El Señor de los Anillos The Rise of the Valar (Legolas) | Libro II

Tema en 'Fanfics sobre Libros' iniciado por mgstories, 30 Marzo 2021.

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    Título:
    The Rise of the Valar (Legolas) | Libro II
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    39088
    The Rise of the Valar

    Las dos torres




    Capítulo Uno: El Portador de Náriël

    Legolas se había quedado sin flechas luego de su enfrentamiento con los Uruk-Hai de Isengard en Amon Hen, por lo que se encontraba recogiéndolas de los cuerpos de los orcos tendidos en el suelo. Aragorn y Gimli se encontraban varios pasos más lejos que él, esperando a que terminara de llenar su carcaj.

    Cuando Legolas se aseguró de que había recuperado todas sus flechas, se volvió hacia Lyanna, quien había estado buscando una de sus dagas y su espada al perderlas durante la batalla. Pero al ver que se encontraba de pie, inmóvil y con su mirada fija en la flecha que tenía entre sus manos, sospechó que algo ocurría con ella.

    - ¿Lyanna? – la llamó él. Lyanna pareció no reaccionar, lo que obligó a Legolas a acercarse a ella. Lyanna se encontraba desconcertada por lo que acababa de descubrir sobre aquella flecha - ¿Estás bien? – preguntó, al ver que la Vala ni se inmutaba. Lyanna despegó su vista de la flecha y la clavó en el elfo frente a ella. La mirada de Lyanna aterró a Legolas.

    - Estoy en problemas – susurró ella. Legolas frunció el ceño, sin entender a lo que ella se refería.

    - ¿Qué? – preguntó. Lyanna elevó la flecha hasta la altura de los ojos de Legolas, y él la observó mejor.

    - Esta flecha está encantada con veneno de un antiguo maia muy poderoso – escuchó que dijo Lyanna, en voz un poco baja – no puede matarme, pero es capaz de apagar mi Llama y debilitar mi poder en gran medida. Puede… inmovilizarme por completo – dijo ella en un tono preocupado – es el veneno de Ungoliant – Legolas recordó cuando Lyanna le contó que ella había sido secuestrada tanto por Morgoth como por Ungoliant cuando era pequeña, y el veneno de ella era letal. Había sido capaz de matar a los Dos Árboles de Yavanna con este.

    - Ungoliant fue asesinada hace ya dos edades. Es imposible que Saruman guarde una bodega con grandes cantidades de este veneno – Lyanna quería creerle a Legolas, pues su razonamiento era correcto. Pero cierta incomodidad le decía lo contrario, que a lo mejor Saruman sí poseía más de aquel veneno. No podía aceptar la idea de que el Mago Blanco hubiese encontrado una debilidad en ella. Legolas notó la preocupación en el rostro de Lyanna, y aunque sabía que no podía hacer mucho por consolarla, el beso que el elfo depositó en los labios de ella mientras tomaba su rostro le dieron una sensación de paz al tenerlo tan cerca. Lyanna le sonrió mientras juntaba su frente con la suya. Legolas le guiñó el ojo y se dispuso a regresar con Aragorn y Gimli.

    Lyanna lanzó la flecha lejos y fue detrás de Legolas. Cuando los cuatro se encontraban por fin listos, emprendieron su camino tras el grupo de Uruk que se habían llevado a Merry a Pippin. El grupo había partido hacía ya varias horas, y en el cielo el sol comenzaba a ocultarse. Ni Gimli ni Aragorn habían comido durante todo el día, y Lyanna sabía que aquello podía jugarles en contra en cualquier momento.

    Cuando cayó la noche, tanto ella como Legolas les ofrecieron sus panes lembas para que los guardaran para los próximos días, pues era incierto el tiempo que tardarían en alcanzar a los orcos.

    - Tendremos que hacerlo antes de que lleguen a su destino – habló Aragorn, colocando más leña en la pequeña fogata que habían hecho. Gimli no disfrutaba el pan de lembas, pero era lo único que había para comer.

    - ¿Por qué se llevarían a los hobbits en lugar de matarlos? – preguntó Gimli, haciendo una mueca al masticar un poco del pan.

    - Saruman tuvo que haberle dicho a Sauron que un hobbit cargaba el Anillo. Solo que no sabe quién de ellos es el portador – explicó Lyanna.

    - ¿Crees que se dirijan a Isengard? – preguntó Legolas al recordar que los Uruk llevaban pintada una mano blanca, el símbolo de Isengard. Aragorn negó.

    - No, Sauron no le confiaría el Anillo a Saruman. Estos orcos van directos a Mordor. Por el momento deben pensar que el Anillo se encuentra de este lado del río. Frodo definitivamente está más seguro sin nosotros – dijo Aragorn, y Lyanna sonrió ante sus palabras. Era verdad, ahora con la Comunidad dividida, ni Sauron ni Saruman sabían la verdadera ubicación del Anillo.

    - No del todo – respondió Lyanna, llamando la atención de todos – Gollum ha dejado de seguirnos desde el río. O bien un orco lo mató o bien logró cruzar a la otra orilla del río y seguir a Frodo y a Sam – aquello la había esta perturbando durante un par de horas. Pero confiaba en que ambos hobbits se la arreglarían por su cuenta y conseguirían enfrentar cualquier amenaza.

    Lyanna se levantó a buscar más leña para la fogata. El plan de los cuatro era descansar un poco y volver a perseguir a los Uruk antes del amanecer. Para Legolas y para ella no era ningún problema seguir durante todo el día sin parar, pero Aragorn y Gimli tenían que recuperar fuerzas.

    Cuando regresó, ubicó la ramas en la fogata. Al ver cómo las llamas danzaban de forma violenta, Lyanna recordó su plan de depositar un poco de su Llama en cada miembro de la Comunidad. Ella quería hacerlo para saber si alguno de sus compañeros necesitaba su ayuda en cualquier momento. Se arrepintió de no haberlo hecho la noche que Frodo le sugirió hacerlo, en lugar de esperar a que se tomara una decisión. Por su negligencia, no había podido cumplir con su propósito, y ahora no podía saber si Merry y Pippin se encontraban bien, o Sam. Pero sí podía hacer algo con los que en aquel momento la rodeaban.

    Lyanna cerró sus ojos y acercó su mano a su pecho. Con su poder, extrajo de su interior un poco de su Llama, llamando la atención de sus tres amigos. Todos fruncieron el ceño, confundidos ante lo que la Vala acababa de hacer. Ella les sonrió.

    - Deposité en Frodo una parte de mi Llama, en la madrugada de hoy – explicó – mi plan era depositar un poco en cada uno de la Comunidad una vez decidiéramos qué camino tomar. De ese modo, en cierta manera, esta los protegería un poco de la tentación del Anillo, y me permitiría sentirlos cerca – ella se calló, intentando articular mejor sus palabras – mi error fue tardar mucho en hacerlo. Si hubiese depositado la Llama en Boromir o en Merry y Pippin a tiempo… tal vez hubiera sido capaz de salvarlo, o de saber ahora mismo si lo hobbits se encuentran bien. Pero no quiero correr más riesgos, así que quiero que cada uno la lleve. Si algo sale mal, si las cosas se ponen feas… con ella podré sentirlos cerca, y si es posible, usar mi poder para ayudarlos – Lyanna depositó en Aragorn y en Gimli su Llama. Ambos sintieron una sensación de calor en su pecho cuando la Vala había acercado su mano – también les dará las fuerzas necesarias para seguir – Lyanna volvió a sacar de su pecho la Llama que le correspondía a Legolas, pero el intercambiar miradas con él, se quedó inmóvil. Aragorn y Gimli la observaron, y se extrañaron de su reacción.

    - ¿Sucede algo? – le preguntó Aragorn. Lyanna esbozó una sonrisa nerviosa, y titubeó un poco antes de hablar.

    - Creo que es momento de que les confiese algo – Legolas le devolvió la sonrisa a la Vala al entender que Lyanna estaba lista para hablarles sobre su relación – Yo… Legolas y yo… - no había ni terminado de decirlo cuando Aragorn y Gimli comprendieron lo que ella quería decir. Aragorn esbozó una sonrisa de emoción, mientras Gimli carcajeaba con alegría.

    - Bueno, no es ninguna sorpresa – dijo el enano, sin parar de reír. Lyanna miró a los ojos a Legolas y decidió que era hora de entregarle lo que le pertenecía. Antes de acercarse a él, Lyanna sacó de por debajo del cuello de su camisa un relicario que el enano ya había visto antes. Al recordar lo que Lyanna le había dicho sobre este, se conmovió al entender la razón por la cual se lo había quitado.

    - Esta es la Estrella de Náriël – les dijo a Legolas y a Aragorn, quienes habían quedado encantados con el brillo del relicario – mi creación, como la hija de Aüle – Lyanna depositó su Llama en la estrella, que se unió junto la luz que el rayo de sol y la luz de luna formaban – Su luz refleja la intensidad con la que brilla el amor de dos seres destinados a estar separados. Arien y Tilion – tanto Aragorn como Legolas entendieron que se referían a los señores del sol y la luna – Quiero que seas su portador – le dijo Lyanna al elfo. Legolas se sorprendió por las palabras de la Vala, pero le dedicó una sonrisa sincera – Gracias a Náriël, Arien y Tilion pueden sentir el amor del otro cerca, aunque se encuentren separados – Lyanna le entregó el relicario a Legolas – Si algo malo pasa, no importa qué, Náriël te permitirá sentirme cerca. Y yo podré sentir al portador de mi creación conmigo, aquí – dijo ella, colocando su mano en su pecho. Ambos intercambiaron una sonrisa, y si no fuera porque Gimli y Aragorn les lanzaban una mirada divertida, el elfo la habría besado.

    - No, por favor, adelante – los molestó Aragorn. Lyanna y Legolas rieron ante su comentario.

    - Tranquilos. En un par de horas, cuando Aragorn y yo estemos dormidos son libres de hacer lo que quieran – bromeó el enano – solo no sean ruidosos, por favor. Mañana será un lindo día – comentó el enano, en un tono demasiado sarcástico.





    Capítulo Dos: Los Cuatro Cazadores

    Gimli apenas le podía alcanzar el paso a sus compañeros. Aragorn y Legolas iban varios pasos por delante, mientras que Lyanna prefería quedarse con el enano en caso de que necesitara ayuda alguna. Habían pasado cuatro días desde que habían comenzado a perseguir a los Uruk. El día anterior habían descubierto una de las hojas de Lórien en el suelo. Aragorn sabía que esos broches no caían con facilidad, por lo que dedujo que uno de los hobbits lo había dejado caer para avisarles de que se encontraban con vida. Sin embargo, cuando Legolas, gracias a su vista de elfo, observó que los orcos no se dirigían a Mordor, sino a Isengard, descubrieron que Saruman había traicionado a Sauron, y que en realidad lo que quería era el Anillo para él mismo.

    Aragorn había dicho que los orcos les llevaban menos de un día de ventaja, pero Gimli no parecía verlo, el recorrido ya se le había vuelto eterno. Lyanna, por otro lado, había intentado que las estrellas le mostraran imágenes de Merry y Pippin, o de Frodo y Sam. Pero no había tenido éxito. Aquella incertidumbre la estaba desesperando.

    Cuando Lyanna y Gimli alcanzaron a Aragorn y a Legolas, estos dos se encontraban admirando el paisaje que se cernía frente a ellos.

    - Rohan – dijo el montaraz. Lyanna había cruzado aquel reino cuando viajaba con Gandalf, pero nunca se había quedado en ninguna de las ciudades que se ubicaban ahí – hogar de los señores de los caballos – tanto Legolas como Lyanna presintieron un mal dentro de aquellas tierras. Temieron que aquello tuviera que ver con lo que Legolas había dicho sobre el sol naciente rojo de esa madrugada, y que el derramamiento de sangre se hubiese dado dentro del reino de Rohan.

    Siguieron avanzando por un par de horas más. Aragorn usaba sus habilidades de rastreador para saber que no se encontraban muy lejos de su objetivo. Aunque desde hacía horas que no escuchaba los pasos de los orcos.

    Sin embargo, sí pudo sentir otros muy peculiares. No tardó en adivinar que se trataba de caballos acercándose en su dirección. Tras advertirle a los otros tres sobre aquello, corrieron a esconderse detrás de una roca que se encontraba cerca. Al cabo de un rato, varios jinetes Rohirrim pasaron frente a ellos. Aragorn había temido que se trataran de enemigos, pero al ver que eran soldados del reino se dirigió hacia ellos, en busca de información.

    - ¡Jinetes de Rohan! ¿Qué noticias hay de La Marca? – gritó Aragorn en su dirección. Los soldados se dieron vuelta hacia el origen de aquella voz. Al ser completos desconocidos, los cuatro se vieron rodeados por el grupo de jinetes. Estos elevaron sus lanzas y los apuntaron con ellas, sin dejarles escapatoria alguna. Lyanna se sintió amenazada ante aquella acción, y estaba a punto de usar su poder para destruir todas aquellas lanzas que en aquel momento la apuntaban, pero Aragorn la detuvo. Un hombre salió de entre los demás, y los cuatro dedujeron que se trataba del líder.

    - ¿Qué trae a un elfo, un enano, un hombre y una mujer a la Marca? – habló el soldado, aún montado en su caballo, confundiendo a Lyanna con una mujer mortal - ¡Hablen rápido! – exigió este, dándole la impresión a la Vala de que no sería alguien fácil de tratar.

    - Dame tu nombre, amo de caballos, y yo te daré el mío – contestó Gimli. Legolas, Aragorn y Lyanna contuvieron su aliento al escuchar la respuesta del enano. No había sido la mejor forma de empezar la conversación. Y molesto por el comentario, el soldado se bajó de su caballo, caminando directamente hacia Gimli. Lyanna se preparó para cualquier ataque

    - Te cortaría la cabeza, enano, si estuviera un poco más arriba del suelo – ni bien acabó de decir eso, Legolas tensó una flecha en su arco y apuntó a la cabeza del jinete. A Lyanna tampoco le habían gustado las palabras del hombre, pero Legolas solo había vuelto más tensa la situación. Las lanzas se acercaron más a ellos, y Aragorn obligó a Legolas a bajar el arco e intentar relajar las cosas.

    - Yo soy Aragorn, hijo de Arathorn – una chispa brilló en los ojos de aquel soldado al escuchar aquel nombre, pero no supo identificar porqué – este es Gimli, hijo de Glóin. Legolas, del reino del bosque. Y… Lyanna – Aragorn calló un momento al no saber exactamente qué decir de ella, pues sabía que no era seguro revelar su origen verdadero – de las tierras de Valinor – dijo finalmente. Cuando el hombre frente a ella escuchó aquello, detuvo su mirada en ella y le hizo una leve reverencia – Somos amigos de Rohan, y de Théoden, su rey.

    - Théoden ya no reconoce a un amigo de un enemigo – confesó, mientras se sacaba su casco y dejaba ver su rostro, y una corriente helada viajó por la espalda de Lyanna. Sus cabellos dorados cayeron a sus hombros, y sus hombres retiraron sus lanzas – Ni siquiera a los de su familia. Saruman ha envenenado la mente del rey y se ha declarado señor de estas tierras. Sus orcos vagan libremente en estas tierras, sin control alguno.

    - Hay un grupo de ellos que estamos siguiendo desde hace cuatro días – habló Lyanna, atrayendo la atención del soldado – Un grupo de Uruk-Hai. Tienen capturados a dos amigos nuestros – el rostro del hombre se tornó oscuro.

    - Los Uruk fueron destruidos anoche – Legolas recordó el amanecer de aquel día – No dejamos a nadie con vida, nos aseguramos de eso – el corazón de Lyanna comenzó a latir con fuerza, temiendo por las palabras que estaba escuchando – apilamos los cadáveres y los quemamos – señaló la dirección en la que una nube de humo se observaba a lo lejos. Los temores comenzaron a crecer en el interior de cada uno, incapaces de creerlos.

    - ¿Muertos? – susurró Gimli, con bastante pesar. El líder de los Rohirrim lo miró y asintió. Apenado por las noticias que les acababa de dar, llamó a tres de los caballos que habían quedado sin jinete luego del enfrentamiento que habían tenido durante la noche.

    - ¡Hasufel, Arod, Roheryn! – gritó, y tres caballos se acercaron a él. Hasufel tenía el cabello de color marrón y era el más alto de los tres, mientras que Arod y Roheryn eran blancos – que estos caballos les traigan más suerte que a sus anteriores amos. Aragorn le agradeció por ellos, y caminó hacia el caballo, al igual que Legolas y Gimli. Lyanna se quedó parada frente al hombre, todavía procesando lo que acababa de escuchar. El soldado distinguió en el pecho de ella un broche interesante con forma de hoja, y dirigió su mirada a los otros tres, viendo que también lo llevaban – Un regalo de la bruja Noldor – lo escuchó decir Lyanna, y se alegró de saber que Gimli no había escuchado eso, pues se habría vuelto loco por la ira – nada mal para cuatro cazadores – Lyanna soltó una risa cínica, carente de gracia alguna.

    - Cazadores – susurró ella, negando con la cabeza. Se sentía molesta, no podía creer que le hubiesen fallado a los hobbits en rescatarlos. Le había fallado a Boromir, quien había muerto tratando de protegerlos. El soldado la observó por encima de su hombro con curiosidad, deteniendo su paso hacia su caballo al recordar un dato sobre Valinor.

    - Aragorn dijo que vienes de Aman – le dijo a la Vala, ella volteó a verlo. Aragorn ya había montado a Hasufel, y Legolas ayudaba a Gimli a subirse a Arod – pero los hombres tenemos prohibida la entrada a esas tierras – dijo, con sus ojos entrecerrados y una sonrisa asomándose en sus labios. Él se acercó a ella, intrigado – Tú no eres mortal – adivinó, Lyanna lo miró a los ojos – Pero tampoco eres una elfa – ella le mantuvo la mirada, sin inmutarse ante sus sospechas - ¿quién eres? – preguntó, y ella elevó una de sus comisuras. Estaba a punto de responder, cuando Legolas apareció con Roheryn a su lado, tendiéndole las riendas a la Vala.

    - Alguien con quien no deberías de meterte – le dijo el elfo al jinete Rohirrim. Este le dedicó una sonrisa curiosa, mientras Lyanna lo miraba con un rostro juguetón al escuchar la respuesta de Legolas. Ella subió y a su caballo y observó desde este al soldado que aún se encontraba ahí.

    - Tú sabes quién soy, Éomer, hijo de Éomund – Éomer se sorprendió al escuchar a la Vala decir su nombre, pues él no se los había dicho en ningún momento – En leyendas ya has escuchado de mí – fue lo último que le dijo antes de conducir al caballo en dirección a la pila de cuerpos quemados que se veían a lo lejos, dejando al grupo de soldados de Rohan a sus espaldas.

    Al llegar al lugar donde varios cuerpos de orcos se encontraban quemados, no tardaron en bajar de sus caballos y comenzar a buscar señales de los hobbits. Gimli rebuscaba entre los cuerpos apilados, y todas las esperanzas de los restantes de la Comunidad se vinieron abajo cuando encontró uno de los cinturones de los hobbits junto al montón de cuerpos.

    Lyanna cayó al suelo de rodillas, se sentía vencida. Aragorn lanzó un gritó de furia, pero antes de entregarse por completo a la derrota, observó unas marcas extrañas en el suelo. Las examinó durante un rato hasta caer en cuenta de que se trataba de un rastro de un hobbit. Cuando los demás lo escucharon ir descifrando el camino que habían seguido Merry y Pippin durante la batalla de la noche anterior, las esperanzas volvían a aparecer en sus corazones. Siguieron los rastros que aparecían en el suelo hasta llegar frente al infame bosque de Fangorn.

    - ¿Fangorn? – susurró Gimli - ¿Qué locura les hizo adentrarse ahí? – un cuervo llamó la atención de Lyanna en aquel momento, que la hizo voltearse a verlo. El cuervo sintió la mirada de la Vala sobre él y se apuró a salir volando de ahí, haciendo que Lyanna se fijara en el cielo.

    - El sol se ocultará pronto – avisó – Deberíamos acampar aquí – los tres aceptaron la idea – Este bosque es peligroso por la noche.



    Capítulo Tres: El Mago Blanco

    Lyanna estaba encantada con la belleza de aquella noche. Las estrellas en el cielo brillaban de una forma única, y sabía que Legolas también disfrutaba observarlas. Ambos se encontraban recostados en el suelo, mientras Aragorn y Gimli dormían. Náriël relucía desde el pecho del elfo, quien no se molestaba en ocultar el regalo de la Vala, pues él pensaba que su brillo no merecía ser ocultado.

    - ¿Qué sigue después de que encontremos a Merry y a Pippin? – preguntó Lyanna en voz alta, sin despegar su vista del cielo. Legolas volteó a verla - ¿Iremos a Gondor?

    - Tal vez, Aragorn le prometió a Boromir defender la ciudad – Lyanna bajó su mirada, recordando aquel momento en el que había encontrado a Boromir agonizando en el suelo – Y tú tienes un destino que cumplir – le recordó. Lyanna soltó un gran suspiro, recordando que ella y Aragorn tendrían que enfrentar a Sauron si él recuperaba su forma física.

    - Espero que no llegue a pasar. Que el Anillo y sus tropas sean destruidos antes de que pueda ocupar un cuerpo – dijo ella. Legolas se levantó del suelo y apoyó su codo en una de sus rodillas, meditando sobre las palabras de Lyanna. Ella también se levantó y apoyó una mano en su hombro - ¿qué piensas? – quiso saber. Legolas le sonrió.

    - En el día que te conocí – le dijo él. A Lyanna se le vino el recuerdo a la mente y no pudo evitar sonreír por ello – Jamás había visto a un ser tan hermoso. Cuando mi padre me dijo quién eras, toda esperanza en mí se desvaneció. Era una ilusión, nada más – Lyanna poco a poco borró su sonrisa, imaginando lo que Legolas habría sentido, pensando que no era alguien digno de ella, una de los Valar – Y ahora ese sentimiento ha vuelto – confesó él. Lyanna frunció el ceño, confundida por su comentario.

    - ¿De qué hablas? Estoy contigo ahora, y no pienso ir a ningún lado – aseguró ella, pero Legolas la miró, triste.

    - Pero eso no puedes saberlo – le dijo él, en un susurro apenas audible - ¿qué pasa si Sauron… te derrota? Lyanna, solo hay un solo ser en este mundo capaz de matarte, tu propio maestro – Lyanna bajó su mirada, y negó.

    - Sauron no va a matarme, meleth nîn – le aseguró ella, sin preocupación alguna – aún espera que reine con él, u obtener mi poder.

    - Bueno, es el único capaz de capturarte y torturarte por el resto de la eternidad. Pienso que todo esto… tú y yo, no es más que un sueño del que pronto vamos a tener que despertar – Lyanna lo miró a los ojos, entristecida por lo que Legolas le decía. Tenía razón, ella no podía saber qué le esperaba en el futuro.

    - Entonces sigamos soñando cuanto podamos – le susurró ella, mientras acercaba su rostro al de él y juntaba sus labios. Legolas tomó el rostro de la Valië con sus manos, queriéndola tener siempre cerca. Mil años habían pasado para que ambos enfrentaran sus sentimientos y decidieran entregarle al otro su corazón. A Legolas aún le costaba creer que aquello fuera real, pero con cada beso que Lyanna le daba, se convencía cada vez más de que no fuera un sueño. Por eso temía porque se acabara, porque no tendría escapatoria. No podría salir de esa pesadilla, porque todo era real. No quería perderla, pero no podía hacer nada para intentar evitarlo. La única que podía era ella misma – Necesitas descansar – le dijo Lyanna sin apartar sus labios de los de él. Legolas sonrió en medio de su beso – Ha sido un día largo – pero ella seguía sin separar sus labios. Pero el crujir de una rama en la distancia los alertó a los dos. Lyanna buscó enseguida sus dagas, a unos metros de ella, mientras Legolas tomaba con prisa su arco. Ambos observaron una figura caminar a lo lejos, parecía un hombre con capa gruesa y sombrero alto. Aquella persona pareció no percatarse de la presencia del elfo y la Vala, y siguió su camino hasta adentrarse al bosque, se encontraba demasiado lejos para que Lyanna y Legolas pudieran sentir su presencia. Si no fuera por el sonido de la rama, no se habrían percatado de él - ¿Quién entraría al bosque cuando el sol está oculto? – preguntó ella, sin entender qué hacía alguien en aquellas zonas, a esas horas. Legolas volteó a verla.

    - ¿Quieres que vaya a investigar? – preguntó, pero Lyanna negó.

    - No, que siga su camino. Tal vez vuelve en un par de horas, o tal vez vive en el bosque – Legolas rio al escuchar eso, pues el bosque de Fangorn no era conocido por su tranquilidad en particular, pero el Bosque Negro, a pesar de los caminos y criaturas oscuras, poseía aún la belleza de los elfos en su reino. Tal vez en Fangorn aún había civilizaciones ocultas.

    Aunque dudaba mucho de eso.

    - Descansa un poco, ¿sí? Has pasado cuatro días sin comer nada, sin beber agua y sin dormir. Sé que no lo necesitas, pero te ayudará a sentirte mejor – le dijo ella, llevando su mano a su pecho. Ella tenía razón, había pasado cuatro días sin detenerse a relajarse. Para los elfos no era necesario físicamente, pero sí para su corazón. Soñar era algo que apreciaban, pues los llenaba de ánimos cuando despertaban. Legolas accedió a hacerlo, y Lyanna depositó el sueño en la mente del elfo, quien gracias a ella se quedó dormido minutos después.

    Lyanna contempló el collar que brillaba en el pecho de Legolas, pero le llamó la atención la forma en que lo hacía. Diez años lo había llevado con ella, y no recordaba que este cambiara la intensidad de su luz. Ahora, parecía que resplandecía con más fuerza, aunque estaba segura de que a lo mejor era porque la oscuridad de la noche era bastante intensa.

    Las horas pasaron, y el hombre que Legolas y ella habían visto hacía ratos ya no había regresado. El sol iba a empezar a salir en unos minutos, por lo que se levantó a apagar las leves llamas que aún quedaban en la fogata. Comenzó a juntar las cosas de los demás, cuando una extraña voz se escuchó en el viento que sopló en aquel momento.

    Rápidamente tomó a Rigil y se volvió hacia donde había escuchado aquella voz, pero no vio a nadie ahí. Los caballos, sin embargo, habían empezado a trotar, alejándose del campamento.

    - ¡Roheryn! – llamó Lyanna, controlando su voz para no despertar a los demás. Al ser la hija de Yavanna, los animales podían comprenderla y rendirse ante ella, pues reconocían la sangre de su creadora. Excepto animales como los huargos y dragones, que habían sido corrompidos por Morgoth edades atrás. Sin embargo, ante el llamado de la Vala, los caballos no se detuvieron. Lyanna podía escuchar la voz que los llamaba, pero no pudo identificar quién podría ser.

    Comenzó a alejarse del campamento, yendo tras los caballos. Pensó en despertar a Legolas o a Aragorn, pero aquello no le tomaría mucho tiempo, solo tenía que tomar las riendas de los caballos y regresar. No tardaría en hacerlo.


    - ¿Crees que ese hombre tenga algo que ver? – preguntó Gimli a Legolas, mientras el elfo inspeccionaba con su mirada los alrededores, en busca de la Vala. Aragorn se agachó ante una huella que no supo reconocer.

    - No lo sé, no creo que haya sido capaz de enfrentarse a Lyanna y vencerla, y luego huir con tres caballos – dijo el elfo. No estaba preocupado por Lyanna, era la mejor guerrera de la Tierra Media y el ser más poderoso. Pero no entendía porqué se había ido sin decir nada.

    - Estas huellas son muy extrañas – dijo Aragorn, mirando el gran tamaño de ellas. Legolas se acercó a él – Nunca las había visto, y sea lo que sea… es algo bastante grande.

    - ¿Y si esa criatura se llevó a Lyanna? – preguntó Gimli. Legolas no había tenido dudas hasta que Aragorn había dicho aquello. Huellas de una criatura gigante y desconocida. ¿Era posible que se hubiera llevado a una Vala?

    - Este bosque es muy viejo – susurró Legolas – La oscuridad e ira han crecido aquí por largos años, alejado de la atención del mundo. Quién sabe qué males habitan aquí – dijo él, y en ese momento un extraño sonido se hizo escuchar por todo el lugar. Gimli alzó su hacha, atento a cualquier ataque, pero Legolas y Aragorn y sabían que no era nada más que los árboles conversando entre ellos.

    - ¡Gimli! – susurró Aragorn, pero suficientemente audible para el enano. Con un movimiento de manos le indicó a este que bajara el arma. Legolas le explicó la razón de aquel sonido, aunque al enano no le tranquilizó saber que los árboles eran capaces de hablar.

    Sin embargo, aquel sonido había sido provocado por cierto objeto reluciente que colgaba del cuello del elfo, pues los árboles habían identificado la presencia de su creadora cerca, aunque no vieron nada más que dos mortales y un Síndar. Mas no a una Valië de nombre Yavanna.

    Los sentidos de Legolas se pusieron en alerta al sentir una presencia poderosa cerca. No era Lyanna, porque el poder de ella era mayor del que podía sentir en aquel momento. Legolas nunca había conocido en persona a Saruman, pero al ser el Mago Blanco, sabía que su poder debía ser superior al de Gandalf. Por lo que identificó de inmediato que se trataba de él.

    Le advirtió a Aragorn y a Gimli en un susurro de su presencia, y se prepararon para el ataque. Cuando el maia se hizo presente, los tres se voltearon a encararlo, pero sus armas fueron esquivadas por el poder de este, quedando sin opciones frente a él.


    Lyanna sabía que tenía que regresar ya con los demás, pero cada vez que tomaba a los caballos para encaminarse de regreso, estos parecían volverse locos. Había intentado usar la magia del élfico para convencerlos de regresar, pero Hasufel le decía que querían quedarse ahí, esperando.

    - ¿Pero qué están esperando? – le preguntó la Vala a los tres caballos. Roheryn la miró a los ojos y le dio a entender que ninguno lo sabía, pero que debían hacerlo. Hasufel la invitó a ir por sus compañeros, que ellos no se moverían de ahí – No voy a regresar sin ustedes. Tenemos que buscar a nuestros amigos, están perdidos dentro del bosque – Había pasado casi toda la mañana rodeando los límites de Fangorn, persiguiendo a los caballos. No podía usar su poder para someterlos a sus órdenes, no era propio de los Valar hacerlo y menos de la hija de Yavanna, pero las palabras no parecían ayudarle tampoco. Fuera lo que fuera que tuviera a los caballos obligados a quedarse ahí tenía que superarla a ella, cosa que la incomodó por completo.

    Sin embargo, pronto escuchó pasos provenientes del bosque. Buscó rápido a Rigil y se preparó para cualquier ataque, pero antes de que salieran de entre los árboles, Lyanna supo reconocer la familiar presencia de ellos. Sin embargo, un cuarto acompañante la desconcertó. Aquel espíritu lo conocía muy bien, pero tomó con más firmeza a Rigil. Era la presencia del Mago Blanco, y rápidamente pensó que Saruman había capturado a sus tres compañeros y ahora venía a chantajearla con eso, pero cuando detrás de Aragorn, Legolas y Gimli se asomó un rostro que ella pensó nunca volver a ver de nuevo, sus brazos perdieron fuerzas y su espada cayó al suelo.

    Gandalf amplió su sonrisa al ver la reacción de la Valië ni bien lo reconoció. Gandalf vestía ropas blancas y su bastón había sido reemplazado. Lyanna ya no presentía la esencia del Mago Gris en él, era justamente la que presentía con Saruman, la del Mago Blanco.

    - Mi querida Lyanna – susurró Gandalf, haciéndole una leve reverencia. El corazón de Lyanna latía con bastante fuerza, y la felicidad que sentía en su pecho no podría describirla jamás.

    - Así que tú llamaste a los caballos – fue lo único que ella fue capaz de decir, en medio de risas nerviosas. Gandalf frunció el ceño.

    - ¿Yo? Oh, no. No tengo el poder para hacerlo – Lyanna frunció el ceño también, confundida. Pero en eso, Gandalf entonó un armonioso silbido que resonó en el aire. Un relinchido peculiar se escuchó a lo lejos, y todos, incluyendo los caballos, voltearon a verlo.

    - Es uno de los mearas, si mis ojos no han sido engañados con algún hechizo – dijo Legolas, asombrado al ver al alto caballo blanco correr hacia ellos. Lyanna no pudo evitar soltar una risa, entendiendo por fin quién había sido capaz de estar por encima de su autoridad hacia con los animales, o con los caballos, en específico.

    - Sombragrís, el señor de todos los caballos – dijo Gandalf, mientras acariciaba al caballo. Lyanna sabía que Sombragrís tenía la bendición de Yavanna sobre su raza, al igual que todos los altos señores de los diferentes animales en la Tierra Media – Sube a tu caballo, Lyanna – le dijo el mago, mientras él se envolvía en una capa gris y montaba sobre su caballo – Hay que cabalgar a Edoras.


    Capítulo Cuatro: Edoras

    Aragorn no había podido conciliar el sueño durante aquella noche, y Legolas se sentía lo suficientemente descansado como para dormir aquella noche. Al verlo despierto, Aragorn se acercó a él.

    - ¿Dónde están Lyanna y Gandalf? – le preguntó al elfo, que parecía encontrarse perdido en sus pensamientos mientras observaba la fogata.

    - Fueron a dar una caminata – dijo Legolas, tendiéndole un poco de agua a Aragorn. Este se la aceptó y se sentó a su lado, dejando que el calor del fuego lo abrazara. Aragorn suspiró profundamente, pensando en el camino que iban a seguir de ahora en adelante. Sus planes habían cambiado ni bien Gandalf había regresado. Con Merry y Pippin a salvo en Fangorn, según Gandalf, y la necesidad de Edoras de la presencia de ellos cinco significaba que ya no irían directamente a Gondor, lo que le preocupaba porque no sabía cuándo iba a atacar Sauron la Ciudad Blanca. Además de que cargaba con el peso de ser uno de los tres miembros encargados de enfrentarse a Sauron si este lograba reencarnarse. Y, por sobre todo, lidiaba con el dolor de las últimas palabras que le había dicho a Arwen al partir de Rivendel. La había dejado ir. En aquel momento ya debería de estarse preparando para salir pronto de Rivendel y encaminarse a Lindon, a tomar un barco hacia Valinor y no volverla a ver nunca más.

    Legolas pudo presentir la tristeza en el corazón de Aragorn crecer dentro de él. Él no sabía lo doloroso que debía de ser amar a alguien inmortal, siendo mortal. Pero sí sabía lo que era amar a alguien cuyo destino yacía en uno de dos: derrotar o ser derrotada. No importaba cuán poderosa fuera Lyanna, con su poder incapaz de someterse al control de ella, Sauron tenía una oportunidad para vencerla. Y eso significaría que la alejaría de él para siempre, convirtiéndola en la Dama Oscura, perdiéndola por completo.

    - Parece que las joyas son la última esperanza que nos queda – susurró Legolas, refiriéndose a los collares que ambos llevaban con ellos, regalos tanto de Arwen como de Lyanna. Aragorn asintió, con bastante pesar al saber que el elfo tenía razón.


    Lyanna le había dicho a Gandalf que había depositado un poco de su Llama en Frodo, y que podía sentirla aún viva dentro de él, aunque poco a poco se iba debilitando por la presión que el Anillo ejercía sobre el hobbit. Le informó que Sam había ido con él, lo que alegró al mago de gran forma.

    - Sauron ha escuchado los rumores sobre el descendiente de Elendil, y sobre tu reaparición. No sabe que tú y Aragorn están juntos, tampoco Saruman – dijo Gandalf.

    - ¿Y eso es bueno? – preguntó ella, Gandalf le sonrió.

    - Por el momento es lo mejor. Saruman sabe de la Comunidad del Anillo, pero únicamente nos reconoció a ti y a mí en las imágenes de los Crebain, no tiene idea que Aragorn está con nosotros.

    - ¿Y del Anillo? ¿Qué sabe del Anillo? – preguntó Lyanna – Los Uruk que llevaban a Merry y a Pippin se dirigían hacia Isengard, no a Mordor, lo que significa que Saruman nunca pensó en llevarle el Anillo a Sauron – explicó ella, Gandalf asintió.

    - Sauron se ha enterado de su traición, pero no puede empezar una guerra con Saruman al mismo tiempo que con la Tierra Media. No sabe dónde está el Anillo, y Saruman debe pensar que el grupo de Uruk que mandó a atacarlos tuvo que haber sido derrotado, pues ya deberían de haber regresado a Isengard, por lo que supone que el Anillo aún sigue en la Comunidad – explicó Gandalf.

    - Pero no sabe dónde estamos – concluyó Lyanna, entendiendo ahora en dónde se encontraban parados. Gandalf la miró.

    - Saruman se ha mentido en la mente del rey Théoden, y voy a necesitar que me ayudes a expulsarlo. Con Rohan bajo su control, los orcos y salvajes no tardarán en atacar las ciudades. Y el ejército de Rohan es de los mejores del mundo, necesitamos que acudan al ataque de Sauron cuando el momento sea el indicado – dijo el mago, mientras encendía su pipa. Lyanna asintió, comprendiendo la misión que ahora afrontaban. Al ver a Gandalf con la pipa en su boca, no pudo evitar sonreír ante los viejos recuerdos que había compartido con él, y de lo mucho que le alegraba tenerlo de vuelta.

    - Creí que no te volvería a ver sino hasta en Valinor, si es que regresaba. ¿Supongo que Glorfindel ya no es el único ser que murió en la Tierra Media, fue a Valinor y tuvo el permiso de los Valar de regresar? – Gandalf rio ante el cuestionamiento de la Vala, pero comenzó a negar con su cabeza.

    - Oh, no. Mi alma no viajó a las estancias de Mandos. Sé que se quedó vagando en una especie de vacío, pero Ilúvatar me guio de nuevo hacia mi cuerpo. Cuando desperté, mi poder había incrementado en gran forma – dijo él. Lyanna recordó entonces el anillo que él le había dado momentos antes de caer por el abismo de Khazad-dûm. Ella se lo sacó rápido de su dedo, y se lo tendió al mago.

    - Creo que esto te pertenece – le dijo ella, con su palma extendida y el anillo en el centro de ella. Gandalf sonrió al verlo y, muy agradecido, lo tomó y se lo colocó. Pudo sentir el poder de este pasar por su cuerpo y devolverle el ánimo con el que solía alentar a los demás a seguir adelante. Con un intercambio de miradas, ambos se reconfortaron al tener la compañía del otro de vuelta. Pues sabían que la iban a necesitar.


    La mañana del días siguiente cabalgaron sin parar hasta llegar a la capital de Rohan: Edoras. En la cima del pueblo se observaba un castillo, en el que vivían el rey Théoden con su familia.

    Gandalf advirtió de ahí era el lugar donde Saruman se encontraba, no presente sino en la mente del rey, poseyéndolo, por lo que lo más probable fuese que no les dieran una cálida bienvenida. Se aproximaron hacia la ciudad, donde un silencio sepulcral podía hacerse notar ni bien se ponía un pie dentro. Los ciudadanos parecían sentirse desesperanzados, o así lo interpretaron en sus rostros los cinco viajeros que acababan de llegar.

    Bajaron de sus caballos ni bien alcanzaron el pie del castillo. Cuando estaban por llegar a las puertas, un grupo de soldados los encararon, impidiéndoles el paso.

    - No puedo dejarlos entrar armados a ver al rey – les dijo uno de ellos – por órdenes de Grima, Lengua de Serpiente – Lyanna alzó una ceja al escuchar aquello, un tanto indignada. Gandalf no quiso pelear sobre aquello, por lo que les indicó a los cuatro que entregaran sus armas. Resignados, cada uno obedeció. Aragorn entregó su espada y sus cuchillos, mientras Legolas se desprendía de su arco y sus dos dagas. Gimli dejó su hacha, y Lyanna entregó su espada y sus dos dagas. Cuando el soldado que había hablado la evaluó de pies a cabezas, recordó la advertencia de Grima cuando los había visto venir a lo lejos – Ella no puede pasar – exclamó, sin titubear ante aquello. Aquel guardia no sabía quién era Lyanna, ni porqué no debía de pasar. Pero él solo estaba cumpliendo órdenes.

    - ¿Qué? – preguntó Lyanna, incrédula al escuchar eso.

    - Órdenes de Grima – fue lo único que le dijo – dice que eres peligrosa.

    - Oh, lo puedes apostar – exclamó la Vala, molesta por aquel trato. Ella resopló pero terminó aceptando aquella condición.

    - Tu bastón – dijo el mismo soldado. Gandalf casi reacciona igual que Lyanna, pero él podía aprovecharse de su situación.

    - Ya le quitaste a este anciano a su cuidadora, ¿y ahora su bastón para sostenerse? – dijo él, fingiendo pedir clemencia. El soldado no tuvo corazón para seguirle debatiendo. De todos modos, para él era un simple anciano. Apenas tendría fuerzas para atacar al rey, si es que lo intentaba.

    Gandalf se apoyó del brazo de Legolas para fingir complicación al caminar, y el elfo le lanzó una última mirada a la Valië antes de que desaparecieran dentro del castillo tras cerrarse las puertas frente a ella. Lyanna se las quedó mirando, y tras soltar un suspiro caminó hacia el borde de aquel pasillo. La vista desde aquel puesto en el que estaba era magnífica. Podía verse todo, y largos kilómetros más hasta que la vista se perdía. Era maravilloso.

    No habían pasado ni quince minutos cuando el sonido estrepitoso de las puertas abriéndose sorprendió a Lyanna. Dos soldados cargaban a un hombre de sus brazos y lo lanzaban por las escaleras. Un hombre de cabellos rubios, adornado con una corona, se acercó a él con paso decidido. Aragorn, Legolas y Gimli aparecieron detrás de este, apurados por alcanzarlo.

    - ¡Arrójenlo a los calabozos! – le ordenó a los soldados, quienes tomaron al hombre de piel pálida y ojos amenazantes para llevárselo a las celdas del reino. Aquel hombre que había dado la orden le dio la impresión a Lyanna de que debía tratarse del rey Théoden. Y por lo que presentía de su esencia, infirió que Gandalf había logrado expulsar a Saruman de su mente.

    Todos observaron aquella escena, y ni bien se dieron cuenta que el rey verdaderamente había sanado, se inclinaron ante él. Solamente Lyanna permaneció de pie, pues a pesar de que a ella no le gustaba ser tratada como alguien superior, al fin y al cabo lo era y los Valar no podían inclinarse ante nadie más que a ellos mismos. El rey Théoden inspeccionó cada rostro, pero no logró encontrar al que más había extrañado estando poseído por el mago traidor.

    - ¿Dónde está mi hijo? – preguntó, pero el reino entero permaneció en silencio.


    Capítulo Cinco: Anuncio de Guerra

    Gandalf y el rey Théoden se encontraban en la habitación del príncipe Théodred, que había muerto la noche anterior debido a las heridas graves que los soldados de Saruman le habían provocado en una emboscada días atrás. Aragorn, Legolas, Lyanna y Gimli esperaban afuera, pero podían escuchar el llanto del rey por todo el pasillo, quebrado por la realidad en la que había despertado.

    La puerta de la habitación se abrió, y una joven de cabellos dorados salió al encuentro de los cuatro. Rápidamente secó sus lágrimas y trató de recuperar la compostura antes de hablarles. Antes de que la puerta se cerrara de nuevo, Lyanna alcanzó a observar por encima del hombro de aquella mujer el interior del cuarto. El rey estaba de rodillas al lado de la cama de su hijo, sosteniendo su mano y llorando de forma inconsolable.

    - Su entierro será por la tarde – anunció la joven, aunque su tono de voz se escuchaba quebrado – síganme, por favor – les dijo, mientras los guiaba por el pasillo donde varias recámaras se encontraban – su visita nos tomó desprevenidos, espero nos disculpen no tener las habitaciones listas – Aragorn negó con la cabeza.

    - No nos deben nada, estaremos bien con lo que sea – le dijo. La joven sonrió un poco ante sus palabras, pero su tristeza la superaba.

    - En ese caso, les buscaré ropas apropiadas para el entierro. Tal vez les queden algunas prendas de mi hermano y mi primo – le dijo a Aragorn y a Legolas – y buscaré en mi armario algo para ti – le dijo a Lyanna – mas a usted, señor enano, me temo que deberá esperar un poco más. Le avisaré a los costureros que le tomen las medidas y trabajen en un vestuario – Gimli asintió con su cabeza, agradeciendo aquel detalle – Bueno, los caballeros tendrán esta habitación – indicó una puerta a su derecha – y la dama tendrá la suya propia – señaló la puerta a su izquierda – pronto vendrá alguien a dejarles sus ropas. Si necesitan algo más, lo que sea, quedo a su servicio. Mi nombre es Éowyn, mi habitación es esa – señaló una puerta un poco más alejada – volveré cuando sea hora del entierro – Éowyn se dio media vuelta se alejó caminando hacia la sala del trono. Los cuatro viajeros se voltearon a ver, sin saber muy bien cómo tomarse aquella situación. A pesar de que el rey había sido liberado del control de Saruman, el reino estaba en duelo por la pérdida del único hijo del rey.

    Aragorn, Legolas y Gimli entraron en su habitación, mientras Lyanna entraba en la suya. Se sacó sus dos dagas y espada, que les habían sido devueltas tras encerrar al aliado de Saruman, Grima, en los calabozos del castillo. Las colocó en una silla, y luego se sentó sobre la cama. La habitación no era muy amplia, pero sí lo suficientemente cómoda para descansar un par de días. No le vendría mal relajarse un momento, aunque fuera solo una noche.

    Las horas pasaron y el sol pronto se iba a ocultar. Éowyn llegó y les informó a los cuatro cazadores que el entierra estaba por comenzar. Aragorn y Legolas vestían un traje de gala de color negro, mientras Gimli aún llevaba sus ropas. Cuando la puerta de Lyanna se abrió y la dejó ver a ella vistiendo un fino vestido negro y luciendo su cabello recogido, el corazón de Legolas no pudo evitar acelerar su ritmo. Había visto a Lyanna llevar diversos vestuarios, desde una armadura hasta un traje ceremonial. Siempre había pensado que con cada uno su belleza podía ser apreciada de varias formas, pero ahora que su corazón no tenía ningún temor de expresar lo que verdaderamente sentía, no dudó en hacerle saber a la Vala lo que pensaba.

    - Te ves – le susurró, mientras tomaba su mano y le besaba los nudillos – hermosa – y le guiñó un ojo, haciéndola sonrojar por el cumplido. Lyanna tomó a Legolas de su brazo y comenzaron a caminar detrás de los demás.

    Éowyn se adelantó hasta el lugar de la tumba, mientras ellos se quedaron detrás de Gandalf y del rey. El camino del cuerpo sin vida del príncipe comenzó desde el castillo, y lentamente fue cargado por todo el pueblo hasta llegar a la tumba, donde Éowyn entonó un triste canto de luto. Lyanna, usando su poder de forma disimulada, evitó que las flores que crecían en las tumbas que se encontraban alrededor sintieran la gran tristeza que se sentía por parte de todo el pueblo de Edoras, para que esta no las debilitara y marchitara.

    Poco a poco, los ciudadanos se fueron retirando a sus hogares. Éowyn invitó a los cuatro viajeros ir por un poco de comida, mientras Gandalf y el rey se quedaban a solas. Al llegar al castillo, Éowyn pidió que se les preparara un poco de sopa. Los cocineros obedecieron, mientras los cuatro se sentaban en una de las mesas.

    - ¿Han viajado desde muy lejos? – preguntó Éowyn, mientras caminaba por toda la sala, guardando armas, preparando otras mesas y encendiendo un par de velas. Lyanna se levantó a darle una mano.

    - Salimos de Rivendel, todos nosotros y cinco más – dijo Aragorn. Lyanna y Éowyn terminaron de iluminar el salón, y se acercaron con los demás – uno murió a manos de los orcos, los otros tomaron caminos distintos – terminó de hablar – Mi nombre es Aragorn. Estos son Gimli, Legolas y Lyanna – señaló a cada uno. Ella les sonrió, y Lyanna pudo descifrar que no era una sonrisa falsa ni débil. Era una auténtica. Los cocineros entraron a la sala con varios platos de sopa, colocándolos frente a cada uno. Lyanna observó carne de vaca en la comida, pero no dijo nada.

    - Es un placer tenerlos en Edoras. Escuché decir al mago que habían venido aquí a liberar a mi tío del control de Saruman, el Blanco. Gracias a ustedes, ese villano ya no puede atormentar más al rey – Aragorn sonrió ante las palabras de Éowyn, y ella le sonrió de vuelta – Supongo que partirán pronto – Lyanna no estaba segura, pero parecía como si lo hubiese dicho con tristeza - ¿hacia dónde se dirigen?

    Los cuatro se voltearon a ver, dudosos sobre la respuesta. Ninguno lo sabía exactamente. No sabían qué es lo que Gandalf tenía en mente ahora que el rey estaba sano. Pero ninguno pudo contestarlo porque el sonido de las puertas abriéndose llamó su atención. Théoden entró con un paso apresurado y se dirigió hacia el trono, con Gandalf detrás de él. Dos guardias le seguían, cargando a dos niños en sus brazos. Al ver aquello, Lyanna se levantó rápido de su asiento y corrió a ayudarlos, al igual que Éowyn. Lyanna tomó al niño, que estaba inconsciente, en sus brazos y usando su poder lo obligó a despertar. Éowyn tomó unas mantas que se encontraban en uno de los baúles cercanos al trono y los envolvió en ellos. Legolas tomó a la niña en brazos y la sentó en la mesa, cediéndole su plato de comida, mientras Lyanna le daba el suyo al niño. Estos no tardaron en empezar a comer.

    - ¿Qué es esto? – preguntó Lyanna en voz alta, pidiendo explicaciones al rey o a Gandalf.

    - El Folde Oeste fue atacado por las huestes de Saruman – contestó Gandalf. El rey sostenía su cabeza con su mano. Aquel no había sido el mejor primer día de libertad para él – Esta es solo una muestra de lo que Saruman planea hacer – le dijo el mago a Théoden, instándolo a hacerle frente al hechicero traidor.

    Théoden estaba a punto de contestar, cuando las puertas de nuevo volvieron a abrirse, con un guardia entrando a toda prisa que casi empuja a Éowyn y a Lyanna. Ella trató de mantener la postura.

    - ¡Mi señor! – le dijo al rey, mientras llegaba hasta el trono - ¡Grima! ¡Ha escapado! – los rostros de todos se tornaron de sorpresa y preocupación, excepto el de Gimli.

    - ¿Y qué con eso? – preguntó el enano, obteniendo una mirada por partes de todos, como si fuera algo obvio.

    - Que correrá a decirle a Saruman que junto con Gandalf hemos venido nosotros, lo que resta de la Comunidad – explicó Legolas, cruzándose de brazos – y lo primero que pensará es que el Anillo está aquí – ante aquellas palabras, Éowyn frunció el ceño, confundida.

    - Atacará Edoras con el fin de obtenerlo – dijo Aragorn, sacando su pipa y colocándosela en los labios – Rohan tiene encima la guerra – el rey se levantó del trono, aunque involuntariamente. La tensión que sentía no hacía más que crecer.

    - Entonces iremos al Abismo de Helm – dijo Théoden, mirando a Gandalf con frialdad. El mago no estuvo contento con aquella respuesta, pues consideraba que lo más sabio era enviar mensajeros tras los Rohirrim que Grima había convencido al rey de expulsar, mientras seguía poseído por Saruman. Pero Théoden sabía que se encontraban demasiado lejos para que llegaran a tiempo. El Abismo de Helm era una fortaleza pensada para enfrentar la guerra, impenetrable y segura. Edoras, por el contrario, era un pueblo sin defensa alguna.

    - Pero Grima le dirá a Saruman que lo más probable es que se vayan al Abismo – dijo Aragorn, poniéndose de pie. Lyanna tuvo una idea.

    - ¿Hace cuánto se fue Grima? – preguntó ella. El soldado que había llevado las noticias, Háma, negó con la cabeza.

    - No lo sabemos. Antes del mediodía seguía en su celda – dijo él. Lyanna caminó hacia el pasillo donde se encontraban las habitaciones, sin decir nada. Todos la miraron confusos, pero lo ignoraron enseguida.

    - Es imposible defendernos aquí – les dijo Théoden al resto – el Abismo es la mejor fortaleza que tenemos. Si marchamos al salir el sol, podremos llegar antes de que Saruman comience a desplazar sus tropas. Tendremos tiempo de prepararnos, tal vez incluso tiempo para que lleguen los Rohirrim – Gandalf comprendió el punto del rey, y entendía su estrategia, pues el Abismo era un mejor lugar para defenderse que Edoras – Haz correr la voz, por favor – le dijo a Háma – y haz un recordatorio mañana por la mañana – Háma asintió y se retiró del salón. El rey se volvió hacia Gandalf – Edoras es nuestra capital comercial, si nos quedamos aquí, aunque resistamos, nuestras cosechas y hogares serán destruidos. En el Abismo de Helm solamente un ejército lo suficientemente grande podría invadirlo, y hasta donde yo recuerdo Isengard jamás ha poseído uno – Théoden tenía razón, si Saruman quería invadir el Abismo debería tener un ejército enorme. Gandalf estaba por decir algo, pero se quedó con las palabras en la boca al ver reaparecer a Lyanna en el salón, vestida de nuevo con su ropa de viajera y armada con sus dos dagas y Rigil. Legolas frunció el ceño.

    - ¿Qué haces? – preguntó este. Lyanna volteó a verlos a todos.

    - Si tengo suerte, alcanzaré a Grima antes de que llegue a Isengard – examinó su espada y se la enfundó en el cinturón – A diferencia de su caballo, él mío no va a cansarse – dijo ella, sabiendo que podría hacerlo usando su poder. Legolas la miró, un poco preocupado por las intenciones de Lyanna de ir más allá de donde no debería. Su temor era que se dejara llevar y terminara en las mismas puertas de Isengard, donde ni siquiera su poder podría salvarla si Saruman lograba enfrentarla con su poder y su ejército – Si logro alcanzarlo, evitaré que Saruman se entere de que estamos aquí – explicó ella, ante la mirada desconfiada de Gandalf, cuyo temor era el mismo que el de Legolas.

    - Y evitará que le diga que irán al Abismo de Helm – añadió el elfo, con su mirada baja. No le gustaba el plan de Lyanna, pero tenía razón. Ella era la única que podría alcanzarlo a tiempo y defenderse de cualquier peligro que se encontrara. Lyanna le sonrió, agradeciendo el apoyo. Gandalf también lo entendió.

    - Si no lo encuentras antes de que salga el sol, regresa y reencuéntrate con el rey para ayudarlos a protegerse mientras llegan al Abismo – le dijo Gandalf, acercándose a ella – Lyanna, no importa qué tan cerca estés de alcanzarlo, si te encuentras muy cerca de Isengard, detente y regresa. No puedes acabar con su ejército por tu cuenta, no si es superior al que pensamos – le advirtió. Lyanna asintió y se apresuró a salir del castillo, en busca de su caballo. El rey comenzó a hablar sobre la ruta, mientras Éowyn aún tenía una enorme duda. Gandalf se acercó a Legolas – ve con ella – le susurró, no queriendo interrumpir a Théoden. Legolas lo miró y juntó sus cejas, sin entender qué le estaba pidiendo – no quiero que sus impulsos la traicionen y termine haciendo lo que ninguno de los dos quiere que pase – hablaba de él y del elfo. Legolas sonrió.

    - ¿No confías en ella? – le preguntó, entre suaves risas. Gandalf resopló.

    - Claro que lo hago, confío en ella. En quien no confío es en la voluntad propia de su poder. No quiero que la ciegue y la lleve a hacer algo impulsivo – confesó Gandalf. Legolas asintió, aceptando la petición del mago.

    Legolas fue hasta su habitación y se vistió lo más rápido que pudo a sus ropas de viajero. Tomó su arco y sus dagas y fue tras Lyanna. Sabía que había ido a los establos, por lo que le tomaría un tiempo llegar hasta la entrada. Legolas la esperó ahí por unos minutos, hasta que un caballo blanco se posó frente a él. El jinete que lo montaba lo miró desde arriba, con un rostro confundido, pero a la vez firme.

    - ¿Qué haces? – le preguntó Lyanna. Por el tono, Legolas infirió que se estaba controlando de ordenarle moverse y quedarse en Edoras con el resto.

    - Voy contigo – dijo él, como si fuera algo obvio. Lyanna resopló.

    - No, no lo harás – Lyanna estaba intentando no perder la cordura, pero realmente no quería que Legolas la acompañara. Si algo los sorprendía en el camino que requiriera que ella usara su poder, no podría hacerlo teniendo a Legolas cerca, pues podría herirlo o incluso matarlo si se salía de control.

    - Lyanna – habló él, acercándose a ella y tomándola de la mano – Perdóname, pero ni siquiera tu poder me va a impedir ir contigo – le dijo él. Lyanna lo miró con los ojos entrecerrados unos minutos. Pero terminó esbozando una sonrisa que decía lo feliz que la hacía tenerlo a su lado.

    - Bien, pero cabálgalo tú – dijo ella, cediéndole las riendas de Roheryn.



    Capítulo Seis: Impulsos Traicioneros

    El poder que Lyanna había heredado de su madre, Yavanna, sobre los animales le permitía darle la fuerza suficiente a Roheryn para que no se cansara. Llevaban horas cabalgando por las tierras de Rohan, sin señal alguna de Grima. La luna se alzaba en lo alto del cielo, iluminándoles el camino, aunque sabían que no faltaba mucho para que el sol se alzara.

    - ¡Mira! – gritó Lyanna, señalando hacia el frente. Legolas observó un pedazo de tela tirado en el suelo a lo lejos. Obligó al caballo a reducir su velocidad poco a poco, hasta que llegaron al lugar donde aquella prenda se encontraba. Lyanna se bajó y la tomó – Es la capa de Grima – recordó ella, pues lo había visto usándola cuando lo habían lanzado por las escaleras - ¿Puedes sentirlo? – preguntó ella, pues los sentidos élficos de Legolas eran más precisos que los de cualquier otro elfo que ella conociera, además de Glorfindel.

    - No, aún debe estar lo suficientemente lejos – le dijo él. Lyanna suspiró.

    - Bueno, aún nos quedan un par de minutos antes de que salga el sol – habló ella, subiendo de nuevo al caballo y sosteniéndose de Legolas al rodearlo con sus brazos.

    Habían pasado casi nueve horas cabalgando a un paso realmente rápido. No faltaba mucho para que los primeros rayos del sol comenzaran a salir, por lo que tenían que darse prisa si querían alcanzar a Grima y evitar que le llevara las noticias a Saruman par que este atacara antes de lo previsto.

    Luego de una hora más, Legolas y Lyanna llegaron al Abismo de Helm, al que pasaron de largo pues debían ir todavía más allá. Dejaron la fortaleza de roca atrás, hasta que Lyanna por fin sintió la presencia de Grima varios minutos después. A punto estaba de ordenarle a Roheryn ir más rápido, pero Legolas, quien era quien llevaba las riendas, comenzó a bajar la velocidad.

    - ¿Qué haces? Grima está cerca, y puedo sentir que él y su caballo se encuentran cansados – dijo ella, pero Legolas señaló el este, donde el sol comenzaba a salir.

    - Ya ha amanecido, y estamos en los límites del Folde Oeste – dijo Legolas.

    - ¡Pero está cerca! Un par de minutos más… - pero el elfo la interrumpió.

    - Lyanna, en un par de minutos llegaríamos hasta el lugar invadido por los orcos – dijo Legolas. Lyanna se bajó del caballo y comenzó a caminar en dirección al Folde Oeste.

    - Entonces espérame aquí – le dijo ella. Legolas, comenzando a molestarse, bajó también del caballo y la siguió.

    - ¡Lyanna! – gritó, pero la Vala siguió caminando – Oh, por los Valar – susurró Legolas, llevando hacia atrás su cuello, resignado.

    - Grima de seguro buscará refugio con ellos. Comida o bebida. Podemos ser cautelosos y capturarlo – le dijo ella. Legolas accedió a ir con ella, sin Roheryn pues el caballo podría delatarlos.

    - Prométeme que si las cosas se ven demasiado arriesgadas, nos regresaremos – le dijo el elfo.

    - Sí – respondió ella. Legolas desesperó.

    - ¡Lyanna! – ella se dio media vuelta al escucharlo decir su nombre en un tono serio. La mirada del elfo parecía no estar para respuestas vanas – Prométemelo – le pidió. Ella relajó sus hombros y suspiró.

    - Lo prometo. Daré marcha atrás si es muy arriesgado seguir – con eso dicho, Legolas relajó su rostro y caminó hacia ella.

    Minutos después se encontraban frente a un panorama devastador. Casa destruidas, cosechas incendiadas, cuerpos en el suelo. Los orcos se encontraban dispersos por todo el lugar, reunidos en grupos mientras comían y platicaban. Legolas y Lyanna estaban ocultos detrás de una roca, mientras el elfo, gracias a su ágil vista, le informaba a Lyanna lo que veía.

    - Grima acaba de entrar en una de las carpas de los Dunlendinos – aviso Legolas.

    - Bien, nos escabullimos hasta ahí y lo capturamos – dijo Lyanna, pero Legolas la miró y negó.

    - Está muy lejos, Lyanna. Si queremos llegar hasta ahí, tendríamos que pasar por todos esos orcos que se encuentran por todo el lugar. Es un llano abierto, sin muros ni árboles en los que esconderse – Legolas se calló, y meditó por un momento.

    - Podemos encontrar la forma – dijo Lyanna. Legolas se agachó hasta ella, interrumpiéndola.

    - Me prometiste que si esto se volvía arriesgado, nos iríamos – susurró él, Lyanna frunció el ceño – El Folde Oeste está repleto de Dunlendinos y orcos, ¿de verdad crees que no te van a ver venir?

    - Puedo con ellos – dijo ella.

    - ¡No! No puedes – Lyanna volteó a verlo por el tono que había usado Legolas. Podía ver que estaba molesto - ¿cuántos orcos y hombres crees que hay ahí? ¿cincuenta? ¿cien? – cuestionó el elfo. Lyanna tragó saliva – No creo que ese número haya sido capaz de expulsar al pueblo entero – ella bajó su mirada, sabiendo que Legolas tenía razón en eso – No te puedes encargar de todos ellos tú sola.

    - Si no detenemos a Grima, igual nos vamos a tener que enfrentar a un ejército mucho mayor – respondió ella, acercando su rostro al de él.

    - Sí, tras una fortaleza diseñada para la guerra y con más hombres que equilibren la balanza. Si vas y te enfrentas ahora mismo con ellos, aunque logres acabar con todos, vas a terminar muy debilitada, y entonces te capturarán a ti y a mí – Lyanna resopló cuando Legolas dijo eso. Ella podría sobrevivir, era verdad, pues Saruman tampoco se daría el lujo de matarla. Sin embargo, Legolas seguro sería asesinado por él.

    Peor aún, Saruman descubriría que ahora él portaba a Náriël y no ella, lo que lo haría sospechar y dar por fin con la razón por la cual era él quien ahora la cargaba. Lyanna no podía permitirlo.

    Molesta por no haber logrado alcanzar antes a Grima, se dejó caer al lado de Legolas, quien se sintió aliviado al ver que Lyanna había sido capaz de controlarse y no darle lugar a su poder de impulsarla a entrar en territorio enemigo.

    Ambos regresaron por donde habían venido y subieron a Roheryn, emprendiendo su camino de vuelta. Pasaron frente al Abismo de Helm de nuevo. Les había tomado casi diez horas en llegar a paso rápido de caballo, lo que significaba que llegarían con todo el pueblo restante de Edoras el día siguiente, pues tendrían que ir lento al viajar con ellos ancianos, enfermos y niños. Sin tomar en cuenta que habían decidido ir por el paso de las montañas. La parte que Legolas y Lyanna había visto del Abismo era la trasera. Lo que significaba que tendrían que dar completamente la vuelta para alcanzar a los demás.

    Debido a que Roheryn no había parado de correr en toda la noche, Legolas decidió llevarla a un paso lento para que el caballo descansara. Aunque a ese ritmo llegarían hasta el día siguiente con el resto.

    Ambos iban bastante callados. Legolas aún molesto por la insistencia de Lyanna de ir hasta el Folde Oeste. Y Lyanna disgustada por haber tenido que frenarse de ir tras Grima, sabiendo que podría lograr alcanzarlo. Ahora Saruman enviaría su ejército y tendrían que enfrentarse a una guerra en un lugar donde quedarían atrapados si eran derrotados.

    Lyanna no podía creerse que fueran a permitir ese destino. Aragorn, Gandalf y ella eran los únicos que podían hacerle frente a Sauron si este recuperaba su forma física, y ahora los tres estaban metidos en una guerra segura de la que no sabían si podrían hacerle frente. Los Rohirrim habían sido desterrados, por lo que el ejército de Rohan se reducía a los guardias reales, que no superaban los cien hombres.

    Por un momento pensó en irse a Gondor y esperar a que la guerra llegara ahí, pues si Aragorn y Gandalf morían en el Abismo, ella sería la última esperanza. Pero sería deshonorable para ella huir de una guerra en la que ya estaba involucrada de todos modos. A diferencia de los demás, ella no podía confiar en que aquel camino fuera el que los Valar habían decidido para ella, pues ella era la única que guiaba su camino, siendo una Vala, por lo que realmente no sabía qué podría pasar.

    Las horas pasaron y le noche cayó. Legolas y Lyanna decidieron parar y dejar que Roheryn descansara. El poder de Lyanna le había permitido seguir sin cansancio por más de un día, pero tras usarlo por mucho tiempo este ya comenzaba a cansarla también a ella.

    Lyanna descansó, recuperando sus fuerzas, mientras Legolas montaba guardia. Aquel día había sido extraño para ambos. Legolas no acostumbraba a discutir con Lyanna, pero a veces ella se dejaba llevar por su poder, haciéndola creer que podría controlarlo cuando en verdad no estaba segura de poder hacerlo. Habían hablado muy poco en todo el día, haciendo uno que otro comentario que no duraba lo suficiente para mantener una conversación. Había sido incómodo, pero ambos aún lidiaban con la molestia que sentían por lo que había pasado.

    A Legolas también le molestaba no haber detenido a Grima, y a su vez la guerra. Solo era cuestión de tiempo para que las tropas de Saruman comenzaran a marchar hacia el Abismo de Helm.





    Capítulo Siete: Arrepentimiento

    Saruman logró ver desde Orthanc un caballo acercarse a gran velocidad. No dudó en adivinar que se trataba de su aliado, Grima. Este corrió hacia la torre y se encontró con el mago en el salón principal, donde Saruman lo esperaba.

    - Tardaste un poco – le dijo el mago, en un tono irónico, pues había pasado un día desde que Gandalf lo había expulsado de la mente de Gandalf – Y apestas a caballo – añadió, haciendo una mueca de disgusto - ¿traes noticias? – preguntó, mientras caminaba alrededor del salón.

    - Gandalf no viajaba solo – le respondió Grima. Aquello llamó la atención de Saruman – Un elfo, un enano, un hombre y la mujer de la que me advirtió que podría aparecer, Lyanna – el mago frunció el ceño.

    - Esa no es una “mujer”, tonto. Es una de los Valar – el rostro de Grima se tornó de espanto al saber aquello - ¿Hobbits? – preguntó, recordando haber visto cuatro en las imágenes de los Crebain e ignorando la reacción del hombre, pero Grima negó, lo que lo confundió. Le había dado instrucciones específicas a los Uruk de no dañar a los hobbits. Él había pensado que sus tropas habían sido derrotadas y todos en la Comunidad habían logrado sobrevivir, pero ¿por qué no estaban los hobbits en Rohan? – Gandalf debe de haberlos mandado a casa al ver que ir con ellos era peligroso – meditó, pues era la única explicación que encontraba – Le han llevado el Anillo a Théoden para hacerle frente a mi ejército – dijo Saruman con rabia. Tras recuperar el aliento, se volvió hacia Grima - ¿Algo más?

    - Sí, algo que me llamó la atención fue el aspecto del hombre. Parecía uno de los Dúnedain del norte, bastante pobre y sucio pero llevaba una joya de alto valor – Saruman lo miró, esperando que le dijera más – dos serpientes con ojos de esmeralda. Una devorando y la otra con una corona de guirnaldas doradas – las malas noticias no dejaban de llegarle al mago.

    - El anillo de Barahir. Gandalf piensa que ha encontrado al rey perdido de Gondor. Bueno, tonterías, ese linajes se perdió hace mucho – Grima temía contarle más a Saruman por el rostro que se le veía de ira. Pero sabía que tarde o temprano el mago se lo sacaría.

    - También… - Saruman lo miró, sin creer que no dejara de informarle sobre malas noticias – usted me dijo que podría reconocer a la mujer… perdón, Valië, por un collar de luz única, inconfundible. Dos figuras danzantes unidas por una sola hoja – Saruman asintió – sí la vi, pero no en ella – el mago frunció el ceño – lo llevaba el elfo – Saruman pareció confundirse con aquello. ¿Por qué Lyanna le daría su relicario de luz a un elfo? – Creo que era uno de los Síndar de Lindon – pero Grima lo había ayudado a responderse él mismo.

    - Solo hay un elfo Síndar al que Lyanna le daría la Estrella de Náriël – dijo él, esbozando una sonrisa siniestra – el príncipe del Bosque Negro – le explicó a Grima, quien parecía no comprender – Parece que piensa que ha encontrado al nuevo dueño de su corazón. Pero tontamente nos ha apuntado dónde se encuentra su punto débil – rio, acercándose a Grima – Enviaré un grupo de Dunlendinos a Edoras para que lo asesinen y traigan su cuerpo. Podremos engañar a la Vala para que venga por él y capturarla cuando llegue.

    - Solo que… no van a permanecer en Edoras – respondió Grima – viajarán al Abismo de Helm, a refugiarse. Al parecer les han avisado que el Folde Oeste fue atacado – Saruman estaba por darse por vencido – Sin embargo, irán a paso lento por las montañas, pues llevarán a sus ancianos y niños con ellos – le sugirió, esperando que el mago comprendiera lo que le quería decir. Saruman volvió a sonreír, entendiendo el punto de Grima. En aquel momento, uno de los orcos llegó al salón.

    - Dile a tu jefe que mande a sus huargos guerreros a atacar a los ciudadanos que viajan por las montañas – el orco asintió y se retiró a avisar aquella orden – Cuando todos mueran, vendrá hacia Isengard a buscar venganza – dijo el mago, refiriéndose a la Vala.


    Lyanna había vuelto a vivir la Guerra de la Última Alianza en sus sueños, al ser esas las imágenes que las estrellas habían decidido compartir con ella. Pero eso solo hizo que toda aquella situación la molestara más, pues recordaba cómo Sauron había sido capaz de matar tanto al rey de los elfos Noldor, Gil Galad, como al rey de los Númenorianos, Elendil. Ella había sido la única sobreviviente de los tres que enfrentaron a Sauron. ¿Y si aquello se repetía? ¿Y si su destino era siempre enfrentarse a Sauron sola?

    Legolas tampoco había dejado de pensar en la actitud que Lyanna había tenido un día atrás. Le preocupaba que aquello fuera a hacerse común conforme la guerra contra Sauron se acercaba. Él comprendía la necesidad de Lyanna de probar que era capaz de derrotar a cualquier enemigo, con el fin de sentirse lista de enfrentar a Sauron. Pero se estaba precipitando mucho.

    Era pasado el mediodía cuando Lyanna y Legolas presintieron al pueblo de Edoras a un par de metros más. Al igual que el día anterior, apenas se había dicho algo. Pero Legolas ya no toleraba sentirse así con ella.

    - Lyanna – la llamó. Ambos se habían bajado del caballo momentos atrás. Lyanna caminaba varios pasos por delante de él, quien iba al lado de Roheryn, sosteniendo sus riendas. Lyanna no dejó de caminar – ¿Podemos hablar? – Lyanna dejó de caminar, pero no se volteó hacia Legolas – no había forma de que pudieras ir sin ser vista…

    - Si no hubieras venido tú, habría podido hacerlo – espetó ella, dándose la vuelta y encarando a Legolas – Sabía que podía usar mi poder para acabar con todos ellos, pero no lo hice por ti. Porque estabas ahí y podría haberte matado – aquellas palabras no le agradaron al elfo – De no ser por ti, pude haber evitado esta guerra.

    - De no ser por mí, habrías terminado desmayada rodeada de más enemigos de los que esperabas, y ahora estarías encerrada en Isengard – Lyanna se enfureció más – Hiciste exactamente los que Gandalf temía que hicieras, y por eso me pidió que viniera – ella lo miró, pues aquello no lo sabía – tal vez sobreestimé tu capacidad de razonar.

    - ¡Suficiente! – gritó ella con enojo, pero al hacerlo parte de su poder se liberó, empujando a Legolas y al caballo, haciéndolos caer al suelo. Lyanna reaccionó ante lo que había hecho, y rápido corrió hacia Legolas, quien sangraba por la nariz.

    Lyanna estaba por pedirle perdón, pero entonces ambos sintieron una presencia maligna acercándose a lo lejos. Se voltearon a ver para estar seguros de que el otro también lo sentía, y luego se voltearon hacia el origen de aquella presencia. Un grupo de huargos de guerra aparecieron a lo lejos. Ambos se pusieron de pie para ver mejor de cuántos se trataban, pero perdieron rápido la cuenta.

    - Ve y avísales a los demás – le dijo Legolas, preparando una flecha en su arco.

    - No, yo los detendré – dijo ella, intentando adelantársele. Legolas, ya completamente desesperado, tomó a Lyanna de su brazo y la detuvo.

    - Yo soy el del arco y flechas, aún están un poco lejos. Tú tendría que esperar a que estén encima de ti para usar tu poder, y estos son huargos de guerra, no vas a poder con todo ese número tú sola, ¡entiéndelo, por favor! – Legolas tensó una flecha en el arco y disparó, acertando a un huargo. Legolas tenía razón, con su arco podía acabar con unos cuantos por el momento - ¡Ve! – le gritó el elfo. Lyanna habría querido disculparse antes de empezar aquel enfrentamiento. Cualquier batalla podía ponerse fea en cualquier momento, y no quería pasar con el sentimiento de culpa durante la pelea.

    Sin embargo, no tuvo mucho opción, pues no podía perder más tiempo. Montó en Roheryn y cabalgó con rapidez hasta alcanzar al resto. Cuando Aragorn la vio venir, pareció alegrarse al principio, pero al no ver a Legolas con ello procedió a asumir lo peor.

    - ¿Dónde está Legolas? – preguntó el montaraz, quien iba al lado de Éowyn al frente de todas las personas. Lyanna no bajó del caballo.

    - Más adelante – le dijo a él, pero luego se dirigió a todos - ¡Nos atacan huargos! – anunció. Gritos y llantos de terror se escucharon por todo el lugar. Théoden llegó hasta donde se encontraban Aragorn y Lyanna y mandó a llamar a los jinetes. Varios caballos comenzaron a adelantarse al camino. El rey le ordenó a Éowyn guiar a los demás al Abismo, lo que le disgustó bastante a la mujer, quien quería quedarse a pelear.

    - Lyanna, ve con el resto – le dijo Aragorn, pero Lyanna lo miró con un rostro gracioso.

    - ¿Qué? – preguntó ella, soltando una risa – Aragorn, no los voy a dejar solos. Son demasiados huargos.

    - Y si nos derrotan a todos, o un par logran ir tras el resto, ¿quién los va a proteger? Éowyn no se puede encargar de todos. Necesitan que los protejas – Lyanna recordó cómo Legolas había usado aquellas mismas palabras para obligarla a quedarse con los hombres de Dale luego de que Smaug atacara el pueblo, mientras él se iba con Tauriel a Gundabad, montados en el mismo caballo. Ahora, ella tenía que separarse de él para hacer exactamente lo mismo. A pesar de que por nada del mundo quería volverse a separar de ellos debido a una batalla, pues la última vez había resultado en Boromir muerto, no tuvo otra opción más que aceptar que tenía que ir con los niños y ancianos.

    Aragorn cabalgó hacia el frente con el resto, y Lyanna se quedaba ahí, observando con horror la escena. De todos los escenarios en los que habría tenido que separarse de Legolas, en medio de una batalla era el peor de todos.

    Éowyn se apresuró a movilizar al resto hacia el Abismo. Lyanna sabía que no faltaba mucho, por lo que se quedó de última para ser la primera en ser atacada, si los huargos los alcanzaban.

    Un par de horas después, Lyanna sintió su Llama debilitarse. Aquello le causó una preocupación inmensa al saber que se trataba de una de las Llamas que había depositado en sus compañeros. ¿Sería Frodo, Gimli, Aragorn o Legolas? No pudo evitar pensar en que Legolas había sido derrotado en la batalla contra los huargos, y que ahora Náriël se había apagado por ello. Lyanna comenzó a sentirse culpable por no haber arreglado las cosas antes, que lo último que había compartido con el ser que más amaba había sido una estúpida pelea en la que ella había actuado de forma irresponsable.

    Apenas se dio cuenta que el Abismo de Helm se encontraba frente a ellos, pues sus temores comenzaron a dominarla. Aunque podía sentir aún la Llama viva, era tenue. ¿Estaría gravemente herido? ¿Agonizando?

    Se encontraba a mitad de camino cuando pudo presentir de nuevo un mal salvaje, como el de horas antes. Lyanna reaccionó y se volteó hacia los árboles y montañas que habían dejado atrás. Pudo sentir aquellas criaturas correr rápido hacia ellos.

    - ¡Corran! – les gritó, mientras, sacaba a Rigil y bajaba de Roheryn. Le ordenó al caballo que corriera hacia la fortaleza, como los ciudadanos de Edoras hacían en aquel momento. Éowyn se quedó parada a unos metros de ella, confundida por lo que ella pretendía hacer.

    Un grupo de huargos, con orcos en sus lomos, aparecieron de entre los árboles. Éowyn quiso correr hasta estar al lado de Lyanna, pero esta, usando su poder, la impidió moverse de donde estaba. Si se acercaba, no podría usar su poder, pues podría lastimarla. Y no quería lastimar a nadie más.

    No eran más de una docena, pero Lyanna sabía que podría encargarse de ellos. Poco a poco fueron acercándose, hasta que cuando los tuvo casi encima, extendió sus brazos y, apretando los dientes y soltando un grito de ira, lanzó su poder contra ellos y los destruyó. El peso de los huargos le había requerido mucho poder, y cuando cayó al suelo, débil y con todo a su alrededor dando vueltas, comprendió lo que Legolas había tratado de decirle. No podía encargarse de un ejército ella sola, y agradeció haberlo tenido a su lado en aquel momento, para salvarla una última vez.

    Una lágrima se escapó del ojo de Lyanna antes de que la oscuridad la invadiera por completo.



    Capítulo Ocho: Reencuentro

    El corazón de Legolas y de Gimli se encontraba triste al enterarse de la caída de Aragorn, sin saber si se encontraba vivo o muerto. Legolas había encontrado el collar de la Estrella de la Tarde, que Arwen le había dado, en manos de un orco, e inmediatamente asumió lo peor.

    Sin embargo, cuando llegaron por fin al Abismo de Helm, se encontraron con varios cuerpos de huargos y orcos en el suelo. Los habían perseguido, pero parecía que habían logrado hacerles frente. No entendían cómo aquello había sido posible, en el Abismo de Helm no había suficientes hombres para enfrentarse a todos aquellos huargos. Pero Legolas supo que aquella tuvo que haber sido Lyanna, por lo que su temor aumentó, pues el número de huargos ahí le tuvo que haber requerido gran cantidad de poder, debilitándola lo suficiente para quedar incapaz de seguir peleando. ¿Y si alguno de los huargos había sobrevivido y la había matado?

    Entraron en la fortaleza todos juntos. Habían sufrido varias pérdidas, cosa que los ciudadanos refugiados pudieron notar. Legolas buscó a Lyanna entre la multitud con su mirada, pero no la vio ni sintió cerca. Y eso lo asustó más, pues no podía sentir a Lyanna aunque se suponía que se encontraban en el mismo lugar.

    Se bajó rápido de su caballo e intentó buscar a Lyanna yendo de arriba hacia abajo por la fortaleza, pero no la veía en ninguna parte. Éowyn, quien hacía unos momentos había sido notificada de la caída de Aragorn, se acercó a él.

    - Mi señor Legolas – habló ella. Legolas se dio la vuelta al escucharla. Él se preguntó qué querría decirle Éowyn, pero con un intercambio de miradas lo supo.

    Ella lo guio por el salón del rey hasta un pasillo donde se encontraban varias puertas. Lo había destinado a las salas de heridos. Éowyn abrió la primera puerta, y cuando Legolas vio a Lyanna recostada en aquella cama, dormida, sintió un enorme alivio.

    Se acercó a ella y la tomó de la mano. Había pasado toda la batalla pensando en las últimas palabras que se dijeron, y aunque confiaba en que ella iba a estar a salvo, al ver los cuerpos de los huargos en el suelo temió haber estado equivocado.

    - Acabó con todos los huargos – escuchó que dijo Éowyn, aún sorprendida por lo que había visto. Legolas sabía que no tenía excusa para explicarle aquello, tenía que decirle la verdad a Éowyn – por sí sola – la voz de Éowyn le daba la impresión a Legolas de que no podía explicarse cómo aquello era posible. Ella se acercó a él, sentándose a su lado y pidiéndole con su mirada que le dijera lo que pasaba – ¿Quién es ella? – preguntó, y Legolas dio un largo suspiro antes de contestarle.

    - Valyanna, hija de Yavanna y Aüle – respondió él, en voz baja y sin soltar la mano de ella – la gracia de los Valar – Éowyn volteó a verla, sorprendida por aquello. Claro que había escuchar de la Valië que Morgoth había secuestrado miles de años atrás, pero la leyenda decía que había sido asesinada por este al final de la Guerra de la Cólera, antes de ser capturado por los Valar. No podía creer que el mito estuviera ahora frente a ella.

    - ¿Va a… va a estar bien? – preguntó ella, aún procesando lo que Legolas le acababa de revelar - ¿Va a despertar? – pero él no podía responder eso. Era imposible predecir cuándo los Valar volverían del mundo de los sueños. Podrían pasar días, meses, incluso años si ella así lo quería.

    - Esperemos que sí – fue lo único que pudo responder. Y sí esperaba que lo hiciera antes de que Saruman llegara con sus tropas. Éowyn suspiró y se levantó, dirigiéndose hacia la salida.

    - Hazme saber si necesitas algo, por favor – le dijo al elfo. Él le sonrió, agradeciéndole aquello. Éowyn salió del cuarto, dejando solos al elfo y a la Valië. Era la segunda vez en aquella misión en la que Legolas tenía que soportar verla en aquel estado, dormida por la falta de fuerzas que su poder se había llevado.


    Lyanna vagaba en un lugar que se le hacía poco familiar. Se encontraba al lado de un río, y por encima de ella escuchaba ruidos de caballos, gritos y rugidos. Estaba a punto de ir a investigar, cuando observó cómo de lo alto de una roca caían un huargo y un hombre. Lyanna no tardó en identificar que aquello se trataba de aquel día. Las estrellas le estaban compartiendo las imágenes de aquel día.

    Corrió hasta el río, donde ambos habían caído. El hombre salió a la superficie, donde Lyanna pudo identificar el rostro. Aragorn estaba inconsciente y flotaba corriente abajo. Ella pudo sentir su Llama debilitarse, por lo que entendió que aquel sentimiento que había tenido horas atrás debía de haber sido por eso.

    Pudo sentir que la vida no había abandonado el cuerpo de Aragorn aún, lo que la alivió, pero no pudo hacer nada más que quedarse a la orilla, viéndolo desaparecer por el río. Aquella imagen se desvaneció, y una voz a sus espaldas la sorprendió.

    - He perdido mi forma de llegar a él – escuchó la suave voz de Arwen. Lyanna se dio vuelta, encontrándose con la elfa – he perdido la Estrella de la Tarde, pero aún carga tu Llama – dijo ella. Lyanna suspiró.

    - Jamás he usado mi poder para llegar hasta alguien – confesó Lyanna, pero sabía que tenía que ir hasta donde estaba Aragorn, aunque no podía hacerlo físicamente. Pero temía hacerlo. Usar su poder para viajar hasta donde estaba la persona con la que quería contactarse era arriesgado, pues entraría en un mundo donde, si no tenía cuidado, cualquier ser capaz de entablar conexión por medio de pensamientos podría encontrarla. Saruman o Sauron era su principal amenaza.

    Pero no tenía opción. La imagen con Arwen se desvaneció y cuando regresó al lugar en el que había estado minutos antes, notó que la noche ya había caído. Sin perder más tiempo, siguió el camino por el que había visto a Aragorn ser arrastrado por el río. Caminó durante un par de horas, hasta que por fin observó a lo lejos, en la orilla, a un hombre inconsciente. Al saber dónde se encontraba, ya podía despertar, pues dormida no podía ayudarlo.


    Lyanna despertó a mitad de la noche, con su respiración agitada al ser consciente de lo que acababa de presenciar. Legolas, quien estaba a un par de metros mojando un trapo con agua caliente, se percató que Lyanna había despertado y se acercó a ella a grandes pasos. Cuando Lyanna lo observó, no dudó ni un segundo en envolverlo en un abrazo, que el elfo correspondió.

    - Creí que habías caído – dijo ella, en medio de susurros llenos de horror – por un segundo asumí lo peor – Lyanna llevó su mano hacia Náriël, pudiendo sentir con su mano cómo su Llama seguía ahí, intacta. Cómo el brillo de la estrella seguía resplandeciendo. Cómo aquello que había guardado en secreto en ella seguía intacto. Legolas rodeó la mano de ella con la suya, y la acercó a sus labios, donde depositó un tierno beso.

    - No me voy a ningún lado – le dijo él, aún sosteniendo su mano mientras su mirada la tranquilizaba – Pero fue Aragorn quien cayó – le confesó él. Lyanna asintió.

    - Lo sé – dijo. Legolas frunció el ceño – acabo de verlo en las visiones de las estrellas – le explicó ella – Arwen dijo que no puede encontrarlo, pues perdió su relicario en la batalla. Por lo que debo buscarlo con mi poder, para viajar hasta donde está y con este hacer que despierte – Legolas asintió.

    - Recuperé su relicario de las manos de un orco – le dijo a Lyanna, señalando la mesa donde había dejado el trapo con agua.

    - Bueno, mejor lo guardas para cuando regrese – dijo ella, dándole esperanza a Legolas sobre el destino de Aragorn – su viaje no ha terminado.



    Capítulo Nueve: A Través del Pensamiento

    - ¿Lista? – preguntó Legolas, mientras ella se recostaba sobre la cama y, un poco nerviosa, tomaba una posición cómoda. Lyanna asintió, aunque seguía temiendo que aquello la fuera a guiar a otro lugar. Sin embargo, recordó que era lo suficientemente poderosa para lograrlo. Nadie más podía hacerlo, solamente ella.

    - Lista – afirmó, tras un largo suspiro donde encontró su coraje. Lyanna cerró sus ojos entonces, y obligó a su poder a encontrar las Llama que había depositado en Aragorn.

    Primero tuvo que identificar las Llamas que se encontraban dispersas por la Tierra Media. No eran muchas, pues solamente eran cuatro las que había compartido. Primero encontró a Legolas, que estaba a su lado, viéndola con atención, esperando alguna señal de ella para que la despertara si algo salía mal. Legolas supo identificar que ella lo estaba viendo, y miró en la dirección exacta donde se encontraba.

    El espíritu de Lyanna viajó hasta Gimli, quien se encontraba bebiendo una cerveza al lado de Éowyn, quien no se había separado del enano desde que había dejado a Legolas con Lyanna, pues solamente él podía animarla después de la noticia de Aragorn. Gimli no se percató de la presencia de Lyanna.

    Finalmente, Lyanna dio con Aragorn, pues era el más siguiente más cercano que estaba de ella. Lo vio en la misma orilla, aún inconsciente. Ella corrió hasta él, cayendo de rodillas cuando llegó a su lado. Lyanna buscó sus heridas. Tenía una hecha en el hombro, otra en el brazo, una más en la pierna y estaba bastante deshidratado.

    Lyanna recordaba que en aquel tipo de situaciones, Gandalf solía recitar hechizos. Sin embargo, los hechizos usualmente eran llamados a los Valar o a Ilúvatar de intervenir. Ella no podía recurrir a los hechizos, pues su propio poder era capaz de sanarlo. Tal y como lo había hecho con Frodo la primera vez que lo conoció.

    Colocó su mano sobre las heridas de Aragorn, avivando la Llama que había depositado en él, haciéndolo que despertara mientras la sangre dejaba de salir de sus heridas. Aragorn enfocó mejor su visión, dándose cuenta de que Lyanna estaba a su lado. Ella sonrió.

    - Udulen an edraith angin (Estoy aquí para salvarte) – le dijo ella, mientras extendía su mano y lo ayudaba a ponerse de pie. Aragorn comenzó a sentir cómo sus fuerzas se recuperaban, y las heridas no dolían más – Menathab (Vamos) – le dijo Lyanna, mientras ella comenzaba a caminar. Aragorn, aún confundido por lo que estaba viendo, decidió seguirla.

    - ¿Es este un sueño? – preguntó él, haciendo reír a la Vala.

    - ¿Soñarías conmigo en lugar de Arwen? – preguntó ella, y Aragorn entendió que no era un sueño – Ella se contactó conmigo, me pidió que te buscara, pues ella no podía llegar a ti por haber perdido el relicario que te dio – al escuchar eso, Aragorn se llevó sus manos a su cuello, buscándolo. Pero, efectivamente, no estaba ahí.

    - ¿Cómo logró llegar a ti si no tienes ningún medio hacia ella? – preguntó Aragorn, sin dejar de caminar. Aún sentía un poco de fatiga, pero comparado a lo que había significado aquella caída no se quejaba para nada.

    - Arwen es descendiente de Eärendil – respondió ella – Eärendil es una estrella, y yo puedo comunicarme con las estrellas – le explicó – Le solicitó a su abuelo encontrarme – el corazón de Aragorn brincó al saber lo que Arwen había hecho por él. Seguramente ella había podido sentir que algo malo le había pasado cuando se le había caído el collar. Arwen debió sentir que su amor, depositado en la estrella, abandonaba a su portador.

    - ¿Dónde están los demás? – preguntó, alcanzándole el paso a Lyanna.

    - Están en el Abismo de Helm. Creen que has muerto – la luna aún seguía en lo alto del cielo. Si Lyanna no calculaba mal, llegarían al Abismo poco antes del mediodía.

    - ¿No les dijiste que estoy vivo? – preguntó él, frunciendo el ceño. Ella lo miró.

    - Pocos minutos después de que tu Llama se debilitara, tuve que enfrentarme a unos huargos que habían logrado alcanzarnos. Caí inconsciente al suelo luego de haber usado mi poder. Desperté hace un par de minutos. Legolas me contó lo que había pasado – informó la Vala.

    - Pero… ¿estás aquí? ¿tú estás realmente aquí? – preguntó Aragorn, pues la imagen que tenía frente a él parecía bastante real, aunque algo le decía que no lo era. Lyanna sonrió.

    - No, estoy recostada en una de las habitaciones de heridos en el Abismo de Helm, con Legolas a mi lado, esperando que nada malo ocurra mientras uso mi poder para entrar en tu mente y traerte de regreso – Aragorn alargó su mano hacia ella, viendo cómo esta podía atravesar a Lyanna. Podía verla, pero porque ella estaba dentro de su mente, no físicamente a su lado – Estoy en tu mente, y al mismo tiempo mi espíritu está fuera de ti, a tu lado.

    - ¿Me vas a acompañar todo el trayecto de regreso? – preguntó. Ella rio.

    - Solo por si acaso – recordó ella.

    Ambos siguieron charlando y caminando por varias horas. Hablaron de lo que en el futuro les esperaba: enfrentarse a Sauron si recuperaba su forma física. Aragorn le preguntó a Lyanna cómo había sido enfrentarse a él ya, junto con Elendil, antecesor del montaraz, y a Gil Galad, rey de los Noldor.

    Lyanna le confesó que ambos fueron excelentes guerreros. Los tres, juntos, había atacado a Sauron por cada ángulo posible, pero el Maia, gracia al Anillo, era demasiado poderoso y podía enfrentarse sin problema a los tres. Le dijo que ahora tenían la ventaja de que ella tenía un poco más de control sobre su poder, que ahora tenían a Gandalf, un maia casi tan poderoso como el mismo Sauron, y que Sauron ya no poseía el Anillo, por lo que, hasta cierto punto, los colocaba a los tres como posibles victoriosos.

    - ¿Y qué va a pasar si destruimos al Anillo y a Sauron? – Aragorn no lo preguntaba por la Tierra Media, pues eso lo tenía claro. La Tierra Media ya no correría peligro de mal alguno. Lo preguntaba por ella, por el destino de ella.

    - Regresaré a casa – contestó, esbozando una leve sonrisa – a Valinor – Lyanna tenía pocos recuerdos de aquellas tierras tan preciosas. Colores que no había vuelto a ver nunca, sin dolor ni angustia alguna.

    - ¿Y Legolas te acompañará? – preguntó él. La sonrisa de Lyanna se desvaneció al escuchar eso. Aún recordaba las palabras que Legolas le había dicho sobre su deseo de permanecer en la Tierra Media para siempre. Legolas había vivido toda su vida en los bosques. Sentía que pertenecía con ellos, nunca al mar. Además de convivir con los elfos silvanos, pues él y su padre eran los únicos Síndar en el Bosque Negro. Los elfos silvanos nunca abandonarían los bosques por el mar, y Lyanna temía que Legolas jamás encontrara motivación para partir a Valinor. Pronto, su corazón se volvió triste.

    - No lo sé – dijo, apenas audible – no puedo obligarlo a apartar su corazón de su hogar. Implicaría dejar al Bosque Negro sin su príncipe si Thranduil muere o decide partir a Valinor, aunque tampoco creo que él tenga intenciones de irse – ella suspiró – Creo que si él no puede desapegar su corazón de los bosques, no tendremos otra opción más que separarnos – Aragorn bajó su mirada, comprendiendo lo que aquello significaba pues era exactamente el destino que él había escogido con Arwen.

    - ¿No puedes quedarte en la Tierra Media? – preguntó él, y Lyanna negó con su cabeza mientras soltaba una suave risa.

    - Oh, no. No si mi poder vuelve a su esencia. Un Vala no pertenece a estas tierras, donde los deseos impuros de los mortales se pueden salir de control – le dijo – Aunque Sauron sea derrotado, eso solo implicará que alguien poderosamente malvado no podrá forzar a las demás razas a someterse a su control. Pero el mal aún podrá reinar entre los hombres, enanos, y orcos que sobrevivan, como un susurro espeluznante en la mitad de la noche. Llenando de ideas oscuras el corazón de los más débiles, deseando siempre el poder. La diferencia es que este tipo de mal bastará detenerlo con una espada, unas rejas o una soga, en lugar de una Vala, un mago y un montaraz – bromeó, refiriéndose a ellos dos junto con Gandalf. Aragorn sonrió – No, no puedo quedarme en la Tierra Media si recupero el control de mi poder – dijo ella, con cierta tristeza – Y si Legolas siente que no pertenece a ningún otro lado más que a su hogar, no puedo obligarlo a seguirme – confesó.

    Aragorn estaba a punto de decir algo más, pero observó cómo Lyanna dejaba de caminar y se detenía a observar a su alrededor. Los rayos del sol comenzaban a asomarse en el este.

    - ¿Qué? – preguntó Aragorn. Ella sonrió.

    - Hay un caballo cerca – le dijo, pudiendo sentirlo cerca. Lyanna caminó hasta la cima de la pequeña colina que estaban subiendo, y efectivamente logró ver a lo lejos un caballo marrón. Aragorn lo reconoció. Era Brego, el caballo que le había sugerido a Éowyn liberar tras notar el terror en los ojos del animal cuando intentaban sacarlo del establo, pensando que iba de nuevo a la guerra – ¡Tolosí! (Ven aquí) – le ordenó al caballo con sus pensamientos. Brego reconoció la voz de la Vala, y notó el poder de su creadora en ella, por lo que no demoró en obedecer y alcanzarlos. Ella lo acarició y sonrió al tenerlo a su lado – Bien, supongo que puedes llegar a la fortaleza más rápido – sugirió. Aragorn la miró, para luego montarse sobre el caballo. Lyanna había logrado transmitirle paz, de modo que Brego no tuvo temor de ser llevado de nuevo a la guerra cuando Aragorn montó en él – Nos veremos pronto – dijo la Vala, antes de salir de la mente de Aragorn y abrir sus ojos, regresando a la habitación de heridos en el Abismo de Helm, con Legolas a su lado. El elfo le sonrió.

    - ¿Funcionó? – preguntó, al ver que Lyanna no había reaccionado con temor. Ella le sonrió.

    - Funcionó – confirmó, haciendo que Legolas sonriera y se acercara a besarla.

    - Así se hace, reina mía – susurró, sin apartar sus labios de los de ella.



    Capítulo Diez: Viejas Leyendas

    - Así que esta – empezó a decir Legolas, mientras tomaba a Rigil en sus manos – es la espada que le cortó los pies a Morgoth – el elfo la observaba con admiración, mientras Lyanna sonreía al ver la reacción de Legolas. Ambos se encontraban sentados sobre las gradas que conducían al salón del rey, esperando la llegada de Aragorn. Habían preferido no decirle nada a nadie, de modo que fuera una clase de sorpresa.

    - Y con la que voy a matar a Sauron – afirmó Lyanna, obteniendo una mirada alegre de Legolas.

    - Me gusta tu seguridad – le dijo, entregándole de regreso la espada y acercando su rostro al de ella – y me gustas tú – Lyanna sonrió, acercándose a él y juntando sus labios para darle un corto beso.

    Pero fueron interrumpidos por Gamling, ascendido ahora a capitán de la Guardia del Rey, pues Háma había muerto en el ataque de los huargos. Lyanna lo miró, confusa.

    - El rey desea hablar con usted, mi lady – le dijo el soldado. Lyanna, que aún sostenía la mano de Legolas, frunció el ceño.

    - ¿Para qué me necesita el rey? – preguntó Lyanna, sin soltar la mano de Legolas. Gamling no pareció tener reacción alguna.

    - Solamente me mandó por usted – respondió. Lyanna sintió un apretón de manos por parte de Legolas, lo que desvió su mirada al elfo, quien le sonreía.

    - Ve – la incitó. Lyanna no quería desperdiciar su tiempo andando de aquí a allá durante el día. Sabía que una posible guerra se acercaba y estaba decidida a pasar cada minuto posible con Legolas. Sin embargo, tenía un presentimiento de la razón por la que el rey Théoden la llamaba, y aquello le dio la sensación de que ya no podría cumplir su deseo de pasar el tiempo con el elfo, pues su identidad habría sido revelada. Y, como Vala, no era vista como nada más que un arma muy poderosa.

    Gamling abrió las puertas del salón, dejando ver al rey hablando con algunos de sus consejeros. Cuando voltearon a ver a la entrada, los hombres no tardaron en hacer una reverencia ante Lyanna. Fue cuando supo que, en efecto, ya se habían percatado de su verdadera identidad.

    - Valyanna, qué bueno que… - empezó uno de los consejeros cuyo nombre Lyanna no recordaba, pero fue interrumpido por esta.

    - Lyanna, por favor – pidió ella. El consejero asintió.

    - Lyanna, es bueno ver que se encuentra mejor – dijo el viejo hombre – Los soldados nos informaron sobre lo que la vieron hacerle a los huargos – ella asintió, y forzó una sonrisa. El rey Théoden se acercó hasta ella.

    - Mi sobrina me ha dicho quién eres realmente – susurró el rey, mientras se paraba frente a ella – Hemos escuchado de ti en viejas leyendas.

    - Las leyendas del reino hundido – se apresuró a recordar Lyanna. Las había leído en Gondor. Eran leyendas comunes entre los hombres – Las leyendas de Beleriand – había algo en el tono de la Vala que Théoden reconoció como descontento, o inconformidad. Aunque no sabía cómo reaccionar ante aquello, tenía a la hija de los Valar frente a él. No sabía qué palabras podrían ofenderla y hacerla desatar toda su ira. No sabía cómo actuar ante un ser tan majestuoso, aunque frente a él parecía una simple mujer mortal.

    - Déjennos solos – ordenó el rey, esperando que aquello, de algún modo, le agradara a Lyanna. Ella descifró rápido las intenciones del rey al sacar a sus consejeros y guardias, pero aquello no la impresionaba, pues lo único que quería era no ser impresionada, en primer lugar. Cuando el salón quedó completamente vacío, excepto por ellos dos, el rey pareció relajarse un poco más – Ni en mis sueños más salvajes habría pensado que estaría frente a una de los Valar – el tono de Théoden había cambiado, ahora hablaba con admiración, como si le faltara aliento para terminar las frases. Lyanna comprendía el afecto y la ilusión que al resto de razas les hacía verla. Es decir, no era nada común tener frente a ellos a una Vala. A veces Lyanna olvidaba eso, que era un ser único en la Tierra Media. No había nadie como ella. Nadie era considerado tan divino como los mismos Valar, y no podía culpar a los pueblos de la Tierra Media por maravillarse ante ella. Pertenecía a la raza a la que hombres, enanos y elfos veneraban y clamaban.

    - Y estoy aquí para ayudar a Rohan en esta guerra – le dijo ella al rey, pero este entrecerró los ojos, dubitativo.

    - ¿Es esa la razón por la que estás aquí? – preguntó. Lyanna frunció el ceño, mientras descansaba su mano sobre el mango de Rigil, a la que tenía enfundada en su cinturón - ¿Para ayudar a Rohan?

    - Aquí es donde mi destino me ha traído, hasta este momento – le dijo ella, sin apartar su mirada de la de él – Desconozco lo que pasará una vez acabe esta batalla. Desconozco incluso si sobreviviré a ella – Théoden bajó su mirada – Pero por ahora, estoy aquí para ayudar – Théoden negó, como si estuviera dándole vueltas a algo en su cabeza.

    - ¿Cómo terminaste aquí? – preguntó, sin levantar su rostro – ¿Cómo es que una de los Valar terminó… frente a mí, en estas circunstancias, junto a estos viajeros? – Théoden se encontraba bastante sorprendido, pero Lyanna sabía que no tenía tiempo para explicarle toda su historia.

    - Ha sido un viaje demasiado largo – le dijo ella, tratando de tranquilizarlo al posar su mano en el pecho del rey, alejando con su poder toda exasperación y normalizando su pulso – uno de más de tres Edades del Sol – Théoden parpadeó, un poco atónito.

    Caminó por el salón, llevando sus manos a su cintura mientras lo hacía. Se sentía halagado por tener la presencia de Lyanna ahí, y hasta cierto punto abrazó su coraje, pues pensaba que con ella tendrían mejor chance de hacerle frente a Isengard.

    Ambos se dieron media vuelta hacia la entrada, donde alguien había abierto las puertas de par en par. Ni bien observaron de quién se trataba, Lyanna esbozó una amplia sonrisa, mientras que Théoden optada un rostro de asombro.

    Aragorn le hizo una reverencia tanto al rey como a Lyanna, y se dispuso a acercarse a ellos, seguido de Legolas, Gimli, Gamling y los consejeros del rey. Legolas fue directamente hacia Lyanna, quien no tardó en extender su mano para que el elfo la tomara.

    - ¿Cómo es posible? – dijo el rey, mirando a Aragorn como si fuera un fantasma. Aunque él probablemente así lo viera.

    - No hay tiempo para eso – anunció Aragorn, volteándose hacia todos, llamando su atención – hay un ejército de orcos, Uruk, y Dunlendinos marchando hacia aquí en este momento – todos contuvieron el aliento en aquel momento, pues no esperaban un ataque tan pronto.

    - ¿Cuántos dices, más o menos? – preguntó Théoden. Lyanna apretó la mano de Legolas, y él presionó de vuelta. Ambos diciéndose con aquel gesto que, sin importar lo que pasara, nada los separaría de nuevo.

    - Diez mil – pero al escuchar aquella cifra, el terror invadió los corazones de todos. Lyanna pudo sentir cómo ese miedo inundaba el salón, haciéndolo ver más opaco y borroso. El aire cargado de angustia. Théoden miró a Aragorn con horror.

    - ¿Diez mil? – preguntó, sin poder creerlo. Aragorn asintió. Lyanna bajó su mirada, intentando poner en orden sus pensamientos y evitar dejarse llevar por sus preocupaciones. Pero era imposible no temer por el destino que les esperaba. No habían más de mil personas en el Abismo de Helm. Y soldados apenas habían cerca de ciento cincuenta. Además, ella no podía usar su poder en gran medida estando rodeada de tantas personas, pues, como siempre, este podría salirse de control y terminar matando no solo a los enemigos, sino a todos los que se encontraban alrededor de ella. Y aunque lo usara, no había manera de que lograra encargarse de diez mil orcos por su cuenta. Estaban acabados.

    - Llegarán para el anochecer – informó Aragorn.



    Capítulo Once: La Última Heredera

    El rey Théoden salió del salón, seguido por Aragorn, Legolas, Gimli y Lyanna. El rostro de Théoden no parecía transmitir calma alguna, y ninguno de ellos podían culparlo. Un ejército de diez mil orcos era algo que ninguno pudo imaginarse al pensar en el ataque de Isengard.

    Théoden hablaba de las cosechas y los animales que les proveían comida, como si intentara decirle a los ciudadanos que todo estaba bajo control, dando indicaciones a los soldados sobre cómo proteger algunas zonas que serían un blanco fácil. Aragorn le insistió en enviar mensajeros, tratando de darle coraje y esperanza a Théoden. Pero tanto el rey como Lyanna sabían que era demasiado tarde. Aunque enviara jinetes por ayuda, era demasiado tarde.

    Por orden del rey, todo hombre y niño capaz de blandir una espada había sido llamado para la guerra. Y a los más jóvenes, ancianos y mujeres se les envió a unas cavernas que se encontraban en el Abismo.

    Lyanna les dijo a sus compañeros que deseaba ver la cavernas, para ver si eran lo suficientemente acogedoras y si podrían resistir el ataque de esa noche. Los tres la siguieron, pero Éowyn, que iba de camino a las cuevas, se los encontró y corrió hacia Aragorn.

    - Me mandaron con los niños y las mujeres – le dijo a este. Aragorn sabía sobre el deseo de Éowyn de pelear, pero aquel no era el momento para que ella lo hiciera. El hijo del rey estaba muerto, el sobrino del rey estaba lejos, y ella era la única heredera posible si aquella batalla se perdía. Pero Aragorn, de todas formas aunque quisiera tenerla peleando a su lado, no era nadie para desafiar las órdenes del rey – ¡A Lyanna no la han mandado a las cavernas! – la Vala no había escuchado eso, pues se encontraba hablando con varios de los ciudadanos que caminaban hacia las cuevas, llenando su corazón de esperanza con palabras de aliento. Aragorn suspiró – si quieren a alguien que proteja a los más vulnerables, ¿no sería ella la ideal? – era la única excusa que a Éowyn se le ocurría, pues en verdad quería formar parte de las filas.

    - Lyanna no es la última heredera que tiene el rey – le dijo el montaraz – y no podemos negar que tal vez vayamos a necesitar su poder – Éowyn bajó la mirada, pensando en lo que estaba a punto de decir.

    - ¡No les ordenas a otros que se queden! – exclamó ella cuando Aragorn parecía retirarse. Aquellos llamó la atención de los que estaban cerca, incluyendo de sus tres compañeros – Pelean a tu lado porque no serán separados de ti – Lyanna presintió los latidos de Éowyn y de Aragorn acelerarse, lo que le llamó la atención – Porque te aman – al decir eso, Éowyn pensó que había hablado de más, por lo que se retiró de ahí.

    Aragorn volteó a verla, pero se encontró con la mirada de Lyanna, quien había descifrado los sentimientos de Éowyn. Sin embargo, no le dijo nada a Aragorn, pues entendía que ella quisiera ocultar lo que sentía. Y Lyanna lo comprendía muy bien.

    Varios soldados salieron de las cavernas con varios jóvenes y adultos que no parecían haber tocado en su vida una espada. Aquello preocupó a los cuatro cazadores, quienes sabían que a lo mejor no sobrevivirían aquella noche.

    - Vayan con ellos – les dijo Lyanna, refiriéndose a los reclutados – los alcanzo luego – se acercó a Legolas para darle un beso, y luego se dirigió a las cuevas, yendo tras Éowyn.

    La imagen con la que se encontró de aquel lugar la fascinó. Era enorme, lleno de luces magníficas y lo suficientemente amplia. No pudo evitar sonreír al ver tanta belleza dentro de aquellas cavernas, y casi deseó quedarse ahí por el resto del día.

    Lyanna reconoció a Éowyn detrás de unos pilares, casi como escondiéndose. Caminó hasta ella, y por el rostro de Éowyn al ver a la Vala, Lyanna supo que la había asustado.

    - Perdóname, no era mi intención – dijo la Vala, esbozando una sonrisa. Éowyn le sonrió de vuelta, aunque no exactamente alegre. Lyanna suspiró, pues no sabía por dónde empezar – sabes, a mí me gustaría tenerte en las filas esta noche– le confesó, esperando así ganar un poco de su confianza. Éowyn la miró, curiosa – Un solo guerrero que desee ir a la guerra es más valioso que cien que le teman a la espada – dijo ella, refiriéndose a que Éowyn sería más difícil de matar que casi todos los reclutados, por el simple hecho de que ellos no querían estar ahí. Éowyn sonrió, esta vez realmente halagada.

    - Pero no vas a debatir con el rey – adivinó. Lyanna negó.

    - Nunca he desafiado las órdenes de un rey. Además, si él cae esta noche, ¿quién tomará el trono? – Éowyn la interrumpió.

    - ¿Crees que mereces un final así? – preguntó Éowyn, aunque Lyanna no pareció comprenderle – Eres la más alta criatura de todo este mundo, ¿crees que mereces morir en una batalla superados por número? – Lyanna bajó su mirada, pensante – Si tú mueres, ¿quién peleará contra Sauron y evitará que recupere el Anillo? – Lyanna volteó a verla de nuevo, sorprendida por lo que acababa de decir. Éowyn asintió – Escuché cuando Legolas habló del Anillo, en Edoras, antes de que fueran tras Grima. Aragorn me contó sobre él y sobre Sauron. Pero luego de que Legolas me dijera quién eras… lo descifré – Lyanna tragó saliva – Eres la única capaz de enfrentarte a él. Pero si mueres hoy… - Lyanna la interrumpió esta vez.

    - No voy a morir hoy – le aseguró – No sé cómo, pero debo asegurarme de no hacerlo – ella suspiró – pero temo que para sobrevivir, todos tengan que huir – las palabras de Lyanna aterraron a Éowyn, pues no entendía de qué hablaba – Por eso he venido, Éowyn – confesó por fin – porque tengo un plan.


    Capítulo Doce: Esperanza

    Las horas pasaron, y la tensión crecía dentro de los muros del Abismo de Helm. Lyanna daba vueltas alrededor del cuarto donde la habían llevado cuando se desmayó, pensando en cómo idear un plan de contingencia si el suyo no funcionaba.

    Pero estaba desesperada. No había nada que le viniera a la cabeza, y lo único que esperaba era que Gandalf llegara a tiempo con los Rohirrim.

    Sin embargo, en medio de aquel momento de desesperación, Lyanna pareció presentir algo en el cuarto. Las paredes parecían engañarla, haciéndose ver distantes, irreales. Pero ella sabía que estaba ahí, aunque al mismo tiempo parecía que no.

    - ¿Es miedo lo que siento en ti? – dijo una voz que Lyanna supo identificar de inmediato. Ella sonrió.

    - No por mí – respondió, encarando a la elfa que se encontraba a sus espaldas – Hay niños aterrados en las cavernas que no saben si será su última noche – explicó Lyanna, con el corazón roto al recordar sus rostros – Temo porque este sea su fin.

    - ¿Puede un ejército de simples mortales con la hija de los Valar? – cuestionó Galadriel, observando a Lyanna con diversión, como si la estuviera probando. La Vala negó.

    - Uno de diez mil, tal vez – replicó – si tengo que recurrir a mi plan, caeré en un sueño profundo, con riesgo de que sea casi eterno.

    - Eres un ser eterno.

    - Sauron no va a esperarme para conquistar a los pueblos libres – espetó Lyanna, y la desesperación se escuchaba en su voz – Pero si ese es el costo de darle un día más a Rohan… - Galadriel entrecerró sus ojos, desafiante – que así sea – declaró Lyanna. Galadriel sonrió, orgullosa de escuchar hablar así a Lyanna, aunque también reconocía que era un precio demasiado alto - ¿cómo lograste comunicarte conmigo? – preguntó la Vala, pero Galadriel frunció el ceño.

    - ¿De qué hablas? Fuiste tú quien lo hizo – pero sus palabras hicieron que Lyanna frunciera el ceño ahora, extrañada pues en ningún momento había intentado hacerlo – Siempre que algo te perturba, aunque sea lo más mínimo, has venido por mi consejo – comprendió Galadriel, pero Lyanna no lo entendía.

    - ¿Usé mi poder involuntariamente? – preguntó, pues era la única explicación que podía darse para aquel suceso. De hecho, Lyanna jamás había intentado hacer contacto por medio de su mente hasta hacía solo un par de horas, cuando había buscado a Aragorn por medio de su Llama. Pero ahora, parecía que había usado su poder para comunicarse con alguien más, sin necesidad de tener un vínculo físico. Era su poder, había logrado controlar ese poder.

    - Es curioso – escuchó susurrar a la Noldor, mientras la observaba con detenimiento – Siento un poder más sumiso comparado a la última vez que te vi – exclamó, tomando las manos de Lyanna – Poco a poco vas ascendiendo hasta lo que inicialmente fuiste – le sonrió – una de los Valar.

    - Es mi destino – le dijo Lyanna, repitiendo lo que la misma Galadriel le había dicho por tantos años – Que puede terminar aquí si esta noche perdemos la batalla – se desanimó ella, pero Galadriel amplió su sonrisa.

    - Es un gran ejército – respondió la elfa, hablando de los diez mil orcos que llegarían al Abismo en un par de horas – pero creo que con tres mil soldados muy bien preparados pueden hacerle frente a bestias que solo atacan por instinto – comentó. Lyanna rio.

    - Sí, tres mil sería una buena cifra… incluso mil fueran suficientes – resopló – pero no, Galadriel, son muchos menos – los ojos de Lyanna aún reflejaban temor – ni siquiera son quinientos – la elfa rio, lo que confundió a Lyanna todavía más.

    - No - le aseguró Galadriel – no lo son – pero antes de que aquella conexión se rompiera, Lyanna lo descifró, y al entenderlo, su corazón se alegró.

    Lyanna observó las paredes, que volvían a verse reales y cercanas a ella. Galadriel no estaba en ningún lado, pero sus palabras, y lo que significaban, sí seguían grabadas en la mente de Lyanna, que no podía creerse cómo había pensado que en efecto solamente serían trescientos hombres dejados a su suerte.

    Se apresuró a salir del cuarto en busca de sus compañeros. La noche había caído ya, los ejércitos de Isengard podrían llegar en cualquier momento.

    Lyanna se dirigió directamente a la armería, donde estaba casi segura de que los encontraría. Pero solamente se topó con varios rostros aterrados de granjeros, herreros y niños siendo alistados para la guerra. Se dio media vuelta y corrió hasta los establos que estaban dentro del salón del rey. Esperaba encontrarse a Legolas ahí, acompañando a Arod, pero tampoco lo encontró. Se dirigió a la cocina esta vez, esperando que Gimli estuviera ahí, pero nuevamente encontró rostros desconocidos.

    Finalmente, cuando se acercó a las puertas del salón, reconoció la figura de Aragorn sentado en las gradas, a espaldas suyas, meditando a solas. Le sorprendió no ver a Legolas ni a Gimli cerca, y pudo sentir cierta tristeza en el corazón del montaraz.

    - Deberías estarte preparando, ¿no? – cuestionó Lyanna, atrayendo la atención de Aragorn. Ella le sonrió, pero Aragorn apenas hizo una mueca. Lyanna frunció el ceño - ¡Eh! ¿Todo bien? – preguntó Lyanna, sentándose a su lado y colocando una mano sobre su brazo, adoptando un tono suave. Aragorn suspiró, pues no sabía cómo comentarle lo que había pasado.

    - Discutí con Legolas – confesó, esperando haber escogido las palabras correctas. No habían peleado, a su parecer, por lo que “discusión” era lo más cercano a las palabras del elfo que a él no le habían gustado del todo. Lyanna enarcó una ceja, sorprendida – Casi ha abandonado la esperanza de esta noche – le dijo a Lyanna. Ella asintió, y miró hacia el frente, pero su rostro no parecía expresar emoción alguna.

    - ¿Puedes culparlo? – comentó riendo – No es fácil esperar un panorama alentador en nuestras circunstancias – ella se encogió de hombros – Aunque tienes razón – lo volteó a ver – no es momento de darse por vencidos – Aragorn la miró, mientras ella se ponía de pie – no antes de incluso empezar la batalla – Lyanna se sacudió las manos y se dio media vuelta – Lo superarán – dijo, refiriéndose a Aragorn y Legolas – Además – añadió, llamando la atención del hombre – no estamos solos – fue lo último que le dijo, antes de retirarse e ir en busca de su armadura.



    Capítulo Trece: Temor y Coraje

    Lyanna se ajustó sus brazales y se aseguró de que su cota de malla no dejara algún espacio al aire. Se puso sus hombreras y finalmente tomó sus dos dagas y espada. Ya se encontraba lista cuando alguien apareció en el umbral de su puerta. Lyanna no necesito voltearse para ver de quién se trataba. Involuntariamente, sonrió.

    - He estado buscándote – dijo ella, de espaldas a la puerta, mientras acomodaba su espada en su cinturón.

    - Estaba con Gimli – respondió Legolas, de brazos cruzados y recostado en el marco de la puerta – Tratando de relajarnos – Lyanna se dio por fin la vuelta y caminó hasta él. Legolas ya se encontraba listo también, con hombreras, brazales y una cota de malla bajo su atuendo de viajera. Lyanna no quitó su sonrisa.

    - Aragorn me contó lo que pasó – dijo ella, a lo que Legolas rodó sus ojos – Y creo que él tiene un punto.

    - Sé que lo tiene – confesó Legolas, asintiendo mientras clavaba su mirada en el suelo – Me dejé llevar por el terror que vi en los ojos de los hombres que han reclutado – le dijo – La derrota comienza cuando tu ejército no ve la muerte con desafío – Lyanna dejó de respirar – sino con miedo – y tragó saliva. Aquellas palabras se las había dicho ella, casi cuatrocientos años atrás – Cuando recordé eso, comprendí que había cometido un error – los ojos de Lyanna expresaron ternura, y llevó su mano al rostro de Legolas, quien levantó su mirada hasta la de ella.

    - Así como la paz requiere antes de una guerra, el coraje es resultado de un momento de temor – le aseguró la Vala. Legolas frunció su ceño.

    - ¿Y a qué le temes tú? – preguntó, pues Lyanna era alguien capaz de enfrentarse a lo que fuera que sucediera esa noche. Si ella consideraba necesario matar a los ciudadanos de Rohan para a su vez matar a los ejércitos de Isengard, ¿quién lo impediría? Nadie podía. Aquella noche era Lyanna la dueña de aquellas vidas. Entonces, ¿qué le daría a una Valië el coraje?

    - A perderte – contestó ella, en un hilo de voz que casi desaparece al final. Rápidas imágenes cruzaron la mente de Lyanna en aquel momento. Imágenes de una flecha enemigas atravesando el pecho de Legolas. Una espada calvándose en su abdomen. Incluso su propio poder destruyéndolo por completo, capaz de no dejar un solo rastro de él en el viento aparte de gritos fugaces antes de desvanecerse. Esas imágenes la aterraban en aquel momento – Un segundo… un segundo es lo que más me aterra en este mundo – confesó Lyanna, mirando a Legolas con ojos cristalinos – He perdido cientos de compañeros en cientos de enfrentamientos. Los he enterrado, llorado y recordado durante más de seis mil años, y sé que lo seguiré haciendo – los latidos de Lyanna comenzaron a acelerarse – Pero cargaré con las que sean mientras tú no seas uno de ellos – declaró, endureciendo su mirada, dejándole claro a Legolas que eso era algo que ella no estaba dispuesta a atravesar. Lyanna se refería a aquellas palabras tal y como las había dicho. Mientras Legolas no se convirtiera en un recuerdo, ella podría soportar la caída de quien fuera. Y aunque el elfo muriera por manos enemigas y su alma fuera transportada a Valinor, si quería verlo de nuevo tendría que derrotar a Sauron y al Anillo, porque de otro modo cargaría por siempre un poder con voluntad propia y estaría alejada del elfo por la eternidad.

    Legolas esbozó una sonrisa tranquilizadora, y tomó la mano de Lyanna para depositarle un beso en sus nudillos, que ninguna pieza de armadura cubría. No necesitó decirle nada más a la Vala para que ella entendiera lo que quería decirle: él no planeaba morir.

    Los hombres de Rohan comenzaban a posicionarse a lo largo de los muros, y las cuevas ya albergaban a todos los menores, mujeres y ancianos de Rohan. Lyanna aún podía sentir el miedo en los corazones de los hombres que sostenían por primera vez una espada. Le avisó a Legolas que iría con ellos para alejarles los temores de su mente y corazón, usando su poder. Legolas se dirigió hacia la armería, donde Aragorn se estaba preparando, para hacer las paces con el montaraz.

    Lyanna había logrado hacer crecer la chispa de esperanza que, por naturaleza humana, los hombres y niños tenían incluso en aquel momento. Aquel era uno de los poderes que Manwë, rey de los Valar, le había depositado a la Vala.

    Casi terminaba cuando un cuerno de guerra sonó a lo lejos. Aquello llamó la atención de todos los que estaban detrás de los muros, pero Lyanna no tardó en identificar de qué pueblo se trataba. Esbozando una amplia sonrisa, confirmó lo que había inferido de las palabras de Galadriel horas atrás.

    Théoden salió de sus aposentos y se dirigió hacia el jefe del ejército de elfos silvanos que entraban en aquel momento al Abismo de Helm. Podría estar equivocado, pero el tamaño de aquel ejército parecía ser de tres mil. Y el rey no podía creerse lo que estaba viendo, pues no habían mandado jinetes a por ayuda alguna.

    Cuando Théoden llegó al encuentro de Haldir, el capitán, Lyanna ya se encontraba ahí, apartándose del abrazo que le había dado al elfo silvano ni bien lo había visto llegar. Haldir, que vestía una fina armadura plateada, le hizo una reverencia a la Vala y al rey.

    - ¿Cómo es posible? – susurró Théoden, observando con asombro el ejército que había acudido en su ayuda.

    - Vengo en nombre de Elrond, de Rivendel – aquellas palabras sorprendieron a Lyanna, pues había pensado que había sido Galadriel quien había mandado a su ejército – Una vez existió una alianza entre elfos y hombres. Durante varios siglos hemos peleado y muerto juntos – Lyanna sonrió ante aquellas palabras. En ese momento aparecieron Aragorn, Legolas y Gimli. Los primeros dos alegrándose de ver a Haldir al final de las escaleras, vestido para la guerra – Hemos venido a honrar esa alianza.

    - Mae govannen, Haldir (Bienvenido) – dijo Aragorn, caminando hacia el elfo y envolviéndolo en un abrazo. Haldir se sorprendió ante eso, pero lo recibió con agrado. Aragorn no había podido evitar abrazarlo, pues la esperanza ahora, sin duda alguna, había regresado en los corazones de todos los hombres ahí – Son muy bienvenidos – le susurró.

    Aunque Haldir comandaba aquel ejército de elfos de Lothlórien, tenía órdenes de Galadriel de estar sujeto a las indicaciones de Aragorn, por lo que le comunicó a este que era el líder de los elfos. Aragorn les indicó las ubicaciones de cada cuerpo del ejército, consultando con el rey Théoden. Una base de arqueros se desplegó encima de los muros, mientras la otra parte se ubicó en la parte baja, atrás, escondidos. Los hombres de Rohan se encontraban en los muros más altos, cerca de salón principal, y otros encima de las puertas. Haldir atendía con precisión las órdenes de Aragorn, hasta que escuchó que Lyanna estaría en el frente, junto a los arqueros.

    - ¿Qué? – exclamó Haldir, casi sin pensar bien lo que había dicho. Lyanna frunció el ceño.

    - ¿Algún problema? – preguntó Aragorn, confundido por la reacción del elfo.

    - Elrond envió este ejército con el fin de que no necesitaran a Lyanna en esta guerra – explicó, lo que incomodó a la Vala – Ly, tú sabes que esta no es tu guerra – dijo, dirigiéndose a Lyanna. Legolas enarcó sus dos cejas.

    - ¿Ly? – repitió Legolas riendo, en voz baja, y confundido por aquel apodo.

    - No voy a huir de esta batalla, Haldir – dijo Lyanna, con voz tranquila – entiendo las intenciones de Elrond, pero ya estoy aquí. Vestida y dispuesta. Además – caminó hacia él, con sus manos en sus caderas – ¿quién va a sacarme de aquí? – en eso tenía razón, nadie querría forzar a Lyanna de moverse de su posición y salir de aquella batalla.

    - Bien – renegó Haldir. Gimli volteó a ver a Legolas, que seguía con el ceño fruncido.

    - ¿Ly? – volvió a cuestionar el elfo. Gimli rodó sus ojos y negó con la cabeza, apoyando sus manos sobre su hacha.

    - Bien. A sus lugares, caballeros… y mi lady – dijo Théoden, reverenciándose al mencionarla. Lyanna sonrió y comenzó a caminar en dirección a los muros, pero la figura de Legolas, quien no se había movido, la detuvo al estar por chocar con él. Legolas volteó a verla, de brazos cruzados, y sus ojos entrecerrados, como si no lograra enfocar bien algo a la distancia. Aunque definitivamente no se trataba de eso.

    - ¿Ly? – cuestionó frente a ella. Lyanna rodó sus ojos y lo tomó de su brazo, obligándolo a caminar junto a ella hasta el lugar donde habían sido asignados.

    - No tenemos tiempo para tus celos, meleth nîn – bromeó ella.



    Capítulo Catorce: La Batalla del Abismo de Helm

    - Pudiste haber escogido un mejor lugar – se quejó Gimli, cuya estatura le impedía ver lo que se encontraba más allá del muro, pues era más pequeño que este. Lyanna, que estaba al lado de Legolas, esbozó una sonrisa. Aragorn llegó hasta donde ellos, inspeccionando que todos se encontraran en posición. Podían verse antorchas a lo lejos que poco a poco se iban acercando – Ojalá que la suerte que te mantiene vivo dure hasta mañana – le dijo Gimli a Aragorn, refiriéndose a la caída de la que había sobrevivido durante el ataque de los huargos. Un relámpago resplandeció en el cielo, anunciando la llegada de una tormenta nocturna

    - Tus amigos están contigo Aragorn – le dijo Legolas, abrazando su arco mientras aguardaba la hora de usarlo. Gimli gruñó.

    - Esperemos que duren hasta mañana – respondió el enano, obteniendo una mirada pesimista de sus tres compañeros.

    Cuando Aragorn se retiró, la lluvia comenzó a caer sobre cada soldado que esperaba la hora de que la batalla comenzara. Los orcos comenzaron a ser más visibles a sus ojos, por fin quedando frente a los muros mientras rugían con ansias de derramar sangre.

    - ¿Qué está pasando ahí afuera? – preguntó Gimli, saltando e intentando ver algo.

    - ¿Te lo describo? – preguntó Legolas, lo suficientemente audible para el enano - ¿O quieres que te consiga un banco? – la mirada de pocos amigos de Gimli no tardó en convertirse en una risa. Lyanna le lanzó un codazo a Legolas, aunque también estaba riéndose.

    Lyanna distinguió orcos, Uruk, y varios hombres Dunlendinos dentro de las filas del ejército de Saruman. Comenzaron a agitarse y a sacudir sus lanzas, haciéndolas resonar contra el suelo y buscando intimidar a sus oponentes. Los hombres de Rohan tomaron posición de ataque, tensando sus flechas en los arcos y apuntando a los orcos.

    Una flecha salió disparada desde lo alto del Abismo de Helm, acertando en uno de los orcos que se encontraban al frente. El orco cayó al suelo, sin vida, y provocó la ira de sus demás compañeros. El líder del ejército de Isengard rugió e indicó a sus tropas atacar.

    Los orcos corrieron buscando escalar los muros, y los elfos, por orden de Aragorn, se prepararon para disparar. Legolas tensó una flecha, mientras Lyanna y Gimli esperaban a que cualquier enemigo.

    Aragorn ordenó disparar, y cientos de flechas volaron hasta acertar en cada cuerpo que intentaba llegar a los muros. El rey Théoden ordenó también disparar, y más flechas hicieron caer varios cuerpos enemigos.

    Sin embargo, la llegada de los arqueros de Isengard no tardó. Pero Lyanna se percató de ello y, cuando dispararon, usó su poder para destruir aquellas flechas. Rugidos de ira se escucharon, y pronto observó cómo todos los arqueros la apuntaban. Habían descifrado que era ella la responsable. Pero aunque dispararon, ninguna flecha llegó a alcanzar a la Vala, pues lograba destruirlas todas.

    Una fila de orcos se divisó entre los cuerpos que caían y avanzaban, cargando unas grandes escaleras que les ayudarían a entrar en el Abismo. Lyanna no podía encargarse de los arqueros y de los orcos que subirían al mismo tiempo.

    - Legolas, los arqueros – señaló Lyanna. Legolas cargó flecha tras flecha mientras acababa con cada orco que poseía una ballesta. Justo a tiempo para cuando los orcos que escalaban lograron llegar hasta su encuentro.

    Gimli preparó su hacha y Lyanna sus dagas. Se colocó al lado de Legolas, pues este aún estaba atacando con flechas a los orcos que aún no lograban subir las escaleras. Un orco alzó su espada y buscó arrebatarle, pero Lyanna se encargó de él y logró atravesarle sus dagas en el pecho.

    - Como en los viejos tiempos – exclamó Lyanna sobre la lluvia, haciendo que el elfo sonriera. Más orcos llegaron a su encuentro, del frente, por detrás y de ambos lados. Y de todos se encargaba Lyanna asegurándose que Legolas siguiera acabando con más enemigos a la distancia y empujaba las escaleras, haciéndolas caer.

    Sin embargo, con cada escalera que botaba, tres más eran ancladas. Legolas guardó su arco y sacó sus dagas, pues dos escaleras más se encontraban a cada uno de sus lados. Chocó su espalda con la de Lyanna, y ambos voltearon a verse. Como bien había dicho la Vala, justo como los viejos tiempos.

    Sin moverse de lugar, y espalda con espalda, ambos acabaron con cada orco que se les acercaba. Parecía que ningún rival podría herir a ninguno de los dos, mientras estuvieran juntos.

    Aunque no duró mucho tiempo, porque pronto más y más orcos los rodeaban tanto, que no podían quedarse en un solo lugar. Lyanna sabía que no tenía que usar su poder aún, tenía que guardar sus fuerzas. Y aunque poco a poco se fue alejando de Legolas, ambos aún podían con los orcos que les atacaban.

    Los arqueros del ejército de Lórien comenzaron a disparar hacia los orcos que se iban acercando a las puertas de la fortaleza, y Aragorn comenzó a notar que unos orcos buscaban penetrar en el Abismo por la alcantarilla, aunque sabía que no lograrían hacerlo. No con ninguna arma.

    No fue hasta que vio a un orco correr con una clase de antorcha que parecía chispear incesantemente que dudó de la estabilidad de aquella alcantarilla. No necesitó pensarlo mucho tiempo para adivinar que eso definitivamente iba a abrir un hueco.

    Aragorn gritó el nombre de Legolas, que se encontraba peleando con un grupo de orcos que le hacían imposible el paso. Cuando vio al orco al que Aragorn le gritaba que matara, guardó sus dagas y sacó su arco y una flecha. Corrió lejos de los Uruk con los que estaba peleando, y al mismo tiempo apuntaba al orco con la antorcha, al que disparó pero cuya flecha se clavó en su hombro.

    Los orcos lograron alcanzar a Legolas, y con la flecha que tenía en mano atravesó el cuello del que tenía en frente. Antes de que el otro lograra atravesarle, Legolas se apresuró a disparar al orco que estaba por llegar a la alcantarilla, pero el Uruk a sus espaldas llegó a su encuentro y logró herirle el brazo. Legolas igual disparó, y aunque acertó cerca del cuello del orco, este se lanzó hacia la alcantarilla, haciendo que el fuego de la antorcha, junto con la roca, explotaran y derribara no solo el hueco bajo el muro, sino toda la pared, lanzando por los aires a varios elfos, a Gimli y a Aragorn, que estaban en aquella parte del muro. Todos se quedaron aterrados al ver aquello.

    Legolas, molesto, golpeó al Uruk con su arco y sacó una de sus dagas, clavándola en el cuello de este. Observó cómo la sangre salía de su brazo, pero no podía hacer nada. Había un hueco enorme en el Abismo y los orcos no paraban de entrar por ahí. Con su mirada trató de buscar a Lyanna, pero entre tanto cuerpo en su camino no podía distinguirla en ningún lado.



    Capítulo Quince: Retirada

    En aquel momento, los orcos que se aproximaban a la puerta comenzaron a elevar un ariete, un tronco grande y pesado con puntas gruesas. El rey ordenó a sus hombres bajar y proteger la puerta, esperando que no se abrieran más huecos al Abismo.

    Lyanna había observado con horror la pared de piedra explotar, y ahora escuchaba cómo el rey pedía que se aseguraran las puertas. Los orcos eran demasiado, y aunque estaban logrando acabar con varios, mucho elfos también estaban perdiendo la vida. Lyanna acabó con el orco que tenía frente a ella y comenzó a caminar entre los cuerpos que se interponían en su camino, buscando a Legolas.

    Los orcos no dejaban de subir por las escaleras, y ahora comenzaban a entrar por el hueco en el muro. Por suerte, Aragorn había ubicado una parte del ejército élfico detrás del muro y ahora habían acudido a la carga para retenerlos. Lyanna podía escuchar cómo el sonido de las espadas chocando se escuchaba más fuerte.

    Un orco salió a su encuentro y buscó atravesarla, pero Lyanna se movió de lugar y logró esquivarlo. Sin embargo, uno de los Dunlendinos se abalanzó sobre el elfo que la Vala tenía a su lado, y logró empujarlos a los dos de la parte superior del muro.

    El elfo y Lyanna cayeron varios metros hasta que su espalda se estrelló contra el suelo. Lyanna gimió de dolor y sus manos soltaron sus dagas. Legolas observó aquella escena, y aunque pensó que Lyanna se pondría de pie para defenderse del orco que corría hacia ella para atravesarle su espada, ella permaneció en el suelo.

    Al ver que Lyanna no había notado a aquel orco, Legolas, buscó a su alrededor un escudo. Al encontrar uno, lo lanzó sobre las gradas que daban hacia la parte baja de los muros y se subió sobre este, deslizándose encima y disparando flechas a los orcos que estaban por atacar a Lyanna, que seguía sin levantarse.

    La espalda de la Vala dolía, y los ruidos a su alrededor parecían hacer eco en su mente. Se sentía confundida, pero sus sentidos le alertaron enseguida que estaba por ser atacada. Lyanna reaccionó de pronto y se dio la vuelta, viendo cómo un orco estaba por lanzarse sobre ella. Lyanna buscó sus dagas con rapidez, pero en eso un escudo pasó por encima de ella y se clavó en el pecho del orco. Cuando volteó a ver en la dirección que el escudo había aparecido, se encontró con Legolas atravesando sus dagas en el cuello de otro de los Uruk. Lyanna soltó un suspiro y se apresuró a tomar sus dagas y ponerse de pie, corriendo hacia Legolas. Ni bien llegó a su encuentro se percató de que su brazo sangraba, aunque parecía que al elfo eso no le molestaba.

    - ¿Qué harías sin mí? – se burló Legolas, haciendo reír a Lyanna mientras volvían a luchar juntos, uno al lado del otro.

    Pero los Uruk no dejaban de atravesar el hueco del muro y poco a poco los iban superando en número conforme más elfos caían. Cuando el rey observó cómo el ejército élfico estaba siendo derrotado, ordenó que se replegaran a la ciudadela.

    Lyanna y Legolas escucharon la orden de retroceder, voltearon a verse y asintieron al mismo tiempo. Se acercaron a Aragorn y lo ayudaron a deshacerse de los orcos que les interrumpían el paso. Y cuando estaban por retirarse, vieron que Gimli aún quería quedarse para hacerle frente al grupo de orcos que comenzaba a invadir el lugar. Legolas y Aragorn lo arrastraron fuera de ahí, pese a los forcejeos del enano.

    - Lyanna, ve por Haldir – le dijo Aragorn, a quien había visto en apuros al estar rodeados de tropas enemigas. Lyanna logró distinguir al elfo silvano aún en los muros laterales a la ciudadela. La Vala suspiró y corrió escaleras arriba, acabando con todo orco que se le lanzaba. Pero cuando estaba a mitad de camino observó cómo un orco atravesaba a Haldir por su espalda y hacía que este cayera sobre sus rodillas. Lyanna retiró sus dagas del cuello del Dunlendino que acababa de matar y lanzó una de ellas al orco que recién había atacado a Haldir.

    Lyanna corrió hasta él, pero para cuando lo alcanzó este ya había muerto. La Vala trató de contener su furia, pero no pudo. Se levantó y caminó de regreso a la ciudadela, pero ahora había guardado sus dagas y tomaba a Rigil con firmeza.

    La larga espada era capaz de atravesar hasta tres cuerpos, y con la furia con la que Lyanna la empeñaba ningún orco parecía quererla enfrentar. Lyanna corrió hasta los muros que estaban encima de la puerta, donde Legolas seguía disparando flechas desde lo alto hacia los orcos que entraban por el hueco. Lyanna observó que ni Aragorn ni Gimli estaban con él, pero que la puerta del Abismo estaba siendo derribada.

    - ¿Dónde está Haldir? – preguntó Legolas al verla llegar a su lado. Lyanna atravesó a uno de los orcos que comenzaban a llegar a la ciudadela, y con una mirada triste le dijo a Legolas todo lo que tenía que saber.

    Cuando Legolas volteó su vista al frente, se dio cuenta que los orcos comenzaban a anclar más escaleras, pero esta vez más altas, pues alcanzaban los muros de la ciudadela.

    - Cúbreme – le dijo a Lyanna, pues sabía que necesitaba un poco más de tiempo para acertar a las sogas y evitar que las escaleras se anclaran. Lyanna se aseguró de que ningún orco lo alcanzara, y Legolas logró derribar una de las tres escaleras que comenzaban a ascender, al mismo tiempo que se daba cuenta de que Aragorn y Gimli estaban luchando frente a las puertas, ellos dos nada más. Cuando vio que la puerta había sido asegurada de nuevo, buscó una de las sogas que sostenían la escalera que recién había derribado y, con Lyanna aun cubriéndole la espalda, lanzó la cuerda hacia Aragorn y Gimli.

    Lyanna se percató de lo que estaba haciendo y, aunque quería ayudarlo, sabía que tenía que quedarse defendiéndolo. Rigil era una espada increíble, para alguien a quien el combate con espada no se le daba tan bien como el de las dagas. Pero por alguna razón parecía como si hubiese sido hecha para ella. Aunque para Lyanna así era, pues era la única espada que podría derrotar a Sauron, y ella la única capaz de hacerlo.

    Legolas logró subir a Aragorn y a Gimli justo en el momento en que Théoden anunció la retirada de sus hombres. Lyanna volteó a ver a su alrededor: los orcos invadían la parte baja del Abismo, y más de ellos comenzaban a superar en número a los que se encontraban en la ciudadela. Todos los elfos enviados de Lórien habían muerto ya, y aunque el ejército de Isengard había perdido más de cinco mil hombres, aún superaban en gran manera a los menos de trescientos ciudadanos de Rohan que seguían en pie.

    Lyanna pensó que aquello no podía ponerse peor, cuando el sonido de las puertas abriéndose llegó a sus oídos. Era todo, el Abismo de Helm había sido invadido por los enemigos y ahora todos corrían al salón principal. Muchos no lograron llegar, y los pocos que lo hicieron aseguraron las puertas de forma que pudieran contener a los orcos por más tiempo. Pero tanto el rey como Lyanna sabían que en cualquier momento las puertas caerían.



    Capítulo Dieciséis: Gi Melin

    En aquel momento de la madrugada, Théoden comenzó a darse por vencido. No lograba idear plan alguno para hacerle frente a los tres mil orcos que aún quedaban.

    - La fortaleza ha sido tomada – dijo, con aire pesimista. Lyanna estaba en la mesa cubriendo la herida de Legolas con un pedazo de tela. Ambos voltearon a ver al rey, y Aragorn se acercó a este – Esto se acabó.

    - Usted dijo que esta fortaleza no caería si sus hombres la defendían – respondió Aragorn. Legolas se cubrió la herida y corrió a ayudar al resto de sobrevivientes a asegurar la puerta. Lyanna comenzó a dudar sobre si su plan debía ser ejecutado en aquel momento – La siguen defendiendo, ¡han muerto defendiéndola! – Théoden bajó su mirada, era lógico que había perdido toda esperanza. Lyanna, que había estado callada, volteó a ver los hombres que estaban ahí.

    - Váyanse – dijo. Las palabras llamaron la atención de todos, pues no comprendían a lo que se refería – Éowyn mencionó que las cuevas llevan a las montañas – Gamling asintió ante eso – Bien, váyanse todos ustedes.

    - ¿Hablas enserio? – cuestionó Aragorn – enfrentarte tú sola ante tres mil orcos… te dejaría sin fuerza alguna.

    - Pero le daría a Rohan la victoria – respondió Lyanna, con una mirada firme – Si se quedan aquí no solo morirá cada hombre, mujer y niño… moriré yo también al no poder usar mi poder por tenerlos a ellos cerca, expuestos a ser destruidos por mí misma – Aragorn intentó pensar en algo más, pero no se le ocurrió nada. Sabía que Lyanna tenía razón – Si se alejan lo suficiente, podré encargarme de ellos sin herirlos a ustedes – Legolas, que acababa de escuchar lo que Lyanna recién había dicho, comenzó a preocuparse por la Vala. Sabía que, de entre todos, era la única capaz de darle una oportunidad a Rohan de sobrevivir. Pero al mismo tiempo sabía que, si lo hacía, ella se debilitaría tanto y caería en un sueño tan profundo en el que nadie podría despertarla, ni sabría cuándo lo haría.

    Lyanna se dio media vuelta y se encontró con los ojos llenos de angustia de Legolas. Se acercó hasta él y le depositó un beso en los labios.

    - Tengo que hacer esto – le susurró, y Legolas asintió.

    Théoden ordenó a sus hombres retirarse por las cuevas. Estos dejaron de asegurar las puertas y corrieron hasta el rey. Legolas aún sostenía la mano de Lyanna, y cuando supo que era hora de soltarla, se volteó hacia ella y tomó su rostro en sus manos.

    - Gi melin (Te amo) – dijo él. Lyanna dejó de respirar al escuchar aquellas palabras. Una lágrima quiso escaparse del ojo de la Vala y estuvo a punto de responderle con un beso.

    Pero sus sentidos se alertaron ante la presencia de un ser que ella conocía muy bien. Y a juzgar por la mirada de Legolas, él también lo había sentido.

    Ambos voltearon a ver a la puerta, así como lo hicieron todos los sobrevivientes de aquella batalla al escuchar los gritos de guerra que no tardaron en reconocer. Los Rohirrim de Éomer. Gandalf había logrado encontrarlos.

    - ¡Mi señor! ¡Son los Rohirrim! – Théoden dejó escapar una sonrisa al saber que se trataba de su sobrino. Aragorn también pareció relajar sus hombros al saber que la esperanza había vuelto.

    - Hay que salir – le dijo el montaraz al rey. Théoden asintió.

    - Por la muerte y la gloria – susurró este.

    - Por Rohan. Por su pueblo – agregó Aragorn.

    Lyanna y Legolas voltearon a verse y no pudieron evitar sonreírle al otro. Lyanna ya no necesitaba hacerle frente al ejército por su cuenta. Pero cuando Théoden anunció a los soldados restantes que cabalgarían junto a los Rohirrim, descubrieron que tendrían que separarse.

    - Una vez esas puertas se abran, muchos orcos lograrán atravesarlas y entrar a las cuevas – le indicó Aragorn a Lyanna. Ella asintió, pues ya lo había considerado – necesito que te quedes y los protejas. El rey necesita a todos sus hombres allá afuera, y Éowyn no se va a poder encargar sola de los que los alcancen.

    - Lo sé – habló ella. Aragorn se retiró y dejó solos a Legolas y a la Vala. Ella le sonrió – Yo también te amo – le dijo, tomando con una mano la de él con fuerza, y con la otra sosteniendo a Náriël – Aunque esté lejos, me vas a sentir cerca – le aseguró, hablando del poder que la estrella poseía. Legolas tomó su rostro y depositó un tierno beso en su frente.

    - Nos veremos luego – le aseguró el elfo. Aragorn llamó a Legolas mientras tomaba a Hasufel y Arod de los establos, que estaban dentro del salón principal. Legolas se dio vuelta y comenzó a alejarse, pero la voz de Lyanna lo hizo detenerse. Ella corrió hasta él con Rigil en mano.

    - Ten – dijo ella, entregándole la espada. Legolas la tomó, y antes de que pudiera decir algo, Lyanna se alejó hacia las cuevas. El elfo sujetó la espada con firmeza y prosiguió a montarse en Arod. Gimli, al igual que Lyanna, se quedaría a defender las cuevas.

    Lyanna corrió hasta la entrada de las cavernas, donde Éowyn se encontraba en posición y con espada en mano. Al ver a Lyanna, se alegró de no tener que enfrentarse sola a los orcos que seguro entrarían.

    - ¿Cómo es posible que hayan sobrevivido la noche? – preguntó Éowyn, sin entender cómo habían logrado contener a diez mil orcos.

    - Los elfos enviaron a su ejército a nuestro auxilio – le dijo Lyanna, posicionándose a su lado. Gimli llegó a su encuentro y se ubicó al otro lado de Éowyn. Detrás de ellos, Lyanna pudo observar cómo las mujeres, niños y ancianos comenzaban a caminar por los pasillos que dirigían a las montañas, alejándose del peligro.

    - ¿Cuántos orcos creen que nos alcancen? – preguntó la mujer, sosteniendo con firmeza su espada. Lyanna sacó sus dagas.

    - Los suficientes – susurró la Vala. Ni bien terminó de decir eso, un gran grupo de Uruk llegó hasta ellos y comenzó a atacarlos. No podían darle paso a ninguno para que alcanzara a los más indefensos. Pero poco a poco más orcos lograban atravesar las puertas del salón y llegar hasta las cuevas.

    Lyanna no podía usar su poder para derribar las rocas y aplastar a sus enemigos, pues eso bloquearía la entrada y los dejaría encerrados a todos. Por otro lado, tampoco quería usar su poder para destruir al pequeño grupo del que sí podía encargarse sin dañar a sus aliados, pues aún así la debilitaría y sería menos eficiente al retomar el combate.

    Estaba esperando que la cantidad de orcos se redujera. Gimli y Éowyn podían con dos orcos a la vez y no tardaban en hacerlos caer. Lyanna tampoco se demoraba mucho en clavar sus dagas en los cuellos de los enemigos, y cuando comenzó a notar que la cantidad de orcos bajaba poco a poco, les ordenó a Éowyn y a Gimli alejarse lo suficiente.

    Ambos obedecieron y retrocedieron, dándole suficiente espacio a Lyanna de usar su poder. La Vala esperó a que todos los orcos restantes se acercaran y, alzando sus dos brazos, desató su poder y los destruyó a todos.

    Lyanna cayó de rodillas, pero no se desmayó. Gimli corrió hasta su encuentro y la ayudó a ponerse de pie.

    - Alcanzamos la victoria – le dijo este a las dos. Ambas sonrieron y se envolvieron los tres en un abrazo. Escucharon entonces varios gritos y alaridos de victoria desde el exterior, sabiendo que se trataba de los Rohirrim y los demás sobrevivientes.

    Los tres corrieron hasta las puertas, para encontrarse con los hombres de Rohan celebrando encima de los cadáveres del ejército de Isengard mientras veían al resto huir hacia los bosques. Lyanna soltó un par de lágrimas de emoción al ver que todo había salido mejor de lo que había planeado.

    Con aquella victoria sobre Saruman, el único que quedaba era Sauron.



    Capítulo Diecisiete: El Plan de Saruman

    Lyanna caminaba entre los cuerpos de los orcos, en busca de Legolas, cuando vio a Éomer y a Éowyn reunirse. Ella corrió con una enorme sonrisa dibujada en su rostro hasta los brazos de su hermano. Éomer la sostuvo en estos por largo rato, mientras depositaba besos en su frente. Théoden no paraba de agradecerle a Gandalf por el rescate que habían tenido. Muy pocos Rohirrim habían muerto en el último enfrentamiento, donde habían aniquilado al ejército de Isengard. Y, por lo que Gandalf había dicho, los Huorns, árboles vivos, se habían encargado de los que habían huido hacia los bosques.

    Legolas acababa de descubrir que había perdido el juego de guerra de los enanos contra Gimli por un orco de diferencia, cuando Lyanna lo vio y comenzó a caminar hacia él. Legolas sintió la presencia de la Vala y dibujó una sonrisa al ver que se encontraba bien. Este también comenzó a caminar hacia Lyanna y, una vez reunidos, se envolvieron en un fuerte abrazo con el que le decían al otro lo mal que la pasaban cuando tenían que separarse.

    - Para esta hora, ya habría caído en un sueño profundo – le susurró Lyanna a Legolas. Él besó su frente.

    - Me alegra que eso no haya pasado – dijo el elfo.

    El resto del día apenas pudieron celebrar la victoria. Los cuerpos que yacían muertos en el suelo eran incontables. Unos encima de otros formando montañas de cadáveres de elfos, hombres y orcos.

    Lyanna usó su poder para reconocer los cuerpos de los elfos y hombres que habían caído, pues eran más fácil de ubicar al ser mucho menos que los orcos. Cada aliado que iban encontrando, era puesto en carretillas y ubicado uno al lado del otro, pues serían enterrados ahí en el Abismo, donde habían caído.

    Aragorn encontró el cuerpo de Haldir y recitó una oración en Sindarin que Lyanna escuchó en sus pensamientos. Aragorn había clamado a los Valar, y ella, al ser uno, lo había escuchado. Aunque realmente no podía hacer nada porque estaba en la Tierra Media, pero sus padres, que estaban en Valinor, sí actuarían por todos los elfos que habían caído aquella noche.

    Tardaron casi todo el día en recuperar sus cuerpos, mientras a los orcos los dejaban ahí. Lyanna, que había usado su poder durante todas aquellas horas para mover montañas de cuerpos y encontrar los de los elfos y hombres, y ahora tenía que usarlo para incendiar casi diez mil cadáveres, se detuvo a recuperar el aliento al sentir que le faltaban las fuerzas. Legolas había estado a su lado en todo momento, siendo él quien arrastraba los cuerpos y los colocaba en las carretas.

    - ¿Estás bien? – le preguntó a Lyanna al verla tomar asiento sobre una pila de cuerpos. Ella asintió.

    - Un poco cansada – confesó ella, esbozando una sonrisa, aunque en su rostro podía verse que, efectivamente, estaba agotándose. Legolas caminó hasta ella y se sentó a su lado.

    - ¿Sabes qué sigue ahora? – le preguntó el elfo, mientras la miraba. Ella tenía su vista fija en el suelo.

    - Sauron – reconoció ella – Aunque seguro que Gandalf querrá ir a Isengard y asegurarse de que Saruman no tenga listas otras diez mil tropas – comentó. Legolas frunció el ceño.

    - ¿Crees que lo sentencie a morir? – preguntó. Lyanna resopló.

    - No lo sé. Pero Saruman es demasiado inteligente, no creo que no tenga un plan de contingencia por si su ejército era derrotado – meditó Lyanna, más para ella misma.

    - ¿Qué quieres decir? – preguntó Legolas.

    - ¿Recuerdas la flecha que encontramos en Amon Hen? ¿La que tenía veneno de Ungoliant? – preguntó ella, y el elfo asintió - ¿Y recuerdas que los orcos que tenían a Merry y a Pippin no los estaban llevando a Mordor, sino a Isengard? – Legolas volvió a asentir – Bueno, Saruman sabe que no puede extraer mi poder. Entonces, ¿por qué me querría como prisionera? – él lo meditó un momento.

    - Tal vez para mantenerte fuera de combate y que no significaras una amenaza para él – pero otra idea pasó por la mente de Legolas – O… - Lyanna volteó a verlo – Usarte para manipular a Sauron – ella frunció el ceño.

    - Tendría sentido al unir lo del Anillo. Saruman sabe, también, que no lo puede usar. Que solo responde a Sauron.

    - Pero si te hubiera capturado, habría podido negociar. Piénsalo, Sauron eventualmente se iba a dar cuenta de a traición de Saruman, y él lo sabía. Pienso que capturarte a ti sería su plan de defensa. O le entrega el poder del Anillo, o te mata – Lyanna rio.

    - No creo que Sauron me aprecie por encima del poder total sobre la Tierra Medía – le dijo Lyanna.

    - La cosa es que tú puedes darle un poder mayor que el del Anillo, si vuelve a capturarte. Y si recupera su forma física solo sería cuestión de tiempo para que forje otro Anillo y te obligue a usarlo – ante aquellas palabras, Lyanna frunció el ceño.

    - Espera – le dijo a Legolas, mientras meditaba un poco más lo que le había llamado la atención – La única razón por la que Sauron no me mata es porque me ama y espera que, al ponerme el Anillo, regrese con él – Legolas no dijo nada, se limitó a asentir – Pero Saruman no tendría ningún problema con matarme. De hecho, Sauron sería mi única esperanza si Saruman me capturara.

    - Pero tú no puedes morir – dijo Legolas, aunque un poco dubitativo. Lyanna lo miró con tristeza – Lyanna, si mueres en la Tierra Media, tu alma regresa a Valinor… es lo que le pasa a todo inmortal… - Lyanna lo cortó.

    - Pero mi poder seguiría atado a la maldad que Sauron ha mantenido. Lo que significaría que no podría ser liberada de las estancias de Mandos… y tampoco tendría permiso de regresar a la Tierra Media. Estaría para siempre en los Salones de la Muerte – ella dejó de hablar al imaginarlo, y Legolas no quería ni pensar en eso.

    - Bueno, pero Saruman fue derrotado – dijo el elfo, alejando de su mente aquellos pensamientos.

    - Por el momento – le recordó la Vala – No sabemos si aún le quedan refuerzos. O si está planeado algo más. Gandalf igual querrá hablar con Saruman.

    - ¿Sobre qué? – preguntó Legolas. Lyanna alzó sus hombros, indicando no saberlo.

    - Tal vez para saber qué planes tenía si ganaba, o qué planeaba hacer con el Anillo. Lo más probable es que lo encierre en Orthanc, o lo mande como prisionero a Lothlórien y que sea juzgado por Galadriel. No lo sé, lo averiguaremos cuando lleguemos – Lyanna parecía estar aún cansada, pero más que todo preocupada.

    - Hey – dijo Legolas, pasando su mano por el rostro de Lyanna, colocando un mechón detrás de su oreja y acariciando la parte trasera de su cuello. Ella volteó a verlo – Él no va a hacerte daño – le aseguró, lo que la hizo sonreír.

    Lyanna se acercó a Legolas y lo besó, sintiéndose reconfortada al saber que habían sobrevivido la noche. Eran muchos los pensamientos que lograban perturbar a la Vala, pero Legolas sabía cómo calmarla. Siempre lo había hecho.

    Y se aseguraría de que nunca dejara de hacerlo.



    Capítulo Dieciocho: La Luz de Náriël

    - Guren níniatha n’i lû n’i a-govenitham (Mi corazón llorará hasta que nos veamos de nuevo) – susurró Lyanna, de pie frente a miles de tumbas donde descansarían los caídos de aquella noche. Llamas incesantes ardían también fuera del Abismo, donde ella había quemado los cadáveres de los orcos que estaban ahí. Fuego que no se apagaría hasta que ella lo ordenara, o la lluvia lo matara.

    Se escuchaban sollozos por parte de madres, hijos, y esposas a la hora de sellar aquellos agujeros. Lyanna intentó abrazar de paz el corazón de los sobrevivientes con su poder, pero sabía que no tenía derecho de quitarles el momento de pena por el que tenían que pasar. Una lección que Gandalf le había dado muchos años atrás.

    Théoden ordenó un minuto de silencio para todos los caídos, y Lyanna comenzó a escuchar los lamentos de todos los presentes en su corazón. Aquello era algo que había comenzado a sentir apenas ese día, y durante el pasar de las horas se había intensificado.

    Ella no podía clamarle a nadie más que a Ilúvatar para que guiara sus pasos y le permitiera a aquellas almas regresar a casa, para descansar por la eternidad. Aunque sabía que él le había dado los poderes suficientes para salvarse a ella misma, o salvar a la Tierra Media.

    Cuando la ceremonia terminó, Lyanna quiso permanecer un poco más de tiempo en aquel lugar. Legolas había sido llamado por el rey, junto a Aragorn y Gimli y la Guardia Real. Ninguno sabía lo que querría decirles. Gandalf se percató de que Lyanna no se había movido de lugar y caminó hasta ella.

    - Van a estar bien – le aseguró el mago a la Vala. Ella no se inmutó – Morir no es nada más que un boleto de regreso a casa. El dolor no es para ellos, sino para los que aún tenemos un rol que cumplir aquí – ella sonrió ante las palabras de Gandalf.

    - Murieron para que sus seres queridos no fueran esclavizados por Saruman – meditó ella – Sé lo que es ser torturada cada minuto del día y moriría para que ninguno de mis seres queridos pasara por eso – comentó, obteniendo una mirada de ternura de Gandalf.

    - No lo dudo, Lyanna, no lo dudo – dijo él, caminando a su lado.

    - ¿Qué vas a hacer con Saruman? – preguntó Lyanna, volteando a verlo. Gandalf frunció el ceño.

    - Cuando nos vea llegar, sabrá que su ejército ha sido derrotado y tendrá que rendirse. Al traicionar a Sauron, no puede acudir a él para que lo ayude. Está en desventaja, tendrá que hablar. Théoden está hablando de eso con los demás, solo iremos un pequeño grupo, mientras los demás regresan a Edoras.

    - ¿No deberíamos llevar al ejército? – preguntó ella.

    - No, mejor que protejan al resto. Por eso Théoden requiere de los mejores guerreros para ir a Isengard. Además, voy a necesitar que entres conmigo a Orthanc – a Lyanna le sorprendió eso.

    - ¿Por qué? – Gandalf bajó su mirada.

    - Porque Saruman tiene una de las Palantír – el rostro de Lyanna se volvió de sorpresa – y eres la única capaz de controlarlas.

    - ¿Por qué quieres que la use? – preguntó ella, perpleja.

    - Para saber donde están las otras que aún no han sido destruidas, y para saber qué mas se mueve alrededor de la Tierra Media que no estamos viendo – dijo el mago. Lyanna entonces recordó lo que quería decirle.

    - Gandalf, Saruman guarda veneno de Ungoliant – eso llamó la atención del mago – Encontré una flecha encantada en Amon Hen. Pude destruirla pero estaba demasiado cerca que la punta logró clavarse en mi mano – Lyanna extendió su mano y Gandalf pudo ver la cicatriz en el centro de su palma – A los pocos segundos me sentía tan débil como si hubiera usado mi poder para destruir una montaña – le explicó ella. Gandalf frunció el ceño.

    - Lo que tenga, debe de ser muy poco. Ungoliant murió hace ya miles de años, muchísimos antes de que nosotros, los Ístari, viniéramos a la Tierra Media. No sé de dónde pudo haberlo obtenido.

    - Tenemos que quitárselo – dijo Lyanna – es capaz de debilitarme lo suficiente, Gandalf – él asintió.

    - Lo sé, lo sé – dijo – Se lo quitaremos, no nos viene bien en manos enemigas – Lyanna pareció relajar sus hombros al escucharlo decir eso, sintiéndose más segura sabiendo que aquel veneno, pronto, ya no sería una amenaza para ella.

    Lyanna y Gandalf escucharon pasos acercarse, y ambos se dieron la vuelta para encontrarse con uno de los soldados del rey. Este les hizo una reverencia antes de hablar.

    - El rey Théoden requiere su presencia en el salón principal – habló. Ambos asintieron y comenzaron a caminar hacia el interior de la fortaleza.

    Cuando llegaron al salón principal, se encontraron con el grupo al que Théoden había considerado para el viaje a Isengard. Eran pocos: Aragorn, Legolas, Gimli, Éomer y Gamling. Los demás Rohirrim protegerían al pueblo de Edoras en su camino de regreso a la ciudad.

    - Bien, estamos completos – dijo Théoden – Saruman pagará por las vidas que se perdieron anoche – Lyanna cruzó el salón hasta llegar al lado de Legolas.

    - ¿Qué hay de Grima? – preguntó Gamling, recordando que él le había dicho a Saruman que se irían al Abismo de Helm. Théoden resopló.

    - Será juzgado por su traición también – dijo el rey – Partiremos al amanecer. Descansen bien – y se retiró a sus aposentos. Gamling se retiró tras el rey y Éomer se quedó con los demás.

    - Me temo que aquí no hay tantas habitaciones como en Edoras, tendrán que descansar con el resto de los soldados en las tiendas – les dijo a ellos, aunque aquella información solo había sido tomada en cuenta por Aragorn y Gimli, quienes necesitaban descansar.

    Ambos se retiraron y fueron a las tiendas, dejando a Gandalf, Legolas y a Lyanna en el salón. El mago les pidió a ambos hacer la guardia de aquella noche y que todo soldado, entonces, descansara. Ellos aceptaron y salieron hasta los muros de las puertas. El gran hueco que se había hecho en los muros laterales de la entrada aún era bastante notorio, pero, al haber pasado ya la amenaza, Théoden consideró que no era momento de explotar más a los ciudadanos en aquel lugar.

    Aquella noche, no había nadie más en los muros vigilando más que Legolas y Lyanna. Todos descansaban, pues el día siguiente a todos los esperaba un largo viaje.

    - Quisiera ver el rostro de mi padre cuando le diga que tú y yo estamos juntos – dijo Legolas, recostando sus brazos sobre el muro y sin despegar la vista del frente. Lyanna rio y lo imitó, quedando a su lado.

    - Todos sus deseos se habrán vuelto realidad – dijo ella – Él supo ver más allá que nosotros, supongo – Legolas volteó a verla – vio en cada uno eso que tanto quisimos esconder – Lyanna bajó su mirada, recordando todos sus años en el Bosque Negro bajo el tutelado de Thranduil – Aún me cuesta creer que siempre me viste como alguien superior – dijo Lyanna.

    - Aún pienso que no te merezco – confesó Legolas, alargando su brazo y tomando la mano de Lyanna – si Sauron supiera que lo has cambiado por alguien como yo… podría hasta sentirse insultado – comentó riendo, con la mirada baja. Lyanna frunció el ceño.

    - No me importa lo que él sienta – dijo ella, acercándose más a él – No hay nadie en este mundo con quien yo me sienta tan bien como cuando estoy contigo. Dijiste que la única razón por la que me tratabas como alguien común era porque te daba esperanzas de que, al hacerlo, te sintieras a mi altura y pudieras considerarte digno de mí. Pero desde que estamos juntos no me has dejado de tratarme como siempre lo has hecho – indicó Lyanna, haciendo que Legolas volteara a verla – Y no lo has hecho porque tu corazón jamás ha querido verme como alguien más grande. Recuerdo todas mis relaciones, Legolas, y puedo decirte que la gente cambia cuando la amistad queda en el pasado. Siempre que comenzaba una nueva relación pasaba lo mismo… la formalidad de las palabras, la constante búsqueda de impresionarme… todo se sentía tan forzado… como si la única razón por la que hicieran las cosas fuera para agradarme o no ganarse mi ira. Pero una vez terminadas… todo volvía a la normalidad. Con un formalismo menor y mayor confianza – Legolas esbozó una pequeña sonrisa – Hay una diferencia entre adorar y amar. Ambas están bien, pero tienden a ser confundidas. Muchos piensan que lo que hacen es amarme, cuando en realidad solamente me adoran. O muchos piensan que su amor por mí es uno de enamoramiento, pero en realidad es plenamente amistoso. Con el tiempo he sabido identificarlos – Legolas entrecerró sus ojos.

    - ¿Y qué tipo de amor siento yo por ti? – la cuestionó el elfo, probando aquella capacidad de la Vala. Lyanna le sonrió de vuelta y colocó una mano sobre el relicario de Náriël.

    - Lo más cercano que conocí al amor verdadero fue la historia de Arien y Tilion – le dijo ella, mirando a la estrella que colgaba del pecho del elfo - ¿Te imaginas? Dos amantes que solo pueden verse una vez al año y aún así no dejan de amarse el uno al otro – Lyanna se pensó dos veces lo que estaba por decir, pero tomando aire logró no perder la postura – Legolas, esta estrella no brilla a menos que la cargue alguien a quien mi corazón ha decidido corresponder, y que al mismo tiempo me ame realmente – confesó ella. Legolas borró su sonrisa escuchando las palabras de Lyanna – Cuando le puse mi Llama… eso fue lo que hice. Si mi corazón o el tuyo dejaran de latir… mi Llama y Náriël se apagarían – explicó – es la única forma de apagarlas – apenas había terminado de decir eso cuando Legolas tomó en sus manos el rostro de ella y juntaba sus labios de forma desesperada. Poco a poco el beso escaló hasta dejarlos sin aliento, pero eso ni eso logró separarlos.

    Legolas no podía entender cómo había pasado cientos de años a su lado y simplemente ignorar lo que Lyanna causaba en él. No quería volver a vivir de aquel modo, con ella lejos de él. La quería para siempre. Y Lyanna lo único que quería era terminar aquella guerra para poder vivir en paz con él, sin que nada les preocupara. Sin que su destino fuese una incógnita.

    Y ninguno planeaba apagar la luz de Náriël.



    Capítulo Diecinueve: El Recuerdo Más Oscuro

    Lyanna montó en Roheryn y comenzó a seguir a los demás que partían hacia Isengard. Era un viaje de dos días hasta la torre de Orthanc, donde Gandalf hablaría con Saruman y la Vala usaría la Palantír para ver qué otros males, de los que no se habían percatado, se movían por la Tierra Media.

    Al frente iban Legolas y Gimli, pues la vista del elfo venía bien para alertar sobre posibles amenazas, aunque Gandalf no creía que fueran a tener ninguna. Los seguían el rey Théoden y el mago, que a su vez eran seguidos por Gamling y Aragorn. Éomer había decidido viajar de último, aunque Lyanna también lo había querido hacer.

    - Sé quién eres – dijo Éomer, llamando la atención de Lyanna y volteándola a ver. Ella enarcó sus cejas – Eres la Valië que Morgoth secuestró de Valinor – Lyanna sonrió.

    - Lo recordaste – dijo ella, pues era algo que le había incitado a hacer a Éomer la vez que se conocieron – Sé que a lo mejor no era la imagen de un Vala que esperabas – Éomer frunció el ceño.

    - ¿Qué quieres decir? – preguntó. Lyanna se encogió de hombros.

    - Me confundiste con una mujer – le recordó ella. Éomer rio.

    - Bueno, no creo que quieras andar con una forma angelical en un mundo donde no hay más como tú – dedujo él, haciéndola reír – Los magos son Maiar y parecen hombres que apenas pueden mantenerse de pie por su vejez – eso la hizo reír más, haciendo que sus carcajadas las escucharan los demás – He aprendido a no juzgar a los demás por cómo se ven.

    - Una actitud muy sabia – aplaudió ella – Aunque no debe sorprenderme viniendo de un caballero de Rohan – elogió la Vala, haciendo sonreír a Éomer.

    El día transcurrió bastante lento, pues el paso con el que viajaban no era especialmente veloz. Al mediodía se detuvieron a tomar el almuerzo y prosiguieron por más horas. Gandalf y Théoden hablaban sobre Rohan y viejas historias de Rohan. Éomer y Gamling discutían sobre recuerdos de pequeños, estando en los entrenamientos para soldados y profesores que tuvieron ambos. Los cuatro cazadores iban ahora de último, jugando por petición de Gimli a adivinar el arma de guerra. Gimli iba ganando.

    - Es tu turno, Lyanna – dijo el enano, riendo al haber acumulado otro punto. Aragorn, Legolas y Lyanna llevaban los tres apenas cuatro puntos.

    - Primera Edad – sonrió divertida, obteniendo miradas reprobatorias de todos.

    - ¿Bromeas? Eres la única que estaba viva en ese entonces – dijo Legolas, haciendo reír a la Vala.

    - Gimli no había nacido en la Segunda Edad y adivinó más armas de ese tiempo que tú, quien sí nació en ese entonces – le recordó Lyanna. Gimli se echó a reír ante aquel comentario y Legolas no tuvo argumento para discutirle, por lo que se limitó a reír también.

    - Forjada con los restos de un invasor – todos fruncieron el ceño, pensando sobre algún personaje en la historia que hubiese invadido alguna ciudad y sus restos hubiesen sido material para una espada. Pero no comprendían cómo podría forjarse un arma a partir de huesos y carne.

    - ¿Era un orco? – preguntó Gimli. Lyanna negó.

    - ¿Restos de Ungoliant? ¿Como el veneno? – preguntó Legolas, y Lyanna volvió a negar.

    - ¿Podría ser la envestidura? ¿Con pelaje de algún animal? – preguntó Aragorn. Lyanna rio y, por tercera vez, negó.

    - Anguirel – dijo ella por fin – Fue forjada con los restos de una piedra que cayó del cielo. Invadió Arda desde Eä – explicó. Los tres la miraron con un rostro de pocos amigos, lo que le provocó una risa a la Vala.

    El transcurso de la tarde siguió hasta el caer de la noche. Théoden no quería parar hasta encontrar un lugar donde pudieran atar a los caballos para que no escaparan, pero Lyanna le aseguró que eso no sería necesario, pues ella podía darles la orden de no hacerlo al ser hija de su creadora.

    Los cuatro hombres y Gimli no tardaron en acabar su cena y proceder a descansar. Gandalf les había dicho a Legolas y a Lyanna que descansaran esa noche, pues ahora le tocaba a él hacer la guardia. Ni el elfo ni la Vala se opusieron a su consejo y ambos se recostaron en el suelo, mirando el cielo y el millón de estrellas que se cernían sobre ellos.

    - ¿A dónde crees que nos lleven esta vez? – preguntó Legolas al saber que los sueños de Lyanna eran recuerdos de las estrellas. Ella entrecerró sus ojos.

    - Espero que al momento en que nos conocimos – dijo ella – Quisiera revivir ese día – Legolas sonrió al escuchar eso.

    Lyanna depositó en la mente de Legolas el cansancio y pronto este ya se encontraba dormido. Aumentando su poder, profundizó el sueño de Legolas, que a su vez profundizaría el de ella. Procedió a cerrar sus ojos y esperar a que las estrellas la llevaran a un lugar cálido y pacífico.



    Ni siquiera había abierto los ojos cuando supo en dónde se encontraba. Los latidos de Lyanna comenzaron a apresurarse al sentir el pesado aire en la habitación. Los ruidos de cadenas y rugidos de los balrogs no hacían nada más que ponerle los pelos de punta. Estaban en Angband, cuando Morgoth la tenía como prisionera.

    Lyanna abrió sus ojos y se encontró con Legolas observándola a ella, pero a la Lyanna de aquel entonces, dormir en la incómoda cama al rincón del cuarto. Ella no recordaba aquel momento, no sabía qué estaba por pasar.

    Así como aquel día.

    - ¿Esto es Angband? – preguntó Legolas, mirando a su alrededor, aunque un poco preocupado. Lyanna asintió - ¿estás segura de que quieres estar aquí? – Lyanna no supo qué responder.

    - No lo sé – dijo ella – aún no logro recordar este día.

    Ni bien dijo eso, escuchó fuertes pasos aproximarse a la habitación. Ambos voltearon a ver a la puerta, aterrados por el crujir del suelo ante aquellos pasos. Lyanna sintió la maligna presencia de Morgoth antes de que incluso llegara hasta ellos, y de inmediato supo de qué día se trataba. Morgoth había ido solo una vez en todo su encierro a su habitación. Y una vez había sido suficiente.

    Lyanna quiso despertar en aquel momento, esperando romper el sueño y el recuerdo. Pero no tuvo éxito. No quería que Legolas presenciara aquello, pero parecía que las estrellas no la dejaban despertar.

    - Despiértate – dijo Morgoth, con una voz casi tan aterradora como él mismo. Legolas nunca había visto a una criatura tan oscura como al ser que tenía frente a él. Sus ojos demoníacos le daban la impresión de que nada bueno pasaba cuando él llegaba. Vestía una corona pesada en la que tres preciosas gemas relucían como estrellas puras. Legolas supo que se trataba de los Silmarils. Los tres Silmarils de Fëanor.

    - Legolas, tienes que ayudarme a despertar – pidió Lyanna, incapaz de voltear a verlo. Legolas frunció el ceño.

    - ¿Por qué? ¿Qué ocurre? – preguntó él. Morgoth cerró la puerta de aquel cuarto.

    - ¿Qué quieres? – preguntó la Lyanna del pasado. Vestía prendas viejas y rotas, pero su rostro y cabello parecían estar impecables. La Lyanna del presente cerró sus ojos, usando su poder para intentar romper el sueño.

    - Algo muy malo está por pasar – le dijo a Legolas. Este volteó a ver al lugar donde Morgoth y la otra Lyanna conversaban, y aunque no entendía por qué Lyanna estaba tan asustada de revivir aquel recuerdo, se preparó para despertar. Pero ninguno lo lograba.

    - Vas a darme tu poder – dijo el Señor Oscuro, casi como una orden – o te volveré indigna de él – una sonrisa se asomó en su rostro mientras la miraba de pies a cabeza muy detenidamente. Un sentimiento de angustia creció en el corazón de la Lyanna del pasado, y otro de vergüenza y arrepentimiento en el de la del presente.

    - Es inútil – sollozó la Vala, dejando de usar su poder para intentar romper el recuerdo – Por alguna razón, las estrellas quieren que veas esto – varias lágrimas corrieron por el rostro de Lyanna mientras ella se dejaba caer al suelo. Legolas se agachó hasta ella y buscó limpiarle las lágrimas con su pulgar mientras miraba aquella escena y trataba de entender qué le asustaba tanto. ¿Qué recuerdo podría aterrarla de aquel modo?

    - No te puedo dar mi poder – explicó la Lyanna del pasado, un poco intimidada por la cercanía con la que Morgoth se le acercaba – Déjame en paz – dijo titubeante. Pero eso solo lo hizo reír.

    - Hay un ejército marchando hacia nosotros en este momento. Cuando te encuentren, verás qué tan piadoso he sido yo contigo por todos estos años – su voz se suavizó de una forma terrorífica para la Vala mientras él le acariciaba el rostro. Ella comenzó a temblar al sentir el tacto de Morgoth, y lágrimas de miedo se escaparon de sus ojos.

    - No sé cómo dártelo – sollozó ella, arrinconándose más a la pared, pero esta le hacía imposible alejarse más de él. Morgoth enfureció al escucharla decir aquello, pues la desesperación lo había dominado.

    - Pues yo sí sé cómo – exclamó en una voz estruendosa. Los ojos de Morgoth parecieron arder más en ira y, optando su forma de Vala Oscuro, tomó a Lyanna de sus brazos y la obligó a quedarse quieta sobre la cama. Ella intentó zafarse de su agarre y correr hacia la puerta, pero Morgoth no la dejaba libre. Poco a poco le fue arrancando las prendas que traía encima, buscando desnudarla por completo.

    La Lyanna del presente tenía su vista pegada en la puerta, mientras sus propios gritos penetraban en sus oídos. El solo recuerdo de aquel día la llenaba de ira, sabiendo que pudo haber hecho más que solo gritar.

    Legolas no podía creerse lo que estaba viendo, y aunque quisiera correr a ayudarla, sabía que todo eso ya había pasado. Ya se había quedado por miles de años en la mente de la Vala y, hasta aquel entonces, seguía atormentándola. Pero lo que más le disgustaba era saber que, de haber estado presente en aquel momento, tampoco habría podido ayudarla. Morgoth era todavía más poderoso que Sauron. Él, un elfo Síndar, no tendría oportunidad alguna de enfrentarlo.

    Cuando Morgoth estaba a punto de arrancarle por completo la ropa a Lyanna, la puerta de la habitación se abrió de golpe, sorprendiendo a Morgoth, a Legolas y a la Lyanna del pasado. Pero fue al elfo a quien más le sorprendió ver de quién se trataba.

    - ¿Qué estás haciendo? – preguntó Sauron, con la respiración agitada al haber corrido por todo el lugar al escuchar los gritos de Lyanna. Morgoth no esperaba ser interrumpido por su más leal servidor, y a juzgar por la mirada que tenía, Legolas identificó que estaba realmente preocupado por la Vala, y que aquella escena no le había gustado para nada.

    - ¿Qué quieres? – el solo hecho de pensar en lo que Morgoth estaba a punto de hacer le disgustó tanto a Sauron que se sintió mareado por un momento. Los sollozos de Lyanna tampoco lo ayudaban a mantenerse cuerdo. Morgoth recordó que Lyanna no sabía que Sauron era sirviente suyo – Vuelve a tu celda, o acabaré contigo.

    - ¡¿Te volviste loco?! – gritó Sauron, tan enojado como si en aquel momento fuera a atravesarle el cuello a Morgoth con su espada. La furia que sentía no le dejaba pensar con claridad, y ni se molestó en recordar que Lyanna no sabía sobre su verdadera identidad – No, tú vete de aquí o yo acabaré contigo – Morgoth había pensado todo el tiempo que aquello lo había dicho para que Lyanna no sospechara nada. Pero la realidad era que Sauron sí había dicho aquello con la intención con la que se escuchaban. Morgoth rio, fue una risa cínica.

    - Bien – accedió, encogiéndose de hombros, como si fuera algo superficial – Pero tú vas a pagar por esta interrupción – le recordó. Sauron sabía que aquello no era verdad, pero la mirada de Lyanna se tornó todavía más preocupada al escucharlo decir eso. Sin embargo, no tenía fuerza alguna para luchar.

    Morgoth salió de la habitación, con un semblante tan relajado que la Vala no podía entender cómo aquello no significaba nada para él. Cuando se quedaron solos, Lyanna no supo que hacer más que cubrirse su rostro con sus manos y llorar. El corazón de Sauron se rompió al escucharlo. Pero no tanto como el del elfo que estaba presenciando aquel recuerdo.

    - Estás a salvo ahora – le susurró Sauron a ella, envolviéndola en sus brazos y acariciando su cabello – No voy a dejar que te haga daño – los ojos de Sauron reflejaron ira – te lo prometo.

    Al escuchar esas palabras, Legolas testificó el amor que Sauron realmente sentía por Lyanna.

    Capítulo Veinte: Secretos

    Ambos despertaron con la respiración agitada. Sus corazones latían con tanta fuerza que podrían jurar que en cualquier momento se escaparía de su pecho.

    Las imágenes de aquel recuerdo aún se reproducían en la mente de Legolas, aún sin poderse creer que aquello había pasado realmente en un momento en el tiempo. Lyanna de verdad había sufrido aquel suceso, y al ver su reacción supo que aún la atormentaba.

    Ninguno decía nada. Legolas no sabía qué decirle a Lyanna después de ver eso. No encontraba las palabras correctas. Él, que siempre las tenía. “¿Lo siento?”, “¿Estás bien?” le parecían las peores frases en ese momento. Pero su mente estaba en blanco.

    - ¿Recuerdas esa vez en Rivendel… cuando estábamos jugando junto a la fuente a girar la flecha con el resto de los elfos? – comenzó Lyanna. Su voz aún débil y quebrada. Las lágrimas corrían por su rostro. Legolas asintió, mirándola - ¿Recuerdas que dije que tú y Glorfindel eran los únicos que sabían algo que el resto no? – Legolas jamás había visto a Lyanna tan triste como aquella noche.

    - Sí – respondió él.

    - Glorfindel no sabe que Sauron fue mi maestro de guerra – le dijo ella, incapaz de levantar su mirada del suelo – Eso es algo que solo tú sabes. Pero Glorfindel era el único que sabía de… eso… - confesó ella – Nunca fui capaz de decírselo a nadie más, y la única razón por la que lo sabe es porque no tuve opción – Legolas frunció el ceño, confundido por aquello – Tú sabes que no puedo mentir.

    - ¿Te obligó a confesarlo? – preguntó el elfo, con una mirada sombría. Aunque no creía a Glorfindel capaz de hacer eso.

    - No – confirmó Lyanna. Ella tomó aire y buscó calmarse un poco. Sabía que ya habían pasado milenios desde aquel evento, era más fuerte y algo que no volvería a pasar. Nadie le iba a volver a poner una mano encima sin su consentimiento – Estábamos en Bree, en una de las posadas de los hombres. Habíamos ido por verduras al mercado. Mientras caminábamos a nuestra habitación escuchamos un llanto, sabíamos que alguien estaba siendo atacado. Cuando entramos en la habitación… vimos cómo un hombre estaba… haciéndolo con una mujer que no paraba de llorar. Su rostro reflejaba ese tipo de miedo. Lo supe al instante… ella no quería estar ahí – Legolas bajó su mirada, pensando en cómo Lyanna tuvo que haberse sentido al revivir aquella imagen, pero en alguien más – Mi corazón se llenó de ira. No pensé en ese momento nada más que hacer que aquel hombre pagara por aquella aberración. No me supe controlar, y mi poder se escapó de mi dominio – la mirada de Lyanna se encontraba perdida en aquel recuerdo – Lo maté – confesó, en un hilo de voz – Lo hice muy lentamente, y disfruté hacerlo – aquellas palabras comenzaron a preocupar a Legolas – Disfruté verlo a sus ojos, y que él me mirara a los míos rogándome perdón, que lo dejara vivir – Lyanna, finalmente, volteó a ver a Legolas – Pero no lo hice – susurró – Todo ese tiempo, Glorfindel había estado gritándome y tratando de detenerme, pero estaba tan absorta en aquel castigo que no lo escuché. Ni una palabra. Cuando volví a la realidad, él parecía estar muy alarmado y preocupado. No por haberle hecho pagar por sus actos, sino por la forma en la que lo hice – ella tragó saliva – para ser exacta, me dijo “eso no es propio de los Valar” – admitió – y tenía razón. Por eso los Valar no actúan jamás con ira, rencor o venganza. Porque es la forma más rápida de corromper su poder. Yo flaqueé. No me correspondía quitar esa vida, no estaba siendo atacada – la mirada de Lyanna se suavizó – Pero no pude evitarlo. No quería evitarlo. Y Glorfindel estaba tan exasperado preguntando por qué no me había podido controlar… así que se lo tuve que confesar – explicó, y una última lágrima se deslizó por su mejilla. Pero esta no logró llegar hasta el borde de su mentón, pues Legolas la limpió rápido. Su tacto hizo que Lyanna lo mirara.

    - Eres la persona más fuerte de este mundo – le susurró él, transmitiéndole aquello con toda sinceridad. Mentirle a Lyanna era imposible, y aunque aquellas palabras ya se las habían dicho antes… era la primera vez que no distinguía una sola duda en ellas – Y estoy orgulloso de en quién te has convertido – sus palabras tocaron tanto el corazón de Lyanna que más lágrimas comenzaron a caer por su rostro. Pero aquellas no eran lágrimas de tristeza y tormento. Eran de alegría y agradecimiento.

    Legolas besó la frente de Lyanna y la envolvió en sus brazos, mientras ella se recostaba sobre su pecho y se aferraba a él. Le parecía curioso cómo él no se creía digno de ella. Pero Lyanna comenzaba a darse cuenta de que era ella quien no merecía a Legolas.

    - No quiero seguir manteniéndote secretos – murmuró la Vala, aún aferrada al pecho del elfo. Legolas bajó su mirada a ella – Aunque los haya guardado pensando que te protegería – él frunció el ceño.

    - ¿De qué hablas? – Lyanna se separó de su agarre y fijó su mirada en Náriël.

    - Náriël no es solo una estrella – le dijo ella. Algo le decía a Legolas que aquella confesión no lo iba a dejar tranquilo.

    - ¿Qué?

    - Deposité una parte de mí en ella – confesó por fin, y el rostro del elfo reflejó sorpresa – Una parte de mí vive en Náriël – Legolas comenzó a negar.

    - Lyanna… - pero ella interrumpió.

    - Esa es la razón por la que puedes sentirme cerca, porque literalmente estoy colgando de tu pecho.

    - ¿Por qué hiciste eso? – preguntó él, sin poder entender qué había llevado a Lyanna a hacer algo tan arriesgado. Lyanna tragó saliva.

    - Porque si Sauron gana y logra ponerme el Anillo, me volveré un ser oscuro. Mi poder tomará control de mí y nada de la Lyanna que soy ahora vivirá en mi memoria. Ningún recuerdo de bondad o amor. Desaparecerá todo lo bueno de mí… excepto esto – Lyanna rozó el relicario – Este es mi Anillo Único, Legolas – explicó – Y como parte de mi corazón está aquí, el único capaz de portarlo eres tú. Porque eres el único a quien corresponde – ella esbozó una sonrisa mientras decía eso – Creí que te estaba poniendo en peligro al dártelo, pero mientras lo lleves tú… seré capaz de reconocerte. Mi corazón lo sabrá – Legolas también sonrió.

    - ¿Pueden destruirla? – preguntó él, sabiendo que era de mithril puro.

    - No – le aseguró – no al collar. Como te dije, la única forma de apagar su brillo es si tu corazón o el mío dejan de latir. Si mi corazón se detiene es porque he muerto. No habrá vida dentro de Náriël. Y si tú mueres, no hay portador a quien mi corazón reconozca – Lyanna resopló – Por eso lo mantuve en secreto, porque sé que al ser una estrella importante para mi destino, tiene un gran precio.

    - Mi cabeza – comprendió Legolas, riendo al decirlo. Lyanna lo miró un poco preocupada.

    - Cuando dije que su brillo se apaga cuando tu corazón o el mío dejan de latir, me refería también a que dejen de latir por el otro – Lyanna acercó su rostro al de Legolas – Si dejaras de amarme, Náriël no reconocería quién eres y se apagaría – Legolas le sonrió y acercó sus labios a los de ella.

    - Qué bueno que no tengo intenciones de apagarla – y la besó – me gusta su brillo – susurró sobre los labios de ella, besándolos muy despacio y diciéndole con cada uno cuánto la amaba y la amaría por el resto de su eterna vida.

    Capítulo Veintiuno: El Primer Encuentro

    Lyanna se recostó de nuevo en el suelo, tratando de relajar su respiración y contemplando las estrellas que pronto serían opacadas por el resplandor del cielo. Legolas se recostó a su lado.

    - Aún quiero soñar con algo bueno – susurró ella, cerrando sus ojos. Legolas la miró.

    - ¿Y si te vuelves a encontrar con un mal recuerdo? – preguntó este. Lyanna sonrió, sin abrir los ojos.

    - Entonces tendré que volverme más fuerte – fue lo que dijo. El elfo imitó su sonrisa y se dispuso a cerrar sus ojos. Lyanna tomó su mano, y pronto ambos se encontraban dormidos.


    Varias personas entraban en la sala, vestidos de gala y sosteniendo en sus manos copas con vino. Los más refinados de la Tierra Media, pues los elfos del bosque eran los que más lo disfrutaban.

    Lyanna y Legolas vieron a la Vala de aquel entonces hablar muy animadamente con unos señores elfos que habían viajado desde Lindon junto con otros elfos en la escolta del regreso del príncipe de aquel reino.

    Ambos reconocieron aquel recuerdo. Era el día en que se conocieron.

    Thranduil entró al salón, y recibió reverencias de varios invitados. Lucía un traje de plata hecho a la medida por sus costureros, una capa café rojiza y su corona de rey del bosque. La ceremonia era desconocida para Lyanna, pues solamente le habían informado de que era una muy importante, pero no por qué. Thranduil había querido que fuera sorpresa para la hija de los Valar, quien ya llevaba diez años bajo su tutelado, aprendiendo sobre historia, guerra y estrategia. Aquella idea había sido de Gandalf, quien consideraba a Thranduil alguien ideal para enseñarle a Lyanna sobre esos temas.

    Lyanna sabía que Thranduil tenía un hijo, pero que en aquel momento se encontraba en Lindon. El rey había querido que su hijo se educara de cada gran reino élfico, por lo que lo había mandado con Elrond, Celeborn y Círdan durante los últimos doscientos años a instruirse, para convertirse en un gran rey algún día.

    - ¡Lyanna! – saludó Thranduil animosamente a la Valië. Lyanna sonrió al verlo llegar hasta ella, recibiendo una reverencia de este y, posteriormente, un abrazo – No hay prenda que le haga justicia a tu belleza – dijo este, pues en muchos vestidos de gala había visto a la Vala, pero al final el rostro de ella opacaba el esplendor de lo demás que llevaba. Ella le sonrió.

    - No he conocido mano más talentosa para la costura que la de los elfos silvanos – Thranduil sabía que de la boca de Lyanna no podían salir mentiras, por lo que agradeció aquel cumplido - ¿Ya vas a decirme para qué es esta maravillosa gala? ¿Es por mí? Casi es el mes de Nárië – intuyó ella, sabiendo que en aquel mes Ilúvatar le había dado la vida. Thranduil rio.

    - Ese evento será algo más personal para ti. No, la gala de hoy es porque quiero presentarte a alguien muy importante – Lyanna arqueó sus cejas. Thranduil sonrió, presintiendo la llegada de aquel individuo a la sala.

    - ¿Quién? – preguntó Lyanna, pero ella también presintió la llegada de alguien cuya presencia se le hacía desconocida. Sin embargo, podía sentir la sangre de Thranduil en él.

    - ¿Padre? – escuchó que alguien dijo a sus espaldas. El rey sonrió al verlo, y Lyanna, al darse la vuelta y encontrase con aquel elfo, sintió un ligero brinco en su pecho. Y cuando el elfo admiró por primera vez el rostro de aquel ser cuya presencia era tan majestuosa, supo que no existía alguien más hermoso como la mujer que tenía frente a él. Legolas vestía una corona de oro con detalles de rama de árbol y diamantes incrustados en cada una. Llevaba un traje de gala dorado marrón.

    - Lyanna, quiero presentarte a mi hijo, el príncipe – Lyanna le sonrió, pero cuando ella no se reverenció ante él, la situación le incomodó – Legolas, esta es Lyanna – el elfo también le dedicó una sonrisa, pero Lyanna hizo un gesto incómodo también al ver que este tampoco le había dedicado una reverencia. Ambos voltearon a ver al rey, esperando que este les explicara por qué el otro no le había saludado como era debido. Thranduil amplió su sonrisa – Mi hijo no tiene idea de quién eres – explicó a la Vala. Legolas frunció su ceño, pues estaba seguro de que se tenía que tratar de una mujer Númenoriana. Su presencia era el de un ser poderoso, probablemente descendiente del mismo Eärendil, y su belleza superaba la de los elfos, lo que posiblemente se debía a que en sus venas corría sangre de Melian, la Maia. Pero al fin y al cabo, siempre mortal. Le debía respeto a él.

    - Oh… - exclamó Lyanna, esbozando una sonrisa – Entonces esas son buenas noticias – y volteó a ver a Legolas – Me parece que el joven elfo, entonces, tendrá que descubrirlo por él mismo – dijo ella sonriendo ampliamente. A Legolas se le hizo curioso que se refiriera a él como “joven”, cuando estaba seguro de que tendría mil años más que aquella doncella. Estuvo a punto de decir algo, pero la música en el salón comenzó a sonar, dando inicio al baile de apertura.

    - ¡Ah! ¡El baile! – exclamó Thranduil, juntando sus manos y dando un aplauso – Legolas, ¿por qué no bailas con Lyanna en este encuentro? Tal vez así la conoces un poco – Legolas asintió y le tendió el brazo a la Vala, quien lo aceptó con amabilidad. Ambos se unieron al resto de cuerpos que bailaban alrededor del salón. Todos hablaban entre ellos, reían y se observaban con tal cariño y amor que conmovió el corazón de Lyanna. Legolas tomó a Lyanna una mano, y la otra la ubicó en su cintura, mientras ella la colocaba en su hombro. Aquella cercanía, por alguna razón, los intimidaba.

    - Estoy muy confundido – le confesó él, haciendo que ella sonriera – puedo sentir en ti sangre divina, pero no sangre humana o élfica – explicó – estaba seguro que tenías que ser una Númenoriana – Lyanna rio.

    - ¿Y qué piensas ahora? – inquirió. Legolas entrecerró sus ojos y desvió su mirada al techo, pensando.

    - Que eres un hada – Lyanna estalló en risa al escuchar eso, varios rostros se voltearon hacia ellos. A Legolas le contagió su risa y no pudo evitar sonreír divertido – Es decir, ¿por qué no? Ni siquiera los Maiar tienen una esencia tan poderosa como la que siento en ti.

    - ¿Y qué te hace pensar que las hadas sí? – preguntó ella, aún riendo. Legolas se encogió de hombros.

    - Nadie nunca ha visto una, así que no podemos saberlo – la sonrisa que Lyanna le dedicaba al elfo causó en él un encanto que, aunque trató de evitar, no pudo resistir. Casi pensó que se trataba de un sueño, pues no podía creer que alguien tan bello estaba bailando con él en aquel momento. Y tenía mucha curiosidad por saber quién era – No eres humano, ni un elfo, ni Maia, ni hada – ella volvió a reír - ¿Qué eres entonces?

    - Ya he hablado, es algo que tú debes descubrir – Lyanna sonrió divertida – Pero te daré una pista: No nací en la Tierra Media – aquellas palabras llamaron la atención del elfo, quien frunció el ceño. Eso no le ayudaba del todo, había lugares que iban más allá de la Tierra Media. Númenor, Rhûn, Harad, las Tierras Oscuras… prácticamente todo el este de los mapas de Arda, que eran desconocidas para ellos. Además, no creía que alguien como ella viajara de tierras tan lejanas o enemigas, como Rhûn y Harad. Y ya le había confirmado que no provenía de la isla de Númenor… así que eso le dejaba una sola opción.

    - Valinor – adivinó el elfo. Lyanna le sonrió – Vienes de Valinor – aunque le costaba creerlo, sabía que tenía sentido afirmarlo. Pero había algo peculiar con ella que no le cuadraba aún. Solo había tres razas en Valinor: Los Valar, los Maiar y los elfos. Sabía que no era ni una Noldor ni una Síndar ni mucho menos una Silvana. No conocía la esencia de los elfos Vanya, pero sus rasgos no parecían élficos, empezando con sus orejas, que eran pequeñas y muy redondas. Así que asumió que se trataba de una Maia - ¿qué edad tienes? – preguntó él, entrecerrando sus ojos. Lyanna tragó saliva.

    - Poco más de diez mil años – el paso de Legolas se hizo más lento mientras danzaban. Lyanna notó sorpresa en su rostro. El elfo supo que sin duda debía de ser una Maia.

    - No hay muchos Maiar en la Tierra Media, y los buenos que hay son enviados con un propósito – pensó él en voz alta - ¿cuál es tu misión? ¿por qué te enviaron los Valar?

    - Entonces asumes que soy una Maia – acusó ella. Legolas se mordió el labio.

    - Lyanna, si no eres una elfa ni una Maia entonces tendrías que ser una Valië – la mirada de ella lo puso nervioso – Lo cual sería… una locura, claro – trató de defender, pero la mirada de Lyanna le decía otra cosa. Una que no podía creer.

    - Totalmente – se burló ella. Legolas comprendió por fin por qué Lyanna no le había dedicado una reverencia. Sus manos la soltaron, y retrocedió un par de pasos, aún asimilando que tenía a una de los Valar frente a él. Pero entonces recordó las Leyendas de Beleriand, el reino hundido, de las que había leído en Lindon. Había un poema dedicado a la “gracia de los Valar”, pero siempre había pensado que se trataba de una mera metáfora y no de alguien en particular.

    - Tu nombre viene de Valyanna, del Quenya – adivinó Legolas, y Lyanna le sonrió y asintió. Entonces la música dejó de sonar, y todos en el salón aplaudieron y gritaron emocionados.

    Menos el elfo y la Vala, que intercambiaban miradas de admiración y alegría. Pero en el corazón de Legolas creció cierta decepción. El saber que aquella doncella era alguien tan poderosa y divina solo le había hecho darse cuenta de lo lejana que estaba de él, un simple Síndar.

    Capítulo Veintidós: Isengard

    La llegada a Isengard se hacía cada vez más eterna, pero sabían que tenían que ir a un paso lento, especialmente a la hora de andar en Fangorn. Lyanna había podido sentir que la vida en ese bosque era más fuerte que en muchos otros. Y sabía que no se debía a que hubiera más vegetación o vida silvestre. No, sabía que había seres ahí cuya vida les permitía moverse, hablar y ver.

    Y algo en el aire parecía encontrarse menos lúgubre que la última vez que Gandalf, Aragorn, Legolas y Gimli habían estado ahí. Sin embargo, los murmullos entre los árboles ahora eran muchos más sonoros, intimidando a los viajeros.

    Pero de su mente se fue todo pensamiento relacionado a Fangorn cuando vieron a lo lejos a dos figuras que conocían muy bien. Lyanna pudo sentir su presencia mucho antes de incluso divisarlos. Y cuando Merry y Pippin vieron a sus amigos aparecer de entre los árboles, comenzaron a reír y a gritar de emoción.

    - ¡Bienvenidos, mis señores, a Isengard! – exclamó Merry, señalando la torre de Orthanc. Ni bien obtuvieron un mejor panorama del lugar, se encontraron con que el río había sido liberado y ahora inundaba la ciudad. Gandalf recordaba Isengard de la vez que Saruman lo tenía capturado, y ahora contemplaba cómo las máquinas que Saruman había construido para generar armas ahora ya no estaban. Varias cosas flotaban alrededor de la torre, el lugar había sido atacado. Las preocupaciones de aquel grupo recién llegado de encontrarse con otro ejército o tener que lidiar con más enemigos se desvanecieron al ver que Saruman ahora sí había sido completamente derrotado.

    - ¡Ustedes, jóvenes hobbits! ¡Nos hacen emprender semejante búsqueda y los encontramos dándose un banquete y fumando! – exclamó Gimli, haciendo que el resto riera.

    - Estamos sentados en el campo de victoria, disfrutando de un banquete muy bien merecido – Lyanna sonrió al ver que los dos hobbits estaban realmente con bien, mientras Gandalf negaba con su cabeza al ver que se habían preocupado demasiado por ellos – Estamos ahora bajo las órdenes de Bárbol, el nuevo administrador de Isengard – señaló Merry. Gandalf comenzó a avanzar hasta ellos.

    - ¡Ah! Eso es bueno, llévennos con él, por favor, hay alguien que estoy seguro de que querrá ver – dijo el mago. Merry y Pippin guardaron sus pipas y las hojas de tabaco, y caminaron hasta Aragorn y Lyanna, quienes los cargaron con ellos en sus caballos.

    Merry guio al resto hasta el lugar donde un grupo de Ents, grandes árboles con capacidad de movilidad y habla, se encontraban charlando. Bárbol presintió la llegada de Gandalf, pero también presintió a alguien especial.

    - ¡Joven maestro Gandalf! – saludó, y al ver a Lyanna e identificar que su presencia irradiaba gran poder, no dudó ni un segundo en arrodillarse ante ella, acto que el resto de Ents imitaron - ¡Oh, Yavanna sabe cómo he añorado este día! – dijo él – Hija de la creadora, bienvenida seas – Lyanna sonrió al ver a Bárbol y a los demás Ents ante ella. Las creaciones de su madre, los cuidadores de bosques.

    - Bendito sea el labor que han realizado aquí – aplaudió Lyanna, mirando a su alrededor – Han cumplido con su deber y enorgullecido a mi madre – los felicitó. Aquellas palabras significaron tanto para Bárbol que las atesoró en su corazón.

    - Me alegra que hayan venido. De la madera, el agua, los animales y las piedras me puedo encargar – habló Bárbol – pero encerrado en la torre, un mago se esconde.

    - Sí, entraré a buscarlo y a hablar con él. Necesito saber qué es lo que sabe – habló Gandalf, bajando de Sombragrís junto a su bastón. Pero antes se dio media vuelta y miró a la Vala - ¿Lyanna? – la llamó. Ella asintió y se bajó de su caballo. Legolas reaccionó.

    - Espera, ¿qué? – preguntó el elfo a ella. Lyanna le sonrió.

    - Saruman tiene una de las Palantír – le explicó, mientras le ordenaba con la mirada a Roheryn no dejar caer a Merry. Al mismo tiempo, tomó a Ringil con ella y se la enfundó – Y debo encontrar el veneno de Ungoliant – con una última mirada, Lyanna le aseguró a Legolas que todo estaría bien, pero a él aquello no le sabía bien.

    - ¿Y qué vas a hacer con él? – preguntó Théoden, pues quería que el mago traidor pagara por sus delitos. Gandalf suspiró.

    - Permanecerá encerrado en la torre – avisó, pero Théoden se apresuró a hablar.

    - Quiero que sea prisionero de Rohan – pidió, pero Gandalf negó.

    - Aún derrotado, Saruman es peligroso. Y está familiarizado con los planes del enemigo. Lo necesitamos vivo por el momento – Théoden no quería esperar para ver a Saruman pagar por toda la muerte que le había causado a su pueblo, pero no podía discutir con Gandalf. El mago ya había tomado la decisión – Paciencia, Théoden, una vez ya no nos sea de utilidad, podrás cobrar justicia – le aseguró, calmando un poco al rey.

    Gandalf se dio media vuelta y comenzó a subir las gradas de Orthanc, seguido de Lyanna. El resto se alejó de la entrada y buscaron un lugar para descansar en lo que Gandalf y Lyanna se tardaban.

    Una vez adentro de Orthanc, el silencio era terrorífico, pues sabían que Saruman estaba en algún lado.

    - Yo iré por Saruman – habló Gandalf – tú asegúrate de buscar la Palantír y el veneno

    - ¿Qué te hace pensar que lo tiene aquí? – preguntó ella, pero tuvo una mirada de Gandalf que le decía que debería ser obvio para ella.

    - No creo que lo deje ahí afuera para que cualquiera lo quiera agarrar – Lyanna rodó los ojos, sabiendo que tenía razón – Intentaré sacarle información de lo que sabe de los planes de Sauron. Cuando encuentres la piedra vidente, úsala, antes de que él tenga la oportunidad de detenerte – Gandalf comenzó a alejarse, pero fue detenido por la voz de Lyanna.

    - ¿Qué hay de Grima? – preguntó, recordando que debía de estar en aquel lugar. Gandalf volteó a verla.

    - Debe de estar con Saruman – sugirió – En todo caso, mantente alerta. No queremos que nos tomen por sorpresa – fue lo último que le dijo antes de retirarse y dejarla sola.



    Capítulo Veintitrés: La Palantír

    Lyanna conocía muy bien el interior de la torre de Orthanc, pues Saruman había sido su tutor durante un tiempo. Sin embargo, en el aire podía sentir un fuerte mal invadiendo los salones. La locura de Saruman ahora era irremediable.

    Entró y salió de varias habitaciones, intentando encontrar aquella piedra vidente que le ayudaría a descifrar los planes de Sauron. Pero no lograba dar con ella.

    Sabía que Gandalf iba a tardarse bastante con Saruman, por lo que no le preocupaba tardarse lo suficiente. Orthanc tampoco era eterna, así que sabía que tarde o temprano la iba a encontrar.

    Y después de un largo rato moviendo objetos y yendo de cuarto en cuarto, por fin dio con ella en la biblioteca del mago. Ni bien la vio, supo que ahora tenía que usarla. Primero se aseguró de que nadie estuviera cerca, y cerró la puerta del cuarto, para escuchar si alguien entraba.

    Antes de tomar la Palantír, respiró profundamente, preparándose para lo que fuera que estaba a punto de ver. Lyanna tomó en su mano la piedra, y esta comenzó a despertar.

    - Muéstrame el presente – ordenó ella, haciendo uso de su poder. La Palantír intentó resistirse al poder de la Vala, pero ella posó su otra mano sobre la piedra, y esta tuvo que ceder a sus órdenes.

    Lo primero que Lyanna observó fue a sus amigos que se encontraban fuera de la torre. Estaban todos sentados en unas rocas, mientras Merry y Pippin les compartían comida que habían encontrado en la despensa de Isengard.

    La imagen cambió a Edoras, donde los ciudadanos ya se empezaban a instalar de regreso en sus casa. Éowyn brindaba sonrisas a todos los que cruzaban por la puerta, quienes le agradecían por haberlos llevado a salvo.

    La observó caminando hacia el castillo, donde varios soldados llevaban mesas y las instalaban en el salón principal. Al parecer habría un festín de victoria cuando el rey y el resto regresaran.

    Fueron las siguientes imágenes las que llamaron su atención. Frodo y Sam caminaban por un sendero que estaba rodeado de plantas. No supo reconocer en dónde estaban, pero ambos platicaban sobre la Comarca. Sin embargo, Lyanna distinguió algo diferente en Frodo. Parecía distraído y bastante serio. El Anillo poco a poco se estaba convirtiendo en una carga para él, y ella podía sentirlo por la Llama que le había depositado, que aún seguía viva, pero más débil.

    Ambos voltearon a ver al frente, como si algo hubiese llamado su atención. Lyanna frunció el ceño al escuchar entonces otra voz. Cierto temor creció en ella cuando la Palantír le mostró que se trataba de la criatura Gollum. Aunque más extraño le pareció que Frodo y Sam no buscaran atacarle o capturarle, lo que le daba la impresión de que llevaba viajando con ellos por ya un rato.

    Tras pensar en la última vez que había visto a Gollum y a Frodo, se le hizo lógico pensar que lo hubiesen convencido de que los guiara a Mordor, pues ni Sam ni Frodo tenían idea de cómo llegar. Aunque sabía que aquello era bastante arriesgado, seguro que no habían tenido más opción.

    Pero pronto Lyanna identificó que aquel sendero no tenía nada que ver con el camino a las Puertas Negras. La única opción, entonces, que tenían que haber tomado era la del paso de Cirith Ungol. Y Lyanna sabía qué se encontraba en aquel túnel.

    Pero no le dio tiempo de reaccionar, porque la imagen cambió a varias locaciones más. Primero se encontró con el mar, y vio cómo varios barcos navegaban por este. Al instante supo que se trataban de tropas enemigas, y aquella imagen era importante porque todos estaban esperando que el ataque de Sauron fuera proveniente de Mordor. Con aquellos barcos, Gondor se vería rodeada.

    La imagen pasó a un grupo de Haradrim montados en olifantes de guerra marchando por la Puerta Negra. Eran varios, y se necesitaría un buen ejército para atravesar las líneas de Harad.

    Pero eso no fue lo peor. Huestes de Rhûn también llevaban marchando por varios días en dirección al Bosque Negro Erebor. Los elfos de Thranduil y los enanos de Dáin iban a ser atacados por un ejército enorme de hombres y orcos, pues estaba segura de que Sauron mandaría más para enfrentarlos. No podían acudir al Bosque Negro ni a Erebor, pues ya tenían ellos su propia guerra encima.

    Cuando Lyanna pensó que tendría que ver más ejércitos que acudían al llamado de Sauron, pero no. Ahora estaba viendo una larga fila de elfos de Rivendel marchar por los bosques. Ninguno iba vestido para la guerra, por lo que no se debía de tratar de un ejército.

    Al contrario, todos marchaban al oeste, a Lindon, a los Puertos Grises para tomar el barco a Valinor. Los elfos se estaban marchando.

    Durante el último milenio, los elfos iban abandonando la Tierra Media con más frecuencia. Era como si su tiempo en ella estuviera terminando. Los Síndar y los Noldor, al menos. Por eso ahora la mayoría que se encontraban en la Tierra Media eran más que todo silvanos, elfos que no tenían el deseo de partir a Valinor, pues desde las primeras edades nunca quisieron abandonar aquellas tierras. No estaba en su corazón.

    Y lo observó en Lindon mediante la Palantír. Círdan día tras días despedía un barco que transportaba elfos hacia la tierra de Aman, donde los Noldor, Vanya, Maiar y Valar se encontraban esperándolos. Fragmentos de aquel lugar pasaron fugaces por la mente de Lyanna. Recuerdos apenas vivos de hacía más de diez mil años. Imágenes que esperaba ver pronto.

    Aunque la alegría de ver que los elfos regresaban a casa se desvaneció cuando la Palantír le mostró el interior de Mordor. Miles y miles de filas compuestas por orcos, trols, y hombres del este. Era un ejército… inigualable. Uno que llevaba mucho tiempo construyéndose, entrenándose y perfeccionándose. Tenían que ser poco más de veinte mil soldados.

    El terror creció entonces en Lyanna. ¿De dónde conseguirían un ejército que pudiera hacerle frente? Gondor no tenía tantos hombres por su cuenta, por lo que Rohan, entonces, tendría que acudir. Esta vez sí tenían que mandar mensajeros para sumar su ejército, aunque no pensaba que Sauron fuera a desplegar todas sus tropas de una sola vez. Lo conocía, y sabía que era más inteligente que eso.

    Lyanna tuvo que pensar en más reinos: el ejército de Lórien había sido reducido en gran medida luego de la batalla del Abismo de Helm. En Rivendel ya casi no quedaba elfo alguno. Los hobbits no eran conocidos por su habilidad en combate, caerían ante las tropas enemigas rápidamente. Los elfos de Lindon cada vez eran menos.

    No quedaba nadie a quién acudir.

    - Lyanna – escuchó una voz en su cabeza. Profunda, un susurro demasiado fuerte.

    Pero supo reconocer la voz, y tan pronto lo hizo toda su pie se erizó. Su corazón comenzó a latir con rapidez y casi olvidaba cómo respirar, de no ser porque su cuerpo se lo demandaba. Lyanna miró directamente a la Palantír, viendo cómo una imagen lejana poco a poco iba tomando forma hasta ser totalmente reconocible.

    Lyanna no se lo podía creer.

    - Te veo – volvió escuchar en su mente. La Vala estaba perpleja, todo a su alrededor se volvió borroso, excepto por la figura que tenía frente a ella. Se encontraba tan inmersa en aquella imagen que cuando se dio cuenta que sus sentidos se habían puesto en alerta, apenas logró reaccionar que se debía porque alguien estaba a punto de atacarla.

    Lyanna soltó la piedra casi reactivamente, esquivando el ataque que alguien estaba por hacerle a sus espaldas. Lyanna usó su poder para empujar a aquella persona por los aires, alejándolo de ella. Sin embargo, este logró soltarle una clase de polvo que traía encima, que logró colarse en los ojos de Lyanna y quemarle su visión.

    Lyanna gritó de dolor y horror al darse cuenta de que había perdido la vista, y no necesitó que nadie le dijera que aquel polvo había sido encantado con el veneno de Ungoliant. Ella se tambaleó por toda la habitación, y su poder se escapaba de sus manos ante la desesperación y los gritos que ella emitía. Sus ojos ardían, sentía que estaban siendo quemados y que poco a poco se derretirían de su rostro.

    El veneno de Ungoliant no tardó en hacerle efecto. Lyanna cayó al suelo, con todo su cuerpo temblando. Su cuerpo comenzó a sentirse frío, mientras sus ojos aún ardían. Su cabeza comenzó a dar vueltas en la oscuridad, y el aliento comenzaba a faltarle. Lyanna comenzó a llorar. De terror, dolor y angustia. Quiso usar su poder para quitarse el veneno, pero estaba débil Demasiado débil.

    - Bien hecho, Grima – escuchó que Saruman dijo, pero no podía verlo - ¿Qué te dije? No te iba a pasar nada – le recordó al hombre. Lyanna se quiso poner de pie, pero sus fuerzas no daban. Estaba sola con Saruman. Recordó la conversación con Legolas, en la que habían deducido que para el mago no sería problema alguno asesinarla. ¿Lo iría a hacer ahora? – Mírate – Lyanna sabía que ahora se dirigía a ella – Una vergüenza para los Valar. Derrotada por un simple mortal – aunque sus palabras la habían enfurecido, no pudo decir nada. Estaba demasiado débil.

    Saruman tomó a Lyanna de su cabello y comenzó a arrastrarla por la torre. Lyanna sabía que estaban subiendo varias gradas, y se obligó a usar sus demás sentidos para recordar el lugar y poder ubicarse. Presionó sus ojos y se forzó a ubicarse.

    Identificó a Grima caminando detrás de ellos, con su mirada puesta en ella. Saruman caminaba con paso decidido por las escaleras. Subían y subían. Pero no encontraba a Gandalf en ningún lado.

    Capítulo Veinticuatro: El Veneno de Ungoliant

    Saruman mezcló el último frasco de veneno que tenía con piedra polvorizada, creando una sustancia mortal para cualquier ser inferior. Y lo suficientemente peligroso para un Vala. O, en específico, una Valië.

    - ¿No sería mejor que usted la enfrente? – preguntó Grima, mirando aquella sustancia con desagrado – Ella podrá sentirme cerca antes incluso de verme llegar.

    - Gandalf querrá hablar conmigo, por lo que no podré ser yo quien le lance el veneno. Pero no te preocupes. Lyanna es la única en la Tierra Media capaz de controlar la Palantíris, es obvio que Gandalf hará que la busque. Y una vez ella vea las imágenes de lo que sucede en la Tierra Media, estará tan concentrada en ellas que no se dará cuenta de tu llegada – le insistió el mago. Grima bajó su mirada y parpadeó, aún inseguro de que aquello fuera a funcionar. Él solo había visto a la Vala una vez, de lejos, y había creído que se trataba de una mujer. Pero cuando supo que era alguien más poderosa incluso que Saruman, supo que enfrentarse a ella sería una locura. Lo destruiría con un simple parpadeo, si era posible – Grima – lo llamó el mago, viendo que la duda aún lo invadía – Con ella seré capaz de reclamarle a Gandalf el Anillo Único. Es… vital que logres acertarle el veneno – Saruman colocó uno de sus brazos sobre el hombro de Grima, dándole cierto ánimo – Te daré lo que quieras si lo logras – los ojos de Grima se iluminaron.

    - ¿Lo que quiera? – preguntó. Saruman asintió. Este le entregó en un pedazo de tela el polvo envenenado. Grima lo tomó y sonrió, sintiéndose capaz de lograr aquel cometido.


    Gandalf caminó molestó hasta donde estaba el resto, pues no había podido sacarle mucha información al mago traidor. Cuando los demás lo vieron llegar, fruncieron el ceño.

    - Hora de irnos – les dijo, caminando hacia Sombragrís. Los demás se pusieron de pie, pero voltearon a ver a la torre.

    - ¿Qué hay de Lyanna? – fue Legolas el que preguntó lo que todos pensaban. Gandalf volteó a verlo, con mirada confusa.

    - ¿No ha salido? – pronto todos comenzaron a sospechar que algo no estaba bien – La busqué por todos lados antes de salir, no logré encontrarla. Creí que a lo mejor ya se había ido – explicó Gandalf. Ni bien terminó de decir eso, montó en Sombragrís y se dispuso a regresar a la entrada. Los demás lo imitaron. Bárbol vio cómo ellos regresaban hasta las puertas de Orthanc.

    - ¿Sucede algo, maestro Gandalf? – preguntó Bárbol. Gandalf suspiró.

    - Temo que Lyanna esté en peligro – le dijo el mago, que aún se debatía si entrar sería buena idea. No quería caer en una trampa de Saruman, pero no podía explicarse cómo Lyanna podría ser capturada.

    Sin embargo, sus dudas se desvanecieron cuando una figura en lo alto de la torre de Orthanc emergió. El rostro de todos los presentes se tornó de horror al ver cómo Saruman sostenía a Lyanna de su cabello y la arrastraba con él hasta el borde de la torre, donde no había nada que les impidiera caer. De los ojos de Lyanna corría sangre, y estos estaban rojísimos. En su rostro se notaba el dolor en el que se encontraba, y parecía que su cuerpo estaba tan débil que no podía ni mover un solo dedo. Gandalf y Legolas supieron que aquello solo había podido ser obra del veneno de Ungoliant.

    - Ahora sí, Gandalf – dijo Saruman, sacando de sus mantos un cuchillo de plata y colocándolo sobre el cuello de Lyanna – Vamos a hablar – Legolas no tardó en llevar su mano a una de sus flechas - ¡Ah! – advirtió Saruman al ver al elfo a punto de atacar, presionando el cuchillo en la piel de la Vala. Legolas se detuvo.

    - ¡Saruman! – gritó Gandalf, con un tono realmente molesto. El mago comenzó a reír al ver la desesperación con la que querían recuperar a Lyanna.

    - ¡El Anillo, Gandalf! – ordenó Saruman – O le corto el cuello – amenazó. Gandalf no sabía qué hacer. Podía engañar a Saruman y decirle que le entregaría el Anillo, pero sabía que le pediría antes verlo. Tenía que decirle la verdad.

    - El Anillo no está aquí – escuchó que dijo Lyanna, con una voz totalmente diferente a la suya. No era dulce ni encantadora. Era ronca y arrastrada, como la de un moribundo. Los ojos de Lyanna dolían, palpitaban en su rostro como si le fueran a explotar en cualquier momento. Pero podía escuchar lo que estaban diciendo. Saruman la miró, con el ceño fruncido – Está en Mordor, cerca de ser destruido – Gandalf había visto cómo Lyanna emitía unas palabras, pero no pudo escuchar lo que decía. Legolas, en cambio, sí que lo había escuchado.

    - Le ha dicho que el Anillo no está aquí – habló el elfo para el resto, aún preocupado por cómo iría a terminar aquella conversación. Pero entonces vieron cómo el rostro de Saruman se volvía de furia.

    - ¡Váyanse de aquí! – les ordenó a los demás, presionando todavía más el cuchillo en el cuello de la Vala – Váyanse o la mato ya mismo – aquello lo decía porque sabía que no tenía nada más que negociar – Váyanse y no regresen – pero que necesitaba a Lyanna para negociar con Sauron. Los demás miraron a Gandalf, esperando a que él les diera la orden de retroceder. Pero Gandalf no sabía qué hacer.

    En eso, Grima se asomó al borde de la torre, siendo identificado por Théoden. Grima no sabía cómo sentirse con respecto al comportamiento de Saruman. Él había visto por fin a Lyanna de cerca. Su rostro la había cautivado, y sus llantos de dolor habían comenzado a romperle el corazón.

    Saruman le había prometido a Grima la mano de Éowyn cuando Rohan cayera. Pero ahora que Rohan había sobrevivido y sabía que Éowyn no lo perdonaría… había posado su mirada en la Vala.

    - ¡Grima! – gritó Théoden, y el nombrado volteó su mirada a él – No tienes que seguirlo más. Eres un hombre de Rohan, regresa adonde perteneces, junto con el perdón del rey – aquellas palabras conmovieron al hombre, cuyo corazón comenzaba a reconocer que Saruman había sido derrotado. Y ahora que Théoden le ofrecía su perdón, no podía ignorarlo. No quería seguir atada al mago.

    - La quiero a ella – dijo Grima a Saruman. Este volteó a verlo con el ceño fruncido. Los que estaban hasta abajo pudieron escuchar aquello.

    - ¿Qué? – Saruman no entendía.

    - Dijiste que si lograba debilitarla, me darías lo que quisiera – le recordó al mago. Saruman apretó sus dientes – Bueno, la quiero a ella – a Legolas no le gustaba cómo estaban refiriéndose a Lyanna como un objeto de intercambio.

    - ¡No me digas! – rio el mago, de forma cínica - ¡Has caído bajo su encanto! – con aquella risa, todos en la parte baja de la torre comenzaron a ponerse nerviosos. Aquello iba a terminar mal para alguien – ¿Qué te hace pensar que alguien como ella se fijaría en alguien como tú? – le preguntó Saruman, sin parar de reír - ¡Mírate! ¿La hija de los Valar… contigo? – pero la ira comenzaba a crecer en el corazón de Grima – No tienes ni el derecho de insultarla.

    - ¡Grima! Baja de ahí y libérate de este lunático – pero Saruman comenzaba a perder la cabeza.

    - ¿Liberarse? – rio - ¡Él jamás será un hombre libre!

    - No – dijo Grima. En medio de todo aquel revuelo, Lyanna se estaba debilitando cada vez más. La sangre no dejaba de salir de sus ojos, y comenzaba a perder el conocimiento. Las voces apenas eran distinguibles.

    - ¡Cállate! – le gritó a Grima. Saruman estrelló su palma en la mejilla del hombre y lo hizo caer al suelo, con tanta fuerza que un par de lágrimas se escaparon del rostro de este. Saruman aún tenía a Lyanna del pelo, pero no se había percatado que esta ya estaba inconsciente. Legolas y Gandalf lo notaron, y el corazón del elfo ahora se veía desesperado por sacarla de las garras de aquel traidor.

    - ¡Saruman! – llamó Gandalf, con tanta ira que el mago pensó que iría a buscarlo. Pero Saruman tomó ahora con firmeza el cuchillo, y comenzó a abrirle el cuello a la Valië. La respiración de Legolas se detuvo.

    - Hasta aquí llega la gracia de los Valar.

    Un cuchillo atravesó un cuerpo una y otra vez. Los rostros de horror de todos se hicieron presentes. Y una vida se apagó.

    Grima se había puesto de pie tras el golpe de Saruman, y con su corazón envuelto en ira se acercó hasta el mago y lo apuñaló hasta matarlo. Cuando Grima parecía que estaba por tomar a Lyanna, Legolas no perdió más tiempo y tensó una flecha en su arco y disparó, acertando en el pecho del hombre, quien cayó muerto.

    Por un momento, pensaron que aquello había sido todo. Pero Saruman aún sostenía a Lyanna de su cabello, y cuando el mago cayó por el borde de la torre, arrastró a Lyanna con él. Ambos caían en dirección a una rueda afilada, y aunque todos quisieron correr a atrapar a la Valië, no iban a poder trepar la rueda a tiempo.

    Pippin se aferró a Aragorn, y Merry cubrió su boca. Gimli dejó de respirar, y Aragorn sintió que su corazón se detenía. Legolas sintió cómo Náriël dejaba escapar un poco de fuerza, y su corazón comenzó a romperse mientras trataba de entender cómo había pasado todo eso. Gandalf no sabía qué hacer, Lyanna estaba a punto de morir atravesada.

    Pero Bárbol se apresuró a llegar a la rueda y, gracias a su altura, logró atrapar el cuerpo de Lyanna al mismo tiempo que el de Saruman era atravesado por las puntas afiladas. Todos dejaron escapar el aliento, sintiéndose aliviados de que la Vala estaba a salvo.

    Legolas se apresuró a bajar de Arod y corrió hasta ella. Bárbol le entregó el cuerpo de Lyanna en sus brazos, y el corazón de Legolas lloró al verla. Su piel estaba pálida, pero su rostro estaba cubierto de sangre. Sus párpados y pómulos tenían un color morado azulado, el veneno le había estropeado sus ojos.

    - ¿Y ahora qué? – le preguntó Legolas a Gandalf. Pero el mago le dedicó una mirada triste.

    Pippin observó cómo algo caía de las prendas de Saruman al agua y se bajó a ver de qué se trataba. Legolas caminó con Lyanna en brazos hasta el resto. Cuando Pippin sacó del agua la piedra, Gandalf se acercó a él.

    - Yo tomaré eso, Peregrin Tuk – dijo el mago, Pippin la miró dubitativo, pero Gandalf lo apuró a entregársela – Apresurémonos a llegar a Edoras – dijo Gandalf – Si cabalgamos rápido, llegaremos mañana al mediodía – el mago miró a Lyanna – yo la llevaré, Legolas – le dijo al elfo – y trataré de sanarla, si Ilúvatar me lo permite.




    Capítulo Veinticinco: Sauron

    Cabalgaron con prisa durante todo el resto del día. Merry había tenido que viajar con Éomer, pues Lyanna ya no podía cabalgar a Roheryn. Y el caballo de la Vala había estado al lado de Sombragrís durante todo el trayecto, acompañando a su jinete.

    Cuando la noche cayó, Éomer y Gamling prepararon una fogata para calentarse. Legolas tomó a Lyanna en sus brazos y la bajó de Sombragrís. Gandalf bajó después.

    La sangre había dejado de caer de sus ojos, y su respiración era normal. Gandalf se acercó a ella, comenzando a evaluarla. El resto observó la escena, pero dejándole suficiente espacio al mago de trabajar.

    - Es curioso – susurró Gandalf. Legolas lo miró.

    - ¿Qué cosa? – cierta desesperación se escuchaba en su voz.

    - Aunque está inconsciente, puedo sentir su poder actuando – Gandalf frunció el ceño, sin identificar bien cómo era posible. Legolas volteó a ver a Lyanna, también confundido – Como si ella estuviera usándolo para sanarse… pero no lo entiendo, se supone que está inconsciente.

    - ¿Piensas que es imposible? – preguntó el elfo, tomando la mano de Lyanna. Gandalf entrecerró sus ojos.

    - No, no es imposible – susurró el mago, y al decir eso expandió una sonrisa – Los Valar pueden estar y no estar en sus cuerpos físicos – explicó, pero Legolas no le entendió – Aunque el cuerpo de Lyanna esté débil e inmóvil, su mente no lo está. Y es capaz de usar su poder usando solo su mente. Aunque de esto no era capaz antes – comentó, volteándola a ver – Significa que su poder ha aumentado – el tono con el que lo decía era alegre, pues eso quería decir que Lyanna se estaba sanando a ella misma – aunque igual debe de estar débil y tardará más de lo que debería. El veneno de un Maia como Ungoliant es letal para cualquier Ainu. Incluso para Lyanna – Gandalf se puso de pie y colocó una mano sobre el hombre del elfo - ¿Te molesta hacer guardia esta noche? – preguntó. Legolas negó.

    - No planeaba dormir – confesó este. Gandalf apretó sus labios y lo dejó con Lyanna, pues sabía que a lo mejor necesitaba un momento a solas.

    Las horas pasaron y todos fueron a dormir, menos Legolas, que llevaba toda la noche sosteniendo a Náriël en su mano. Desde luego que podía sentir a Lyanna cerca gracias a la estrella. Era como si estuviera a su lado. Pero cuando volteaba a verla se daba cuenta que no era así, que estaba inconsciente y en algún lugar lejano de él en su mente. Sin embargo, confiaba en que despertaría.

    Tenía que hacerlo.

    Para cuando todos despertaron y se encontraban listos para partir, Gandalf sintió la presencia de Lyanna todavía más fuerte. Su rostro tenía mejor aspecto que la noche anterior.

    - Pero sabemos que despertará – animó Pippin, aunque terminó obteniendo una mirada de pocos amigos por parte de Gandalf.

    - Sí, Peregrin Tuk, pero nadie puede saber cuándo los Valar quieren despertar. Aunque Lyanna se recupere por completo, podría pasar en un profundo sueño por una edad completa, si así quisiera – Pippin tragó saliva.

    - ¿Y porqué no la despiertas? Ya sabes, un vaso con agua fría – Aragorn arqueó una ceja, Legolas lo miró con horror, y Gandalf le lanzó una mirada fulminante.

    - ¡Por supuesto! Si quieres provocar la destrucción de la Tierra Media – le respondió el mago. Pippin pareció no comprender – No es sensato despertar a un Vala. Por eso esperamos a que ellos quieran. El problema es que no tenemos mucho tiempo. La guerra se acerca, y Lyanna es vital en ella – explicó Gandalf.

    Legolas la tomó en sus brazos y comenzó a caminar hasta el caballo del mago. Gandalf subió y la sostuvo, comenzando a cabalgar el camino de regreso a Edoras. A paso veloz, llegarían para el mediodía.

    Y así lo hicieron, llegaron al castillo del rey solo para encontrarse con Éowyn en el salón principal, preparando el lugar para el festín que habría en la noche. Théoden consideró decirle que a lo mejor tendrían que posponerlo para la noche siguiente. Pero no tuvo el corazón de hacerlo. Todos se habían esforzado porque todo estuviera listo para esa noche.

    - ¿Qué pasó? – preguntó la dama al ver a Legolas entrar con el cuerpo inconsciente de Lyanna - ¿Usó de nuevo su poder? – Aragorn negó.

    - No, fue atacada – el rostro de Éowyn se alarmó – Estará bien, lo peor ya pasó – la tranquilizó, ubicando sus manos en sus hombros. Éowyn no pudo evitar ver la escena de los demás caminando hacia las habitaciones de huéspedes, donde estaban llevando a Lyanna. Pero Aragorn trataba de calmarla – Gandalf y Legolas cuidarán de ella. Pero tú debes necesitar ayuda con los preparativos. Dime, ¿qué necesitas?

    Théoden pidió que llevaran agua limpia y buenas sábanas al cuarto en el que se encontraba Lyanna, donde Gandalf, Legolas y Gimli se encontraban. Merry y Pippin habían sido enviados a limpiarse para el evento de aquella noche. El mago recitaba oraciones a Ilúvatar que derramara sobre Lyanna las fuerzas que había perdido por culpa de aquel veneno, y usaba su propio poder, junto con el del anillo Narya, para avivar su vida.

    Pero Gandalf podía sentir el espíritu de Lyanna recuperar sus fuerzas, mas no daba señales de querer despertar. Pasó varias horas transmitiéndole fuerzas a la Vala, y cuando pudo sentir que ella ya se encontraba bien, se levantó y miró a Legolas, que era el único que quedaba en la habitación. Gimli se había tenido que ir a preparar.

    - El festín comenzará en una hora – le dijo este al elfo. Legolas no quitó su mirada de Lyanna – Ella está bien, sé que lo sabes – habló Gandalf, con cierta ternura en su voz – Solo está dormida. Pero tú tienes que presentarte al acto que el rey dará en honor a los héroes – el elfo bajó su mirada – y tú eres uno de ellos – Legolas asintió y le dio su palabra al mago de ir a prepararse. Gandalf sonrió y salió de la habitación, sabiendo que Legolas lo haría luego.

    El elfo se acercó a la Vala y tomó su mano, donde depositó un tierno beso en sus nudillos.

    - Te amo – le susurró, antes de que levantarse y salir por la puerta, dejándola descansar.

    Legolas ya tenía asignado un atuendo para aquella noche. Los costureros de Edoras habían tenido mucho trabajo durante aquel día preparándoles las prendas a los viajeros. El conjunto del elfo consistía en un traje de gala celeste adornado con finos detalles élficos, que apreció al haber considerado su raza para la elaboración de aquel vestuario.

    Cuando terminó de ajustarse el traje y de peinar su cabello con las características trenzas de los elfos silvanos, comenzó a caminar hacia el salón principal, donde ya varios ciudadanos comenzaban a llegar para hacer honor a los caídos y a los que habían sobrevivido. Se encontró en el camino con Gandalf, Gimli, Aragorn y los hobbits, que ya se encontraban listos para el festín.

    - ¡Bien! Ya estamos todos – dijo Pippin, pero Merry lo miró mal.

    - No, no todos – señaló, pues Lyanna no estaba con ellos. Gandalf aclaró su garganta, llamando la atención de todos y que olvidaran aquellos comentarios.

    - Bueno, será mejor que vayamos ya – invitó. Todos comenzaron a caminar al salón, donde varias voces resonaban.

    Pero entonces el suelo tembló bajo ellos, y polvo salió del techo. Escucharon cómo en el salón todos se habían callado, al parecer también lo habían sentido. Otro temblor fugaz apareció, y una fuerte presencia llegó a los sentidos de Legolas y de Gandalf, quienes se voltearon a ver.

    - Lyanna – susurró Legolas, quien no tardó otro segundo en correr en dirección a la habitación de la Vala. Gandalf lo siguió, a quien a su vez siguieron Aragorn, Gimli y los hobbits. Todos emocionados de que Lyanna hubiese despertado.

    Legolas llegó hasta la habitación de la Vala y abrió la puerta, pero la imagen con la que se encontró le borró su sonrisa del rostro. Cuando Gandalf llegó, puso al elfo detrás de él, como queriéndolo proteger.

    - ¿Lyanna? – la llamó el mago. Ella volteó a verlos, sus ojos inyectados en sangre y con su poder optando su forma natural de Vala. Gandalf caminó hasta ella, con un paso sigiloso – Lyanna, somos nosotros, lograste huir de Saruman – pero Lyanna no sabía si confiar en aquella imagen. Lo último que recordaba era a Saruman sujetándola sobre el borde de Isengard hacia una caída mortal, y las imágenes que había visto en la Palantír. En concreto, el rostro de aquel ser.

    Cuando Lyanna no reaccionó ante las palabras de Gandalf, Legolas se sacó el relicario de Náriël y lo alzó hasta los ojos de Lyanna, sabiendo que con aquello Lyanna podría reconocerlos. La luz de la estrella cegó a la Vala, pues aún su visión se encontraba afectada por el veneno. Pero no dudó de la esencia que vivía dentro de la estrella, y sabía que solo una persona era capaz de mantenerla viva.

    Lyanna volvió a su forma física normal, aunque su mirada aún le ponía los pelos de punta a sus compañeros, pues eran rojos como la sangre que había emanado de ellos. Las sonrisas volvieron al rostro de sus compañeros, felices de verla de nuevo con ellos, aunque sus ojos los aterraran. Pero Lyanna no emitió sonrisa alguna. Al contrario, su rostro reflejaba preocupación.

    - Gandalf – susurró, acercándose a él. Este frunció el ceño al ver la expresión que tenía – Gandalf, es Sauron – el rostro de Lyanna se volvía cada vez más aterrado – Ha recuperado su forma física – todos en la habitación contuvieron el aliento – Ha regresado.
     

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    Escritora
    Holis~ Pues parece ser que he terminado este libro también ajajajajaja.

    Sigo igual de emocionada que antes, de verdad que me está gustando mucho.

    Esta vez he citado los errores que vi, por si ler quieres echar un ojo.

    Igualmente, no te centres en los errores porque es todo maravilloso n.n

     
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