Mini-rol Dilección [Supportshipping | Pokémon Rol]

Tema en 'Archivo' iniciado por Yugen, 15 Enero 2021.

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    Hygge

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    Nunca dejaría de asombrarme lo contradictorias que podían llegar a ser esa clase de emociones. Cómo el amor creaba una versión temeraria e impulsiva de mí misma y, a su vez, la volvía considerablemente más frágil y vulnerable. Solo había que verme; estaba hecha un completo desastre. Yo, la del alma exhibicionista, la que no tenía pudor alguno por mostrar su cuerpo y exudaba confianza por cada poro de su ser. Todo cambiaba cuando se trataba de Mimi. Cuando aquellos pozos azules me miraban como si fuera un tesoro invaluable, desarmándome por completo.

    Y es que no mentía cuando decía que era débil a ella.

    Su comentario y aquella risa, ligera y dulce, destensaron parte de mis músculos y me permití reflejar su gesto, liberando ciertos nervios con ella. Me sentía vagar por un camino inestable y confuso, temía dar un paso en falso, caer al vacío y arrastrarla conmigo en mi torpeza. Había amado, sí. Pero nunca de aquella forma. Escucharla reavivó el cosquilleo en mi estómago, la bruma retrocedió un tanto y dibujó su silueta a mi lado. Recordé que no estaba sola, que ya no tenía por qué estarlo. Que más allá de la claridad en su voz aquello era nuevo para ambas, y lo desconocido aterraba.

    Las sombras se replegaron y la oscuridad dejó de resultar hostil. Y entonces, y solo entonces, pude volcarme completamente en Mimi y en todo lo que había despertado en mí. Sin inseguridades ni barreras de ningún tipo.

    Solo ella.

    Volví a deslizar dos dedos en su interior, cuidadosa, mientras repartía besos húmedos sobre su piel. Primero lentos, tentativos, hasta profundizarlos con la lengua. Su cuerpo se estremecía ante la intensidad de sus emociones y aumenté el ritmo con el transcurrir de los segundos. Quería que se liberase, que sintiese aquella corriente eléctrica tan placentera estallar en su interior pero era tan difícil mantener ese objetivo cuando yo misma lo sentía en mi piel con viveza. Lograba estremecerme, paralizarme con cada oleada que recorría mi cuerpo y nuestros suspiros y gemidos se revolvieron hasta mezclarse en un íntima sinfonía.

    El corazón me dio un vuelco en el pecho al escuchar de nuevo su voz llamándome. Tan solo eran dos palabras, pero que saliesen de sus labios me hizo absurdamente feliz. A pesar de la bruma, de mi mente difusa y de los sonidos que rasgaban mi garganta logró alcanzarme y mi mano buscó su brazo, aquel que se aferraba a mi espalda y me estrechaba con fuerza contra su cuerpo. Lo acaricié y me sujeté a él en una respuesta silenciosa y tácita, negándome a dejarla ir de nuevo.

    Permanecería todo el tiempo que hiciese falta hasta que se asegurase de que no iría a ninguna parte, a que dejase de sentir miedo.

    —Yo... ¡N-Ngh!

    Quizás mi voz no lograba alzarse al resto como para responderle con palabras, pero a veces ni siquiera eran necesarias.

    Yo sentía exactamente lo mismo.

    Nuestras voces alcanzaron un punto de no retorno, incrementaron su volumen considerablemente y supe entonces que aquella presión estaba por liberarse en ambas. Era algo tan difícil de explicar con palabras. Compartir emociones y sentimientos tan intensos con alguien más, casi como si fuese una extensión de mi propio ser. Era una conexión tan íntima y profunda.

    Mi espalda se arqueó y me estremecí cuando la descarga recorrió cada célula, apagando por completo mi mente en mitad de un gemido agudo y prolongado. Sentí a Mimi sufrir mi mismo destino, su interior se tensó y estimulé su clítoris con el pulgar hasta que se deshizo bajo mi cuerpo como yo lo hice entre sus brazos. Nuestras respiraciones agitadas se sucedieron y entonces llegó la calma.

    Todo el cuerpo me temblaba aún, había sido más intenso que nunca y el rubor escaló hasta mis orejas. Pero me sentía completa. En paz.

    Dejé un beso sobre su vientre y me incorporé, apartando el cabello castaño adherido a mi frente. Me removí en mitad de la tienda, desnuda y a tientas, hasta acurrucarme a su lado y rodearla con mis brazos. Solté una especie de arrullo mimoso mientras me apoyaba sobre su pecho, notando cómo su corazón latía acompasado al mío. La agitación era evidente. Busqué su mirada desde abajo, dedicándole una sonrisa débil pero cargada de cariño.

    Quizás fue la imagen que me devolvió, ver su yo ruborizada y frágil, pero me incliné y rocé sus labios en un beso repleto de ternura.

    —Yo te amo más —dije contra sus labios, con toda la honestidad que podía cargar dentro de mí. Permanecí unos segundos con los ojos cerrados, y al abrirlos y encontrar los suyos solté el aire por la nariz, volviendo a apoyar mi mejilla contra su pecho—. No acepto competiciones para esto, ¿me oyes?

    Que pudiésemos bromear así incluso en los momentos de mayor vulnerabilidad solo era un reflejo de la química que teníamos. De lo bien que nos amoldábamos la una a la otra. A pesar de nuestras diferencias encajábamos a la perfección y era eso lo que nos había llevado hasta allí.

    Acaricié su brazo, siguiendo los movimientos sobre su piel de manera distraída, con los párpados pesándome a cada tanto. Pero no quería dormirme aún. Prefería quedarme allí, hablando de lo que fuera. Permanecer un rato más con ella.

    Esbocé una mueca ligera al recordar algo de improviso. Había estado tan distraída que había olvidado por completo la razón por la que estábamos allí.

    >>...Arceus, la lluvia de estrellas —detuve las caricias, observando la luz de la hoguera proyectar sombras contra la tela de nuestro refugio—. ¿Crees que sea demasiado tarde para verla?
     
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    Yugen

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    Más.

    Solo un poco más.

    Sería suficiente.


    Le repetí que la amaba hasta que el placer me nubló la mente en su totalidad y mis palabras terminaban cortadas por mis propios gemidos. Me aferré a su cuerpo con más fuerza como si ella fuera mi toma a tierra, mi ancla, el madero a la deriva en mitad del mar de mis sensaciones. En determinado momento mi cuerpo se tensó, la presión entre mis piernas se hizo insostenible y sentí aquella intensa corriente eléctrica recorrer cada una de mis células. Mi espalda se arqueó cuando lo hizo la suya y en medio de un agudo y prolongando gemido ambas alcanzamos el clímax a la vez.

    Aquel grito conjunto rasgó el silencio de la noche antes de desaparecer, antes de que el fuego en nuestros cuerpos se calmarse y dejase tras de sí una sensación de profunda calma. El océano tras una devastadora tormenta.

    Respiré con agitación contra la piel de su muslo, sofocada, luchando desesperadamente por calmar el ritmo de mi respiración. Había sido ridículamente intenso. El corazón se me iba a salir del pecho y me ardía la garganta por el uso excesivo que había hecho de mi voz. ¿Lo había sido porque lo habíamos hecho juntas? ¿O porque ahora sabíamos con certeza cuáles eran nuestros verdaderos sentimientos?

    Tras unos segundos ella se movió y me abrazó apoyando la cabeza en mi pecho. Llevé mi mano a su cabello y lo acaricié, jugando distraídamente con sus mechones castaños.

    —¿No aceptas competiciones porque sabes que las vas a perder?—respondí con una risita y rodeé su cuerpo con mis brazos. Hundí el rostro en su cabello y cerré los ojos. Estaba exhausta, mi respiración aún sonaba ligeramente agitada, pero me sentía ridículamente feliz.

    Un suspiro me estremeció el pecho cuando sentí sus dedos acariciar mi brazo y la estreché contra mi cuerpo con más fuerza en respuesta. Sentía tantísimas cosas en ese momento... pero la principal era un enorme y desinteresado cariño. La paz en el interior de la tienda, mi cuerpo liberado de todas las tensiones, el calor de su propio cuerpo... todo obraba en mi contra en mi intención por quedarme despierta un poco más. Aunque quería hacerlo. Quería quedarme despierta y que habláramos de cualquier cosa hasta las tantas de la madrugada.

    Estaba tan cómoda y relajada—¡ni siquiera me importaba quedarme dormida con el cuerpo perlado de sudor, por Arceus!— que cuando Liz mencionó la lluvia de estrellas en lugar de sorprenderme por haberlo olvidado solo fruncí ligeramente el ceño en respuesta.

    —Ngh—mascullé quejumbrosa, reticente—. Qué pereza...

    Aguardé unos cortos segundos hasta que mi cuerpo decidió colaborar. Había hecho de esa tienda de campaña nuestra burbuja, nuestro refugio particular. Y dejarlo atrás parecía como ponerle fin a aquel extraño hechizo.

    Me incorporé y a tientas caminé sobre mis rodillas hasta la entrada de la tienda. Aparté la tela y alcé la mirada al cielo sin esperar nada realmente. La temperatura fresca de la noche me rozó la piel y un escalofrío me hubiera recorrido la espalda si no fuera porque la imagen frente a mis ojos me robó el aliento.

    El corazón me dio un brusco vuelco en el pecho y abrí los ojos al máximo de la impresión.

    Polish_20210529_223520285.jpg

    El cielo nocturno era salpicado por cientos, tal vez miles de estrellas fugaces. Cruzaban el cielo con celeridad antes de desaparecer tras cuestión de pocos segundos. Sin embargo, su lugar pronto era relevado por otra estrella, otro cuerpo celeste centelleante. La nula contaminación lumínica de ese lugar nos permitía contemplar la belleza del cielo nocturno en su totalidad. La inmensidad del universo solo para nosotras.

    Y era tan hermoso.

    Cuando ella salió detrás de mí recordé nuestra breve conversación en la tarde.

    El deseo.

    Cierto.

    Entrelacé mis manos sobre mi pecho desnudo y cerré los ojos. Estaba segura de lo que iba a pedir, lo había sabido desde el inicio.

    Abrí un ojo y la miré.

    —¿Lista?
     
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    Solté una risa baja contra su piel y me acurruqué aún más, cerrando los ojos y dejándome envolver por su aroma.

    —Será rápido, cariño. Te lo prometo.

    Mentiría si dijese que quería abandonar aquel refugio tan indescriptiblemente cálido. Su mera presencia fungía como un bálsamo capaz de serenar mis emociones, silenciar cualquier ruido en mi cabeza hasta que ya no quedaba nada que atentase contra la felicidad que sentía. Mi corazón había estado a punto de salirse de mi pecho pero allí, sintiéndome arropada y segura en el calor de sus brazos, recuperó lentamente la calma.

    Ella fue la primera en animarse a deshacer el abrazo y dejé que saliese de la tienda mientras me refregaba los ojos, algo somnolienta aún. Fui consciente entonces, en el instante en el que quedé a solas con mis pensamientos, que no importaba qué tan alejadas estuviésemos la una de la otra ni del tiempo que pasase hasta volvernos a ver; tenía la certeza de que estábamos más unidas que nunca. Que en las noches frías, aquellas donde el mundo se volvía demasiado aterrador como para conciliar el sueño y las inseguridades afianzaban el nudo en mi pecho, solo debía recordar que había alguien, en algún lugar del mundo, que sentía lo mismo que yo.

    Que me amaba.

    Y eso era suficiente para que el mundo monocromático recuperase su color.


    La brisa de la noche entró en contacto con mi piel expuesta y refrescó el calor que sentía aún en el cuerpo cuando asomé la cabeza en el exterior. Respiré hondo, llenando mis pulmones del aire puro del bosque. No llevar nada se sentía tan liberador, tan desinhibido. No había etiquetas sociales, desaparecían los estereotipos, las fachadas y las máscaras. Tan solo quedaba tu esencia, quien eras en realidad. Ver a Mimi seguir esa línea de pensamiento me enorgulleció, y si estuve por abrir los labios cualquier rastro de mi voz desapareció al alzar la vista al cielo.

    El firmamento se encontraba repleto de estrellas. Miles de puntos de luz que refulgían con intensidad y rasgaban el cielo hasta consumirse y desaparecer. Era un espectáculo cargado de una belleza abrumadora y tan efímera que no supe cómo reaccionar. Había esperado tanto por esa sola imagen, que poder verla con mis propios ojos al fin se sintió irreal.

    Sentí un tacto cálido y húmedo deslizarse por mi mejilla y alcé mi mano hasta alcanzar mi rostro. Abrí los ojos, desconcertada, conteniendo apenas el aliento.

    ¿Estaba... llorando?

    Pero me sentía tan feliz.

    —¿Eh? —murmuré y me apresuré a limpiar mis lágrimas cuando la voz de Mimi me alcanzó. Alcé la comisura de mis labios y asentí, avergonzada por aquel extraño desliz. Aunque cerré los ojos y entrelacé mis manos las lágrimas siguieron descendiendo, pero las dejé correr libres. Mi expresión cargada de una profunda paz—. Mhm. Cuando tú lo estés.

    Eran tantos los recuerdos que se arremolinaban en mi interior. Recuerdos de estrellas fugaces que atesoraba, en diversos lugares y distintas compañías. Todos eran recuerdos felices, pero ninguno podía compararse con ese. Y no supe si se trataba de quien me acompañaba en aquella ocasión, si era la calidez que me envolvía o las circunstancias en sí, pero se me antojaron las estrellas más hermosas que había visto nunca.

    Y deseé volver a contemplarlas con ella algún día.

    Lentamente fui abriendo los ojos y me sequé el rostro como pude. Contemplé la inmensidad del firmamento un poco mas y el murmullo de la cascada me hizo regresar a la realidad. Me sentía algo pegajosa aún y de repente la idea de sumergirme en las aguas del lago sonaba demasiado placentera. La noche era ideal y el clima favoreció aquel repentino pensamiento.

    Cuando Mimi terminó de pedir su deseo me coloqué frente a ella y sostuve sus manos entre las mías, tirando con suavidad hacia mí. Retrocedí un par de pasos hacia atrás, instándola a seguirme.

    —¿Qué me dices de un pequeño baño antes de irnos a dormir? —le propuse, con la ilusión de una niña brillando en mis ojos. Había visto varios espectáculos como aquel pero nunca de esa forma. Apreté sus manos ligeramente—. Sé que no sabes nadar, pero eso no importa.

    >>¿Confías en mí?
     
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    Yugen

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    Mimi Honda

    Había tantas cosas que podía desear. Tantos sueños incumplidos, tantas personas que quería volver a tener en mi vida. Pero solo uno de ellos se alzó sobre el resto, tan inocente y genuino, y me pareció el más indicado de todos.

    Cuando ella me dijo que estaba lista volví a cerrar los ojos.

    Vi las lágrimas deslizarse por sus mejillas un segundo antes pero su expresión estaba tan llena de esa profunda calma que no dije nada al respecto. Solo me quedé cerca, lo suficiente para que supiera que estaba allí si me necesitaba. Sin intervenir ni molestarla. Presioné mis dedos entrelazados y deseé con todas mis fuerzas que ese deseo, entre todos ellos, se cumpliese.

    Ya no creía en esas cosas... pero deseaba tantísimo pensar en ese momento que sí. Que podía ser real, que los milagros existían. Cuando amabas a alguien... solo querías que fuese feliz.

    Y ese fue mi deseo a las estrellas.

    Fue su voz y el tacto de sus manos sobre las mías lo que me hizo abrir los ojos y cuando pude procesar del todo sus palabras mis mejillas volvieron a tomar color. Fue tan repentino que incluso me sobresalté ligeramente.

    —¿E-eh?—murmuré con contrariedad.

    ¿Un baño?

    Me había tomado con la guardia baja pero no sería la primera vez. Me había bañado desnuda y de noche en un lago antes, en Udan. Sola. Sin embargo ahora no lo estaba. No lo estaba ni me sentía como tal; la frialdad que solía acompañarme había sido sustituida por una calidez inigualable. Su presencia se había colado por todas las grietas de mi escudo y había derrumbado mis murallas desde dentro. Con su paciencia, su cariño desinteresado y su apoyo. Todo lo que me había dado era suficiente para darle mi mano sin titubear siquiera.

    No tenía motivos para mantenerme orgullosa u obstinada. No tenía motivos siquiera para seguir tratando de protegerme a mí misma.

    Ya no.

    El fuego de la hoguera volvió a arrancar destellos del mar de sus ojos. Brillaban con la ilusión pueril de una niña. Como el cielo estrellado sobre nuestras cabezas.

    Y tuve total seguridad en ese momento.

    Mi expresión se relajó y esbocé una ligera pero honesta sonrisa. Era el tipo de sonrisa que tan poco solía mostrar.

    —Tonta, sabes de sobra la respuesta a eso—respondí y me incorporé para seguirla dejándome llevar por ella. No sabía nadar era cierto. Pero no le di más vueltas. Sabía que no iba a ahogarme ni nada parecido porque ella estaba allí. Después de habérselo dado todo, ¿cómo iba a negarle eso?

    A-además, me vendría bien quitarme el sudor del cuerpo. No solo era desagradable si no que cuando se enfriara iba a pesar de tener calor a un frío horrible. Compartir un baño juntas, bajo la luz de la luna y las estrellas, sonaba repentinamente perfecto.

    La respuesta era sí.

    Con mi vida.
     
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    Mimi se dejó llevar por mí y tiré de su mano con tranquilidad. Había sido una pregunta retórica porque sabía la respuesta, me lo había demostrado tantas veces. La orilla del lago se situaba a apenas un par de metros de distancia y las briznas de hierba me cosquillearon la piel. El silencio fue opacado por los Kriketoot y el rumor del agua salpicando nuestros pies descalzos.

    —Ah~ —suspiré, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda ante la diferencia térmica. Me interné unos pasos más, comprobando la profundidad del suelo—. Qué fresquita. Ven, por aquí.

    La zona de la orilla evidentemente era poco profunda pero por suerte para ella no tenía un acusado desnivel. Fui tanteando el terreno, caminando de espaldas sin soltar su mano en caso de que lo necesitase, acostumbrándonos a las caricias del agua a la vez. De vez en cuando le dirigía miradas esporádicas, ligeras sonrisas que me nacían al notar la inseguridad en sus pasos. No saber nadar volvía las aguas hostiles, pero ahora tenía una guía velando por su seguridad.

    ¿Qué podía salir mal?

    >>Apoya tus manos en mis hombros cuando ya no hagas pie —le ofrecí en un tono bajo, volviendo a buscar sus ojos. El agua apenas nos llegaba por la cintura, avanzando lentamente bajo la atenta mirada de las estrellas—. No nos alejaremos demasiado de todas formas hasta que no te sientas segura. Además —Mi voz adquirió cierto tinte jocoso—, soy un centímetro más alta. Es mi responsabilidad.

    La paz era tan suma. Apenas soplaba una brisa ligera y la superficie del agua reflejaba las estrellas, brillando con intensidad. Alcé la vista de nuevo, atraída por el movimiento de aquellos destellos de luz en el momento en el que uno de mis pies dio con el primer desnivel brusco, desequilibrándome por un instante. Me hundí ligeramente soltando una exclamación ahogada y rápidamente la sostuve por la cintura, evitando que cayese conmigo.

    Al sacar el rostro del agua los mechones castaños se me adherieron en la frente y las mejillas, y parpadeé varias veces ante lo inesperado del suceso. Una risa breve me vibró en el pecho, liberando el aire de mis pulmones y la estreché contra mí entonces.

    —¡Estoy bien, estoy bien! Arceus, debería estar más atenta —No la había soltado en ningún instante y me pregunté si preferiría flotar cerca de la orilla, dejándole su espacio. Liberé una de mis manos para apartarle un mechón rubio del rostro—. Este es el momento idóneo para una clase de natación, ¿no lo crees?
     
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    El agua estaba más fría de lo que había pensado. La diferencia entre temperaturas era considerable cuando mi piel seguía caliente. A pesar de todo no la solté en ningún momento y seguí adentrándome en el agua poco a poco, en aquel terreno desconocido. Paso tras paso el agua pasó de mis tobillos a mi cintura y una extraña aprensión se apoderó de mí y me tensó todo el cuerpo. Generalmente no me adentraba tanto por lo que era natural que sintiera cierto nerviosismo. Más aún cuando era de noche y era difícil saber por dónde íbamos. Sujeté su mano con algo más de fuerza, insegura. Pero pronto aquel sentimiento quedó relegado a un segundo lugar por otro muy distinto.

    Era eso... ¿cierto? Me daba la confianza y el valor para hacer cosas que nunca hubiera imaginado hacer. Ir de acampada, volver a bañarme desnuda en plena naturaleza... confiar en el amor otra vez.

    —Bueno, tal vez tú seas más alta pero yo soy un año mayor—repliqué reflejando la jocosidad en sus palabras, burlona, e hice un fingido mohín—. No me trates como si fuese una niña. Ten un poco más de respeto por los mayores.

    En determinado momento terminó por tropezar, desestabilizándose y se precipitó contra el agua. Fue totalmente inesperado, no lo vi venir y el corazón me dio un vuelco en el pecho por el shock. Me sujetó de modo que no la seguí en su caída, pero ese no era el punto de la cuestión.

    —¡Liz!—exclamé con preocupación.

    Pero no fue nada. Enseguida sacó la cabeza del agua con el cabello mojado y adherido a las mejillas y a la frente. Nos miramos con perplejidad, anonadadas, y terminamos por reír juntas. Tal vez lo suyo fuese nerviosismo pero mi risa solo respondía al alivio. ¿Pero qué diablos estaba haciendo? Sí que iba a terminar matándome. Le aparté los mechones que se le habían adherido a las mejillas.

    —¿Huh?—pregunté entonces, confundida—. ¿A-ahora? ¿Aquí?

    ¿Una clase de natación? Dirigí una breve mirada a mi alrededor. Todo estaba en perfecta y absoluta calma. El fuego crepitaba junto a nuestro pequeño campamento. La luz platina de la luna iluminaba tenuemente el bosque, la orilla pedregosa, nuestra piel desnuda.

    Seguía sosteniéndome, no me había soltado en un solo momento. Y un leve suspiro me estremeció el pecho.

    Eso de aprender cosas juntas podía volverse una costumbre.

    Apoyé mis manos en sus hombros y acorté la distancias entre ambas hasta dejar un dulce beso sobre sus labios. Me separé tras escasos segundos. Cuando hablé los hice contra ellos regresando mi mirada a sus ojos.

    Casi ronroneé.

    >>Estoy en tus manos, sensei.
     
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    Pareció contrariada por mi sugerencia pero no veía mejor ocasión que esa. La calma de las aguas, la intimidad de aquel refugio, la confianza que teníamos en la otra. El primer paso para aprender a nadar era perderle miedo al agua y aquel ambiente sereno y apacible podía hacerle bien.

    —¿Hm? —Recibí sus labios y la abracé por la cintura por inercia, manteniendo la escasa distancia entre nosotras. Sostuve sus zafiros, y como atraída por un imán volví a sellar sus labios en un beso superficial y casto. Esbocé una sonrisa ligera contra ellos—. Tendré que disimular entonces que tengo favorita.

    ¿No hacía apenas una hora era ella quien me estaba enseñando a mí? Habíamos terminado por desviarnos... bastante del tema en cuestión, eso sí, pero la intención seguía estando ahí. Aprender algo juntas.

    Deshice el abrazo, rozando su piel expuesta con los dedos hasta posar las manos sobre su cintura. No aparté mis ojos de los suyos en ningún instante.

    >>Lo primero que debes hacer es acostumbrarte a flotar. Controla la respiración, permite que el agua te rodee lentamente sin soltarte de mis hombros y extiende lentamente las piernas hacia atrás —Deslicé una de mis manos sobre su muslo, de arriba a abajo, instándola a seguir mis indicaciones con suavidad—. Al principio puede sentirse extraño que el agua te cubra la mayor parte del cuerpo, pero respira hondo y relaja los hombros; no voy a soltarte.

    Mantuve un tono seguro y resuelto en todo momento mientras hablaba. Enseñar a nadar requería irradiar confianza, reflejar en la voz y en los gestos que sabes lo que haces en todo momento. Eras literal y metafóricamente un flotador, un madero a la deriva y dependía de ti que las aguas dejasen de resultar inquietantes para el otro.

    De noche y sin apenas luz podía resultar complicado, pero la lluvia de estrellas y la luz de la luna era todo cuanto necesitábamos.

    >>Deja que el agua te sostenga hasta que tus piernas estén rectas. Procura elevar el estómago para ganar propulsión, así —La mano que se encontraba en su muslo se deslizó hasta su vientre con la palma extendida, impulsandola ligeramente hacia arriba. Comencé a moverme lentamente de espaldas, con pasos tentativos, iniciando un ligero movimiento en ella—. Nadar es relajante y si lo necesitas siempre podrás flotar de espaldas, pero primero debes acostumbrarte a desenvolverte con naturalidad. No te pasará nada.

    Sus manos se mantuvieron sobre mis hombros y apoyé la mejilla sobre su dorso. Reparé en sus facciones y en cualquier reacción que pudiese indicarme alguna emoción en concreto.

    >>¿Todo bien por ahí, Mims?
     
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    Escuché sus indicaciones con toda la atención que podía prestarle mientras sus manos bajaban por mis costados hasta la cintura. ¿Era su venganza por lo de los tacones? ¿Era siquiera consciente de lo que estaba haciendo? Fingí toda la naturalidad y estoicismo posible e hice lo que me pedía sin soltarme de sus hombros. No podía negarlo, una parte de mí sí sentía miedo. Una parte de mí aún se mantenía insegura, zozobrando como un barquito en medio del océano y las olas. Pero la mayor parte de mí tenía absoluta confianza en ella y estaba dispuesta a dejar que ese sentimiento opacase el resto.

    No era solo que estuviese enamorada de ella o que ella me correspondiese. Era confianza. Pura y total confianza.

    Estiré mis piernas y me permití sentir por unos instantes aquella sensación de ingravidez tan extraña. El agua no estaba ni fría ni caliente pero estaba oscura, insondable y desconocida y su agarre y su presencia eran como una luz en medio de la oscuridad. Mi toma a tierra. Busqué nuevamente sus ojos bajo la atenta mirada de la luna y las estrellas.

    Aprender a nadar desnuda bajo una lluvia de estrellas... sonaba como un interesante recuerdo.

    Inspiré profundo y relajé los hombros. Estuve por pedirle que no me soltara cuando mi único agarre posible era ella, pero sabía que no iba a hacerlo. Aunque el instinto de preservación seguía allí gritándome que aquello era una locura. Que saliera del agua antes de que nos devorase un Sharpedo gigante como en esa película horrible.

    Lo había conseguido medianamente, relajarme y no pensar en nada más, serenarme, hasta que su mano se deslizó hasta mi vientre. Mi cuerpo se tensó, mis músculos se encogieron bajo su tacto y el aire se me cortó repentinamente en la garganta de súbito.

    Oh Arceus, pero si acabábamos de...

    —¡T-todo bien!—repliqué rápidamente sintiendo aquel intenso ardor en el rostro. Apreté ligeramente los labios y afiancé el agarre sobre sus hombros. Cerré los ojos. Todo estaba bien. Estaba flotando, no pasaba nada. Exhalé el aire despacio y permití que el agua me acariciara y sostuviese—. De acuerdo sensei... ¿y ahora?
     
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    Atajé su repentino nerviosismo al vuelo pero me mantuve en aquel espectro de ingenuidad impostada. En parte era una ligera, ligerísima venganza por lo de los tacones y en parte me dejé llevar por el ambiente. Nadando juntas y en completa calma bajo una lluvia de estrellas como esa.

    ¿Acaso no era romántico?

    —Ahora es el momento de practicar con las extremidades. Coloca tus pies en punta y comienza lentamente a alternar las piernas, pataleando sobre la superficie del agua —Continué impulsando su cuerpo hacia arriba, ahora con ambas manos, para otorgarle soltura y evitar así que se preocupase por mantener la cabeza fuera del agua—. Es importante que sientas mayor flexión en los tobillos, te ayudará a propulsarte mejor en el futuro.

    Entre cada una de mis indicaciones dejaba un amplio espacio de tiempo para que lograse habituarse a ello. Era una simple toma de contacto, un primer paso; sería ilógico pensar que aprendería a desenvolverse en el agua en cuestión de segundos. Me dediqué a caminar con lentitud, arrastrándola conmigo mientras supervisaba y corregía sus movimientos.

    >>Levanta más las piernas. No te centres solo en respirar por la nariz, te cansarás antes —Lentamente, sin que ella se diese cuenta, dejé de sostener nuestro apoyo sobre el suelo y comencé a patalear bajo el agua, acompasándome a su propio ritmo—. No es muy difícil, ¿cierto? Tan solo necesitas relajarte y dejarte llevar por el flujo del agua, así.

    Dejé caer la cabeza ligeramente hacia atrás, nadando de espaldas y sintiendo el cosquilleo del agua sobre mi cabello. Pese a la calma que sentía no dejé de estar atenta a sus movimientos, sosteniéndola en todo momento contra mi cuerpo. Tampoco nos adentramos en las zonas más profundas, limitándonos a dar pequeñas vueltas en el mismo área.

    Me permití cerrar los ojos durante un ínfimo segundo, inspirando lentamente.

    >>Lo estás haciendo muy bien —le dije con honestidad y solté el aire por la nariz con cierta gracia—. La próxima vez deberíamos terminar la clase sobre andar en tacones.
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    —¿Pero cuantas cosas hay que recordar?—me quejé entre dientes y empecé a mover las piernas arriba y abajo, chapoteando sobre el agua como me pedía. No centrarme en mi respiración, flexionar apropiadamente los tobillos... era abrumador. Lo peor de todo es que sabía que si no lo hacía adecuadamente terminaría hundiéndome cuando ya no me estuviese sujetando.

    Era evidente la inseguridad que sentía en lo referente a mis movimientos. Sin embargo trataba de cumplir sus indicaciones al pie de la letra porque ya que se había tomado la molestia de enseñarme, lo menos que podía hacer era aprender. Poco a poco, corrigiéndome cada vez que ella lo hacía y tratando de dejar ese miedo a un lado.

    Y pensar que tenía un inicial de agua y me aterraba tantísimo el agua en sí misma. No saber nadar convertía cualquier cuerpo de agua medianamente grande en un completa pesadilla. Pero ese lago no se veía tan amenazante a su lado, bajo la luz de la luna y la lluvia de estrellas. Podía ver su luz reflejaba en el agua como un espejo. Y me sentía estar aprendiendo a nadar entre ellas.

    Lentamente comencé a ganar confianza. No me hundía, no me había devorado ninguna criatura gigante, no me estaba ahogando.

    —Es... menos complicado de lo que pensaba—convine en un murmullo tras algunos segundos mientras movía mis piernas con suavidad sobre la superficie del agua. Había pasado de ser algo mecánico y repetitivo a algo un poco más fluido. Al menos empezaba a entender cómo mover adecuadamente las piernas.

    Sin embargo, estaba segura de que si me soltaba en ese momento terminaría por hundirme. Si me mantenía flotando era sobre todo porque ella me estaba sosteniendo y eso lograba relajarme lo suficiente como para no perder la calma. Si pensaba demasiado en ello el miedo me asolaba nuevamente y solo quería aferrarme a ella, sujetándome con todo el cuerpo o salir del agua.

    —Ya te dije que es todo cuestión de postura—le respondí entonces—. Solo tienes que tener seguridad y confianza en—

    No pude seguir. Un escalofrío gélido me recorrió la espalda ante un roce frío y ajeno y toda la confianza que había ganado, todo el miedo que había logrado desterrar, todos los pequeños progresos... volvieron a cero. Aproveché el hecho de sostenerla desde los hombros para acercarme a ella en cuestión de segundos y terminé pegándome a su cuerpo pálida como una hoja de papel.

    >>¡A-algo...!—titubeé con visible nerviosismo y miré en todas direcciones buscando al culpable— ¡Algo me ha tocado el pie! ¡Estaba frío y...! ¿Y si era un bicho? ¿Hay bichos acuáticos en Galeia como en Udan...?

    Gracias a la luz de la luna logré ver como la aleta de un pequeño Magikarp—probablemente alguno de los que terminé pescando durante nuestra competición— se hundía en el agua.

    ...

    Ese maldito bastardo.
     
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    Hygge

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    Toda la calma que habíamos logrado reunir se fue al traste en cuestión de segundos. Ya no estaba apoyando los pies en el suelo, de modo que cuando Mimi se impulsó sobre mis hombros hasta pegarse a mi cuerpo terminó por hundirme a mí en el proceso.

    Todos mis músculos se tensaron como un resorte y me erguí lo más rápido que pude. Aturdida, asustada y con algo de agua aún en la nariz comencé a buscar por todos lados el causante de su brusca reacción, apartando el cabello mojado de mi rostro a tientas.

    —¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Te ha picado algo...? —Dudaba que hubiese especies peligrosas en aquel remoto lago cuando me había bañado en él infinidad de veces, pero el estrés me impidió razonar con claridad en ese instante. Fue entonces cuando ambas reparamos en la silueta de un Magikarp hundiéndose en el agua y todo cobró sentido. Parpadeé, varias gotas de agua deslizándose aún sobre mi frente. Mi expresión tuvo que ser todo un poema—. ¿Ese es tu... bicho?

    Un inofensivo Magikarp.

    Solté un profundo suspiro, con el susto aún en el cuerpo, y dejé caer los hombros. Pasé una mano por debajo de sus piernas, la otra apoyada en su espalda y la cargué dentro del agua cuando los engranajes terminaron de conectar en mi cabeza.

    >>Tonta, ¡he tragado agua por tu culpa! ¡Pensaba que te habías hecho daño! —le reproché, a pesar de que no tenía la culpa de nada. La idea de que algo le sucediese por aceptar mis estúpidas propuestas me aterró tanto durante un instante.

    Podría estar dormida pero allí estaba, nadando desnuda entre decenas de peces.

    Al transcurrir los segundos y desaparecer lentamente aquel estado de alarma relajé un poco los gestos. Quizás era una señal para dejarlo allí por el momento. Se había esforzado bastante por mí y lo valoraba infinitamente, no pretendía forzarla a nada.

    Comencé a moverme ligeramente, con ella aún en mis brazos. Pasos erráticos y calmos, sin orden ni concierto, que tan solo buscaban preservar el calor con el movimiento.

    —Creo que es suficiente por hoy —murmuré, apegándola un tanto a mi cuerpo, en un apretón cariñoso. Alcé la vista al cielo—. Si en algún momento quieres seguir aprendiendo podemos regresar aquí. Mi refugio es tu refugio ahora.

    Mientras ambas recuperábamos lentamente la seguridad inicial un pensamiento me rayó la mente. Era algo que había estado rumiando en las últimas horas y sostuve su mirada cuando lo solté al fin.

    Un ligero rubor se extendió por mis mejillas.

    >>La próxima vez que hagamos algo juntas... ¿Podría ser una cita?
     
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  12.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    No podía quedarse quieto ¿verdad? Era mucho pedir. Mi expresión pasó del horror a una de circunstancias. Había hecho el ridículo como las grandes. No reparé en que había terminado empujando a Liza al agua ni tampoco que ya no estaba sobre el suelo. En algún momento nos habíamos alejado de la orilla. Tuve poco tiempo de pensar en ello en cualquier caso, pues pasó una de sus manos bajo mis piernas y la otra en mi espalda y me cargó dentro del agua.

    El corazón se me aceleró buscamente en el pecho ya fuese por la ternura y el sentimiento de protección impreso en ese gesto como por el roce directo de nuestra piel. Al punto en que mi voz titubeó al responderle.

    —¡O-oye no es mi culpa!—repliqué vagamente. Lo cierto es que ahora que sabía que era un simple Magikarp me sentía ridícula—¡Me asusté! ¿de acuerdo?

    Debía hacer frío pero la verdad es que ni siquiera lo estaba sintiendo. La ligera brisa, el calor de su cuerpo, el leve roce del agua... lentamente lograron calmarme y suspiré con cierto alivio cuando me estrechó contra su cuerpo. Era bastante tarde, quizás era momento de salir, secarnos junto al fuego e irnos a dormir.

    Sus palabras en cualquier caso me calaron muy hondo. Su refugio, aquel lugar secreto, ahora nos pertenecía a las dos. Teniendo en cuenta que mi refugio era un centro comercial, lo suyo sonaba mucho más transcendente. Además, significaba tanto.

    Sus ojos encontraron los míos.

    —¿Quieres decir que todo lo que hemos hecho hasta ahora no lo eran?—desvié la mirada jugueteando con nerviosismo con un mechón de cabello. ¿Una cita? ¿Como si fuésemos una pareja?—. Liz, este ha sido uno de los mejores días de mi vida. Lo repetiría mil veces si pudiera.

    Tal vez podríamos intentarlo.
     
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  13.  
    Hygge

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    —S-Si quieres considerarlo así... —Ahora fui yo quien desvió la mirada, incapaz de sostenérsela por mucho más tiempo. El corazón se me aceleró en el pecho al escucharla. Después de todo yo sentía lo mismo. Había disfrutado como una niña, pero sentía que allá a donde fuera obtendría el mismo resultado si era con ella. Detuve mis pasos, sintiendo las caricias del agua rozándome la piel—. Entonces hagámoslo. Repitamos este día una y mil veces, en distintos lugares y fechas. Haga frío o haya sol.

    Me incliné y permití que Mimi bajase de mis brazos hasta rozar de nuevo la seguridad de la orilla. La luz de la hoguera nos aguardaba a escasos metros de allí.

    Me volví hacia ella, con cierto color aún en el rostro. La luz de la luna arrancó destellos de sus preciosos zafiros. Esbocé una sonrisa suave y honesta, ladeando el rostro apenas.

    >>No hay nada que nos detenga ahora, ¿no?

    Nadie dijo nunca que fuera fácil. El amor podía ser un sentimiento hermoso pero estaba cargado de miedos y de inseguridades. Temores que condicionaban nuestras respuestas, que nos instaban a huir, a retraernos y ocultarle al mundo lo que verdaderamente sentíamos.

    Miedo a no ser suficiente.

    Miedo al rechazo.
    Miedo a perderla para siempre.

    Pero cuando dejabas de contemplar las profundidades del abismo y dabas un paso al frente, cuando comprendías que no necesariamente te esperaba una caída si no que alguien te sostendría a tiempo el frío desaparecía y el mundo mostraba sus verdaderos colores. La calidez que se instauraba en tu pecho cuando esa persona estaba cerca era incomparable.

    Desaparecían los temores infundados, quedando únicamente un enorme cariño en su lugar. La necesidad de devolverle toda esa felicidad que sentías.

    Lo noté en ese instante.

    >>Vamos, vas a enfermarte si sigues ahí por mucho más tiempo.

    Y entonces comprendí que mereció completamente la pena.

    El calor de la hoguera nos recibió fielmente tras nuestra larga ausencia. Avivé sus moribundas llamas, observándolas danzar sin orden ni concierto. El frío y la humedad comenzaban a calar en mi piel y me froté los brazos, dirigiéndome hacia mi suerte de equipaje. Si no recordaba mal había traído una única manta por si la noche se tornaba helada y estiré el brazo en su búsqueda.

    El tacto suave y cálido de algo al fondo de la mochila relajó mis gestos, victoriosa.

    Bingo.

    Mimi aguardaba sentada frente a la hoguera cuando algo obstruyó su campo de visión. Me deslicé rápidamente a su lado, pasando la manta por encima de ambas. Me acurruqué, preservando su calor con mi propio cuerpo y el de nuestra cobija, y apoyé mi mejilla en su hombro.

    Todo el cansancio del día se acumuló en mis párpados.

    —Al final no probaste tus cosas con forma de nube —solté una risa baja al recordar aquella respuesta. Me sentía tan cómoda allí, tan segura en su presencia que una parte de mí estuvo por quedarse dormida. Pero la idea de hacerlo en la comodidad de la tienda sonaba mucho más tentadora, de modo que seguí hablando, arrastrando ligeramente las palabras—. Tendremos que crear una lista de cosas pendientes a este paso.

    No había sido fácil, pero habíamos logrado llegar hasta allí. El terreno escarpado dejó de serlo hasta convertirse en uno liso y llano y solo nos quedaba recorrerlo juntas. Alcé la vista al cielo, a la inmensidad del firmamento y la atenta mirada de las estrellas y cerré los ojos.

    Las palabras salieron solas, honestas y genuinas y le dejé un beso sobre la línea de la mandíbula.

    >>Te amo.

    Ahora que al fin lo tenía claro.

    Ahora que conocía nuestros verdaderos sentimientos y quería intentarlo, ser una pareja de verdad...

    No me cansaría de decirlo nunca.
     
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