplia y recibí sus ojos de regreso. La tontería que soltó me ensanchó la sonrisa.

    —Consigue las fotos de Ikari y reenvíamelas —solicité, aunque en el tono se me coló cierta demanda y arrastré las manos hacia arriba, lentamente—. Ya de paso tantea el terreno y fíjate si tiene pinta de querer sumarse a la causa. Luego te envío una foto así la tienes de referencia.

    Detuve el avance justo antes de alcanzar otra clase de terreno, aunque por la gracia seguí tentando el límite con la yema de los pulgares. Me valí del punto de apoyo para inclinarme y rozar sus labios, echándole la sonrisa encima.

    —¿Alguna otra pregunta, hon?


    vi la canción adentro del spoiler y el cambio de cinta y fue *insta zukulemtho* i didnt even flinch
     
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  17.  
    Zireael

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    Al final del día hacía el trabajo que le correspondía a toda correntada de aire, ¿no? Instigar y nada más. Era posible que si Sasha me alcanzaba un fósforo yo me encargara de convertirlo en un puto incendio solo porque sí, porque me salía de las pelotas y punto. El mundo me debía un montón de cosas que iba a darme nunca y en consecuencia yo me encargaría de joder todo lo que estuviese de las paredes de mi casa hacia afuera. Si incluía usar el dinero que otros despilfarraban no era más que un extra, la cereza del pastel.

    Mi tarea era transformar todo en algo a gran escala.

    Su acercamiento fue la manera silenciosa de anunciar que quería una respuesta, el resto del espectáculo lo monté porque era un intenso de mierda que no podía estar dos segundos sin tocarla y no me molestaba en disimularlo. Sentí el movimiento de sus pulgares, el terreno que abarcó con esa caricia y me sonreí en medio del par de besos que le di antes de seguir con el show.

    Era eso, ¿no? De mi parte al menos.

    A falta de un Dios me encargaba de tomar el lugar de uno si me empujabas lo suficiente.

    La forma de moverse que tenía Sasha era, en general, bastante centrada. El fiasco de los móviles había sido eso, un fiasco, un error al pretender confiar demasiado en el entorno donde me movía, pero con esto las cosas eran diferentes y más... serias. Ikari quizás no fuese más que un idiota que le ponía una cerca a su patio de juegos para que nadie más le interrumpiera la tarde con sus amiguitos, pero a mí me servía. Si aceptaba unirse a la causa me daba igual cómo viviera su vida.

    Las redes de información decían que era leal, eso bastaba.

    No tenía espacio para errores ni traidores.

    El movimiento de sus manos me fundió un poco el cerebro, presionó, amplió las caricias y me dejó seguir el numerito. Mi estupidez le ensanchó la sonrisa un segundo antes de que me dijera, más bien demandara, que le pidiera las fotos a Ikari y todo el resto; fue suficiente para hacerme reír por lo bajo una vez más. No había dejado las manos quietas, la cabrona, y tomé un montón de aire por la nariz cuando se detuvo al borde y se quedó tentando.

    Pasé saliva tratando de concentrarme o algo, pero cuando se inclinó su sonrisa me cayó encima y me rozó los labios al soltar la siguiente tontería seguí perdiendo funciones neuronales. Me quedé en mi lugar, no retrocedí al instante y la sonrisa de cagadas, como bien la conocía ella, me estiró más los labios y aunque no le contesté busqué mi teléfono en la bolsillo sin quitarle los ojos de encima, puede que el movimiento me hubiese acercado más a sus manos puede que no.

    Miré la pantalla los segundos suficientes para encontrar el contacto de Ikari, abrir un chat con él y presionarle a la tecla de grabar audio. Seguía estúpidamente cerca de Sasha y aún así hablé como si nada, mirándola.

    —Hey, Ikari. La charla del otro día estuvo interesante, ¿me puedes pasar las fotos que me enseñaste? O las que quieras en realidad —comencé con el tono normal, como si no estuviera pegado a ella—. Le contaba a una amiga que había conocido a un chico que trabaja con metales, entonces quería mostrarle. Si andas por Shinjuku estos días me avisas, puedo invitarte a una cerveza.

    Con la última palabra solté el botón, el audio se envió al instante y apareció como recibido. Dejé el teléfono a un lado sin siquiera salirme del chat o bloquearlo y fingí pensar unos segundos, a ver si tenía más dudas o la mierda que fuese.

    Hecho, cielo.

    ¿Algo más que requiera la señorita?

    —Ah, sí —dije como si acabara de acordarme de algo y le hablé casi encima—. Como soy un socio tan bueno, con tantas conexiones esenciales con el bajo mundo, ¿me llevo un incentivo?

    Ahora que volvía a tener las manos libres encontré su rostro, encajé una mano a cada lado con cierta firmeza y la besé, de momento no cargó especial maña ni nada. Al separarme me quedé cerca de ella, rozando sus labios prácticamente.

    —Esas manos, linda —advertí con la diversión bien impresa en la voz a pesar de que había bajado el tono—. Mira que ya sé que eres mano suelta por naturaleza. No me emociones tanto a la una de la tarde.


    That was me and my son doing Satan's God's work
     
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  18.  
    Gigi Blanche

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    No había estado en mis planes que atendiera a mi pedido de inmediato, aunque tampoco podía decir que la idea me desagradara. Había, simplemente, anticipado otra reacción por su parte. Permanecí muy cerca, muy quieta, absorbiendo hasta el más ligero de sus movimientos, mientras me dedicaba a repasarle las facciones porque sí. Coló la mano en uno de sus bolsillos, lo sentí debajo de la mía y me sonreí, sin retirar ni puntualizar el ligero acercamiento que eso había provocado.

    Esta vez, su propio móvil le iluminó el rostro. Parpadeé con cierta lentitud, esperé y, cuando recibí sus ojos de regreso, cuando empezó a hablar, me incliné. Esquivé su boca, su mejilla y me hundí directamente en su cuello. Le dejé un beso justo debajo de la mandíbula, me remojé los labios y fui bajando. Su voz seguía rebotando entre las paredes como si nada y despegué la mano derecha de su pierna para anclarla al otro lado de su cuello. Presioné, profundicé y me dejé llevar... un poquito. Le respiré encima al llegar a la línea de sus hombros, el uniforme molestaba y descarté la idea de hacer algo con eso. En su lugar, deslicé la punta de la lengua de regreso y acabé el numerito con un último beso, amplio y algo brusco, justo en la curvatura de su cuello.

    Al final no conseguí mi misión de distraerlo de su dichoso audio, qué cosa más triste. Me erguí cuando dejó de hablar, evidenciando mis intenciones iniciales, y le dediqué una sonrisa inocente. Deslicé la mano por su cuello y la camisa hasta regresar a su pierna, como si nada hubiera pasado, y le pregunté entonces si tenía alguna otra pregunta. Fingió pensarlo unos segundos, dio con la idea de mierda de turno y el cuerpo me cosquilleó en expectativa.

    Ancló las manos a cada lado de mi rostro y me besó por fin. No fue ninguna locura, pero esto de los build up funcionaba bastante bien conmigo y ya de por sí llevaba mucho, quizá demasiado tiempo haciendo el imbécil aquí y allá, sin concretar nunca nada. Disfruté la firmeza del agarre, el beso en sí, y volví a joder con la mano. La subí por su pantalón sin mucho rumbo, rocé los bordes de su camisa y la colé dentro, afirmándola contra su cintura. Su piel estaba bastante cálida y le clavé los dedos, un poco las uñas en el proceso.

    Al separarse, se mantuvo jodidamente cerca de mi rostro y solté el aire con cierta pesadez. Le gustaba quejarse, eso ya lo sabía. Se había quejado de mi top, se quejaba de mis manos. Sonreí, fue un gesto suave y despegué ambas manos de su cuerpo, mostrándoselas a cada lado.

    —¿Te estaba emocionando? Sorry —murmuré, irónica, y acerqué las manos a sus hombros—, I didn't mean to.

    Colé los dedos dentro de las solapas del blazer y empujé suavemente, recorriendo la línea de sus brazos. La tontería me forzó a inclinarme más hacia él y me acerqué a su oído, pegándome lentamente a su pecho. En verdad no tenía ningún plan maestro en mente, sólo estaba haciendo lo que me saliera de los huevos.

    —Ahora que lo pienso mejor, esta ropa no te pega mucho, ¿no? —murmuré, divertida, y con la chaqueta fuera de juego regresé a mi posición inicial. Navegué los botones de su camisa, prendada a sus ojos—. Shall we fix it?
     
    • Zukulemtho Zukulemtho x 1
  19.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Me había dado el venazo por atender su pedido de inmediato, porque sí, por la gracia nada más. Quizás para ver su reacción, no estaba muy seguro, pero tampoco importaba demasiado como era usual.

    El caso es que había buscado cobre y había encontrado oro.

    Para cuando quise darme cuenta había hundido el rostro en mi cuello, sus labios encontraron mi piel y si seguí hablando como si nada fue un milagro. Además, no podía cortar el show porque sí, ¿cierto? Eso no quería decir que no lo estuviese disfrutando como un cabrón, me sonreí con ganas, sentí su mano al otro lado de mi cuello y el beso de cierre estuvo a punto de atorarme una respiración en la garganta, pero evité la tragedia por los pelos.

    Luego actuó como si nada hubiese pasado, en lo que dejé el teléfono a un lado tomé un poco de aire y la besé después. Lo dicho, no había sido ninguna locura de beso, pero la cabrona volvió con la mano suelta y la subió hasta colarla bajo la camisa, su mano estaba tibia, me encajó las uñas apenas y sonreí contra sus labios al sentirlo. No prolongué el asunto a pesar de eso y cuando solté la queja alzó las manos; la pregunta que soltó después fue irónica a cagar y me permití una risa más bien floja.

    No respondí nada a eso en particular, la sonrisa se me quedó en la cara al ver que sus manos solo cambiaban de objetivo y me dejé hacer sin más, pues porque no me parecía que debiera haber otras opciones. La estupidez la hizo acercarse a mí, pegándose a mi pecho, y suspiré haciéndome el ofendido al escuchar su comentario.

    —¿Estás diciendo que te gusto más con las pintas de criminal bien puestas o cómo? —pregunté en un murmuro, volví a reír y solté el aire por la nariz—. Confío en que podrás arreglarlo, cariño.

    La tontería la había soltado mientras colocaba la mano sobre la suya, la empujé apenas en mi dirección y la dejé quieta para regresar uno de los puntos de ancla a su rostro. Deslicé la mano al costado de su cuello, me sirvió de apoyo, y me incliné hacia ella para dejarle un beso al otro lado.

    —¿O me equivoco? —añadí desde allí, mi respiración rebotó en su piel y sonreí apenas.

    Me seguí montando el espectáculo porque simplemente no podía parar quieto, presioné la lengua contra su piel, le dejé un beso húmedo en el mismo lugar y bajé hasta donde me lo permitía el uniforme. El trayecto los hice con besos de la misma categoría pero al llegar al borde del cuello de la camisa le pesqué la piel con los dientes sin fuerza real, fue nada más para hacer el imbécil. ¿Pude haberme detenido? Quizás, pero no me dio la gana y afiancé con cierta fuerza la mano para seguir comiéndole el cuello como me diera la gana.

    Bueno, uno a veces planeaba una cosa y le salía otra diferente.
     
    • Zukulemtho Zukulemtho x 1
  20.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

    Piscis
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    Estaba quitándole el blazer cuando su respuesta sonó cerca de mi oído. Era una pregunta válida pero tendría que quedarse con la duda, considerando que ni siquiera yo lo tenía muy claro al asunto.

    —O quizá sólo quiero quitarte esto y punto —sopesé, un poco indiferente.

    Su mano guió la mía hacia él, lo tomé como una habilitación silenciosa y estuve por seguir con la idea de mierda cuando advertí sus intenciones. Lo miré a los ojos, se afianzó a un costado de mi cuello y tomé aire, ladeando la cabeza casi en automático. El primer beso fue superficial pero me lo vi venir, lo esperé y la expectativa me vibró en el cuerpo hasta que presionó la lengua. Exhalé por la nariz, cerrando los ojos, y poco después puse el cerebro en funcionamiento para recordar mi misión inicial. Colé las manos entre nosotros y comencé a desabotonarle la camisa a tientas, jalando de la tela suavemente cuando al cabrón se le ocurría morderme o echarme el aliento encima.

    Estuvo un buen rato entreteniéndose en mi cuello. Los últimos botones me costaron un poco más y cuando rocé su pantalón sin querer, la zona que antes había evitado, me sonreí. Abrí las solapas de la camisa, colé las manos dentro y arrastré los dedos por su pecho hasta alcanzar sus hombros. Desde allí lo empujé hacia atrás, despegándolo de mi cuello, y cacé sus labios al vuelo. Lo besé con ganas, repitiendo el proceso del blazer con la camisa, y le dejé la mierda a la altura de las muñecas para que se encargara si quería. Regresé las manos al instante, una se amoldó al costado de su rostro, reajusté la posición y le respiré encima antes de volver a besarlo; la otra descansó en su pierna, pero pronto buscó la suya y la guié hasta el nudo de mi lazo.

    —¿Mejor ahora? —pregunté por molestarlo, interrumpiendo el beso; aproveché el tiempo libre para bajar la mirada sin disimulo, deleitándome con las vistas, y la sonrisita satisfecha se me pegó al rostro—. God, I fucking like you.
     
    • Zukulemtho Zukulemtho x 1

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