¿Ya la viste? Apenas con que pasara por enfrente la seguían los indiscretos murmullos: “¿Ya la viste?” y con esa preguntita tan chiquita se abría el intrínseco cotilleo de voces bajitas y sonrisitas ensayadas. Destilaban veneno entre ellas disfrazándolo de argumentos; masticando metódicamente las palabras y convenciéndose a sí mismas de la superioridad moral que buscaban ostentar. El detonante más mínimo abría los siguientes 45 minutos de conversación: Su cabello, el color de los labios, la selección de atuendo, el largo de la falda o el alto del tacón. El cabello rebelde de la infanta a quién cargaba o la línea chueca del pantalón de su marido. El tono de sus uñas y el largo, las horas de trabajo o las horas en casa, el tono de su voz o la figura de su cuerpo. Nada estaba a salvo de ser escudriñado y lo único lograba cambiar la conversación era repetir la pregunta inicial. Así nos enseñaron, mientras aún nos sentaban en sus regazos o nos sostenían las manitas, al sentarse a la mesa para la merienda, al llevarnos al colegio, al salir de la iglesia. La misma pregunta se repetía en sus diversas versiones, quizás sobre diferentes mujeres, pero la dinámica siempre era la misma y con el tiempo, aun en temporadas de uniformes a cuadros y muñecas, éramos nosotras mismas las que en grupitos nos preguntábamos lo mismo: “¿Ya la viste?”. Así crecimos, acostumbradas a dar y recibir veneno de vez en cuando, a saber qué en algún punto hemos sido nosotras mismas a las que miraban mientras hacían su pregunta aunque nos sonrieran. Un fenómeno tan amplio que pasaba la charla de vecinas, se filtraba en las academias, se inmiscuía en las leyes, nos distorsionaba la percepción de nosotras mismas. Romantizábamos una realidad mediocre por la resistencia a ser vistas y sentíamos ajenas a las que ya no les importaban los cuchicheos en su contra. Las vimos gritar, golpear, pelear. Las vimos en letreros de “se busca” y las conocimos en los titulares que detallaban el estado de sus cuerpos sin vida. Las sentimos nuestras cuando ya no eran desconocidas las que no volvían, las que eran abusadas, a las que les arrebataban todo. Eran las vecinas, las compañeras de trabajo, compañeras de la escuela; nuestras doctoras, enfermeras, hermanas, amigas. Nuestras hijas. Y entonces el miedo de ser vistas se volvió diminuto ante el miedo de perdernos una a la otra. Fue entonces que las vimos, aprendimos a vernos. Cansadas de trabajos mal pagados, parejas abusivas, autoridades mediocres. Nos vimos como cabezas de familias, como profesionales, como individuos que llevan una carga mental y de responsabilidad mucho más grande que las de nuestros contrapartes. Nos vimos peleando por nuestros cuerpos y por salud, luchando contra una corriente impulsada por tradicionalismos basados en ignorancia y negación. Ideas que buscan esconder de nosotras mismas la realidad de la fuerza que llevamos en nuestro interior. Luchamos por una libertad que se nos fue limitando, por caminar sin miedo y por volver a casa. Aún así, de vez en cuando, alguien quien aun tenga miedo de ser vista, se nos va a acercar y va a cuchichear “¿Ya la viste?” Y le diremos que sí. Ya la vi. La vi fuerte, capaz, importante y lista para luchar por lo que le pertenece. Ya la vi marcando la diferencia. ¿Ya te viste tú? --- Y bueno... no quería dejar pasar el 8M sin publicar algo. Tras algunos años, desempolvé los deditos... See ya~ -Chaos
Me ha encantado el escrito, transmite una realidad muy cierta, pues aunque no queramos, de esa forma nos educaron y alguna vez somos las protagonistas de esos cotilleos o somos quien los promovemos. Es nuestra labor el deconstruir nuestros prejuicios y pasar de ver a una semejante como alguien a quien criticar a verla como alguien a quién admirar, a quien valorar, a quien simplemente, dejar ser. Gracias por participar en la actividad Chaos, me has hecho muy feliz.
Nada mejor que volver a leer a la temible lider de los betas ;-; y el escrito perfecto as always de esos que sientes en carne propia por que absolutamente todas hemos sido merced de los juicios de otras chicas un poco mas inseguras. Por que a nadie seguro de mi mismo le nace la urgencia de meterse con el fisico o rasgos de otra persona. Es un pensamiento muy util a tomar en cuenta cuando a uno lo tratan de hacer sentir mal en publico. Chaosita te voy a acosar para que sigas escribiendo. Aunque no lo creas eres una inspiracion para mi y muchos. Ya hasta me estan dando ganitas de volver a escribir a mi tambien♡
Qué de decir, me conmovió. No daré ahora una opinión extensa por falta de tiempo, pero es un gran escrito y sobre todo reflexivo que, siento, mezcla bien lo subjetivo, pero con una reflexión que, se nota, a sido cuestionada desde lo más profundo hasta lo más superficial. Agrego, también, que los hombres no están absueltos de ser juzgados y tener que cumplir con una norma social, pero nos afecta de maneras, yo creo, distintas y es cargo suyo reflexionar sobre cómo las problemáticas de convivencia afectan su persona e integridad. Te felicito por este escrito, cuanto menos necesario y por ello grato de leer. Ojalá y los chicos, hombres, pudieran expresar todo ese dolor y cargas, esos prejuicios. Todos somos humanos y cada acción repercute en otros. La escritura es un buen paso para la reflexión y, luego, comprensión, así que sin extenderme más, gracias por compartir, lo digo de corazón.
Reina, que yo te quiero leer a ti. Ándale, a desempolvar los dedos. Gracias Moriwis! Y sí, creo que en general el andar la crítica destructiva nos afecta a todos de una u otra manera, pero este escrito en particular venía con el enfoque del 8M.
