Explícito Redención (Adrianette)

Tema en 'Fanfics sobre TV, Cine y Comics' iniciado por quem, 24 Octubre 2021.

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    Título:
    Redención (Adrianette)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    13
     
    Palabras:
    170
    PROLOGO

    Adrien ha deseado a Marinette durante años. Y él la ha advertido de esto varias veces. Él también la ha advertido como la deseaba él. Atada a su cama, bajo su dominación, rendida a sus deseos...

    Marinette ha escondido sus más profundas fantasías para tratar de ganarse el respeto de su madre, una mujer que piensa que los juegos sexuales de su exmarido son actos sórdidos y depravados. Pero tras conocer a Adrien, el hermano de la nueva mujer de su padre, Marinette se da cuenta de que se está enfrentado a un hombre que puede cumplir cada uno de sus ardientes deseos; pero eso le asusta e intenta huir de él a toda costa.

    Por su parte, Adrien ha estado deseando a Marinette durante años y se lo ha hecho saber en varias ocasiones. Aunque también la ha advertido cómo la quiere: atada a su cama, dominada, y sometiéndose a sus deseos. Ha llegado el momento de que ambos cumplan sus más secretos anhelos.

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    Última edición: 24 Diciembre 2023
  2. Threadmarks: CAPITULO 1
     
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    Redención (Adrianette)
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    13
     
    Palabras:
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    Un poco de personajes de mi creación uwu

    CAPITULO 1

    — ¿Marinette, vas a venir a mi fiesta? —era la voz de su padre en su contestador automático que finalmente la despertó—. Mejor que vengas, muchacha, estoy harto de tus ausencias. Llámame.

    La línea se desconectó.

    Marinette suspiró mientras abría los ojos, ella prefería el sueño a la dura soledad que la esperaba cuando abría los ojos. Al menos allí, incluso en la oscuridad, luchando contra abismos de deseos demasiado oscuros para incluso nombrarlos, ella tenía un propósito, en vez de sus miedos. Fijó la mirada en el gran gorila de paño que había abrazado al dormir. Un regalo de su padre cuando ella se marchó con su madre, algo para mantener alejadas las pesadillas, había dicho él tristemente, aunque ella ya era adulta. Marinette a menudo tenía pesadillas.

    Quizá no debería haberse ido, pensaba Marinette a menudo ella recién había entrado al colegio, y podría haber hecho su propia elección. Pero su madre la había necesitado o Marinette había pensado que lo hacía. Ahora no estaba segura, si su madre la necesitaba, o simplemente quería controlarla.

    —¿Marinette, ya estás despierta? —su madre, Sabine Dupain-Cheng, la llamaba desde el piso inferior, su voz apenas penetraba la distancia.

    Marinette había instalado su propia línea telefónica, ni bien había salido del colegio y había trasladado su habitación a la planta alta donde su madre raras veces iba. Ella necesitaba su privacidad, y su madre era propensa a acorralarla siempre que podía. Las escaleras le impedían aventurarse en la privacidad de Marinette.

    —Sí, mamá. Estoy despierta —le gritó, sentándose en la cama, imaginando la mueca de aversión de su madre. Era sábado, por amor de Dios tenía derecho a dormir. Ella podía imaginar la expresión de su madre si supiera que fue el llamado de su padre lo que la despertó resignada, Marinette se levantó de la cama y se dirigió a la ducha.

    Marinette era consciente del disgusto de su madre por el estilo de vida de su padre. Ton Dupain-Cheng no se quedaba en casa, ni mantenía horarios regulares, él poseía una corporación electrónica nacional y vivía la vida como él quería. Daba cenas, asistía a obras de beneficencia y organizaba fiestas. Sabine, su madre, prefería sus libros, su tranquilidad y todo lo que no involucrara a un hombre y había hecho todo lo posible para llevar a su hija por el mismo camino.

    Marinette realmente odiaba las fiestas. Siempre lo había hecho y sabía que siempre lo haría. Ella invariablemente terminaba yendo a las fiestas sola y siempre se iba de ellas sola. Tenía mala suerte para las fiestas, tenía mala suerte con los hombres, la había tenido por años, pero estaba obligada a ir a esta fiesta, lo había prometido. ¿Qué más podía hacer que prepararse para ir?

    Hizo una mueca, confundida mientras consideraba su carencia de vida amorosa. O quizás de vida sexual, ella no era una gran creyente del amor o del "y vivieron felices". Raramente, veía que funcionara, sus propios padres eran un ejemplo de eso. Y el segundo matrimonio de su padre parecía más inestable que sólido.

    Frunció el ceño, como lo hacía usualmente cuando pensaba en la nueva esposa de su padre.

    Bueno, tal vez no nueva.

    Tom Dupain-Cheng, su padre, había estado casado por casi tres años con Keila, la mujer todavía insistía en que todos la llamaran Kei como si ella fuera todavía una adolescente. Marinette gruñó con aversión. Por supuesto, la mujer tenía apenas treinta y cinco años, diez menos que su padre, y casi diez años más que Marinette. Lo menos que él hubiera podido hacer, susurró, era casarse con una mujer que tuviera su misma edad.

    Ella apenas podía tolerar estar en la misma habitación con 'Kei'. La mujer daba a la 'pelo-plateada tonta' un nuevo significado cómo había logrado relacionarse con un hombre considerado un genio, Marinette no tenía idea. Pensar en él causaba mezcladas reacciones en Marinette.

    Adrien era un metro noventa y cinco de duro, compacto músculo y oscura belleza, con una cínica, burlona actitud que la volvía loca. Sus besos eran de lo que estaban hechos los sueños. Sus dedos eran malvados instrumentos de torturante placer; sus labios eran capaces de lanzarla a un hipnótico trance cuando la tocaban.

    Ella suprimió un suspiro. Ningún hombre besaba mejor que Adrien Agreste debería ser un crimen que un hombre exudara tanto deseo sexual, y fuera tan idiota, además. Y era realmente un crimen que ella no pudiera superar ese único beso robado para poder disfrutar cualquier otro.

    Luego de ducharse, rápidamente se secó el pelo, suspirando mientras se pasaba el cepillo por su pelo oscuro, largo hasta los hombros, una última vez antes de girarse hacia las puertas abiertas de su gran armario. Tenía suficiente ropa, una cosa que su padre siempre había hacho era asegurarse de que estuviera bien provista.

    Los profesores de escuela primaria no ganaban mucho en términos de dinero, y no era un trabajo glamoroso. Tom Dupain-Cheng había pensado siempre que su hija debería dejarlo, pero era lo que ella quería hacer. Además, la mantenía fuera de la esfera social en la que su madrastra y Adrien Agreste se movían esa era suficiente razón para mantener su decisión.

    Pero, ella le había prometido a su padre que se quedaría con él esta semana, que se tomaría un tiempo libre del trabajo y regresaría a la gran casa familiar donde ella había crecido antes del divorcio de sus padres, y trataría de ser su hija.

    No es que ella no lo quisiera, pensó mientras armaba su valija, ella lo hacía. Amaba a su padre terriblemente, pero Adrien estaba en la casa. Él se quedaba allí a menudo, y era a Marinette a quien necesitaba evitar.

    Después de embalar la ropa informal que iba a necesitar y su atesorado y oculto vibrador, Marinette miró dentro de su armario para elegir lo que iba a ponerse en la fiesta anual del Día de San Valentín que su padre daría era, además, el tercer aniversario de su casamiento con Kei sí, ella realmente quería celebrar eso.

    Tomó un vestido tubo corto de seda negra del armario y lo colgó del pomo de la puerta. De su aparador sacó una tanga negra, un sostén de encaje haciendo juego y medias de seda ahumadas. Los colores oscuros satisfacían su humor, el día de San Valentín era para los amantes, y Marinette no tenía uno, ella aún no entendía por qué iba a esa estúpida fiesta, su padre no la extrañaría, la casa iba a estar atestada, no la necesitaban allí.

    Ella no había asistido a ninguna fiesta de Kei en casi un año. Eran ruidosas, alborotadas y a menudo resultaban un poco salvajes para su gusto además, Marinette siempre terminaba haciéndola enojar durante la primera hora de la fiesta. Sus verdosos ojos la mirarían, cínicamente, lánguidos, siempre brillando con interés, mientras los tontos a su alrededor le sonreirían con afectada adoración.

    Resopló.

    Si ella tuviera que sonreírle tontamente para retenerlo, entonces...

    Suspiró desconsoladamente.

    Probablemente, sonreiría tontamente si pensara que eso ayudaría. Si supiera como hacerlo su boca siempre parecía expresar sus pensamientos, el aire de superioridad de Adrien solo lograba irritarla, después de aquel primer beso, su duro cuerpo, manteniéndola cautiva contra la pared, mientras le susurraba lo que quería en su oído. Su cuerpo había estado de acuerdo, su mente, trastornada y aturdida por las imágenes, había entrado en escena con una defensa instantánea: su inteligente boca...

    Bueno, espero que les guste la historia no se olviden de comentar uwu.
    Bueno, me toco crear un personaje aparte del de la serie de miraculous ladybog.
    Porque no sabía con quién emparejar al padre de Mari, y bueno, espero que lo disfruten.
     
    Última edición: 24 Diciembre 2023
  3.  
    Durazno

    Durazno Vagando por ahí

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    ¡Hola!

    Para serte honesto, no sigo mucho el lore de Ladybug. Sí, conozco la historia, he visto un par de capítulos (y la película, no te lo voy a negar) pero no tengo mucho que aportar en lo que a ser una fangirl de la serie respecta. Sin embargo, como no todo es meta narrativa, puedo darte mis apreciaciones para con algunos aspectos de tu escritura :).

    Primero: en la escritura, para mí, NO hay ninguna regla salvo algunos puntos de sintaxis (que se estandarizan como la buena ortografía, redacción, etc. más que nada para que todos nos entendamos entre todos) así que tu bien puedes tener tu estilo caracterizado por algo en particular. Por darte un ejemplo ahora... puede ser el ritmo de tu escritura. El ritmo se siente bastante pausado, o sea, son oraciones cortas y en general los párrafos tienen varios puntos seguidos. Esto para nada es un problema de ningún tipo, pero el echarte una re-leída a ti misma te puede servir para jugar con dichos ritmos. Si quieres que algunos párrafos se sientan más largos y con menos respiros (comas, puntos seguidos) que otros, pues juega con poner menos signos. No soy un habitual de la literatura erótica pero supongo esto puede ser un gran detalle.

    Segundo: fíjate que cuando escribes tiendes a repetir lo que ya dijiste. Por ejemplo: "Marinette suspiró mientras abría los ojos. Ella prefería el sueño a la dura soledad que la esperaba cuando abría los ojos.", "Al menos allí, incluso en la oscuridad, luchando contra abismos de deseos demasiado oscuros para incluso nombrarlos, ella tenía un propósito, en vez de sus miedos." "Ella necesitaba su privacidad, y su madre era propensa a acorralarla siempre que podía. Las escaleras le impedían aventurarse en la privacidad de Marinette." Y así, creo se entiende. Mira, en general, la gente te dirá que la redundancia es un problema, pero luego te topas con poemas de gente que repite y repite palabras en sus versos... ¡y resulta que es una figura literaria! ¿Por qué entonces la gente aconseja no volver a decir lo mismo en la narración de un cuento? Bueno, porque en la mayoría de los casos no es algo que uno haga conscientemente. Te podría decir que casi siempre se debe a una escritura sin una segunda leída de por medio, la cual es moooooy importante a la hora de vestir a nuestro escrito con uniforme para presentárselo al resto. Trata de buscar sinónimos, o distintas formas de contar el mismo escenario. "Marinette suspiró mientras abría los ojos. (...) dura soledad que la esperaba cuando se reincorporaba a la rutina" a lo mejor es muy rebuscado, pero ahí juegas tú con tu imaginación y tu forma de narrar. Lo vital es siempre echarte una segunda o tercera leída, ojalá a penas termines un párrafo, leerlo pa' ver qué tal.

    Tercero: Me gusta como describes a los personajes describiéndose a sí mismos. Creo firmemente que adentrarse en la psiquis de sus personajes es vital para desarrollar cualquier historia. Sin embargo, noté que muchas cosas de ellos más que servir como una descripción, eran una explicación de su comportamiento. Te invito a que pruebes un ejercicio muy interesante del story-telling que es querer decir algo sin decirlo. O como se dice popularmente "no expliques, muestra". Te doy un ejemplo:

    Cuando dices que Marinette odia las fiestas, literalmente explicas que odia las fiestas. Podrías, en vez de decirlo tan literal, jugar con las sensaciones que, valga la redundancia, sienten los personajes para con ese algo. Por ejemplo: "A Marinette no mantenía una buena amistad con las fiestas. No le entusiasmaba en lo absoluto el tener que enfrentarse constantemente a verse en la obligación de buscar una pareja que probablemente no la acompañara... tal vez, ni siquiera la hallaría." Aquí traté de que pareciera que a Marinette no le gustan las fiestas sin tener que decir "no le gustan" en ninguna parte. Yo interpreté que a ella le molestaba su propia mala suerte con los chicos, por tanto con eso mismo podrías jugar para que pese más su actitud. En general a todos nos gusta o nos disgusta algo por algún motivo, lo que te puedo aconsejar entonces es que quede un tanto implícito lo que gusta o no. Si sabes explicar imaginativamente el por qué no le gusta algo, ni siquiera será necesario que digas que no le gusta. "¿Una fiesta? ¡Bah! ¿Qué tienen de divertido cuando es tan complicado encontrar a alguien para salir?"

    Por lo demás, tienes una buenísima redacción que me hace pensar que llevas mucho tiempo escribiendo y, por sobre todo, queriendo mejorar. ¡Ánimo! Vas muy bien.

    Saludos.
     
    • Fangirl Fangirl x 1
  4. Threadmarks: CAPITULO 2
     
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    Redención (Adrianette)
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    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    13
     
    Palabras:
    891
    CAPITULO 2.

    Habían pasado alrededor de dos años cuando tuvo ese último encuentro que fue bochornoso.

    Ella se sentó sobre la cama, todavía desnuda, su vagina húmeda, palpitando con el recuerdo.

    — ¿Puedes soportar el calor, nena? —le había susurrado él, sosteniéndola contra la pared mientras empujaba su miembro entre sus muslos. —No voy a mentirte, Marinette Te deseo demasiado. Pero no soy uno de tus alumnos al cual puedas manejar. Te deseo atada a mi cama, gritando, rogando por mí. Deseo bombear mi polla en ese pequeño y apretado trasero tuyo, quiero oír tus gritos mientras estoy entrando allí y te jodo con un consolador comprado sólo para ese apretado coño tuyo.

    Ella tembló ante el recuerdo de la excitación y la caliente y desesperada necesidad.

    —Seguro —había respondido ella socarronamente.

    Él había osado reírse de ella. Reírse de ella mientras sus dedos se hundían en su apretada y mojada vagina y su orgasmo ondulaba sobre su cuerpo. Ella había jadeado, sintiendo el resbaladizo calor pulsar sobre su vagina, mojando los dedos de él. Luego los había deslizado al pequeño y apretado agujero que había prometido follar, un dedo hundiéndose hasta su primer nudillo, enviando una llamarada de dolor a su cuerpo que había disfrutado demasiado para estar cómoda con eso.

    Marinette recordó su miedo, palpitando tan caliente como su lujuria. Ella lo había empujado lejos, temblando, asustada por el caliente pulso de hambre que se había encendido dentro de ella, diferente a todo lo que había conocido antes. Y él la había observado, su pene grueso, duro bajo sus pantalones, sus ojos oscuros mientras ella pasaba por delante de él temblando.

    — ¡Pervertido! —lo había acusado ella.

    Los labios de él temblaron y sus ojos llamearon de cólera

    — ¿Y tú? —le preguntó él. — ¿En qué te convierte esto a ti, nena? Porque tarde o temprano, tendrás que admitir que lo deseas.

    — ¿Qué, que me violes? —había siseado ella.

    Sus ojos de repente se ablandaron, una extraña sonrisa apareció en sus labios.

    —Ninguna violación, Marinette. Tú rogarás por eso. Porque los dos sabemos que lo deseas tanto como yo. Mi pene deslizándose en tu apretado trasero mientras gritas que me detenga, luego gritando que nunca me detenga. Tú eres mía, Marinette, y yo sé cómo darte lo que necesitas. Cuando estés lista para aceptarlo, házmelo saber.

    Marinette sacudió su cabeza. Desearlo y aceptarlo eran dos cosas diferentes. Ella había soñado con eso desde entonces, demasiado humillada para pedírselo, y él rechazó ofrecérselo una segunda vez.

    Ella tocó su suave, acalorado coño, sus ojos se cerraron mientras se acostaba sobre la cama. Pensar en lo que él deseaba la aterrorizaba, excitándola al punto que dolía. Pensar en su pene, tan grueso y duro, entrando cuidadosamente en su trasero mientras penetraba su húmedo, suplicante coño con un consolador, atada, incapaz de luchar, incapaz de escapar, a merced de sus deseos, la había empapado de necesidad.

    Él no la lastimaría. Ella sabía bastante sobre Adrien para saber que él nunca le haría daño, pero podría mostrarle cosas sobre ella misma que no estaba segura de querer conocer. Él podía mostrarle una parte de ella que no estaba segura de poder manejar. Ese era un pensamiento escalofriante.

    Sus dedos entraron en el poco profundo, estrecho pliegue de su vagina, rodeando su clítoris. Él había prometido comerla allí. Deslizar su lengua alrededor de su clítoris, succionarlo, comerla como si fuera miel, una lamida a la vez. Ella se estremeció, gimiendo, imaginando que sus dedos eran la lengua de él, chupando su coño, lamiendo el resbaladizo calor que empapaba su vagina. Ella rodeó su clítoris, susurrando el nombre de él. Luego movió sus dedos hacia abajo, al desesperado dolor de su vagina. Ella penetró el apretado canal con dos de sus dedos, mordiendo su labio, preguntándose cómo se sentirían los gruesos y largos dedos de Adrien dentro de ella. Él tenía las manos tan grandes, él la llenaría, haciéndole gritar por más.

    Mordió sus labios, sus dedos moviéndose, uno insertándose en ese pequeño, oscuro agujero, mientras deseaba no haber empacado su vibrador tan rápidamente. Mientras sus dedos pasaban por la apretada entrada, ella permitió a dos de los dedos de su otra mano hundirse en su vagina. Podía oír la voz de él en el fondo de su mente, sentir sus dedos, más gruesos que los suyos, lanzarle un dardo de dolor placentero mientras él perforaba su trasero. Y él le había dicho, le había advertido que la follaría por allí.

    Sus rodillas se doblaron, sus caderas empujaron más fuerte contra sus propios dedos mientras imaginaba a Adrien entre sus muslos, lamiéndola, follándola con sus dedos, conduciéndola hacia el borde mientras la follaba; su coño, su trasero, hasta que…

    Ella gritó mientras la suave ondulación de su liberación la cubría. Su vagina apretó sus dedos, su útero temblando de placer. No era la liberación que ella hubiera experimentado con los dedos de Adrien o con su vibrador, pero se llevó el pico de lujuria que parecía crecer con el tiempo.


    Bueno, hasta aquí el capítulo más luego nos vemos en el capítulo 3, solo les puedo decir que se aceptan comentarios para mejor, ya eh estado practicando con la adaptaciones que eh estado haciendo para el fandom Naruto.
    Y espero aprender más sobre escritura.
    Bueno, hasta el próximo capítulo.
     
    Última edición: 24 Diciembre 2023
  5. Threadmarks: CAPITULO 3
     
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    Redención (Adrianette)
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    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    13
     
    Palabras:
    955
    CAPITULO 3.

    No era suficiente. Una hora y una ducha fría más tarde, el cuerpo de Marinette todavía hervía de necesidad. Estirada sobre su cama, su cuerpo cubierto de sudor mientras luchaba por un orgasmo, maldijo al teléfono cuando sonó a su lado. Haciendo una mueca cuando rehusó detenerse Marinette lo alcanzó, agarrando el receptor.

    — ¡Hola! —. Ella intentó aclarar su garganta, aquietar sus alientos rápidos, y esperó poder justificarlo si fuera su padre. No quería que él supiera que su hija era una masa furiosa de hormonas calientes listas para explotar.

    Hubo un silencio breve, como si el que llamaba sopesara sus palabras.

    — ¿Te sientes mejor? —. En una profunda y ronca voz susurró las palabras.

    Marinette enrojeció ante la voz de Adrien.

    —No he estado enferma —dijo ella entre dientes, sus ojos cerrándose mientras su vagina palpitaba. Ella pasó sus dedos sobre su clítoris, sintiendo la estimulación aumentada allí.

    Maldición, ella podría correrse solamente con su voz.

    —No, solamente intentando correrte — dijo perezosamente. —Yo te ayudaría. Todo lo que tienes que hacer es pedirlo.

    «Pídelo, pídelo»

    Rogaba su voz interior.

    —En tus sueños —. Ella se estremeció mientras las palabras salían de su boca, Adrien la ponía a la defensiva más rápido que cualquiera que ella conociese.

    —Parecería que en los tuyos si —dijo él. —Sé cómo suenas cuando estas excitada, Marinette. No intentes mentirme. Déjame oírte. Tócate para mí.

    Marinette sintió su aliento estrangularse en su garganta

    —Eres un pervertido, Adrien —. Ella luchó por su propio control ante el sonido de aquella voz atractiva. — ¿No es el sexo telefónico ilegal?

    —Estoy seguro de que la mayor parte de que lo que quiero hacer contigo podría ser llamado ilegal —río él silenciosamente. —Conversemos sobre ello, Marinette. Venga, dime que te estabas haciendo. ¿Estás usando tus dedos o un vibrador?

    — No tengo un vibrador —. Ella apretó sus dientes por la mentira.

    — ¿Consolador? —él susurró las palabras acaloradamente. — ¿Te estás jodiendo a ti misma, Marinette? ¿Pensando en mí, en cuánto te deseo?

    — ¡No! —. Ella apretó al receptor en su mano, sacudiendo su cabeza a pesar del hecho que sus dedos habían vuelto de pronto a su pulsante coño.

    —Me gustaría verte en mi cama, Marinette, tus piernas extendidas, tus manos tocando tu bonito coño, jodiéndote. ¿Alguna vez te dije que compré ese consolador que prometí? Es agradable y grueso, Marinette. Casi tan grande como mi polla. Quiero mirarte usarlo.

    —Dios, Adrien —ella jadeó. —Estamos en el teléfono. Esto es indecente —. Pero sus dedos se hundían en su coño.

    — ¿Qué estabas haciendo antes que yo llamara, Marinette? —. Su voz era oscura, caliente. —Sé que te estabas tocando. Conozco el sonido de tu voz cuando estás lista para correrte, y estás lista para correrte, nena.

    —No —, ella intentó negar la verdad obvia, pero no pudo impedir que su aliento se le atascara cuando sus dedos rozaron su clítoris otra vez.

    —Maldición, Marinette —gruñó él. — ¿Estás cerca, nena? —. Su voz se hizo más profunda. —Si yo estuviera allí, te haría gritar por eso. Te jodería tan profundamente y con tanta fuerza que no serías capaz de pararlo. Llegarías para mí, Marinette. Córrete para mí ahora, nena. Déjame oírte.

    Su voz era tan profunda, tan sensual y excitada que hizo que su matriz se contrajera casi dolorosamente. Su cuerpo inclinado se dobló, su respiración cercana al sollozo. Él le trajo todos sus deseos más oscuros, sus fantasías más profundas a la vanguardia de su mente. Eso la aterrorizaba.

    —Adrien —ella susurró su nombre, queriendo negarlo, pero sus dedos no escuchaban mientras acariciaban su clítoris, se hundían en su vagina, luego se movían hacia atrás para repetir la acción.

    Estaba tan caliente que apenas podía soportarlo. Tan caliente que estaba a punto de gritar su alivio.

    —Estoy acariciando mi polla, Marinette, escuchándote yaciendo, imaginándote tocar tu jugoso coño, deseando estar contigo, mirándote follarte con el consolador que te compré —. Sus palabras hicieron que ella jadeara, que su matriz se contrajera dolorosamente, que sus caderas se levantaran hacia sus dedos hundidos.

    —No —. Ella sacudió su cabeza. No podía hacer esto.

    —Maldición, Marinette, quiero follarte —gruñó él, su voz dura. —Quiero estar enterrado tan profundamente y con tanta fuerza dentro de ti que nunca lo olvidarás o me negarás otra vez. Córrete para mí, maldición. Al menos déjame oír lo que no puedo tener.

    El orgasmo de Marinette corrió a través de ella. Se estremeció, gimoteó, su cuerpo rígido al punto de dolor antes de que sintiera su vagina explotar.

    —Ah Dios, Adrien —ella gritó su nombre, luego oyó su dura exclamación de placer, sabía que él estaba llegando, supo que su clímax había provocado el de él.

    —Marinette —gimió él. —Maldición, cuando consiga agarrarte te follaré hasta que no puedas andar.

    Marinette tembló ante la promesa erótica de su voz, la sensualidad oscura que la aterrorizaba, la hizo querer darle todo lo que él quisiera.

    —No —susurró ella, luchando por conservar el aliento, luchando por conservar la cordura. —Te pedí que te mantuvieras alejado.

    Ella quería gimotear, quería rogar.

    Había silencio sobre la línea.

    — ¿Mantenerme alejado? —le preguntó él con cuidado. —No lo creo, nena. He estado lejos demasiado tiempo. Eres mía Marinette, y voy a demostrártelo. Toda mía. Mía de cada manera posible, y antes me condenaré que dejarte que sigas negándolo.

    Continuara.
    Bueno, hasta que por fin termine el capitulo pensaba que no iba a acabarlo hoy, lo bueno es que ya tenia avanzado 3 capítulos solo me faltaba corregirlos nos vemos en el ultimo capitulo hoy.


    Se aceptan criticas, y correcciones para ir mejorando.
    Ya que creo que las adaptaciones, me han ayudado muchísimo.
     
    Última edición: 24 Diciembre 2023
  6. Threadmarks: CAPITULO 4
     
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    13
     
    Palabras:
    694
    CAPITULO 4.

    Su madre la esperaba cuando bajó las escaleras con la maleta en la mano. Sabine Dupain-Cheng era una mujer pequeña y delgada, con cabello oscuro y agudos ojos color azul. Había pocas cosas que se le escaparan, e incluso menos las que toleraba.

    —Así que te vas —le espetó al ver la maleta que Marinette depositó junto a la puerta principal—. Pensaba que tendrías más orgullo, Marinette.

    Marinette apretó los labios luchando por evitar una respuesta sarcástica.

    —Esto no tiene nada que ver con el orgullo, madre —dijo suavemente. —Él todavía es mi padre.

    —El mismo padre que destruyó a tu familia. Que se aseguró que perdieses la casa en la que te habías criado —le recordó Sabine con amargura. —El mismo padre que se casó con la puta que significaba más para él que tú.

    El pecho de Marinette se tensó de dolor y furia. Ya no era una niña, y podía ver con claridad por qué su padre no había sido capaz de continuar al lado de su madre. Ella sólo tenía en cuenta un punto de vista, y ese era el suyo.

    —Se preocupó por nosotras, madre —le indicó. —Incluso después del divorcio.

    —Como si tuviese otra opción —. Ella cruzó sus brazos sobre su pecho mientras su mirada llena de cólera se fijaba en Marinette.

    —Sí, madre, tuvo otra opción cuando yo cumplí los dieciocho —la recordó Marinette con tristeza. — Pero creo que todavía te envía dinero y te proporciona lo que puedas necesitar, tal como hace conmigo. No tiene por qué hacerlo.

    —El dinero de la conciencia —escupió Sabine, con su bonito rostro retorcido de furia y amarga cólera. —Sabe que hizo mal, Marinette. Nos echó…

    —No, tú elegiste marcharte, si recuerdo bien —. Marinette deseaba gritar de frustración.

    La discusión nunca acababa. Nunca tenía fin. Se sentía como si continuamente pagase por las elecciones de su padre porque su madre no tenía modo de hacerle pagar a él.

    —Es un depravado. Como si tú necesitases pasar una semana en su casa —. Ella se sacudía de furia, con el desprecio impreso en cada palabra que salía de su boca. — Esas fiestas que da son excusas para las orgías, y esa esposa suya…

    —No quiero oírlo, madre.

    —Crees que tu padre y su nueva familia son tan respetables y amables —se mofó. —Crees que no sé cómo mirabas al hermano de ella. Que no sabía lo de las flores que te envió el año pasado. Son monstruos, Marinette —la apuntó con un dedo delgado y acusador. —Depravados y sin conciencia. Te convertirá en una zorra.

    Marinette sintió su rostro en llamas. Había luchado durante años para ocultar su atracción por Adrien. Había escuchado todos los rumores sobre sus proezas sexuales de las que tan frecuentemente se chismorreaba. Él se lo había admitido más o menos en varias ocasiones.

    —Nadie puede convertirme en una zorra, madre —dijo entre dientes. —Tal como no hay forma de que tú puedas cambiar el hecho de que tengo un padre. No puedo ignorarle o pretender que no existe, y tampoco quiero hacerlo.

    Marinette se enfrentó a su madre, sintiendo el mismo horrible miedo que siempre la llenaba ante el pensamiento de enfurecerla. O de desagradarla de alguna forma. Pero se enfrentó a su miedo y sintió su propia furia creciendo dentro de ella. Durante muchos años había intentado compensarla por el divorcio que su padre, de alguna manera, había forzado. Sabía que él se había echado la culpa por ello. Tal como su madre había jurado una completa inocencia. Y comenzaba a preguntarse si alguno de ellos le diría alguna vez la verdad.

    —Terminarás como él —la acusó Sabine, con sus ojos estrechándose de odio.

    Marinette solamente pudo sacudir la cabeza.

    —Volveré a casa dentro de una semana, madre —dijo, recogiendo su equipaje.

    Aunque en el fondo de su mente sabía que no volvería. Había evitado el sentimiento de culpa y el miedo de fallar en algo a los ojos de su madre. Aunque solo ahora se daba cuenta de que nunca conseguiría su aprobación. Luchaba una batalla perdida. Una batalla que ya no deseaba ganar, para empezar.
     
    Última edición: 27 Diciembre 2021
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    Título:
    Redención (Adrianette)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    13
     
    Palabras:
    1915
    CAPITULO 5

    Marinette todavía temblaba cuando entró en la amplia avenida de entrada de la casa de su padre. Las sombras de la tarde invadían la majestuosa mansión virginiana, derramándose sobre la casa y el arbolado patio circundante. El trayecto desde Nueva York no había sido duro, pero su estado de nervios la había dejado exhausta. Definitivamente no estaba preparada para enfrentarse a Adrien. Su rostro se encendió ante el pensamiento. Intentó no pensar en la llamada de esa mañana o en el núcleo de calor que había dejado palpitando en su interior.

    Casi había sido suficiente para hacerla dar la vuelta varias veces y regresar a la cómoda y segura vida en la casa de su madre. Lo habría hecho, hasta que pensó en su madre. Ella temía demasiado el mundo como para sacar la cabeza de sus libros y ver las cosas que se perdía. Había perdido a su esposo años antes de su divorcio por su aversión a las demandas sexuales de él. Le había contado a menudo a Marinette lo asqueroso y vergonzoso que consideraba el sexo.

    Sakura no quería envejecer sabiendo que había dejado pasar las cosas emocionantes de la vida. No quería pasar toda su vida suspirando por lo que más había necesitado y que había dejado escapar. Pero tampoco deseaba que le rompiesen el corazón. Y Marinette tenía la sensación de que Adrien podría rompérselo.

    Le deseaba había dado cuenta de eso durante los pasados meses. Los sueños la estaban volviendo loca. Sueños de Adrien atándola a la cama, burlándose de ella, tocándola, con su oscura voz susurrándole promesas sexuales. Cada vez más a menudo se despertaba con el sexo húmedo, la respiración agitada y una súplica en los labios.

    Marinette supo que él era un mal asunto incluso antes de que su padre se casase con su hermana. Sus ojos eran demasiado pícaros, sus miradas demasiado malvadamente sexy, pecaminosamente sensual. Gimió con la creciente excitación y el temor.

    Dejando las llaves en el contacto para que el mayordomo lo aparcase, Marinette saltó del coche. La noche ya se acercaba y maldita fuese si se quedaba sentada en el coche porque estuviera demasiado asustada como para entrar en la casa. Afortunadamente, Adrien no estaría allí.

    —Buenas tardes, señorita Dupain-Cheng —. El mayordomo, un antiguo gorila de discoteca alto y fornido, abrió la puerta cuando ella se acercó.

    Por lo que Marinette sabía, Marc pasaba de los cincuenta pero no tenía aspecto de pasar de los treinta y cinco. Medía arriba de un metro ochenta, estaba abundantemente musculoso y lucía una nariz torcida y varias cicatrices pequeñas en su amplia cara. Era irlandés, según le había dicho, con una mezcla de linaje indio cherokee y alemán.

    —Buenas tardes, Marc. ¿Mi padre está en casa? —Dio un paso al interior, más incómoda de lo que pensó que estaría.

    Este era el hogar en el que se había criado, en el que corría tras el cachorro que una vez le había comprado su padre pero del que su madre se había deshecho. El hogar donde su padre le curaba las rodillas despellejadas y un corazón magullado. El hogar del que su madre la había sacado cuando su padre reclamó sus derechos como esposo o un divorcio.

    —Su padre y la señora Dupain-Cheng han salido esta tarde, señorita —le respondió él. — ¿Se quedará usted un tiempo?

    —Sí —inspiró hondo. —Mi equipaje está fuera. ¿Mi habitación está todavía disponible?

    Sintió una punzada de dolor mientras hacía la pregunta. Se había enterado de que Kagu había dispuesto su habitación para los invitados, en lugar de conservarla para las escasas visitas de Marinette.

    —Lo siento, señorita Marinette —dijo Marc con suavidad. —La habitación está siendo redecorada. Pero el cuarto de la torre está disponible. Lo preparé yo mismo esta mañana.

    El cuarto de la torre era el más alejado de los dormitorios de los invitados o de la familia. Detrás de la casa, en la tercera planta. La torre se había añadido décadas atrás por su abuelo y cuando era niña la había adorado. Ahora se resintió del hecho de que no era una habitación de la familia, sino una que sabía que Kagu asignaba a aquellos visitantes que apenas podía, pensó Marinette, había bajado algunos peldaños en la cortesía de su madrastra.

    Marinette inspiró profundamente. No eran lágrimas lo que se atascaba en su garganta, se aseguró a sí misma. Su pecho estaba tenso por el agotamiento, no por dolor.

    —Bien —tragó con fuerza. — ¿Podría subirme el equipaje? Necesito una ducha y un poco de sueño. Veré a mi padre por la mañana.

    —Por supuesto, señorita Marinette—. La voz de Marc era amable. Llevaba con la familia más de lo que ella podía recordar y supo que su dolor no le pasaba desapercibido.

    — ¿Mi padre es feliz, Marc? —le preguntó haciendo una pausa antes de bajar por el pasillo hacia la escalera oculta que conducía al cuarto de la torre. — ¿Kagu se ocupa de él?

    —Su padre me parece muy feliz, señorita Marinette —le aseguró Marc. —Más feliz de lo que nunca le he visto desde que la señora Sabine se marchó.

    Marinette asintió bruscamente. Eso era todo lo que importaba. Bajó rápidamente por el pasillo, girando hacia la cocina para entrar por la escalera de la derecha. La escalinata conducía a un solo lugar. El cuarto de la torre.

    Era una habitación hermosa. Circular y espaciosa, el mobiliario se había fabricado para encajar en el cuarto con exactitud. La cama era grande con una cabecera de madera de nogal maciza que se asentaba perfectamente contra la pared. Pesados cajones a juego se deslizaban en la pared de piedra formando un tocador, cubierto con un tapete a un lado de la cama. Al otro lado de la habitación había una pequeña chimenea, la madera eran troncos falsos que funcionaban con gas, pero era bastante bonito.

    Ella se sintió como Cenicienta antes de que el Príncipe la rescatase. Se sentó pesadamente sobre el edredón que cubría la era una vía regresar al coche e irse directamente de vuelta al hogar al que pertenecía. Ya no pertenecía a este lugar, y comenzaba a preguntarse si alguna vez lo había hecho.

    Respirando hondo, se pasó las manos por el pelo y escuchó como Marc subía las escaleras. Él entró en el cuarto con una sonrisa amistosa, pero sus ojos negros eran sombríos cuando se encontraron con los de ella.

    — ¿Estará usted bien aquí, señorita Marinette? —le preguntó mientras colocaba la maleta grande y la bolsa en la rejilla para el equipaje junto a la puerta. —Puedo preparar rápidamente otra habitación.

    —No. Estoy bien, Marc —. Sacudió la cabeza. ¿Qué más daba? Había regresado, principalmente para encontrar algo que nunca existió. Era mejor que lo supiese ahora, antes de llegar más lejos.

    Marc asintió mientras se encaminaba hacia la chimenea. Con movimientos expertos encendió el fuego de gas, luego se echó hacia atrás y asintió con satisfacción ante el calor que se irradió desde los troncos de cerámica.

    — ¿Quiere que le pida la cena, señorita Marinette? —le preguntó.

    Su padre y su madrastra no estaban. Marinette sabía que los criados estarían preparando su propia cena. Negó con la cabeza. Probablemente habían esperado una noche de descanso y ella no les privaría de eso. Lo que más le dolía era la ausencia de su padre. Él sabía que ella venía, y no estaba allí. Era la primera vez que se marchaba sabiendo que ella vendría a casa. La primera vez que Marinette se sentía como si fuese una extraña en su propia casa.

    Una cosa que le encantaba a Marinette de la habitación de la torre era el baño. El espacioso cuarto estaba situado a la derecha de la cama, y poseía una enorme bañera lo bastante grande para tres personas y una pared entera cubierta de espejo.

    Marc había abastecido la pequeña nevera en contra de sus protestas. Una de sus pequeñas sorpresas fue una botella de su vino blanco favorito.

    Marinette la abrió, se sirvió una copa llena y comenzó a dar sorbos mientras el agua llenaba la bañera. El vapor se elevó llenando el cuarto, creando un efecto etéreo junto con el brillo de las velas que había encendido.

    Se quitó los vaqueros y la camiseta, apoyando la copa y la botella sobre un pequeño estante, y se hundió en el burbujeante. Se inclinó hacia atrás contra la porcelana y apoyó la cabeza en el reposa cabeza acolchado. Esto era propio de un hedonista. Una extravagancia malvada y pecaminosa, habría dicho su madre.

    Cerró los ojos e inspiró profundamente. Había esperado que su padre estuviese en casa, había esperado alguna clase de bienvenida. No se había esperado que la abandonasen a su suerte. Pero la pecaminosa riqueza de la bañera aliviaba un poco la herida. Podía disfrutarlo. Por esta última vez.

    No había venido a la casa sin motivos ocultos, eso lo sabía. Quizás este era su castigo por ello. No era su padre quien la había atraído sino el hombre que sabía que llegaría tarde o temprano Adrien.

    Inspiró profundamente, sonrojándose una vez más ante el recuerdo de la conversación telefónica. Podía tener un poco de sexo con él. No era como si fuese una virgen. Era por todo lo demás. Marinette no era de los que se limitaban a un sexo normal. Adrien era salvaje y pervertido, y le gustaba dar más sabor a las cosas, según había. Gimió recordando su promesa de atarla a su cama y lo que haría con ella allí.

    Nunca había tenido sexo duro, aunque admitió que tampoco había tenido ningún sexo satisfactorio. Nunca había sido lo bastante intenso, lo bastante fuerte. El orgasmo más fuerte de su vida había sido en aquel maldito vestíbulo, con los dedos de Adrien empujando dentro de su coño. Había estado tan excitada, tan mojada, que incluso sus muslos se habían cubierto de humedad.

    Alzando la copa del estante, Marinette sorbió un poco ávidamente. Su piel estaba sensible, sus senos hinchados de excitación, su sexo tenso de sea, debería haber buscado un rector o un profesor amable y manso para satisfacer su lujuria. Adrien era un mal asunto. Ella sabía que era un mal asunto. Siempre lo había sabido.

    Conocía a Adrien desde antes de que su padre se casase con su hermana. Había oído hablar de sus prácticas sexuales, de sus placeres. Era un hedonista, malvado. Y a veces, le gustaba dominar. No se comportaba como un matón fuera del dormitorio. Seguro de sí mismo, altanero sí, pero no un matón. Pero ella había oído los rumores. Historias sobre las preferencias de Adrien, su insistencia en la sumisión por parte de sus mujeres. Los comentarios que él le había hecho a ella a través de los años solamente daban mayor credibilidad a los rumores.

    Marinette tembló ante la idea de ser dominada por Adrien. El miedo y la excitación vibraron a través de sus venas y de su sexo a partes iguales, hinchando sus senos, endureciendo sus pezones. Ella no necesitaba esto. No necesitaba el deseo que sentía por él. No necesitaba el corazón roto que sabía que él provocaría. Apuró el vino de su copa y se sirvió otra, notando que los efectos de la bebida ya corrían por su sistema. Finalmente se sintió más relajada. No había estado tan relajada desde hacía meses. Disfrutando las sensaciones, se sirvió otra, esperando que al menos esta noche pudiera conseguir unas pocas horas de sueño sin soñar con Adrien.
     
    Última edición: 27 Diciembre 2021
  8. Threadmarks: CAPITULO 6
     
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    Título:
    Redención (Adrianette)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    13
     
    Palabras:
    2264
    CAPITULO 6.

    A la mañana siguiente Marinette bajó la escalera esperando ser bienvenida por su padre. Se había puesto el suéter gris paloma que él le había enviado el mes anterior. Diminutos botones de perla lo cerraban en un ribete justo por encima de sus pechos. Traía zapatos bajos a juego y perlas en el cuello. Confiada y segura de sí misma, Marinette se sentía capaz de sortear las preguntas de su padre, su insistencia para que volviera a casa por un tiempo. En lugar de ello, cuando entró en el familiar cuarto débilmente iluminado, se encontró con Adrien.

    Ella se quedó de pie, inmóvil y silenciosa, mientras permanecía frente a él al otro lado de la habitación. Los ojos de él, de un brillante verde y llenos de malvados secretos, la observaron atentamente. Y su rubio pelo enmarcaba los salvajes rasgos de su rostro. Sus pómulos eran altos y afilados, su nariz un arrogante tajo descendente en su cara. Sus labios eran anchos, y podían estar llenos y sensuales o finos por la cólera. Ahora, él parecía simplemente curioso.

    Sus brazos estaban cruzados sobre el pecho ancho y musculoso, sus tobillos cruzados mientras se apoyaba en el respaldo de un sofá a cuadros, de tal manera que estaba enfrentado pero lejos de ella.

    — ¿Dónde está Papá? —preguntó Marinette, luchando contra su excitación y sus propios deseos irrefrenables.

    —Tuvo una demora. Espera, quizás estará en casa mañana —dijo él quedamente.

    — ¿Quizás? —ella acalló apenas el temblor en su voz.

    —Quizás —él se irguió de su postura perezosa, observándola con una intensidad que le estrechaba los ojos, y que le hacía a ella tener los pechos y el coño fuera él por el efecto que tenía en ella.

    — ¿Y no me lo podría haber dicho él mismo? —cuestionó nerviosamente, mirándolo avanzar hacia ella, decidida a mantener su posición.

    —Estoy seguro que él llamará, eventualmente —la voz de Adrien era lenta, se arrastraba perezosamente, espesa por la tensión y la excitación. Marinette hizo todo lo que pudo por mantener sus ojos en la cara de él, en lugar de permitirles descender para ver cuán grueso se había puesto el bulto en sus pantalones. Ella supo con toda certeza que el latido en su vagina se había intensificado.

    — ¿Entonces te alistaste como voluntario para el comité de bienvenida? —ella estaba jadeante, y supo que él lo podría oír en su voz. Los ojos de Adrien se oscurecieron con el conocimiento, haciendo que el latido de ella se intensificara aún más.

    Él se acercó sin detenerse, hasta que sólo estuvo a unos centímetros de ella. Marinette podía sentir el calor de su cuerpo, haciéndole sentir un hormigueo en sus terminaciones nerviosas. Era alto, mucho más ancho que ella. Ella se sintió a la vez amenazada y segura. Las alternantes emociones la atraparon, incapaz de moverse, sin voluntad para correr.

    La sangre corría por sus venas mientras ella trataba de darle sentido a los poderosos sentimientos que estaban atravesando su cuerpo y su mente. Dos años había pensado en él, había luchado con la tentación que él representaba y el ardor que inspiraba.

    —Siempre estoy aquí para darte la bienvenida, Marinette —él sonrió, esa lenta rareza de sus labios que hacía que los músculos del estómago de ella se tensaran—. Pero tengo que admitir, estaba más que ansioso después de hablar contigo ayer.

    La cara de ella llameó, haciéndose eco de sus gemidos y su lucha por respirar a través del clímax susurrado directamente a su mente. La voz de Adrien, ronca y profunda, áspera por su propia excitación y luego por su propio clímax, la incitaba.

    Marinette tragó saliva mientras se mordía el labio en nerviosa indecisión. ¿Le extendería la mano? ¿O debería escaparse de él?

    —Perro acosador —masculló, más enojada consigo misma que con él.

    Él se rió ahogadamente, alargando la mano para tocar la carne desnuda de su cuello.

    —Veo que sigues tan espinosa como siempre —dijo él con una vena de diversión en sus ojos que se iban oscureciendo—. ¿Serás tan ardiente en la cama, Marinette?

    — ¡Cómo si te lo fuera a decir! —escupió ella.

    Marinette luchó contra el instinto de inclinarse más hacia él, para inspirar el picante aroma de un macho excitado y decidido.

    —Mmm, tal vez podrías mostrármelo —sugirió él, su voz sedosamente suave y caliente.

    Marinette tembló ante la cualidad baja y seductora de su voz. Ésta viajó a través de su cuerpo, tensándole el sexo, haciendo que sus pechos se hincharan y sus pezones se endurecieran en anticipación. Todo su cuerpo se ruborizó, caliente. Entonces el aliento quedó atrapado en su garganta. Las manos de él se movieron, el dorso de sus dedos la acariciaron, dejando un rastro de fuego en la parte superior de sus pechos que subían y bajaban.

    Él la miró a los ojos, los suyos soñolientos, los párpados gruesos.

    —Mía —susurró.

    Los ojos de ella se ensancharon ante la nota posesiva en la voz de él.

    —Creo que no —Marinette quiso hacer una mueca ante el tono rasposo y áspero de su propia voz—. No le pertenezco a nadie, Adrien. Mucho menos a ti.

    ¿Entonces por qué estaba su cuerpo gritando en negación? Ella podía sentir los desnudos labios de su vulva mojándose a medida que su cuerpo se preparaba para ser poseído por él. Su piel hormigueaba, su boca se hacía agua al pensar en su beso.

    —Toda mía —gruñó él mientras un botón se deslizaba, libre del frágil amarre sobre sus pechos palpitantes—. Sabías que no habría manera de que me mantuviera alejado después de oírte llegar al clímax al son de mi voz, Marinette. Sabías que no te dejaría ir.

    Ella se encogió de hombros, luchando por mantener el aplomo, una independencia que parecía más arraigada que necesaria en ese momento.

    —No tienes otra opción que dejarme ir —le informó ella, sintiendo la trepidación de los dardos que la atravesaban desde la intensidad repentina de los ojos de Adrien.

    Los dedos de él acariciaron la redondeada curva de su pecho, su expresión pensativa mientras bajaba los ojos hacia ella.

    — ¿Por qué peleas conmigo, Marinette? —preguntó repentinamente en un tono suave. —Por dos años he hecho todo menos atarte y hacerte admitir que me deseas. Y sé que lo haces. Entonces, ¿por qué luchas contra ello?

    —Tal vez quiero ser atada y forzada a admitirlo —dijo ella impertinentemente, ignorando la llamarada de excitación ante el pensamiento. Ella había oído los rumores, conocía las acusaciones que la propia madre de Marinette había acopiado durante años, acerca del cuñado de su padre. —Sí, Adrien. Yo atada, nada más esperando por ti y uno de tus mejores amigos. Oye cariño, las posibilidades de eso son ilimitadas.

    Su boca era la maldición ella puso sus ojos en blanco ante su propia declaración, cortante y burlona.

    — ¿Mi mejor amigo, eh? —él inclinó la cabeza, mirándola con una leve sonrisa.

    —Cuantos más, mejor —se alejó de él, negándose el contacto que deseaba por encima de cualquier otro. —Tú sabes cómo es. Una chica tiene que tener alguna clase de excitación en su vida. Puede ser bueno llegar al extremo.

    Ella solita iba a cortarse la lengua Marinette se sentía más poseída que en posesión de algo de sentido común por el momento. Tentar a Adrien, empujarlo, nunca había sido una buena idea. Lo sabía por experiencia. Pero aparentemente ella no sabía cómo hacer algo distinto.

    —Marinette, ten cuidado con lo que deseas —se estaba riendo abiertamente de ella. — ¿Has tenido alguna vez en la vida dos hombres a la vez, nena?

    El término cariñoso, dicho suavemente por esa voz oscura y pecaminosa, hizo correr su pulso con más fuerza que antes.

    — ¿Tiene importancia? —le respondió, algún duendecillo diabólico instándola a bromear, a seducir a modo de devolución.

    Ella le lanzó una mirada por debajo de sus pestañas, deslizándola hacia abajo y haciendo escala en las caderas de él, suprimiendo un gemido ante el tamaño de la erección él iba a destrozar la cremallera de un momento a otro.

    —No, no importa —él cruzó los brazos sobre su pecho—. Te puedo dar lo que fuera que desees, preciosidad. Si realmente lo deseas. Soy flexible.

    Adrien sintió su polla, él sabía que Marinette no tenía idea de cuán lejos lo estaba empujando en realidad. Podía ver la excitación en los ojos de ella, el indicio de ardor sexual, de determinación. ¿Pensaba ella que podría matar el deseo en él otorgándole carta blanca para que él hiciera lo peor de lo que era capaz? Ella no tenía ni la más mínima idea de cuán lejos podía llegar él en el terreno sexual. El pensar en atarla, en forzarla a admitir las necesidades de su propio cuerpo, o las necesidades de él, estaba casi más allá de lo que su autocontrol podía aguantar. El pensar en iniciarla en los placeres del ménage a tríos, oyendo los gritos de placer de Marinette en sus oídos, hizo que su polla endureciera hasta el dolor.

    Quería que Marinette tuviera cada toque, cada experiencia sexual que ella alguna vez hubiera imaginado querer intentar. La quería caliente, mojada y rogando por su polla. Quería que ella admitiera sus necesidades, lo mismo que él finalmente había admitido las propias. Quería a Marinette, ahora, mañana, para siempre. De cualquier forma que pudiera tenerla, de todas las formas en que ella le permitiera tenerla.

    Adrien miró el rubor que había subido a sus pómulos, la llamarada de interés en sus ojos que ella apagó rápidamente. Ella pensaba que era un juego, ingeniosas réplicas de carácter sexual que fácilmente podría poner a un lado más tarde. Pero eso no cambiaba el hecho de que Marinette le había dedicado a tales ideas más que un pensamiento pasajero. Él podía ver eso en el afanoso subir y bajar de sus pechos, en la túrgida curva de ellos, en las duras puntas de sus pezones. Estaban casi tan duros como su polla.

    Ella no podía saber, pensó él con una hebra de diversión, cuánto disfrutaría él de hacer ambas cosas con ella. El nivel de dominación que él poseía era increíblemente alto. Introducirla en ser atada, tomada del pelo, atormentada o emparedada entre su cuerpo.

    Drásticamente él aplastó su lujuria. Eso de compartirla no sería fácil u ocurriría a menudo, pero había un placer particular en ello que no podía ser encontrado en ningún otro acto sexual. El pensamiento de tener el control total de ella, de su cuerpo, sus deseos, su sensualidad, era un afrodisíaco casi imposible de resistir.

    —Marinette, no deberías desafiarme —le advirtió cuidadosamente. —No sabes lo que estás pidiendo, nena.

    Él se sentía moralmente obligado a darle una oportunidad, y sólo una oportunidad, para aquietar los deseos rugientes que crecían dentro de él. Ella no sabía, no podía saber, que la sexualidad era parte de él a tal grado. Una sexualidad y un oscuro deseo que él había estado dispuesto a amortiguar por ella. Pero su atrevida declaración de que ella podría manejarlos era más de lo que él podía resistir.

    —Tal vez lo sé —. Él amó la calidad jadeante de su voz, la mezcla de miedo y lujuria en su tono de voz era una combinación embriagadora.

    —Follaría tu culo, Marinette —gruñó él, avanzando hacia ella otra vez. — ¿Es eso lo que quieres? Mi mejor amigo hundiéndose en ese apretado coñito mientras yo empujo dentro de tu trasero. Gritarías, nena.

    La idea de eso lo ponía tan caliente que apenas soportaba el ardor.

    —Mmm… —sus rosados labios se fruncieron en un mohín de meditación. —Suena interesante, Adrien. Pero tú sabes, no permitiría a cualquiera tales privilegios —suspiró ella con pesar. —Lo siento, amorcito, pero aparentemente no estás de suerte.

    Oh, ella estaba en mantuvo su expresión sólo ligeramente divertida, permitiendo a su dulce Marinette cavar su propia tumba.

    — ¿Y qué cualidades debe tener un hombre para ser tan afortunado? —preguntó él, mientras deliberadamente maniobraba para ponerla contra la pared, su cuerpo presionando el de ella, no obligándola, sino conteniéndola, calentándola.

    Por un momento, una vulnerabilidad cautivadora brilló en los ojos de ella. El corazón de él se ablandó por lo que leyó allí. Esperanza mezclada con necesidad, un destello de incertidumbre.

    —Algo que tú no tienes —. Él se preguntó si ella habría percibido la pena en su voz.

    — ¿Y qué sería eso, nena? —. Quería atraerla hacia su pecho, abrazarla, asegurarle que cualquier cosa que ella necesitara, cualquier cosa que ella quisiera, sería suya sólo con pedirlo.

    Marinette se apartó con fuerza de él, su natural actitud defensiva asumiendo el control nuevamente, ese destello de dolor en sus ojos sobrepasando la necesidad de jugar, bromear con él y tentarlo.

    —Corazón, Adrien. Debe tener un corazón —dijo, mordiendo las palabras. —Y realmente no creo que tú tengas uno.

    Marinette se marchó dando media vuelta rápidamente, y la cólera envolviéndola. Eso hizo poco por apaciguar el deseo o el rugiente caldero de emociones que la amenazaban con salir a flote. Soltó doble maldición podía amarlo podía necesitar su amor. Dos años de discutir con él, luchando contra sus avances y sus acaloradas miradas, no pudieron haber causado esto.

    Sintió su cuerpo temblando, su pecho agarrotado por las lágrimas. Amar a Adrien era imposible. No tenía ninguna oportunidad contra las mujeres sofisticadas y experimentadas con las que él se acostaba habitualmente. Ella las había visto, las había odiado. Saber que él las había llevado a su cama, que las había hecho gritar con su toque era más de lo que ella podía tolerar.

    Seguramente ellas no lo amaron. Pero Marinette tenía el mal presentimiento de que ella lo haría.
     
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  9. Threadmarks: CAPITULO 7
     
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    Redención (Adrianette)
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    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    13
     
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    1599
    CAPITULO 7

    Marinette se despertó unas horas más tarde, la sensación de ser observada, estudiada, se abrió camino dentro del sueño erótico con Adrien bromeando, tentándola con un beso que nunca llegó. A punto de gritar, la presencia en su habitación empezó a cobrar sentido.

    Ella parpadeó abriendo los ojos, mirando ceñuda la suave luz de una vela en la pequeña mesa de media luna junto a su cama.

    Volviendo la cabeza, su corazón comenzó a correr. Adrien estaba sentado al lado de la cama mirándola, sus ojos negros entrecerrados, su musculoso pecho desnudo excepto por la sombra del rizado vello negro que bajaba por su estómago y desaparecía en el interior... Sus ojos se agrandaron, luego volaron hacia abajo. Él estaba Dios, él estaba desnudo y duro comprenderlo, la aterrorizó. Grueso y largo, la cabeza púrpura, la carne fuertemente venosa.

    Marinette de repente fue más consciente de su desnudez bajo el pesado edredón. Cuando se había acostado, no había pensado para nada en ello. Ahora podía sentir la hinchazón de sus pechos, el endurecimiento de sus pezones. Entre sus muslos sentía la lenta, ardiente humedad de su carne afiebrada. También sentía algo más. Sus brazos estaban atados al curvado cabecero, estirados, así como sus piernas, con muy poco juego en las cuerdas. El hijo de puta, la había atado a la cama como una virgen condenada al sacrificio.

    — ¿Qué has hecho? —. Ella se aclaró la somnolencia de su voz mientras él se quedaba quieto, mirándola con aquellos malvados ojos, llenos de sensualidad. –Desátame, Adrien —. Gruño — ¿Qué haces aquí?.

    —Primera lección —dijo él, su voz era suave mientras asomaba a sus labios una sexy sonrisa. — ¿Estás lista para ella?

    — ¿Lección? —ella negó con la cabeza, su voz gritando de cólera. ¿Cómo se atrevía el hijo de puta a atarla?— ¿De que demonios hablas, Adrien?

    Su mano se levantó. Marinette pensó que él la tocaría, la agarraría, en cambio, esos largos dedos se enrollaron distraídamente alrededor de su pene, acariciándolo. Ella tragó fuertemente, su boca sedienta, ansiando sentir la hinchada cabeza en ella. Hasta podría haber pensado en darse impulso, si hubiera podido mover su cuerpo.

    —Tu primera lección en ser mi mujer, Marinette —le dijo él, con una voz serena, decidida. –Te dije que estaba harto de esperarte. Esta noche, empieza tu primera lección.

    Marinette hizo girar sus ojos mientras suspiraba con irritación.

    — ¿Eres un psicópata o algo parecido, Adrien? —Le dijo rechinando los dientes — ¿Prestas atención a lo que dices? Ahora déjame y deja de actuar de manera tan rara. Caray, si lo que quieres es follar, sólo debías haberlo dicho.

    Él se río de ella. El bastardo sólo sonrió perezosamente, perversamente.

    —Pero, Marinette no quiero sólo follarte —dijo él, divertido. —Quiero que sepas quién controla tu cuerpo, tus lujurias. Quiero que sepas, en el fondo de tu alma, quién pose ese coño tan bonito, y esa boca caliente. Que admitas que son míos, sólo para follarte cuando yo quiera.

    Maldición. Ella sabía que Adrien era retorcido, ¿pero violarla? eso no lo creía.

    —Adrien —. Ella luchaba para que su voz sonara razonable. —Esta no es forma de conseguir una mujer. Realmente. Ya sabes, flores, noviazgo, ese es el camino al corazón de una mujer.

    — ¿De verdad? —se reía ahora de ella sin disimulo. —Te envié flores, querida.

    Sus ojos se abrieron.

    —Ah sí, con una tarjeta que me decía de qué tamaño tenía que comprar el invasor anal, para así poder follar mi culo —ella apretó los dientes cuando tiró de las cuerdas que ataban sus tobillos. —Verdaderamente romántico, Adrien.

    Recordaba con un sentimiento de horror, el entusiasmo y la vergüenza que sintió cuando leyó la tarjeta. Había tirado las flores a la basura, pero se había guardado la tarjeta. Del por qué, ella no estaba muy segura.

    Él se encogió de hombros indiferente. —Práctico —le dijo. —Te deseaba preparada. Pero como no aceptaste prepararte tu misma, entonces tendrás que aceptar el dolor.

    ¿Dolor? No, no, nada de dolor, eso era lo menos que quería.

    —Mira, Adrien —ella le advirtió razonablemente. —Mi padre realmente se enfadará contigo. Y sabes que se lo contaré.

    —Primero pedí permiso a tu padre, Marinette —le dijo él suavemente, ahora con una expresión paciente. — ¿Por qué piensas que tu madre abandonó finalmente a tu padre? Ella rechazaba aceptar quien era él y lo que necesitaba. No cometeré el mismo error contigo. Tu conocerás y aceptaras tu alma, tus necesidades y las mías. No huirás de mí. Tu padre lo entiende y me da el tiempo que necesito para ayudarte a comprender.

    Marinette miró hacía arriba a Adrien, con la furia estallando dentro de ella mientras sacudía sus brazos estirando las cuerdas que la sujetaban. Condenado, no estaban apretadas, pero no había ninguna posibilidad de que pudiera golpearlo para borrarle la expresión de triunfo de su cara.

    —Estás mintiendo —le acusó ella. —Mi padre nunca dejaría que me hicieras daño.

    —Pregúntaselo por la mañana —se encogió de hombros tranquilamente, —estarás libre para entonces.

    Un sentimiento de impotencia la embargó. Maldición, pensó que él tenía todas las malditas respuestas y todos los malditos proyectos. Ella no era un juguete para que él jugara y se lo demostraría.

    —Te haré detener —le prometió ella. —Lo juro, aunque sea la última cosa que haga, te encerraré.

    Durante unos largos momentos el se mostró tranquilo, sus ojos brillaban con lujuria, con un sereno conocimiento.

    —Yo no lo haría si estuviera en tu situación. Piensa que mañana por la mañana, quizás hayas cambiado de opinión.

    Marinette aspiró con fuerza, mirándolo con miedo y odiando el recuerdo que esto le trajo.

    — ¿De que me hablas? —le dijo ella rechinando los dientes.

    La mano de Adrien cesó de acariciar lánguidamente su polla, moviéndose al estómago de ella. Sus músculos se contrajeron involuntariamente con el calor y la aspereza del masaje en su carne.

    Esta noche, te daré una muestra del placer del que puedes disfrutar —le prometió él. — Aprenderás, Marinette, quién es tu maestro, lentamente. Un paso a la vez. Nada demasiado fuerte, nena, lo prometo.

    Marinette tembló. Él no parecía cruel, pero estaba decidido. Su voz era suave, inmensamente suave, pero centrada en el objetivo. Él la tendría ahora y la tendría en sus condiciones.

    —Esto no es lo que quiero, Adrien —le dijo, luchando por respirar, por tener el control.

    Su mano se movió perezosamente de su estómago, sus ojos siguieron cada movimiento, sus dedos se deslizaron entre sus muslos hasta que uno corrió entre la espesa, resbaladiza crema que los humedecía, que probaban que sus palabras eran falsas. Ella tembló, reprimiendo un gemido de placer cuando la gruesa longitud de su dedo bajó hasta su vagina.

    — ¿De verdad? —le susurró. —Pienso que me mientes, Marinette. No deberías mentirme, nena.

    Antes de que Marinette supiera lo que iba a hacer, su mano se movió, dándole con la palma de la mano un golpe seco sobre la carne desnuda de su coño.

    Marinette tembló de excitación. —Eres un hijo de puta —le gritó ella, sacudiéndose contra las cuerdas, no haciendo caso del latigazo de placer que hizo que su clítoris se hinchó sobresaliendo. —Le daré una patada a tu culo cuando salga de aquí.

    Adrien sonrió abiertamente, moviéndose de su lado para colocarse entre sus muslos extendidos.

    — ¡Déjame ir, bastardo! — gritó, luchando por no hacer caso del placer vergonzoso y la anticipación que se alzaba en su interior.

    —Marinette, dulce y traviesa, Marinette —le susurró él, su mano dejó de lado su coño, deslizándose entre la humedad de los gruesos y pesados labios de su sexo. —Estás tan apretada, Marinette. ¿Cuánto tiempo hace desde tu último amante?

    — ¡Bésame el culo! — gritó ella, por la sorpresa cuando su palma golpeó la curva superior de su coño. Ella luchó contra las cuerdas, aterrorizada por las espantosas vibraciones de placer que irradiaban de su clítoris debido al calor del golpe. — ¡Maldito seas!

    Su cuerpo se arqueó cuando su dedo se deslizó dentro de la vagina otra vez. Era una estimulación lenta, el dedo suavemente separaba sus músculos, haciendo temblar la carne con el principio del éxtasis. Ella luchó contra la necesidad de gemir, suplicar por la penetración lenta.

    — ¿Cuánto tiempo Marinette, desde que has tenido un amante? —le preguntó otra vez.

    Marinette comprendió que estaba jadeando, lista para , si él solamente la dejara acabar.

    —Te odió —le gruñó.

    Su dedo se paró. A mitad de camino dentro de ella, sus músculos se apretaron desesperadamente por la necesidad y él paró.

    —No estás siendo buena, Marinette —susurró él. —Yo podría dejarte atada aquí, caliente y desesperada por aliviarte, o podría darte finalmente lo que necesitas. Ahora contesta a mi pregunta. ¿Cuánto tiempo?

    La amenaza era clara. Su dedo estaba todavía dentro de ella cuando él la miró, su expresión dura ahora, aunque sus ojos retuvieran aquel humor irónico, suave. El contraste era casi espantoso.

    —Cuatro años. ¡Estás satisfecho... Oh Dios! —. Su espalda se arqueó, su cabeza cayó sobre las almohadas cuando su dedo se deslizó dentro con un poderoso empujón.

    Marinette se estremecía, el orgasmo tan cerca que ella podía sentirlo palpitar con desesperación.

    —Maldición, que estrecha eres, Marinette —. La yema de su dedo se torció, acariciando las sensibles profundidades mientras ella se estiraba contra sus ataduras. —Tan apretada como una virgen.

    Marinette se calmó, temblando, viendo la lujuria, el entusiasmo que llenaba la cara de Adrien. Su polla era enorme, gruesa y larga, y ella sabía que estiraría su vagina hasta que gritara por alivio. ¿Pero su culo? No había modo. Aunque mirando la cara de Adrien, parecía que él hubiera resuelto el modo de hacerlo, exactamente.
     
    Última edición: 24 Diciembre 2023
  10. Threadmarks: CAPITULO 8
     
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    Redención (Adrianette)
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    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    13
     
    Palabras:
    2091
    CAPITULO 8
    ♠♠♠♠♠♠
    Baby I'm preying on you tonight
    Hunt you down, eat you alive
    Just like animals, animals, like animalsk

    ♠♠♠♠♠♠

    —Adrien, seamos razonables —jadeó Marinette, su sexo apretando sobre el dedo dentro de ella, temblando por las profundas, gentiles caricias que la yema de su dedo le proporcionaba. —Tu polla no cabrá ahí. Deja de intentar asustarme.

    Pero ella sentía que no era una amenaza muy convincente .

    Él sonrió. Ella sabía bien que debía creer en esa sonrisa. Sus labios se curvaron lentamente, las esquinas de sus ojos se arrugaron. Mirándola atentamente, él deslizó su dedo hasta lo más profundo de su empapado y caliente canal y luego se movió para acostarse al lado de ella.

    Marinette lo miró con cuidado, como a una bestia salvaje mientras él apoyaba su cabeza en su brazo y la miraba por entre sus ojos entrecerrados. Entonces su mirada cambió, dirigiéndola a sus muslos, los ojos ella siguiéndolo mientras movía su mano.

    —¡No!... —Exclamo ella defensivamente mientras él alzaba su mano.

    Ella se irguió. Él movió su cabeza, sus labios se lanzaron sobre un duro, puntiagudo pezón un segundo antes de que él le propinara otro punzante golpe a los mojados labios de su sexo.

    Ella gritó, placer y dolor obligando a sus labios a emitir un desvalido sonido de confuso deseo mientras su cuerpo se doblaba y empujaba contra el de él. Su lengua raspó su pezón mientras él la chupaba, y el siguiente golpe a su sexo fue sobre la carne que protegía su hinchado clítoris. Su grito fue fuerte, su cuerpo estirándose, arqueado, luchando tanto contra el dolor como el placer mientras que ella se esforzaba por separar los dos. Estaba en llamas, su cabeza tambaleándose en una confusa ciénaga de sensaciones. Quería rogar por más, suplicar piedad.

    Otro golpe llegó a ella, su palma ubicada para golpear desde su clítoris a su vagina mientras él tomaba su pezón entre sus dientes. El dolor punzante, caliente y feroz tenía su clítoris palpitando mientras ella gritaba cerca del clímax.

    —Por favor —suplicó ella, su cabeza refregándose contra la almohada mientras sentía su brazo alzarse otra vez. —Por favor, Adrien..

    Un grito estrangulado abandonó su garganta cuando un golpe más duro aterrizó sobre ella, golpeando con fuerza y fuego, haciendo arder su clítoris, su orgasmo alcanzando su punto máximo contra su voluntad. Un estremecimiento atravesó su cuerpo mientras su palma golpeaba en su clítoris con presión suficiente para disparar su liberación.

    Entonces los labios de él cubrieron los suyos con un gemido, su lengua entrando en su boca con avaricia y hambre. Marinette luchó para acercarse, sus brazos y piernas protestando contra su confinamiento mientras ella salía al encuentro de su beso con la misma voracidad, su lengua enredada a la de él, sus gemidos un áspero chirrido contra su garganta mientras ella sentía su coño latir, su vagina muriéndose por más.

    Marinette se estremeció con la palpitante intensidad de su clímax, una distante parte de ella estaba sobresaltada, asombrada de que ella pudiera responder de ese modo. Fieros estremecimientos atravesaban su cuerpo, lamían su matriz, dejándola ansiosa, hambrienta por más. Su sexo estaba vacío, un desesperante dolor excitado atormentándola era necesitaba más. Mucho más.

    — ¿Necesitas más, Marinette? —gruñó él mientras se retiraba y bajaba la vista hacia ella.

    Sus ojos ya no eran pacientes, estaban ardientes y hambrientos, mirándola atentamente.

    —Más. Por favor, Adrien. Te necesito —gimió ella mirándolo mientras su cuerpo se agitaba, necesitándolo, deseando tanto su polla que hasta apenas podía respirar, su excitación era así de intensa.

    Como es que primero no quería, y ahora estaba deseosa de mas.

    Él se movió hacia atrás, su mano subiendo entre sus muslos, un voraz gemido saliendo de su garganta mientras sentía la espesa capa cremosa que volvía a cubrir la carne de ella.

    —Tu sexo es tan caliente, Marinette —. Su voz sonó torturada. —Tan caliente y dulce, yo podría comerte ahora mismo.

    —Sí —. Ella se retorció contra él, necesitando que la tocara, que la follara, llenando el enorme hoyo de exquisita necesidad palpitando dentro de ella.

    —No aún —se negó él, haciéndola lloriquear. —No aún, nena. Pronto. Realmente pronto.

    Ella miró mientras él se alejaba de ella, arrodillándose y acomodando las almohadas bajo sus hombros y cabeza.

    —Tu sabes lo que quiero, Marinette —le dijo, su voz ruda, su polla apuntando a sus labios. —Abre tu boca, nena, dame lo que quiero.

    Cualquier cosa para convencerlo de aliviarla del dolor que palpitaba en su estómago. Ella abrió sus labios, y gimió mientras la gruesa cabeza empujaba pasándolos, estirándolos dolorosamente. Él era enorme, tan largo y grueso que ella quiso gritar de miedo, gritarle que se apurara y la follara con eso.

    —Oh sí, que boquita tan pequeña y caliente —gimió él, envolviendo sus dedos alrededor de la base mientras penetraba su boca, parando sólo cuando los ojos de ella comenzaron a ensancharse por el miedo de que la ahogara. —Relaja tu garganta, Marinette —le ordeno él. —Sólo unos centímetros más, nena. Toma un poco más para mí y te mostraré que bueno puedo hacerte sentir lo que sigue.

    La criatura voraz que era su coño exigía su obediencia con tanta ferocidad como Marinette lo hacía. Respirando por su nariz, sus ojos en los de él, ella relajó lentamente los músculos de su garganta, sintiendo como él, con lentos empujes, conseguía los centímetros finales que exigía que ella tomara.

    Su mano apretaba sobre su polla, su dedo acariciando su boca mientras él marcaba su límite, y aún así, había tanto más. Él se retiró mientras Marinette chupaba la gruesa longitud, su lengua acariciándolo, raspando el lado de abajo de su miembro mientras él lo sacaba casi totalmente de su boca hasta que ella estuvo bebiendo ruidosamente sobre nada más que la congestionada cabeza, y amándolo.

    Entonces él comenzó a penetrar otra vez. Un lento y mesurado empuje que hundió su polla a la profundidad por él marcada, su expresión endureciéndose con tal extremo placer que ella luchó por acariciar la ancha cabeza que intentaba ahogarla. Ella dejó a su garganta hacer un intento de tragar, un movimiento tentativo como probando su capacidad para hacerlo.

    Marinette gimió, su polla sacudiéndose en su boca mientras se retiraba, metiéndola otra vez. Ella repitió el movimiento, mirando su cara, nunca dejando de ver su expresión mientras él comenzaba a follar su boca. Él estaba jadeando, sus dientes apretados, su duro estómago apretado.

    —Sí, trágalo —gruñó él cuando ella repitió el movimiento. —Trágalo, nena.

    Él estaba follando su boca más duro ahora, sus labios tan estirados que los sentía lastimados, pero a Marinette le gustó el sentimiento, amaba ver su entusiasmo, la extrema lujuria que cruzaba su cara cada vez que su garganta acariciaba la cabeza de su polla. Sus caderas botaban contra ella, su voz un gruñido mientras él follaba sus labios, empujando su polla tan profundamente como podía ir, gimiendo mientras la carne se tensaba, se apretaba más.

    —Sí. Voy a correrme ahora, Marinette. —. Él empujó con fuerza, ella tragó, sus caderas bombeando, entonces Marinette sintió la primera dura, caliente explosión de semen contra el fondo de su garganta. Esta fue seguida por más. Espesos chorros de cremoso semen bajando por su garganta mientras él gritaba encima de ella.

    Marinette estaba extática, temblando de anticipación mientras sentía su pene, todavía duro, salir de su boca. Él la follaría ahora. Seguramente, él la follaría ahora.

    —Eres tan hermosa, Marinette —susurró él mientras se alejaba de ella, bajando la vista hacia ella, sus ojos amables una vez más. —Tan condenadamente caliente y hermosa, me vuelves loco.

    —Bien —gimió ella. —Fóllame ahora, Adrien. Por favor.

    Él sonrió, y sus ojos se ensancharon mientras sacudía la cabeza.

    — ¿Qué? —escupió ella, incrédula. —Maldito seas, Adrien, no puedes dejarme de esta forma.

    — ¿Yo dije que te estaba dejando? —le preguntó él, arqueando la ceja . —No, Marinette, estaré aquí contigo, toda la noche, cada noche. Pero tú no estás preparada para ser follada aún.

    —Te juro que lo estoy —exclamó ella. —En serio lo estoy, Adrien —.Si ella estuviera más lista, estallaría en llamas.

    Él rió en silencio, aunque el sonido fue tenso.

    —No aún, Marinette —susurró él. —Pero pronto.

    Él se movió a través del cuarto, y luego Marinette notó la pequeña bandeja que había sobre la carpeta de su cómoda empotrada en la pared. Él lo recogió y al volverse, los ojos de Marinette se ensancharon con aprehensión.

    Había varios artículos sexuales yaciendo sobre la bandeja de plata, así como un gran tubo de lubricante. El que más la asustó, fue el grueso consolador anal apoyado sobre su ancha base. Marinette tembló al verlo, sacudiendo su cabeza con miedo mientras él se acercaba a ella. Si sólo estuviera lo bastante asustada, pensó fríamente. Que Dios la ayudara, su coño estaba en fuego, su cuerpo tan sensible que ella creía que una suave brisa le produciría un orgasmo. Y ver esos juguetes, el grueso invasor anal y el gran consolador, la hacían temblar, no sólo de miedo, sino de entusiasmo.

    Él puso la bandeja sobre su mesa de noche, luego se sentó sobre su cama, mirándolos fijamente.

    —Si no te mantienes excitada, necesitándome a mí y a lo que te daré, entonces me alejaré —le dijo él, su voz tan suave que ella tuvo que esforzarse por oírlo. —Pero yo te empujaré, Marinette, veré lo que te gusta, veré lo que puedes tomar. No sólo esta noche, sino toda la semana. Tú eres mía hasta la noche de la fiesta de tu padre. No importa qué, no importa cuando, siempre y cuando lo que haga te excite.

    — ¿Y si no lo logras? —preguntó ella con ira. — ¿Qué vas a hacerme, lastimarme hasta que no pueda soportarlo más?

    Él se volvió hacia ella, sus ojos ardiendo.

    —Sólo puedo darte lo que quieres, lo que necesitas —dijo él entre dientes apretados. —Estás tan malditamente caliente por ser dominada que no puedes soportarlo. ¿Tú piensas que no conozco eso? ¿Crees que te contaron los rumores sobre mis preferencias innecesariamente? Si no estuvieras excitada por ellas, Marinette, no hubieras estado tan mojada como para empapar mi mano hace dos años cuando te arrinconé en el pasillo. Sólo estás asustada. Y te deseo demasiado como para dejar que sigas asustada de lo que ambos necesitamos más.

    — ¡No lo haré! —. Pero la excitación estaba electrificando su cuerpo, haciendo latir cada célula en anticipación.

    — ¿No lo harás? —gruñó él. —Sé sobre los libros que tu madre encontró en tu cuarto cuando ibas al colegio, Marinette. Las historias que lees, para satisfacer esas ansias que no puedes explicar.

    Su cara enrojeció. Su madre había estado enfurecida sobre los libros eróticos que había encontrado en el cuarto de Marinette ese año.

    —Cautivas, dominadas por sus amantes. Sumisas, adorando cada golpe de sensual placer que recibían.

    Marinette podía sentir el rubor por la mortificación manchando todo su cuerpo.

    — ¿Alguna vez follaste tu trasero, Marinette? —le preguntó suavemente él, inclinándose hacia ella, mirándola fijamente. — ¿Mientras acariciabas tu coño, luchando por un orgasmo, tu dedo alguna vez entró en ese pequeño, caliente, oscuro pasaje sólo para ver cómo se sentía?

    Ella lo había hecho. Marinette gimió humillada. Pero no había sido su dedo, había sido el delgado, redondeado vibrador que ella tenía escondido. La oleada de oscuro placer que se había extendido por ella había sido aterradora. Incluso peor había sido el duro, espantoso temblor de un orgasmo que casi la hizo gritar, subiendo por su cuerpo, y haciendo que de su sexo chorreara un fluido suave, pegajoso. Recordar el dolor de la penetración, la humillación de lanzar aquel chorro de líquido, había hecho que ella nunca volviera a intentar tal cosa, excepto con sus dedos. Incluso ahora, años más tarde, el recuerdo de ese acto era suficiente para hacerla ruborizar de vergüenza.

    — ¿Eso dolió, Marinette? —. Y desde luego, esos malvados reconocieron el rubor de la admisión sobre su piel. — ¿Te hizo desear más?

    —No —escupió ella, temblando de nervios, excitada.

    —Yo creo que sí —. Él tocó su mejilla, sus dedos acariciando su carne, su voz apacible. —Creo que te dejó dolorida, necesitada y demasiado malditamente asustada para intentar hacerlo. Creo, Marinette, que me necesitas tanto como yo te necesito.

    —Y yo creo que tu estás loco —lo atacó ella, rechazándolo, preguntándose por qué lo hacía cuando lo necesitaba tanto.

    Su pulgar le acarició los hinchados labios, sus ojos verdes, brillando en la luz de la vela.

    — ¿Lo estoy? —le preguntó suavemente. —Vamos a ver, Marinette cómo de loco estoy.
     
  11. Threadmarks: CAPITULO 9
     
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    Título:
    Redención (Adrianette)
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    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    13
     
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    1275
    CAPITULO 9

    Marinette observaba a Adrien, intentando aquietar la difícil y áspera respiración que sacudía su cuerpo. Parecía no poder conseguir suficiente oxígeno, parecía no poder normalizar el fuerte estremecimiento de su palpitante corazón.

    —Hay una línea delgada que divide el placer del dolor —le dijo él mientras sacaba el invasor anal de la bandeja, y el tubo de lubricante. —Es tan delgada, que si todo va como debiera ir, el dolor se suma al placer, de una manera erótica y oscura.

    Él se corrió a los pies de la cama. Aflojó las cuerdas atadas al estribo, y tomó rápidamente sus piernas antes de que ella pudiera patearlo. Ignorando sus violentos esfuerzos y sus maldiciones acaloradas, en minutos él tenía su cuerpo entero dado vuelta, con las cuerdas sosteniéndola nuevamente en posición mientras él metía varias almohadas bajo sus caderas.

    —Bastardo —. Su voz estaba estrangulada mientras una excitación enloquecedora se disparaba por su cuerpo.

    Su trasero estaba arqueado hacia él. Ella estaba extendida, abierta para él, y los destellos de miedo y excitación que recorrían su cuerpo la tenían aterrorizada.

    —Dios, Marinette eres tan hermosa —gruñó él desde atrás, su voz áspera, llena de lujuria.

    Marinette tembló, gritando. Ella debería odiar esto. Debería estar gritando, pidiéndole que se detuviera, en cambio su cuerpo pulsaba de necesidad y deseo, anticipándose.

    —No deberías haber esperado tanto para volver, Marinette —susurró él mientras besaba la llena mejilla de su trasero. —No deberías haberme hecho esperar tanto, nena, porque no seré capaz de ser tan gentil como lo hubiera sido.

    Su coño palpitó con sus palabras.

    —Y tendré que castigarte —. Ella gimoteó ante el creciente entusiasmo de su voz. —Pero de todos modos lo hubiera hecho, Marinette. Porque necesito ver ese bonito trasero ponerse todo rojo y caliente por mi mano.

    —No —. A pesar del grito instintivo de ella, su mano cayó sobre la mejilla redondeada de su trasero.

    El calor destelló a través de su carne, entonces ella gritó mientras un dedo se hundía en su coño un segundo más tarde. Ella se dobló, se retorció contra sus ataduras.

    —Estás tan mojada —gimió él. —Tan apretada y caliente, Marinette .

    Su mano golpeó otra vez mientras su ancho dedo se retiraba de su temblorosa vagina. Mientras el calor aumentaba en la carne de sus nalgas, su dedo se hundió otra vez. Marinette gritaba de miedo y de una oleada de entusiasmo oscuro, erótico. Los golpes no eran crueles, sino bastante agudos y picantes, construyendo un calor constante en su carne.

    —Tan linda —. Él golpeó el otro lado, entonces su dedo empujó dentro de ella otra vez.

    Ella estaba tan mojada que goteaba. Él alternaba los golpes suaves con los picantes, lo que la mantenía estremeciéndose de anticipación. Mantenido su carne acalorada, el dolor destellando por su cuerpo. Un dolor que ella odiaba, lo odiaba porque el placer que venía de él la estaba volviendo loca. Ella podía sentir sus jugos fluyendo de su sexo, oír sus gritos resonando con necesidades a las que ella no quería nombrar.

    Para cuando él terminó, ella sentía su trasero encendido, sus caderas estaban rotando, su sexo palpitando. Ella se moría de necesidad. Si él no la follaba pronto, se volvería loca. Ella se quemaba, por dentro y por fuera, una ola de lujuria ardiente atormentaba sus entrañas mientras ella luchaba contra los placeres depravados de la azotaban.

    El gimió —Maldición, Marinette, me gustas así nena, atada, enrojecida, y tan caliente y apretada para mi—Dos de sus dedos se hundieron en ella.

    —Adrien —. Su grito era ronco y desesperado mientras su orgasmo la hacía vacilar en el filo de una atormentada excitación.

    —Voy a poner el invasor anal en tu trasero ahora, Marinette —le advirtió mientras retiraba sus dedos de su cuerpo. —Entonces te follaré, nena. Te follaré tan profundamente y tan fuerte que nunca me volverás a dejar otra vez.

    La cabeza de Marinette se enterró en la almohada mientras su mano le separaba sus nalgas. Ella se estremeció cuando sintió el lubricante frío, luego gritó otra vez mientras su dedo se hundía totalmente en el apretado agujero. Punzante, enviando una llamarada de calor por los músculos que la hacían corcovear y empujar.

    —Ah, Marinette. —. Él retorció su dedo dentro de ella, extendiendo la lubricación, estirando los músculos mientras ella gimoteaba de angustia.

    Con todo lo que la llenaba su dedo.

    ¿Cómo podría tomar aún más? Marinette se apretó contra él con miedo, luego gimió mientras el ardiente dolor hacía que su coño latiera más caliente. Ella era depravada. Debería estar aterrorizada, luchando contra él, pero en cambio sus quejidos suplicaban por más.

    Él repitió la lubricación varias veces mientras Marinette luchaba por respirar más allá del placer y el dolor. Ella estaba lista para gritar, para pedir más. Quería susurrar las palabras prohibidas. Mordió su labio, jadeó, gritó mientras su dedo finalmente se retiraba.

    —Marinette, quiero que inspires profundamente —finalmente la instruyó él, acalorado. —Relájate cuando el invasor empiece a entrar, eso aliviará el dolor si es que es demasiado para ti al principio.

    —Me estás torturando —gritó ella, resistiéndose a sus ataduras. No quería esto ahora. Estaba demasiado asustada. La oscura lujuria que la recorría era demasiado intensa, demasiado espantosa. —Detente, Adrien. ¡Déjame ir!

    —Está bien, Marinette —. Su mano acarició su trasero y entonces sus dedos apretaron, separándola de nuevo. —Está bien, nena. Es normal asustarse. Sólo relájate.

    —Adrien —. Ella no supo si su grito fue de protesta o de necesidad cuando sintió la aguda cabeza del grueso invasor acomodarse contra su diminuto agujero.

    —Va a doler, Marinette —. Su voz era oscura, excitada. —Vas a gritar para mí, y lo vas a amar. Sé que lo harás, nena.

    —Oh Dios —. Ella sacudió su cabeza sobre la almohada, pero no pudo evitar permitir que su cuerpo se relajara ligeramente.

    Ella sintió el dispositivo comenzar a penetrar el apretado agujero. Al principio, la sensación de perforación fue suave, pero a medida que la longitud y el grosor aumentaban, un persistente y creciente fuego comenzó a dispararse a través de su cuerpo.

    Ella se tensó, pero Adrien no se retiró.

    —Duele —gritó ella. —Oh Dios, Adrien. Adrien por favor...

    Él no se detuvo, en cambio, los dedos de su otra mano se dirigieron hacia su palpitante coño. Allí, acariciaron y mimaron su clítoris hasta que ella comenzó a bombear, empujando contra su mano, gritando mientras el movimiento empujaba el invasor más profundamente dentro de su trasero.

    Ella pudo sentir estirarse sus músculos, protestando, pero eventualmente cediendo paso al grueso intruso que lo invadía. Ella se resistió contra sus cuerdas, retrocediendo, retorciéndose bajo el latigazo de ardiente dolor y de placer igualmente ardiente.

    — ¡Maldito seas! —. Su voz era ronca, enfurecida por el creciente caleidoscopio de sensaciones que se precipitaban por su cuerpo.

    El ardiente calor de la invasión, el lento y persistente aumento del dolor, la agonía de placer resultante abrumaba tanto sus sentidos que ella se sintió aturdida por ello, inundada por una realidad misteriosamente sensual donde no existía nada excepto la invasión lenta, persistente de su ano, y las suaves caricias, demasiado ligeras a su clítoris palpitante.

    Largos minutos más tarde ella tiró severamente mientras el último centímetro del aparato atravesaba el apretado anillo anal, dejando dieciocho centímetros de un grueso y duro consolador alojado dentro de ella. Ella se retorció, luchando por acostumbrarse a la sensación. Adrien escogió ese momento para hacer aterrizar pesadamente su mano sobre su trasero otra vez. Marinette gritó, apretando sus músculos alrededor del invasor, infligiéndose una desastrosa forma de éxtasis.

    —Ahora, Marinette —gruñó Adrien. —Ahora, me toca comer ese bonito coño.
     
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    Redención (Adrianette)
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    13
     
    Palabras:
    1421
    CAPITULO 10

    Contenido explicito <3

    So love me like you do, lo-lo-love me like you do
    Love me like you do, lo-lo-love me like you do
    Touch me like you do, to-to-touch me like you do
    What are you waiting for?


    Los gritos de Marinette resonaron en su cabeza, palpitando en su polla. Adrien no podía recordar un tiempo en el que hubiera estado tan conectado, tan caliente y tan preparado para follar. Quería encerrarse en ella, dominarla con la brutalidad de una follada tan lujuriosa que ella se diera cuenta de que era imposible abandonar al único hombre que podía dárselo.

    Pero él sabía que cuanto más tiempo pudiera mantenerla colgando en el borde de las sensaciones que la recorrían, más lo ansiaría ella más tarde. Él era un esclavo de la necesidad de ser el único que la complaciera.

    Perforar su culo con ese invasor había sido la cosa más erótica y satisfactoria que él había hecho en su vida. Se preguntaba si ella había sido apenas consciente de lo alto que había rogado por más. Cuántas veces le había suplicado que lo empujara más duro en su interior, que la tomara. Él lo dudaba. Las sumisas raramente recordaban esa primera vez, esos primeros largos minutos en los que un consolador, o una caliente y gruesa polla invadían su culo.

    Era la combinación de dolor y placer. Las necesidades, tan asombrosas, tan consumidoras que nublaban la mente hasta el punto de que la sumisa raramente recordaba suplicar por ello.

    —Fóllame —Marinette todavía rogaba, aunque no estaba a costumbrada a rogar su voz salía gruesa y desesperada mientras su coño dejaba escapar la dulce crema de su necesidad.

    Él cogió un pequeño aparato oblongo, metálico, de la bandeja. Estaba atado a una larga cuerda con una caja de control al final. Se llamaba bala de plata. Tan pequeñito que parecía inofensivo, pero los efectos de sus vibraciones internas conducirían a Marinette a tal neblina de éxtasis que ella nunca lo olvidaría.

    Insertó el aparato de tres pulgadas en su interior. Su polla se tensó ante la estrechez, como un puño cerrado, que él encontró mientras lo presionaba pasando la plenitud del invasor encerrado en su ano y lo movía hasta el final de su vagina. Colocó el pequeño aparato al máximo de vibración contra el punto G y luego se retiró. Puso el control en una baja, gentil, acariciadora vibración que sin embargo hizo que ella se estremeciera. Entonces él comenzó a alimentarse de su coño.

    Él lamió su coño, justo tal y como una vez le había prometido que haría. Gentiles caricias dentro de su vagina con su lengua que la tuvieron alzándose contra su boca, suplicando por más. El cuerpo de ella estaba cubierto de sudor, su respiración dura, sus gritos desesperados mientras él la lamía con la lengua, la acariciaba. Y ella sabía tan malditamente bien que él no podía sino ayudarse a sí mismo empujando su lengua tan profundamente dentro de ella como podía, y meter más de ella dentro de su boca.

    Adrien estaba ardiendo por ella. Sabía que su control estaba resbalando, algo que nunca había pasado, algo contra lo que nunca había tenido que luchar por mantener. Pero tenía que prepararla, no podía permitirse herirla inconscientemente. Era su corazón, su alma, la felicidad que siempre había creído que nunca encontraría. Ella oscilaba entre el dolor erótico y el dolor que irrevocablemente dañaría su sexualidad por siempre. Si no era cuidadoso, extremadamente cuidadoso, entonces los destruiría a ambos. Porque Marinette sabía que él no podría ir mucho más allá sin ella.

    Así que controló su propia lujuria, la acarició gentilmente, calibrando su necesidad y aumentando la velocidad del vibrador de acuerdo a ella. Ella estaba retorciéndose en sus manos ahora, casi en el punto del no retorno. Reluctante, él se apartó de la goteante vagina, lamiendo atrás, rodeando su clítoris con su lengua. Entonces se giró, descansando en su espalda, posicionándose para succionar el hinchado e inflamado brote con su boca mientras colocaba la velocidad del vibrador al máximo.

    Ella explotó, tensando su cuerpo. Su grito fue estrangulado, sin respiración, mientras su cuerpo se arqueaba, estirándose, entonces comenzó un temblor repetido que señaló el comienzo de su orgasmo. Él apretó más fuerte sus labios sobre su clítoris, dándole golpes con la lengua y sujetando las caderas de ella con una fuerza sencilla cuando el caliente, volcánico ímpetu de su liberación comenzó a precipitarse a través de su cuerpo.

    Marinette se estaba muriendo. Sabía que se estaba muriendo y con impaciencia abrazó la prisa exquisita del doloroso placer que la lanzó sobre el borde del precipicio. Su cuerpo estaba temblando de manera incontrolable, su orgasmo llenaba su cuerpo, bombeando en su sangre, provocando espasmos en su útero mientras se rasgaba a través de ella. Podía sentir la dura vibración dentro de ella, los labios de Adrien en su clítoris, llevándola en una furiosa tormenta de la que ella sabía, no podría sobrevivir. Fuertes estremecimientos corrían sobre ella, un placer como ninguno que hubiera concebido la desgarró. Y en una distante parte de su mente, se preguntó si ella alguna vez sería la misma de nuevo. Si sobrevivía.

    Ella luchó contra el torrente, pero no pudo luchar con él. Podía sentir sus fluidos borbotear de su coño con los espasmos, y la boca de Adrien moviéndose para capturarlos con un duro y masculino gruñido. Su lengua arponeó dentro de su torturado coño, provocando otro duro estremecimiento, otro borboteo de fluidos hasta que, finalmente, ella se derrumbó despreocupadamente contra sus cuerdas, aturdida, totalmente despojada de fuerzas.

    Pequeños temblores todavía asaltaban su desmadejado cuerpo. El pulso interminable de su clímax no se iba fácilmente. Ella pudo oír a Adrien, un duro, brutal gruñido masculino resonando en la habitación mientras empujaba su cuerpo contra ella. Se había corrido? ¿Había estado dentro de ella y ella no se había enterado? No importaba. Estaba yendo a la deriva en una neblina de placer tan débil, tan asombroso que no podía pensar, y no quería hacerlo.

    — ¿Marinette? —la voz de Adrien era tierna, cálida mientras se movía a su lado. — ¿Estás bien, nena?

    Ella sintió las cuerdas aflojarse, sus manos callosas y gentiles sobre su piel mientras la desataba, y la ayudaba a extenderse sobre la cama. Ella permaneció desmadejada, tan saciada que apenas podía moverse. Era consciente del movimiento de Adrien a lo largo de la cama a su lado, girándola sobre su espalda, su expresión, cuando ella le miró, preocupada y gentil.

    —Soñolienta — murmuró. Y lo estaba. Tan cansada, tan emocional y físicamente agotada que apenas podía permanecer despierta.

    —Duerme, Marinette —él besó su mejilla gentilmente. —Descansa, nena. Empezaremos de nuevo mañana.

    Adrien se tendió al lado de ella, colocando el edredón sobre ellos, ignorando el latir de su todavía palpitante polla. Había llegado al clímax con Marinette, pero no era suficiente. Necesitaba enterrarse dentro de ella, sentirla, prieta y caliente, encerrándole en su satinado calor.

    Y sabía que la lucha no había acabado. Aceptar el placer completado con dolor era la parte fácil para Marinette. Someterse a él sería la parte dura. Ceder ante él, sin importar lo que él le pidiera, sin importar lo que demandara para el placer sexual de ella, sería la pelea. Una a la que él le tenía ganas. Conocía a Marinette mejor de lo que ella misma se conocía. Sabía, por la admisión de su padre de los libros que su madre había encontrado, lo que la había metido en esto. No era el dolor, era la dominación, la sumisión hasta los extremos sexuales que ella ansiaba. Ella quería luchar. Quería ser vencida, y él quería dárselo.

    La empujó contra él, disfrutando del calor de su cuerpo, de su presencia. Había soñado con esto durante dos años. Supo en el momento en que conoció a Marinette que ella tenía una parte de él que ninguna otra mujer tendría nunca. El pensamiento de eso le había atormentado, lo había torturado con lujuria. En los pasados meses, se había puesto peor. Vivía y respiraba todos los días con la necesidad de ella. Era como una fiebre que ardía en sus entrañas de la que no podía huir.

    Y ahora él la tenía. Para la noche de San Valentín, la última lección de ella, su sueño erótico finalmente realizado, ella sabría quién dominaba su cuerpo y su corazón.
     
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    Redención (Adrianette)
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    Romance/Amor
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    13
     
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    CAPITULLO 11

    Explicito <3

    Marinette estaba dolorida. Su cuerpo entero palpitaba, protestando por su desvelo. Los músculos de sus piernas estaban tiesos y ardidos, sus brazos y hasta sus pechos estaban doloridos.

    —Marinette despierta, tenemos que quitar el invasor y necesitas un baño caliente. —La voz de Adrien era firme.

    Sus ojos se abrieron, su cabeza giró hacia él, sus ojos enfocando los rasgos salvajes de su cara.

    — ¿Dejaste esa cosa dentro de mí? —dijo ella entre dientes con incredulidad.

    Él arqueó una sola ceja.

    —Tu trasero era estrecho Marinette, Necesitaba acostumbrarse a estirarse antes de que ser capaz de tomar mi polla.

    Su corazón latió ruidosamente contra sus costillas.

    —Ve al cuarto de baño, luego regresa aquí. Si intentas quitarlo tu misma, te ataré otra vez y te dejaré allí el resto del día.

    Él lo pensaba. Ella vio su determinación en las duras líneas de su cara.

    En que me eh metido.

    —Sácalo primero –dijo ella en cambio.

    Él sacudió su cabeza. –Haz como te digo, Marinette. Tengo razones para mis demandas.

    Marinette frunció el ceño, pero ella sabía que no quería experimentar la tortura de estar atada y babeando de necesidad. Y ella sabía que él la haría babearse. La torturaría, luego la abandonaría para que sufriera en su excitación. Ella no estaba lista para correr ese riesgo aún, no después de anoche.

    Entonces ella se levantó de la cama, y caminó con cautela hacia el cuarto de baño. Después de aliviar su necesidad más apremiante, cepilló sus dientes y lavó su cara, luego regresó al dormitorio. Su estómago era un nudo de nervios, preguntándose como planeaba Adrien seguir con la sensual tortura que había comenzado la noche anterior.

    —Sobre tus rodillas. —Él cabeceó hacia la cama, estaba de pie al lado de ella, desnudo y luciendo una erección que parecía un arma.

    Su miembro era el más grande que ella alguna vez hubiera visto, casi tan grueso como su muñeca, con una hinchada y brillante cabeza que hacía su boca agua al verlo.

    Marinette fue a la cama, asumiendo la posición que ella sabía que él quería. Ella tembló mientras su mano acariciaba los cachetes de su trasero. Sus dedos recorrieron su ano hasta que él agarró el invasor anal, tirando despacio, con cuidado, liberándolo de su trasero.

    —Quédate quieta —le ordenó antes de que ella pudiera moverse. —Bajo tu gabinete hay algunas provisiones personales que compré para ti. De ahora en adelante las usarás siempre que yo te diga de hacerlo. ¿Entendido?

    —Sí –susurró ella, sintiendo arder su vagina, humedeciéndose mientras él pasaba sus manos por su trasero.

    —No voy a follarte ahora porque para ser honesto, no creo que pueda mantener mi polla fuera de tu trasero. Pero necesito el alivio, nena.

    Él se movió alrededor de la cama entonces, girándola para quedar enfrentados, su polla apuntando hacia su boca. Marinette se relamió los labios. Ella los abrió mientras la cabeza púrpura golpeaba contra ellos. Escuchó su fuerte gemido mientras ella cerraba los labios alrededor de su miembro, tomándolo, abriendo su garganta para esos últimos centímetros posibles.

    Una de las manos de él agarró su polla, para asegurarse de no darle más de lo que ella podía tomar, la otra retorció su cabello. El agudo borde de dolor le hacía apretar su boca alrededor de su polla, su garganta trabajaba sobre la cabeza en tanto él gritaba de placer. Él no estaba dispuesto a prolongar su propio placer esta mañana. Empujó dentro y fuera de su boca con golpes profundos y duros, manteniéndola quieta mientras él gemía repetidamente ante el placer que ella le daba. Entonces, ella sintió su polla sacudirse, palpitar y luego su esperma llenando su boca mientras él gritaba su liberación.

    Adrien respiraba con fuerza cuando se retiró de ella, su pene todavía estaba erecto, todavía listo para ella, pero él no hizo nada más.

    —Ve a bañarte, Marinette, antes de que haga algo para lo cual ningún de los dos está listo. Ven abajo para desayunar cuando hayas terminado.

    Marinette se levantó, mirándolo luchar por controlarse.

    — ¿Esta papá en casa? —preguntó.

    —No aún —él sacudió su cabeza. —Él regresará la noche antes de la fiesta. Eres mía hasta entonces, Marinette. ¿Puedes manejarlo?

    Sus ojos se estrecharon ante su tono de voz, sugiriendo que ella no podría.

    —Puedo manejarte cualquier día de la semana —.Ella gimió ante las palabras que brotaron de sus labios.

    Sus labios se torcieron. Ambos se conocían mejor.

    —Veremos —. Él asintió con la cabeza. —Ve a bañarte. Te dejaré lo que quiero que lleves esta mañana. Han dado a los criados el resto de la semana libre, así que seremos solamente tú y yo por un tiempo.

    Marinette mordió su labio. Ella no estaba segura si eso era algo bueno o no.

    —Ve —. Él indicó la puerta del cuarto de baño. — Ven abajo cuando estés lista.

    Una hora mas tarde Marinette bajó por la escalera espiral, con los pies desnudos y vistiendo más ropa de la que ella pensó que él le dejaría para ella, pero decididamente menos de lo que ella querría llevar puesto. El negligé largo, de seda la hacía sentir sexy, femenina. Cubría sus pechos, pero estaba cortado lo suficientemente bajo para que si él los quería sacar, no tuviera ningún problema. No había pantis incluidas, pero la seda negra escondía ese hecho. Ella habría estado incómoda vistiendo algo que se trasluciera.

    Su nota había dicho que la esperaría en la cocina, y allí estaba él. Vestido con pantalones de gimnasia y nada más, su espeso pelo negro todavía estaba húmedo, y parecía más sexy que lo cualquier hombre tenía derecho a parecer. Y él le estaba sonriendo. Incluso sus ojos estaban llenos de una expresión perezosa, cómoda mientras él colocaba dos platos de huevos, tocino y tostada al lado de tazas llenas de café.

    —El desayuno está listo, llegaste justo a tiempo —. Él sacó su silla, indicando que ella debería sentarse.

    Marinette tomó su asiento con cautela, el dolor de sus músculos estaba mucho mejor, pero sus muslos y trasero todavía estaban sensibles.

    — ¿Dolorida? —. Él posó un beso sobre su hombro desnudo, produciéndole una sacudida de sobresalto.

    Ella giró su cabeza, alzando la vista hacia él mientras se enderezaba y se dirigía a su propia silla. —Un poco —. Ella se aclaró la garganta.

    —Se volverá más fácil –le prometió. —Ahora come. Hablaremos más tarde, después de que hayas terminado.

    Que mando.

    Lo pensó pero no lo dijo en voz alta.

    El desayuno, a pesar de sus dudas iniciales, estuvo lleno de risas. Adrien era agradable y su humor fácil comenzó a mostrarse. Su ingenio árido la mantuvo riendo ahogadamente y el malvado brillo en sus ojos mantuvo su cuerpo crepitando, anticipándole lo que vendría, rogando que la follara. Mientras mas tiempo él esperaba, más caliente se ponía ella. No sabía si lo soportaría mucho más tiempo.

    Finalmente, después de que los platos estuvieron limpios, él la dirigió por la casa hasta la cómoda sala de estar. Un fuego crepitaba en una esquina del cuarto donde un gran colchón de almohadas había sido puesto.

    —Siéntate, tenemos que hablar —. Él la situó sobre el colchón, luego la hizo recostar sobre su espalda mientras él se situaba al lado de ella.

    —Mira, no tengo muchas ganas de hablar —ella finalmente dijo frustrada. –Cortemos la persecución aquí, Adrien. Hay cosas que evidentemente me gustan, que tú disfrutas haciendo. No quiero hablar sobre ello. Solamente hacerlo.

    Ella levantó la mirada hacia él, estrechando sus ojos, advirtiéndole que ella también tenía sus límites.

    Él apoyó la cabeza en su mano, respetándola con una expresión curiosa.

    —Esperaba una pelea –dijo él, un vago tono de pregunta en su voz.

    Marinette suspiró, sentándose, mirando fijamente el fuego mientras ella pasaba los dedos de una mano por su pelo.

    — ¿Hasta que extremo tienes la intención de llegar? —preguntó ella finalmente, echándole un vistazo mientras él todavía se reclinaba al lado de ella.

    Él alcanzó sus dedos que se arrastraban por el pelo. — ¿A qué extremos quieres que yo llegue, Marinette? —preguntó él a cambio. —Puedo darte cualquier cosa que quieras, lo que sea. Pero tengo mis propias necesidades, y ellas tendrán que ser satisfechas también.

    — ¿Cómo cuales? —le preguntó, manteniendo su voz baja, aquietando el temblor que amenazaba con sacudirla.

    —Me gustan los juguetes, Marinette. Me gusta usarlos, y me muero por usarlos en ti. Me gusta azotarte. Me gusta mirar tu bonito coño y los cachetes redondeados de tu trasero volverse rojos. Me gusta oírte gritar porque no sabes, si es dolor o si es placer, lo que te esta matando. Quiero ver tus ojos llenos de placer, aturdidos, mientras empujo tus límites —. Él lo presentó bastante claro, pensó ella con un toque de silenciosa burla, y aún así no había contestado una maldita cosa.

    — ¿Cómo de lejos irás? —ella le preguntó.

    Ella, no debió haber preguntado eso.

    — ¿Cómo de lejos me dejarás ir? —le contestó él.

    Marinette presentía que ella tendría pocos límites, pero no estaba dispuesta a decirle eso.

    —Evidentemente tienes planes. Me gustaría saber cuales son.

    Marinette suspiró. —Algunas cosas son mejores dejarlas al placer del momento. Vamos a esperar y ver que pasa.

    Marinette lamió sus labios con nerviosismo. Evidentemente su padre le había contado sobre la catástrofe con los libros que su madre había encontrado. Él no sabría sobre ellos de otra manera. Ella respiró profunda y hondamente.

    — ¿Esto concierne a otros hombres? –preguntó ella finalmente.

    Los ojos de él se encendieron con excitación.

    —Tu quieres eso, Marinette —. Él se movió detrás de ella, sentándose para tirar de ella contra él mientras susurraba las palabras en su oído. —Lo has deseado durante un largo tiempo, nena, todo lo que he planeado. Solamente tranquilízate, y lo tomaremos paso a paso.

    Marinette luchaba por controlar su respiración, su corazón latía frenéticamente. Ella estaba aterrorizada de él, y de ella.

    —No puedo, si padre averiguara…

    —Marinette, tu padre sabe –dijo él con cuidado. — ¿Por qué piensas que tu madre se divorció de él? Ella no deseaba sexo, mucho menos el que él necesitaba. Tu padre supo, cuando esos libros fueron encontrados, lo que tú necesitabas. Tal como él sabe lo que yo necesito.

     
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    Redención (Adrianette)
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    Romance/Amor
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    CAPITULO 12

    La vergüenza traspasó su cuerpo. Marinette se acordaba viniendo a casa del colegio, su madre enfurecida con ella, la humillación de las acusaciones que ella había lanzado a Marinette. Esa fue una de las pocas veces que su padre había intervenido. Él la había llevado a su estudio e incómodamente le había informado que la sexualidad era una cosa personal, y que no era de incumbencia ni de él ni de su madre.

    — ¿Tu hermana…? —ella dejó la pregunta colgando.

    —Sabe lo que él desea y disfruta de ello. Ese es el punto clave, Marinette. Tienes que disfrutarlo, si no, esto no me trae ningún placer. Tu placer es lo más importante, Marinette. Qué deseas, qué necesitas.

    Sus manos estaban en su abdomen, acariciando suavemente los nerviosos músculos de allí. Sus labios rozaban su hombro, su cuello.

    —No deseo un juguete, Marinette —le prometió. —O una mujer que no sepa quien es y hable en consecuencia. Menos en el dormitorio, que es donde quiero a la mujer que sé que eres. Si quieres pelearme, entonces pelea. Si te quieres someter, entonces hazlo. Si quieres ser atada y violada, avísame. Todo eso, puedo darte y disfrutar. Pero si alguna vez llegas al límite, tienes que decírmelo. Si alguna vez sugiero algo que no deseas o no puedes manejar, entonces tienes que decírmelo. Y después de eso, a no ser que lo pidas, nunca lo abordaré otra vez. Sólo se muy cuidadosa en los placeres que te niegues.

    Ella levantó la cabeza de sus rodillas.

    — ¿Y cuándo te hartes de mí? —le preguntó.

    — ¿Qué si tú te cansas de mí primero? —le preguntó él entonces. —Esto va en ambos sentidos, Marinette. Si no podemos dar al otro lo que necesita, entonces no hay ninguna razón en continuar. ¿Estás de acuerdo?

    Sus manos se apretaron en sus rodillas. —Estoy de acuerdo –susurró ella.

    —No hay reglas, Marinette. Pero de ahora en más, no significa no. Si no lo quieres, entonces dices la palabra. ¿Entendido?

    Ella cabeceó nerviosamente.

    —Cada noche, te empujaré más lejos. Cada noche, aprenderás algo nuevo sobre ti —. Sus manos se movieron a sus brazos, acariciando los músculos tensos, aliviando el nerviosismo que se cerraba en ellos. —No estés asustada de mí, Marinette. O de ti.

    —Ninguna otra mujer —. Ella lo quería claro desde el principio. —No sé siquiera si pueda manejar a otro hombre. Pero no puedes tener ninguna otra mujer.

    —No quiero a otra mujer, Marinette —le aseguró él. —Y no habrá ningún otro hombre, a no ser que sea algo que decida —. Su voz se endureció. —Hay un placer particular en compartir a tu mujer que tú, tal vez, nunca puedas entender. Pero no cualquier hombre será digno del privilegio, nena, confía en mí.

    —Si no me follas ahora, saldré de esta casa y no volveré — susurró ella rudamente. — Estoy harta de esperar, Adrien.

    Ella había girado las tablas sobre él, entonces se movió antes de que él pudiera pararla, girando y apretando sus hombros contra el colchón hasta que él yació sobre su espalda. Él ya estaba duro, y ella ya estaba mojada. Su polla tensaba el frente de sus pantalones, oculta de ella. Enganchando sus manos en la cinturilla ella los bajó, levantándolos sobre la gruesa erección y tirándolos de sus piernas.

    —Me preguntaba cuando te cansarías de la espera —dijo él riéndose, aunque su mirada estaba caliente, con malvada lascivia.

    Marinette se sacó su vestimenta por sobre su cabeza, luego se subió a su cuerpo. Ella oyó su dificultosa respiración cuando su húmeda vagina rozó su miembro, pero siguió. Ella quería su beso. Ella moría por un beso.

    Mientras los labios de ella tocaban los suyos, los brazos de él la rodearon, girándola, tirándola sobre su espalda mientras se elevaba encima de ella. Su lengua perforaba su boca, sus labios se inclinaron sobre los suyos mientras él convertía la caricia en un banquete carnal. Marinette gimió interrumpidamente, sintiendo la ternura, el calor completo de su toque, su cuerpo encima del suyo, la fuerza de sus músculos mientras él la mantenía contra él.

    —Mi polla esta tan dura que no duraré cinco minutos dentro de ti —dijo él entre dientes. — ¿Estás tomando la píldora o necesito un condón?

    —Píldora –jadeó ella. No quería nada entre ellos. Quería sentirlo cuando él se corriera, sentir su semilla saliendo con fuerza dentro de ella.

    —Maldición, Marinette, estoy casi asustado de follarte, eres tan condenadamente apretada –gruño él mientras su mano patinaba sobre su coño, su dedo probando su vagina.

    Marinette se arqueó ante la penetración, su gemido hambriento la sobresaltó mientras su cuerpo pedía más.

    Sus labios se arrastraron a lo largo de su cuello, moviéndose hacia abajo, hacia las puntas duras, sensibles de sus pechos. Cuando su boca cubrió uno, su matriz se contrajo dolorosamente. Oh sí. Esto era bueno. TAN bueno. Su lengua raspaba la punta, su boca la chupaba con un movimiento fuerte que la dejaba temblando. Entonces él mordisqueó el pequeño brote, el pellizco leve llevó su excitación aún más alto por el filo del dolor.

    —Maldición, estás tan caliente que me estás quemando vivo –gruñó él, moviéndose hacia atrás, hacia sus labios, chamuscándolos con su beso.

    —Quémate más entonces –jadeó ella. —Por favor, Adrien. Tómame ahora.

    Él se elevó encima de ella moviéndose entre sus muslos, separándolos, mientras ella miraba su polla palpitar.

    —Esto podría doler —la advirtió, respirando duro. —Maldición, Marinette, nunca he tenido un coño tan apretado que quemara mi dedo antes.

    Ella hizo rodar sus caderas, atormentada por la punta de su polla mientras esta daba pequeños golpes contra su vagina.

    —Está bien –gimoteó ella. –Tú puedes manejarlo.

    Él se hundió en ella.

    El aliento abandonó el cuerpo de Marinette mientras se doblaba, un grito estrangulado rasgó su garganta por la forzada separación de los sensibles músculos de la vagina. El ardiente placer/dolor la consumía, viajando por ella mientras se retorcía contra el grueso pene alojado en su coño.

    —Dulce Misericordia, Marinette –gritó Adrien mientras se acomodaba sobre ella pesadamente, sus codos afirmándose para soportar su peso. Sus caderas rodaron en un suave movimiento entre sus muslos enviando dardos agudos de éxtasis a viajar por su cuerpo.

    Él no iba a durar mucho tiempo.

    Adrien sabía que él no tenía un ruego para ello. Lo mejor que podía esperar era que Marinette tampoco pudiera. Él agarró sus caderas, su cara se enterró en la curva húmeda de su cuello mientras comenzaba un movimiento fuerte, firme, dentro de su cuerpo.

    Su coño era tan apretado que lo quemaba, tan resbaladizo y dulce que él podría quedarse dentro de ella por siempre, si sólo pudiera contener su liberación lo suficiente. No hubo posibilidad. Ella se retorció contra él, sus caderas se levantaron para encontrarlo, sus piernas se envolvieron alrededor de su cintura mientras ella lo tomaba más profundo, gritando por las sensaciones que sus duros empujes enviaban sobre ella.

    Adrien gimió ante su calor. Él empujó en ella más duramente, sus empujes ganaron velocidad, lanzándose dentro de ella, deslizándose por el sensible tejido que lo agarraba, luchando para sostenerlo. Su cuerpo se apretó más hacia el final, su vagina comenzó a temblar alrededor de él mientras ella gritaba, sacudiéndose entre sus brazos, su orgasmo golpeando en ella al mismo tiempo que él perdía el control.

    Adrien escuchó su grito de éxtasis, su grito estrangulado de liberación mientras él comenzaba a eyacular dentro de ella. El calor lo envolvió, lo chamuscó, llenando su cuerpo y alma mientras ella lo sujetaba fuertemente.

    —Marinette. Dios, Marinette, nena… —. Él no creía que las llamaradas de placer se terminaran alguna vez. Rezaba por que nunca lo hicieran. Estas subieron por su columna vertebral, por su miembro y disolvieron el duro y solitario centro de su corazón. Esta mujer era suya. Y antes de que la semana estuviera terminada, él se lo demostraría.
     
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