Eterna

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Shennya, 1 Enero 2012.

  1.  
    Shennya

    Shennya Entusiasta

    Leo
    Miembro desde:
    25 Septiembre 2011
    Mensajes:
    62
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Eterna
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    7
     
    Palabras:
    4408
    Perdón por abrir otro tema con lo mismo, pero, debido a que me retrasé en subir capítulos el otro tema se me cerró. :( Prometo que no pasará lo mismo con este; procuraré publicar regularmente, gracias por su compresión.


    Priscila Coronado Gutiérrez
    Saga: Linajes
    Libro I
    Eterna
    [​IMG]
    Sinopsis:
    Durante siglos, las razas han estado separadas; los licántropos, hadas y vampiros han creado una gigantesca muralla para dividir sus territorios. Nadie ha roto las leyes, nadie ha cruzado a territorio extranjero jamás. Porque, hacerlo, significaría una muerte segura y, quizás, hasta la guerra.
    Por ello, cuando Arianna, la guardiana de la princesa hada, asegura que tres vampiros se la han llevado a sus dominios, la reina no le cree. Expulsada de la mansión real y sin nadie que la apoye, decide ir sola al reino de los vampiros, pero, para lograrlo, deberá cambiar su propia naturaleza.
    En su búsqueda, se encuentra con el arrogante y exasperante rey de los vampiros, quien sólo complica aún más todo; apareciendo en donde quiera que ella se encuentra y pidiéndole algo que no está dispuesta a darle.
    Al final, descubrirá que para salvar a la princesa y regresar a su hogar con vida, tiene que sacrificarlo todo…
    1
    La guardiana
    El viento agitaba las puntas de los pinos, que se erigían afuera de La Academia de Guardianes. Era una enorme construcción de piedra gris y opaca, carente de adornos o distracciones hermosas y brillantes, para que los alumnos se concentraran todo el tiempo en trabajar. La meta de los aprendices era graduarse para entrar al servicio de la clase noble de las hadas. En el reino de Fatum, la posición social lo era casi todo.
    En aquellos instantes justamente, una multitud de hadas formaban una cerca, alrededor de los últimos combatientes. Expectantes, tanto profesores como compañeros, observaban, esperando que uno cayera inconsciente. El murmullo de las apuestas estaba hirviendo ya sobre los dos bandos; aunque, a decir verdad, las dos terceras partes del alumnado se inclinaban por el hombre. Y, como apoyo a sus deseos, la joven cayó sobre la dulce y suave hierba por tercera vez.
    Los mechones color avellana caían sobre su rostro y su boca estaba llena de trozos de hebras verdes, que tuvo que escupir con vehemencia. Arianna se maldijo por no haberse trenzado el cabello adecuadamente, cada hilo sobre sus ojos nublaba su visión y la entorpecía en sus ataques. Sus brazos temblaron, quejándose, cuando los obligó a levantarla. Detectó un desagradable sabor metálico en la boca: estaba sangrando. Apenas pudo asomarse un poco hacia el público y los escuchó; su grito ensordecedor y unánime: “¡Garrik! ¡Garrik! ¡Garrik!”.
    Traidores. Ni siquiera por el hecho de que había dado buenas peleas anteriormente podía darle un poco de apoyo, no pedía mucho, aunque fuera unas falsas esperanzas y unos pequeños gritos de aliento. Sonrió un poco, por lo menos sabía que Siseil se estaba desviviendo en apoyarla, aún cuando su voz dulce fuera ahogada por el resto.
    —Espero que el resultado de este encuentro no afecte nuestra relación, Ari —dijo Garrik, con una sonrisa de suficiencia en su bronceado rostro.
    Antes que pudiera llegar a ella, la joven hada logró levantarse.
    —Sólo si tu ego soporta que tu mejor amiga te gane —soltó, antes de correr hacia él y lanzarle una patada en el rostro.
    Garrik se tambaleó hacia atrás, sorprendido. La multitud jadeó. Arianna no desaprovechó la oportunidad, con otro impulso cerró su mano derecha en un puño y lo dirigió al rostro de su amigo, sin embargo, para su gran frustración, él lo detuvo.
    —Ríndete —lo escuchó decir, intentando sonar indiferente, pero Arianna pudo ver su pecho subir y bajar de forma agitada.
    Estaba tan cansado como ella. Tal vez sí tenía probabilidades de ganar, después de todo.
    Cuando Garrik repitió la petición, ella, en lugar de responderle, lo golpeó en el abdomen. Mientras el hada la soltaba del brazo, Arianna brincó, girándose sobre sí en el aire y lo pateó con el talón en la curva del cuello. Ambos cayeron al suelo, uno sobre otro. La joven, esperando la respuesta de su oponente, se levantó de un salto pero, cuando se acercó a Garrik, notó que éste ya no se movía. Arianna se agachó un poco y colocó dos dedos sobre la vena de su cuello: latía fuertemente. Él había quedado inconsciente.
    Las hadas mayores, al ver que uno de sus estudiantes no se movía, se acercaron y cuando sus ojos severos terminaron por inspeccionar a Garrik, estuvieron de acuerdo en el resultado.
    —¡La ganadora! —exclamó la profesora Lionnely, levantando el brazo de la joven—. ¡Arianna Elleahl!
    La primera en lanzarse a sus brazos, con un grito de alegría compartida, fue Siseil.
    —¿Sabes lo que significa esto? —casi le gritó en el oído.
    Arianna se rió del entusiasmo de Sise.
    —¿Qué me convertiré en una de los guardianes de la familia real? —aventuró, aunque todo el mundo en la Academia lo sabía.
    Sise negó con la cabeza, su cabello dorado se agitó sobre sus hombros.
    —¡Mejor aún, podrás ver de cerca a Nathan!
    La joven puso los ojos en blanco, con su tendencia a tener un corazón volátil y ojos pícaros, no le extrañaba que su amiga sólo pensara en el príncipe.

    Después de colgarse su bolsa de tela al hombro, Arianna estaba lista para salir de las paredes oscuras de la Academia. Sentada en el banco de madera, esperaba que Lionnely saliera de sus habitaciones para recibir las últimas instrucciones. Agotada, se recargó contra el respaldo y cerró los ojos un momento. No se dio cuenta que se había quedado dormida, hasta que alguien agitó gentilmente su hombro.
    Era Garrik.
    Arianna lamentó mucho ver su pómulo derecho enrojecido y el parche que cubría parte de la curva de su cuello.
    —¿Qué dijo el sanador?
    Su amigo se encogió de hombros y, después, sin poder evitarlo se rió.
    —Nada grave, pero me quedará una marca por mucho tiempo para recordarte —contestó—. Además, creo que él dijo algo sobre que no le gustaría cruzarse en tu camino cuando estés enfadada.
    Arianna hizo una mueca.
    —Sólo te vencí y eso no me convierte en una asesina a sangre fría —soltó un profundo suspiro—. Lo siento.
    Garrik la rodeó con sus brazos.
    —Fue una pelea justa, deja de lamentarte —dijo—. En realidad yo soy él que te compadece, he escuchado ciertos rumores sobre el humor de la princesita…
    Ella se liberó de su agarre y lo golpeó en el hombro.
    —No juegues —dijo. Sin embargo, Arianna pensaba que tenía algo de razón, en todo Fatum no había una sola hada que no conociera a Giselle y su mal carácter. Y, a decir verdad, esperaba que fueran sólo exageraciones—. De cualquier forma, yo me encargaré de su seguridad, no de su educación.
    —Tienes razón —coincidió Garrik, asintiendo—. Pero, si es como dicen, te hará tu trabajo más difícil.
    —¿Señorita Elleahl?
    Arianna se levantó sobresaltada, no había notado cuando la catedrática se había acercado a ellos.
    —¿Sí?
    Lionnely le lanzó a Garrik una mirada severa.
    —De acuerdo, ya entendí —dijo el joven. Tomó la mano de Arianna y la acercó a sus labios a modo de despedida.
    Cuando Garrik desapareció por el pasillo, Lionnely se giró hacia su alumna y alzó las negras cejas hacia ella.
    —¿Cómo es que alguien a quién acabas de golpear de esa forma se porte así contigo? —preguntó. Arianna se dio cuenta que estaba más atenta a las trenzas negras que colgaban sobre los hombros de su profesora que de lo que estaba diciendo, sólo notó cuando el hada movía la cabeza de un lado a otro, en un gesto de confusión. Por fortuna, vagamente le llegaron las palabras de su cuestión.
    —Somos buenos amigos —contestó ella, encogiéndose de hombros.
    Por la mueca que se formó en los labios rosas de la catedrática, Arianna supuso que no estaba del todo convencida con la respuesta.
    —Bueno —dijo, haciendo un gesto con la mano—, volvamos a los asuntos importantes. Como ya has terminado las pruebas de la Academia y has vencido a tus oponentes en la competencia de guardianes, puedo decirte que tus estudios aquí han terminado. Y, debo añadir, te tocó el mejor año para graduarte porque el rey Imre ha solicitado un nuevo guardián para su hija, Giselle.
    Arianna, quién ya sabía esa información —al igual que el resto de los estudiantes— asintió.
    —Antes de las pruebas —prosiguió Lionnely— hablé con él y con su consorte y están de acuerdo en recibirte mañana en la noche, bueno, al ganador, porque aún no saben quién eres.
    —Pero… ¿Les enviará la información? —el nerviosismo se comenzó a apoderar de Arianna. Si ellos no la conocían… quizás ni siquiera la dejarían entrar a la mansión real…
    —No es necesario —la tranquilizó con una sonrisa. Le extendió un papel con el sello grabado de la Academia—. Con esto será más que suficiente.
    Un tanto insegura, Arianna tomó el papel y se lo guardó en el bolso.
    —Gracias.
    —Mañana en la noche. No lo olvides —le recordó.
    —¡Sí! —exclamó, mientras caminaba, rodeada de los muros de piedra grisácea y las docenas de puertas de madera oscura; el lugar al que ya no volvería, por lo menos en el plan de aprendizaje.

    Sobre el camino de tierra, las huellas de Arianna dejaban un rastro sutil; el sonido de sus pasos se perdía con el bullicio del resto de las hadas. Las casas de madera se alineaban a sus costados, con los techos en forma de A luciendo sus múltiples colores vistosos. Giró en la esquina de Sheill y Haishy, esperanzada por llegar a su casa cuanto antes. Caminó apresuradamente al distinguirla: pequeña, de madera oscura, con un lapacho adhiriéndose a ella con sus raíces fuertes y curiosas; dibujando espirales desde los cimientos hasta el techo. El hada sonrió al ver su casa espolvoreada con flores rosas, cubriendo la hierba y parte del pórtico.
    Siguió su camino, sin darse cuenta que su vecina, Eleah, agitaba la mano para llamarla. Una ráfaga de viento tiró de su cabello, ya que ella, como todos los pobladores del reino y pertenecientes a la estirpe de las hadas, tenían la capacidad de manipular los elementos.
    Arianna soltó un pequeño quejido en protesta, y se giró para buscar a su agresor.
    —¿Por qué hiciste eso? —cuestionó, observando como el rostro moreno de Eleah se iluminaba en una sonrisa divertida.
    —No me hacías caso —respondió el hada. Se inclinó un poco y Arianna pudo ver los espesos rizos oscuros cayendo sobre su rostro. Sus labios gruesos hicieron una mueca y empezó a agitar sus manos sobre una florecita amarilla; Eleah hizo otro movimiento con los dedos, como si tocara un piano invisible y dibujó un camino, a unos centímetros de la hierba. Una ristra de plantas, luciendo sus pétalos en distintos tonos de amarillo, surgió a sus pies.
    —¿Querías decirme algo? —le preguntó Arianna, acercándose, teniendo cuidado de no pisar su creación.
    —Quería saber cómo te fue —dijo ella.
    La guardiana sonrió y le dio un rápido abrazo; desde la muerte de sus padres, Eleah había sido lo más cercano a una familia que tenía y al tener ciento cincuenta años más que ella, Eleah se portaba más como una hermana mayor que como una simple amiga.
    —Bien —respondió, sintiéndose más emocionada que antes—. ¡Seré la guardiana de la princesa!
    —¡Felicidades! —exclamó ella, con una sonrisa de dientes blancos, sincera—. ¿Cuándo te presentarás ante los reyes?
    —Mañana —a la guardiana se le encogía el estómago nada más de pensar en ello.
    —Debe ser difícil, ya que tu vida cambiará completamente —comentó Eleah—, ya que vivirás en la mansión real y eso…
    —¿Qué?
    —Todos los guardianes de la familia real viven con ellos, para mantenerlos vigilados durante el día y la noche —dijo Eleah—, supongo que es lógico, con eso de los rebeldes, ellos son los más vulnerables… ¿No lo sabías?
    Por supuesto que lo sabía, sólo que se había borrado por completo de su memoria. Arianna se maldijo por ese descuido. ¿Qué diría su mentora Lionnely con respecto a eso? Nada bueno, seguramente.
    Ahora tendría que empacar sus cosas y prepararse para la entrevista con los reyes… Sacudió su cabeza, se estaba poniendo cada vez más nerviosa. De pronto, se acordó de algo importante.
    —Eleah, me preguntaba… ¿Me puedes prestar a Mishka?
    —¿Para llegar a la mansión?
    La guardiana asintió.
    —Por supuesto.
    Con un pendiente menos, Arianna se despidió de su amiga y se dirigió a su casa. Pasó por lo que ella mentalmente llamaba vestíbulo, pero que un era más que un pequeño espacio, un respiro entre el pórtico y las escaleras. A la izquierda, sin una división mayor que un pobre hueco en la pared, un marco viejo, se abría paso a una sala no muy llamativa. En frente, en cambio, se alargaba hasta convertirse en un pasillo estrecho, que compartía espacio con las escaleras, y que moría al llegar y estirarse en una cocina.
    Sin muchos ánimos de cenar, Arianna apresuró sus pasos y se dirigió al segundo piso. No era mejor que lo dejado atrás; tan sólo dos habitaciones, la de sus padres y la suya, nada por lo que impresionarse en una casa de una familia de segunda clase… aunque ya ni siquiera podía decir que se trataba de una familia, ahora era simplemente… ella.
    Entró en su habitación, dejó que un poco de ese aire solitario –que vagaba por la casa desde hacía dos años- le llenara sus pulmones. Se dejó caer en la cama y no supo nada más del mundo que la rodeaba.
    El día siguiente fue ajetreado: Arianna tuvo que dedicarse a seleccionar la ropa y armas que podría necesitar para su nuevo trabajo. A pesar de saber que tenía que dejar la casa, no pensaba llevarse todo; aún tenía intenciones de volver –de vez en cuando- a su casa y visitar a Eleah.
    Al atardecer, la guardiana supo que era hora de irse; las casas de las familias de primera clase no estaban muy lejos de la suya –y mucho menos si viajaba en lomos de Mishka- pero no quería arriesgarse a llegar tarde. Se dio los últimos toques a su conjunto de pantalón y blusa azul, y se apretó el cinturón de tela negra que llevaba en la cintura. Tal vez no era una vestimenta hermosa, pero era perfecta para utilizarla en caso de alguna pelea, pues con ella podía moverse fácilmente. Se trenzó su largo cabello y le lanzó el último suspiro al espejo, a sus ojos verdes que la miraban con miedo y melancolía, a su piel blanca que cada vez se veía más pálida y a los trazos suaves de sus labios que ahora dibujaban una mueca nerviosa.
    Como si le hubiese leído el pensamiento, Eleah ya se encontraba afuera, esperándola, con Mishka a su lado.
    La yegua relinchó, gustosa, cuando vio a Arianna.
    —Hola —la saludó el hada, mientras le acariciaba la hermosa mancha blanca que se extendía desde la altura de los ojos hasta situarse entre los dos orificios nasales del animal.
    —¿Estás lista? —le preguntó Eleah, después de que Arianna se subió al caballo.
    La guardiana soltó el aire contenido —que salió un poco parecido a un quejido atormentado—, mientras asentía.
    —Te irá bien.
    —Eso espero.

    El cielo estaba por oscurecerse cuando Arianna divisó las impresionantes casas de la zona de la clase alta. Cada una estaba rodeaba de varios metros de jardín y árboles, como círculo protector alrededor; nada comparados a los míseros centímetros que separaban la suya de las de sus vecinos, claro, eso era en la calle dónde vivía, aquí era todo completamente opuesto. Y era en aquellos pequeños momentos, en que una parte de su mente consideraba todo aquel sistema de clases muy injusto.
    Casi se queda con la boca abierta cuando la yegua se detuvo ante la mansión real. Estaba rodeada de un muro de piedra tallada y, al centro una hermosa reja –que Arianna supuso, sería de plata- se erigía ante ella, con formas armoniosas. Dos hadas, unos guardias rígidos que más bien parecían estatuas talladas, se acercaron a ella y le preguntaron la razón de su llegada.
    Después de relatarles algo apresuradamente, Arianna se bajó del caballo, tomó su maleta en una mano y, con la otra, se acomodó la bolsa de tela que llevaba sobre el hombro. Se despidió de Mishka, dándole unas palmaditas en el hocico y le extendió una manzana roja, la cual el caballo ingirió inmediatamente. Después de un relincho, la yegua se perdió entre las calles de la clase alta, Arianna sabía que pronto volvería a la casa de Eleah.
    La reja platina se abrió y los centinelas le permitieron pasar.
    Cruzando por el camino de grava, la guardiana intentó no desviar sus ojos, pero las flores, la fuente —de la que emanaba unas espirales de agua cristalina— y la impresionante construcción que tenía en frente le hacía imposible concentrase en otra cosa. Dos torres de color claro —de un color café que jugaba con el rojo y el tinto— se elevaban a los costados de una mansión, cuyo número de ventanas era tal, que Arianna perdió la cuenta.
    Subió por las escaleras del pórtico y, cuando estuvo ante la entrada; una puerta de doble hoja con unos brillantes e intimidatorias perillas doradas, la recibió, imponiéndosele e intimidándola aún más. Tras un corto suspiro, sus nudillos golpearon la madera.
    Por supuesto, Arianna esperaba que algún guardián o sirviente la recibiera; en cambio, como en aquellos momentos se daba cuenta, fue el mismo príncipe el que le abrió la puerta. Por cuestiones de altura, la guardiana tuvo que estirar un poco su cuello para encontrarse con la mirada de Nathan.
    Una ceja rubia, interrogativa, se elevó sobre el rostro real y los ojos castaños brillaron con diversión.
    —Soy la nueva guardiana de la princesa Giselle —se explicó, un poco atropelladamente. Extendió la hoja que le había dado su mentora.
    Nathan leyó rápidamente, mientras le lanzaba miradas —nada discretas— por encima del papel.
    —Creí que serías… diferente —dijo, al fin.
    Arianna intentó no apretar los puños; el tono que había usado ya lo había escuchado en otras hadas y no le agradaba para nada. Pero debía de soportarlo, porque se trataba del príncipe.
    —¿Me permitirá pasar, su alteza?
    Estaba haciendo las cosas mal, lo sabía. Su voz no debería de sonar tensa, contenida. No tenía que haber dejado escapar la pregunta entre dientes.
    Se detuvo en el umbral, esperando la reprensión.
    Sin embargo, en contra de todas sus expectativas, Nathan sonrió y se hizo a un lado.
    La luz del candelabro iluminó el vestíbulo, la alfombra color tinto se extendía por todo el suelo hasta llegar a la parte de la sala. Varios sillones antiguos se acomodaban en semicírculo alrededor de una mesita con un jarrón de cristal transparente, dónde unas rosas descansaban.
    —¿He lastimado tu orgullo, guardiana?
    La voz la detuvo, más que arrepentida sonaba entretenida.
    —No —respondió ella, impasible, o por lo menos intentando serlo—. Para nada, su majestad.
    —Yo creo que sí.
    Arianna apretó los puños, pero controló su boca. La respuesta que tanto lloraba por salir le podría costar su trabajo o quizás hasta más.
    —Pero no te molestes…
    —Arianna.
    —No te enfades, Arianna —prosiguió, observándola fijamente—. Es sólo… te ves tan pequeña, frágil…
    Si Garrik o cualquiera de sus compañeros de la Academia le dijera algo así, ella no lo dudaría y le lanzaría un golpe… pero él no era Garrik, era un príncipe.
    Una sombra se movió detrás de Nathan, la guardiana no tuvo que verlo dos veces para saber que se trataba de su guardián. Otra razón para abstenerse de ofenderlo.
    —Te propongo algo —dijo, mientras caminaba hacia ella—, si tú me derribas, yo confiaré en la elección de los de la Academia, sino…
    —¿Qué?
    Arianna parpadeó hacia él, segura que había escuchado mal.
    —Vamos, guardiana. No pienses que dejaré que protejas a mi hermanita si ni siquiera puedes tirarme al suelo.
    —No puedo hacerle daño a ningún miembro de la realeza —replicó ella, dividida entre la exasperación y la sorpresa.
    —Olvídate de eso, yo te lo permito —dijo—, además no me lastimarás, sólo me tirarás al suelo.
    —Con todo respeto, su majestad, usted no ha sido entrenado en las luchas cuerpo a cuerpo —quería sonar educada, pero su irritación había subido a tal grado que las palabras salieron como gruñidos.
    Nathan se rió.
    —Mi guardián me enseñó algo de defensa.
    Arianna observó la figura que se cernía sobre ellos, lo vio negar con la cabeza, una clara señal de que sufriría si se atrevía a atacarlo.
    —En cuanto yo le ponga una mano encima él va a…
    —No lo hará —aseguró el príncipe, le hizo un gesto desdeñoso con la mano y, el guardián, sin poner objeciones, se retiró.
    —¿Dónde se encuentran los reyes?
    —No han regresado —contestó él—. Y no creas que les hablaré bien de ti si no accedes.
    Estaba mal, pero ya se encontraba al borde de la desesperación; quería demostrarle a Nathan que los prejuicios no eran buenos.
    —De acuerdo.
    Tras decir las palabras, Arianna se lanzó sobre él; la maleta y la bolsa cayeron al suelo. Su mano casi atrapa el brazo del príncipe, pero fue más rápido, antes que pudiera reaccionar ya la tenía aferrada de la muñeca. Después de todo, su guardián si le había enseñado bien. Sin perder tiempo, brincó en el aire, pero él atrapó su tobillo. Nathan tiró de ella para hacerla caer, pero Arianna se las ingenió para golpearlo con su rodilla libre. El príncipe retrocedió, aturdido. La guardiana no desaprovechó la oportunidad y se colocó en cuclillas. Con un movimiento de su pierna izquierda, logró golpear la pantorrilla de Nathan. Como esperaba, el príncipe de las hadas perdió el equilibrio y cayó al suelo limpiamente.
    Arianna se levantó y sólo entonces pensó que había cometido un error, que se había dejado llevar por el coraje y no había meditado la situación. Lionnely estaría decepcionada. Nathan estaría furioso por la derrota.
    Se levantó y se acercó a él para pedir disculpas, pero Nathan sonreía.
    —Perfecto —dijo. Extendió el brazo—. Ayúdame.
    La guardiana estaba demasiado aliviada porque él no estaba molesto que no notó la sonrisa peligrosa que se dibujó en su rostro. Y tomó de su mano.
    Entonces, Nathan tiró de ella y Arianna cayó sobre él.
    —Tenía que vengarme.
    Arianna frunció el ceño; estaba enojada, confundida y sorprendida, todo al mismo tiempo, así que no pudo responder nada. Sólo notó cómo uno de sus mechones rebeldes se desataba y caía sobre el rostro del príncipe. Los ojos castaños observaron las hebras de cabello y una mano se elevó hacia uno de ellos; sus dedos se enredaron en él.
    —No me toques —dijo ella, enojada. No era algo apropiado, ni remotamente educado, nada que se le pudiera decir a un miembro de la realeza, pero las palabras ya habían salido de su boca. Intentó liberarse de la posición en la que se encontraba, pero el sonido de la puerta y los pasos caminando hacia ello la sorprendió tanto que la paralizo.
    —¿Hijo? ¿Qué ocurre aquí?
    Arianna sintió que sus mejillas ardían, porque la voz era de la reina de las hadas y no sonaba para nada contenta.

     
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    Shennya

    Shennya Entusiasta

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    Título:
    Eterna
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    7
     
    Palabras:
    5519
    2
    Giselle
    Con el paso de los años, las hadas habían decidido desechar los accesorios innecesarios que distinguían a la realeza. Imre y Orlantha accedieron de buen grado dejar las coronas atrás; sabiendo que no era necesario un adorno sobre la cabeza para que sus súbditos distinguieran su poderío. Todo el reino de Fatum, desde las familias de clase alta, hasta el más desdichado de los clase baja conocían a la perfección los rasgos de toda la familia. Sin embargo, la reina no podía evitar la vanidad y, casi siempre, usaba una tiara de flores con pétalos blancos, cuyas puntas se coloreaban de un azul vistoso; el cual, por supuesto, podía cambiar a su antojo, dependiendo el tono de las vestiduras que llevara. Esa noche, una tela suave y ligera caía sobre su cuerpo, formando un hermoso vestido; se movía con tanta facilidad con ella que, cada paso que daba, la tela se agitaba a su voluntad, como si fuera agua lo que llevaba puesto. Su cabello ayudaba mucho al efecto marino; era tan rubio que podía pasar por un blanco brillante, que caía como espuma sobre sus hombros. Había elegido un azul suave para hacer un contraste armonioso con el rey, quien estaba vestido con un pantalón y camisa de un azul oscuro.
    En las Leyes Naturales de Fatum, había algo que molestaba a Orlantha y es que, con los principios que se había forjado ella misma, le era inconcebible que alguien de clase baja o media pudiera llegar a aspirar al trono. Por supuesto, el reinado tenía que ser transmitido a los hijos de los reyes actuales o, en caso de no tener ningún descendiente, pasaba a los parientes más cercanos, los que siempre resultaban de alguna familia de clase alta. Sin embargo, si un soltero ascendía al trono, él podía elegir compañera entre todo Fatum, sin importar clase social. Por ello, Orlantha estaba ansiosa de que Nathan escogiera una cónyuge de alguna de las familias nobles del reino. Era cierto que el príncipe casi siempre escogía una pareja que agradaba a Orlantha, pero cuando ella se daba cuenta que el objeto de su “encaprichamiento”, como la reina lo llamaba, se trataba de un hada de clase inferior, se preocupaba porque su hijo tomara la relación en serio. Sólo el hecho de que Nathan cambiaba constantemente de pareja, la tranquilizaba un poco. Además, siempre había creído que su hijo compartía su forma de pensar y jamás aceptaría como cónyuge a una plebeya.
    Sin embargo, esa noche, se molestó un poco más al encontrar a aquella chica en su casa. El rostro de la joven se ruborizó al verla, se alejó de un salto de Nathan y se sacudió el pantalón. Mientras les hacía una reverencia, un mechón largo se zafó de su peinado y cayó sobre su rostro, el color marrón destelló bajo las luces del candelabro. Los ojos de la joven brillaban como gemas, pero una sombra de angustia los cubrió, adornando adorablemente sus delicadas facciones. No culpaba a su hijo por que le gustara, pero esperaba que sólo fuera algo temporal.

    Arianna se había quedado sin palabras, el rostro de la reina lucía frío, sus ojos la miraban despectivamente; no podía creer que en su primer día hubiera causado tan mala impresión. Escuchó que Imre le preguntaba algo y, estaba tan sumergida en su vergüenza, que tardó un momento en contestar.
    —Vengo de la Academia de Guardianes, su majestad.
    El rey la observó unos instantes, con el ceño fruncido; no parecía muy convencido de su versión. Recordó, entonces, que traía una recomendación de la Academia. Desesperada, se la buscó en la ropa y se dio cuenta que aún la traía el príncipe. Su mirada cayó en Nathan, quien todavía seguía en el suelo; su mirada se elevó hacia ella, con evidente diversión. Riendo, el príncipe se puso de pie y le extendió la hoja (que ahora estaba arrugada y maltratada) a su padre.
    —Eso responde a una de mis preguntas —asintió Imre, mientras le cedía el papel a su consorte—. Sin embargo, aún tengo curiosidad de saber que hacía en el suelo, encima de mi hijo.
    Las mejillas de Arianna se calentaron más (si es que eso era posible) y tuvo que agachar la mirada unos instantes. Sabía que nunca tendría que haber accedido a la provocación del príncipe, por muy ansiosa que estuviera por demostrarle que podía ser una buena guardiana. Abrió la boca para explicar todo y disculparse profundamente, cuando la voz del príncipe se adelantó a la suya:
    —Fue mi culpa.
    Arianna estaba tan sorprendida por eso, que tardó un momento en volver a cerrar la boca. Tanto Imre como Orlantha parecían igual de sorprendidos, sin embargo, ellos habían conservado su elegancia; sólo sus ojos mostraban su consternación, mientras que el resto de su cuerpo se mostraba impasible.
    —Le hice creer a la señorita Elleahl que tu, padre, habías ordenado una prueba para el hada que se presentara como guardián de Giselle y que tendría que vencerme para pasarla.
    Esa era una versión completamente distinta a la real, pero Arianna fue lo suficientemente inteligente como para no contradecir a Nathan.
    Los reyes la observaron un momento; Imre desvió la mirada rápido y se volvió hacia su hijo, con los ojos oscurecidos en desaprobación, Orlantha, por su parte, parecía mucho menos tensa que antes.
    —¿Es eso por lo que te encuentras aquí? —le preguntó, casi con una sonrisa.
    Arianna asintió.
    —Lo único que me importa es la seguridad de la princesa.
    —De acuerdo —aprobó el rey—. Bienvenida, guardiana. Lamento mucho las molestias que le causó mi hijo.
    —No… no hay problema, su majestad —replicó ella.
    Imre tomó la mano de su esposa y observó a su hijo.
    —Llévala a sus habitaciones, después quiero que te reúnas con nosotros en el gran salón.
    Orlantha parecía querer protestar, pero después de observar a su cónyuge cambió de opinión.
    Nathan hizo una inclinación de cabeza hacia sus padres y le indicó a Arianna que subiera por las escaleras. La guardiana hizo una última reverencia, levantó sus pertenencias del suelo e hizo lo que el príncipe le indicaba.
    —Me debes una —dijo Nathan, una vez que llegaron a la planta alta.
    Arianna apretó los labios, decida a ignorarlo; nada bueno resultaba de escuchar sus provocaciones.
    Un pasillo amplio se extendía ante ella; las puertas eran todas iguales y por un momento Arianna pensó que sería difícil (los primeros días, por lo menos) encontrar su habitación. Sin embargo, mientras avanzaban distinguió un gran cambio; una puerta pintada de rosa se erguía al fondo del pasillo. No necesitaba preguntarle a Nathan para saber que ésa debía ser la habitación de la princesa. Para su sorpresa, el príncipe no se detuvo ante ella, sino que giró a la izquierda y abrió una puerta más pequeña. Lo primero que los ojos de Arianna registraron fue el fulgor de la luna plateada entrar por el ventanal. Los rayos iluminaban la cama (una bastante grande) arrastrándose por el suelo de madera hasta llegar el edredón verde. Ese lugar debía ser el triple de la sala que tenía en su casita, en la zona de clase media.
    Con cuidado, dejó sus cosas en el suelo y se paseó un rato por la habitación. Unos círculos se dibujaban en el suelo, sobre una alfombra pequeña, sus colores iban en los tonos del tinto hasta terminar con un centro de un color rojo suave. Un gran armario estaba al fondo, junto al cristal de la ventana, Arianna lo abrió y el olor a sauce inundó sus pulmones.
    Sintiéndose observada, la guardiana se giró, sólo para encontrar a Nathan, sonriente, recargado en el marco de la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho.
    —¿Aún sigues ahí? —cuestionó, molesta. No sabía que tenía ese príncipe que la exasperaba a tal grado, que le hacía comportarse terriblemente, a pesar de saber perfectamente que se trataba de alguien de la realeza.
    —¿Cuántos años tienes? —preguntó él, a su vez, ignorando sus últimas palabras y su ceño fruncido.
    Arianna se mordió el labio, le avergonzaba terriblemente contestar a eso, pues ni siquiera había cumplido los cincuenta años, de hecho, estaba algo lejos de cumplirlos… Era precisamente por su juventud por lo que todos sus compañeros habían creído que no llegaría si quiera a las finales de los exámenes, ni mucho menos que resultaría vencedora en todos ellos.
    —Veinte —musitó, intentando quitarle importancia a las cejas arqueadas de él.
    —¿No eres muy joven para…?
    —Lo sé, lo sé —lo interrumpió, entre dientes—. Pero estoy bien calificada para el trabajo, si no las hadas mayores de la Academia no me habrían enviado.
    Nathan asintió, divertido.
    —Yo tengo doscientos diez.
    Había algo en los genes de las hadas que las hacía tan longevas, que difícilmente, con el paso de los años, su rostro o cuerpo sufría algún cambio importante. Debido a esto (que era bastante conocido por todos los habitantes de Fatum), Arianna no se sorprendió que el príncipe apenas se viera unos años mayor que ella.
    —Sólo te queda una prueba más.
    Arianna frunció el ceño.
    —Ni creas que voy a caer en tus juegos otra vez.
    —¿Mis juegos? —el príncipe arqueó las cejas. Salieron de la habitación y se detuvieron ante la puerta color rosa.
    —Sí…
    Nathan negó con la cabeza.
    —Yo quería decir que, conocer a Giselle, es como una prueba, la peor de todas, debo decir. Te compadezco.
    Arianna no tuvo tiempo de averiguar si su mirada era sincera, porque él golpeó la madera con los nudillos.
    Casi al momento, la puerta se abrió y una figurita pequeña apareció. Con sus ojos avellana, inspeccionó a Arianna de pies a cabeza. Los rizos dorados de la niña caían sobre sus hombros, cubriendo parcialmente el bordado brillante sobre la tela rosa de un hermoso vestido. Debía de tener seis años, pues las hadas, durante los primeros años de vida, presentaban algunos cambios en tamaño y proporción. Su evolución terminaba iba disminuyendo hasta que se estancaba durante la veintena.
    —Giselle Carrye´ll —dijo Nathan, intentando ocultar la sonrisa de su rostro. Arianna sospechaba que había añadido el apellido de la familia sólo para hacerlo más divertido-, ella es tu nueva guardiana.
    La niña observó a Arianna una vez más y tras levantar la barbilla, cerró la puerta en sus narices.
    Nathan soltó una carcajada.
    —No me mires así, Arianna. En verdad te deseo suerte, ya que mi hermanita es algo difícil de tratar —dijo—. Ha cambiado tantas veces de guardián, que he llegado a pensar que jamás encontrará uno que dure un año completo, claro, espero que tu caso sea completamente diferente. Así que te recomiendo empieces a ganarte su simpatía.
    Nathan le hizo un gesto de despedida con la mano, mientras volvía a descender por las escaleras.
    El alma de Arianna cayó hasta el suelo; el panorama no pintaba bien para el futuro. Por supuesto, ella pensaba esforzarse para lograr quedarse como guardiana de la princesa, sin embargo, después de lo que le había dicho Nathan, pensaba que el camino no le resultaría nada sencillo.

    Como auguraba, la primera semana de Arianna, siendo guardiana oficial de la princesa, resultó un completo desastre. Giselle estaba de vacaciones, así que tenía mucho tiempo libre para molestarla; se escabullía por la casa, escondiéndose en todos los rincones posibles para evitar a la que ella consideraba su “molesta sombra” y, cuando la guardiana lograba dar con ella, la niña encontraba la forma de desaparecer nuevamente. Ya que no conocía absolutamente nada de la mansión, la guardiana pasaba angustiosas horas buscando en el vestíbulo, el salón de estudio… Y justo cuando creía que ya no podía existir otro lugar donde la princesa pudiera extraviarse, la niña se esfumaba, ante sus ojos. Si ella misma no fuera un hada, pensaría que Giselle podría volverse invisible. Afortunadamente, ningún hada era capaz de ello. De vez en cuando, en los días que Nathan se encontraba en la mansión, y sólo después de que ella se humillara un poco, suplicándole ayuda, él le decía dónde podía buscar a la princesa.
    —Créeme cuando te digo que te ayudaría más si esto no me resultara tan divertido.
    Cuando hacía comentarios como ése, Arianna, luciendo una madurez casi nula, le sacaba la lengua y se alejaba con Giselle a las habitaciones de la princesa.
    Pasaron cinco días más para que la guardiana pudiera anticipar en qué lugar se escondería la princesa antes de que decidiera “desaparecer”. Por supuesto, esto no le agradó mucho a Giselle, quien buscó nuevas formas de frustrar el día de su protectora.
    La temporada de lluvias fue de gran ayuda para las maldades de la niña; una tarde, al comienzo de un goteo insistente sobre la mansión, la princesa se deslindó de la vigilancia de su guardiana y salió a jugar bajo la precipitación de agua. Para cuando Arianna se dio cuenta, Giselle ya estaba empapada. Salió tras ella, pero la niña, negada a dejarse atrapar, comenzó a correr por el jardín. Después de mucho forcejeo, Arianna consiguió que la princesa regresara a la casa, pero había terminado cubierta de lodo de pies a cabeza.
    Nathan salió del estudio en el momento que ella cerraba la puerta de la entrada; estaba tiritando y podía ver como las gotas de agua sucia escurrían de su cabello mojado. Giselle los pasó a los dos y subió de prisa a su cuarto. Un hada de servicio la siguió, seguramente para prepararle la tina y quitarle la ropa sucia. Arianna agradecía no tener que lidiar con eso también, ya era bastante trabajo no perderla de vista.
    —No te atrevas a reírte —le advirtió.
    Nathan, como era de esperar, soltó una carcajada. Sin pensarlo, se acercó a él y lo abrazó en apenas un parpadeo, apartándose antes de que el príncipe pudiera quejarse.
    —Por lo menos no seré la única que tendrá que cambiarse de ropa.
    Una expresión extraña había cruzado los rasgos de Nathan; parecía dividido entre la sorpresa y algo más que Arianna no pudo identificar. Se dio la vuelta antes de que se le ocurriera una forma de vengarse de ella.
    Después de bañarse y arreglarse, vio por su ventana que el anochecer había caído y el cielo aún no parecía cansado de su llanto. Hacía frío, pero no tenía ganas de estar en su habitación; se envolvió en una cobija y salió. Antes de bajar, entró al cuarto de la princesa. La niña parecía tan congelada como ella. Tal vez era que estaba muy cansada, pero cuando Arianna se acercó a Giselle, se quitó la manta y cubrió a la princesa con ella, ésta no opuso la menor resistencia. Ambas bajaron y se sentaron frente a la chimenea apagada. Arianna quitó unos cojines de los sillones y los acomodó en el suelo para que, tanto la princesa como ella, se recostaran ahí.
    Se acercó a la leña, extendió los brazos hacia ella y, tras murmurar unas cuantas palabras; llamando al poderoso elemento, una hermosa flama naranja, roja y amarilla, se encendió.
    La niña se acomodó, con la cobija a su alrededor y los cojines debajo, sus ojos iban y venían; de las llamas al rostro de su guardiana.
    —Eso fue increíble.
    Arianna estaba tan sorprendida de escuchar una palabra de aprobación por parte de su protegida, que tardó varios segundos en girar la cabeza hacia ella. Giselle estaba recostada, con sus hermosos rizos rubios alrededor de su cabeza, sus párpados se cerraban con insistencia pero, cuando se daba cuenta, sacudía la cabeza y volvía a abrirlos.
    —¿Por qué no te duermes? Yo podría llevarte a tu habitación.
    Giselle negó con la cabeza.
    —Quiero ver a papá y mamá antes de dormir.
    Arianna asintió, su corazón se hundió un momento; se había dado cuenta lo sola que debía sentirse Giselle. Después de aquellos días en la mansión, se percató de lo ocupados que estaban los reyes y, peor aún, el escaso tiempo que pasaban con sus hijos; tal vez Nathan ya tendría su propia vida y habría dejado de importarle eso, pero Giselle aún era una niña.
    Poco después, Nathan se unió a ellas y no venía con las manos vacías, sino que traía tres tazas de humeante chocolate caliente.
    —Gracias —suspiró Arianna. Después de que sus labios hicieran contacto con el dulce calor, supo que en verdad lo necesitaba.
    —Para servirte —el príncipe le guiñó un ojo.
    La guardiana estaba tan agotada, que no reaccionó con la firmeza que debería; en lugar de fruncirle el ceño (como siempre hacía), sonrió y lo golpeó ligeramente en el hombro.
    El crepitar de las llamas y el chocolate sirvieron como somnífero para la princesa, porque, cuando Arianna se dio cuenta, Giselle ya estaba sumergida en un profundo sueño.
    —Es un pequeño demonio ¿no?
    A pesar de las palabras del príncipe, la mirada hacia su hermana era de ternura, tanto, que a pesar de lo indiferente que parecía portarse con la princesa, a Arianna no le cupo la menor duda de que la quería mucho.
    Ella sonrió.
    —Sí, pero estoy segura que es una niña con buen corazón.
    Nathan arqueó las cejas.
    —Creí que después de todo lo que te ha hecho pasar estas semanas, la detestarías.
    La guardiana volvió a observar a la princesa, durmiendo apaciblemente.
    —¡Sólo mírala! —exclamó—. ¿Cómo podría detestarla?
    Arianna hizo ademán de levantarse, pero él se adelantó y tomó a la niña en sus brazos. Sin decir más, subió con ella.
    La guardiana se cubrió con la cobija que Giselle había dejado y se acomodó sobre los cojines. La taza, ya vacía, yacía en el suelo, a su lado.
    El recuerdo de sus padres la inundó mientras sus ojos seguían a las llamas bailado sobre la madera. Aún le era difícil pensar que ya no estaban, esos dos años sin ellos le parecían un parpadeo, uno muy doloroso.
    Un incendio.
    Por más que lo pensaba, había algo que no le agradaba; era cierto que era época seca, los árboles eran muy propensos a arder y cualquier contacto con el fuego hubiera desatado un desastre. Pero ellos eran buenos en la manipulación de elementos; sabía que el fuego era el más difícil de todos, pero Arianna no podía creer que ninguno de sus padres no hubiera detectado el inicio de las llamas a tiempo como para no alcanzar a controlarlo. Era muy extraño…
    —¿Cansada?
    El regreso de Nathan interrumpió sus pensamientos.
    —Mucho —admitió.
    Se quedaron un momento en silencio, sólo con el crepitar de las llamas para rellenar la ausencia de sonido.
    —¿En qué pensabas?
    —¿Disculpa?
    —Cuando observabas la chimenea, parecías preocupada —aclaró Nathan.
    —Pensaba en… en cómo voy a sobrevivir una semana más al lado de tu hermana —mintió.
    El príncipe no pareció creerle, pero lo dejó pasar. Sonrió.
    —Creo que le agradas.
    Arianna puso los ojos en blanco.
    —Sí, claro.
    Nathan dijo algo más, pero ella ya no lo escuchó, sus ojos pesaban tanto que los dejó cerrarse, sólo por un momento…
    Al despertar, se dio cuenta que aún era de noche y que ya no estaba frente a la chimenea, sino en su cama. Queriendo evitar el pensamiento de que había sido llevada hasta su habitación en brazos del príncipe, se levantó, revisó que Giselle siguiera durmiendo tranquilamente y volvió a su cuarto, a dejarse vencer por el sueño, una vez más.

    Después de esa noche, Giselle dejó de molestarla, si bien aún la trataba con su acostumbrada mirada despectiva, ahora no intentaba complicarle la vida. Y eso, para Arianna, era una gran mejoría.
    Un día siguió a la princesa hasta el salón de música; el lugar era amplio, al fondo había unos ventanales enormes, las cortinas caían casi hasta el suelo y se elevaban casi hasta tocar la bóveda, había varios instrumentos, pero el que más llamó la atención de la guardiana fue el piano. Era de un color negro brillante y se encontraba en medio de la habitación, con un banco vacío en frente de él, llamando con su silencio, rogando que alguien lo tocara.
    La princesa se sentó al piano e intentó, sin mucho éxito, tocar algunas notas. Después de varios sonidos sin armonía y varios resoplidos de frustración, Giselle se sentó en la alfombra y comenzó a leer un pequeño libro de cuentos.
    Duraron tres días regresando a ese lugar, con los mismos resultados. El cuarto día la tentación pudo más con Arianna, que cualquier otra cosa. Mientras la princesa se encontraba tendida en la alfombra, con su libro de colores vistosos y pasta gruesa, ella se acercó al piano. Se sentó frente a él y tras una exhalación, dejó que sus dedos tocaran las teclas, reviviendo una melodía que su padre solía tocar para ella.
    Ya que la habitación estaba preparada para la acústica de los instrumentos, el salón se comenzó a llenar rápidamente de las dulces letras del piano y la voz de la guardiana. Ajena a todo lo que no fuera el recuerdo de su padre, Arianna no notó que Giselle dejaba su libro y se aproximaba a ella, su rostro infantil relucía con alegría y algo de admiración.
    —¿Me enseñarías? —preguntó la niña, después de que ella terminó.
    Arianna dudó; sabía que su único trabajo era proteger a la princesa, sin embargo, al enseñarle no tendría que separarse de ella, por lo que no incumpliría con su deber...
    —Sí —contestó, al fin—, pero de ahora en adelante tienes que ser amable conmigo.
    Giselle hizo un mohín con los labios; la guardiana sospechaba que era la primera vez que alguien le ponía una condición para darle algo que deseaba.
    —Lo prometo —dijo la niña.
    Desde ese día, las tardes se convirtieron en rutina; Arianna le daba clases de piano a Giselle por una hora, después, a petición de la princesa, la guardiana tocaba una melodía (afortunadamente Jerrad, su padre, le había enseñado bien y se sabía bastantes) y, finalmente, la princesa se recostaba a leer.
    Una semana después, Arianna estaba tan distraída, cantando, que no notó que alguien más se unía a ellas. Sólo hasta que la figura alta se situó a su lado, ella giró su cabeza e interrumpió la música.
    Le preocupó un poco que Nathan la estuviera observando, a nadie le había pedido permiso para utilizar los instrumentos y no sabía que haría el príncipe ahora que se había enterado.
    —Sabes tocar el piano —parecía sorprendido.
    —A mi padre le gustaba mucho la música.
    —¿Le gustaba?
    —Murió.
    —Lo lamento —dijo él, quién en verdad parecía apenado por haberle hecho la pregunta. Lo vio bajar la mirada.
    Arianna sintió que una pequeña mano se posaba en la suya y se dio cuenta que la princesa se había sentado a su lado y la miraba fijamente, como si ella también lamentara su dolor.
    —Gracias —dijo, apretando un poco los dedos de la niña, extrañamente, esto logró reconfortarla un poco.
    —¿Tocarías algo para mí? —preguntó Nathan, después de un rato.
    Arianna dudó.
    —Si lo haces, puedo fingir que jamás te vi tocando el piano de los reyes —dijo—, o mejor, puedo decirles, si lo descubren, que yo te permití hacerlo.
    La joven hada gruñó.
    —Además, recuerda que me debes una —dijo él, sonriendo.
    Los ojos curiosos de Giselle iban de uno a otro.
    —De acuerdo —aceptó, resoplando. Sin embargo, conforme las notas se coordinaban e inundaban la sala, el ceño fruncido de Arianna desapareció para ser remplazando por una mueca de radiante alegría, poco antes de que sus labios se movieran para acompañar la música con las palabras.
    Nathan siguió visitando el salón de música de vez en cuando, llegaba casi al terminar las clases de piano, para escuchar la melodía que Arianna tocaba para Giselle. Seguía molestándola y exasperándola cada que podía, pero en los momentos que escuchaba música se mostraba más tranquilo y se dedicaba a escuchar y observar como los dedos de la guardiana se movían sobre el piano.

    Después de tantos días de sólo mirar las paredes de la mansión, Arianna se alegró cuando los reyes le informaron que tendrían una reunión a la que ninguno de los miembros de la familia real podía faltar. Disfrutó el traslado y el viento fresco sobre su rostro, mientras el caballo sobre el que iba montada, cabalgaba en dirección a la casa de los Russayr, como había pensado Arianna, no salieron de la zona de la clase alta. Se detuvieron frente a una construcción de tenues colores amarillos, que si bien era una mansión, no era tan hermosa ni impresionante como en la que habitaban los reyes.
    Se apeó y, con cuidado, ayudó a bajar a la princesa.
    Una reja brillante, de plata, se abrió para cederles el paso. Imre y Orlantha entraron primero, seguidos de su hijo y de la princesa; acomodados por jerarquía, Arianna debía de ir un poco más atrás, junto con el resto de los guardianes, sin embargo, ya que Giselle se negaba a soltarle la mano, iba junto a ella. Por fortuna, a los reyes eso no pareció molestarles.
    Cruzaron un iluminado vestíbulo hasta la sala pero no se detuvieron ahí, fueron conducidos hasta un salón, un poco más reducido que los anteriores, con una mesa de cristal en el centro y un conjunto de sillas alrededor. El resto de las familias nobles ya se encontraban ahí, con las representantes de cada una, de pie, esperando que los reyes tomaran asiento. Había cuatro sillas al frente, los lugares de honor, más cercanos al centro y a toda la atención del resto de las hadas.
    La familia real tomó sus asientos y Arianna se quedó de pie, al lado de su protegida, con la cabeza erguida, mirando hacia un punto al frente, como el resto de los guardianes.
    El resto de la tarde transcurrió con una plática, por lo menos al parecer de Arianna, bastante aburrida: en su mayoría hablaban de cambios en la estructura de las construcciones y alguno que otro apoyo a las escuelas.
    Sólo agudizó el odio cuando escuchó hablar de la rebelión.
    —Se han reportado algunos incendios en la ciudad, y aunque no se ha podido averiguar quién es el autor, no es difícil imaginar que pertenece a la rebelión.
    El rey asintió; sus ojos se tornaron consternados repentinamente, como si el problema hubiera sido causante de muchas noches en vela.
    —Debemos aumentar la vigilancia en la capital, considero que hay demasiados centinelas cerca de los límites que no han tenido mucho que hacer durante años.
    El hada que le había dado el informe arqueó las cejas, parecía bastante sorprendido.
    —¿Quiere decir que debemos retirar guardias de la frontera? —cuestionó él.
    Imre asintió.
    Se escuchó un murmullo inquieto entre las familias.
    —Hace siglos que ningún extranjero ha cruzado la muralla, ni siquiera se han acercado a ella, es evidente que prefieren su propio territorio, así que no veo la razón por la que deban alarmarse. Y no pienso retirar a todos los centinelas, sólo a unos cuántos —se explicó el rey—. Ni vampiros, ni licántropos tienen interés en venir a Fatum, se los aseguro.
    La mayoría de los rostros parecían estar de acuerdo con las palabras de su gobernante, sólo unas cuantas damas, se encogieron de miedo, estrujando a sus hijos contra su pecho, tal vez pensando en las historias que se contaban a cerca del principio de los tiempos.
    —Creo que actualmente, el mayor disturbio que enfrentamos está en nuestras tierras, no fuera de ellas.
    Con esto, logró convencer al resto y no se hizo esperar el asentimiento colectivo, aprobando la moción de retirar un cierto número de centinelas para dejarlos patrullar las calles del reino.
    Llegó la noche y Arianna notó que Giselle se estaba durmiendo en su silla y al parecer la misma niña ya sospechaba que no duraría mucho rato sin desplomarse, porque se levantó y le extendió los brazos a su madre. Mas Orlantha negó con la cabeza y siguió con su postura erguida sin hacerle mucho caso a su hija. Una mueca triste apareció en el rostro de la princesa y regresó, abatida, a su asiento.
    Arianna, en un impulso, se acercó a Giselle y le ofreció sus brazos, la escena la había conmovido a tal extremo que se olvidó de las formalidades e ignoró el hecho que ella, como buena guardiana, debía permanecer junto a sus compañeros, en la fila de atrás. La niña, sonriendo, se lanzó hacia ella, colgándose de su cuello. Sabiendo que no resistiría mucho el peso de la princesa se sentó en la silla que la niña había dejado vacía, sin saber si ya había cometido alguna otra imprudencia. Ignoró las miradas curiosas de algunas jóvenes hadas y acomodó a Giselle en su regazo.
    La pequeña no tardó en dormirse. Muy pronto con una extraña sensación de entumecimiento reconfortante, Arianna no supo explicarse la razón de su alegría, quizás fue sólo la respiración infantil y apacible, o la forma en que su cabeza descansaba en su hombro. Tal vez el añorar el calor de una familia la estaba afectando pero, en aquel momento, vio a Giselle más como a su hermanita que como a su protegida.
    Notó que Nathan la observaba, se dibujaba otra vez esa expresión curiosa en su rostro, que rápidamente fue reemplazada por una de sus conocidas sonrisas. Apoyó el brazo en el hombro libre de ella.
    —Gracias —le murmuró al oído, inclinándose un poco.
    No estaba muy segura a qué se debía el agradecimiento, pero lo aceptó de cualquier forma.

    Terminaron las vacaciones. Giselle estaba emocionada porque volvería al Instituto de Estudio y Control de los Elementos y, por primera vez, la dejarían practicar la manipulación de las plantas. Arianna, a pesar de haberle tomado cariño a la princesa, se alegraba porque muy pronto gran parte de la mañana de Giselle, estaría encerrada en el Instituto y eso le evitaría el tener que correr de un lado a otro detrás de ella.
    Dos noches antes del esperado día, Giselle había tocado a su habitación y, con una timidez inusitada, le había pedido amablemente que le contara algunas historias antes de dormir.
    —¿Qué clase de historias? —cuestionó Arianna, alarmada, pues no creía saber muchas.
    —Sobre vampiros.
     
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    Shennya

    Shennya Entusiasta

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    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    7
     
    Palabras:
    5245
    3
    Incendio
    Hacía tantos años que las tres razas existentes en el mundo se dividieron, que ya se había perdido la cuenta de ello. Las hadas con más siglos en el reino de Fatum aún conservaban en memorias frescas los tiempos en que todos compartían un mismo terreno. Las peleas eran constantes; los ríos y la tierra no tardaban en mancharse de sangre, los vampiros no podían recorrer los barrios de licántropos sin terminar destrozados, las hadas ni siquiera se podían acercar a los comercios de los vampiros sin ser acosadas hasta terminar sin una gota de sangre en el cuerpo. Nunca hubo época de paz en aquella mezcolanza de estirpes, sin embargo, existió un tiempo en la historia, el último en el que el territorio no tuvo divisiones, en el que alguien cometió el error de sugerir un gobierno único. La propuesta decía que el líder de alguna de las razas podía obtener (durante un tiempo) el derecho de mandar sobre las otras y el resto de la población debía acatar sus órdenes sin cuestionar. Sin embargo, ni vampiros, licántropos o hadas querían someterse a alguien que no fuera de su estirpe. Los líderes, por su parte, hambrientos de poder, discutían por ser los primeros en adquirir tal omnipotencia. La tensión aumentó; cada linaje quería demostrar su superioridad sobre los otros, tanto, que las luchas se volvieron encarnizadas. Durante esos meses, los centinelas y guardias –que se encargaban de hacer cumplir las leyes- perdieron el control de los habitantes, incluso los mismos reyes dejaron de tener la autoridad suficiente para mantener a raya a sus súbitos. Desesperados, los soberanos se reunieron para poner fin a la masacre.
    Todo lo que se sabe de ello es sólo por rumores, ya que nadie, a excepción de los príncipes y reyes de cada linaje, estuvieron presentes en la asamblea. Se dice que fue una noche fría, con un viento insoportablemente ruidoso y el olor de nuevos pinos creciendo en el bosque. Duraron hasta el amanecer discutiendo, hasta que, después de hacer un recuento de las muertes, decidieron separarse. Nunca, bajo ninguna circunstancia, volverían a compartir territorio.
    Años después, se erigió una muralla alta, de piedra gris; un frontera que dividía al mundo en tres grandes reinos: Fatum, Vampyrus y Lycanthropus.
    Al principio había mucha seguridad cerca de los límites, las razas estaban alertas, cientos de centinelas custodiaban todo, esperando que en cualquier momento algún intruso penetrara en su reino.
    Mas, con el paso del tiempo y tras no recibir alerta alguna, la tensión de los reyes fue disminuyendo hasta un punto en que la protección en las fronteras dejó de ser importante. Al parecer, cada casta estaba cumpliendo con su parte del pacto. No había interés alguno en volver a mezclarse, por lo que se fue restando importancia al tema y los reinos empezaron a concentrarse en asuntos internos de su territorio.
    Para las hadas en particular, aquel tema se volvió algo detestable; casi nadie que lo recordara veía aquellos tiempos como algo para contar y vivían más tranquilos fingiendo que los vampiros y licántropos nunca existieron.
    Sin embargo, había pocas excepciones como Meryha Elleahl, quien consideraba esos hechos como parte importante de la historia de los comienzos del reino. Se sentaba junto a la ventana de su sala, de dónde se podía apreciar el colorido llanto del lapacho, soltando todas sus flores rosas. Ahí, alimentaba la hambrienta imaginación de su pequeña hija, Arianna, y le contaba toda clase de historias de los tiempos en que sólo existía un territorio.
    Por ello, aquella noche en la habitación de la princesa; a pesar de que Arianna jamás había visto a un vampiro, pudo platicarle a Giselle algo sobre ellos. Un triste velo cubrió sus facciones mientras la voz de su madre la asaltaba en la memoria, recordaba claramente las noches de historias, el ceño fruncido de Meryha cuando intentaba recordar algún detalle y la luz en su rostro cuando la miraba a los ojos…
    —¿Cómo son?
    Arianna sacudió su cabeza, la pregunta de Giselle la había sacado de sus pensamientos. Se mordió el labio, no estaba segura si los reyes aprobarían que le relatara esas cosas a su hija; no era un tema prohibido, pero a nadie le gustaba hablar de ello, a casi nadie, por lo menos.
    Paseó sus ojos por la habitación, dudando; las paredes rosas con cuadros vistosos y alegres, un estante lleno de muñecos y animales de peluche, pequeños, esponjosos, con ojos sin vida, observando siempre hacia adelante. Finalmente, sus ojos se posaron en Giselle, que se encontraba cubierta por la cobija hasta la barbilla, con el rostro contorsionado en una mueca expectante, sus ojos brillaban.
    Suspiró, pensando que un poco de información no le haría daño.
    —Son… exactamente iguales a nosotros.
    La niña parpadeo, confundida.
    —Entonces ¿no tienen alas como las de los murciélagos?
    Arianna se rió, pero calló abruptamente cuando se dio cuenta que aquello no se le había ocurrido a ella, sino que alguien más había hablado con la princesa sobre el tema.
    —¿Quién te dijo eso?
    Giselle observó a su alrededor, nerviosa, como si sintiera que alguien las estaba observando.
    —No le digas a nadie, por favor —pidió. Después de que su guardiana se lo prometió continuó hablando:- Un compañero en el Instituto me había dicho algo de ellos antes de las vacaciones. Me lo platicaba en los descansos y siempre que nadie nos veía porque en el Instituto no les agrada que digamos esas cosas, de hecho, la mamá de mi amigo se lo prohibió.
    La joven hada volvió a sonreír, era bastante lógico que con tanto tabú sobre el tema, los niños empezaran a exagerar las cosas.
    —Bueno, pues no son así —le aclaró—, es cómo decir que nosotros tenemos alas y volamos con ellas…
    Giselle se rió.
    —¿Tú has visto a alguno?
    Arianna negó con la cabeza.
    —El muro se creó mucho antes de mi nacimiento —se encogió de hombros—. En realidad, aunque me cueste admitirlo, soy demasiado joven.
    —¿Aún no has cumplido tu primer centenar de años?
    —No, y ni siquiera estoy cerca.
    —No importa —dijo Giselle—, creo que eres una buena guardiana.
    La joven sonrió, a pesar de que hacía un tiempo la princesa había cambiado su actitud hacia ella, todavía le sorprendía cuando la elogiaba o decía algo bueno sobre ella.
    De pronto, Giselle frunció el ceño, como si recordara algo.
    —Pero… si no los has visto ¿Cómo sabes sobre ellos?
    —Por mi madre.
    La niña asintió.
    —Entonces ¿no existe ninguna diferencia entre los vampiros y nosotros?
    Arianna reflexionó, trató de rememorar todos los detalles que su madre le relataba.
    —Bueno, físicamente, ella sólo mencionó uno: su piel. Los vampiros tienen la tez más pálida que la nuestra.
    —¡Dime más, dime más! —rogó Giselle, emocionada.
    —Ellos son más fuertes y más rápidos, también. Podrían ir de ésta casa a la de la familia Russayr en unos minutos y levantar tu cama con una sola mano.
    Los ojos de la princesa se abrieron e hizo una exclamación de asombro.
    —¿Los vampiros pueden manipular los elementos?
    —No, en eso tenemos ventaja.
    —¿Y qué hay de los colmillos… tienen? —cuestionó Giselle, tras un estremecimiento.
    —Sí.
    —¿Y son para…?
    —Creo que es suficiente por hoy —dijo Arianna, levantándose de la cama. No creía que Giselle estuviera preparada para escuchar sobre la alimentación vampírica y mucho menos en la noche, cuando era muy probable que tuviera pesadillas.
    La niña hizo un mohín con los labios, pero, después de unos minutos, aceptó que pospusieran la plática para otro día. Arianna le dio las buenas noches y se dirigió a la puerta, estaba a unos pasos de cruzar el umbral cuando la vocecita de la princesa la hizo detenerse:
    —Sólo una pregunta más ¿sí?
    —De acuerdo —suspiró Arianna.
    —¿Ellos duermen?
    —De día.
    —Qué raro…
    —Pero tú no eres un vampiro, así que ya duérmete.

    Era un día soleado cuando Giselle regresó al Instituto. Por primera vez, Arianna pudo observar la construcción de tres niveles que rodeaba un patio de práctica, cubierto de hierba y algunos árboles que protegían con sombra a los estudiantes. Las paredes eran de un color turquesa tan tenue que a la guardiana le hizo recordar el cauce de un río. No le sorprendía que fuera más grande que su Academia, ni que se viera mejor cuidado, ya que, después de todo, ésta era la escuela de los nobles.
    Siguió a la princesa de salón en salón; notó que la mayor parte de las clases eran teóricas, pero supuso que se debía a que apenas se encontraba en cuarto grado y aún no podía tener mucho contacto con los elementos. Había tenido que esperarla en los pasillos o, en caso de que estuvieran en la planta baja, se paseaba un poco por el patio y regresaba a asomar su cabeza por unas de las ventanas de cristal para averiguar si la princesa se encontraba bien. Se encontró a otros guardianes que conocía de la Academia, pero no se alegró tanto como cuando llegó el descanso y Giselle se reunió con un niño, quien era seguido por un guardián que ella conocía perfectamente.
    —¡Garrik!
    Él no sólo la saludó sino que la abrazó con fuerza, Arianna sintió que era levantada por unos instantes.
    Mientras caminaban hacia un árbol, que se encontraba cerca de la fuente, Garrik le platicó que había sido asignado a Rush Wiyen, un niño de una de las familias importantes de Fatum.
    Ya que tanto Giselle como Rush se aburrieron de hablar entre ellos, prestaron atención a sus guardianes. La princesa frunció el ceño al desconocido, pues se extrañaba por la familiaridad con que Arianna lo trataba.
    —Es mi amigo —dijo ella, a modo de presentación—. Lo conocí en la Academia de Guardianes, se llama Garrik.
    El aludido hizo una reverencia a la princesa.
    —No creo que le vayas a agradar a Nathan —comentó la niña, observando fijamente a Garrik.
    —¿Se refiere al príncipe? —él se giró hacia Arianna, cuando ella asintió, Garrik palideció—. ¿Por qué? ¿Hice algo mal?
    —¡Tonterías! —exclamó Rush, interviniendo—. ¡Garrik es el mejor! ¡Claro que le va a agradar!
    Giselle negó con la cabeza.
    —Lo que pasa es que a mi hermano le gusta Arianna y no creo que le agrade que sea tan amiga de tu guardián.
    Arianna parpadeó, abrió los labios y los volvió a cerrar sin saber que decir a eso.
    Su amigo soltó una carcajada.
    —¡No puedo creerlo, Ari! —exclamó, entre risas—. Han pasado dos meses de que te convertiste en su guardiana y ¡hasta conseguiste pareja!
    Ella se ruborizó y lo golpeó.
    —¿Ahora te debo llamar princesa Ari? Créeme que me será difícil pero puedo acostumbrarme…
    Se detuvo con un quejido de protesta, pues ella lo había golpeado de nuevo.
    —¡Eso sí dolió! —se quejó Garrik.
    —¡Pues deja de decir tonterías!
    —La princesa…
    —Giselle estaba bromeado —replicó Arianna.
    —No, no lo hacía —dijo la niña.
    —Pues se equivoca.
    La princesa iba a decir algo más, pero sus palabras murieron en un resoplido porque ya era hora de asistir a la práctica. Arianna se alegró por ello.
    La guardiana pudo distraerse mientras veía a Giselle intentar hacer que germinara una semilla hasta hacer que brotara un botón, al final sólo consiguió un pequeño tallo verde, pero según la catedrática que presenciaba los intentos de los alumnos era muy bueno para el primer intento.
    Al salir del Instituto, Arianna volvió a encontrarse con Garrik, quien aún encontraba bastante divertido lo que había dicho la princesa, y se burlaba de ella, diciéndole que estaba listo para asistir a la ceremonia real de unión…
    —Mira, él está aquí —dijo de pronto— y no se ve muy contento.
    Ella apretó los dientes. Estaba a muy poco de decirle que no iba a caer en su juego, cuando Giselle pronunció el nombre de su hermano. Arianna se giró, para encontrarse con la cara ceñuda del príncipe.
    —¿Quién es él? —cuestionó bruscamente, observando sobre su hombro.
    —Un amigo de la Academia.
    —Pues no deberías perder el tiempo con él, ni con nadie. Debes concentrarte en cuidar de mi hermana —gruñó Nathan.
    Arianna no entendía por qué estaba tan enojado, pero su tono y sus palabras lograron que ella se enfureciera, también.
    —Sé cómo hacer mi trabajo —dijo, entre dientes.
    —No parece.
    Furiosa, tomó a la princesa entre sus brazos y subió al caballo que había dejado pastando afuera del Instituto. Se aferró a la crin y dejó que el animal galopara hasta la mansión, sin detenerse para ver si el príncipe las seguía o no. Ni siquiera tenía idea de por qué él había llegado al Instituto en primer lugar.
    Durante la semana siguiente, Nathan no le dirigió la palabra, ni siquiera asistió a las clases de piano de Giselle. Arianna seguía tan enojada, que esto fue para ella un descanso; no quería verlo durante mucho tiempo.

    Se sentó bajo la sombra de un flamboyán de flores rojas, esperando a que Giselle saliera de su última clase. No contó el tiempo que estuvo ante la ventana, viendo pasar a la niña de su asiento al escritorio de su instructor. Desde dónde se encontraba, apenas podía ver la cabeza rubia moviéndose de un lado a otro.
    Se encontraban en un aula apartada del resto; la única cercana a un pequeño invernadero, donde el instructor podía explicarles más detalladamente la mejor forma de tratar y manipular el elemento tierra. Eso era todo lo que sabía, pues la princesa no le había explicado mucho al respecto. Los minutos se ralentizaron terriblemente, mientras escuchaba la soporífera voz del catedrático y su discurso sobre el cuidado de la naturaleza y su manipulación eficiente.
    Pensando que faltaba poco para que la clase se terminara, Arianna se puso de pie, pero no pudo avanzar mucho, ya que la sorpresa la ató unos instantes al suelo: una poderosa pared de fuego había rodeado el salón por completo. Sabía que las llamas no podrían ser espontáneas, sino que alguien las tendría que haber creado. Corrió, desesperada, hacia adelante, escuchando los gritos a su alrededor y las exclamaciones ahogadas de los otros guardianes.
    El responsable debía de andar cerca y agotado, pues el fuego era el elemento más difícil de manipular y, entre más instantáneo fuesen las llamas en aparecer, mayor era el desgaste que sufría el hada cuando lo producía. Pero lo que menos le importaba ahora era atrapar al creador, sólo tenía cabeza para pensar en que Giselle aún se encontraba adentro, detrás de la pared de humo, bajo el peligro de salir quemada en cualquier momento si ella no hacía algo pronto.
    Escuchó la alarma de alerta y también los murmullos de los alumnos y los profesores que se encontraban en los pisos superiores.
    Intranquila, buscó la fuente; se encontraba a varios metros de distancia, demasiado lejos como para lograr manipular el agua hasta llevarla a las llamas. Los ojos cafés de la niña la llamaban, y su voz repetía con angustia su nombre una y otra vez.
    Arianna se frotó las sienes; entrar sería demasiado arriesgado, podría terminar gravemente herida y no lograría salir.
    Finalmente, tragó una gran bocanada de aire sin humo y se acercó lo más que pudo al fuego. Sintió su calor invadiéndola, quebrantando su voluntad y sus esperanzas. A su lado, alguien estaba tratando de invocar al agua, pero ella sabía que eso tardaría bastante.
    Manipular el fuego era difícil y lo era más intentarlo con el que había creado otra hada; la magia se resistiría a un intento de aplacarla. Pero ella no quería extinguirla, sabía que sería inútil, sólo pensaba desviar las llamas para crear una abertura suficientemente grande para que los niños y el instructor pudieran salir.
    Extendió sus brazos y comenzó a murmurar unas palabras para disuadir al elemento que la escuchara. Como esperaba, sintió una resistencia que cayó, pesada, sobre sus manos, pero no dejó de intentarlo. Alguien a su lado le gritaba que era una pérdida de tiempo, que sólo se agotaría. Y quizás tenía razón, porque las piernas de Airanna ya comenzaban a fallarle.
    Cuando creía que no podía más, en la pared llameante se abrió una brecha, pero la guardiana no se detuvo hasta asegurarse que no fuera lo suficientemente grande como para que los alumnos pudieras salir de ahí sin quemarse.
    —¡Sáquelos! —gritó, con el aliento que le quedaba.
    De reojo, pudo ver como los guardianes se internaban en el hueco y sacaban a los niños en brazos. Arianna ansiaba saber cómo se encontraba Giselle, pero no podía perder la concentración, así que tuvo que conformarse con escuchar los gemidos y tosidos de las pequeñas hadas que iban siendo rescatadas.
    Sus brazos comenzaron a temblar, era como si soportara una carga muy pesada que quería derrumbarla; su piel se había calentado demasiado, sentía arder sus manos, y su respiración –contaminada por la humareda que emanaba del fuego- comenzaba a volverse irregular.
    Le llegó un murmullo a su oído: ya habían salido todos. Y, sólo entonces, se dejó vencer. Gritaron su nombre mientras ella dejaba caer las manos y sus piernas ya no pudieron sostenerla, vio algo rojo dirigirse hacia ella y soltó un aullido, pues una llama había alcanzado a lamer la piel de su brazo. Entonces, mientras caía al suelo, sintió gotas de agua, mojándole el rostro y alcanzó a ver que alguien la envolvía en un abrazo, antes de perderse en la oscuridad del subconsciente.

    Cuando sus ojos volvieron a abrirse, notó un escozor terrible en el brazo y estuvo a punto de moverlo hacia sí para ver la herida, pero alguien la detuvo. Estaba sentada, con la espalda apoyada en el tronco del flamboyán. Una voz suave le pidió que dejara de moverse y pronto sintió un fresco alivio en el brazo; una sanadora le había colocado unas hierbas con aloe y le estaba vendando la zona quemada.
    —¿Dónde está?
    —Ya decía yo que no ibas a quedarte callada y dejar que te curasen bien.
    Arianna levantó la vista y sonrió al notar a Garrik junto a ella.
    —¿Dónde está? —insistió.
    Garrik puso los ojos en blanco y señaló con un movimiento de cabeza a su izquierda. La joven giró la cabeza y notó la pequeña figura de la princesa; los ojos de ella parecían mirarla con preocupación.
    —¿Estás bien? —preguntó.
    —Por supuesto —aseguró la guardiana, conteniendo una sonrisa—. Aunque esa pregunta debía haberla hecho yo. ¿Cómo te sientes?
    Giselle sonrió y extendió los brazos, su vestido estaba lleno de hollín, pero parecía estar bien. Eso tranquilizó a Arianna.
    —Sin ningún rasguño.
    —Listo —habló la sanadora, después de un momento—. Dentro de una semana estarás como nueva.
    —Gracias.
    El hada asintió y se alejó rápidamente, Arianna apenas pudo ver su largo cabello blanco ondear suavemente sobre su espalda.
    Los ojos de la guardiana comenzaron a notar todo a su alrededor; la lluvia estaba terminando y un gran grupo de mayores y alumnos se arremolinaban alrededor del salón. Desde donde se encontraba pudo ver la marca negra que el fuego había dejado en el suelo.
    —¿Qué ocurrió?
    —En muy resumidas cuentas —respondió Garrik, sentándose junto a ella—, te desmayaste y tu gran, fantástico y valiente mejor amigo te arrastró hasta aquí antes de que el fuego quemara tu rostro.
    —No seas presumido —rió Arianna, luego se puso más seria—. Gracias.
    —De nada. Después los catedráticos del Instituto se reunieron y lograron hacer que lloviera.
    —Oye… ¿No deberías estar con Rush?
    Pero antes de que Garrik pudiera responder, una pequeña cabeza llena de cabello negro se asomó.
    —Ah, olvídalo —dijo Arianna, al parecer el esfuerzo le había afectado mucho, porque aún no podía concentrarse bien.
    —Mira, llegó tu novio —murmuró Garrik, antes de ponerse de pie y hacer una reverencia.
    Nathan no había venido solo, los reyes se encontraban con él. Antes de que pudiera reaccionar, Giselle ya corría hacia los brazos de Orlantha, quien la levantó del suelo y le besó la mejilla. Imre sonreía y hablaba rápidamente con su hija, preguntándole si se encontraba herida. Nathan se acercó a su hermana y, tras cerciorarse que se encontraba bien, se acercó a Arianna.
    La joven intentó ponerse de pie para presentar sus respetos a los reyes, tal como lo había hecho Garrik, sin embargo, cuando se levantó, un mareo la embargó y sus piernas volvieron a fallarle y hubiera caído si su amigo no la hubiera sostenido del brazo ileso.
    De pronto, sintió que Garrik era empujado y sus dedos la soltaban, se tambaleó un poco, antes de que un brazo nuevo rodeara su cintura y la acercara contra un pecho cubierto de seda verde y botones dorados.
    Arianna tardó en darse cuenta que era Nathan quien la sostenía ahora.
    —¿Cómo estás? —sus ojos cafés, que ahora brillaban con motas doradas, la observaban fijamente.
    —Bien.
    Una vez que sus ojos la inspeccionaron, como si no creyera del todo en su respuesta, Nathan dirigió su mirada a Garrik.
    —Me dijeron que tú la salvaste.
    Garrik parpadeó, confundido.
    —Yo no fui quien sacó a la princesa…
    Nathan negó con la cabeza.
    —Estoy hablando de Arianna, me informaron que la alejaste de las llamas antes que ella pudiera sufrir un daño mayor, y por ello, tienes mi gratitud.
    La joven se puso nerviosa, notó que la mirada de los reyes estaba sobre ellos; Imre parecía asombrado pero Orlantha no se veía nada contenta.
    —No es para tanto —replicó—, era mi deber hacerlo.
    Ella quiso separarse de él, pero Nathan sólo la acercó más hacia sí.
    —Nunca vuelvas a decir que tu vida no es para tanto —dijo él, inclinando su rostro hacia el de ella.
    —De acuerdo, lo que digas —Arianna logró zafarse de su agarre. Lo convenció de que se encontraba lo suficientemente bien como para caminar sin ayuda, pero cuando llegó el momento de regresar a la mansión, él no le permitió subirse al caballo.
    —Irás conmigo, no creo que puedas cabalgar herida.
    Arianna protestó, pero no pudo hacerle cambiar de parecer. Orlantha también intervino, sólo que los argumentos de ella tenían la secreta intención de mantener alejada a la joven de su hijo; le sugirió que sería mejor que alguno de los otros guardianes la llevara, pero ni siquiera los argumentos o la mirada severa con que la reina los acentuaba tuvo éxito alguno en disuadir al príncipe.

    El incendio provocó varias reacciones: el rey se encontraba furioso y exigió que se redoblara la seguridad en las calles y en el Instituto, mientras que los habitantes de Fatum ya no miraban con ojos tranquilos a su reino.
    Sin embargo, como ocurría con cualquier suceso después de que el tiempo lo empolvase, el acontecimiento, si bien no fue olvidado, era tomado con menos importancia que al principio. El responsable no había sido capturado, pero tampoco daba muestras de vida, así que, pasaron unos meses y esa noticia fue reemplazada por otra: el cumpleaños de Giselle.
    Aquella fiesta no sólo estaba presente en los pensamientos de la reina; quien no podía esperar para que fuera ese día e invitar a todas las familias importantes y poder presentarle a su hijo a todas las jóvenes solteras. Si bien la molestaba toda la atención que Nathan le daba a la plebeya, la guardiana de Giselle, creía, firmemente, que tan pronto como un hada noble se presentara ante él, recapacitaría y olvidaría su capricho por Arianna.
    La princesa era la más feliz por este acontecimiento; había ido con una de las mejores diseñadoras de todo el reino y al fin, después de diez días, se probó un vestido rosa, hermoso. Con mangas largas y estilizadas, que casi le cubrían las manos, y unas piedras brillantes en el cinturón magenta, y una elegante falda que caía sobre sus zapatillas. Para la fecha, su madre le había mandado a hacer, también, una tiara de azaleas rosa pálido; en las que uno de sus pétalos se dibujaban pequeñas motas, como pecas magenta, esparcidas al centro del mismo.
    Los sirvientes andaban de un lado a otro, acomodando el salón de baile y trasladando los instrumentos para que los músicos pudieran disponer de ellos el día de la fiesta. Las clases de piano, como era de esperarse, tuvieron que trasladarse a dicho salón; sólo que ahora tenían que ser más tarde, cuando la servidumbre descansaba y dejaban en lugar solo.
    Arianna se maravillaba al ver los tres candelabros de oro sobre su cabeza, y las nuevas cortinas de color beige, con bordado de figuras elegantes que brillaban cálidas, como los rayos solares, cada vez que un poco de luz inundaba la habitación.
    Para esas fechas, su brazo ya estaba completamente curado y sólo quedaba una débil línea rosa cerca del codo, como un recuerdo de aquel incendio. Así que Arianna pudo acceder a las peticiones de la princesa y enseñarle la melodía que tanto deseaba; se quedaban varias horas frente al piano, en las que Giselle ya había conseguido progresos bastante buenos, pero aun le faltaba velocidad para reproducir la pieza completa y que sonara con armonía. Ella esperaba tenerla lista para su cumpleaños e impresionar a sus padres. Arianna, por otra parte, estaba preocupada porque los reyes, después de escuchar tocar a su hija, se preguntaran quién la había enseñado y cuando lo averiguaran, se molestasen con ella.
    Nathan volvió a asistir a las clases de piano, a veces Arianna se incomodaba, pues sentía la mirada del príncipe fija en su rostro, sin embargo, pretendía ignorarlo concentrándose en cada nota que le enseñaba a Giselle. Después del incendio, Nathan había olvidado por completo que estaba molesto con ella y le había vuelto a hablar, Arianna, quien también había estado enfadada, estaba ahora tan ocupada que decidió dejar el enojo a un lado y permitir que su relación volviera a ser como antes. Aunque, ahora que lo meditaba, no estaba muy segura que clase de relación había entre el príncipe y ella; si se lo preguntaba, diría que era algo parecido a la amistad, mas, cuando él la hacía desesperar al grado de hacerla gruñir, ya no estaba tan segura.
    Días antes de la fiesta, la diseñadora le dio un hermoso vestido, que si bien era mucho más sencillo que el de la princesa, era lo más elegante que ella se había probado. Era de una tela ligera, casi vaporosa, que llegaba hasta el suelo, brillando de un llamativo color esmeralda, con mangas largas y un cinturón de una tonalidad más oscura. Quiso protestar y decirle que iría como guardiana, con un pantalón y blusa (vestimenta a la que ella estaba muy familiarizada), e intentó devolverlo, pero el hada negó con la cabeza y le informó que Orlantha no permitía a ningún miembro de su corte vestido con andrajos en una ceremonia real.
    Con un resignado suspiro, agradeció por el vestido y lo guardó en sus habitaciones.
    En la mañana, el día de la fiesta, la mansión era un ir y venir de hadas, que se desvivían, dando los últimos toques a la decoración. Giselle brincaba de un lado a otro, casi cantando de alegría, pues era la primera vez que los reyes pasaban tanto tiempo en casa.
    Arianna se vistió horas más tarde, se sentía algo incómoda con un vestido, pues no estaba acostumbrada a usarlos, pero no podía dejar de maravillarse de lo elegante que era. Dejó que su cabello lacio cayera sobre sus hombros; el color avellana hacía un maravilloso contraste con el verde de la tela, de manera que hacía a su tez resplandecer.
    Giselle entró en ese momento y la sacó de sus reflexiones.
    —¡Te ves hermosa! —exclamó la niña.
    —Gracias —dijo ella—, pero tú te ves mucho mejor.
    La princesa le mostró un destellante cepillo de oro, en el mango tenía los símbolos de la familia real de las hadas. Se acercó a Arianna, con unos sus rizos rubios enroscándose adorablemente sobre su cabeza, completamente desordenados.
    —¿Me peinas?
    Arianna asintió, sonriendo.
    Después de mucho pensar, terminó por hacerle una trenza con la mitad superior de su cabello y dejar el resto suelto, cuando acomodó todos los mechones se dedicó a ponerle la tiara en la frente.
    —¡Perfecta! —exclamó la guardiana.

    Las familias comenzaron a llegar cuando el cielo se oscureció, las estrellas brillaban sobre la mansión real y las caravanas de invitados giraban la cabeza al cielo, admirando la bóveda celeste, antes de llegar al pórtico.
    Cuando todos estuvieron presentes, tal como marcaba la tradición de la nobleza, Giselle bajó las escaleras y todos aplaudieron cuando llegó al último escalón. Después salieron del vestíbulo y se dirigieron al resplandeciente salón de baile. Arianna, caminando al lado de la princesa, se volvió a asombrar por los pisos brillantes y la hermosa mesa de aperitivos, junto a la larga y rebosante mesa de regalos. Giselle quiso dirigirse a ésta última, pero ella le recordó que los presentes no se tocaban hasta que la fiesta terminara.
    No muy lejos de ellas, Orlantha hablaba con su hijo y lo llevaba de familia en familia, haciendo todas las presentaciones correspondientes. Arianna sonrió al ver el ceño fruncido de él, pues parecía no estar muy cómodo con todo aquello. Lo que no pudo negar, era que lucía muy apuesto en su traje verde oscuro, como el que lo había visto llevar el día del incendio, y los hermosos botones de oro en un costado, formando una ristra deslumbrante. Se rió un poco más, al darse cuenta que, aún cuando los tonos eran distintos, el color era el mismo; parecía que iba a juego con él.
    Los reyes iban de azul; Orlantha llevaba un vestido sin mangas, su piel blanca resplandecía bajo las luces, haciéndola ver más bella que nunca e Imre traía un traje muy parecido al de su hijo, que le daba aún más autoridad a cada paso que daba.
    Estaba tan distraía, siguiendo el paso de los reyes por el salón, que no se percató que Nathan ya se había separado de su madre y se había acercado a ella.
    —Te ves preciosa.
    Arianna levantó la vista y encontró los ojos del príncipe, iluminados por una nueva luz que ella no supo cómo interpretar.
    —Gracias, tú no luces mal.
    Él arqueó una ceja, pero sonrió. Inclinándose hacia ella, extendió el brazo y pasó sus dedos por su rostro y luego los enredó en un mechón de su cabello.
    Arianna se ruborizó y retrocedió dos pasos.
    El príncipe parecía querer decir algo más, pero en ese momento su madre lo llamó. A regañadientes, se alejó de ella.
    La música comenzó a sonar; Imre fue el primero en bailar con Giselle; la tomó entre sus brazos y giraron en la pista, mientras las demás parejas se les unían. Después tocó el turno del príncipe, quien también la alzó y permitió a su padre unirse con la reina.
    Arianna observaba, de pie, como el resto de los guardianes; estaba un poco aburrida, pero le gustaba ver a Giselle sonreír tanto.
    Después de que Nathan la dejó en el suelo, Arianna pudo ver los rostros de las jóvenes hadas, expectantes, ansiando ser la primera en bailar con el príncipe. Entonces, tan sumergida en sus pensamientos como se encontraba, apenas notó cuando él se detuvo frente a ella, hizo una leve inclinación y extendió el brazo.
    De pronto, era como si todas las miradas estuvieran sobre ella, casi creía ver a las hadas jóvenes, observándola con asombro, era como si los presentes hubiesen decidido contener el aliento al mismo tiempo.
    —¿Quieres bailar conmigo?
     
  4.  
    Shennya

    Shennya Entusiasta

    Leo
    Miembro desde:
    25 Septiembre 2011
    Mensajes:
    62
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Eterna
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    7
     
    Palabras:
    5183
    4
    La traición

    Muchas miradas envenenadas bulleron en el salón, hasta creyó ver un destello de disgusto en los ojos de la reina; se preguntó si eso se debía a que, como guardiana, no podía permitirse ninguna distracción.
    —No puedo —murmuró—, debo estar alerta para cuidar a tu hermana.
    El príncipe arqueó una ceja.
    —Tienes que relajarte un poco, estoy seguro que bailar una pieza no te hará daño —insistió—. Además, no creo que te atrevas a rechazarme en frente de todos ¿o sí?
    Tenía razón, decirle que no a un príncipe, sobre todo en un evento como ése, podría hacer que se ganara la desaprobación de todos los invitados.
    —De acuerdo.
    Sin embargo, no fue sólo una pieza la que bailaron; Arianna perdió el sentido del tiempo en cada vuelta que le daban a la pista pues, aunque le costara admitirlo, se estaba divirtiendo mucho con el príncipe. De pronto, la guardiana sitió que alguien tiraba de su vestido, se detuvo e inclinó su cabeza; Giselle extendía los brazos hacia ellos. Con una sonrisa, Nathan la levantó y la cargó con una mano, mientras que con la otra tomaba la de Arianna.
    Poco después, Giselle detuvo el baile, anunciando que quería tocar el piano. Los invitados se sentaron en sus respectivas mesas y los músicos detuvieron su melodía para observar a la niña acercarse al centro del salón.
    Finalmente, tras hacer una inclinación, la princesa se sentó frente al piano y anunció que dedicaría la melodía a sus padres.
    Arianna sonrió, a la espera; estaba de pie, al fondo del salón con el resto de los guardianes. Se sentía orgullosa del progreso de su pequeña alumna y, cuando la niña comenzó a pasar sus inquietos dedos sobre las teclas, se maravilló por el hermoso sonido que inundó el lugar.
    Cerró los ojos y dejó que las notas la llevaran al pasado; a las tardes en que su padre se quedaba en casa y tocaba para alegrarla. Recordaba el brillo de sus ojos verdes, tan parecidos a los de ella, y su sonrisa radiante mientras la sentaba a su lado y le decía que Meryha y ella eran lo más hermoso que tenía en su vida.
    Gotas cálidas se escaparon de sus ojos y comenzaron a descender por sus mejillas, levantó el brazo para limpiárselas, pero una mano se las retiró suavemente.
    Abrió los ojos y notó al príncipe, de pie junto a ella.
    —¿Qué ocurre? —parecía en verdad preocupado.
    —Sólo… me acordé de mi padre.
    Nathan bajó la mano y entrelazó los dedos con los de ella. En ese momento, los invitados se levantaron y aplaudieron, entusiasmados, a la princesa.
    —Aprende rápido —comentó Arianna, volviendo a sonreír.
    —Tuvo una excelente maestra —agregó Nathan, besando su mano.

    Los invitados se fueron poco después de la media noche; la familia real se encargó de despedirlos a todos y sólo pudieron descansar hasta que último salió por la gran puerta de la entrada.
    Una vez que el ajetreo de la limpieza terminó y la oscuridad volvió a sumergir a la mansión, Arianna se dirigió a la habitación de la princesa para asegurarse que se encontraba bien. Y sí vio a Giselle, pero estaba acompañada por su madre. La reina casi no acostumbraba arropar a su hija, de hecho, era la primera vez que Arianna la veía tanto tiempo con la niña. Decidida a no interrumpir el momento, regreso el camino andado y se entró en su habitación.
    Sin embargo, minutos después, escuchó que alguien golpeaba su puerta con suavidad.
    —Pase.
    El hermoso rostro de la reina se asomó en el umbral. Arianna, asombrada, se levantó con torpeza e hizo una reverencia.
    —¿Qué desea, su majestad?
    Orlantha no respondió a la pregunta inmediatamente, sino que agarró una silla —lacolchada en el asiento y tallada finamente en el respaldo—, la acercó a la cama y se sentó sobre ella.
    —Lo que te diré es muy importante, así que espero me pongas mucha atención.
    La joven hada, tan intrigada como preocupada, asintió obedientemente.
    —Quiero que te alejes de mi hijo.
    Arianna parpadeó varias veces, sorprendida.
    —No comprendo…
    Orlantha hizo un movimiento con la mano, callándola.
    —Nathan ha estado últimamente muy cercano a ti, pero créeme, su gusto, capricho, embelesamiento o como quieras llamarle, durará poco y no quiero que después hagas un escándalo de todo esto.
    —Perdone, su majestad, pero creo que ha malinterpretado las cosas, el príncipe y yo no tenemos ninguna relación como a la que usted se refiere. De hecho, ninguno de los dos ha visto al otro de esa manera, nunca.
    Los ojos de Orlatha se habían vuelto fríos, escrutándola de pies a cabeza sin misericordia, como si quisiera sacarle todos sus secretos con una mirada.
    —Tal vez tu caso no sea así —dijo, después de un rato—, pero debo decirte, yo que he tratado con Nathan por más de dos siglos y lo conozco, que te equivocas con respecto a él. Lo confirmé en la fiesta: él está interesado en ti.
    Arianna aún lo dudaba, pero no hizo nada por negárselo a la soberana.
    —Claro —agregó rápidamente—, como te dije, eso se le pasará. Sin embargo, es mejor que pongas distancia, primero, porque eres una guardiana y tu trato hacia toda nuestra familia debe ser únicamente de trabajo y, segundo, para no hacerle perder más su tiempo a mi hijo. En las semanas que desperdiciaría a tu lado, puede encontrar a una joven de su posición social.
    La guardiana ni siquiera se movió, no sabía si sentirse confundida, asombrada u ofendida por todo aquello.
    —El reino merece líderes de sangre noble —continuó la reina—. ¿No lo crees así? Porque, hay que aceptarlo, tú sólo estás hecha para protegernos y, para dirigir una nación se necesita más que sólo saber controlar los elementos y defenderse. Una futura princesa, una consorte, debe ser alguien que descienda de una familia importante, no una huérfana de clase media.
    En un acto reflejo, Arianna colocó la mano en su pecho, justo sobre su inquieto corazón. Nada la había herido tanto como el hecho de que Orlantha le recordara la ausencia de sus padres. Bajó la mirada, para que la reina no observara sus ojos acuosos, desesperados por llorar.
    —No se preocupe, su alteza —soltó, con una voz que salió hueca de sus labios. Bajó la mano y la unió con la otra, sobre su regazo—, haré lo que me pide.
    —Me alegra que nos hayamos entendido.
    Arianna la escuchó levantarse y, como no se atrevió a levantar la vista de nuevo, sólo pudo ver cómo la tela del vestido de la reina casi flotaba detrás de ella y se perdía al cruzar el umbral.

    Con siete años cumplidos, a Giselle no le faltaba mucho para ascender de nivel; se preparó durante dos semanas, entrenando en el jardín de la mansión, para su prueba final. Intentó con muchas semillas de distintos árboles y plantas; juntado sus manos sobre ellas hasta que brotaban los tallos verdes y, en ocasiones muy afortunadas, emergía algún color vistoso en forma de capullo. Arianna observaba sus intentos, aconsejándola en todo lo que podía. Y se divertía mucho, también, pues la paciencia no era una de las virtudes de la princesa y, con bastante frecuencia, hacía sus mohines con los labios y se cruzaba de brazos, bufando y resoplando porque algo no le había salido bien.
    Al final de la temporada de entrenamiento, el jardín había quedado con una mezcla confusa y nada armoniosa de plantas a inicios y mediados de su crecimiento.
    Sin embargo, eso terminó pronto y el día del examen llegó. Giselle duró gran parte de la mañana deambulando de un lugar a otro —subiendo y bajando escaleras mayoritariamente— y lanzaba tormentosas miradas a su guardiana. Y, para colmo, terminaron por enterarse que Nathan había sido invitado como juez en la prueba.
    —No seas demasiado severo con ella —le había advertido Arianna, antes de verlo dirigirse a la puerta.
    Nathan se giró hacia ella y arqueó las cejas, fingiendo estar extrañado.
    —¿Disculpa? ¿Me hablabas a mí? —el príncipe giró la cabeza, como si esperara encontrar a alguien más a su lado. Ni siquiera se encontraba su guardián, aunque Arianna supuso que ya se estaría fuera de la casa, esperándolo—. Lo siento, la falta de costumbre… como hace tanto tiempo que te las ingenias para ignorarme…
    Ni siquiera terminó de hablar, porque salió de la mansión, azotando la puerta tras de sí.
    Arianna sabía que aquello pasaría; Nathan tarde o temprano se daría cuenta que lo evitaba a propósito, pero era mejor así, tal como lo deseaba la reina.

    La princesa y ella llegaron al atardecer al Instituto, justo a la hora en que fueron citados todos los alumnos de cuarto nivel; había un gran coro de cabecitas alrededor de una mesa blanca, que se encontraba justo en el centro del patio de práctica. No muy lejos de ahí, como Arianna pudo comprobar al acercarse, se encontraba otra mesa, pero ésta era alargada y, ante ella se encontraban los catedráticos y, en el centro de esa ristra, el príncipe.
    Debido a la jerarquía social, la princesa sería la primera en presentar la prueba y, aunque los profesores le dieran su puntaje, por costumbre y educación, debía esperar a que el resto de sus compañeros terminara.
    La prueba consistía en hacer germinar una semilla hasta su florecimiento, y Giselle lo hizo bastante bien, según pudo observar Arianna, ya que, después de unos minutos, se vio emerger de la hierba unas hermosas rosas rojas. Claro, sólo había quedado un botón sin abrirse, pero la guardiana estaba segura que nadie lo haría mejor que ella. Los puntajes estuvieron magníficos, sólo el de Nathan estuvo bajo, lo que hizo que la niña se desanimara un poco, pero Arianna trató de convencerla que había tenido una presentación excelente.
    Más tarde tendría una charla con Nathan, se prometió la guardiana, enfurecida. Ignorando la advertencia que le había hecho Orlantha.
    Como suponía, no hubo alumno que superara a Giselle. Una de las haditas, nerviosa, había exagerado su concentración y las flores se marchitaron, ante sus angustiados ojos. Otro, un varón, se rindió antes de que sus botones comenzaran a abrirse. Y, observando todo esto, el buen humor de la princesa regresó a su rostro.
    Al finalizar, entre aplausos y felicitaciones, se anunció que todos los cursantes (salvo uno) lograron ascender a quinto. Después de que Giselle se despidiera de sus instructores, se abrazó a Arianna y le pidió que la llevara a casa.

    Cuando se aseguró que la princesa estuviera dormida, Arianna se sentó en la sala y esperó a que Nathan hiciera su aparición, como esperaba, él no tardó en llegar. Al verlo, ella se levantó y se cruzó de brazos, plantándose en frente para que no pudiera escaparse a ningún otro lugar.
    Creyó ver que algo de diversión cruzaba por los ojos del príncipe, pero fue un destello tan rápido que decidió ignorarlo.
    —Ella se merecía un mejor puntaje.
    —Soy su hermano, si le daba una buena nota, el resto de los alumnos creería que la favorezco.
    Arianna resopló.
    El príncipe dio dos pasos adelante, frunciendo el ceño.
    —Además, ese no es asunto tuyo. No entiendo porque, de pronto, vuelves a hablar conmigo.
    Tomó su mano y tiró de ella hacia sí.
    —¿Por qué me haces esto? Explícame, porque no te entiendo, lo intento, pero no puedo.
    Arianna quiso alejarse de él, mas todo lo que consiguió con sus protestas y movimientos bruscos fue que Nathan se inclinara más cerca. Apoyó la frente en la suya, fijó los ojos color avellana en ella, buscando ansiosamente una respuesta en su rostro.
    —Tienes razón —con un movimiento, logró apartarse—, esos asuntos no me conciernen, después de todo yo sólo soy una guardiana y me encargo de la seguridad de tu hermana, no de resolver sus problemas.
    Sin esperar respuesta, subió la escalera y se encerró en sus habitaciones.

    El temporal de lluvias regresó y con él las obligaciones de los reyes aumentaron. Arianna ya no los veía ni siquiera en la noche y, si no fuera porque un hada de servidumbre le aseguraba que regresaban en la madrugada, la guardiana pensaría que duraban semanas sin pararse por la mansión. El príncipe también se ausentaba mucho tiempo y ella estaba tranquila por ello, ya que le hacía mucho más sencillo cumplir con la voluntad de la reina.
    Giselle, por otro lado, se veía más decaída conforme pasaban los días, pues, aunque no lo admitiera, la ausencia de Imre y Orlantha la afectaba demasiado. Arianna intentó animarla, tocando nuevas piezas musicales para ella y ayudándola con los proyectos que le dejaban en el Instituto, pero nada parecía mejorar su humor.
    Un atardecer gris, los reyes acudieron a las habitaciones de Giselle y se despidieron de ella, anunciándole que regresarían hasta el día siguiente en la noche. La princesa quiso saber que tanto tenían que hacer, pero Orlantha, un poco desesperada, le contestó con brusquedad que eran asuntos políticos que no le concernían a ella.
    Nathan también tendría que acompañar a sus padres, sólo que él se quedó unos minutos más, para consolar a su hermana y prometerle un hermoso regalo a su regreso.
    Arianna esperaba, con la mirada hacia el suelo, detrás del umbral. Cuando el príncipe terminó de despedirse, se dirigió a ella. Como costumbre, la guardiana intentó evitarlo y bajó las escaleras apresuradamente, pero antes de pisar el último escalón, él la detuvo del brazo.
    —Cuídala mucho.
    Ella asintió. Quiso alejarse, pero Nathan le acarició el rostro y sonrió.
    —Espero que también cuides de ti misma —continuó—, no me gustaría que nada les ocurriera a ninguna de las dos.
    Arianna abrió la boca para protestar, pero él se inclinó hacia ella y la besó en la frente. Y, sin permitirle reaccionar, se alejó de ella, hacia un paisaje airoso, en cuyo cielo se auguraba una fuerte tormenta.
    Las predicciones se cumplieron al anochecer; el rumor de las hojas siendo arrastradas por una ventisca furiosa, resonaba por toda la casa. En los ventanales golpeaban las gotas frías y constantes, el olor a tierra húmeda entraba por las rendijas y llenaba los pulmones de Arianna. Por fortuna, debido al frío y a la tristeza, la princesa no tardó en sumergirse en un sueño profundo. Y la guardiana, completamente agotada, no tardó en llegar a sus habitaciones y dejarse caer en el colchón.
    Sin embargo, por más que lo intentó, el sueño no llegó a ella. Había algo en el anochecer; quizás las luces azules que se asomaban por la ventana o el fuerte tronido que las seguía o tal vez era sólo el ambiente de depresión; el llanto del cielo, recordándole lo sola que sentía. Eran días como ése, que las memorias la torturaban hasta hacerla llorar; cuando el sonido de unas notas del piano o la voz de su madre, enterrada en sus pensamientos, no eran suficiente consuelo para llenar el vacío que le hería tan profundamente.
    La cama ya no parecía tan cómoda como antes; se removía entre las sábanas, intentando calmar sus pensamientos, mas todo lo que consiguió fue provocar que los rostros de sus padres aparecieran en su mente, una y otra vez.
    Inquieta, se levantó y salió de la habitación. El pasillo estaba sumergido en penumbras, que rara vez se despejaban con los constantes destellos de los rayos. Con cuidado, asegurándose de hacer el menor ruido posible, se deslizó hasta las escaleras y llegó al gran comedor, esperando poder despejar su mente con un poco de agua. Estaba por llegar a la cocina, cuando un ruido fuera de lugar llegó hasta sus oídos; era una especie de grito, casi un chillido agudo que hizo a su piel se erizarse. Un relámpago le siguió a continuación. A pesar de que el ambiente estaba inundado de sonidos de tormenta, estaba completamente segura que aquel chillido no había sido producto de la naturaleza.
    Algo andaba mal, lo presentía.
    Sin perder tiempo, regresó sus pasos y casi choca con una figura oscura al aproximarse a las escaleras. Alarmada, estaba a punto de golpearla, cuando su rostro se reveló por la luz de un relámpago y la reconoció como una de las mucamas. El hada abrió los ojos, nerviosa y sorprendida, al encontrarse con ella. Estrujó el delantal que le colgaba sobre la falda y tragó, como si algo le molestara en la garganta.
    —Señorita Arianna —balbuceó—, yo sólo… quería saber si la niña Giselle se encontraba bien, es que…
    La guardiana no le permitió hablar.
    —¿Tú también escuchaste ese sonido, no es cierto?
    —Ehh… —la mucama no parecía tener cabeza para concentrarse—, sí, eso es.
    Arianna no esperó que continuara con su perorata y subió a zancadas la escalera, se dirigió al cuarto de la princesa y comprobó que seguía durmiendo plácidamente.
    —Tal vez sólo nos pusimos nerviosas por la tormenta y lo imaginamos todo —aventuró el hada, ansiosa.
    La guardiana negó con la cabeza; algo se sentía raro… peligroso. Se acercó a la cama de Giselle y, con mucho cuidado, la agitó del hombro. Tenía que despertarla.
    Los ojos de la niña se abrieron, renuentes, un quejido de protesta se escapó de sus labios.
    —¿Qué ocurre?
    —No lo sé, pero es mejor que permanezcas despierta.
    Arianna intentó mantener su voz neutral para no asustar a la niña, pero algo en sus ojos debió delatarla, porque Giselle se incorporó y asintió, tirando de las cobijas, como si pudieran protegerla.
    —Iré a preguntarle a los centinelas —le informó—, tú quédate aquí hasta que yo regrese.
    —¡Yo puedo quedarme con ella! —exclamó la mucama, de pronto.
    —De acuerdo, pero deben cerrar la puerta con llave y —se acercó a la pared y la golpeó dos veces, después de unos segundos, volvió a tocar otras dos— si no escuchan este sonido no abran por ningún motivo. Regresaré pronto.
    —Cuídate —escuchó que le decía la princesa antes de que pudiera cruzar el umbral.
    Llegó al vestíbulo con el corazón desbocado, antes de abrir la puerta y enfrentarse a la violenta lluvia, supo que encontraría algo desastroso. Buscó a los centinelas, sabía que se encontrarían resguardados de la tormenta, en algún lugar de la construcción que pudiera cubrirlos, pero no encontró a nadie. Inspeccionó el jardín, ignorando el frío que se colaba por su espalda y las gotas que empapaban su cabello y ropa. Entonces, cuando llegó hasta la fuente de piedra lo vio: una mancha brillante sobre la hierba. Se inclinó y la tocó con sus dedos, estaba tibia. La oscuridad que se teñía en el exterior le había impedido distinguirla, sin embargo, ahora que la tenía cerca de sus ojos, supo lo que era.
    Sangre.
    Miró a su alrededor y vio más manchas, seguían un camino hasta detenerse junto a un cuerpo, que apenas se movía. Arianna se acercó y se inclinó hacia él: era uno de los centinelas que custodiaban la mansión.
    El hada la observó a los ojos, fijamente, sus labios estaban casi blancos, pero parecían moverse con ansiedad, como si quisieran decirle algo. Una terrible herida se dibujaba desde su hombro hasta el nacimiento de su cadera, parecía como si su piel hubiera sido desgarrada.
    —¿Quién hizo esto? ¿Dónde están el resto de los guardias? —cuestionó.
    Él sólo tuvo energía para responder a su última pregunta:
    —Mis compañeros están muertos.
    Entonces, su pecho dejó de moverse, los ojos se quedaron viendo algún punto en la nada y su cabeza cayó, pesada, a su costado.
    Arianna se levantó y volvió a la mansión, corriendo con todas sus fuerzas; tenía que sacar a la princesa y debía hacerlo en ese momento.
    Sus pies fueron dejando un rastro húmedo tras de sí, el cabello caía pesado y estilando agua sobre su espalda. La madera de los escalones se quejó bajo su rápido andar; algo le pesaba en el corazón y le hacía ver la cima muy alejada. Por fin, logró llegar al pasillo y el alma se le cayó a los pies cuando se dio cuenta que la puerta de la princesa se encontraba entreabierta. Corrió hasta la habitación y entró con brusquedad llamando a Giselle. Afortunadamente, escuchó los gemidos de la niña; se encontraba en el suelo, echa un ovillo cerca de la pared, aferrando la cobija a su pecho.
    —¿Qué tienes? —Arianna se arrodilló junto a ella, preocupada.
    La princesa negó con la cabeza.
    —Nada, sólo que Maritza me dejó.
    La guardiana apretó los puños con furia; no podía creer que la hubiera dejado sola, siendo que le había dicho lo contrario.
    —¿Por qué?
    —No sé.
    —Eso ya no importa —tomó a la niña en sus brazos y se levantó—. Tenemos que salir de aquí.
    Giselle rodeó el cuello de la guardiana con sus brazos y asintió, temblando.
    Estaban por llegar a las escaleras, cuando un ruido abajo le advirtió a Arianna que los intrusos ya habían entrado en la casa. Se dio media vuelta. Recordando que existían unas escaleras secundarias, las que había descubierto una de las veces que Giselle se escondió de ella, las cuales conducían al estudio; caminó hasta la habitación central, la de los reyes. Pasó la cama, una mesa negra y el armario, pues junto a éste se encontraba una puerta, cuyo pomo dorado brillaba en la oscuridad. Sin pensarlo, lo giró y se adentró en el estrecho tramo de escaleras. Se escuchó el sonido de sus apresurados pasos, rebotando en las paredes con un eco de mal augurio. La respiración de la princesa sonaba como un gemido agitado, mientras que la suya ya se entrecortaba por el cansancio y el miedo.
    Por fin, alcanzó a ver el gran estante lleno de libros y el escritorio con la silla negra. Varios sillones café se entornaban alrededor de una mesa con un florero, todo descansando sobre la alfombra verde del estudio.
    Se giró hacia la puerta, pero se detuvo bruscamente; tres pares de ojos la observaban, destellando con cruel malicia.
    —Vaya, tardaste un poco —dijo uno de los intrusos. Su piel pálida y su cabello rubio lucían anormales a la luz de los rayos. Una sonrisa se dibujó en su rostro, mostrando unos dientes perfectos y blancos—. Te esperábamos con impaciencia.
    Uno de los otros se rió, tenía un cabello largo y negro, amarrado en una firme cola de caballo detrás de su cráneo, mechas rojas se alcanzaban a ver claramente iniciando cerca de su frente.
    Las luces se encendieron y Arianna pudo ver que estaban vestidos de forma extraña; con ropas oscuras y hechas de cuero, algo que no se acostumbraba ver en Fatum.
    Mientras dejaba a Giselle en el suelo y la ponía detrás de sí, se preguntó cómo era que se habían enterado del camino que tomaría; las escaleras secundarias al estudio eran una parte casi secreta, ni siquiera entrando al estudio se podían notar, a menos que abrieras la puerta, que estaba medio escondida detrás del gran librero.
    —Les dije que vendrían por aquí.
    Lamentablemente, eso respondió su interrogante; Maritza había aparecido detrás de ellos y le hablaba al rubio, quien parecía ser el líder del pequeño grupo.
    —Quiero mi oro —la mucama extendió una mano hacia el intruso.
    —¿Cómo pudiste? —le gritó Arianna.
    Ella ni siquiera la volteó a ver.
    —Tu pago, por supuesto —sonrió él, se giró hacia el de cabello negro—. Cirus, encárgate.
    El aludido asintió y, en un movimiento tan rápido que Arianna no pudo verlo, agarró a Maritza por el cuello. Giró la cabeza de ella bruscamente y se escuchó un terrible chasquido. La mucama ni siquiera tuvo tiempo de gritar, el intruso la soltó y el cuerpo del hada cayó al suelo con fuerza.
    Giselle gritó.
    Intentando olvidar todo lo que había presenciado y concentrándose únicamente en escapar, aprovechó la distracción e invocó al viento. Extendió los brazos y, antes de que alguno pudiera moverse, un aire furioso se formó en la habitación y golpeó a los tres en el pecho. Cayeron como plomo hasta el suelo. Arianna tomó la mano de la princesa y corrió hacia la entrada, lamentablemente, cuando estaba por llegar al umbral, uno de ellos le bloqueó el paso. Sus ojos azules se burlaron de ella.
    —Podemos hacerlo de la manera fácil, cariño —le dijo el rubio, colocándose en frente de ella, junto a su compañero-, sólo dame a la pequeña.
    En lugar de responder, concentró toda su energía y, juntando sus manos, empezó a sentir que un cálido soplo se formaba entre ellas. Las empezó a separar lentamente, notando la luz llameante que iba aumentando de tamaño conforme sus manos se distanciaban. Una mezcla de feroces colores rojos, naranjas y amarillos giraba, formando una esfera latiente. Empujó las llamas hacia delante y la esfera se desenvolvió, creando una línea de fuego que casi golpea al rubio en el rostro, sino fuera porque su sorprendente velocidad lo salvó en última instancia. Apenas y las llamas habían alcanzado a lamerle el pecho, el resto de la llamarada cayó detrás de él, pero se extinguió antes de tocar el sofá. Arianna no había podido mantenerlas encendidas por mucho tiempo.
    Estaba agotada y no había conseguido hacerle un daño mortal. Sólo lo vio inclinarse con dolor y tocarse el pecho; la chaqueta ya se había derretido y una abertura mostraba su piel pálida, con una herida roja sobre ella.
    —Maldita hada estúpida —escupió las palabras con desprecio—, pagarás por esto.
    Hizo un movimiento de cabeza y uno de sus compañeros se lanzó sobre ella; la golpeó en el estómago y eso fue todo lo que necesitó para salir volando varios metros lejos de él, cayó al suelo con fuerza, sintiendo que todos sus huesos se estremecían bajo su piel.
    Desde la posición en la que se encontraba, alcanzó a ver que los intrusos se acercaban a la princesa. Arianna reunió todas las fuerzas que le quedaban y se levantó. Corrió hacia el líder y se aferró a su cuello. Con un movimiento rápido, sacó el pequeño cuchillo de hierro que siempre cargaba con ella, para utilizarlo en un desesperado intento por evitar que se llevaran a la princesa. Levantó su brazo y le hizo una herida profunda en el cuello. Él se quejó y, tras sacudirla ferozmente, la tiró al suelo.
    Sin embargo, cuando Arianna volvió a ver la herida que se había infringido, notó que se estaba curando sola. ¡No podía ser posible! Lo había herido con el metal más peligroso para los de su estirpe y él ya no mostraba ningún rasguño.
    —¿Sorprendida? —él sonrió, mientras la levantaba—. Un simple juguetito de hierro no me hará daño.
    El cuchillo se le había caído de las manos, ahora luchaba porque algo de aire entrara a sus pulmones, pero el rubio le estaba presionando con demasiada fuerza el cuello, impidiéndole siquiera quejarse. Intentó zafarse, pero descubrió con horror que él era mucho más fuerte que ella.
    Giselle estaba llorando, pero ya casi no podía escuchar nada; la falta de aire le estaba provocando un terrible mareo, todo se estaba oscureciendo…
    —Lástima que no tengo tiempo de hacerte sufrir como mereces —dijo él, arrojándola con desprecio.
    Arianna sólo pudo sentir cuando su cuerpo chocaba con la pared y luego contra el piso. Su cabeza palpitaba y ahora su visión era borrosa.
    De pronto, la princesa dejó de llorar. Ahora se encontraba, inconsciente, sobre los brazos de uno de los intrusos.
    Algo caliente comenzó a escurrir por la nuca de Arianna, pero ya no le importaba nada, porque se llevaban a Giselle y ella ni siquiera podía moverse para evitarlo.
    —Ella está sangrando, huele delicioso —comentó uno, se acercó a ella y alcanzó a ver un destello de algo afilado surgir debajo de sus labios.
    —No hay tiempo para comer —le reprendió el rubio—, el jefe nos espera en la capital. No será fácil regresar al reino.
    Tuvo tiempo para un pensamiento coherente entre todo el desastre. Había reconstruido la imagen del último que se acercó a ella, mientras estaba en el suelo; eran colmillos lo que había visto en su boca. Era un vampiro, los tres lo eran y se habían llevado a la princesa a su reino.
    Con éste último pensamiento, Arianna no logró resistir y se dejó invadir por la oscuridad que la acechaba. Sus ojos se cerraron y no supo nada más.
     
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    Shennya

    Shennya Entusiasta

    Leo
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    25 Septiembre 2011
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    Escritora
    Título:
    Eterna
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    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    7
     
    Palabras:
    6028
    5
    El relicario, la poción y la daga
    Algo se comenzaba a dibujar ante ella, era el techo azul de alguna habitación, estaba segura que ya no se encontraba en el estudio. La noche había desaparecido, todo era claro y luminoso. Por la puerta abierta, se podía ver el inicio del barandal de la escalera. Se movió un poco, ya no se estaba en el suelo, sino en algo suave: una cama.
    —Ya se está despertando, su majestad —dijo una voz masculina, a su derecha.
    Se escucharon pasos apresurados y, acto seguido, una figura alta se acercó a ella.
    Era Nathan.
    De pronto, al ver la preocupación y el dolor en su rostro, un torrente de imágenes golpeó su mente.
    Se incorporó rápidamente, a su lado, la voz masculina le pedía que se calmara y que volviera a acostarse, pero era ya demasiado tarde, su respiración se agitaba y el corazón le latía acelerado y herido.
    —Arianna…
    El príncipe había tomado su mano, pero ella se la sacudió.
    —No hay tiempo, debemos salvarla –dijo y aunque quería salir de ahí no pudo. La habitación comenzó a girar, le dolía la cabeza-, la raptaron… Giselle…
    Se deshizo de las sábanas, luchó por ponerse en pie, una mano tiraba de su brazo y las voces le rogaban que regresara a la cama. Apenas pudo caminar dos pasos cuando todo se volvió oscuro otra vez y cayó, pero fue atrapada por unos brazos fuertes justo a tiempo.

    La segunda vez que despertó, un rostro desconocido se presentó ante sus ojos; él tenía las oscuras cejas espesas, un cabello largo y negro y una mirada penetrante. Cuando el hada tocó su frente y quitó un vendaje de su adolorido brazo, se dio cuenta que se trataba de un sanador.
    —¿Cuánto tiempo he estado aquí?
    —Un día y medio.
    Arianna abrió los ojos.
    —¿Tanto tiempo?
    El hada asintió.
    —Perdiste mucha sangre.
    La guardiana se sentó, con un rápido vistazo se dio cuenta que no había nadie más en la habitación. Sin embargo, apenas había hecho esta observación y la puerta se abrió bruscamente: los reyes habían llegado.
    El sanador se había puesto de pie para hacer una reverencia, pero ninguno de los dos le prestó atención.
    Orlantha sollozaba sobre el pecho de su cónyuge, sus hombros se estremecían entre cada lloriqueo y gemido que escapaba de sus labios. De pronto, sus ojos enrojecidos y acuosos se clavaron en el rostro de la guardiana.
    El movimiento que hizo a continuación fue tan repentino que nadie en la habitación habría podido predecirlo. Se separó de Imre y llegó hasta Arianna, la tomó de los hombros y comenzó a agitarla con violencia.
    —¿Cómo pudiste permitir que se llevaran a mi bebé?
    —Lo intenté, yo luché por ella…
    —¡No es cierto! Si hubieras hecho todo por impedirlo ahora estarías muerta, como el resto de los guardias –lágrimas de rabia surcaban el rostro de la soberana-. Tienes que hacer que me la devuelvan. ¡Hazlo! La quiero otra vez conmigo…
    Imre intervino en ese momento y consiguió separarlas. La guardiana se sentía mareada y los hombros le dolían; la reina se había aferrado con tanta fuerza a ella, que ahora tenía en la piel la marca de sus uñas.
    —A mí también me duele mucho —le dijo él a Orlantha—, pero debes controlarte.
    Con cuidado la ayudó a sentarse en una de las dos sillas negras junto a él y, cuando la reina se calmó un poco, el rey hizo lo mismo en la otra.
    —¿Puede dejarnos a solas? —cuestionó el rey, dirigiéndose al sanador.
    Éste asintió obedientemente y salió de la habitación.
    —Espero que no te encuentres demasiado cansada como para relatarnos todo lo sucedido.
    Arianna asintió.
    —Por supuesto.
    El relato tardó media hora; la guardiana se esforzó por recordar cada detalle de la pelea, creía que así encontraría algo para dar con los responsables lo más rápido posible. Aunque, algo insegura, decidió reservar para el final sus pensamientos a cerca de la raza a la que pertenecían los intrusos.
    —No puedo creer que Maritza nos haya traicionado de esa forma —comentó el rey después de un rato. Orlantha observó a la guardiana, pero no dijo una palabra, aunque sus ojos le transmitían muchas cosas a Arianna, como que no le agradaba para nada a la soberana.
    La guardiana observó al rey, pensando cuál sería la mejor forma de decirle lo que sabía… Algo le hacía creer que sería una información difícil de digerir, pero debía hablarlo cuanto antes, pues no quería ni imaginarse lo que estaría sufriendo la pequeña Giselle.
    —Fue una excelente decisión enviar a Nathan para que organizara la búsqueda por todo el reino —comentó la soberana—, si esperábamos hasta que ella despertase habríamos perdido mucho tiempo valioso.
    Arianna decidió ignorar la forma tan despectiva en la que había hablado de ella y se concentró en sacarlos de su error; no debían buscarla dentro de Fatum sino fuera, en el reino de los vampiros.
    Sin embargo, otra vez alguien tomó la palabra antes que ella.
    —Necesito ir a ayudarlo —dijo el rey.
    —Espere…
    —Vete. Yo me quedaré un rato con ella —la interrumpió Orlantha.
    Arianna quiso levantarse, pero cuando sus pies tocaron el suelo, el rey ya se había ido.
    El sanador volvió.
    Suspiró, después de todo, aún estaba la reina y podría decirle a ella.
    —No deben buscar en Fatum —le dijo, sentándose de nuevo.
    Las hermosas ceja rubias se elevaron, con más incredulidad que interés.
    —¿Dónde más podemos buscar? —cuestionó la soberana, como si la considerara una loca.
    —No fueron hadas las que secuestraron a la princesa, sino vampiros. Debe decirle al rey que…
    —¿Estás segura? ¿Cómo sabes que eran lo que dices? —exigió Orlantha, sin creerle aún—. Yo viví en los tiempos en que las tres estirpes compartían territorio y puedo asegurarte que ellos lucen igual a nosotros.
    —Sí, pero…
    —¿Cómo puedes tú saber algo? Apenas tienes veinte años, nunca has visto a ningún vampiro o licántropo.
    Arianna se quedó petrificada.
    —¿Dónde se enteró de mi edad?
    —Pedí tus archivos en la Academia de Guardianes —respondió ella— y puedo asegurarte que enterarme de tu juventud me desagradó bastante. No creía que una guardiana con tan poca edad fuera capaz de proteger a mi hija, pero la profesora Lionnely aseguró que eras muy buena en tu trabajo, así que decidí darte una oportunidad. Debo decir que siempre he confiado en su juicio, pues es muy acertado, sin embargo, en esta ocasión considero que se equivocó.
    Orlantha se levantó, furiosa y se colocó frente a ella. Un elegante dedo la señaló con desprecio.
    —Tu inexperiencia provocó que se llevaran a mi hija y estás tan desesperada por justificar tu fallo que quieres inventar lo de los vampiros, para que así todos comprendan tu debilidad, pues sabes que ellos son mucho más fuertes y más rápidos…
    —¡No es cierto! —Arianna, olvidando toda cortesía, la interrumpió. Los ojos comenzaban a arderle, las lágrimas querían escapar de ellos—. ¡Yo jamás inventaría algo en una situación así!
    —Entonces prueba lo que dices.
    La joven apretó los puños, sacudió la cabeza, desesperada.
    —No puedo —admitió con pesar—. Pero, antes de que se fueran, yo vi los colmillos de uno de ellos.
    —Pudiste imaginarlo, tu contusión era severa y estabas perdiendo mucha sangre —intervino el sanador, por primera vez.
    —¡No! —gritó—. ¡Estoy segura de lo que vi! ¡Tenemos que ir a Vampyrus a rescatarla!
    —Durante siglos, las fronteras han permanecido quietas, nunca surgió ningún intento por invadir nuestro territorio. ¿Por qué ahora? ¿Por qué mi hija?
    —No lo sé, pero pasó.
    Orlantha negó con la cabeza.
    —Cruzar significaría la muerte y, tal vez, hasta la guerra. Es ridículo que un trío de vampiros arriesgaran todo ello sólo por una niña. Lo que dices es totalmente absurdo y falso, no creo en una sola palabra tuya.
    Arianna no pudo impedir que unas gotas cristalinas y silenciosas mojaran sus mejillas.
    —¡Debe creerme, ellos la tienen!
    —No permitiré que nos guíes a un lugar equivocado, el tiempo es valioso y debemos aprovecharlo.
    —¡Por lo mismo debe escucharme! Los vampiros podrían hacerle daño…
    —Fueron los rebeldes los que hicieron esto, el incendio en el Instituto debió darnos una pista, porque sólo fue iniciado en el salón que se encontraba mi hija. Giselle sigue aquí, dentro del reino. Y me encargaré que el culpable pague con su vida.
    Si su corazón no le estuviera gritando que lo que vio fue cierto y que todo esto era obra de vampiros, comenzaría a dudar de sí misma al escuchar todas las meditaciones de la reina, pues todo lo que decía sonaba completamente lógico.
    Pero las hadas no habían causado nada de eso, fueron vampiros.
    —Su majestad, por favor…
    —¡Ya cállate! No quiero escucharte más.
    Por más que le rogó que se quedara y la dejase hablar, Orlantha dio media vuelta y salió de la habitación.
    Arianna se dejó caer al suelo, destrozada. El sanador se acercó a ella; le impidió inspeccionarla, asegurándole que se encontraba perfectamente.
    —Déjame sola.
    Una vez que lo escuchó marcharse, enterró el rostro en sus manos, intentando encontrar la forma de solucionar todo. Sin embargo, mucho de lo que le había dicho la reina la había herido tanto, que le era imposible pensar en otra cosa que el recuerdo de sus palabras. Ella tenía razón, era su culpa que Giselle fuera raptada, no había sido lo suficientemente fuerte como para protegerla…
    Arianna dejó que los sollozos que le hacían un nudo en la garganta se liberaran, no podía permitir que le ocurriera algo más a Giselle, debía rescatarla. Había sido su culpa, así que ahora tendría que solucionarlo. Y, ya que nadie le creería, tendría que hacerlo sola. Iría al reino de los vampiros, aún no sabía cómo, pero lograría cruzar la frontera y no descansaría hasta encontrarla.
    Se cambió de ropa y se acomodó el cabello en una apretada trenza, esperando que ningún mechón se saliera de lugar. Con el dorso de su mano se secó las lágrimas y cruzó el umbral, ignorando las palabras del sanador, quien intentaba disuadirla que regresara a descansar. Salió de la mansión y se dirigió a la parte del jardín trasero, dónde pastaban algunos caballos de la familia real. Llegó hasta un caballo negro y fuerte, lo acarició un momento y se subió a él. Ya no le importaban las normas de sociedad, no había tiempo para pedir prestado nada. Sólo conocía un hada que podría proporcionarle lo necesario para sobrevivir en el reino extranjero, y necesitaba un transporte rápido para llegar hasta ella.
    Por los caminos de tierra del reino, Arianna logró salir de la zona de clase alta; las hadas que andaban cerca del centro, se giraban para observarla con extrañeza, por lo menos los pocos segundos que alcanzaban a vislumbrarla, pues el caballo iba a todo galope. Pasó cerca de la plaza central; el animal tuvo que esquivar la fuente de piedra, que tenía la figura del hada que fue rey en los tiempos de la unión de las razas. Sin embargo, ésta ocasión no pudo detenerse a observar su descomunal altura, ni la forma en que extendía sus brazos, como si quisiera abarcar a todo Fatum con ellos. Tampoco escuchó el arrullador rumor del agua, que emergía frente a la estatua, dividiéndose en dos brazos acuosos que dibujaban hermosas figuras en el aire.
    De reojo alcanzó a ver su lapacho y la forma en cómo se abrazaba a la antigua casa de sus padres, pensó hacerle una visita a Eleah; necesitaba desahogarse con alguien, pero desechó esa idea rápidamente, pues el tiempo apremiaba.
    Con el pasar de los minutos, el paisaje cambió de aspecto: las casas se achicaron y los árboles de diversas clases comenzaron a predominar. Había llegado a la zona de la clase baja. Ralentizó el andar del caballo, agudizó su vista y su atención para encontrar la casa de Ishery. Finalmente, tras hacer unas cuantas preguntas a las hadas que caminaban cerca, cuyas ropas lucían desgastadas y viejas, encontró la casita de tonos naranjas y amarillos que buscaba.
    No le extrañaba que los rostros de los habitantes la observasen con nerviosismo y desconfianza, pues seguramente, por su vestimenta, había reconocido que era una guardiana. Las hadas de clase baja no ganaban el dinero suficiente como para mantenerse y, aunque el reino lo negara, todos sabían que se dedicaban a comerciar con objetos de dudosa legalidad.
    Ishery y su madre no eran la excepción, como tres años atrás Arianna lo confirmó, cuando su amiga la había invitado a su casa y le había confesado todo. Algún tiempo atrás, Ishery había estado experimentado con pociones y, un ingrediente mal mezclado, le habían provocado un terrible sonambulismo que le duró tres días. Los dos primeros no había ocurrido nada digno de mención; Ishery se había salido de la cama y había llegado hasta la cocina. El tercero, sin embargo, salió de su casa, en el apogeo de la estación blanca, y llegó hasta el lago Cellum.
    Arianna recordaba perfectamente aquella noche; el viento soplaba pequeños copos de nieve que caían sobre ella y se quedaban pegados a su cabello. Para una de sus clases del elemento tierra, debía conseguir una extraña rosa negra, que crecía debajo de la nieve y brotaba sobre ella, en raras ocasiones, buscando un poco de aire helado. Estaba segura que la encontraría cerca del lago. Cellum brillaba maravillosamente, el celeste de sus aguas, parcialmente congeladas, compartía espacio con el color del hielo y se mezclaban para destellar como una acuosa luz azul.
    Ishery habría muerto esa noche, ahogada o congelada, si Arianna no la hubiera visto saltar. Con gran esfuerzo, logró sacarla y encendió una fogata para que ambas volvieran a entrar en calor. Por fortuna, el frío y el agua en sus pulmones, habían logrado despertar al hada.
    Desde entonces, ella y su madre, sentían que le debían todo.
    La guardiana se apeó de su montura y se detuvo ante la entrada, en cuyo umbral se formaba un pequeño arco en la parte superior. Tocó suavemente a la puerta. Casi al instante se abrió y pudo encontrarse con la mirada aguamarina de la madre de Ishery. Su cabello caía, en preciosas hondas rojizas sobre unos hombros impresionantemente blancos.
    —Arianna, que gusto tenerte por aquí otra vez —dijo la voz suave, emergiendo de un rostro ovalado, de facciones tan finamente esculpidas, como una figura de porcelana.
    —Hola, Cristal.
    Cuando la guardiana entró en la casa se encontró sumergida en una cálida oscuridad; la única luz que se adentraba era la naranja del atardecer que se escabullía por las rendijas que se abrían entre las cortinas. Se sentó en un sofá rojo con adornos dorados, pero muy maltratado como para apreciarlo en su totalidad. Cristal le prometió una taza de té y se fue a llamar a su hija.
    Ishery no tardó en aparecer, era tan parecida a Cristal, sólo su cabello un poco más claro y corto podían distinguirla de su madre.
    —Me alegro mucho de verte —dijo y una sonrisa sincera se dibujó en sus labios.
    —A mi también —respondió Arianna—, sin embargo, no he venido a hacer una simple visita. Necesito un favor.
    El rostro de Ishery se contorsionó en una mueca de preocupación, pero asintió.
    —Pide lo que quieras.
    —Primero —Arianna dudó y se inclinó hacia adelante, como si temiera que alguien las escuchara— quiero saber si los… vampiros son vulnerables a algo, como nosotros al hierro.
    Su amiga parecía consternada por la pregunta, pero contestó de cualquier manera:
    —Sí, al cobre.
    —¿Tienes algún arma de ese metal que puedas darme?
    Ishery asintió.
    —Me estás poniendo nerviosa, Ari. ¿Para qué la quieres?
    —Es mejor que no sepas.
    Cristal entró en ese momento con dos tazas de humeante té y un plato lleno de pan horneado. Después de dejarlo en la mesita, se retiró.
    —Por favor dime, somos amigas ¿no? —insistió Ishery.
    Arianna se mordió el labio. Después de la reacción de la reina, ya no estaba tan segura si compartir la información sería lo mejor.
    —No me vas a creer —le advirtió.
    —Confío en ti.
    Tomó un sorbo de su té y tras un resignado suspiro, Arianna comenzó con su relato, desde que la eligieron como guardiana de Giselle hasta la noche en que la princesa fue secuestrada.
    —Fueron vampiros —agregó después de terminar. El pan ya se había terminado y las tazas ahora estaban vacías, el recipiente completamente frío, sin gota de té en su interior—. Estoy segura que se la llevaron a su reino, a la capital.
    —¿Ya les dijiste a los reyes?
    —A la reina —contestó, asintiendo con tristeza—, pero no me creyó, nadie lo hará.
    Ishery, siempre solidaria, le aseguró que ella pensaba que su historia era cierta. La guardiana se sintió profundamente agradecida con la joven.
    —Debo entrar en Vampyrus y rescatarla.
    —Eso es suicidio.
    —Lo sé.
    —No —dijo Ishery de pronto, con los ojos aguamarina brillando de angustia—, no creo que entiendas el peligro al que te expones. Sólo si pones un pie allí y alguien te ve, morirás, te matarán sin hacer preguntas, sin importarles cuando implores o cuanto ruegues por explicarte. Tal vez si esto fuera en territorio licántropo tendrías alguna posibilidad de que te escucharan y entendieran, pero no con los vampiros, de todas las estirpes, ellos son los más despiadados.
    Sabía que Ishery quería disuadirla de su plan pero, aunque todas sus palabras lograban infundirle un miedo terrible, no pudieron hacerla renunciar a buscar a Giselle.
    —No me importa.
    El hada pelirroja suspiró y la vio a los ojos.
    —De acuerdo, sólo dame esta noche para discutirlo con mi madre —dijo—, si quieres puedes dormir aquí, y mañana te daré la daga de cobre que necesitas.
    —La princesa podría estar sufriendo en estos momentos…
    —Arianna, es mejor que aceptes nuestra ayuda, quiero darte todo lo que esté a mi alcance para completes tu misión. Si te precipitas, puedes terminar muerta incluso antes de llegar a la capital de los vampiros y nadie podrá rescatar a la princesa.
    Su amiga tenía razón, por su desesperación terminaría arruinando todo.
    —Está bien —aceptó—, esperaré.
    Ishery le cedió su habitación tras asegurarle que no habría problema, pues ella dormiría al lado de su madre. Arianna protestó varias veces, diciendo que podría descansar en cualquier lugar, pero ni Cristal ni Ishery aceptaron que durmiera en el sofá de la sala.
    A la mañana siguiente, después de un desayuno de chocolate caliente, pan endulzado y jugosas frutas rojas, volvieron a retomar el tema de la noche anterior. Cristal tenía los codos apoyados en la mesa de vidrio, había estado con la cabeza mirando hacia abajo todo el tiempo en que las otras dos hadas comían y, cuando escuchó que terminaban volvió a levantar la vista.
    —Creo que puedo darte algo que te servirá mucho en tu viaje —dijo ella, de pronto—. Sin embargo, necesito que consigas algo para mí.
    Arianna, confundida por la sorpresiva petición, le digirió una inquieta mirada a su amiga. Ishery la tranquilizó, asintiendo.
    —En realidad, es algo que te servirá para encontrarla —añadió Cristal, al ver la duda impresa en el rostro de la guardiana.
    —De acuerdo —suspiró—. ¿Qué necesitas?
    —Un poco de cabello de la princesa.
    La joven guardiana arqueó las cejas.
    —¿Cómo puede eso ayudar a encontrarla?
    —Te lo explicaré después —aseguró ella—. ¿Crees que puedas conseguirlo?
    Estuvo a muy poco de sollozar, desesperada, pero en aquel momento la imagen del cepillo de oro regresó a sus recuerdos; aún debía tener suficientes hebras de cabello enredadas en sus cerdas.
    —Sí.

    Esperaba no encontrarse a nadie al retornar a la mansión pero, para su mala fortuna, fue la misma reina quien le abrió las puertas. Aún tenía ese velo de tristeza, que le enrojecía los ojos y las mejillas, sin embargo, cuando la miró directamente eso cambió a una mueca de disgusto.
    —Vengo por algunas de mis pertenencias, su majestad.
    —Llévatelo todo —dijo ella, haciéndose a un lado—. Ya no eres bienvenida en esta casa. Te quiero lejos de mi familia, sobre todo de mi hijo.
    —¿Ni siquiera ha pensado en lo que le dije a cerca del secuestro de Giselle? —insistió Arianna, por última vez.
    —Ve por tus cosas, rápido. Te esperaré aquí para ser yo misma quien cierre la puerta tras de ti —dijo, ignorando por completo su pregunta.
    El hada asintió y corrió escaleras arriba. Tomó su bolsa de tela y metió algo de ropa para varios días. No se molestó en vaciar el armario, pues no creía que pudiera viajar con tantas cosas y ni siquiera estaba segura si lo que llevaba no la haría llamar demasiado la atención en el otro reino, pues no sabía nada sobre el tipo de ropa que ellos utilizaban. También se guardó algunas monedas de oro, pues pensaba pagarles a Cristal y a su hija por la daga y los otros objetos —de los cuales aún no conocía ninguno— que le habían prometido para el viaje. Observando a su alrededor, asegurándose de que nadie más estuviera en el pasillo, se adentró en la habitación de la princesa con mucho sigilo.
    No tuvo que buscarlo, pues el cepillo brillaba sobre la madera del tocador, casi como si estuviera esperándola. Antes de meterlo en la bolsa, Arianna lo observó y se tranquilizó al comprobar los muchos hilos dorados que aún seguían pegados a él.
    Bajó lentamente, dibujando una expresión neutral en su rostro, para que la reina no se diera cuenta de lo que había hecho. Inconscientemente, al pasar junto a Orlantha, apretó la bolsa a su costado, pero la dama estaba tan decidida a ignorarla que no se percató de nada.
    —Espero no volver a encontrarme contigo y, en cuanto a Nathan, si descubro que lo sigues viendo, haré que te encierren en la mazmorra más fría y oscura de todo Fatum por un largo tiempo. ¿Entendido?
    —Lo que usted diga, su majestad —contestó, antes de cruzar el umbral.

    Al regresar a la casa de Ishery, los nervios habían aumentado a tal extremo que tuvo que tomarse otra taza de té que le ofreció Cristal.
    —Puedes arrepentirte —sugirió Ishery.
    —No puedo abandonar a Giselle —replicó. Era cierto, no podía, si se quedaba, su consciencia jamás la dejaría tranquila. El dolor sería tanto, que no tardaría en volverse loca o matarse ella misma—. No si sé que puedo hacer algo por ella.
    Cristal tomó su mano y asintió. Cuando madre e hija se aseguraron que se encontraba más calmada, la guiaron hasta la habitación de Cristal. El lugar era sencillo; con apenas una cama, dos mesitas de noche, una vieja lámpara apoyada en una de ellas, otra mesa negra y más alargada y, detrás de ella, un desgastado y polvoroso armario.
    El hada pelirroja abrió la puerta de doble hoja y retiró los muchos vestidos que colgaban de un tubo de plata. Detrás de toda la ropa, según lo que Arianna podía observar, se veía una pequeña manija dorada, la que Cristal hizo girar y reveló un alto estante lleno de diversos objetos; en su mayoría, botellas de distintos tamaños y colores. Ella comenzó a buscar y les dio la espalda, tapando casi toda la vista; muy pronto, se escuchó el tintineo del cristal al chocar con otro y varios objetos siendo removidos.
    Sacó una preciosa daga con el mango de cuero marrón, que hacía juego con la funda. Se la tendió a Arianna.
    —El arma que pediste —dijo—, es lo único que tengo de ese metal así que cuídala bien, porque sólo esta daga te protegerá contra ellos.
    —Debes de tener mucho cuidado, Ari —intervino Ishery, sin cambiar su expresión ansiosa; había intentado sonreír, pero el sólo tratar le resultaba desastroso, así que dejó de hacerlo.
    —No te preocupes, regresaré —le prometió.
    Entonces, Cristal sacó un objeto más pequeño; pendiendo de una brillante cadena, colgaba un relicario en forma de un corazón.
    —Dame algunos cabellos de la princesa.
    Sin imaginar lo que haría con ellos, Arianna sacó el cepillo y le quitó todas las hebras que pudo hasta formar un pequeño mechón rizado. Cristal lo tomó delicadamente, entre su índice y pulgar, y lo colocó dentro del relicario de oro. En cuanto volvió a cerrar el artilugio, éste fulguró durante unos segundos y se apagó.
    —Esto te servirá para encontrarla o por lo menos te ayudará bastante —dijo Cristal, se acercó a la guardiana y se lo colocó alrededor del cuello—. Nunca te lo quites.
    Arianna asintió, apretándolo entre sus dedos.
    —¿Cómo es que funciona?
    Sin embargo, en esa ocasión no fue Cristal quién respondió, sino su hija. Ishery se removió, sentada en la cama, y se dirigió a ella:
    —Cada vez que te encuentres en lugar que la princesa estuvo o algún vampiro que tuvo contacto con ella, el artefacto comenzará a latir, cómo un segundo corazón, sobre tu pecho. Y, cuando estés cerca de ella, el corazón se calentará y comenzará a brillar.
    —Por eso es más seguro que lo guardes bajo tu ropa —intervino Cristal—, no es bueno que llames la atención.
    —Si quieres saber más sobre Giselle —continuó Ishery—, sólo debes tomar el relicario en tus manos y recordarla; llegarán a ti las imágenes del lugar dónde se encuentra, pero sólo durará unos cuantos minutos y es algo realmente agotador, así que te recomiendo que no lo utilices con frecuencia, a menos que en verdad lo necesites.
    El corazón de Arianna latía fuertemente; ahora tenía un poco de esperanza, la encontraría, tenía que hacerlo. Por lo menos, sabía dónde comenzar a buscar: en la capital.
    Nuevamente, el ruido de las botellas de vidrio la sacó de sus pensamientos. Cristal había puesto varios objetos en la mesa: recipientes de vidrio con sustancia viscosas de diversos colores. Y, al final de la ristra de cosas, una botella alta, transparente y vacía. Utilizando un embudo y la habilidad de sus manos ágiles, comenzó a mezclar todos los ingredientes y verterlos en el envase. Finalmente, el líquido resultante en la botella fue un opaco azul.
    Cristal fue guardando todo lo que había utilizado y sacó una última botella; ésta era alta y amplia con un espeso contenido escarlata.
    Arianna tenía un mal presentimiento con respecto a aquella sustancia.
    —¿Qué es eso?
    Ninguna de las dos respondió, si bien Ishery le lanzó una mirada inquieta, pero se limitó a morderse el labio. Cristal vertió unas gotas de eso en la botella con el líquido azul y, después de terminar, la volvió a guardar en el armario. Tapó el envase en el que había mezclado los otros ingredientes con un corcho de madera y lo agitó hasta que el azul pasó a ser una asquerosa y espesa sustancia purpúrea.
    Sólo entonces respondió a su pregunta:
    —Era sangre de vampiro.
    Arianna se estremeció, ya estaba casi segura que, por alguna razón que ahora desconocía, terminaría bebiendo aquello. Por un momento pensó en preguntar cómo habían conseguido la sangre, pero decidió que era algo que prefería no saber.
    —Si cruzas la frontera siendo un hada y algún vampiro te descubre, te matará sin preguntar —explicó Cristal, acercándose le dejó la botella sobre el regazo—. Pero, si eres como ellos, tendrás más probabilidades de sobrevivir. Esta poción te brindará el mejor disfraz de todos: te transformará en un vampiro.
    La guardiana se quedó petrificada, observando del espeso líquido a la mirada aguamarina de Cristal.
    —Pero sólo durará un mes —continuó ella—, tienes ese tiempo para encontrar a Giselle y regresar.
    —¿Cómo debo tomarla? ¿Qué me hará exactamente?
    Para toda respuesta, Cristal le mostró un tubo de vidrio alargado y delgado, cuya boquilla estaba cubierta por un diminuto corcho.
    —Esto es toda la cantidad que tomarás cada día, si te excedes podrías morir —le advirtió—. Si la primera toma la haces en la noche, debes asegurarte que sea a la misma hora en las siguientes, si no volverás a ser un hada.
    >>Cuando te conviertas en un vampiro, muchas cosas en ti van a cambiar; tu capacidad de controlar los elementos desaparecerá, pero será reemplazado por una increíble fuerza y velocidad. La pigmentación de tu piel pasará a un tono pálido, te crecerán colmillos y, después de unos días, comenzarás a ansiar la sangre.
    Arianna sintió una súbita repulsión, lo cual la hacía dudar un poco de las palabras de Cristal, por lo menos en cuanto a alimentación se refería.
    —No pongas esa cara, Ari —dijo Ishery—, porque llegará un momento en que desearas desesperadamente la sangre.
    Por las náuseas que le provocaba ese comentario, Arianna aún pensaba en ello como algo absurdo.
    —Necesitarás conseguir un lugar dónde pasar el día, ya que ellos duermen en las horas de sol y tu cuerpo se adaptará a esa costumbre. Y ya que serás como una “iniciada” como ellos le llaman, no podrás mantenerte despierta; en cuanto los primeros rayos del amanecer toquen el cielo caerás dormida, sin poder hacer nada para evitarlo.
    —¿A todos les ocurre lo mismo?
    Cristal negó con la cabeza.
    —Sólo a ti, porque no estás acostumbrada al cambio, tendrías que tener varias décadas siendo un vampiro para que puedas resistir un poco el sueño que se produce en las horas diurnas.
    >>Hay algo más, muy importante, no te resistas a la sed, porque necesitarás la sangre para obtener energía, al igual que ellos. Pero jamás permitas que alguno te muerda porque, si lo hace, te quedarás como vampiro para siempre.

    Ya estaba oscuro cuando Arianna había terminado de preparar sus cosas; se había cambiado de ropa, ahora llevaba un conjunto celeste y su amiga le había regalado una capa negra, la misma que le había ayudado a ponerse. Tenía todo guardado en su bolsa; sólo la daga se la había amarrado a su muslo y había hecho una pequeña abertura en su pantalón para poder acceder a ella con mayor facilidad. La pócima y la pequeña probeta las había guardado, acomodadas entre toda su ropa, para evitar que se rompieran.
    Les dejó, a pesar de todas las protestas, las monedas de oro sobre la mesa de la sala, para pagar todo lo que le habían dado. Además, no creía que le sirvieran de algo, después de todo, cada una tenía el símbolo inconfundible de las hadas inscrito en ella.
    Ya vería la forma de conseguir dinero.
    Se alegró profundamente de que los reinos se hubiesen separado después de que el idioma fuese firmemente adoptado, pues eso significaba que podría comunicarse fácilmente con ellos —en caso de que lo necesitara—, claro; tal vez los acentos diferían con las razas, pero no creía que eso le provocase un problema.
    Con cierta tristeza y angustia, se despidió de Ishery y su madre en el pórtico.
    —Las hadas de ésta zona no acostumbramos meternos en los asuntos ajenos —le dijo, colocándole la capucha de forma que ocultara su rostro-, pero es mejor que vayas cubierta y no llames la atención, sólo por si algún día alguien viene a preguntar por ti.
    —Tampoco podrás utilizar el caballo, ya que eso podría alertar a los centinelas de tu presencia.
    Arianna asintió, el único consuelo que tenía era que la zona de clase baja se encontraba en las afueras de la capital y eran pocos los kilómetros que le restaban para llegar a la frontera.
    —Recuerda las instrucciones que te di. Si llegas al río de la plata estarás en el camino equivocado, la muralla que se encuentra cerca de él conduce al reino de los licántropos, así que si lo ves, tendrás que regresar y tomar el camino correcto —le aconsejó Cristal.
    Se acomodó la correa de la bolsa al hombro y se alejó de la casa naranja. La cara plateada de la luna siguió sus pasos hasta que llegó al bosque negro. Los pinos eran impresionantemente altos, y agitaban sus copas al compás del viento, de un lado a otro, dejando que sus ramas hicieran extraños sonidos, parecidos a ininteligibles murmullos.
    La tierra debajo de las pisadas de Arianna hacía un ruido inquietante; a tal grado que ella se sintió como intrusa en todo el caldo de melodías que se escuchaban. Toda la maleza era de un verde tan oscuro, que, en las noches como aquella, podía pasar fácilmente por un negro profundo.
    Después de caminar un rato, decidió recostarse sobre un tronco áspero y, tras recolectar un poco de ramas secas, las juntó y se colocó cerca de ellas. Extendió las manos y se concentró en el fuego. Muy pronto, una llama se encendió e iluminó de naranja su rostro. El esfuerzo la había cansado un poco, pero no se permitió dormir hasta asegurarse que el fuego no se extendería durante la noche. Murmuró algunas palabras y dibujó un círculo en la tierra con sus dedos, para asegurarse que las llamas no saldrían de él.
    Se quedó dormida, pero no tardó en salir el sol y las pesadillas que la habían asaltado las pocas horas de sueño, hicieron que sus ojos se abrieran nuevamente.
    Haciendo un suave movimiento con su mano, la flama se extinguió.
    Tardó casi medio día en vislumbrar el claro; había tenido que detenerse varias veces, pues algunos gruñidos y berridos la habían alertado, sin embargo, ninguna bestia se había acercado a ella.
    Se detuvo un poco antes, y se ocultó detrás de unos arbustos; ahora podía verla claramente, la altísima muralla que dividía a los dos reinos. Por fin, estaba a muy poco de entrar en el territorio extranjero y, ya que no se había encontrado con el río de la plata, estaba segura que se encontraba en el lado correcto; al otro lado estaban los vampiros.
    Permaneció unas horas ahí, esperando a que los centinelas hicieran su ronda y recorrieran aquella parte del muro. Sin embargo, para su gran fortuna, sólo uno lo hizo y se había demorado mucho tiempo para llegar hasta ahí.
    Eso le daba algo de tiempo para cruzar.
    Insegura, observó a su alrededor y salió disparada hacia la muralla. Se inclinó hacia la hierba que nacía debajo de ella y colocó sus manos sobre ella. Pensó en la tierra, en las plantas y su asombrosa capacidad de crecer. No pasó mucho tiempo, para que una enredadera comenzara a trepar por el muro y, al llegar a la cima, descendió, perdiéndose al otro lado.
    Satisfecha, Arianna regresó a su escondite. Eso le ayudaría, sin embargo, no podía cruzar hasta tomar la poción. No sabía cómo eran los centinelas de los vampiros, pero no quería arriesgarse a que la encontraran todavía siendo hada.
    Con la sangre palpitándole en los oídos, sacó la botella y vertió el líquido hasta que el tubo de cristal quedó lleno. La sustancia, tal como la recordaba, se veía asquerosa, pero se sobrepuso a la sensación rápidamente; tras respirar un poco de aire puro, se llevó la boquilla a los labios.
    Era peor de lo que se imaginaba, pero se obligó a tomarlo todo, intentando ignorar la sensación viscosa que descendía por su garganta. Una vez que terminó, volvió a guardar todo en su bolsa.
    El efecto fue rápido.
    Apenas había abrochado el cierre de su bolsa y su cuerpo comenzó a temblar de forma incontrolable. Un frío le recorrió la espina dorsal, las extremidades dejaron de funcionarle y cayó al suelo, hecha un ovillo sobre la tierra. Quería gritar, pero se mordió el labio con fuerza para evitarlo; no podía arriesgarse a que uno de los centinelas se diera cuenta de su presencia.
    Sentía que sus pulmones no podían absorber suficiente aire y la sensación helada se había incrustado tan profundamente en su piel que era como si aquello estuviera rodeando sus huesos, haciéndolos vulnerables. Le dolía todo el cuerpo, desde la cabeza a los pies, como si se rompiera, hueso por hueso, y fuera a deshacerse en cualquier momento.
    No pudo evitar el gemido de dolor que escapó de sus labios, pero lo acalló inmediatamente, mordiéndose la lengua con fuerza.
    Escuchó pasos, su corazón se hundió; alguien se acercaba en su dirección y estaba completamente indefensa; por más que deseaba poner distancia entre aquella posible amenaza y ella, su cuerpo se encontraba inmóvil y no le respondía.
     
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    Shennya

    Shennya Entusiasta

    Leo
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    25 Septiembre 2011
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    Eterna
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    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    7
     
    Palabras:
    6919
    6
    El otro reino
    Los pasos se situaban cada vez más cerca de ella, intentó hundirse todo lo posible entre los arbustos, pero todo movimiento le provocaba una agonía insoportable. Unos murmullos llegaron hasta sus oídos y tuvo que contener la respiración. No podía creer que todo terminara tan pronto, antes siquiera de empezar a buscarla…
    Unas finas lágrimas resbalaron por sus mejillas, hasta caer sobre la tierra y la hierba. Juntó sus manos sobre su pecho y cerró los ojos, esperando lo peor.
    Sin embargo, los pasos se detuvieron y, tras un inquietante momento, en el que ella sólo pudo escuchar el viento soplando sobre las copas, volvieron a alejarse. Todo quedó sumergido en el silencioso cantar de la naturaleza.
    El dolor comenzó a mitigar minutos después, y fue hasta entonces en que Arianna pudo incorporarse de nuevo. Con la respiración agitada, se aseguró que nadie estuviera cerca; al parecer, el centinela (porque estaba segura que era uno de ellos), al no ver a nadie, había regresado a su puesto de vigilancia.
    Su camino hasta la muralla estaba libre.
    Con manos temblorosas, se colgó la bolsa al hombro, notando con extrañeza que le pesaba menos, era como si no trajera nada en ella. Eso debía ser a lo que se había referido Cristal con las habilidades de los vampiros. Observando el muro de piedra con fijeza y todo el tramo que le faltaba por llegar hasta él, se preguntó si también tendría la magnífica velocidad de aquellos seres.
    Decidida, ignorando el malestar y el nerviosismo, retrocedió algunos pasos. Entonces, se echó a correr. El viento agitó su cabello salvajemente, los pinos a su alrededor comenzaron a verse como líneas de colores oscuros, más rápido de lo que había imaginado dejó el bosque y llegó hasta el claro. A unos metros de la muralla, con la fuerza que le quedaba en las piernas, se impulsó del suelo y saltó hacia ella.
    Fue su inexperiencia y su debilidad lo que no le permitieron llegar hasta la cima pero, en el momento del descenso, alcanzó a aferrarse fuertemente a la enredadera que había creado anteriormente. Apoyó la frente sobre la piedra fría y esperó unos segundos antes de ayudarse con las piernas a escalar el resto.
    La fuerza de vampiro que corría por sus venas, la ayudó a llegar rápidamente. Muy pronto, y sin poder creerlo, se agarró del borde y se sentó sobre él. Desde ahí, pudo ver la noche con sus estrellas y el brillo de su resplandeciente luna, también vio los metros y metros de maleza, antes de llegar a una loma verde y, después, las altas y grisáceas construcciones de lo era el reino de los vampiros. Sin embargo, no pudo verla por mucho tiempo, ya que tenía que irse de ahí. Bajó despacio, asegurándose de mantener la liana firme entre sus manos y, con sus piernas, ayudó a impulsarse para el descenso.
    Cuando iba a medio camino, notó una sombra que se removía varios metros a su derecha, y se acercaba. Se asustó tanto, que soltó la planta y cayó; pudo ver como la cima del muro se alejaba, alzándose impresionantemente, antes de impactar con la maleza. Repentinamente se vio enterrada por la hierba, y el olor a tierra llegó hasta sus pulmones.
    El golpe había dolido, sí, pero no tanto como se había imaginado. El cuerpo de un vampiro era muy resistente, después de todo. Se tocó las piernas y los brazos, para comprobar que no había ninguna herida y, cuando terminó, subió las manos hacia su rostro. A la luz de la luna, pudo notar la increíble palidez de su piel.
    Se estremeció; por primera vez en horas le llegaba a la mente la idea de su cambio, le desagradó un poco y ansió, desesperadamente, volver a ser ella misma. Sin embargo, desechó ese pensamiento rápidamente con una sacudida de su cabeza; no podía quejarse ahora que ya había llegado tan lejos y menos cuando sabía que Giselle la necesitaba.
    De pronto, otra cuestión emergió en sus pensamientos: la poción. Soltó una angustiada exclamación, se puso de pie y metió la mano dentro de la bolsa, buscando los dos envases de vidrio, esperando que no se hubiesen roto con la caída. Sólo se tranquilizó cuando comprobó que estaban bien. Observó sobre su hombro, pero todo lo que había detrás de ella era la muralla; solitaria y gris. El rumor de sus zapatos sobre la hierba interrumpió la calma del ambiente, pero nadie parecía haberse percatado de la intrusa que ahora se abría paso entre ramas y follaje, hasta llegar a loma. Los árboles parecían quietos, el viento se apaciguó; disminuyendo sus invisibles caricias a la naturaleza.
    Arianna se detuvo en la parte más alta y se inclinó para observar la depresión del terreno y la pendiente que tendría que recorrer para llegar a las primeras casas que se vislumbraban en el terreno. Bajó aprisa, pero cuidando no resbalarse y caer sobre la bolsa con los valiosos objetos que llevaba.
    Después de varios minutos, el terreno volvió a la seguridad horizontal y ella pudo seguir su camino con mayor libertad, por lo menos hasta que una sombra se detuvo, junto a ella.
    —¿Qué hacías cerca de la muralla?
    Arianna, temblando, levantó la vista; debía de tratarse de alguno de los centinelas que la vio, sin embargo, a juzgar por la pregunta, el vampiro se había perdido el momento en que ella bajaba por el muro.
    Por la forma en que sus cejas oscuras se fruncían sobre su frente, dedujo que no estaba nada contento con ella. Se preguntó si la atacaría o la encerraría en alguna mazmorra. De cualquier forma, se preparó para huir o luchar.
    —Estaba… evitando a un vampiro muy molesto, que me seguía —balbució, sin saber nada más que inventar.
    Una cosa le quedó clara: era pésima mintiendo. Los ojos azules del vampiro le decían claramente que no se tragaban ni una palabra de lo que había dicho.
    —¿Fuera de la capital? Creo que hay muchos lugares dentro de ella como para esconderse y miles de forma de deshacerse de una molestia.
    Por el tono en que lo había dicho, parecía que eso último no era un simple comentario, sino una sutil forma de amenazarla.
    —Te llevaré ante el rey, creo que él podrá encontrar entretenida tu historia.
    La joven abrió los ojos, asustada, ni siquiera quería imaginarse ante la presencia del señor de los vampiros, estaba segura que le impondría un severo castigo si pensaba que había intentado cruzar la frontera. O, peor aún, podría descubrir que en realidad era un hada y, en ese caso, la mataría sin preguntar.
    El vampiro se inclinó hacia ella e intentó tomarla de la muñeca, pero Arianna fue más rápida y lo golpeó de lleno en el rostro. Para su sorpresa, él voló varios metros lejos de ella. Y, antes incluso de que el cuerpo del vampiro tocara la tierra, ella huyó.
    Avanzó velozmente, sin mirar atrás, con la cálida esperanza de que si se adentraba en la capital y se mezclaba con los otros vampiros, perdería al centinela. Llegó al camino de piedra, con la sensación de que él la seguía. Las casas y negocios comenzaron a aparecer ante ella, apartados unos de otros, pero reuniéndose conforme se internaba y salía de las calles.
    Respiró profundamente cuando salió a un camino ancho, con altos edificios llenos de ventanas de arriba abajo, también se percató del número incontable de vampiros que deambulaban por la capital. Mientras se dejaba guiar por la muchedumbre, empezó a pensar que era lo primero que haría; debía conseguir un lugar donde pasar la noche… el día, se corrigió mentalmente, aún le costaba trabajo asimilar el hecho de que dormiría durante las horas de sol y también, para ser honesta, le inquietaba mucho lo de la sangre, pero ese tema había decidido posponerlo para después. Así que decidió concentrarse en el lugar, sin embargo, para conseguirlo, primero debía obtener dinero. Necesitaba vender algo y sólo poseía un objeto de valor, entre todas las cosas que se encontraban en su bolso, y de lo que podría prescindir.
    Sin darse cuenta, había dado vuelta en una calle muy transitada y en la cual, casi en la esquina, se veían claramente unas grandes letras de luz neón, en la parte más alta y visible de un centro nocturno.
    Escarlata” alcanzó a leer Arianna, antes de detenerse. Docenas de vampiros se agrupaban en la entrada, esperando poder pasar. La guardiana los esquivó a todos ellos, rodeando el lugar y adentrándose en la calle trasera a la construcción. Pasó cerca de unas escaleras de piedra y un portón de doble hoja situado al final de ellas. Estaban cerradas, sin embargo, cuando ella se alejaba, escuchó un sonido metálico y el quejido de la puerta al abrirse.
    —¡No puedo creerlo!
    Arianna se giró de prisa, alarmada, ante la sorpresiva exclamación. Una vampiresa la observaba entre las sombras.
    —Es la vestimenta más rara y colorida que he visto —comentó, con los ojos abiertos, observando cada detalle de la guardiana—, bueno, salvo la capa.
    Lo más curioso de la situación era que esas palabras salieran de boca de una vampiresa cuyo cabello terminaban en puntas y brillaba con un intenso color morado. Aunque, a decir verdad, no la culpaba, durante todo su camino hasta aquel punto había notado que, en la moda de los vampiros, predominaban los colores oscuros; negros, grises, púrpuras y rojos. Los pantalones, blusas y chaquetas de cuero eran básicos para los habitantes. Por ello, no le extrañaba que el conjunto celeste que llevaba atrajera miradas curiosas. Agregó, como uno más de sus muchos pendientes, comprar ropa, pues quería asegurarse de mezclarse perfectamente y pasar desapercibida.
    —He estado pensando en cambiar todo mi guardarropa —contestó, antes de irse.
    —¡Espera! —exclamó la vampiresa, alcanzándola—. Puedo guiarte a las mejores tiendas de toda la capital.
    —Te lo agradezco —respondió—, pero ahora necesito encontrar una vivienda.
    —Estoy rentando un departamento —dijo ella—, y puedo mostrártelo justo ahora ya que es mi noche libre.
    Arianna la observó por un largo rato antes de responder, no estaba segura si podía confiar en ella o no. Después de meditarlo y darse cuenta que era su única alternativa de encontrar algo pronto, decidió aceptar.
    —De acuerdo.
    —Perfecto —se alegró la vampiresa—. Soy Nyala.
    —Arianna —respondió.

    Resultó que Nyala era muy habladora, en todo el camino hacia su edificio, se pasó quejándose de su antiguo inquilino; un vampiro que intentaba seducirla, pero no le pagaba una sola moneda por los días que se quedaba. Al final, Nyala lo tiró por la ventana, desde el tercer piso, y le gritó que nunca volviera a acercársele.
    Arianna se preguntaba seriamente cómo reaccionaría ella cuando le dijera que, por el momento, no tenía ninguna moneda con qué pagarle.
    Llegaron a un viejo edificio, cuyas paredes de color café se carcomían por el paso del tiempo. Las ventanas, en su mayoría la de los pisos superiores, estaban rotas y, algunas, hasta empolvadas, como si hubiesen dejado de vivir ahí hacía muchos años.
    Siguió a Nyala hasta el tercer piso, dónde un pequeño pasillo, con apenas cuatro puertas en él, las esperaba. La vampiresa le señaló la puerta del fondo, con el desgastado número dieciocho inscrito en ella.
    El interior no era mucho más alentador; con apenas una sala, un dormitorio y un pequeño espacio con regadera, todo lucía extrañamente apretado (a pesar de que en el lugar estaba prácticamente vacío). Era sólo un sillón de verde, de piel, cerca de la entrada, y en la habitación apenas estaba la cama y el ropero, el cual se veía un poco ladeado, ya que una de sus patas de madera estaba más corta que las demás.
    Sin dudarlo, Arianna lo aceptó. Le tenía sin cuidado el aspecto, sólo quería que la protegiera mientras estuviera inconsciente, en sus horas de sueño diurnas.
    —¿De qué parte del reino vienes? —preguntó Nyala.
    Arianna, quién había dejado su bolsa sobre la cama, se volvió hacia la vampiresa. La pregunta la había puesto alerta.
    —¿Por qué lo dices?
    Nyala se encogió de hombros, como si le quitara importancia al asunto.
    —Estoy segura que no eres de la capital, suenas diferente, tienes una forma... —se mordió el labio, como si buscara la palabra adecuada- suave de hablar.
    La guardiana pasó su peso de un pie a otro, nerviosa. Se había olvidado por completo del acento; habían sucedido tantas cosas en las últimas horas, que pasó por alto la tendencia de Nyala a remarcar cada erre que se le escapaba en una palabra.
    —Vengo de un lugar muy lejano —se limitó a decir, incapaz de pensar en algo más.
    Por fortuna, a Nyala no pareció importarle tanto, porque no le pidió que aclarara la respuesta, sino que le comenzó a explicar el modo de pago.
    —Cada mes —dijo—, y es por adelantado: sólo dos monedas de oro y una de plata. En realidad, es muy barato.
    —Justo de eso quería hablarte, verás, en estos momentos no tengo nada de dinero, pero pienso vender algo y, en cuanto lo haga, te pagaré.
    La vampiresa hizo un gesto; sus labios se curvaron en una mueca y sus ojos se oscurecieron con desconfianza.
    —¿Qué clase de objeto es el que quieres vender?
    —Un cepillo.
    Nyala arqueó las cejas, como si esperaba que se riera o que le dijera que era una broma.
    —No creo que te paguen mucho por eso.
    —Es de oro.
    —Bien —dijo, asintiendo—. Puedes venderlo en cualquier lugar cerca del centro o tal vez en la calle Areynix…
    Arianna negó con la cabeza, sospechaba que esos lugares estaban muy concurridos y no quería que cualquier vampiro lo pudiera ver, pues se trataba del cepillo de Giselle, el mismo que tenía grabados los símbolos reales de las hadas. No podía arriesgarse, si alguien los reconocía le haría muchas preguntas. Entre menos vampiros supieran, mucho mejor.
    —Este objeto es muy raro, único —agregó, para que la entendiera—, no creo que haya uno como este en todo el reino. Así que quiero a un vampiro que lo valore y sepa cuidarlo bien y, por supuesto, que esté dispuesto a pagar su verdadero precio.
    —Creo que conozco a alguien así —respondió ella, en tono enigmático—. Ven, te guiaré hasta él.

    Como Arianna supuso, mientras se adentraban en las calles del reino, los vampiros que deambulaban fueron disminuyendo, hasta que entraron a una zona solitaria. Por un momento, en el que sólo se escuchaban sus pisadas y las de Nyala, la guardiana pensó que todo se trataría de alguna trampa, hasta que llegaron a las puertas de una librería verde.
    —¿Libros?
    —Essam vende cosas mucho más interesantes, créeme, esto es sólo una fachada —respondió ella, antes de tocar a la puerta.
    Una cabeza de largo cabello se asomó por una abertura y una voz gruesa, las invitó a entrar.
    —Nyala —saludó el vampiro, con una extraña sonrisa en el rostro. Se encontraban en un pasillo muy estrecho, pero él no parecía querer permitirles mayor acceso al lugar—. ¿A qué se debe el placer de tu visita?
    —Mi amiga tiene algo para ofrecerte.
    Sólo entonces pareció notar la presencia de Arianna y, tras hacerlo, levantó un par de oscuras cejas hacia ella.
    —¿En serio?
    La guardiana asintió y, como sospechaba que él desearía ver el objeto en cuestión, sacó el brillante cepillo dorado que había mantenido bajo su capa. Cuando lo hizo, vio claramente el destello de codicia en los ojos de Essam y, como prueba, el vampiro extendió una mano hacia ella, pero Arianna volvió a guardarse el cepillo.
    —De acuerdo, pasen.
    Las condujo por el pasillo, al final de este se abría una amplia habitación repleta de estantes altísimos, ninguno de ellos tenía algún resquicio vacío. Sin embargo, no se detuvieron ahí, sino que continuaron hasta dar con otra puerta, que se encontraba medio oculta entre dos estantes de madera. Essam sacó una llave del bolsillo de su pantalón café y la abrió para ellas.
    —Aquí se hacen los verdaderos negocios —anunció, sentándose en un sencillo sofá de cuero tinto—. Bien, muéstramelo de nuevo.
    Arianna y la vampiresa se sentaron en frente de él; la habitación que las rodeaba estaba repleta de cajas de madera y vitrinas con objetos que, a simple vista parecían normales, pero que, seguramente, no estaban dentro de los límites legales.
    Tras un débil suspiro, volvió a sacar el cepillo, esta vez permitió que los dedos de Essam se apoderaran de él y lo inspeccionaran. Como temía, sus ojos avellana se posaron en los símbolos inscritos. De pronto, su mirada volvió a ella.
    —¿Qué significan?
    —No lo sé —mintió ella.
    —¿Dónde lo conseguiste?
    —Eso no es algo que te concierna, pero claro, si insistes en preguntar, puedo reconsiderarlo y decidir ya no vendértelo.
    Un destello de enojo cruzó el rostro del vampiro, pero negó con la cabeza y acercó el cepillo hacia sí.
    —No te haré más preguntas —aceptó él. Essam se levantó y se dirigió a un escritorio grande; de un compartimento sacó dos pesadas bolsas y se las tendió a Arianna.
    Ella desabrochó el listón que las cerraba y descubrió que ambas estaban llenas de brillantes monedas de oro, en cuyas carátulas, suponía, ya que no entendía los símbolos de aquel reino, se dibujaba el emblema del señor de los vampiros.
    —Es todo lo que te puedo ofrecer.
    Arianna sabía que el cepillo valía mucho más, pero necesitaba el dinero y no había tiempo como para buscar a otro vampiro que le ofreciera un mejor precio por él.
    —Acepto.
    Una amplia y blanca sonrisa de satisfacción surcó el rostro de Essam.
    —Espera un momento —Nyala le había puesto una mano en el hombro. Le dirigió un ceño fruncido al vampiro—. Tal vez no sepa mucho de esto, pero estoy segura de que la estás robando Essam…
    —Tú no tienes nada que decir en el asunto —gruñó él. Unos afilados colmillos se extendieron debajo de sus labios—, ella tomó una decisión, ahora debo pedirles que se vayan de aquí.
    Nyala se puso de pie, con los puños apretados a los costados y mostrando sus dientes afilados, también.
    Entonces Arianna pudo explicarse el porqué le dolían tanto los dientes, en especial los caninos. Se preguntó si tendría que estar muy enojada para que crecieran en su boca o si primero tendría que desear la sangre… Estremeciéndose, se dijo que no debía pensar en eso, por lo menos, no ahora.
    —Tranquila —le dijo a la vampiresa—, está bien con lo que me pagó.
    —Pero…
    —Vámonos de aquí.

    Arianna creía que podría volver a casa después de esa extraña excursión, sin embargo, Nyala tenía otros planes para ella. La guió por la capital, deteniéndose en cada tienda de ropa y, prácticamente, obligándola a comprar lo más que pudiera.
    Afortunadamente, regresaron antes del amanecer al edificio, aunque gran parte de ello se debía a la insistencia que la guardiana ejerció durante todo el camino.
    Se despidió rápidamente de ella y le dio tres monedas de oro por el primer mes, el que sería el único que se quedaría, sólo que Nyala desconocía esa información.
    No supo que tan fuerte era el efecto de la luz sobre los vampiros, por lo menos hasta que llegó a la cama y, mientras se recostaba, los primeros rayos de sol entraron por la ventana y, sin poder hacer nada para evitarlo, cayó en el más profundo de los sueños.

    Al abrir los ojos, se dio cuenta que la luz del cielo había cambiado su vestimenta amarilla para pasar a los colores naranjas y rosas del atardecer. Frotándose las sienes, logró levantarse de la cama y salir de la habitación. No tenía idea de dónde empezar a buscar y todo lo que se le ocurrió era que la respuesta estaría en el relicario.
    Cerró todas las cortinas de las ventanas y se acomodó en el sillón viejo de la sala. Sus manos encerraron el hermoso corazón de oro, Arianna se concentró con fuerza y evocó todos los recuerdos de Giselle que pudo.
    De pronto, cuando su mente revivía la imagen de una tarde de lluvia, la ropa y el pequeño rostro de la princesa completamente sucio, una sacudida le estremeció los miembros.
    Un catre desordenado se comenzó a dibujar en las penumbras de sus pensamientos, una melena rizada cubría el rostro de una niña. La escena se comenzó a extender y se iluminaron más detalles de la habitación.

    Muchas cajas se amontaban en un rincón sucio y deteriorado por la humedad, algo parecido a una lámpara grande, rodaba sobre el suelo, un pie enfundado en una bota marrón lo detuvo y, con un movimiento brusco lo lanzó lejos de sí. La lámpara hizo colisión contra la pared y se dividió en pequeños trozos que brillaron sobre el suelo gris.
    La niña, como era de esperarse, despertó, sobresaltada. Intentó levantarse, pero al querer dar un paso lejos del catre, algo tiró de su brazo y cayó nuevamente. Hizo una mueca de dolor y se observó la muñeca, ésta estaba apretada en un grillete y una cadena oxidados.
    —No empieces a llorar —gruñó una voz, el rostro estaba escondido entre las sombras—, porque puedo apretarte eso un poco más si me haces desesperar.
    —El jefe dijo que la quiere viva, Felldallah —dijo otro, cuyo cabello negro caía en una cola de caballo, en la que se podían vislumbrar mechones rojos escondiéndose en la maraña oscura—. Los grilletes son de hierro, según sé.
    —Eso no la matará, a menos que yo atraviese su piel con la cadena, Cirus —replicó el otro, asomando su cabeza; su cabello rubio brilló a la luz—. Solamente le provocará algo de dolor, y creo que eso servirá para que aprenda a mantener la boca cerrada.
    —Haz lo que quieras —gruñó Cirus—, si se te muere, tú te las verás con el jefe.
    La pequeña se removió, cubriéndose el rostro con unas mantas opacas y reprimió lo más que pudo sus sollozos de dolor, miedo y tristeza.

    El ambiente se volvió borroso e incierto en la mente de Arianna, hasta que todo se oscureció por completo.
    Cuando pudo liberarse del sopor, se dio cuenta que estaba tendida en el suelo, hecha un ovillo, temblando fuertemente. Debió hacerles caso a Ishery y su madre cuando le advirtieron que usara el relicario cuando en verdad lo necesitara. Pues ahora sólo había visto como hacían sufrir a Giselle, pero no tenía idea en dónde se encontraba. Era una bodega o sótano ¿pero en qué parte de la capital se encontraba con exactitud?
    Se sentía terrible, sabiendo lo que estaba pasando la princesa y sin poder hacer nada para remediarlo. El único consuelo que le quedaba era que estaba viva y la mantendrían así, puesto que uno de ellos la necesitaba para algo. ¿Pero, para qué?
    Había muchas otras cuestiones que perturbaban su mente, sin embargo, decidió concentrarse lo en lo que haría esa noche. Se levantó y observó por la ventana; estaba anocheciendo. Sin perder tiempo, se tomó otra dosis de la terrible poción. Nuevamente el dolor la embargó hasta dejarla sin aliento y, apenas tuvo tiempo para llegar a la cama y recostarse mientras el terrible frío le helaba los huesos y la piel.
    Estaba decidida, hoy tendría que salir a iniciar su búsqueda. Tal vez no conocía el lugar donde la tenían, pero conocía perfectamente los rostros de los vampiros que la habían raptado y, gracias al relicario, ahora también sabía los nombres de dos de ellos. Tenía que encontrarlos.
    Cuando el dolor amainó un poco, se puso de pie, algo temblorosa, se duchó y cambió sus ropas de hada por la vestimenta de cuero negra, típica en Vampyrus. Con algo de añoranza, se vio en el espejo y se dio cuenta que toda su esencia de hada se había perdido, la Arianna que le devolvía la mirada verde era una vampiresa.
    Por último, se aseguró que la daga estuviera bien escondida y al alcance de su mano. Después de que había visto lo que los vampiros habían hecho con Giselle, ya no tendría compasión con ninguno de ellos.
    El primer lugar en el que buscaría sería Escarlata, pues Nyala le había comentado que trabajaba ahí; seguramente podría ayudarla a entrar con mayor facilidad.
    Al confirmar que no le faltaba nada, salió del departamento y tocó al de la vampiresa, esperando que aún siguiera adentro. Esperó un par de minutos, intentando hacer caso omiso del agudo ardor que aún recorría su cuerpo.
    —¿Qué ocurre? —le preguntó la vampiresa, un poco después. Llevaba un uniforme rojo brillante, que no dejaba mucho a la imaginación.
    —¿Crees que podrías ayudarme a pasar al Escarlata esta noche?
    Nyala sonrió.
    —¡Lo sabía! —exclamó— ¡Estás ansiosa por verlo!
    —¿Qué?
    La vampiresa puso los ojos en blanco, como si le divirtiera su confusión. Cerró la puerta tras de sí y le indicó que la siguiera hacia las escaleras.
    —No finjas, todo el mundo sabe que Zander Vaidenberg va a estar esta noche en Escarlata. Aunque vengas del lugar más lejano de la capital, no creo que no te hayas enterado de la noticia.
    Arianna estuvo a punto a preguntar quién era Zander, pero se contuvo a tiempo, recordando que tenía que fingir ser una verdadera vampiresa. Y, a juzgar por la cara que tenía Nyala, suponía que ese nombre debía ser muy conocido por todos los habitantes.
    —Ehh… sí, es que se me había olvidado.
    Nyala arqueó las cejas.
    —¿Cómo se te puede olvidar algo así?
    Arianna se encogió de hombros, pero no respondió a la pregunta.

    Esa noche, el Escarlata sorprendió más a la guardiana que la primera vez que lo había visto; había el doble de clientes en la entrada, quejándose ante los dos vampiros que custodiaban las puertas. Parecían desesperados por entrar. Y, cuando pasó cerca, se dio cuenta que eran mucho mayor el número de vampiresas. No entendía por qué.
    —¿Crees que pronto elija consorte?
    Llegaron al callejón que conducía a la parte trasera del centro nocturno, el portón estaba cerrado, tal como la noche anterior.
    —¿De quién hablas? —cuestionó Arianna, a su vez.
    Nyala sacó un juego de llaves y, antes de escoger una, se giró hacia ella y observó el callejón, como si esperara encontrar a alguien más.
    —¿Cómo de quién? ¡Pues del señor de los vampiros!
    Cuando la puerta se abrió, las tintineantes luces en tonos verde y azul, iluminaron sus rostros y la música estridente llegó hasta sus oídos.
    —¿Qué tiene que ver el rey en todo esto? —insistió Arianna, elevando su voz sobre todo los sonidos mezclados, siguiendo a la vampiresa entre la multitud de clientes que bailaban unos con otros, a un ritmo alocado y confuso.
    —¡Tiene todo que ver! ¡Hablamos de ello hace unas horas! —Nyala se tomó el tiempo de dirigirle un ceño fruncido, antes de volverse hacia una barra, saludar al vampiro que la atendía y subir por las escaleras que se encontraban al lado—. ¿Zander, nuestro soberano?
    Por fin entendió todo, por ello estaba el centro hasta el tope, y había multitud de vampiros ansiando entrar. Y comprendía ahora, también, la importancia de Zander. Aunque le inquietó un poco el hecho de estar dentro de Escarlata, que durante toda la noche, hasta que el rey se retirara, sería el foco de atención de todo el reino entero. Por lo menos estaba segura que, mientras él estuviera ahí, todos los ojos mirarían en su dirección sin percatarse de ella.
    Nyala esquivó las mesas y sillones que se repartían en la planta alta y llegó hasta otra barra, que se encontraba vacía. Encendió una alargada lámpara de neón, que se alcanzaba a ver debajo del vidrio transparente y una fosforescente luz verde iluminó su rostro y la alacena llena de frascos con bebidas.
    Rápidamente, los vampiros se comenzaron a quejar de su tardanza, pero ella los despachó en un santiamén, haciendo que ahogaran sus quejas en los líquidos de distintos colores.
    Arianna se sentó en uno de los bancos giratorios, frente a Nyala.
    —Entonces ¿no vienes a intentar acercarte a él?
    La guardiana la observó, confundida.
    —¿Para qué querría yo acercarme a Zander?
    El rostro de Nyala adquirió una curiosa expresión, como si dudara de la cordura de la vampiresa que tenía en frente suyo.
    —¿Qué no lo has visto? Él es totalmente… bueno cualquier vampiresa querría estar con él aunque fuera un momento.
    Definitivamente jamás había visto al señor de los vampiros y ni le interesaba conocerlo.
    —¿No te interesa? —insistió Nyala.
    —No.
    —¿Ni un poco?
    —No.
    La vampiresa de cabello morado la observó como si fuera un fenómeno.
    —No puedo creerlo —dijo, como si no pudiera evitar pronunciar las palabras—. La mitad de las vampiresas que están aquí vienen para intentar seducirlo. Por supuesto, todas esperan ser la elegida, ansían desesperadamente convertirse en reinas, pero lo dudo mucho.
    —¿Tú lo vas a intentar, también? —preguntó Arianna, experimentando sincera curiosidad.
    —Lo intenté —aclaró ella, haciendo una mueca—. No resultó muy bien, ni siquiera me hizo caso. Es como si a él no le importara nadie, de hecho, las pocas que han logrado salir con Zander, no duran mucho a su lado, porque él se aburre muy rápido. Por eso pienso que todas las que esperan algo parecido a ceremonia de unión, pierden todo su tiempo.
    —Maldito arrogante.
    Arianna soltó las palabras sin darse cuenta, olvidando que debía fingir ser una vampiresa, y que una verdadera no se pondría a insultar a su rey. Nyala abrió los ojos desmesuradamente y en un rápido movimiento, se inclinó sobre la mesa y le cubrió la boca con una mano.
    —¿Qué rayos te ocurre? —cuestionó, volviendo de su lado de la barra—. Si alguna de las fanáticas te escuchara te arrancaría el cabello, o peor aún, si él lo hiciera te cortaría la cabeza sin contemplaciones.
    Arianna decidió que debía cuidar mejor su lengua.
    Poco después, llegó un grupo de vampiros que mantuvieron muy ocupada a Nyala durante un buen rato. La guardiana decidió que era momento de comenzar su búsqueda y se alejó de la barra. Con la rapidez de un vampiro, recorrió las mesas y bajó y volvió a subir, buscando entre la maraña de rostros alguno de los tres que se le habían impreso, con odio, en la memoria. La mano derecha descansaba cerca de su pecho, esperando que el relicario de oro le diera alguna señal de que se encontraba buscando por el camino correcto, sin embargo, durante varias horas, nada ocurrió.
    Decidió regresar a la barra, pero en su retorno, un terrible acceso de dolor la aquejó de pies a cabeza. No entendía; en los últimos minutos había estado disminuyendo y ahora la atacaba agudamente, haciéndola inclinarse.
    Repentinamente, alguien tiró de ella hacia arriba y se encontró otra vez de pie, luchando por mantener el equilibrio. Un vampiro, con los ojos enrojecidos ferozmente, le sonreía, mostrando sus destellantes colmillos.
    —He estado observándote —dijo—, y he notado que no tienes compañía, pero no te preocupes, yo puedo solucionar eso.
    —No, gracias —se estaba mareando, incapaz de soportar el dolor.
    El vampiro no parecía querer aceptar una negativa, porque la tomó de la muñeca y la acercó a él. Al notar los colmillos cerca de su cuello, Arianna se asustó tanto que dobló el brazo y su codo golpeó con fuerza en el pecho de su atacante. Éste salió despedido y colisionó contra una mesa, volcándola bajo su peso, provocando que todas las bebidas cayeran sobre el rostro del vampiro.
    Los que alcanzaron a ver el acontecimiento, no pareció importarles, la mayoría volvieron a sus asuntos, sólo unos pocos se rieron de él y esperaron hasta que se volviera a poner de pie para girarse en otra dirección.
    La guardiana estaba sintiéndose tan mal, que comenzó a desplazarse rápidamente, empujando a cuanto vampiro se cruzaba en su camino. Sólo cuando se acercaba a la puerta trasera se acordó que tal vez necesitaría una llave para abrirla, sin embargo, cuando llegó hasta ahí se dio cuenta que, desde adentro, sólo se tenía que girar un seguro para salir.
    El viento fresco sobre su rostro le dio ánimo para seguir avanzando, hasta que llegara al departamento. Mas, para su mala suerte, no caminó mucho cuando escuchó el sonido de la puerta abrirse y cerrarse nuevamente, tras ella.
    —Nunca debiste humillarme de esa manera.
    Se giró. El dueño de la voz furiosa era el vampiro que había estrellado contra la mesa. Antes de que pudiera replicar siquiera, él ya se había lanzado sobre ella y la empujaba hacia el suelo.
    —Ahora tomaré lo que me negaste —gruñó él, con los colmillos a sólo centímetros del rostro de Arianna.
    Ella hizo un esfuerzo por liberarse, quería intentar alcanzar la daga, pero las extremidades le fallaban; la pócima estaba jugando en su contra. Desesperado, su corazón bombeaba bajo su pecho, ansiando poder escaparse de su captor, pues si él la mordía, se quedaría como vampiro para siempre y jamás podría regresar a Fatum.
    Sin embargo, el peso del cuerpo de su atacante desapareció de pronto y ella se encontró libre nuevamente. Intentó levantarse, pero aún se sentía debilitada, así que sólo giró la cabeza, buscando al vampiro y esperando que regresara en cualquier momento, mas sólo pudo ver sus zapatos oscuros, colgando a unos centímetros del suelo.
    Inclinó la cabeza un poco más hacia arriba. Un vampiro, enfundado en una chaqueta y pantalón negros, se había integrado en la escena. Era altísimo, aunque podría influir mucho el hecho de que ella se encontrara en el suelo. También lucía muy fuerte; pudo ver los músculos de su brazo flexionarse bajo el cuero de la chaqueta, mientras sus dedos se cerraban sobre el cuello del vampiro que la había atacado.
    —¿Qué ocurre aquí? —una voz profunda emergió de sus labios, y algo había en ella que hizo a Arianna estremecerse.
    —Nada, mi señor, nada —soltó el vampiro, hablando con mucha dificultad, debido a que el otro le oprimía la garganta—. Sólo nos divertíamos…
    —Ella no parece muy contenta —objetó él.
    —Es que… yo…
    —Me aburres —lo interrumpió— ¿Sabes qué? Te dejaré ir y espero que si te vuelvo a encontrar y te pregunte algo no te atrevas a mentirme, la próxima vez no seré tan benévolo.
    Dicho esto, lo soltó, sin dirigirle otra mirada. El vampiro que la había atacado no tardó en perderse en el callejón.
    De pronto, en el panorama de Arianna, apareció un rostro pálido enmarcado por un mentón fuerte y unas cejas oscuras. Los ojos brillaban con un fuego negro, observándola tan fijamente, que por un momento quiso desviar la mirada. Había algo que destilaba peligro de ese vampiro. La parte racional de Arianna le rogaba que luchara por escapar, pero la otra, una traidora, la persuadió de mirar un rato más aquel rostro que le resultaba tan atrayente.
    El dolor estaba disminuyendo y ahora podía moverse, otra vez. Logró volver a reaccionar. Aquel vampiro podría matarla en cualquier momento.
    El vampiro extendió una mano hacia su rostro, como si quisiera acariciar su mejilla, pero ella lo apartó de un golpe. Por extraño que resultara, él no se enojó, al contrario, una sonrisa apareció en su rostro, haciéndolo ver más guapo. Observó su cabello, corto, pero tan negruzco que se alcanzaban a apreciar destellos azules en las puntas.
    Se regañó a sí misma por fijarse en esas tonterías en un momento como aquel.
    —Déjame ver, te salvo y tú… ¿me pegas?
    Ella lo ignoró y decidió concentrarse en ponerse de pie. El vampiro le extendió el brazo.
    —Puedo hacerlo sola.
    Lo vio arquear las cejas, divertido, como si la retara a intentarlo. Retrocedió unos pasos.
    Arianna logró levantarse, pero perdió el equilibrio, afortunadamente, no cayó al suelo de nuevo, pues los brazos del vampiro la volvieron a estabilizar.
    —Gracias —musitó—. Tengo que irme.
    —¿Irte? —él negó con la cabeza—. No, tú vienes conmigo.
    Antes de que ella pudiera abrir la boca para protestar, él la levantó en brazos.
    —¡Suéltame! ¡Suéltame!
    —¿Eso es una orden? —cuestionó él.
    —Sí, haz lo que te digo.
    Lo escuchó reír.
    —Ya deberías saber que yo hago las órdenes, no las sigo.
    Arianna se quedó petrificada ante el comentario. No, no podía tratarse de él, no podía tener tan mala suerte como para encontrárselo.
    Desde dónde se encontraba, la guardiana volvió a ver el letrero deslumbrante del Escarlata y a la muchedumbre que se apiñaba a la entrada. De pronto, todos se giraron a verlos y se hicieron a un lado, dejándole una brecha libre hacia la puerta al vampiro que la llevaba cargando.
    —Puedo caminar —soltó, desesperada, todas las miradas estaban sobre ellos y ella no quería que la vieran en sus brazos.
    —¿No intentarás escapar?
    —No.
    El vampiro la bajó, con mucho cuidado, hasta el suelo. Arianna intentó caminar a su lado y poner algo de distancia entre ellos, pero él pasó su brazo por su cintura acercándola a su cuerpo.
    —No me toques.
    —Es esto o volveré a cargarte –dijo él.
    Ella decidió dejar de protestar.
    Los guardias de la entrada hicieron una breve inclinación ante el vampiro.
    —Bienvenido, señor Vaidenberg.
    Arianna se estremeció. Él era Zander, el rey de los vampiros. ¿Cómo podía pasar desapercibida estando junto a él?
    No podía creer su mala suerte.

     
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    Shennya

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    El rey de los vampiros

    Era peor de lo que se había imaginado. Cuando cruzaron las puertas, todos los vampiros dejaron de moverse, ni siquiera se escuchaba el bullicio de sus palabras mezcladas, sólo el fuerte palpitar de la música. Era como si los cientos de pares de ojos no pudieran despegarse de ellos, a él lo miraban con profundo respecto y hasta Arianna pudo detectar algo de temor, sin embargo, a ella la observaban con curiosidad y sorpresa.
    Finalmente, subieron al segundo piso, con los mares de vampiros retirándose a su paso. Llegaron a una mesa rodeada de dos amplios y curvos sillones rojos, los vampiros que se encontraban sentados, al notar el gesto de la mano que hizo Zander, se retiraron inmediatamente, haciendo leves inclinaciones.
    Arianna se sentó en uno de ellos y el rey junto a ella, desgraciadamente. Lo vio sonreír.
    —¿Cuál es tu nombre?
    Ella esquivó la mano que iba hacia su rostro. Como pudo, se deshizo de su agarre y se levantó. Logró llegar hasta el sofá frente a él y se dejó caer ahí, decidiendo que toda la distancia que pudiera poner con Zander sería un beneficio para ella. Se alegró más al notar la mesa, entre ellos.
    Él no parecía molesto por su reacción, sino que se limitaba a mirarla fijamente, con su mirada oscura brillando con diversión.
    —Arianna —respondió, decidiendo que, después de todo, aquello no afectaría, pues estaba en un reino dónde nadie había escuchado su nombre.
    —Me gusta —aprobó él, con un asentimiento de cabeza.
    La guardiana luchaba por mantenerse callada, dispuesta a no dejarse provocar por la evidente arrogancia que destilaba el vampiro. Se removió en el asiento, apretando los labios y los puños, sin embargo, al final no pudo controlar su lengua.
    —No tendría por qué gustarte, es mi nombre, no el tuyo.
    Zander arqueó una ceja hacia ella, pero siguió como si no hubiese escuchado esa réplica.
    —Me he estado preguntando… ¿Qué fue lo que pasó antes de que yo llegara? ¿Por qué él te estaba atacando?
    Ella resopló, tenía el presentimiento de que, si no respondía, nunca podría quitárselo de encima. Estaba desesperada por irse.
    —No lo sé exactamente, simplemente me negué a que tomara mi sangre y lo golpeé —respondió—, después salí y me siguió, intentó morderme de nuevo, entonces llegaste tú.
    —¿Él es algo tuyo? ¿Tu pareja?
    —No.
    El rey de los vampiros parecía muy satisfecho con esa respuesta.
    —Aunque eso no es de su incumbencia —agregó, antes de morderse la lengua; demasiado tarde, una sombra molesta había aparecido en el rostro de Zander.
    —Parece que has olvidado las reglas del reino, Arianna, pero con gusto te las recordaré. Soy el señor de los vampiros, todo aquí me concierne. Las órdenes que doy yo, se obedecen, siempre. Tú harás todo lo que yo diga.
    Arianna hubiera estado completamente furiosa por aquellas palabras, sino fuera porque gran parte de su atención estaba sobre la escalera por la que habían ascendido, la cual era su única oportunidad para ser libre. De un impresionante salto, se levantó y comenzó a correr, esquivando vampiros aturdidos, con su sorprendente velocidad recién adquirida.
    No fue suficiente.
    Estaba a unos pasos de llegar a las escaleras, cuando una figura oscura la interceptó en el camino. Se encontraba completamente bloqueada. Zander sonrió y la tomó de la cintura, atrayéndola hacia sí.
    —No puedes huir de mí.
    Arianna forcejeó y, en el intento de liberarse, su brazo golpeó al rey en el pecho; no había previsto la reacción que generaría, aún se estaba acostumbrando a sus nuevas habilidades y era evidente que no conocía mucho de ellas. Zander cayó al suelo, lejos de ella.
    De pronto, como una ola gigante de cuerpos enfurecidos, los vampiros estuvieron a su alrededor; los ojos enrojecidos de furia la observaban, rodeándola estrechamente, los gruñidos comenzaron a sonar, amenazantes.
    Había cometido un grave error.
    Los vampiros la miraban, furiosos; empezaron a protestar y a exigir que se hiciera algo en contra de la ofensa que había cometido. La mayoría de ellos quería ver correr sangre.
    —¿Cómo pudo atreverse a siquiera tocarlo?
    —¡Hay que destruirla!
    Esa exclamación había surgido de los rojos labios de una vampiresa que estaba casi al frente de ellos, bajo sus mechones de cabello rubio alborotado, surgían los intensos ojos azules, llenos de profundo odio. Arianna supuso que ella sería una de las tantas fanáticas de las que le había hablado Nyala. Sus músculos se tensaron, listos para defenderse; se preguntó si ella sería la primera en atacarla.
    Pero se equivocaba.
    Otros dos vampiros fueron los que se lanzaron sobre ella, exhibiendo sus afilados colmillos. Logró esquivar al primero y darle una patada en el rostro al segundo. Pero el dolor repentino en su boca la desconcentró y no vio cuando el primero se giraba hacia ella y tiraba de su brazo. Se liberó rápidamente, utilizando el codo como arma, pegándole en el ojo izquierdo.
    Abrió los labios, sintiendo que el dolor pasaba hasta ser un simple malestar y eliminándose cuando sus caninos crecieron hasta afilarse y mostrarse debajo de sus labios. Un gruñido surgió de su garganta.
    Tan desacostumbrada estaba a éste nuevo efecto de la poción, que descuidó un poco a su alrededor, dando oportunidad a que un tercer vampiro saltara sobre ella y la tumbara al suelo.
    Vio a los otros dos levantarse y caminar hacia ella, mientras intentaba quitarse al que la había atacado de encima. El vampiro gruñía y le aprisionaba las muñecas por encima de su cabeza, impidiendo que sus dedos pudieran acceder a la daga que se encontraba escondida, debajo de su pantalón.
    Lo golpeó en la entrepierna con su rodilla al último minuto; lo escuchó gemir de dolor, antes de rodar lejos de ella. Intentó ponerse de pie, desesperada, notando que los otros ya estaban a unos centímetros de su cuerpo. No tardarían en atacarla.
    La multitud estaba emocionada, gritando que la mataran, exigiendo que su sangre se derramara en ese momento.
    Arianna se apoyó en los codos y se impulsó para ponerse de pie, al tiempo que tres figuras se abalanzaban sobre ella.
    Un ruido, que provocó que se le estremecieran los huesos, inundó la habitación, uno que no provenía de ninguna de las gargantas que se disponían a atacarla.
    De golpe, un relámpago vestido de negro golpeó a las tres figuras al mismo tiempo, segundos antes de que cayeran sobre ella. Los vampiros chocaron contra el suelo, sus respiraciones eran irregulares y un profundo temor se coloreó en sus pupilas.
    —No la toquen, nadie puede lastimarla.
    Arianna, tras lograr estabilizarse sobre el suelo, notó, con temor y confusión, que la figura que se había interpuesto entre sus atacantes y ella, era la de Zander. Por la forma en que sus hombros estaban en tensión, supo que estaba furioso. Se estremeció, porque sospechaba que esa ira había sido provocada por ella misma.
    —Retírense —les ordenó a los vampiros que los rodeaban, todos lo miraron como si no lo hubiesen visto nunca. Mas, a pesar de la profunda sorpresa marcada en sus rostros, no tardaron en hacerle caso y dispersarse.
    Las actividades en el club nocturno continuaron como si nada hubiese pasado.
    Entonces, Zander se giró hacia ella. No le tranquilizó la forma en que sus ojos oscuros llameaban hacia su rostro. Por un momento pensó en volver a intentar escapar, pero antes siquiera de que pudiera dar un paso, unas manos fuertes aprisionaron sus muñecas, impidiéndole moverse.
    —Debería estar enojado contigo —dijo él.
    Arianna luchó un momento con su orgullo, pensando en que nada importaba más que rescatar a Giselle y que no podría hacerlo si el rey de los vampiros la destrozaba en aquel momento.
    —Lo lamento —soltó, entre dientes apretados—, no quise hacerlo, su… majestad.
    Para su gran decepción, él no aflojó la presión de sus dedos.
    —A veces eso no es suficiente.
    La guardiana sintió que su corazón se detenía, asustado. Inclinó su cabeza hacia arriba, sólo para notar cuando una sonrisa aparecía en el rostro de Zander y como él pegaba su frente a la de ella. Arianna no pudo mirar nada más que sus ojos negros, como abismos, en los que sentía, si no se cuidaba, podría caer y no salir jamás.
    —Pero en esta ocasión, te perdonaré.
    Ella hubiera soltado un suspiro de alivio, si la cercanía del rey no la pusiera tan nerviosa.
    Él, en cambio, parecía divertido, hasta lo escuchó reírse.
    —En cuanto a la forma de dirigirte a mí, puedes llamarme simplemente por mi nombre —permitió.
    Arianna asintió, decidida a hacer todo lo posible por no causar otro disturbio pues, a pesar de que los vampiros en el centro nocturno parecían no prestarles atención, ella sabía que los observaban de reojo y agudizaban sus oídos para escuchar su conversación.
    —¿Puedo irme?
    Zander frunció el ceño, como si le molestase esa pregunta.
    —¿Quieres hacerlo?
    —Sí.
    Lo escuchó resoplar.
    —Está bien —aceptó, después de un rato. A regañadientes la liberó y se alejó unos pasos de ella.
    Sin embargo, Arianna dudó, observando a su alrededor; el resto de los vampiros no parecían dispuesto a asesinarla como hacía rato, pero no quería arriesgarse a que si se separaba del rey, aprovechando su ausencia, pudieran atacarla.
    Él debió adivinar sus pensamientos porque dijo:
    —No te harán daño, lo prometo.
    Le creyó, no sabía por qué, pero lo hizo. Sin darle tiempo a que se arrepintiera, se dio media vuelta, pero antes de dar un paso, escuchó su voz una vez más, divida entre la diversión y algo más que no pudo identificar.
    —Te permito marchar ahora, porque disfrutaré enormemente cuando vuelvas a mí, por tu propia voluntad
    Apretó los puños; deseaba darse la vuelta y gritarle que podía esperar toda la eternidad porque jamás haría algo así, pero, al final, logró controlar su temperamento y guiarse entre los vampiros hasta salir de Escarlata.

    Apenas tuvo tiempo de pensar de camino al edificio, pues el amanecer le pisaba los talones. Sólo al subir las escaleras y entrar en el departamento pudo pensar en la noche siguiente, la misma en la que se concentraría en comenzar a recorrer la ciudad y confiar en su relicario para guiarla.
    Mientras se tendía en la cama, se preguntó si Zander le causaría algunos problemas en los siguientes días. Casi cuando el cielo comenzó a aclararse, decidió que no, que el rey ni siquiera se acordaría de ella. También alcanzó, tras un estremecimiento, a cuestionarse sobre la sed. Aún no experimentaba ningún deseo por la sangre y no sabía qué día, la poción le jugaría otra mala pasada y le exigiría a su cuerpo energía en forma de ese líquido espeso y rojizo.
    Siendo sincera, esperaba que eso no ocurriera nunca.
    Algo en su mente alcanzó a advertirle, antes de que los rayos del sol aparecieran en el cielo y ella se abandonara a la inconsciencia, que la sed no tardaría en consumirla. Aunque, a decir verdad, no creía estar preparada para ese momento.

    Apenas tuvo tiempo de vestirse y esconder algunas cosas que quería llevarse para su excursión: la daga y unas cuantas monedas de oro; aún no sabía qué haría con ellas, pero tenía que estar preparada. Entonces, alguien tocó la puerta de su departamento. El sol de la tarde entraba por la ventana de su habitación, era demasiado temprano para visitas, así que se mantuvo alerta para cualquier cosa. Sin embargo, era sólo Nyala, quien entró como viento inquieto en cuanto abrió la puerta y se sentó en el viejo sofá de la sala.
    Llevaba el cabello morado despeinado, con varios mechones cubriendo sus ojos y mezclándose intrincadamente sobre su cabeza, unos con otros. Sus ojos parecían experimentar muchas emociones a la vez, entre las que se dividían la sorpresa, preocupación y hasta algo de temor.
    Arianna no tenía ni la menor idea a que se debía aquella intromisión. La observó un momento, esperando a que hablara.
    Después de unos minutos, Nyala suspiró y empezó a soltar todo lo que se había guardado toda la noche:
    —¿Cómo fuiste tan… estúpida como para golpear al rey en un lugar atestado de vampiros? —escupió la pregunta como si le pesara en los labios—. Es más… ¿Cómo si quiera te atreviste a tocarlo?
    La guardiana resopló. Todo lo que quería era olvidarse de eso y lo primero que hacía Nyala era ir a su departamento para acosarla con ese tipo de preguntas. Decidió que cualquier respuesta inventada no resultaría creíble, además estaba demasiado ocupada pensando en otras cosas como para empezar a ser creativa mintiendo. La verdad, aunque no toda, le serviría.
    —No pude controlarme —contestó—, él es exasperante y su arrogancia terminó con toda la paciencia que yo pudiera tener. Aunque tienes razón, fue una total estupidez, una por la que casi muero.
    Nyala había abierto la boca; estaba mirándola de una forma que Arianna hubiera pensado que estaba volviéndose a convertir en hada frente a sus ojos, sino fuera porque sabía que, si estuviera ocurriendo, ella lo notaría. La miraba como si se tratara de un raro espécimen o alguna malformación en los de su estirpe.
    —¿Qué Zander es exasperante?
    —Es insoportable —agregó la guardiana—, es más, creo que es un completo…
    —Suficiente —la interrumpió la vampiresa—, no es bueno que andes insultando al rey todo el tiempo, ya ves lo que te pasó por empujarlo.
    Arianna resopló.
    —Cierto.
    —No puedo creer que consideres al rey insoportable —comentó Nyala—. ¿Eso significa que no te…?
    —No —respondió, antes de que terminara la pregunta.
    —¿Entonces por qué llegaste con él?
    —Yo… es que… Zander me conoció fuera del Escarlata y me obligó a entrar junto a él —respondió, omitiendo el hecho de que la había salvado de otro vampiro, el cual estuvo a muy poco de morderla.
    —¿Cómo que te obligó?
    —Pues es que… yo sólo quería regresar al departamento, pero Zander insistió en que volviera a entrar a Escarlata y no creía que con un “No” podría librarme de él, así que tuve que acceder.
    —Es increíble —soltó Nyala, más para ella que para la guardiana, y se recostó sobre el respaldo del sofá, observando en techo.
    Arianna había tomado una silla y se había sentado frente a la vampiresa. Y, en aquellos momentos, se removía, nerviosa.
    —Zander pudo haberte matado ¿sabes? Por lo que le hiciste —comentó.
    La guardiana se estremeció.
    —Estoy aliviada de que me perdonara.
    —Sí —asintió Nyala hacia ella—, pero aún no entiendo porqué lo hizo. Jamás se había comportado así, no que yo supiera, de todos modos. Incluso te defendió y les prohibió lastimarte.
    —No creo que haya ningún misterio, simplemente mi situación le pareció un buen espectáculo en el que entretenerse un momento.
    —¿Qué tanto hablaste con él? —insistió Nyala, no parecía querer parar de hablar del mismo tema.
    —Nada interesante —respondió ella, algo cortante.
    Nyala le pidió que le diera más detalles, pero Arianna estaba harta de platicar del rey, así que desvió el tema a ella, un momento, por lo menos hasta que el cielo oscureció. Entonces, cuando la vampiresa quiso retomar la conversación, Arianna le recordó que tendría que presentarse en un trabajo en poco tiempo. A regañadientes, Nyala se despidió y salió del departamento.
    Arianna soltó un profundo suspiro y se preparó para salir. Bebió otra dosis de la poción y esperó unos minutos a que el dolor acostumbrado cediera.
    Nyala le había ofrecido llevarla al Escarlata otra vez, pero ella argumentó que quería conocer más de la capital. Le pareció que Nyala se entristecía, pero no le importó, necesitaba buscar a la princesa cuanto antes.

    La oscuridad en las calles, en lugar de aminorar el tránsito de vampiros, sólo lo aumentaba. Arianna escuchaba el bullicio de los residentes de la capital; iban y venían de un lugar a otro, siempre con sus vestimentas oscuras y los rostros pálidos. Con el relicario sobre su pecho, esperaba que éste diera alguna señal de reconocimiento. Dejó las calles de edificios departamentales y casas y se concentró en las que abundaban los negocios.
    Entró a dos librerías y a un centro comercial. En éste último tuvo que recorrer sus dos pisos, y entrar a unos cuantos establecimientos que le parecieron extraños, para terminar sin ninguna esperanza. Triste, llegó hasta la fuente central del parque, cuya verja negra, estaba abierta de par en par y por la cual, en la parte superior se dibujaban unas letras con el nombre de “Salix”.
    Por un camino de piedra, fue observando la maleza verde a sus costados; los árboles se mecían con el viento con una lentitud apacible. La luna parecía más distante esa noche, dibujando una sonrisa plateada, acompañada de un séquito de estrellas brillantes.
    Se sentó en una banca pintada de rojo, junto a la luz que reflejaba una hermosa laguna. Una pequeña hoja cayó sobre la superficie acuosa y generó varias ondas que se expandieron hasta tocar un poco de la tierra húmeda que la rodeaba. Arianna enterró la cara en sus manos y se dedicó a escuchar el murmullo del agua al ser arrastrada por el aire.
    Tan sólo se permitió unos minutos de quietud; en los que sólo pudo recordar a Giselle y la forma en que se la habían arrebatado. Cada día que pasaba se angustiaba más, pero debía tener esperanza; sabía ahora que ella seguía viva y que se encontraba en alguna parte de la capital.
    Limpiándose una lágrima que había rodado de su ojo, se despidió de la belleza de Salix y se adentró en las calles oscuras de Vampyrus. Después de caminar mucho, mezclada entre los vampiros, entró en un el bar “Lamento”. Estaba cansada y, después de mucho meditarlo, había decidido que necesitaba un poco de ayuda.
    El problema era encontrarla.
    Con una escasa luz y poco espacio, Lamento era un lugar que ella podría pensar era casi clandestino, además los rostros que la observaban entrar, tenían un extraña sombra dibujada en las facciones.
    Ocupó una de las sillas frente a la barra y, ya que el alto y musculoso cantinero no apartaba sus ojos amarillos de ella, decidió pedir una bebida. Y como no conocía el nombre de ninguna, le pidió al vampiro que le sirviera lo mejor que tenía. Lo que le sirvió en el vaso cristalino resultó ser una sustancia roja y naranja que a Arianna no le agradó en absoluto. Se acercó la boquilla y un olor dulce le inundó los sentidos, no estaba segura de cómo lo sabía pero había sangre en aquel vaso y, a pesar de que la tenía tan cerca, no experimentó ningún impulso por beberla, todo lo contrario, aún le causaba cierta repulsión. Y, aunque le agradaba eso, se empezaba a preguntar si aquello no sería signo de que algo andaba mal con la pócima.
    Dejando el vaso sobre la mesa, nuevamente, se giró para buscar a alguien que pudiera servir como informante; necesitaba un vampiro que conociera bien la capital y que pudiera buscar por ella a Felldallah o Cirus. Una vez teniéndolos a ellos, podría llegar hasta Giselle.
    Un vampiro se acercó a Arianna, después de un rato, parecía muy entusiasmado con ella. Se sentó a su lado e intentó persuadirla de ir a otro lugar, mas la guardiana, con unos gruñidos exasperados, se negaba constantemente, luchando por controlarse. El vampiro no parecía entender razones hasta que, al inclinarse sobre ella para morderla, Arianna se levantó de un salto y lo amenazó con su daga de cobre. Pareció sorprendido, pero aún no estaba dispuesto a rendirse, puesto que abrió los labios para protestar, sin embargo, de su boca no logró salir ni una sola palabra, porque ella lo acalló, pegando la hoja afilada de su daga, a la piel expuesta de su cuello.
    —Aléjate de mí o te cortaré la cabeza —prometió, tras un gruñido.
    El resto de los clientes se había quedado en silencio, observando.
    —De acuerdo —dijo, retrocediendo unos pasos lentamente.
    Arianna pensó que quizás había presionado demasiado; ahora que notaba la pequeña línea por la que brotaba un hilillo de sangre.
    El vampiro salió del bar. A partir de ese momento, ningún otro hizo intento alguno por acercársele o hablarle siquiera.
    —Peligroso juguete para una dama —comentó una voz a sus espaldas.
    Se giró, lista para defenderse, cuando se dio cuenta que era el cantinero, y que estaba más concentrado limpiando la suciedad de una copa que en ella. Con cierta desconfianza, se volvió a guardar el arma.
    —Es para protección —dijo ella—. Soy Arianna ¿Cuál es tu nombre?
    —Te lo digo si prometes no hacerme daño —bromeó él.
    Ella sonrió.
    —De acuerdo.
    —Aaron —contestó—, y como fuiste la primera en iniciar el interrogatorio, creo que tengo derecho a saber algo sobre ti. Ya que estás armada y no has tomado un solo sorbo de tu bebida, supongo que no vienes aquí para pasar el rato. ¿Entonces, qué haces aquí?
    La guardiana observó unos instantes al vampiro frente a ella, meditando. Con suspiro, decidió que no perdería nada al intentar hacer un trato con él.
    —Por información.
    Aaron se inclinó hacia adelante, sobre la barra.
    —¿Qué tipo de información? —cuestionó, con interés.
    —Necesito encontrar a dos vampiros —musitó.
    —Yo podría ayudarte —dijo, volviendo a concentrarse en limpiar la copa, como si le restara importancia al asunto—, pero te va a costar.
    —Lo sé, lo sé —soltó ella—, dime tu precio.
    —Eso depende de que datos tengas sobre ellos, algo que me pueda facilitar un poco las cosas —continuó—. Supongo que no los tendré que buscar por todo el reino ¿o sí?
    Ella negó con la cabeza.
    —Sé que están aquí, en la capital. Sus nombres son Felldallah y Cirus.
    —¿Algo más? —cuestionó, arqueando una oscura ceja.
    Arianna hizo un gran esfuerzo por recordar la escena que había visto gracias al relicario y dibujar en su mente los rostros de los vampiros que tenían presa a la princesa. Se los describió a Aaron, diciéndole todos los detalles posibles a cerca de su ropa o su comportamiento, cualquier cosa que le ayudara a encontrarlos con mayor rapidez.
    —Quiero diez monedas de oro —dijo él, cuando ella terminó de hablar.
    —Te daré cinco ahora —Arianna sacó las monedas doradas y brillantes y se las dejó sobre la barra—, y el resto cuando me tengas la información.
    Un poco a disgusto, pero el vampiro aceptó.
    —Regresa aquí dentro de dos noches, espero tener lo que necesitas para entonces.
    Arianna asintió, se levantó y salió rápidamente del bar. Ya sentía que el amanecer se acercaba peligrosamente.

    No esperaba que, al atardecer siguiente, Nyala estuviera tocando con fuerza su puerta, otra vez. A regañadientes se levantó a abrirle.
    —¿Qué quieres ahora? —espetó, molesta.
    No tenía ganas de retomar el tema de Zander y sospechaba que ella sólo venía a hablar de él.
    La vio fruncir el ceño.
    —¿Qué rayos te ocurre? ¿No escuchas o qué? —cuestionó ella, a su vez, refunfuñando antes de entrar en el departamento.
    —¿De qué estás hablando? —dijo Arianna, confundida.
    —En la mañana estuve tocando tu puerta y no me abriste —explicó Nyala.
    —Estaba dormida, lo que tú debiste estar haciendo a esa hora —replicó la guardiana, sentándose en una silla. Estuvo un poco extrañada de que ella pudiera resistir el amanecer, hasta que recordó que Cristal le había explicado que, la mayoría de los vampiros, podían aguantar despiertos varias horas en la mañana. Arianna, por haber tomado la poción, era la rara excepción y no podía mantenerse en pie en cuanto el sol se asomaba por el horizonte.
    —No podía dormir —admitió—, además tenía que decirte algo.
    Arianna resopló.
    —Pues procura, en la siguiente ocasión, llegar al atardecer. Duermo profundamente y no podré abrirte si vuelves otra vez en la mañana.
    Nyala puso los ojos en blanco.
    —Yo diría que más bien duermes como muerta.
    —Lo que sea… ¿Qué querías decirme?
    La exasperación desapareció del rostro de la vampiresa, para pasar a algo extraño, algo parecido a la culpa.
    —Anoche —comenzó, bajando la mirada al suelo—, dos vampiros que trabajan para el rey llegaron a Escarlata, preguntando por ti.
    —¿Sí? —Arianna se levantó de un salto, nerviosa—. ¿Y qué querían?
    —Pues… estuvieron interrogando a varios de mis compañeros de trabajo y uno de ellos le dijo que te vio hablando conmigo, así que se dirigieron a mí —continuó Nyala, levantando el rostro y mordiéndose el labio—. Ellos querían saber dónde estabas viviendo…
    —Y tú no les dijiste nada —se apresuró a interrumpirla. Aunque sabía la verdadera respuesta— ¿verdad?
    Nyala no contestó durante unos segundos.
    —Lo siento.
    —¿Por qué? —estalló Arianna.
    —Entiéndelo, no puedo negarle respuestas al rey —se excusó—. ¿Por qué está tan interesado en ti?
    —No lo está —se apresuró a negar Arianna. Comenzó a pasearse en la habitación, frotándose las sienes. Esperaba que esto no le generara problemas, no deseaba que nadie interfiriera en su búsqueda. Sin embargo, después de lo que le había dicho la vampiresa, tenía un mal presentimiento.
    —¿Para qué crees que te quiera? —insistió Nyala.
    —No creo que él…
    —Deja de negarlo, quiere algo de ti. ¿Si no por qué averiguaría dónde vives?
    —No lo sé.
     
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  8.  
    Camila

    Camila Iniciado

    Aries
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    21 Febrero 2020
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    1
    Hola
    Disculpa las molestias, pero desde hace mucho tiempo he esta buscando esta historia en especial, pero me ha sido imposible poder volver a leerla, me preguntaba que posibilidad hay para que continúes compartiendola o que la puedas pasar.
    Gracias
     

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