Mini-rol Campfire [Jez x Joey | Gakkou Roleplay]

Tema en 'Archivo' iniciado por Gigi Blanche, 9 Junio 2020.

  1.  
    Gigi Blanche

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    Joey Wickham

    En un instante se arrojó contra mi pecho y mis brazos la envolvieron automáticamente, acariciando su cabello y espalda de punta a punta. Suave, pausado, al compás de sus lágrimas silenciosas. No quería forzarla, por lo cual mantuve mis labios sellados hasta tener que responderle. Solté una risa floja en voz baja, ligeramente rasposa, y carraspeé la garganta. Puede que ahora fumara menos, pero gran parte del daño ya estaba hecho.

    Siempre había sido un idiota, ¿eh? El peor de todos.

    —Bueno, puedo ponerme a contar historias de terror, si así lo prefieres —bromeé, recobrando un poco de mi liviandad usual—. Ya sabes, sobre cómo la pareja joven de estúpidos enamorados fue sorprendida en el bosque por un prófugo de la justicia, ¡un asesino peligrosísimo buscado en veinte estados!

    Reí ante mis propias idioteces y bajé la voz a un murmullo suave al agregar:

    —Y sobre cómo el chico daría lo que sea por proteger a su novia, incluso si eso implica pelear con ramitas de malvavisco contra un asesino serial. Y salir airoso, claro, porque para finales tristes ya está la vida.
     
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    Zireael

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    Froté mi rostro contra su pecho, revolviéndome más el flequillo si era posible y sonreí al escuchar su intento de historia de terror.
    Iba a decirle algo cuando volvió a hablar.

    Era el rey de los idiotas.

    Cerré los ojos, allí acunada en sus brazos, y pensé que poco importaba el camino, el desastre que habíamos sido, cómo habíamos tenido que luchar para enderezar todo lo que estaba torcido.
    Poco importaban esas cosas viendo el resultado. El idiota de Joey Wickham refiriéndose a mí como su novia.

    Me hacía feliz, a mí que con dificultad entendía esa palabra.

    Me separé de él despacio y me limpié el rostro una vez más con el abrigo, antes de permitirme mirarlo y sonreírle con suavidad. Me incliné hacia él y dejé un suave beso sobre sus labios, apenas un toque.

    Lo miré unos segundos más antes de levantarme, colocarme el abrigo correctamente y volver a colocarme a su espalda como hace un rato. Dejé un nuevo beso sobre su cabeza, antes de desatarle el cabello, colocarme la liga en la muñeca y deslizar mis dedos por las hebras oscuras, con cuidado.

    —Mejor sin asesinos seriales. ¿Qué tal una historia de una tonta que se divierte a costa de hacerle trenzas a su novio? Suena mucho más real —dije mientras separaba una sección de cabello, sin siquiera esperar a que me dijese que podía hacerlo, y lo trenzaba.

    Al terminar, deslicé mi mano izquierda a su frente, retirándole el flequillo, y coloqué el dedo índice sobre la cicatriz, perfectamente consciente de dónde estaba a pesar de que casi no se notaba.

    —Cuéntame sobre esto —murmuré para luego regresar mi mano y seccionar otra parte de su cabello.

    Había que admitir que disfrutaba más de lo que debía ser sano hacer tonterías con su pelo, pero de alguna forma era tranquilizante. Un poco como cuando los niños se aferran a una manta particular o a un peluche.
     
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    Gigi Blanche

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    Joey Wickham

    Simplemente me dejé hacer, con un silencio extraño en mí. Cuando se separó, secó sus lágrimas y me sonrió como sólo ella sabía hacerlo. Cuando toda la dulzura en sus ojos me alcanzó, me atravesó y me inyectó una sensación de paz casi inexplicable. Cuando me besó, y se incorporó, y comenzó a trenzar mi cabello. Apenas solté una risa suave y me puse a jugar con una ramita entre mis manos, dejándola hacer a su antojo.

    Honestamente, podía disponer de mí como quisiera. No conocía fuerza natural que me permitiera negarme a un pedido suyo.

    —Oh, sí. Conozco muchas de esas. También sobre cómo los novios se dejan crecer el cabello adrede sabiendo que a sus novias les encanta jugar con él, por alguna razón misteriosa que no comprenden pero tampoco preguntan. Porque no hace falta.

    Me encogí de hombros, entre divertido y relajado, y me quedé allí. Por momentos cerraba los ojos y me concentraba en el crepitar del fuego, el silencio de la noche y los dedos sumamente cuidadosos de Jez cepillándome el pelo. No sabía cuánto duraría el momento, pero no quería que acabe nunca.

    Ni siquiera tendría que haberlo pensado.

    Entreabrí los ojos cuando la yema de su dedo se posó sobre la cicatriz, y sentí un peso premonitorio oprimiéndome la garganta. Arrugué el ceño.

    Cuéntame sobre esto.

    Cargué mis pulmones de aire y lo liberé poco a poco. Mis manos se habían aferrado a la ramita sin siquiera notarlo. No podía, no sabía mentirle, entonces ¿cómo contárselo? ¿Por dónde arrancar? ¿Qué grado de detalle usar? Podía imaginarme cómo esa historia impactaría en Jez, la dulce, amorosa y empática Jez. Y no quería verla así. No quería anclar esas imágenes desagradables en su mente.

    Pero no sabía mentirle.

    —Eso... es del verano pasado —murmuré, serio y algo precavido; sentía la garganta seca—. Una vez que salimos a beber algo con Bleke, y cuando salíamos me topé con mis amigos y... y nos peleamos.

    Tuve que tragar saliva varias veces, intentando articular mejor las palabras. Tenía la vista clavada en el cielo, en el pequeño claro que los árboles habían dejado sobre nuestras cabezas. Las estrellas tintineaban con fuerza. Tomé aire y proseguí, esforzándome por reducir al mínimo las sensaciones corporales que me producían esos recuerdos.

    El frío.
    La ansiedad.

    Pero, mierda, el miedo. El jodido terror.

    —Tú no llegaste a conocerlos, para cuando te encontré en la biblioteca ya no me hablaba con ellos. Son unos auténticos imbéciles. Digo, yo también lo soy, pero ellos... ellos son del mal tipo. Del tipo que jamás en la vida querría cerca de la gente que amo. —Hice ruido al inhalar y me maldije internamente por ello; necesitaba mantener la compostura—. Los encontré... estaban... Bleke y yo los vimos. Había una chica, y estaban... Dios, el hijo de puta de Taichi la tenía allí, y los otros dos pedazos de mierda tan sólo miraban.

    Había comprimido no sólo los puños, también los dientes. Una ira que no quería sentir había comenzado a hervirme la sangre y me obligué a controlar mis respiraciones. Era tan fácil volver a esa noche. Apenas unas pocas palabras y ya estaba allí, oyendo los quejidos débiles de la chica drogada, los jadeos pesados y asquerosos de Taichi. Dios.

    Qué jodidos hijos de puta.

    —Bueno, no podía dejarlo estar, así que le pedí a Blee que buscara a los guardias mientras intentaba razonar con ellos. Claro que no funcionó. —Solté una risa floja, sin gracia, y me pasé la mano por el rostro—. En fin, nos peleamos y en medio del desastre me corté con unos vidrios de botella. Nada serio. Ojalá los hubiesen agarrado, pero al parecer corrían muy rápido. De todos modos, lo importante es que... —Observé mis manos, los nudillos blancos, cómo poco a poco se iban relajando—. La salvamos, Jez. Salvamos a esa chica. La salvamos de esos desgraciados, malnacidos de mierda. Pocas veces me sentí tan orgulloso como esa noche, ¿sabes? Algo así como un superhéroe.

    Un pensamiento me rayó la mente y fruncí el ceño. Si tan orgulloso te hace sentir, ¿por qué siempre evitas hablar al respecto?

    Al final sólo estaba tapándolo, ¿no? Todo lo horrible de esa noche. Ya no era el dolor de los puñetazos, eso desaparece en cuestión de semanas. Era todo lo demás. El miedo cuando me sujetaron de los brazos, me inmovilizaron, y el primer golpe me arrancó el aire de los pulmones. Las contusiones que me mancharon el torso del cuerpo permanecieron allí demasiado tiempo, más del que habría querido. Eran un recordatorio constante de que temí muchas cosas.

    Temí que todo fuera en vano, perder el conocimiento, ya no darles pelea y que se llevaran a la chica a otra parte.
    No aguantar despierto el tiempo suficiente hasta que Bleke volviera con los guardias.

    Tenía miedo, tenía muchísimo miedo de no lograrlo. Porque me superaban en número y siempre supe, desde el primer segundo, que era una jodida batalla perdida. Que iban a molerme a golpes, que iba a doler como la mierda, y que posiblemente fuera peligroso. Peligroso de verdad. Pero, por sobre todo eso, me aterraba la idea de no conseguir nada.

    Volví a tragar saliva y alcé la vista, buscando los ojos de Jez. La necesitaba conmigo, la necesitaba para no perderme entre esa marea de dudas y pensamientos, y estiré el brazo por el espacio entre nosotros. Quería aferrarme a su mano. No sabía muy bien qué más decir, y no dije nada. Internamente, sólo podía pedirle perdón con los ojos.

    Perdóname, amor. Perdóname por contarte una historia tan desagradable.
    Perdóname.
     
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    Jez Vólkov

    Hice y deshice las trenzas varias veces, tan concentrada en mi tarea que por momentos hasta el crepitar del fuego desaparecía. Todo desaparecía y no éramos más que él dejándose hacer y yo con su cabello entre los dedos, negro como el cielo sobre nosotros. Era suave al tacto y me gustaba sentirlo.

    Me dejaba hacer sin chistar, sin preguntar, y yo lo disfrutaba porque era una forma de demostrarle mi cariño sin palabras y que me gustaba su mera compañía.

    No sé por qué pregunté aquello y quizás fue mala idea, lo pensé cuando sentí la forma en que respiró. Cuando empezó a hablar y cuando alzó la vista al cielo.

    Algo se me atoró en la garganta, pero no detuve mis caricias en su cabello. Había preguntado y ahora no iba a huir, no iba a dejarlo solo con lo que fuese que estuviese provocándole esas reacciones.

    Bleke.

    Pelea.


    Ahora fui yo quien inhaló aire con fuerza, buscando el oxígeno que no me llegaba a los pulmones.
    No había dicho nada y ya la mente se me colmó de imágenes. Tuve que cerrar los ojos con fuerza unos segundos.
    Era peor que cuando veía a Al meterse en problemas por puro gusto de armar la bronca, peor que cuando tenía que ayudarlo a levantarse del suelo o limpiarle la sangre del rostro.

    Siempre algo podía ser peor.

    Una chica.

    Taichi.

    Espectadores.


    Un balde de agua helada cayó en mi espalda y sentí miedo, un miedo espantoso, pero me obligué a arrojarlo al fondo de mi mente y aún así las lágrimas regresaron, silenciosas. Las sentí correr por mis mejillas hasta alcanzar mi mentón, alguna debió caer entre su cabello oscuro para desaparecer allí.

    La salvamos.

    Orgulloso.

    Como un superhéroe.


    Blee había llegado a tiempo.

    Y entendí por qué la ocultaba, entendí por qué no hablaba de ello y entendí que, a pesar de todo, no estaba mal preguntar.

    Miedo. Siempre era el miedo dominándolo todo.

    Pero había actuado a pesar de ello.

    Porque era un imbécil… Y cuántas chicas, en las mismas circunstancias, no habían deseado que ese imbécil apareciera pero no habían tenido esa suerte.


    Cuando sus ojos buscaron los míos y lo vi empañado a través del cristal de las lágrimas, sabía que dónde fuese que estuviese esa chica, debía estar profundamente agradecida con él y con Blee.

    Con la fría pero justa Blee.

    Tomé su mano, que buscaba la mía, y me aferré a ella con fuerza, como un pilar en el mar embravecido.
    Tragué la saliva espesa que tenía en la boca, buscando bajarme las lágrimas, pero aún con todo lo que entendía, no podía dejar de llorar.

    No con las imágenes terribles que me habían quedado en la cabeza, la sola idea terrible de cómo habían apaleado a Joey. La cicatriz en la frente era lo de menos en esa historia.

    Conocía el violeta casi negro de los moretones, luego verde, amarillo ictericia, hasta regresar a su estado normal.

    Y podía tardar muchísimo tiempo.

    Me incliné hasta posar los labios sobre la pequeña cicatriz.

    —Lamento haber preguntado, amor —murmuré con voz ahogada luego de haberme separado apenas lo suficiente para poder hablar. Mi aliento agitó algunas hebras de su cabello—. Pero gracias-

    Tuve que cortar la frase a la mitad, para volver a respirar con fuerza y poder continuar sin soltar un montón de cosas incomprensibles amortiguadas por el llanto.

    >>Gracias por confiar en mí, mi niño.
     
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    Gigi Blanche

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    Joey Wickham

    Me recibieron sus ojos empañados, como había anticipado, y ni haberlo sabido me preparó para el puñal de hierro que me atravesó las costillas de lado a lado. ¿Cuántas veces la había hecho llorar ya?

    No lo soportaba.

    La historia parecía repetirse en un ciclo sin fin. Su amor me alcanzaba sin reproches, incluso a través del llanto, de la furia o de la decepción. Sin importar la mierda que le hubiese tirado encima, Jez siempre me amaba y eso me estrujaba el corazón. Cerré los ojos al sentir sus labios en mi frente y solté el aire por la nariz.

    Tenía que estar a la altura.

    —No tienes nada de lo que disculparte —repliqué, acariciando el dorso de su mano mientras veía al fuego—. Las cicatrices siempre dan curiosidad, ¿verdad? Son literalmente marcas del pasado. Detrás de cada cicatriz hay una historia con la suficiente fuerza para haberse impreso en la piel.

    Venga, ¿por qué andaba hablando tanto sobre impresiones? Solté una risa débil y, de un movimiento rápido, tiré del brazo de Jez para atraerla hacia mí y sentarla sobre mi regazo, de costado. A veces disponía de ella, así como me venía en gana, pues era tan liviana y delgada. La envolví con los brazos y me quedé allí, acariciándola sobre la ropa. Como aquella vez en el parque, cuando la encontré de cabeza y supe que era el momento de arriesgarlo todo por ella.

    Fue de las mejores decisiones que tomé.

    —A veces hago cosas estúpidas —murmuré y me corregí de inmediato—. Bueno, quiero decir, suelo hacer cosas estúpidas, pero a veces me muevo antes de pensarlo. Soy bastante impulsivo, digamos, y no sé por qué tengo... esta facilidad para jugarme el puto pellejo. Y lo peor de todo es que, sin importar qué pase, siempre sé que lo haría de nuevo. Lo he hecho por Matty, por esta chica, y lo haría por ti. Estoy seguro de ello.

    Suspiré. Ahora que el torrente estaba fluyendo me costaba detenerlo. Me di cuenta de todas las cosas que nunca le había dicho a nadie, convencido de que estaba bien así, cuando en realidad...

    —Esto sonará estúpido, pero... —Dudé, meneé la cabeza y desvié la mirada hacia el bosque—. Me gustaría agradecerte por ser amiga de Bleke. Yo no puedo ser nada para ella, nunca lo intenté realmente y no me hace falta para darme cuenta que no tengo ese poder. Pero no es una mala persona, y creo que está... increíblemente sola. Como sea, sólo quería decir que me alivia saber que tiene cerca a una chica como tú. —Volví los ojos hacia Jez para sonreírle y picarle la nariz—. Que eres una bola de amor y dulzura.
     
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    Jez Vólkov

    Cicatrices.

    Marcas del pasado. Marcas de ser un idiota, marcas de valentía o de simplemente existir, funcionaban quizás, un poco como los huesos rotos, y lo cierto es que no todas las cicatrices se veían y a veces, las que más nos perseguían eran esas. Las invisibles, las que nos cubrían el corazón, las que se abrían con dagas imaginarias y sangraban como si fueran el jodido río Ganges.
    Y la sangre podía regar los terrenos fértiles, pero a la vez ser la cosa más contaminada en existencia.

    Podía estar siendo repetitivo con eso de las impresiones, pero había llegado a un punto, quizás sin saberlo, porque los recuerdos eran el equivalente de la memoria a las cicatrices.

    El corazón se me descontroló en el pecho cuando, de un movimiento rápido, me hizo sentarme en su regazo. Pude jurar que las lágrimas se me iban a evaporar del rostro, porque la sangre se había bombeado a toda prisa hacia mis mejillas, con violencia, y me ardía.

    Me envolvió entre sus brazos una vez más y cuando sentí que me acariciaba, casi por reflejo me hice aún más pequeña entre sus brazos mientras enterraba la cabeza en el hueco entre su cuello y su hombro.

    Era probable que no tuviera idea de nada, como siempre, o la tuviera y la ignorara. Pero si me veía en la situación de tener que jugarme el pellejo por él, también lo haría, sin dudar ni un maldito segundo porque, en el fondo lo que había en el corazón de Joey no era diferente a lo que había en el mío, por mucho que se hubiese esforzado por fundirse con las sombras del mundo que habitaba.
    ¿Qué no haría yo por quienes amaba? Y maldita sea, a él lo amaba tanto.

    Me despegué un poco de él cuando empezó a hablar de nuevo y sonreí al escuchar la tontería por la que estaba agradeciéndome. Siempre agradecía por tonterías.
    Cerré los ojos por reflejo cuando me picó la nariz y volví a ocultar mi rostro en él.

    —Me gusta estar con Blee —dije sin más. Era la pura y llana verdad, incluso si mi cariño parecía no alcanzarla completamente o si se retraía cuando sentía que estaba por llegar a ella, no importaba. Me gustaba su compañía silenciosa y compartir el almuerzo con ella, todas esas tonterías que se supone hacen las amigas—. Me gusta cuando es capaz de sonreírme o cuando me acomoda el cabello, porque siento que es más… ella.

    Suspiré con cierta pesadez.

    —Las personas tienen sonrisas diferentes para todos y es interesante descubrir la que alguien tiene reservada para ti. Blee, Laila, Al, Kuro, Anna e incluso Akaisa —añadí con cierto recelo—. Todos tienen una sonrisa específica para una persona, una que desarma cualquier escudo, y quiero creer que alguien día veré la de Blee. Es una tontería, pero la manera más fácil de filtrarte en el corazón de una persona es así, con un gesto de alegría transparente, ni siquiera es el amor como tal. Los buenos amigos se hacen así.

    Solté una risa por la nariz, volvió a despegarme de él, esta vez para tomar su rostro entre mis manos y estamparle un beso en la mejilla.

    —Tú mismo tienes una sonrisa específica para mí. La he visto y es preciosa.
     
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    Gigi Blanche

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    Joey Wickham

    Jez siempre encontraba, o más bien zanjaba, un camino preciso con sus palabras. Sabía elegirlas y ordenarlas, sabía transmitir ideas concretas y poderosas con ellas. Era una habilidad con la cual yo jamás había contado. ¿Sería gracias a todos los libros que leía? ¿Sería, acaso, efecto de todo el amor que siempre se había esforzado por dar? Jez se conectaba con las personas de una forma que yo nunca había apreciado. Conocerla me demostró que valía la pena.

    Quizá los sentimientos fueran quienes se esforzaban por aclarar su camino con las palabras, y yo era apenas un principiante.

    Sea como fuera, las palabras de Jez siempre me alcanzaban y me atravesaban. Me dejaban pensando. Sonreí y la estreché con fuerza cuando se hizo pequeña contra mí, y cerré los ojos al sentir su beso y volví a abrazarla, sacudiéndola suavemente de acá para allá. Era la persona más feliz del mundo cuando me sonreía.

    Luego de calmarme dejé caer la cabeza contra su cabello, a sus espaldas, y me quedé allí. No era bueno con las palabras, pero quería transmitir con toda la fuerza que ella transmitía. Quería hacerlo, y la apreté con fuerza.

    —Tu sonrisa también es preciosa —musité—. Es lo más precioso de este puto mundo.

    Quizá la alegría y el amor fueran cosas diferentes, pero muchas veces aparecían juntas. Quizá la alegría se ausentara a veces en el amor, pero en tanto de él hubiera sólo era cuestión de tiempo hasta que ella regresara. Esa esperanza, esa pequeña certeza, lo mantenía vivo. Quizá fueran cosas diferentes, pero se relacionaban en cientos de formas.

    Al menos eso era lo que yo creía, lo que yo sentía cuando Jez se quedaba conmigo. A pesar de todo, sin importar qué.
    Siempre se quedaba conmigo.

    —¿Tienes frío, amor? —pregunté luego de un rato, separándome para buscar sus ojos—. ¿Ya quieres ir a dormir?
     
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    Y de nuevo el rostro se me encendió al escuchar sus palabras. Con todo, seguía sin saber cómo reaccionar a los cumplidos, por muy feliz que me hicieran.

    Cerré los ojos unos minutos, allí entre sus brazos. Me sentía segura y el calor de su cuerpo incluso me atontaba un poco, era como cuando te pones a ver la tele bajo las mantas y terminas por quedarte dormido, no porque tuvieras sueño como tal, sino porque te sentías cómodo.
    De hecho no abrí los ojos cuando me preguntó si tenía frío, me limité a negar suavemente con la cabeza.

    ¿Ir a dormir? Sonaba bien, su calidez hacía que dormir se me antojara de repente.

    —Pero tenemos que acomodar las cosas todavía —murmuré, tratando de contener sin demasiado éxito un bostezo.

    Había que ver lo obsesionada que podía parecer con el orden a veces, supongo que eso lo tenía en común con Laila y Kuro-chan.


    hi miss IM BACK ON MY BULLSHIT
     
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    Abrí los ojos de repente ante su mención de la montaña de cosas y giré la cabeza lentamente hacia el problema en cuestión, casi como si esperara no encontrármelo allí. Pero allí estaba, claro. Solté un bufido pesado y froté mi cabello en un punto medio indefinido entre su pelo y sus hombros, incorporándome de repente con ella en brazos. Le sonreí, entre galante y simpático, y la devolví al suelo casi a cámara lenta.

    —Bueno, cariño —resolví, sacudiéndome la tierra de las manos—. Manos a la obra.

    Me acerqué a las cosas y les eché un vistazo. De repente me entraron ganas de bostezar y todo.

    —Yo iré ordenando las cosas dentro del coche. Tú si quieres encárgate de inflar el colchón dentro de la carpa. Mira, aquí está el inflador. Del fuego luego me encargo yo.
     
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    Jez Vólkov

    La respiración se me detuvo cuando se levantó, cargándome y se me escapó una risa suave cuando lo vi sonreírme. Era un idiota.
    Sin embargo, cuando me bajó mis manos se aferraron inconscientemente a su ropa, negándose a dejarlo ir aunque finalmente lo solté.

    Me froté los ojos con la mano izquierda y suspiré, ahora que me había separado de él sí sentía algo de frío.

    Asentí con la cabeza cuando me dijo lo de inflar el colchón, tomé el inflador y me dirigí a la carpa. Bostecé una vez más mientras extendía el colchón dentro y luego comenzaba a inflarlo.
    Me llevó su rato, mientras Joey acomodaba las cosas.

    Cuando por fin terminé, me dejé caer sobre él para saber si estaba bien inflado y me pareció que sí, aunque bueno, no era que mi peso fuera muy útil para probar la resistencia de algunas cosas. Me levanté y busqué entre mis cosas una sábana para ponerle encima.

    —Listo~
     
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    Joey Wickham

    Me llevé una linterna a la boca y la sostuve ahí hasta que llegué al coche y le encendí la luz interna. No tenía que quedar impecable, pero al menos esperaba no crear otra montaña de desastre. Los espacios eran reducidos, pero intenté dejar las cosas de cocina por un lado, las de pesca, por otro, y los enlatados y alimentos entre la nevera portátil y las bolsas correspondientes. Fui y vine las veces que fueron necesarias y cerré todas las puertas una vez acabé. Le limpié el mango a la linterna con el borde de la sudadera y me acerqué despacio a la carpa para lanzarme dentro de golpe. Mi peso rebotó sobre el colchón y le sonreí a Jez como un niño pequeño, boca arriba.

    —Sip, está bien inflado.

    Me reí, incorporándome, y salí una última vez para echarle un bidón de agua encima al fuego. La madera chirrió, el humo se alejó y, de repente, la única luz a la redonda era la de la linterna dentro de la carpa. Volví, cerré todas las cremalleras y le piqué la mejilla antes de quitarme la sudadera y los pantalones. Siempre dormía solo con los calzones.

    —Ah, fue un buen día —comenté, desatándome el cabello y metiéndome debajo de las sábanas—. ¿Te divertiste, linda?
     
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    Zireael

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    Solté una risa al verlo lanzarse sobre el colchón y lo seguí con la mirada cuando salió para apagar el fuego, sonreí sin darme cuenta siquiera.

    Desvié la mirada en cuanto comenzó a desvestirse, no supe realmente muy bien por qué si no era nada nuevo, era una suerte de reflejo involuntario. Me quité el abrigo que me había puesto un rato antes, dejándolo a un lado. Me incliné apenas sobre él para alcanzar la linterna y apagarla, haciendo que la oscuridad reinara entonces.

    Me metí bajo las mantas junto a él, acurrucándome de inmediato. Su piel estaba tibia.

    —Sí, cielo —respondí casi en un murmuro, apoyando mi cabeza en su pecho—. Mucho.

    :satan:
     
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    *pone Crazy de f-*

    okno

    Joey Wickham

    Una sonrisa tranquila me estiró los labios casi por reflejo cuando Jez se inclinó hacia mí para apagar la linterna, y pude sentir entonces el aroma de su perfume y la extraña calidez de su cercanía, aunque no me tocara. La recibí entre mis brazos de inmediato bajo las sábanas y le planté un beso en la coronilla de la cabeza, mientras acariciaba su espalda con movimientos lentos y vagos. Tenía la vista fija en el techo y el otro brazo debajo de mi nuca.

    —Gracias por aceptar hacer esto conmigo. —Solté una risa corta y seguí hablando, en voz baja y pausada—. Sé que ya te lo dije mil veces, pero... estoy muy agradecido de verdad. Y lo que más me importa es que te diviertas y la pases bien.

    La mano que vagaba sin rumbo por su espalda se afianzó entre sus omóplatos y me giré hacia ella, juntando nuestras frentes.

    —Te amo.

    Fue apenas un susurro nacido de la nada, del más puro deseo por simplemente expresarlo, sacarlo de mi pecho y colocarlo en sus labios. Por ello la besé un segundo después; encontré su boca de inmediato, a pesar de la oscuridad, y la besé con lentitud y suavidad.
     
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    Zireael

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    Jez Vólkov

    Se me escapó una risa suave cuando lo escuché agradecerme de nuevo y cerré los ojos por reflejo cuando unió nuestras frentes. Sentí su cabello oscuro hacerme cosquillas.

    Sus siguientes palabras me hicieron sonreír, a pesar de que en aquella oscuridad no pudiese ver mis expresiones. De todas formas ni siquiera me di tiempo de responder, encontró mis labios sin dificultad alguna y me besó. Correspondí de la misma forma y mis manos, casi sin permiso, se posaron en sus mejillas, acariciándolas con suavidad.
    Finalmente colé los dedos de la mano izquierda en su cabello suelto, me separé unos centímetros.

    —También te amo, cielo —murmuré, para luego dejar un beso corto en sus labios, apenas un toque. Dejé otro en su mejilla, en su nariz y otro en su frente, sobre el flequillo—. Muchísimo.
     
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