El agua estaba hirviendo y podía sentir como quemaba su piel; ámpulas aparecieron en todo su cuerpo. El vapor entraba de a poco en sus pulmones dejándolo sin aliento, quemándolo desde dentro. Restregaba sus uñas por todo su cuerpo arrancándose pedazos de piel. Cucarachas desproporcionadamente grandes salían de su boca, percibía el hedor nauseabundo de sus eses y el ardor en sus ojos. Su cuero cabelludo cayó en una pieza al piso de la ducha, tapando la coladera. El agua cristalina de la regadera se tornó roja y lo cubrió por completo, intentó limpiarse el espeso líquido rojo de su cuerpo pero era inútil, mientras más limpiaba mas se impregnaba en los trozos de piel que aún le quedaban. La escena era grotesca, sobre todo, porque ante tal tortura él permanecía callado, no había más sonido que el de las gotas golpeando los azulejos verdes de las paredes. Su rostro se conservaba inmutable y las únicas señales de dolor se veían reflejadas en los ojos que, habiéndose desprendido de sus cuencas, se encontraban nadando en el lago rojo que inundaba el baño. Se fue quedando sin piel, sin músculos, sin nervios, quedando solo el esqueleto. No tenía rostro ni nada que lo distinguiera, solo era huesos. El agua llenó toda la habitaciónón, los restos de piel, órganos e insectos que salieron de él se encontraban flotando libremente. De pronto alguien tocó la puerta: —Hijo, ¿te falta mucho? La escena cambió, no había agua roja ni un cuerpo hecho pedazos, en su lugar había un baño limpio con un joven totalmente mojado. —No, ya casi termino, me seco y salgo. —Bueno— contestó la mujer —voy a empezar a servir. Ya casi llega tu papá El joven cerró la regadera y tomó la toalla blanca con la que solía secarse, la enredó en su cintura y tomó la perilla de la puerta para salir. Un hombre mayor lleno de cicatrices y completamente sucio salió de la habitación de aquella vieja casa abandonada donde vivía solo desde hacía muchos años.