Azotea

Tema en 'Cuarta planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    En verdad ya había aceptado el trato por la puta cara, pero aún así me alivió que a Ali también le pareciera bien. Era su dinero, después de todo, así que técnicamente le correspondía la última palabra. Hasta ahora no me había preguntado por qué a ella sí y a mí no, y ni de cerca se me iba a ocurrir que, incluso sin pretenderlo, le había frustrado a Sasha todos los intentos.

    Sus movimientos me dieron algo de curiosidad, y me la quedé viendo hasta que empezó a dejarme besos en la mano. La tontería dibujó una sonrisa vaga en mis labios y meneé apenas la cabeza, dejándola hacer. Cuando terminó, sin embargo, me dejé el cigarrillo en la boca para liberar la mano sana y revolverle un poco el cabello. Quizás ella se hiciera más cacaos mentales entre el orgullo y las prioridades, pero yo, al menos, si poseía claridad mental era para saber qué me importaba.

    Y que reduciría el mundo a cenizas si algo le pasaba a ella o a Matty.

    Me quedé sopesando sus palabras, algo confundido. No podía encasillar el comportamiento de Arata con facilidad; por mucho que lo jodiera con lo de ser un héroe, sabía que no era uno ni pretendía serlo. ¿Humildad? ¿Resignación? Si el espejo no estaba descompuesto, podría arriesgar que se detestaba lo suficiente como para no creerse capaz de salvar a nadie, ni digno del cariño de ninguna persona. Que hacía y deshacía bajo la firme convicción de no significar una diferencia sustancial en ninguna vida.

    Pero estaba equivocado, ¿cierto?

    Si yo lo estaba, entonces él también.

    —No creo que busque su perdón —murmuré, algo serio al respecto, pero recuperé al instante la sonrisa burlona y me encogí de hombros—. Pero que se le enfada, eso seguro. Ah, pagaría lo que sea por ver esa escenita. ¿Crees que la haya buscado ahora?

    Bah, tampoco tenía mucho sentido. Ya me había satisfecho lo suficiente como para no seguir jodiendo a nadie, al menos por hoy.

    In any case, I'm bloody hungry. ¿Vamos a comer algo, Ali-chan?
     
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    Gigi Blanche

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    Suspiré pesadamente apenas salir del aula y volteé hacia ambos lados del pasillo, pero no di con Altan. Bueno, no pasaba nada. Quizá fuera mejor así, además, prefería al menos unos minutos para quitarme de encima lo que sea que tuviera en el pecho. Giré los talones y subí, agradeciendo que la azotea estuviera vacía. El sol incidió de lleno en mi rostro y cerré los ojos, llenándome los pulmones de aire.

    Era agradable.

    Dejé los almuerzos con los zumos en el suelo, junto a la reja, y saqué el móvil de mi bolsillo. Empecé a caminar en direcciones azarosas, golpeteando los dedos contra el borde de la funda, hasta que puse mis neuronas en orden y redacté un mensaje decente.

    Al, estoy en la azotea
    Por si quieres que almorcemos juntos
    Y si no tienes planes, claro


    Aquel último mensaje había sido algo innecesario, ahora que lo veía enviado, pero decidí mandarlo a la mierda y hundí el móvil de regreso al bolsillo. Seguí caminando, llegué hasta la reja del fondo y me quedé allí, con la ansiedad burbujeando en la boca de mi estómago. La brisa estaba tibia y olía dulce, y el paisaje seguía siendo tan bonito como siempre. Intenté enfocarme en eso, no en el tren de estupideces que, si me descuidaba lo suficiente, se tornaba infinito. Que si estaría enfadado, que si habría perdido el interés, que si prefería pasar el receso en otra parte y de repente mis mensajes lo comprometían. Que si me respondería o ignoraría. Que quizá me estuviera poniendo en ridículo y fuera la única preocupada.

    Que la presencia de Kakeru lo alejara de mi alcance.

    Volví a suspirar, enredé los dedos en el entramado y me quedé allí, viendo el paisaje. Bueno, fuera lo que fuera, sólo el tiempo iba a decirlo.


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    Me extrañó ver a Anna aparecer y acercarse a Dunn, eso no lo iba a negar nadie, sobre todo viendo la forma en que el otro se relajó apenas reconocerla pero tampoco le di demasiadas vueltas, luego de que habían hablado de vete a saber qué cuando lo del balonazo de Anna ya me había hecho a la idea. Suponía que todos teníamos funciones, roles, que habían quienes tenían el privilegio de moverse por matices que rozaban la cercanía y el desconocimiento, suficientes para permitir que la gente soltara cosas que no le decían a otros.

    Era mi manera de procesarlo al menos.

    Tal vez me hubiese quedado allí, pero también era llama corta y me di cuenta que estaba acercando peligrosamente el mechero a mi cilindro de gas cuando Fujiwara se unió a ellos. Como había pensado el día que el idiota llegó a la academia, no era usual que yo me moviera por miedo, de ahí que cuando aparecía directamente prefería no lidiar con él. El poder que tenían los fantasmas no me pasaba desapercibido y, muy honestamente, no se me apetecía comerme la interacción de gratis, por mucho que pareciera un berrinche.

    Podía quedarme callado, esperar a que Anna hablara cuando quisiera.

    Pero ejercería mi derecho de recortar lo que quería ver o no.

    La silla hizo más ruido del que me hubiese gustado de todas formas, pero así como ella no me había saludado yo tampoco hice nada al retirarme. Me levanté, si acaso me llevé el móvil y dejé el aula sin mirar atrás, aunque dos hilachas se tensaron alrededor de mi cuerpo, una de Anna suponía y la otra, para sorpresa de cualquiera, debía ser de Dunn. Estaba harto de mi puta vida, pero era chismoso, como buen carroñero.

    No tenía ni puta idea de dónde estaba yendo de todas formas, apenas estar en el pasillo desvié los pasos a los baños y me metí en el último cubículo. Cerré de un portazo, me dejé caer en la tapa del váter y escarbé en el bolsillo por los cigarros y el mechero. Saqué uno, me lo llevé a los labios y lo encendí casi con pereza, aunque detuve la vista en la llama algunos segundos.

    Me llené los pulmones de humo y me quedé allí sin hacer nada más, vete a saber cuánto tiempo paso, no le llevé el apunte pero cuando estaba encendiendo el segundo cigarro con la colilla del primero el móvil me vibró en el bolsillo. Consumí medio cigarro antes de molestarme en revisarlo, en gran parte porque no pensé que fuese Anna y si lo pensé no supe si quería ver el mensaje ya mismo o no.

    Como fuese, cuando di la última calada saqué el aparato del bolsillo y me quedé mirando los mensajes como un imbécil varios segundos, procesando la invitación y el último mensaje, que gritaba Anna con ansiedad por todas partes. Puede que fuera medio caprichoso, pero estaba en el mismo piso así que no vi necesario responder como tal, por lo que regresé el móvil al bolsillo y salí del cubículo luego de aplastar la colilla contra la pared.

    Aproveché para enjuagarme el gusto a tabaco en el lavamanos antes de salir al pasillo y enderezar los pasos hacia la azotea. Vi a la rubia en el pasillo, pero pasé de su existencia como pasaba de la de casi todos los demás y me dispuse a subir, no lo hice con especial prisa y cuando salí me recibió el sol, que me molestó un poco los ojos. Parpadeé un par de veces, cosa de acostumbrar la vista y determiné su silueta en la reja del fondo, por alguna razón se me antojó más pequeña de lo usual.

    —Cancelé una importantísima cita con una caja de cigarros en el baño —dije desde mi posición, manos en los bolsillos. Si había molestia alguna en mi cuerpo pareció deshacerse por fin, la brisa la arrastró y quedó el miedo sordo, ese que la presencia de veinte de octubre me había arrojado encima desde el principio, pero saqué las manos de los bolsillos y las estiré en su dirección—. ¿El almuerzo viene con abrazo o no?

    Puede que solo quisiera tocarla, sin más.


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    Gigi Blanche

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    Los minutos se acumularon unos sobre otros con la densidad de bloques de concreto. Fueron suficientes para picarme en el cuerpo, inquietarme y empujarme a hacer precisamente lo que no había querido: revisar el móvil. Pero no había nada, ninguna respuesta. Miré la hora, bufé de puros nervios y me empeñé en el paisaje otra vez. Estaba tan atenta y pretendiendo disimularlo que di un mini respingo al escuchar la puerta a mis espaldas. Y no quise voltearme, pues la idea de hacerlo y que no fuera él sentí que iba a desplomarme el corazón. Era dramático, pero era lo que había.

    Aún así, volteé. No existía otra forma.

    Y sí era él.

    Lo escuché desde mi posición, sin saber muy bien qué hacer o qué decir, la brisa me cosquilleó en la nariz y lo vi estirar los brazos. Y estaba allí, y era una imbécil y había poderes contra los que sencillamente no sabía cómo luchar. Su pregunta acabó de iluminar la chispita de esperanza que el gesto había iniciado, supe que no tenía remedio y me importó una completa mierda. Algo me tembló en el pecho, algo cosquilleó la planta de mis pies y troté hasta su posición. Un segundo antes había alzado los brazos y me puse de puntillas para colgarme de su cuello, aferrarme a él, esconder el rostro en su cuello y cerrar los ojos con fuerza. Respiré, por fin, con calma.

    —Eso no se pregunta —murmuré sin moverme ni un centímetro, después de algunos segundos. Dios, había extrañado su aroma, no había cosa más sencilla y más cierta—. Para algo te di todos los cupones que nunca usas, ¿no?
     
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    No pretendía sacarle el corazón del pecho ni nada, solo había hecho las cosas a mi manera porque me pareció lo más normal y además no creí tardar demasiado en subir a la azotea. Había partes de mí, del corazón mecánico, que todavía dudaban con acciones relacionadas a, no sé, los afectos. No sabía cuándo debía hacer unas cosas o las otras o no hacer nada, pero acababa actuando no sabría decir si por capricho o por instinto.

    El impulso que me hizo pedir el abrazo era de esa naturaleza.

    Sería mentira decir que no pensé en la posibilidad de que rechazara el asunto, incluso si había sido ella la que me estaba invitando al almuerzo, pero era de las pocas ansiedades que me alcanzaban de verdad y se quedó allí suspendida hasta que el cuerpo le reaccionó. Trotó hacia mí y parte de la tensión de mi cuerpo se aflojó en ese instante, porque había cosas contra las que tampoco podía ni me interesaba luchar, y la recibí abrazándola con fuerza, la despegué del suelo y cerré los ojos también al sentir su aroma. Lo que sea que identificaba como Anna, era dulce, cálido y sabía a casa.

    —Estoy a nada de enmarcarlos uno por uno, así que no digas que no los uso, pasa que los uso diferente —respondí en un murmuro sin despegarme de ella y la presioné con un poco más de fuerza contra mí, algo se me agitó en el centro del pecho y no supe si iba a soltarme a llorar como un mocoso o qué—. Te echaba de menos, mi niña. Espero que lo sepas.
     
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    El instante en que llegué a conectar físicamente con él se disolvieron un montón de miedos, al menos de esos inmediatos que reptaban de las hendijas y regresaban con la misma facilidad. Sus brazos se afianzaron en torno a mi espalda, mis pies soltaron el suelo y me sentí absolutamente pequeña, pero protegida. Siempre me sentía a salvo con él.

    Puede que fuera una de las diferencias fundamentales.

    Su respuesta me arrancó una risa floja y me removí un poco, en una suerte de protesta silenciosa. Si iba a enmarcar algo, que al menos me dejara ponerle más esfuerzo. Esos cupones cutres estaban hechos a mano y en media hora, por ahí la tinta de los bolígrafos se había arrastrado y algún otro tenía las puntas dobladas. No eran material de exposición, definitivamente, pero tampoco se lo negaría. Seguía siendo muy dulce. Vergonzoso, pero dulce.

    El resto de sus palabras fueron casi un jodido arrullo, pero los miedos inmediatos no eran los únicos problemáticos. Había también criaturas más grandes, que no cabían en las hendijas y se formaban lentamente. Y no quería sólo recostarme en las palabras bonitas por el mero bienestar que me conferían, no si se convertían en placebos.

    En vez de responderle, volví a moverme con la intención de regresar al suelo. Fue delicado, mis brazos se deslizaron por sus hombros y alcé el rostro hacia él. La distancia no me permitió más que conservar las manos en la curvatura de su cuello, entre las puntas de su cabello, y le conferí allí caricias livianas.

    —Yo también te extrañé, Al, pero... —Solté el aire por la nariz, algo contrariada, y mi voz no reflejó molestia ni demanda; de hecho, sólo se me asemejó a una tristeza algo estática—. ¿Dónde estuviste estas dos semanas? Sé que yo tampoco hice mucho por buscarte, ya sabemos que soy la intensa de los dos y no quería... agobiarte ni nada. Y sé que en ningún momento me rechazaste, pero fue como si de repente hubieras desaparecido.

    No quise romper el contacto, aunque me incomodara bastante lo que le estaba diciendo. Una parte de mí temía que bufara, se quitara y minimizara el asunto. Que me diera a entender que lo estaba molestando. Pero tampoco quería seguir callando con tal de no perturbar lo que me moría por cuidar y conservar a mi lado. No funcionaba así.
     
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    Seguía sorprendiéndome la forma en que las cosas se habían gestado en relativo poco tiempo, pero también era cierto que parecíamos habernos forjado directamente del más absoluto de los caos que nos había rodeado por entonces. Quizás las condiciones, los jodidos planetas o quién sabe qué se habían alineado para que no tuviéramos más opción que encontrar un refugio en el otro.

    Tal vez esto era lo mejor que habíamos conseguido sacar del desastre, con todo y sus altibajos.

    Medio se había revuelto en mis brazos en reacción en mi comentario y la tontería me arrancó una sonrisa ligera, porque seguro me daba una papelito con un corazón dibujado y sufría el mismo destino que los cupones y la carta, que acabaron convirtiéndose en amuletos más que en cualquier otra cosa. Eran algo que había hecho en el momento, pero de alguna forma por eso le guardaba tanto aprecio.

    Como siempre el cuervo con sus baratijas.

    Quizás fue paranoia a secas, el mero hecho de que el miedo me estaba respirando demasiado cerca para mí gusto, pero cuando se movió para volver a suelo sentí un aliento pesado en la base de la nuca que anunciaba algo. Era tonto de mi parte pensar que no iba a preguntar, lo sabía, pero quise pensar que no arrojaría la bomba de una vez.

    Mis motivos eran una estupidez y si acaso había pecado de lo que en algún momento quizás le reproché a ella, que se encerraba con sus mierdas, o a Ishikawa que casi mata a medio mundo de angustia sin quererlo. No respondí de inmediato, tampoco me retiré de su alcancé y si despegué las manos de su cuerpo fue para llevarlas a su rostro. Le pesqué ambas mejillas con las manos, le dediqué caricias livianas y me incliné para dejarle un beso en la frente, otro en la punta de la nariz y volví al principio, dejando los labios encima de su flequillo.

    —Lo siento. —Fue todo lo que atajé a decir primero, despegándome apenas un par de centímetros, y sin darme cuenta repliqué su tono, ese de tristeza estática en lugar de molestia—. Perdóname.

    Dejé ir su rostro despacio, alcancé sus brazos y los separé con cuidado de la curvatura de mi cuello, no fue para separarla de mí ni nada, fue para poder atraerla a mi pecho. Hundí las manos en su cabello, lo hice con cuidado y le acaricié con un mimo estúpido, como si fuese una niña pequeña.

    —Papá lleva semanas dando por culo con las mierdas de la universidad, aunque estemos en... ¿Estamos en mayo? Lo que sea. —Tomé un montón de aire, pero no detuve las caricias—. Quiere que decida ya, que si me quedo, que si me voy, que si deserto antes de siquiera entrar o qué coño hago. Entre día de migraña sí y día que no, acabé encerrándome porque el viejo me abrumó, es una estupidez. Debí decírtelo y ya.


    yo dándole todas mis energías a mi neurona para recordar cómo justifiqué el paronazo hELP
     
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    Mi tono de voz no había sido preparado a consciencia ni pretendía esconder las emociones que sintiera, fue puramente genuino e incluso notando la tristeza que se le imprimió, no me interesó disfrazarlo. Había habido un dejo de molestia mezclado entre el miedo, la ansiedad y todo eso, pero también me preocupaba mucho que hubiera ocurrido algo grave y Altan se hubiera recluido en sí mismo a causa de eso. No era yo ningún modelo de conducta, por supuesto, pero él con su cerebro de máquina y sus engranajes metálicos aún se me tornaba en un misterio a la distancia adecuada. Si se alejaba demasiado no sólo su silueta perdía claridad, era como si tampoco supiera oírlo.

    Le tomó un tiempo reaccionar, pero tampoco había mostrado intenciones de apartarse y con eso me quedé relativamente tranquila. Estaba en su semblante, además. Quizá luciera bastante neutro o apático, pero a la debida distancia ganaba claridad y podía leerlo incluso si le costaba expresarse en los idiomas comunes. No había molestia allí.

    Mantuve mis ojos sobre él a todo momento, con una intensidad que casi rozaba lo pesado, y parpadeé ligeramente más lento en cuanto sus manos alcanzaron mis mejillas. El primer beso desató un nudo, el segundo lo imitó y exhalé por la nariz, cerrando los ojos. No me habría molestado quedarnos así para siempre.

    Sus disculpas se apilaron en un idioma común, le agregaron sentido a lo que ya había encontrado en su expresión y permanecí en silencio, dándole el tiempo que necesitara para seguir hablando; porque sabía que iba a hacerlo. Volví a sus ojos apenas tuve la oportunidad, pues ya no existía mundo en el que me cansara de mirarlo. Era nuestro puente, además.

    Lo negara o no, siempre encontraba un millón de cosas en sus ojos.

    En todo caso, me atrajo a su pecho y no quise negárselo, así que apoyé allí la mejilla y le rodeé la espalda con los brazos. Dejé la vista suspendida en el paisaje y lo escuché, hasta la última palabra. No tenía sentido tapar el sol con un dedo, pero enfrentarme a la realidad tampoco era agradable. No me gustaba pensar que habíamos venido a conocernos en el límite entre una vida y la otra, que él iba a irse y yo iba a permanecer aquí.

    Pero ni modo.

    El montón de aire que inhaló se propagó a mi cuerpo y el simple vaivén de su pecho, los vestigios que oí de su corazón, bastaron para sosegarme.

    —Qué intensito el jefe —murmuré casi en una mera exhalación, tranquila, y se me coló una sonrisa en el tono—. ¿Qué pasa? ¿No le avisaron que el culo intenso venía con derechos de autor?

    No le quitaba importancia, pero había temido algo mucho peor y de ahí la calma. Me removí suavemente para poder mirarlo, aunque primero apoyé el mentón en su pecho y me estiré, dejándole un beso en el cuello. Que me disculparan, era lo que me permitía la estatura. Retrocedí, entonces, busqué sus manos y lo jalé apenas. Nos dirigí sin un rumbo fijo más o menos hacia el centro de la azotea.

    —Creo que nunca te lo pregunté, ahora que lo pienso —sopesé, algo distraída, y con la misma liviandad lo seguí guiando en una suerte de danza improvisada—. ¿Hay algo a lo que te gustaría dedicarte? ¿O no tienes ni puta idea?

    Me lo imaginé pequeñito y la sonrisa me iluminó el rostro, alcanzando mi voz.

    —¿Qué quería ser mini Al?


    Tenía pinta de... ¿astronauta, quizá?
     
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    Zireael

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    Sabía que en nuestros momentos de aislamiento habían diferencias esenciales y también puntos de unión, que nos servíamos de espejo aunque nuestro núcleos parecieran hechos de dos elementos incapaces de tocarse. Quizás estuviera abusando de su calidez y de su amor, pero sabía que aunque fuéramos capaces de molestarnos el uno con el otro, como todas las personas normales, podíamos entendernos y movernos en ese entendimiento precisamente. Puede que los dos tuviéramos miedo de que el otro se alejara lo suficiente para dejar de oírlo.

    Lo que sí iba a reconocer era la manera en que Anna había tomado la habilidad para leer entre mis grises, mi poca expresividad y mi tendencia a hablar entre poco y nada. Igual tenía que ver con que a pesar de que no fuese demasiado abierto, ya no hiciera un esfuerzo consciente por esconderle nada de lo que sentía, había dejado de preocuparme en algún punto.

    Si quería leerme como un libro, podía hacerlo.

    El magenta de sus ojos se revolvió con el celeste del cielo y el resultado fue un tono frío de lila, algo parecido a los chicles de arándanos quizás, y fue lo que se coló entre los grises de siempre. Con todo, tampoco quería que me escudriñara demasiado y en parte por eso la acuné en mi pecho, me sirvió para hablar con algo más de fluidez, porque tal vez no deseaba del todo tocar ese tema en específico. La insistencia de papá era como esa profecía que anuncia el fin de los días y no sé qué, pero lo estaba anunciando demasiado antes.

    Su comentario de mi padre me sacó una risa baja, no se me ocurrió siquiera pensar que estuviera quitándole peso al asunto ni nada, solo me hizo genuina gracia y luego de que el culo intenso ya tenía derechos de autor terminó de hacerla. Cuando apoyó su mentón en mi pecho y alcanzó a dejarme el beso en el cuello se me erizó la piel, no fue por nada raro ni desvió mi atención en otras direcciones. Retrocedió, encontró mis manos y yo me dejé arrastrar.

    —Debí decirle que ya tenía el asiento de la intensidad ocupado —concedí, dedicándole caricias en el dorso de la mano.

    Su voz me volvió alcanzar en lo que seguía guiándome, había un ritmo en lo que hacía y medio me adapté a él. La sonrisa que le alcanzó el rostro antes de soltar la última pregunta me hizo gracia, porque la delató y me tragué la risa.

    —El viejo quiso concederme el imperio hace un año —dije casi en un murmuro, era la primera vez que se lo decía a alguien—. La empresa entera con moño y todo para cuando me graduara, no lo dijo como tal pero supe que era eso lo que quería decir. Supongo que siempre estuvo dispuesto a entregármelo si estudiaba algo parecido, haciéndole caso a nuestro gusto por las máquinas y las conexiones. Yo le dije que era un Sonnen y quería mi propia galaxia, porque para hablar tan poco se ve que tengo la boca demasiado grande.

    Tiré suavemente de ella, giré despacio y volví a dejarla guiar lo que sea que estuviésemos haciendo.

    —¿Mini Al? Era un niño bastante raro, en mi defensa. —Suspiré y le dediqué una sonrisa—. Intenté tocar el violín como mamá, pero se ve que esas cosas no son lo mío. Nunca he tenido muy claro qué quiero ser. Mientras más fríos los datos, mejor hago el trabajo.

    Cerré los ojos un instante, ni siquiera me molestó cederle el control de mis movimientos por completo y lo siguiente que dije fue, quizás, lo que debí haberle dicho hace días a papá y a ella también, en vez de ahogarme en un vaso de agua.

    —Solo sé que quiero pasar el resto de días de escuela que me quedan contigo, el resto lo puedo pensar después.
     
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    Empezamos a navegar el espacio sin mucho orden y no me detuve a pensar que realmente estaba permitiéndome hacerlo. Quizás, no lo sé, el tiempo volviera estúpidas a las personas y las forzara a olvidar ciertos privilegios. En todo caso me concentré en su respuesta, y pretendí disimular mi sorpresa pero no me salió del todo bien. ¿Una empresa entera para un niño de apenas dieciséis? No tenía mucha idea de esas cosas de gente con dinero, pero sonaba... a bastante presión.

    La tontería de la galaxia sonaba pretenciosa que te cagas, y esbocé una sonrisa floja.

    —Uh, la, la —lo molesté, atendiendo al giro que marcó para acercarme a su posición, soltar sus manos y echarle los brazos al cuello; el recorrido azaroso pasó a ser un vaivén tranquilo, como si fuera un vals—. Cierto que tu mamá es música. Una combinación bastante rara la de tus viejos, ¿no? Un loco de las máquinas y una violinista.

    Siquiera pensé en la analogía con nosotros, la verdad, porque me pagaban para ser tonta.

    Quise contribuir con algo más decente a la conversación, pero lo vi cerrar los ojos, volvió a hablar y creí que iba a derretirme allí mismo, entre sus brazos. Sonreí, fue inevitable y me estiré para encontrar sus labios. Fue un beso sencillo, pero llevaba tanto tiempo desde el último que genuinamente sentí algo en el estómago. Hundí las manos en el cabello de su nuca y, aún de puntillas, me separé sólo lo suficiente para poder verlo a los ojos.

    —Que sea una nueva misión —murmuré, sin molestarme en disimular el cariño infinito con el que lo estaba mirando—. Y ahora te tengo otra: dejemos todos los problemas y viejos pesados al otro lado de la puerta, al menos por esta hora, y hagamos de cuenta que el mundo acaba donde están las rejas.

    Le rasqué apenas la nuca y le toqué la punta de su nariz con la mía. También le dejé otro beso.

    —Y otra más —susurré, otro beso—: bésame, Al.


    Dios, cómo lo había extrañado.
     
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    Llegados a este punto ya no pensaba demasiado en la información que le daba a Anna, si algo se me cruzaba en la cabeza se lo contaba y ya, a veces ni siquiera esperaba una respuesta elaborada porque en el fondo quizás solo me tranquilizaba saber que me escuchaba. De alguna forma siempre me había escuchado y yo la había escuchado a ella, sin importar dónde hubiera empezado todo.

    Noté la sonrisa floja que esbozó cuando dije la estupidez de la galaxia y haberlo soltado en voz alta para otra persona además de mi padre, pero también en otro momento completamente distinto, me hizo consciente de lo pedante que podía sonar. Era y no era ese mismo crío, desde ese momento a este había conectado y desconectado cables, probando interacciones y perfeccionando la máquina que tenía en el pecho.

    Aceitaba los engranajes con un cuidado estúpido.

    Incluso si mi corazón mecánico nunca se parecería a los que bombeaban sangre y fuego.

    Anna atendió al giró, me echó los brazos al cuello y yo dejé las manos en su cintura, dejándome hacer en ese vaivén tranquilo que, para variar, ni siquiera estaba pasando por los cables más rígidos de mi cerebro. Su comentario de mis padres me hizo reír, fue una risa baja, cosa de nada y pensé que debió alcanzarla como la vibración de las cuerdas más que otra cosa.

    El mundo parece un tablero o una tela de araña.

    Me hace pensar en que quizás papá pasó por lo mismo.

    Quiero pensar que todos encontraron a las personas que los ayudaron a dejar de funcionar como máquinas.

    —Cuando tienes metal en el centro del pecho como él y como yo —murmuré, me tragué una risa media tonta y seguí hablando sin alzar demasiado la voz—, necesitas a alguien en la balanza que te ayude a recordar que no importan mucho los componentes, a la larga sigues siendo una persona. Las combinaciones más extrañas casi siempre cumplen esa función.

    Había cerrado los ojos para soltar lo otro, lo de que quería pasar los días de escuela con ella, así que no la vi pero la sentí moverse y cuando encontró mis labios sentí que había pasado una eternidad, la suficiente para que algo de sangre me subiera al rostro. Se separó, volví a abrir los ojos y me prendé a los suyos, encontré tanto cariño allí que algo se me revolvió en el centro del pecho al ritmo de su voz cuando dijo lo de la misión. No respondí como tal, pero asentí con la cabeza y parpadeé con pesadez al sentir sus caricias y el siguiente beso.

    No tenía paredes de roca, un incendio ni un torbellino capaz de aislarnos del mundo, pero sí que podíamos quedarnos en el fondo el océano por esa hora.

    —¿Desde cuándo tienes tan buenas ideas, cielo? —bromeé.

    Su petición me arrancó una sonrisa, allí a mitad del otro beso que me dejó, y despegué las manos de su cintura para encontrar su rostro de nuevo. Volví a dejarle un beso en el flequillo, liviano, otro en la punta de la nariz como antes y finalmente encontré sus labios. Fue un beso sencillo como los que me acababa de dar, al menos al inicio, porque deslicé el pulgar a sus labios y aunque no quería quedar como un intenso ni nada, lo cierto es que busqué profundizar el contacto.

    Suspiré despacio contra su boca, fue prácticamente involuntario, y empujé algo de mi peso en su dirección, puede que fuese un intento de pegarme más a ella. No lo procesé demasiado, tampoco vi motivo para privarme de ello que de por sí solo reafirmó lo que ya le había dicho.

    Que la echaba de menos.
     
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    Gigi Blanche

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    Lo de la galaxia era un tema, sí, pero jamás se me habría ocurrido mofarme de ello o juzgarlo. Puede que fuera simplemente porque era él, pero lo veía en muchos lugares y dimensiones diferentes. Las galaxias eran grandes, pero incluso en su parámetro las había de todos los tamaños. Quizá la galaxia a la que podía aspirar Altan fuera muchísimo más poderosa y magnánima, y eso no la convertía en la única. Volar en un trapecio había sido mi galaxia también, mi montón de estrellas y cuerpos celestes, era la razón por la que había vivido y me había esforzado. Todo aquello que existía en el cielo servía también para guiar.

    Por ende, las galaxias no sólo eran hambre de poder.

    Sus manos alcanzaron mi cintura y lo escuché, sin despegar la atención de su rostro. A una parte de mí aún le dolía un poco que hablara de sí mismo, de su corazón, como un pedazo de metal. Lo había visto llorar, maldecir, ansiar destruir el mundo y al mismo tiempo elevarse por encima de los fragmentos. Me había abrazado mil y un veces, oído sus latidos y encontrado consuelo en su voz. No había forma de que aquel fuera el corazón de una máquina. Pero daba igual que se lo dijera.

    Algún día lo descubriría por sí mismo.

    —Como la pizza con piña —murmuré pensativa, muy seria, sin razonar del todo que acababa de soltar una estupidez en respuesta a un tema serio.

    Sus mejillas se habían coloreado suavemente tras recibir mi primer beso y volví a pensar lo mismo de antes, que era ridículo asumir su corazón de metal. La broma me instó a sonreír, bien prepotente, y alzar la barbilla.

    —Pff, desde siempre. Estás hablando con la fundadora de los martes de abrazos, al fin y al cabo.

    Cuando subió las manos a mi rostro pero buscó dejarme un beso en el flequillo, pensé que iba a limitarse a eso y si no tendría un kink o algo con ese cacho de pelo, que siempre me daba los besos ahí. ¿O sería porque estaba muy chiquita? Estuve a punto de quejarme como una niña impaciente, pero siguió bajando. Mis manos hicieron lo propio, se apoyaron en su pecho y alcé el rostro un poco más para que encontrara mis labios. Fue suave al comienzo, su pulgar se coló en medio y casi sin quererlo presioné las yemas de los dedos allí, en la tela de la camisa. Puede que a diferencia suya, a mí me daba bastante igual pecar de intensa.

    O de mostrarle lo mucho que disfrutaba sus besos.

    Me impulsé ligeramente sobre las puntas de mis pies cuando percibí sus intenciones de profundizar el beso, él echó algo de peso en mi dirección y acabé arqueando la espalda en consecuencia. Mis manos, puede que en un intento por asirse, se deslizaron hacia arriba y pescaron los bordes de su camisa. No fue brusco, pero lo jalé apenas y ladeé el rostro, rozando la piel expuesta con los pulgares. El aire se me escapó por la nariz, lo hizo con cierta pesadez y un poco de repente me sonreí contra sus labios.

    —Te comería a besos todo el día —murmuré, divertida, y aproveché el agarre en su camisa para zarandearlo sin fuerza—, pero igual si no como comida de verdad termino desmayada para Historia, y no queremos eso, ¿verdad?

    Me separé un par de centímetros más, los suficientes para verlo apropiadamente los ojos, y lo miré con gesto inquisitivo.

    —¿O sí~?
     
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    Zireael

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    Mi forma de ver las cosas podía ser nítida, quizás algo hosca, pero era clara desde su propio extremo. En sus momentos de calma Anna podía ver las cosas con la misma claridad, solo que desde un extremo completamente distinto, las dotaba de emoción y motivos, las moldeaba a su entendimiento que era mucho más amable y cálida. Se parecía un poco al sol al colarse por las ventanas luego de un día especialmente nublado.

    No todo era puros grises.

    Conocía el poder que poseía y no me refería al poder material, pero incluso eso lo agarraba con pinzas, lo hacía tal vez porque sabía que ese mismo poder podía moverme de un extremo al otro. Buscaba proteger a costa de mí mismo, pero también destruir y a veces en mi deseo de destrucción y poder no había una pizca de altruismo. Prefería no darme el beneficio de la duda por el bien de las personas que me rodeaban.

    Lo de la pizza con piña me había hecho fruncir un poco el ceño, el ejemplo servía, pero me parecía que a lo mejor había algún ejemplo menos drástico que ese. Igual lo tomé, tomaba todo lo que ella me alcanzaba y con ello iba armando un rompecabezas sobre nosotros, era un proceso lento, pero los avances seguían dándome tranquilidad.

    —Sí, pero no me hagas comer pizza con piña —respondí con cierta diversión en el tono a pesar de su seriedad al decirlo.

    Su siguiente respuesta me vino en gracia, porque lo soltó con orgullo y todo, así que asentí con la cabeza como para decirle que tenía razón. No tenía más que añadirle a eso, por lo que había continuado con su petición.

    Sus manos se apoyaron en mi pecho y con ello una onda tibia se me esparció por el cuerpo, hizo retroceder los miedos estúpidos que su fantasma había cernido sobre mí y recordé que le había pedido que me amara, que no importaba cuándo, pero que lo hiciera. Lo dicho, hablaba muy poco pero tenía la boca grande.

    Esa petición había sido un genuino capricho.

    La sentí impulsarse hacia mí, arquear la espalda por el peso que le dejé ir y también sentí sus manos sujetando los bordes de mi camisa, todo con una claridad absurda, hasta que me jaló hacia ella y sonreí contra sus labios casi al mismo tiempo.

    —Depende —murmuré siendo que no hacía falta por la cercanía y cuando se separó para poder mirarme no me despegué de sus ojos, de las chispas magenta—. No puedo dejar que una chica tan linda se ande desmayando por ahí, pero también está muy feo eso de no aprovechar.

    Me permití una risa floja, volví a buscar sus labios y le dejé un beso ligero, luego otro en la comisura, el siguiente en la línea de la mandíbula y un último en la curvatura del cuello. Tuve que medio hacer malabares por la altura, pero ya me había acostumbrado.

    —Uno más y te dejo comer apropiadamente, ¿qué dices, An? —susurré, aproveché el trayecto de regreso a mi espacio para decírselo casi encima del oído y encontré sus ojos después—. O bueno, tú decides~
     
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    Gigi Blanche

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    Había notado su ceño fruncido apenas solté la analogía con la pizza, así que asumí que no le gustaba nada de nada. Lo había dicho muy en serio, por supuesto, y pasé de la diversión en su voz para abrir bien grandes los ojos y parpadear, sorprendida.

    —¿No te gusta la pizza con piña? —solté, profundamente decepcionada, como si acabaran de decirme que se habían acabado los Doritos en la tienda—. No puede ser, ¿cómo seguimos a partir de ahora? ¿Tendré que dejarte?

    Igual la broma duró poco, que... nos ocupamos con otras cosas, sí, eso. Ya no me quedaba mucha capacidad de bochorno, al oírlo soltar lo de la chica linda desmayándose batí las pestañas como si no me enterara de nada, y su risa se sincronizó con una mía de igual magnitud. Mis manos habían permanecido en los bordes de su camisa, pero fueron perdiendo agarre a medida que me distraía por otros lares. El beso en el cuello me lanzó un chispazo sutil por la columna, su voz sobre mi oído cumplió el mismo destino y solté el aire por la nariz. Estaba meneando la cabeza cuando volvió a encontrar mis ojos.

    Sabía exactamente lo que estaba haciendo, el muy cabrón.

    —Hmm, no puedo dejar que un chico tan guapo se quede sin su último beso, ¿cierto? —sopesé, volviendo a echarle los brazos encima para enredarlos detrás de su nuca—. Aunque claro, eso también depende~

    Aquello lo dije en un susurro a medida que me acercaba, y la última palabra prácticamente la extinguí en sus labios. No perdí mucho tiempo con sutilezas, busqué su boca reanudando el nivel de intensidad que habíamos dejado suspendido antes y empuñé el cabello de su nuca, instándolo a balancear su peso en mi dirección. Así, además, podía no dejarme la vida estirándome sobre mis puntillas.

    ¿Alguien quería pensar en mi pobre cuello?

    Lo besé con ganas, ladeé el rostro y una de mis manos se deslizó a su mejilla. Allí presioné las yemas, deslicé y en un brevísimo instante que me separé, colé el pulgar para hacer lo mismo con sus labios. Le eché un suspiro encima completamente adrede, busqué la punta de su lengua y retrocedí, divertida.

    —¿Ya? —susurré, acentuando la agitación a propósito, mis labios rozando los suyos—. ¿Vamos a comer, entonces?
     
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  15.  
    Zireael

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    Obviamente se sorprendió por mi reacción a lo de la pizza con piña y la cosa siguió haciéndome gracia, encima la tonta había preguntado con tal decepción en la voz que parecía que le había dicho, no sé, que no me gustaban los gatos. Me hice el ofendido, más o menos, y conseguí fruncir el ceño cuando dijo que tendría que dejarme a pesar de que sabía que seguíamos haciendo el tonto.

    No lo dije en voz alta, pero sí la miré como preguntando si valía lo mismo con una pizza con piña y solo me sacudí la indignación impostada para seguir con lo demás, porque cuando me daba la gana también tenía una sola neurona capaz de enfocarse en la cabeza. Además la vi batir las pestañas como si nada cuando solté lo del desmayó, lo que también me lanzó algo más de diversión encima.

    Mucho de hacernos los idiotas pero sabíamos lo que hacíamos.

    Puede que siempre lo hubiésemos sabido, al menos en este espacio.

    La escuché soltar el aire por la nariz, así que cuando encontré sus ojos ya una sonrisa de ligera suficiencia me había alcanzado los labios y al escuchar su estupidez de lo del chico guapo solo se acentuó, como cediéndole razón. Recibí sus brazos, enredé los míos en su cintura de nuevas cuentas y la última palabra que salió de su boca se extinguió contra mis labios.

    Ni siquiera se detuvo en teatros, retomó el asunto con la intensidad que había quedado antes y no procesé demasiado el hecho de que me instara a balancear el peso en su dirección, solo lo hice. Correspondí con las mismas ganas que ella le imprimió al beso, un nuevo suspiro fue a morir contra ella cuando coló el pulgar en el espacio entre nosotros y mis manos en su cintura la atrajeron con algo más de firmeza contra mí cuando buscó mi lengua. Fue una cosa de nada, por hacer el tonto y solté el aire con algo de fuerza, estuvo a nada de ser un bufido de protesta.

    —Hmm, no sé, no sé —murmuré bajando el tono a posta y deslicé la mano por su espalda baja, lo hice lento que dio gusto mientras volvía a colocarme la sonrisa de suficiencia en el rostro. No me separé de ella, pues porque no me vino en gana—. ¿Y si me vas contando qué trajiste de almorzar, cielo? Soy todo oídos~
     
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    Gigi Blanche

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    Al me correspondió al beso con la intensidad que me hubiera salido de los huevos, y la cosa era que no había dudado que así lo haría. Alcanzó para satisfacerme y seguir espiralando. Digamos que nunca había sido una genia del autocontrol y llevaba bastante tiempo sin verlo, iban a tener que disculparme.

    Su suspiro chocó contra mis labios y prácticamente lo ahogué al regresar a su boca. Estaba demasiado ocupada con otras cosas, pero la forma en que me afirmó contra su cuerpo bastó para arrancar muchas mierdas de raíz. Era una tontería, lo sabía, puede que incluso un placebo, pero en ese momento me importaba absolutamente nada. Cuando le pusimos una pausa al espectáculo, noté cómo su mano se deslizaba hacia abajo y mis dedos empuñaron su cabello antes de aflojar el agarre, dedicándole caricias livianas.

    Dios, si no le conocería ya esa sonrisa de mierda.

    Había sido la que usó para darme la bienvenida al infierno.

    —Ayer me tocó hacer la cena, ¿sabías? —murmuré, en un tono bastante sedoso, y me puse de puntillas para dejarle un beso en la mejilla—. No es nada fancy, pero debería cumplir. Hmm, hay...

    Aproveché el breve silencio para seguir con mi tontería. Mis labios se deslizaron rozando su piel y le dejé otro beso en la línea de la mandíbula, la recorrí apenas hasta acercarme a su oreja y de allí navegué su cuello. Entre tanto, le fui enumerando lo que había en los bentos: arroz, carne asada, brócoli salteado con algo de verdeo, salsa de soja. Mis besos alcanzaron el límite de la camisa y, porque me dio la gana, desenredé la mano de su cabello y la colé para jalar suavemente de la tela. Presioné los labios una última vez cerca de su clavícula.

    —Básicamente eso —concluí, cambiando el tono sedoso por uno más inocente, y erguí el cuello para mirarlo—. ¿Satisface los gustos del hijo del Emperador~?
     
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    Incluso con esta cara de moco y todo lo demás, lo cierto es que había algo en Anna que me impulsaba a moverme a su alrededor con la idea quizás inconsciente de emparejarme a su intensidad. Podía hacerlo, lo tenía muy claro porque llevaba proyectando esa energía incontenible en cosas tan específicas que rozaban lo enfermizo y por eso a estas alturas pretender seguirle el ritmo a Anna era mucho mejor que todo el resto de opciones.

    En los cables flojos también había alivio.

    Si ahora servía de placebo o no me importaba demasiado poco, porque a la larga una parte de mi miedo se había desvanecido apenas tocarla. Su cuerpo era tibio, pero más que eso había comenzado a acostumbrar a ella, a su contacto y tenerla cerca me calmaba incluso si no hacía nada más que estar allí. Que se me alborotaran un poco las hormonas y eso era otro tema, no entraba del todo en el mismo cajón, pero obviamente lo aceptaba.

    La sentí empuñar mi cabello, la estupidez me lanzó un chispazo por la columna aunque las caricias que me dedicó después sirvieron para mantener las cosas a niveles relativamente aptos para todo público. Cerré los ojos un segundo, recibí el tono sedoso de su voz, el beso en la mejilla y solté el aire despacio al sentir el primer beso en lo que enumeraba lo que traía. Me dejé hacer una docilidad que rayaba lo descabellado, tragué grueso y reí por lo bajo mientras la escuchaba y la sentía seguir con el numerito.

    Tampoco me apetecía mucho disimular que lo estaba disfrutando.

    Me desinflé los pulmones cuando sentí sus labios cerca de la clavícula, fue prácticamente un reflejo y solo traté de medio regresar al mundo cuando la escuché hablar con un tono diferente. Parpadeé con pesadez, encontré sus ojos y estiré la mano para dejarla en su mejilla, le dediqué una caricia liviana, casi distraída y me tragué la risa al escuchar cómo me había llamado.

    —Los satisface —afirmé sin sacarme demasiado los aires de grandeza y me incliné para dejarle un beso en los labios, breve—. Pasa que me queda una duda, una bastante importante de hecho.

    Separé la mano de su rostro, también me aparté un poco para regresarle parte de su espacio y suspiré con una preocupación que de convincente no tenía nada. Imprimí un sentimiento parecido en el tono a pesar de todo, por el puro gusto de montar un poco de drama con la situación.

    —Es que mira, tú eres tan buena y me traes un almuerzo tan rico hecho por ti. ¿Pero qué pasa con el postre? Una buena comida siempre necesita un postre.
     
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    Gigi Blanche

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    En parte me aliviaba, y definitivamente calmaba bastantes ansiedades, que para varias mierdas hubiéramos dejado de pretender disimular o minimizar. Corría en ambas direcciones, había caído prácticamente por su propio peso y el resto, como una represa rota, siguió el curso de la corriente. Su fuerza también. Me daba igual el lugar que fuera, creía en nuestra capacidad para levantar refugios del puro aire. Para encontrar quizá no respuestas, pero sí ausencia de ruido. Todo quedaba en la confianza.

    En confiar que no se siguiera desconectando de mí así porque sí.

    Mi pequeño espectáculo le gustó, se había quedado quieto y además se desinfló los pulmones sobre el final. La tontería dibujó una sonrisa un poquito vanidosa en mi rostro antes de apartarme y ofrecerle la carita de niña buena. No me alimentaba el ego, o quizá sí, pero no de una forma contraproducente. Las cosas no habían cambiado demasiado, al fin y al cabo; desde la primera vez que se nos había volado la cabeza medio le dejé claro lo mucho que disfrutaba empujarlo en esa dirección.

    Arrancarle los cables y esas cosas.

    Detallé su mirada, parpadeé despacio al recibir su mano en mi mejilla y sencillamente disfruté del pequeño contacto hasta que lo deshizo. Su última pregunta me instó a hacer un mohín y girar sobre mis talones, liviana, para acercarme a la reja, donde había dejado los bentos.

    —Su humilde servidora de aquí lamenta recordarle que sus dotes culinarias aún están bastante verdes, ni hablar de pastelería. —Habiendo alcanzado la reja, me giré en su dirección y apoyé allí la reja, estirando los brazos para que viniera; una vez lo tuve al alcance, empuñé las manos en las solapas de la chaqueta y volví a hacerle un puchero—. ¿Me disculparía, mi Señor?


    i am so frickin late ohgod, im sorry llevo desde el jueves de viajecitto
     
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  19.  
    Zireael

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    Puede que en otras circunstancias la fuerza de nuestras personalidades fuese capaz de colisionar, de hecho un poco había sido así al inicio, pero luego de alguna forma habíamos entendido que teníamos que dejar de ser imbéciles y correr en direcciones contrarias para poner la fuerza de nuestros propios desastres a fluir en la misma dirección. Viniendo de mi la palabra era un poco extraña, pero el poder que poseíamos al avanzar en la misma dirección era mayor que casi cualquier otra cosa.

    Quizás no encontrábamos respuestas a las cosas que nos aquejaban, pero en el segundo que volvíamos el uno al otro lo que sea que estuviese haciendo ruido afuera se callaba. El crepitar del fuego y el sonido de la marea lo ahogaba, nos permitía crear un refugio donde no habían ni paredes y nos daba tiempo para descansar, así fuese cinco minutos, una hora o una semana.

    El chispazo de color que encontraba en esos refugios me hacía tener algo muy parecido a la esperanza.

    A su vez tampoco ignoraba ya que así como esta chica era la misma que iba a la enfermería a dejarme el almuerzo, era la que se había metido al cuarto oscuro conmigo por puro amor al desastre y que, en consecuencia, era fanática de arrancarme los cables de lugar. Era algo a lo que había cedido desde ese momento sin siquiera darle muchas vueltas, simplemente había pasado, seguía pasando y yo lo dejaba ser.

    Igual en eso se resumía todo.

    Nos dejábamos ser mutuamente.

    Noté el mohín que hizo ante mi pregunta, solté una risa nasal en respuesta y seguí con la mirada sus pasos hacia la reja donde había dejado las cosas. El recordatorio de sus dotes culinarias me arrancó una risa algo más sonora y me acerqué a ella cuando estiró los brazos para indicarme que lo hiciera, se puso a jugar con las solapas de la chaqueta y yo aproveché los intermedios para repasar sus facciones antes de que hiciera otro puchero. Me lo pensé un rato solo por meterle algo de suspenso a mi respuesta y estiré las manos para sujetar su rostro antes de empezar a repartirle besos por toda la cara.

    —Perdonada, pero me voy a cobrar el postre contigo —atajé entre un beso y otro, bastante entretenido con mi propia tontería—. Con lo dulce que eres yo digo que debe bastar y sobrar, ¿no te parece?

    Seguí llenándola de besos unos segundos más y cuando me detuve le estrujé las mejillas como si fuese una mocosa.

    —Gracias, princesa —murmuré dedicándole una sonrisa, fue una genuina sonrisa de imbécil y ni siquiera lo disimulé. Dejé sus mejillas en paz, pero no me separé del todo de ella aunque le eché un vistazo a los bentos—. Ese almuerzo me está esperando, que no puedo dejar que todo el trabajo que hiciste se desperdicie. ¡No va a quedar ni un grano de arroz!


    en este episodio de interacciones que debería ir cerrando pero no me da el corazón de poio para hacerlo uwu
     
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  20.  
    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado fifteen k. gakkouer

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    Lo cierto era que tenía que admitirlo: existía un tipo de satisfacción muy particular al saber que habías hecho un buen trabajo en algo, y supe desde el primer segundo que lo que empecé a sentir tras haber entregado el proyecto era justamente ese tipo de satisfacción. Nunca había buscado ser una mala estudiante a propósito, ni mucho menos, y siempre intentaba esforzarme a pesar de que sabía que no era lo mío; en aquella ocasión no fue muy diferente, pero había tenido la suerte de poder disfrutarlo por varios factores y sabía, estaba convencida, de que eso iba a tener una buena recompensa.

    Por desgracia, hasta que no tuviese la nota oficial en papel, no iba a poder demostrarle nada a mis padres, y eso implicaba seguir con los fondos recortados por algún tiempo más. Era aún peor si me ponía a pensar en el par de gastos extraordinarios que había hecho esos últimos días, ¡pero no importaba, no importaba! Era simple cuestión de tiempo recuperarlos y, honestamente, tampoco estaba teniendo mucho interés en salir a gastar por el momento.

    Así pues, el jueves llegué a la academia de bastante buen humor, a pesar del tiempo tan feo que se nos había echado encima, y cuando llegó el receso, me apeteció disfrutar un poco de aquel aire fresco. El patio hubiese sido una opción, pero ni idea, la azotea quedaba más cerca del tercer piso y supuse que estaría más tranquilo, así que acabé dirigiéndome hacia ahí sin más.

    —Ah~ Debería aprender a apreciar los días no soleados a partir de ahora, tampoco están tan mal~


    Al fin y al cabo, ¿no había aprendido también a disfrutar de la compañía de un chico que definitivamente tampoco calificaba de actitud soleada~?

    por aquí dejo a esta seven gal as well, por si alguien la quiere uwu
     
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