Enfermería

Tema en 'Primera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado fifteen k. gakkouer

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    Me eché un poquito hacia atrás en la camilla, usando las manos de apoyo sobre el colchón a mis espaldas, y seguí los movimientos del chico con la cabeza ligeramente ladeada, dejando que la melena se deslizase hacia un lado hasta dar con la sábana. El albino estaba siendo realmente cuidadoso con los raspones, sus toques se sentían suaves sobre la piel, y bueno, digamos que estaba teniéndolo difícil para comportarme. Es que era una persona muy física, no había nada que pudiese hacer al respecto~

    Negué apenas con la cabeza cuando preguntó si ardía, porque un poquito si lo hacía pero no era nada que me estuviese matando y, ya se lo había dicho a Joey, I didn't usually mind a little pain every now and then~

    También respondió a mi pregunta, acción que ya de por sí me lanzó encima una ola de satisfacción, pero encima la respuesta en sí solo consiguió aumentar más la sensación. Entorné la mirada de manera algo inconsciente y esperé a que volviese a acercarse para moverme también, bajándome de la cama para sentarme en el suelo delante de él.

    —Tú me gustas~ —respondí, bajando el tono de voz a propósito y buscando su mirada sin pudor alguno al decirlo—. ¿Crees que tengo alguna posibilidad de conseguirte aunque sea un besito~?

    Perdón, hace mucho que no liga y se me fue de las manos (???
     
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  2.  
    Insane

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    Recosté el codo derecho sobre la camilla en lo que la veía bajarse para sentarse en el suelo, así que descendí la mirada al azul de sus ojos, pestañeando con parsimonia en lo que la escuchaba habla nuevamente. Elevé ligeramente las cejas, y un poco si que mis labios se curvearon minúsculamente hacia la izquierda, sin embargo le sostuve la mirada sin complicaciones, dejándola ser al continuar con la conversación.

    —¿Un beso? —murmuré con naturalidad, paseando luego las pupilas hacia una de las ventanas.

    El cielo continuaba encapotado, como sino hubiese posibilidad de que se asomara el sol. Vete a saber las probabilidades en que el clima cambiase de un momento a otro, como el pasar de limpiar sus raspaduras a estar hablando de que le gustaba; curioso... asociar el amarillo del sol con la cabellera rubia de Alisha, no es como si hubiésemos compartido en realidad más que un par de miradas o palabras, pero la chica me daba la impresión de ser un rayo de sol andante.

    —Las posibilidades siempre existen —respondí luego de un rato de silencio, como si fuese una conversación casual—, pero no siempre es bueno arriesgarse a ellas —no tuve que pensar mucho para continuar la charla en lo que enterraba ambas manos en los bolsillos del pantalón—. ¿Alguna vez te has enamorado, Ali?
     
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    Amane

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    No era lo que se decía la persona más inteligente del mundo, eso lo sabía yo mejor que nadie, pero había situaciones en las que mi cabecita se ponía a funcionar más que bien. En aquella ocasión, por ejemplo, supe de primera instancia que el chico no me iba a aceptar comerle la boca así de buenas a primeras; era muy obvia la diferencia entre los que lo hacían y los que no, para empezar. Su reacción y respuesta, por otro lado, me darían las pistas necesarias para saber si seguir intentándolo o mejor no perder el tiempo.

    Claro que se me olvidaba que este chico parecía un poco especialito.

    Alcé una ceja, escéptica, al escuchar su respuesta, y no pude evitar soltar una carcajada en lo que negaba con la cabeza. ¿Cómo se suponía que tenía que interpretar aquello? ¿Un rechazo pero no mucho? Era mono y eso, pero las respuestas tan ambiguas no me hacía especial ilusión. Sea como fuere, el chico no pareció querer dejar la conversación seguir por ese cauce y, sinceramente, hubiese preferido que directamente me mandase a la mierda antes que la pregunta que me soltó de la nada.

    Que si alguna vez me había enamorado, decía.

    Qué puto chiste.
    Me levanté del suelo en silencio y con una calma que hasta podía resultar cómica, ni idea. Me limpié la falda por pura manía y me la ajusté en su sitio también, dirigiéndole la mirada al chico sin haber perdido realmente rastro de la sonrisa sedosa que había adoptado antes.

    Gotta go, cotton boy. Gracias por limpiarme las heridas~

    Me dirigí hacia la salida sin ninguna clase de preocupación por estar yéndome sin dar explicaciones y por estar dejándolo solo cuando había sido hasta amable conmigo, pero igual ya a estas alturas me parecía a mí que había quedado más que claro que todo me la sudaba bastante y que seguía siendo un poco cabrona, con o sin Joey por los alrededores.

    >>Ah, ¿y eso de que no siempre es bueno arriesgarse? That sounds fucking boring~ —solté justo en el marco de la puerta, dirigiéndole una mirada por encima del hombro.

    Le lancé un beso al aire, guiñándole el ojo en el proceso, antes de finalmente salir de la estancia. Dios, qué pereza de día me esperaba, ¿no?

    añksdjbads perdón, pero te marcaste tremendo combo destructor (?, no pude convencerla de quedarse </3
     
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    Insane

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    Y seguí sin percatarme en que Génesis había llegado, quién sabe, si hubiese sabido que estaba ahí no sabría muy bien si hubiese ido donde ella cuando obviamente quería que fuese mi gemelo en mi lugar, así que probablemente tampoco me hubiese matado la cabeza. Sentí al tacto suave de Ali en mi brazo, subiendo las escaleras para encaminarnos por los pasillos, recordando a Riamu en algún momento, pff, la pelirosa me tenía en el olvido, la próxima vez que la viese se lo reclamaría, de nuevo~

    Vaya cabrón, estar con la barbie y pensando en el algodónd e azúcar~

    —¿Me ayudarás a buscar lo que perdí, Ali?~

    Comencé a montarme la tontería pese a comenzar a cargarme la sonrisa de mierda, entrando a la enfermería.

    —Digo, contigo aquí probablemente lo encuentre rápido~

    Paseé la punta de mi lengua por las muelas superiores en lo que curvaba los labios en una sonrisa sátira, porque vete a saber si podía aflojar los cables como hacía con Tolvaj, o me tocaba ser un caballero de mierda.
     
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  5.  
    Amane

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    Subimos hacia la enfermería sin mayor problema, y aproveché el viaje para echar a través de las ventanas, observando el cielo. No tenía manera de saber que el chico se había puesto a pensar en punky mientras anadaba conmigo, pero sinceramente, tampoco me hubiese importado demasiado de ser el caso; mucho menos cuando yo andaba pensando en lo que haría el sábado si el tiempo de verdad no mejoraba.

    Además, ¿no había visto a Joey mandándole mensajes a otra chica justo después de haber acabado de follar conmigo? No era algo que me carcomiese por dentro, en definitiva.

    Le solté el brazo en cuanto alcanzamos nuestro objetivo, estirando justo después el pie para cerrar la puerta a nuestro paso, y me dirigí hacia el escritorio donde se suponía que la enfermera de la escuela estaría esperándonos cuando tuviésemos algún problema; si tuviésemos una decente, quería decir. Me subí a la mesa de un salto, cruzándome de piernas después, y miré a Zeldryck desde ahí mientras cogí una bolígrafo para juguetear con él entre mis dedos.

    So... ¿qué has perdido, handsome?
     
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    Insane

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    La seguí con la precisión de un animal en lo que subía al escritorio, casi que entorné la mirada al verla cruzar las piernas y por la pura gracia le dediqué la sonrisa cagada que traía.

    —Creo que ya encontré lo que perdí —murmuré porque sí, encaminándome hasta ella, frenando apenas a unos centímetros en lo que le quitaba el bolígrafo, acentuando el vicio al mostrarle los dientes, quién sabe, como si fuese un conejito frente a un lobo, porque venga, esta podía ser una cabrona y lo que quisiera, pero más salida que Tolvaj, lo dudaba con creces~

    No hice ni mierda al estar frente ella, al menos no más que deslizar la punta del boligrafo por su mejilla, deparando en el escote de la blusa. Casi que le hice un espacio al lapicero al deslizarlo apenas entre sus senos, clavándole los ámbar en el azul de sus ojos. Si solo había que verla, parecía una muñequita de esas de exhibición~

    Dejé el boligrafo para deslizar mis nudillos desde su clavícula hasta su cuello, frenando en el final de su mentón, inclinándome apenas a lo que la puerta se abrió. Observé de reojo en lo que me relamía los labios. La enfermera estaba ahí de pie, con los ojos abiertos como si hubiese visto un espanto... o quién sabe. La cosa fue que nos indicó que las clases iniciarían a lo que dejé caer la mano, rozando de aposta el pezón izquierdo de Welsh sobre la tela, para enterrar las manos en los bolsillos.

    —Aún está pendiente la deuda, Ali~

    Perdóname la vida, el tiempo como adulta independiente no me da
     
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  7.  
    Zireael

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    Había intentado salvarme de tener que aparecerme en la academia con el cerebro odiándome de esta manera, eso seguro, pero mamá se había despertado con el pie izquierdo esa mañana y si acaso accedió a que papá llamara para que me dejaran llegar cerca de la hora del receso. Le habían dejado dicho a la criada que me despertara a cierta hora, si es que me había vuelto a dormir, y que me enviara así fuese de la greñas.

    No me quedó más que prepararme y salir por mucho que tuviera el cerebro espeso. El viaje se me hizo eterno además, porque en realidad lo era pero se notaba mucho cuando no estabas procesando el mundo a la velocidad promedio.

    Tan siquiera podía agradecer que el sol no estaba tan violento como ayer, no implicaba mayor cambio porque me iba a quedar ciego en cualquier caso, pero que el calor no se sintiera de la misma forma en el cuerpo se agradecía, sobre todo en el tramo de entrada a la academia.

    Al llegar subí en el ascensor solo para dejar las cosas en el salón, lo hice lo más rápido que pude al ver que Tolvaj seguía allí, y ya en el pasillo pensé varios segundos si largarme a la azotea o echarme el receso en la enfermería para poder lidiar con las clases de la tarde con la idiota esta dando por culo como sabía que iba a suceder. En medio de mi dilema alguien se chocó conmigo y topé con el chispazo de rojo al girar el rostro, tenía cara de haber visto al diablo encarnado y fue de hacer dos más dos.

    —Siempre eres el ratón de todos los gatos, ¿no? —le solté en tono plano.

    Me respondió en inglés, le salió directo del estómago, pero me dijo que más me valía callarme porque éramos iguales y siguió su camino antes de que el diablo le siguiera los pasos o algo.

    Como fuese, bajé hasta la enfermería donde cerré las cortinas y me eché sin especial cuando en una de las camas. El espacio seguía siendo más blanco de lo que me hubiese gustado, pero nada que hacerle. Pensé en meterme más medicamentos en el sistema, pero si los que había tomado en casa habían servido de poco no tenía caso.

    Con todo, medio me funcionó la neurona para buscar el móvil y enviar un par de mensajes.

    Hey, love.

    Bueno, ¿así de la nada? Qué más daba.

    Llegué tarde y no te pude saludar en la mañana. Si necesitas algo estoy en la enfermería, mi cerebro me odia.
    Ah, en la mochila que dejé en clase hay un almuerzo por si quisieras.


    Le envié un sticker de gatito para finalmente dejar el aparato a un lado, por si acaso, y cerrar los ojos. Tenía un rato para que la migraña se me acomodara, aunque dudaba tener esa suerte.


    Gigi Blanche ola uwu la niña anda con Emi, i know but solo para que sepas que el pendejo le envió unos mensajitos

    dicho eso, queda al servicio del pueblo (???
     
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  8.  
    Gigi Blanche

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    Había tirado a matar, por supuesto, y no me arrepentía en absoluto; no lo hacía y eso, quizá, fue en parte lo que más me pesó de todo el asunto. Fue una satisfacción extraña aquella que sentí en cuanto la eterna sonrisita prepotente desapareció de su rostro. Así hubiera sido por dos segundos, la puta máscara se le había destrozado contra el suelo y la vi más humana que nunca. Debería haber reconocido la vulnerabilidad y no mofarme de ella, retroceder, tragar. Pero no pude, no supe cómo, Alisha se transformó en un espejo y en el reflejo apareció la mirada helada de mamá. Su pequeña sonrisa, incluso, esa que habría deseado no ver nunca. Era la cara de alguien a punto de dar el tiro de gracia, de jalar el gatillo y regodearse en su éxito. Mi voz y la suya, reverberando.

    ¿Que me engañaste, dices? Por favor.

    ¿Tan interesante te resulta mi vida, gringa, que sabes hasta con quienes me junto?
    ¿De veras pensaste que con eso ibas a lastimarme?

    Eres patética, Alisha.
    Eres patético, Darel.

    Me das muchísima lástima.
    Te compadezco, en serio.

    Nunca supe si estaba dolida o no, si su reacción sólo era la de un orgullo pisoteado o si genuinamente todo el asunto le causaba gracia. Pero Alisha me respondió, ella también me perforó el puto pecho y el cuerpo se me bañó de una frialdad similar a la del espejo. Siempre lo había pensado, ¿no? El vino tinto que compartíamos, nosotras dos y nadie más, era de un subtono demasiado morado. Demasiado muerto.

    Fuck you, Welsh —mascullé, enfatizando la segunda palabra, un segundo antes de que la imbécil me empujara.

    Estaba claramente afectada y no podía darme más igual, sentí la dureza de la silla contra mis piernas y me tragué el impulso de maldecir. Vete a saber por qué. Joey se me vino encima demasiado rápido, lo percibí por el rabillo del ojo y, antes de enfocarlo, se me asemejó a una silueta negra, alta y amenazante. No lo entendí muy bien, pero la respuesta de mi cuerpo fue clara: miedo.

    Como si hubiera deseado cerrarme de una hostia.

    Su voz sonó grave, pausada, quizá como un animal hambriento, y me quedé quieta hasta que desapareció. Sólo yo quedé en el aula. Repasé los alrededores con la vista, la velocidad de mi respiración alcanzó a chocar contra mis oídos y en pocos segundos me las arreglé para calmarme. Era la gran facultad de la piedra. Intenté no darle demasiada entidad a las palabras de Alisha, sabía que sólo se había esforzado por patearme donde más me dolía ya que yo había hecho lo mismo. Mira nada más, si no sería un talento desbloqueado.

    La copia de carbón de mamá.

    Podía esforzarme día tras día por alejarme de ella, de su personalidad filosa, su elegancia e independencia, podía quemar hasta la última de las hojas con su rostro dibujado para que en cuestión de míseros minutos regresaran. Un cortocircuito, un pestañeo, y volvía a estar rodeada de maniquíes, carboncillo, y dibujos erráticos. Mis manos se manchaban de negro.

    Y la de los espejos no era yo, sino ella.

    Tú ni siquiera follándotelos consigues que se queden contigo, ¿verdad?

    Regresé la mascarilla a su lugar, me senté y comencé a ordenar mis cosas. Mis movimientos eran suaves, medidos y calculados, y había muchísimo ruido, y la cabeza me palpitaba. Con todo dentro del maletín, apoyé los codos en la mesa, la frente en mis manos, e inhalé hondo. Conté.

    Uno.

    Dos.

    Tres.

    Cuatro.

    Cinco.

    Alright.

    El camino hasta la enfermería lo hice sin detenerme en nada, tampoco me apetecía topar con ninguna cara conocida. Ahí adentro no había nadie, ni siquiera enfermera, así que me adueñé de su escritorio y comencé a desplegar mis útiles justo como habían estado en mi mesa. El cuaderno al centro, abierto en la página correspondiente; el lápiz de mina a la derecha, alineado con el cuaderno, y a su lado la goma de borrar. La calculadora en diagonal, hacia la izquierda, y la cartuchera cerrada en la esquina superior derecha. A lo último, busqué dentro del pastillero y me tragué dos paracetamol al hilo.

    Las voces seguirían retumbando y los dibujos de carbón seguirían replicándose, pero no podía ser importante.

    Tenía trabajo que hacer.


    Insane lamento el estado en el que te la entrego JAJSJAJ pero ahí está *huye*
     
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  9.  
    Insane

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    La hora del receso había llegado sin mucho deparo, y un poco me quedé haciendo pereza en el pupitre en lo que la maestra se retiraba con gran parte del alumnado, fue en cuanto revisé el móvil para ver las historia, topándome con una de Cathy al haberla seguido, tal y como se lo había mencionado. La chica era por demás bastante tierna etiquetándome por la pequeñez de la sudadera, a lo cual aligeré una sonrisa en lo que le respondía con un sticker de un copo de nieve. Fue en cuanto le noté toda la intención a Kasun de acercarse que me levanté con serenidad del asiento.

    Quizá el demonio andaba viendo lo mismo en el móvil y ni por enterado~

    —¿Tan pronto con ganas de irte? Y yo con ganas de que hablaramos un rato, Alaska~

    Un suspiro casi con burla se me coló de los labios.

    —Lo siento Zeld, tengo planes —le contesté, pasando de largo con las manos enterradas en los bolsillos al haberme puesto ya los lentes negros, entrando al baño para ya luego echarme a caminar por el pasillo desolado.

    <<Al menos yo les intereso por algo. Tú ni siquiera follándotelos consigues que se queden contigo, ¿verdad?>>

    Levanté las cejas ligeramente al estar caminando puntualmente por el inicio del aula de mi hermana, escuchando lo que parecía un escupir de palabras, un poco si que llevé la mano derecha sobre mi nuca. No me pasaba por la cabeza el que mi hermana estuviese involucrada en la conversación, sin embargo se me tensó el músculo al pensar en la miníma posibilidad de que así fuese, a fin de cuentas no había ni reconocido la voz que lo soltó. Seguí con los pasos ya a poca distancia de la puerta del aula, visualizando el cabello de Alisha salir del aula, encajando entonces el tono de voz con la dueña de ésta.

    Ya en cuanto pasé por la puerta noté a un tipo con el que nunca había tratado, y casi me quedé prendado al suelo con la postura aparentemente relajada, denotando casi al instante la prensencia de Sasha, al seguir el movimiento del chico al acercarse a ella, lo hizo rápido, produciendo que el instinto se me colara en la piel, tanto como para tenerme con los ojos sobre él. No era de meterme en cosas que no eran mi problema, y mucho menos sin saber -y sin querer saber- al respecto, pero si le ponía la mano encima sabía que de la calma que mantenía no quedarían ni las cenizas. Vi sus labios moverse para luego alejarse de ella, y a la final ni me moví de donde estaba, sintiendo el choque de su hombro con el mío.

    El silencio como era costumbre reinó en mi cabeza, y posiblemente era la mejor opción de todas, en lo que continuaba caminando, reduciendo el ritmo de mis pasos hacia las escaleras, notando el cabello carmín pasar por mi lado. Había algo de tranquilidad el saber que como era altamente probableme Violet no tenía nada que ver en lo que sea que escuché ahí dentro, pero un poco me había producido fastidio el cómo el tipo se le acercó a Pierce.

    Inhalé y exhalé con rotunda serenidad, notando por el rabillod el ojo a Sasha ingresar a la enfermería, y a la final terminé inclinándome por seguirla.

    —Permiso —murmuré abriendo la puerta y cerrándola a mis espaldas, viéndola con lo del pastillero en las manos—. ¿Sabrás si acá puedo encontrar alguna vitamina C, Sash? Anda un virus por casa~
     
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    Gigi Blanche

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    Estaba demasiado absorbida en mis mierdas como para prestarle la debida atención a nada de mi alrededor, y al menos de momento no me pesaba lo suficiente. ¿Más tarde? Veríamos. Lo peor había pasado, intentaba decirme, aunque no estaba segura de ello. ¿Lo peor eran Joey y Alisha? No, la verdad que no. Lo peor iba a seguir llegando de a intervalos regulares y si de algo me aferraba era, para variar, mi eterna torre. Quizá la sobrestimara, quizá no resistiera tanto como creía, pero tampoco me quedaban opciones.

    Tocaba seguir poniéndola a prueba y ya.

    Oí la puerta cuando estaba tragando las pastillas. Volteé apenas el rostro, lo suficiente para reconocer a Suiren, y le concedí una sonrisa leve antes de regresar el barbijo a su lugar. Me habría dado igual Alisha, pero no me gustaba la idea de contagiar a nadie más. Bah, ni siquiera sabía si era contagioso, pero tosía mucho y podía escupirle algo a alguien encima.

    —¿Vitamina C? —repetí, con una facilidad absurda para lucir normal, y me mantuve revisando el pastillero en lo que regresé el pote de paracetamol. Sonreí al dar con ellas, así fuera debajo del barbijo, y se las extendí—. There you go. ¿Tu hermana se pilló algo?

    Ah, aunque la había visto esta mañana en clase, ¿no? La muchachita de cabello blanco. Cerré los ojos, como descartando mis palabras, y volví a verlo.

    —¿O alguno de tus padres, más bien?

    Como supuse, seguía resistiendo.

    ¿De qué forma iba a detenerme alguna vez, entonces?

    Me mantuve de pie, pese a que me habría gustado sentarme, vete a saber si por una estupidez de orgullo o porque simplemente me parecía lo correcto siendo que él también estaba así, y el viento retumbó de repente contra las ventanas a mi espalda. Había sido una suerte de azote, quizá de advertencia. Una que no supe escuchar. ¿Que lo peor aún no llegaba, había pensado?

    No tenía idea cuán cierto era eso.

    me llaman toretto
     
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    Insane

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    Asentí ligeramente a su pregunta, siguiendo ligeramente el que dejase el paracetamol en su lugar. No había que ser un genio para darse cuenta de que mínimamente estaba algo indispuesta, a fin de cuentas cuando mantuvo el barbijo bajo el mentón se notó en la piel de su rostro por demás ruborizada. Caminé hasta ella para recibirlas, guardándomelas en el bolsillo.

    Estuve por responder pero ella pareció pensar algo, por lo que me mantuve en silencio hasta escucharla nuevamente, preguntando por mis padres, en lo que sonreí con ligereza.

    —Mi madre me envió un mensaje mientras estaba en clase, parece que le duele un poco la garganta —murmuré extendiendo la mano para colocar el dorso de ésta en su frente, en lo que entornaba los orbes tras los lentes—. Está el virus rondando por el barrio donde resido, ¿qué tal tú?

    Aparté el tacto, sintiendo la brisa por medio de las ventanas colándose.

    >>¿Alguien en casa te contagió?

    Pregunté dándome vuelta para dirigirme a la gavetas, dejando el almuerzo que llevaba dentro de un Topper sobre la madera, dedicándome a abrir los cajones con parsimonia en lo que buscaba el termómetro, hasta toparme con uno, no era digital como tal, pero serviría.

    —¿Me permitirías saber tu temperatura exacta, Sash? —extendí el termómetro de mercurio en lo que apoyaba mi espalda baja contra la mesa, quitándome los lentes para observarla tras las pestañas.
     
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    Gigi Blanche

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    Suiren se acercó para recibir las pastillas y aguardó a que completara mi idea antes de responderme. Asentí, fue ligero y no me inmuté demasiado cuando extendió la mano para tocar mi frente. Adiviné las intenciones del tacto y no me dio la energía para apartarlo ni pedirle que no se molestara, sólo me quedé allí. De una forma extraña, y al menos vagamente, fue reconfortante. Se lo había mencionado a Arata la otra vez, era uno de los escasos puentes que aún utilizaba.

    El contacto físico.

    —Llévale unos caramelos de miel —le sugerí, era lo que siempre comprábamos en casa cuando alguien andaba mal de la garganta. Él alejó la mano y seguí sus movimientos, meneando apenas la cabeza—. No, fue... el aire acondicionado en el trabajo estaba muy fuerte ayer y se ve que me enfrié. Ya sabes, el cambio de temperatura además.

    Lo había soltado, otra vez, con una naturalidad que me resultó impropia, pero me era útil y no iría a desestimarla. Él había dejado su almuerzo sobre la mesa y no comprendí hasta ver el termómetro. Intercambié la mirada entre el aparato y sus ojos, ahora sin las gafas, y me dejé caer en la silla, a su lado. En el proceso solté una risa bastante floja, si acaso podía calificar como una.

    Sure, doc —lo molesté, fue un poco irónico aunque mi intención no fuera ofenderlo ni nada similar.

    Acepté el termómetro y desprendí unos pocos botones de la camisa, los suficientes para colar la cosa debajo de mi axila. Como tal no me dio vergüenza, realmente, siendo que este chico ya me había visto en ropa interior y, debía insistir, no me quedaba mucha energía para nada. Aún no entendía qué utilidad le daría a semejante información, pero ya que estábamos aquí quizá pudiera ayudarme.

    —¿Ustedes entregaban hoy una tarea de Física? —le pregunté, en lo que el termómetro hacía lo suyo.


    lets just say que anda en 38°C porque tampoco se está muriendo de fiebre ni nada (?
     
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    Insane

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    Levanté ligeramente las cejas. Era la primera vez que escuchaba sobre los caramelos de miel, así que un poco capturó mi atención con esa pequeñez.

    —¿Se consiguen en farmacias?

    Bueno, el aire acondicionado no solía ser muy beneficioso para la salud, así que podía imaginarme el cambio contante de temperatura, no sonaba nada bien andar enfermo ni en la escuela, y mucho menos en el trabajo.

    —Suena a mala suerte, Sash —murmuré en lo que ella se ponía el termómetro, permaneciendo sereno pese a ser llamado doc, porque bueno, eso era lo único que tenía claro y no quería ser en mi vida.

    Ni siquiera me era agradable estar en la enfermería de un instituto, me producía hastío el aroma a alcohol etílico, pero tenía la facilidad irrisoria de mantenerme como si nada, era bastante aplaudible si hacía retrospectiva. Fue entonces que Pierde habló, sacándome un poco de mis pensamientos.

    —Sí, aunque no la presenté —esperé a qué me regresará el termómetro para ver su temperatura, y bueno, algo de fiebre si tenía. Dejé entonces el objeto en su lugar —¿ustedes deben presentarla hoy luego del receso?

    Cerré el cajón, volviendo a ella.

    >>Y en caso de que tú fiebre aumente, llamamos a alguien más, Sash.
     
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    Por alguna razón asumí que sabría de lo que le hablaba, ya que los caramelos de miel eran prácticamente una tradición en casa. Bueno, casas. Siempre había habido un frasco de ellos en la cocina, en Sydney, y papá lo dejaba pasar cuando me pillaba robándolos aún así me sintiera bien. Eran muy ricos, ni modo. Ahora que lo pensaba, no estaba segura qué había sido de ese frasco cuando mamá se fue de casa y unos meses después nos mudamos, ya que no estaba aquí. Pese a ello, papá había comprado otro y volvió a estar siempre lleno en la cocina; era una fiel copia de su antecesor, una suerte de conexión vaga con la vida que habíamos tenido en Australia. Desde la muerte de Eloise, sin embargo, ya no estaba tan lleno como antes, pero hacíamos lo mejor que podíamos.

    Cuando me pagaban en el café, sobre todo, intentaba comprar caramelos y las tonterías para hornear galletas.

    —Sip, ahí consigues unos que además de miel traen algo de medicamento. Suavizan mucho la garganta y son ricos, it's a win-win.

    Suiren dijo que se trataba de mala suerte y no iba a refutarlo, mucho menos me pondría a quejarme sobre las verdaderas razones detrás del... incidente, así que me limité a soltar una risa floja, algo irónica o incrédula, vete a saber. Reemplazaba el "yeah, guess you're right" que me dio pereza decir, en definitiva. Ni siquiera se me ocurrió pensar en las implicancias de llamarlo doc, aún a sabiendas de la condición de sus ojos y, aún peor, la de su hermana. ¿Debería haberlo tenido en cuenta? Quizá, pero hoy, ahora mismo, la neurona no me funcionaba a máxima velocidad. En cualquier caso, podría haberle dado la razón. Las paredes blancas, los tubos fluorescentes ligeramente sucios, el aroma a desinfectantes y alcohol etílico. Tampoco me gustaban los hospitales.

    Era un sentimiento que compartía con Danny, así el niño no lo dijera.

    En lo que a nosotros concernía, la gente iba a los hospitales a morir.

    Le pasé el termómetro luego de echarle yo misma un vistazo, él lo revisó y volvió a guardar. Estaba acomodándome la ropa cuando regresé la mirada a mi cuaderno abierto, frunciendo ligeramente el ceño. Dios, qué pereza me daba hacer esa mierda.

    —Sí, no pude acabarla ayer y no puedo no presentarla. —Lo pensé unos pocos segundos, si valía la pena o no dar las razones, y acabé por descartarlo—. Es un coñazo.

    Su último comentario me arrancó una risa suave, fue casi involuntario. Había recostado el costado de mi cabeza en mi mano, y mi brazo estaba, a su vez, apoyado en el espaldar de la silla. Desde allí lo miré, rascándome apenas las raíces del cabello.

    —¿Qué dices, cielo? ¿Acaso piensas quedarte a cuidarme? —bromeé, en tono liviano.

    No lo necesitaba, en verdad.

    No necesitaba la ayuda de nadie.
     
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    Al menos ya tenía en mente algo que comprarle a mi madre que no supiese mal, al menos esperaba y le aliviase con un buen sabor. Sería únicamente preguntar por la farmacia cerca de casa, y por si acaso comprar de más en caso de mi hermana o su padre resfriarse, ya que era muy baja la probabilidad de que me contagiara.

    Mis defensas de por sí se mantenían bastante altas.

    —Siempre se puede hacer, aún queda tiempo —le eché un vistazo superficial a la tarea, era igual a la que nos habían dejado el día anterior.

    No era compleja, pero si conllevaba algo de tiempo, de lo cual carecí y a la final lo dejé pasar, pero ya que estábamos... Saqué el móvil para ingresar a la aplicación de la calculadora con tranquilidad.

    —¿Qué tal si la terminamos?

    Lo siguiente de la voz de Sasha redujo la velocidad de mis parpadeos, casi como si lo dicho me hubiese hecho callar momentáneamente en lo que dejaba el móvil sobre la mesa y sujetaba un lápiz que residía cerca de su cuaderno.

    —No soy bueno cuidando a la gente, Sasha —aligeré el tono de voz en su nombre.

    Y ya luego, deslicé la yema del dedo índice derecho por la página del cuaderno que arrastre a mi posición.

    —¿Qué materia sueles disfrutar en clase?

    Me imaginaba que no le resultaría especialmente divertido hacer los deberes en el receso, y mucho menos estando enferma, que bueno, a decir verdad de las veces que me enfermaba pocas quería estar escribiendo en una página por cumplimiento.
     
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    Gigi Blanche

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    Su ofrecimiento, aunque no me pilló desprevenida, sí me incomodó un poco. Nada que fuera su culpa, por supuesto, sólo se trataba de mi culo individualista que siempre esperaba, e incluso deseaba, poder con todo. Quizá hubiera crecido de las circunstancias, de mi temperamento pero también del entorno que, de una forma u otra, acabó cediendo a mis demandas. Daba igual que fuera una niña, era más fuerte que papá; y papá, aunque en el fondo lo odiara, lo avalaba. Suspiraba y volteaba la vista. No lo resentía por ello, en verdad.

    Yo también era una tozuda de mierda.

    En definitiva, Suiren me ofreció ayuda y aunque mi primer instinto fue, por supuesto, negarme, también era muy consciente de las circunstancias. E incluso yo tenía mis límites, en especial con el cerebro latiéndome dentro del cráneo. Solté el aire por la nariz y sonreí debajo de la mascarilla, asintiendo. Fue un poco resignado, pero eso no era lo que pretendía transmitirle.

    —Gracias —cedí, desviando la mirada más allá de él, hacia la ventana—. Tráete esa silla si quieres.

    Por mi parte me corrí un poco para dejarle espacio y deslicé el cuaderno más al centro. Lo vi sacar su móvil para abrir la calculadora y pillar uno de mis lápices, y quizá... quizás hubo algo en sus movimientos. O en sus ojos. Sus palabras me lo confirmaron después. Aún habiendo suavizado la voz para llamar a mi nombre, pude sentirlo. Lo conocía demasiado bien, de hecho. Era una suerte de... frustración, ¿verdad? Un objetivo fallido.

    Era creer que tenías un deber y que ese deber se te había escapado de las manos.

    —Uhm, Química, supongo —respondí a su siguiente pregunta, la cual no dudé que había soltado para cambiar de tema, y me acomodé parte del cabello tras la oreja—. Leer mucho no es lo mío, con Física tengo un problema personal y Matemática... demasiado abstracto. Química tiene un buen balance.

    Y sabiendo eso debería haberme quedado en mi molde, permitirle disponer de sus propias emociones y patear lo que él quisiera patear, pues le pertenecía y estaba en su derecho. Pero tampoco podía negar que en las últimas semanas había cambiado un poco, que ya no era la misma niña arisca con complejo de adulto que rechazaba todo aquello por fuera de sus estándares. Y así cayera en saco roto, no quise quedarme callada.

    —¿Sabes? Eso... lo entiendo un poco —murmuré, algo dubitativa, y recién después busqué sus ojos. Joder, en serio no acostumbraba hacer estas cosas—. Y créeme, soy muy testaruda, pero si algo tuve que aceptar con los años... es que esa decisión no es nuestra. Le pertenece a los demás.

    Solté el aire por la nariz, bajándole a los nervios que se me habían enmarañado en el estómago, y una sonrisa suave se me coló en el tono de voz. El cerebro se me había rayado constantemente con ideas similares, pero luego lo encontraba en la gratitud que me profesaba papá y la infancia preservada de los niños. Pese a todo, me habían convencido de que podíamos volver a ser felices.

    —A las personas que queremos cuidar.


    Y eso, en parte, era gracias a la resistencia de mi torre.
     
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    Identifiqué la silla a la cual se refería y la arrastré hasta nosotros, acomodándola a su lado luego de soltarle eso de que no era bueno cuidando a nadie, y tampoco me gustaba hacerlo, quién sabe, porque ni yo me había parado a pensar en ello, lo consideraba una pérdida de entendimiento. En cuanto la posicioné me comentó sobre que le gustaba la química y una sonrisa ligera se me plasmó en los labios, porque no había escuchado muy seguido sobre un gusto por dicha asignatura, solía ser más común lenguas o ética.

    Me senté entonces, jugando con el lápiz entre los dedos en lo que repasaba de forma superficial sus apuntes.

    —Ya tengo quién me explique química entonces~ —tracé una línea delgada. Mis trazos de por si era demasiado claros, solo esperaba y no la hiciese forzar la vista en ello—. Personalmente prefiero la filosofía —comenté aunque no me hubiese preguntado, porque bueno, de algo había que hablar—, pero la fisíca se me hace sencilla, o al menos estos ejercicios.

    (MUR) Movimiento rectilíneo uniforme. -apunté la abreviación a la izquierda-. Si ella tenía la fórmula que se explicó en clase sería bastante fácil. Regresé a la página anterior para buscarla con la tranquilidad caracterísca, escuchándola hablar nuevamente. Por razones obvias creía que seguiría el flujo de la conversación, que continuaría hablando de cosas banales que a la final nos llevarían a conocer aspectos del otro, sin embargo cambió el rumbo; no se había quedado en lo superficial, estaba trayendo a colación algo que me había incomodado hablar. Aún así no me tensé en ningún momento, pero tampoco la volteé a mirar, continué con la vista sobre lás páginas.

    Era extraño, el tener a alguien hablandole al muro de hielo -que para ser franco- no estaba alcanzando. La miré entonces, luego de recostar el mentón sobre el dorso de la mano izquierda, repasando el tono de sus ojos, como quién busca algo en ellos. Reflejé su sonrisa suave por cortesí, cuestionando la pregunta que se me formó en medio de sus palabras.

    >>¿Qué ves en mí cuando me miras a los ojos, Sash?
     
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    Su comentario me arrancó el remedo de una risa; en condiciones normales habría sonado mucho más animada, pero ya estaba visto. No había tenido oportunidad de enseñar o explicar muchas cosas, exceptuando las tareas de los niños que, vamos, aún no salían del preescolar. Con Danny era... bueno, su acompañante terapéutica se encargaba de asistirlo. Francamente, ella interpretaba las señales mucho mejor que yo. Cuándo precisaba ayuda, cuándo se las arreglaba solo, eran palabras que aparecían ante mí en un idioma extraño, confuso y desordenado. No conseguía demarcar los patrones, predecirlo, encasillarlo. Y era sumamente frustrante.

    ¿Puede amarse aquello que no se entiende?

    Lo había pensado junto a él, viendo las estrellas en su techo, y aún no encontraba la respuesta.

    Sure, whenever you want —le respondí, más por no dejarlo colgado que otra cosa, y alcé ligeramente las cejas después. Mierda, no me había dado cuenta de regresarle la pregunta. De veras estaba espesa—. Filosofía.

    Murmuré la palabra desviando la vista a mis apuntes, a la caligrafía prolija, los espacios debidamente distribuidos y los colores organizados. El nombre... amor a la sabiduría, ¿verdad? La idea se amalgamó con mis pensamientos de apenas segundos y la cuestión se mantuvo inquieta, rebotándome en la mente. La filosofía... no la comprendía. Se escapaba a mis esquemas y por eso no me gustaba. Era una disciplina enteramente dedicada a la formulación de preguntas, no a la búsqueda de respuestas, y mi máquina automáticamente lo calificaba de inservible. Sinsentido. ¿Por qué agregar incertidumbres cuando de por sí el piso ya es de vidrio?

    Sabía que pensar así era narrow minded, cuanto menos, pero no encontraba la forma de reconciliarme con ello.

    Con todo lo que no entendía.

    —¿Y por qué te gusta? —agregué tras unos pocos segundos, genuinamente curiosa.

    Fue, sin embargo, antes de pisar donde no debía. El muchacho no había volteado a verme en ningún momento, permaneció con la vista fija sobre las hojas y apenas recibí sus ojos cuando cerré la boca. Fue inevitable, me recordó a mí y no supe si eso era bueno o malo. La pregunta me sorprendió y, por qué no, arrojó una cuota de incomodidad al cuerpo.

    ¿La misma que le habría generado metiéndome donde no me llamaban?

    A saber.

    Respiré por la nariz, sin correrme de sus ojos, y quizá por un impulso de la situación los detallé con mayor ahínco. No tenía sentido, lo sabía, así como no estaba segura de que valiera la pena... ¿responder con honestidad? Vamos, no tenía idea. No tenía idea de nada, pero ya había metido el pie en el fango. Si luchaba sólo iba a hundirme más.

    Bueno, a la mierda.

    Honestly? No tengo idea —murmuré, aún atenta al hielo cristalizado, y se me ocurrió pensar que si sus ojos lucían como una muralla de hielo, los míos tendrían que ser una compuerta de acero—. Sé que no significa que no haya nada, pero ese es el punto: no tengo idea. Nunca sé lo que estás pensando, mucho menos lo que sientes. Pero todo eso ya lo sabes, ¿verdad?

    Esbocé una sonrisa, no estaba segura de qué tipo, y sin reparar en ello empecé a juguetear con el lápiz entre mis dedos, sobre la superficie del cuaderno.

    —Es la idea, ¿o no? Por las razones que sean.

    Convertirte en una auténtica fortaleza.
     
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    —Es una buena pregunta —murmuré en lo que estigmatizaba la cantidad de pensadores que había leído hasta el momento. Nunca me había deparado a pensar del por qué mi gusto sobre lo que no entiendo, sobre lo que no conozco.

    ¿Qué tanto conocía de mí, y que tanto no reconocía sobre mí mismo? Quizá fue la primera pregunta que recordaba y se me había atravezado por la cabeza a la edad de nueve años, con la primera visita al doctor debido al cambio de color de mis ojos con el pasar del tiempo, a la perdida de pigmentación y a la alta sensibilidad al sol. El aroma a alcohol, las linternas ultravioletas atravezándome la retina, y el inicio de ser un ratón de laboratorio por pura necesidad de entendimiento científico.

    Se había convertido en mi lugar seguro, el pensamiento, la incertidumbre, el conocimiento y por último el entendimiento. Pestañeé con suavidad, brindándole la respuesta que había logrado formular.

    —Considero que la filosofía es la reflexión propiamente dicha —un poco si busqué hacerme entender—, y una vida sin reflexión, para mí, sería como tener los ojos vendados pese a que éstos estén funcionando.

    Había encontrado la fórmula con bastante facilidad debido al orden de su cuaderno, sin embargo no regresé al ejercicio hasta escuchar alguna respuesta. Por un momento creí que se quedaría en silencio, que no me respondería nada en absoluto y bromearía con cualquier cosa para evitar la continuidad del tema, pero me equivoqué; Pierce detalló mis orbes y sin resistencia alguna hice lo mismo con los suyos. El níquel de sus ojos me recordaba al portón del instituto en rusia, el cual no perdía ni su forma ni su color pese a la fuertes ventiscas de invierno. Su respuesta llegó.

    No me inmuté, tan solo continué escuchándola, y en cuanto terminó y desvió la mirada al cuaderno me prendé del cabello que se movió ligeramente, susurrando entonces con una cuota de resignación:

    —¿Ten indescifrable soy ante tus ojos, Sash?

    Regresé al cuaderno y traspasé la fórmula, dejando una nota a la derecha para detallar el cómo se reemplazaban los valores, y de tal forma fuese para ella más sencillo si en otro ejercicio le ponían algo similar. Fue entonces que la escuché mencionar que esa era la idea, aunque lo dejó colar como una pregunta más.

    —Quizás lo que haya tras la superficie no sea agradable —continué en lo que seguía con el ejercicio—, o quizás, te estás proyectando en mí.

    O ambas.

    >>Finalicé el penúltimo, ¿deseas hacer tú el último? —comprobé de igual forma el cálculo en la calculadora para serciorarme de que había quedado bien, dejando luego el lápiz sobre la mesa, recostando por completo mi espalda en el espaldar de la silla.
     
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    Una vida sin reflexión, decía. Que era sinónimo de enceguecerse. No era una consecuencia externa sino una condición autoimpuesta, de esas que surgen de la necesidad, de procesos confusos o de la más pura injusticia. El tiempo era un buen aliado pero nada podía encasillarse en espectros de blanco o negro; lo sabía, aunque mi cerebro insistiera en la idea contraria yo lo sabía y esa era, probablemente, una de las luchas que mantenía conmigo misma desde pequeña. El mundo lucía más pulcro y organizado si se dividía en polos opuestos. ¿Mamá? Mala. ¿Papá? Bueno. Fue sencillo tomar la decisión. ¿Y lo peor?

    Sólo dejó de serlo cuando la mujer comenzó a aparecer en mi espejo.

    Una vida sin reflexión era enceguecerse, y muy en el fondo sabía que tenía razón. Sabía que permanecer dentro de la torre sólo me anulaba los sentidos y me permitía funcionar sin complicaciones. Servía, sí, pero ¿a qué costo? Era un sacrificio en todas las de la ley, uno que le había ofrecido al mundo de pura voluntad con tal de mantener en pie a mi familia, de evitarle a papá más angustias y de distraer a los niños sobre la puta mierda de no contar con una madre en casa; una que, Dios, los habría amado profundamente.

    Y puede que muy, muy en el fondo también, no creyera en verdad que el tiempo era un buen aliado.

    Pues el tiempo no había amado a Eloise.

    No supe qué responderle, así que me mantuve en silencio. Y cuando me tocó hablar, y cuando tuve que volver a escucharlo, mantuve la vista en el lápiz de pura insistencia absurda. Incluso sin verlo había notado el tinte resignado en su voz, la incomodidad escaló y me negué a fruncir el ceño, o tensar la mandíbula, o reflejar de cualquier forma lo que fuera que estaba sintiendo. La fiebre palpitó contra mi cráneo y una idea desagradable insistió, terca y casi intrusiva.

    No podía, ¿cierto?

    Sólo lo estaba lastimando.

    —No soy la mejor para responder esa pregunta —la respuesta surgió de mi pecho con cierta monotonía y me forcé a buscar sus ojos, o al menos su rostro, en caso de que no me estuviera mirando—. Nunca me detengo, cielo. En nada ni en nadie. No sé hacerlo, no quiero hacerlo, quizá tampoco pueda. Así que si hay algo en tus ojos... no soy la mejor para verlo.

    Deslicé la mirada al cuaderno y a sus anotaciones, me respondió sin detenerse y no lo sentí apropiado. No sentí que fuera una conversación que uno debiera tener mientras hacía la jodida tarea de Física, pero eso también era hipócrita; honestamente, ¿quién era para juzgar?

    Quizá te estás proyectando en mí.

    Se me aflojó una sonrisa, fue inevitable y cargó cierto resquemor amargo. Lo sentí en la garganta, en el pecho y el resto del cuerpo, como el sabor de medicamento desagradable.

    —¿Y tú? —atajé, lo formulé suavemente pese a todo—. ¿Ves algo en mis ojos, Suiren?

    Eso debería contestar a tu pregunta.

    La pregunta sobre la tarea me reordenó las neuronas en dicha dirección, asentí y pillé el lápiz que había estado girando sobre el cuaderno para releer la consigna del último ejercicio. También, de paso, le eché un vistazo más concienzudo a lo que él había hecho. Noté de reojo que se acomodó contra el espaldar de la silla y yo básicamente hice el movimiento opuesto, acomodando el antebrazo libre al borde de la mesa.
     
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