One-shot Rostros [Hollow Knight]

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Este fic lo he escrito por una razón muy específica: aunque está aquí para cualquiera que lo disfrute, y lo hago así tétrico para contribuir al mes de Halloween, mi objetivo principal es que le sirva como un pequeño "regalo" a Amane. Porque sé que ella adora Hollow Knight, y quería escribirle algo del tema, ahora que kinda he vuelto al fandom brevemente.

Y se lo quiero "regalar" como agradecimiento: sin desmerecer a muchos otros roleros y compañeros, que muchos otros son también geniales, es que Gabi es simplemente la mejor rolera que se puede pedir. La más comprometida, la más cumplidora y la más participativa de todas. No recuerdo una sola vez en la que haya tenido que llamarle la atención por nada, porque siempre está al día, siempre está pendiente, y siempre busca facilitarme la vida como GM todo lo posible; y no siento que se lo haya agradecido nunca lo suficiente.

Por eso, espero que este fic y esta pequeña dedicatoria inicial sirva como gesto para que, de mi parte, sepa que aprecio muchísimo, especialmente en una época en la que no me siento del todo bien con mi situación en el foro como GM, todo lo que siempre demuestra con su constancia. ¡Gracias, Gabi! Espero que disfrutes este fic de mi inktober uwu/

Clic, clic, clic, clic.

El rápido traqueteo de un cincel que resonaba, golpeando algo con insistencia, le atrajo hacia aquella pequeña casita. A decir verdad, no era un sonido particularmente agradable, pero si tenía que escoger entre aquello y el ruido de las patas de cientos de arañas arrastrándose a sus espaldas o de la carne de bichos muertos siendo desgarrados por despiadadas mandíbulas… ¿quién no se adentraría a explorar? El Nido Profundo era un lugar lo suficientemente horrible como para rechazar la oportunidad de resguardarse de lo que había en el exterior, aunque fuese por un instante.

Y eso que él se lo conocía bien. Era la tercera vez que pasaba por allí. Habría jurado que ahora, desde que aquel pequeño caballero se encerró en el huevo negro junto con la guerrera de la aguja, era mucho más terrorífico y peligroso que antes, si es que era posible superarlo. Todo Hallownest había seguido decrepitándose a un ritmo muy acelerado. Ya se lo temía: ese cuerpecillo tan pequeño no habría podido aguantar tanto brillo dentro de sí.

—Ah, Herrah —dijo, sujetando la máscara de Monomon, que una vez más adornaba su cabeza. Junto con su aguijón, creyó que nunca más volvería a portarla, pero ahí estaba, por tercera vez, recorriendo Hallownest. No podría ver aún de dónde procede la lluvia; porque antes tenía que ser él el que intentase completar lo que el pequeñajo dejó a medias. No tenía más remedio. Era el único bicho cuyos ojos no eran anaranjados. El único que aún seguía cuerdo y podía ayudar—. Vi lugares más hermosos para instalar tu morada que este. Ruego que al menos ahí dentro haya un banco para mi descanso. Ya suficiente crueldad es hacerme bajar para “despertarte”.

Así pues, entró, guiado por el traqueteo. Hipnotizado por ese ruido que sería tétrico en otro lugar, pero allí se le hacía hermoso. Relajante, quizá.

Clic, clic, clic, clic.

Entró en el pequeño edificio, y allí pudo verlo. Decenas de máscaras, como la que colgaba en su cabeza, decorando paredes, techo y suelo. Por todas partes. Y un enorme bicho, de alargados y finísimos brazos, trabajaba sin parar sobre una mesa. Quirrel lo observó con estupor, la mano fija en su aguijón aún empuñado. Insistía: era el único bicho con ojos oscuros en aquel reino en decadencia. Por eso, ver la máscara blanca cubriendo un rostro gigantesco no le daba buenas impresiones.

Pero cuando le oyó hablar, entendió que no estaba soñando aún. Quizá ahora eran dos bichos cuerdos, y no solo uno. Pero solo quizá.

—Máscaras, necesarias son para suplir la ausencia de rostros, ¿no lo crees? Aunque aquí es difícil ver qué bicho tiene una máscara, y cuál un rostro. Es difícil distinguirlo, sin duda. Pero yo debo proveer caras a quienes no las tienen,

—… —Quirrel relajó su actitud defensiva, y suspiró. Cruzado de brazos, se apoyó en la pared, observando con cuidado a aquel enigmático sujeto. No estaría soñando, pero, desde luego, tampoco estaba cuerdo—. No oí nunca de un ser sin rostro. Las máscaras se diseñan para cubrirlos y ocultarlos, no para sustituirlos.

Clic, clic, clic, clic.

—Ah, ah, ¡ah! No, no, no, no. Hay bichos sin rostro, lo digo alto y claro. Simplemente, no puedes distinguirlos, porque las máscaras reemplazan bien a las caras. Y hace falta una para poder proyectarse, concentrarse, para poder ser. Tú, que gozas de dos rostros, no puedes entenderlo. Pero necesito crear máscaras para quienes las anhelan.

—Entiendo —retiró la máscara de Monomon de su cabeza y la observó de cerca. Bichos sin cara… no, genuinamente nunca escuchó algo así. Pero de ser cierto, ¿cuántos conocidos no habría hecho que carecían de un rostro propio? ¿Cuántos descerebrados insectos no había sentenciado a muerte con su aguijón, sin saber siquiera si había mirado a sus ojos o al duro material inerte que solo servía para cubrir un hueco vacío? —. Mi estimado, esta charla sin duda luce interesante. Pero me temo que tengo una tarea que cumplir. Busco salvar a un pequeñajo, al tiempo en que salvo a este mundo, si eso siquiera está al alcance de mi aguijón. Así que, sin tan amable fueses, ¿sabrías indicarme una ruta hacia los aposentos de Herrah, la Bestia? Debo atender asuntos de urgencia con ella.

—… un pequeñajo —dijo de pronto el extraño bicho. Nunca paraba de trabajar. El clic sonaba siempre, incesante. Ni siquiera sabía si le estaba mirando a la cara. No en vano, una máscara cubría su rostro. ¿Tenía siquiera uno? —. Cuernos pequeños, hacia arriba. Ojos vacíos. Un pequeño aguijón a su espalda. Una capa cubriendo su cuerpecillo. Lo he visto.

Quirrel no pudo evitar levantarse de repente. Aquella descripción era… demasiado precisa como para ser coincidencia. Con un nudo en la garganta, se hizo una pregunta de la que debería saber la respuesta. Porque era imposible que esta fuese algo distinto a lo que esperaba. Porque sabía dónde se encontraba ese “pequeñajo”.

O eso creía, claro. Y la ínfima posibilidad de estar equivocado le revolvía el pecho. Quizá había una salida a toda aquella situación. Quizá las malas lenguas se equivocaron al hablar del destino de esos dos.

—¿Cómo sabes de él? ¿Dónde lo viste? —preguntó, manos sobre la mesa de trabajo del bicho.

Clic, clic, clic, clic.

—Ah, lo vi, sí lo vi. Llevaba una bella máscara. Aunque yo no la creé. Al fondo, muy al fondo del Nido Profundo. Creo que lo vi corriendo, en apuros. Oí que hay algún monstruo por la zona. Pero sin duda vi su cara, sí. ¿O su máscara? Ah, ¿acaso no son la misma cosa?

—… al fondo, dices —Quirrel se incorporó de nuevo, y dio un par de pasos hacia la salida. Sin girarse, terminó de hablar—. Más vale aferrarse a una vana esperanza que avanzar sabiendo que tal vez no haya nada que hacer. Iré a comprobar si lo que dices es cierto. ¡Honra a tus máscaras, viejo amigo! Espero que hagas una a mi medida cuando nos volvamos a encontrar.


>> Y guárdate de la luz, esa que te atrae y te lleva al sueño.

Y así, se marchó, dejando al bicho solo, en la sala. La máscara que portaba, lentamente, se cayó al suelo, mientras él seguía agitando los brazos sin parar. Clic, clic, clic, clic. Los ojos eran negros, revelando una espiral de oscuridad más profunda que cualquier rincón del Nido.

Se detuvo de pronto. La cabeza giró sobre sí misma, sin que el cuerpo se inmutase. Y las manos abrieron unas puertas que ocultaba tras de sí. Ahí, vio colgados, como si de capas se tratasen, los cadáveres de varios bichos inertes y mordisqueados. Tomó uno de ellos con una de sus manos, agarrando su cuerpo desde las patas, con solo dos dedos, y alzándolo hasta tenerlo delante. Y con la otra mano, agarró su cara con fuerza.

—Dulces rostros. Son como máscaras, después de todo.

Bruscamente, empezó a girar la enorme mano, cuales zarpas de una criatura hambrienta, hasta que rasgó la cara de aquel pobre diablo, y arrojó sin más su cuerpo a una pila de deshechos. Observó el rostro amputado de cerca, olisqueándolo mientras su respiración se agitaba de la emoción.

—Hay demasiados bichos con rostro en este mundo. Demasiados, demasiados.

Tomó la piel, y la colocó sobre un pedazo de madera blancuzca, el material con el que fabricaba muchas de sus máscaras. Y el cincel, de nuevo, volvió a trabajar, adhiriendo la forma de la cara a aquella base de madera.

—No es justo, ¿verdad que no? —dijo, hablando solo, y lo pronunció casi en un susurro—. Alguien tiene que darle la opción a quienes no tienen rostro, claro que sí. Y yo debo proveer.

Clic, clic, clic, clic. Cuando terminó de cincelar, su cabeza se giró otra vez, y esta vez hurgó en el suelo. Cadáveres de todos los tipos, descabezados y con caras amputadas, se encontraban allí. Los tomó con las dos manos, los soltó en su mesa y los aplastó con fuerza, dando duros golpes que rápidamente se tornaron frenéticos. El color anaranjado palpitaba en ellos, habiendo sido receptáculos de una gran cantidad de infección; y ahora, tras manipularlos todos, el fabricante de máscaras tenía frente a sí una enorme bola de exoesqueletos, carne molida, corazas y patas. Solo le faltaba el colofón final.

—No, no. No es justo. Todos merecéis caras. Tú también, mi querido Nosk.

Colocó con mimo la máscara recién creada y la insertó en el aplastado cuerpo deforme. Cuando lo hizo, el cuerpo empezó a moverse. A retorcerse. Crujir. Hasta que gritó, saliendo de él alargadas patas. Casi tan alargadas como los brazos de su “padre”. En plena agonía, aquella criatura no era sino un cadáver con partes de otro, en cuyo núcleo la infección se concentraba enormemente, y que solo parecía moverse gracias a la máscara que le dio el fabricante.

Lo miró, orgulloso, y asintió.

—¿Verdad que no es justo? Ahora, vamos, ve. Ese insecto tenía una máscara, pero también un rostro. No es justo que él tenga dos.

>> Corre, mi Nosk. Más como tú necesitan un rostro. Dame el de ese ingenuo bicho. Solo con su cara, otro de tus hermanos podrá proyectarse, podrá ser.

Casi como si le obedeciese al instante, la criatura se replegó, ocultando su horripilante forma, y, fingiendo ser un bicho común, salió al exterior. En busca de una nueva presa.

Mientras tanto, el fabricante se colocó la máscara sobre su rostro, impertérrito, y siguió trabajando, esperando los nuevos materiales. Llegarían pronto, sí. Y podría darle rostros a muchos, muchos más insectos. Mientras, debería pulir los materiales y tenerlos preparados. El próximo botín sería doble, después de todo.

Clic, clic, clic, clic.