Cobra Kai Dulce Venganza

Una adolescente caminaba por una acera perdida entre los edificios de la ciudad. Llevaba consigo una preocupación a cuestas, no deseaba de ninguna manera toparse con esa persona. Cubrió su cabellera rojiza con una capucha y las pecas de sus mejillas se ocultaban debajo de una visera. Pensó que era una desgracia tener que estar actuando de esa forma, pero es que de verdad quería eludir cualquier encuentro con ella. Y no era para menos, después de que había esparcido numerosos rumores concernientes a su nombre.
Extrajo su teléfono móvil para fijarse la hora en la pantalla, eran las 14:17 de aquel aburrido sábado. Se preguntó a dónde podría ir en ese mismo momento del día. Quizás al shopping, pero las posibilidades de ser interceptada eran muchas. En cuanto a sus amigos, todos parecían estar ocupados. Se había mensajeado con cada uno de ellos esa mañana, y todas las respuestas eran casi las mismas, irían a pasar el rato en tal o cual lugar. Ella negaba las eventuales invitaciones por el riesgo de ser encontrada. Estaba claro que no tenía suerte.

Siguió caminando sin aminorar el paso, ya encontraría qué hacer más tarde. Al cruzar una calle fue cuando su cara se iluminó. Colgado en un poste vio un panfleto que le dio una idea. Miró a su alrededor, para asegurarse de que nadie la vigilara. Alzó su brazo y arrancó el papel del madero, acaso para examinarlo mejor. Sonrió victoriosamente, aunque también consideraba que esa decisión podría ser una locura. Dobló la hoja en cuatro partes antes de introducirlo en el bolsillo trasero de su pantalón.
Revisó la hora una vez más. Puede que ese lugar aún permaneciese abierto. Quizás sería bueno pasar por allí para averiguarlo. Si todo resultaba bien, en poco tiempo ya no necesitaría esconderse. Es más, los papeles podrían incluso revertirse: sería esa chica a la que entonces le tocaría ir con cuidado por la ciudad. Recordó la dirección que figuraba en el panfleto, no quedaba muy lejos. Menos de diez manzanas, si su memoria no le fallaba. Se sintió tan confiada que olvidó la cautela, y eso le pasó factura. No muy lejos de su posición le alcanzó una voz.

—¡Oye, tú! —una fémina de larga cabellera castaña le señaló a la distancia.

No quiso quedarse quieta a esperar las circunstancias de su mala fortuna, por lo que emprendió la huida. Esquivó a los demás transeúntes, acelerando la velocidad. Esperaba que sus piernas no le traicionaran, pero desgraciadamente la otra muchacha iba alcanzándola. Sus temores se acrecentaron e intentó hacer un mayor esfuerzo, pero cayó de bruces sobre el pavimento. Su agresora era mucho más fuerte y atlética, no le costó nada levantarla y girarse sobre sí misma para darle una patada en el abdomen.
Ambas terminaron dentro de lo que parecía ser un callejón sin salida, un lugar muy conveniente para llevar a cabo afrentas mano a mano. Su respiración se aceleró, el rostro de quien la persiguiera antes demostraba un odio profundo, una necesidad de violencia que buscaba calmar su sed de venganza. Se llevó las manos en el vientre, queriendo calmar el dolor que sentía. Hizo un gesto con la finalidad de pedir clemencia. Era mejor mostrar las palmas de las manos para ver si de ese modo detenía el castigo.

—Por favor, no me hagas daño —imploró, pero sus ruegos no fueron escuchados.

La otra adolescente se le aproximó y, tomándola de un brazo, realizó una llave que le ocasionó a su presa un dolor inimaginable. Era demasiada mala suerte en un solo día. Se rindió ante la evidencia de que nadie vendría a socorrerla. Se lamentó al no haberse quedado al resguardo de la seguridad de su hogar. Peor aún, creyó que el haberse metido con quien la sujetaba ahora sería uno de los más grandes errores de su vida. Y no era para menos, esa chica ostentaba un historial algo turbio. Su rebeldía y mal temperamento terminaron por otorgarle cierta fama negativa. Gritó por el suplicio, perdiendo todo rastro de orgullo.

—Así que andas soltando la lengua sobre mí, ¿no? —comentó la otra muchacha—. Vamos a ver si sigues teniendo las ganas de hacerlo después de romperte el brazo. ¿Preparada?

—¡No! ¡Por favor, no! No lo haré más, lo juro —sollozó la joven, demostrando arrepentimiento— Perdóname, Tory —quiso voltear su mirada para dar a entender que había aprendido la lección— Tory, suéltame. Me lastimas.

Tory examinó los ojos humedecidos de su víctima. De esa manera supo que ya era suficiente castigo. No obstante, desde su posición se percató de un pedazo de papel que sobresalía del bolsillo de su oponente. Solo le bastaron un par de movimientos para extraerlo, desdoblarlo y así poder leer su contenido. Era un anuncio de un dojo de karate, se leía “Cobra Kai” en letras grandes. Se dio cuenta que esa joven planeaba inscribirse para aprender a defenderse y de esa forma no ser molestada cada vez que quisiera meterse con alguien, tal cual lo había hecho con esos rumores que extendió sobre ella. Lanzó una carcajada, dando la imagen de alguien que se consideraba superior justificadamente.

—¿Querías aprender artes marciales para ponerte a mi altura? ¡Qué estúpida eres! —diciendo eso, la soltó con un empujón—. No podrías, porque no tienes lo necesario. ¿Realmente piensas que es tan simple? Mejor te quedas como estás. Ya, vete. Y recuerda nunca más hablar pestes de mí.

Poniéndose de pie y tratando de arreglarse, su enemiga dejó el lugar a paso ligero. Tory arrugó el papel para arrojarlo a un bote de basura que oportunamente estaba cerca. Pero a último momento cambió de opinión. Dominaba alguna que otra disciplina, no tanto así el karate. Incluso había oído que los estudiantes de ese mismo dojo fueron los ganadores del reciente torneo local de All Valley. No, no era mala idea. Compuso el panfleto hasta que fuera legible nuevamente. Quería probarse a sí misma una vez más. Quería comprobar si los alumnos de ese tal Johnny Lawrence eran realmente tan capaces. Dentro de poco iría a cerciorarse de que hubiera un cupo para ella. Guardó el papel en su chaqueta y se alejó de aquel callejón.

Contenido oculto: Tory