Pasillo (2º piso)

Emily Hodges

Parpadeé un par de veces, sorprendida, confusa quizás, con la mirada perdida en el pasillo. ¿Qué... había pasado? Recibí una respuesta por parte de Liza casi de inmediato y, por supuesto, no tardé en mirar el aparato para ver lo que me había dicho. Quise comunicarles entonces a las chicas la buena noticia cuando me encontré con aquella escena.

Quise ofrecerme a ayudar pero para cuando fui capaz de reaccionar, Mimi ya había desaparecido del pasillo, llevándose consigo a Aika. Ellas... estarían bien, ¿verdad? Irían a la enfermería y estarían bien... sí, tenía que creer en ello.

Tragué saliva y negué rápidamente con la cabeza, recuperando la compostura. Después podría visitarlas, asegurarme que estaban bien, pero por ahora tenía otro objetivo que cumplir.

Así pues, me dirigí hacia las escaleras para bajar las mismas hasta el primer piso.

 

De una forma u otra, ya se había acostumbrado bastante a que su estómago le jugara malas pasadas. Si no era él, era su cabeza; si no era la cabeza, era una contractura en el cuello. Entre la ansiedad, lo poco que había logrado dormir y todo lo que mentalmente se iba reprochando, tuvo que detener sus pasos y llevarse una mano al vientre, chasqueando la lengua. Un sudor frío e indeseado reptó de quién sabe dónde y comenzó a bañarle el cuerpo.

Quiso patear algo hasta deshacerse los zapatos y corrió al baño, metiéndose de lleno en el primer cubículo vacío que encontró. Y vomitó.

Fue prácticamente un trámite, pero seguía molestándole como la mierda. No creía lograr acostumbrarse alguna vez a devolver el desayuno cuando todo su cuerpo se negaba en ir a la escuela. Abrió el grifo de agua, se echó una buena cantidad a la cara y se lavó la boca repetidas veces. El espejo le devolvió su reflejo y arrugó el ceño, suspirando pesado.

Bueno, preferible ahora y no a mitad de clases, ¿eh? Habría llamado demasiado la atención. Esos japoneses de mierda eran auténticos chusmas.

Sus manos se aferraron a los bordes del lavamanos y dejó caer la cabeza un momento, regulando su respiración. Estaría todo bien. Tenía que estarlo. Era su oportunidad de hacer las cosas bien, comenzar de nuevo y alejarse de toda la mierda donde se había metido.

Sí. Era una oportunidad de oro. Debía aprovecharla a como dé lugar.

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aquí, solo haciendo sufrir a mis hijos, normal(?)

 

Le había dicho a Altan que subiera a clase y que ella llegaría pronto. Parecía molesto, bueno, estaba evidentemente molesto, pero no terminaba de entender realmente por qué y quizás él tampoco lo tuviera demasiado claro. Aunque de tenerlo, no parecía muy dispuesto a decirlo.
Aún así, le había hecho caso como era usual y había seguido su camino luego de revolverle el flequillo con cariño, aunque el ceño fruncido no se lo quitaba nadie.

Había que verlo nada más, comportándose como un chiquillo malcriado. Así había sido toda la vida.

Cuando entró al baño notó a la chica del cabello rosa, inclinada sobre el lavamanos y sus malditas alertas se activaron una tras de otra. Las mismas que la habían hecho interponerse entre Altan y un chico dos años mayor, las mismas que la habían hecho secarle el cabello a Joey y las mismas que hacían que le dijera a Laila que no debía acompañarla al club si no le interesaba.
Las estúpidas alertas que la lanzaban a velar por casi cualquier alma que se le cruzara.

No se acercó demasiado, no quería incomodarla.

—¿Estás bien? —dijo casi en un murmuro, con una calma en la voz que le recordó a la de Kurosawa. No era la mejor de las preguntas, pero tampoco quería bombardearla.

Eso era diferente a cuando el problemático de Al se metía en una pelea.

 

Claro que escuchó la puerta del baño, tan sólo decidió no brindarle crédito alguno. El sonido la había tensado un breve instante, como si su cuerpo viviera en un constante estado de lucha o huida; probablemente no fuera una idea muy descabellada. Ni siquiera alzó la mirada, pues no se encontraba bien y tampoco le venía en gracia tratar mal a la gente de gratis.

Y no estaba de ánimos para sonreírle a nadie.

Sin embargo, no lo dejaron estar. Cuando oyó una voz suave preguntándole si estaba bien y se irguió, reconoció la cabellera de nieve de los casilleros. La escrutó un rato hasta que suspiró y se encogió de hombros, acomodándose el cabello frente al espejo. La coleta se le había desajustado un poco.

—Claro, sólo me cayó medio mal el desayuno —mintió, en tono neutral, y dudó unos segundos antes de agregar—: Gracias.

Vaya, la preocupación en los ojos miel de esa chica era tan genuina y transparente que casi dolía. Ni siquiera la conocía, nadie en esa escuela la conocía. ¿Acaso era la Virgen María o algo parecido?

Dudó otra vez tras ver agotada su excusa de acomodarse el pelo. Apretó los labios, dejó caer las manos a los costados de su cuerpo y podría jurar que un rastro de calor le bañó las mejillas. No se atrevió a comprobarlo en el espejo. Venga, Anna, un pequeño esfuerzo.

—¿C-cómo te llamas? —fue apenas un murmullo, y se maldijo mentalmente por tropezarse en la primera palabra.

Esperaba que la albina hubiera alcanzado a oírla.

 

La vio acomodarse la coleta mientras le respondió y la preocupación en sus ojos dorados solo se acentuó, como era usual.

—Puedo ir por un té a la cafetería, tal vez te siente bien —añadió, mientras sujetaba el maletín con ambas manos frente a ella.

Nani solía prepararle té cuando se enfermaba del estómago y ella lo hacía con sus primos. En general era mejor que nada, además el calor adormecía un poco la sensación de tener el estómago magullado.
Estaba por retroceder sobre sus pasos para ir por uno, sin esperar respuesta, cuando la chica volvió a llamar su atención. Notó el leve rubor en el rostro ajeno y, por respuesta, sintió arder también sus mejillas.

—Vólkov —respondió por reflejo, al final había terminado por acostumbrarse a las formas japonesas. Recordó lo extraño de su propio apellido y añadió, casi tan bajo como la muchacha—. Pero es un apellido raro, así que puedes llamarme Jez si no te sientes cómoda pronunciándolo.

 

Una risa floja se le escapó entre los labios al oír todo sobre el dichoso té y observó a la chica con detenimiento por el rabillo del ojo, seria. ¿Era real? Parecía serlo. ¿Era normal? No, no mucho. Bueno, sabía que existía gente capaz de satisfacerse con el simple hecho de ser amable con los demás. Pero ¿no estaba topándose con princesas demasiado surrealistas ese día?

¿Debía ceder? ¿Seguir a la defensiva? Comenzaba a dudar.

—No, no te preocupes. —Se colgó la mochila de los hombros y enterró las manos en la sudadera—. No es para tanto, ya se me pasará.

Sacó el paquete de chicles del bolsillo y se llevó uno nuevo de tutti frutti a la boca. Arrugó el ceño un momento antes de guardarlo y lo estiró hacia la chica en silencio. ¿Vólkov? Bonito apellido. Definitivamente no japonés.

—Bueno, no esperaba nada demasiado normal viéndote el cabello —admitió; no sonó rudo, sino algo ácido pero aún así libre de malicia—. Vólkov, ¿verdad? ¿Lo pronuncié bien? Pues va. Yo soy Hiradaira, por cierto. Hiradaira Anna. Llámame como te venga en gana, me da lo mismo. ¿Quieres? —insistió, reiterando la oferta de los chicles.

 

En otro momento quizás el comentario sobre su cabello la habría cohibido, pero lo cierto es que de las únicas emociones que había aprendido a leer bien sin necesidad de un espejos eran aquellas que buscaban dañar sin más razón y a pesar de lo insípido de su comentario, sabía que realmente no tenía la intención de ser grosero como tal.

Aún le preocupaba eso de su estómago, pero se veía recompuesta, así que no iba a insistir.

Notó que extendía el paquete de chicles hacia ella, pero dudó si tomar uno y siguió prestándole atención. Asintió al escucharla pronunciar su apellido y volvió a sonreírle.
Dio un respingo cuando le preguntó directamente por los chicles y estiró la mano, para tomar uno y llevárselo a la boca. Eran de ese sabor dulce, que Al no le hacía mucha gracia pero a ella sí. ¿Cómo era? Tutti frutti.

—Gracias, Anna —respondió, llamándola por su primer nombre como la ingenua que era. Además, si alguien decía que no le importaba, pues era más fácil que estar recordando llamar a la gente por su apellido—. Por cierto, ¡tienes un cabello muy bonito!

Lo soltó así como si nada, justo como le había dicho a Joey que parecía un niño y que era lindo. Sin ninguna intención, solo porque era lo que sentía y le parecía bueno decirle a los otros cosas buenas como esos halagos inocentes. Más de una vez lograba hacer que la gente sonriera con ellos y eso era, después de todo, algo que la alegraba.

 

No reaccionó realmente a su agradecimiento, sólo curvó los labios en una pequeña mueca similar a una sonrisa rápida y guardó los chicles en el bolsillo. Le había llamado por su primer nombre y le daba lo mismo, si a ella le quedaba más cómodo así, pues mejor. De cualquier forma, una pequeña, pequeñísima parte suya prefería ser reconocida como Anna y no como Hiradaira. Su apellido se le hacía demasiado impersonal para definirla, su apellido era el que siempre había salido de los labios de toda esa gente indeseada.

Hiradaira era frente a todo aquello que ansiaba dejar atrás.

Pero Kakeru le llamaba Anna, ¿verdad?

El cumplido de Vólkov la hizo volver la mirada hacia ella con cierto apuro, como si necesitara analizar su expresión al decirlo para definir su honestidad. No encontró nada diferente en los ojos dulces y la sonrisa casi infantil de aquella chica y se sonrió con cierta altanería.

—Lo sé, ¿verdad? —dijo, pasando una mano por el cabello rosa dentro de la coleta—. Tú podrías ponerte el arcoiris entero en ese lienzo de nieve, Vólkov. ¿No lo has pensado? Te quedaría bien.

Ciertamente. La princesa no tendría que decolorarse ni luchar por neutralizar los pigmentos dorados. No tendría que quemarse el cabello ni los dedos con tal de echarse un bote de tintura que la hiciera sentir un poquito mejor consigo misma.

 

La sonrisa que apareció en rostro de Anna le recordó a las sonrisas que había visto que Altan le dedicaba a otros desde hace años, no eran ni por asomo parecidas a las que le dedicaba a ella.
De hecho, la forma en general en que se estaba comportando la chica se lo recordaba. Por un momento pensó que quizás hasta lograran llevarse bien si se conocían, pero desechó el pensamiento de inmediato. A veces la gente que era parecida no congeniaba mucho, como ella con Kurosawa.

Se llevó una mano a un mechón de cabello.

—Realmente nunca lo se me ocurrió —admitió, pensativa. ¿Qué color podría ponerse? ¿Lila, como el de Laila? ¿Un tono de azul como Kurosawa? Hasta un tono de rosa más tenue que el de Ana, cualquier cosa menos el rojo de Akaisa, que gritaba peligro por todas partes—. Pero supongo que no estaría mal intentarlo alguna vez. Supongo que si algún día se me ocurre teñirme podrías ayudarme con eso, ¿no?

Otra sonrisa suave. Incluso con la actitud esquiva y hasta altanera de Anna, le estaba gustando hablar con ella.

 

Pestañeó un par de veces ante aquella invitación tan repentina; ciertamente no lo había pensado así. La forma en que la idea viajó directo hasta su pecho y encendió allí una pequeña llama la obligó a arrugar el ceño, algo incómoda. No pudo evitar imaginar el escenario donde se juntara con una amiga después de clases, para charlar, peinarse el cabello y hacer estupideces juntas, y no pudo evitar desearlo con cada puta pizca de corazón que tenía adentro. Dios, al final era una jodida debilucha, ¿verdad? Dos caricias en el lomo y ya estaba sacudiendo la cola. Por eso todo le había dolido tanto.

No le salía hacerse la dura.

—¿Ayudarte? —masticó la palabra, casi incrédula, y soltó el aire por la nariz. Se permitió sonreír con cierta alegría—. Claro, Vólkov. Suena divertido, aunque apenas nos conocemos.

Se acercó a la chica, más alta que ella, y se inclinó cerca de su rostro. Estiró sus labios un poco más tras observarla unos segundos.

—¿Eres siempre así de confianzuda? Mierda, qué peligro. —La rebasó para ir hasta la puerta y, desde allí, la vio sobre el hombro—. ¿A qué año vas, por cierto? ¿Eres de segundo?

Sería agradable ir al mismo aula, la verdad.

 

No pudo evitar la alegría que le provocó sentir que algo en su propuesta había logrado cambiar un poco la actitud de la chica y hacer que le sonriera de forma diferente. Apretó el maletín entre sus manos en cuanto la escuchó aceptar aquella oferta casi infantil.

En cuanto Anna se acercó a ella el color le subió al rostro pero en cuanto volvió a mirarla, se puso en marcha tras ella. Había olvidado por qué se había detenido en el baño y qué más daba, ya podría ir a los del tercer piso.

—Ah, sí lo siento. Por eso no tengo demasiados amigos, soy confianzuda y algo torpe —admitió mientras salía del baño, luego negó suavemente con la cabeza a su pregunta—. Soy de tercero, aunque no parezca.

 

Podía estar con más ganas de ladrar que hablar bonito, pero al final seguía siendo una despistada total. Ni siquiera se dio cuenta que Vólkov había entrado y salido del baño sin hacer nada realmente. Si debía ser honesta, esa pequeña e inofensiva invitación de la albina había sacudido sus defensas de fortaleza; al menos por un momento. Al menos mientras sólo siguieran siendo ellas dos.

—¿Confianzuda y torpe y sin amigos? —replicó, soltando una carcajada breve—. Mira, que yo sepa esos atributos suelen ser compatibles.

En realidad estaba diciendo mierdas, si lo pensaba con detenimiento. Confianzuda y torpe eran las palabras justas que habría usado para describir su actitud cuando apenas había llegado a Japón y creyó que todo sería igual en tanto sonriera y fuera simpática.

Ja.

Buscó su mirada sobre el hombro y la siguió hasta alcanzarla cuando le dijo que era de tercero. Ese no era su piso, ¿verdad? ¿Qué hacía ahí, de todos modos?

—Bueno, linda, no seré la voz de tu consciencia para enviarte a tus clases —se excusó, encogiéndose de hombros—. Si llegas tarde no es mi culpa. Mi clase está... por acá, en teoría. Es mi primer día, de todos modos, ¿puedes creer que me dio una patada al hígado justo antes de comenzar en una nueva escuela? Dime cuán meada estoy por elefantes. Al menos una princesa fue muy amable de indicarme en los casilleros adónde debía ir.

Había soltado lo último con cierta sorna, sonriéndose. Estaba hablando bastante, ¿eh? Lo recordaba como algo usual de su actitud, aunque hacía mucho tiempo no lo ponía en práctica. Soltar la lengua. Hizo un globo con el chicle y lo explotó sin mayores complicaciones, regresándolo a su boca en pocos segundos.

—Como sea, gracias por preocuparte por mí, Vólkov. Pareces demasiado pura para este mundo, ¿eh?

 

La gente en general repelía a los confianzudos o, en su defecto, se aprovechaba de ellos en diferentes sentidos. Los niños groseros de la escuela elemental se lo habían enseñado y posiblemente hubieran continuado de no ser porque Altan se había comportado como su guardián, ya no solo de los bullies, sino también de los que se aprovechaban de las chicas.

Se sacó el móvil del bolsillo para revisar la hora en cuanto Anna habló sobre llegar tarde. Bueno, quedaban unos minutos, ¿no? Podía hacerle compañía y luego subir.

—Todavía queda un rato. Puedo acompañarte si quieres —añadió, sin prestar demasiada atención a su último comentario y sin preocuparse por una posible respuesta ácida de su parte—. No debería tomarme más de un par de minutos subir de todas formas.

Avanzó en dirección a las aulas entonces y apoyó la espalda en la pared entre la 2-1 y la 2-2.

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guess who's back, bitches

 

Siguió los movimientos de Jezebel por el rabillo del ojo cuando sacó el móvil de su bolsillo y volvió la vista al frente, con auténtica cara de póquer. Quizá se fuera, prácticamente le había abierto la puerta de salida, pero no lo quería del todo. La compañía de esa confianzuda era... agradable, si se quiere. Andar con alguien le ayudaba a relajarse, siempre lo había hecho. Cuando estaba sola su mente se descarrilaba.

Por ello, cuando la vio apoyar la espalda en la pared y hablarle, Anna se detuvo frente a ella, manos en los bolsillos, y le sonrió. Le faltaba calidez, la alegría no acababa de llegarle a los ojos, pero era una sonrisa decente.

—Aprecio tus servicios, Vólkov~ —bromeó, en un tono de voz ligeramente grave que ya se había acostumbrado a usar, y decidió sacar conversación—. ¿En qué clubes estás? ¿Cuál crees que le sentaría a alguien como yo?

Lo último lo dijo extendiendo las manos dentro de los bolsillos, abriendo su sudadera mientras su coleta le seguía el ritmo a destiempo al girar sobre sus talones. Clavó su mirada rosácea en el ámbar de Jez al detenerse y ladeó apenas la cabeza, aguardando por una respuesta.

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vERGA LO QUE HABÍA EXTRAÑADO ROLEAR A ESTA PENDEJA ASHUDA IM DYING

 

Una parte de sí se sintió satisfecha cuando Anna le sonrió, a pesar de que no era una sonrisa de verdad. Ya era algo. Le sonrió con suavidad y al escuchar su pregunta, se puso a pensar en los clubes.

—Yo solo estoy en el club de lectura y bueno no creo que seas de leer con un grupo de chicas durante el almuerzo, ¿no? —Balanceó el maletín que sujetaba entre sus manos—. ¿El club de arte tal vez? Aunque eso es un poco estereotipado, asumiendo que te gusten esas cosas porque llevas el pelo teñido. Supongo que el de jardinería también es una opción, en general allí se juntan chicas bastante tranquilas y de últimas el de cocina podría ser una buena opción, si no recuerdo mal, me dijeron que una conocida de segundo es la presidenta este año.

Daba la sensación de que Kuro-chan podía llegar a llevarse bien con Anna si se ponía a pensarlo. Tal vez podría ayudarla a relajarse un poco. Si había logrado acercarse a Al y a Akaisa, pues parecía posible.

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jaja jokes on u, jez

 

Luego de saludar a Kohaku subió sin más hasta su piso. Había echado un vistazo alrededor pero no se topó a nadie conocido, así que lo dejó estar. ¡Dar con el mini Ishikawa le había subido los ánimos a mil! Joder, ¿era legal estar tan contenta? No podía creer la cantidad de cosas buenas que le habían ocurrido de repente y jamás habría creído, tampoco, que a pesar de la resaca y el cansancio estaría tan emocionada por su segundo día de clases.

Por primera vez en mucho tiempo había empezado a creer que las cosas, realmente, podían volver a estar bien. Que ella podría volver a ser quien era.

Y ya lo había hecho, sin darse cuenta. Cuando se echó a reír junto a Jez, le dio una paleta a Sonnen, fue honesta y se permitió llorar. Cuando comprendió a Konoe e intentó ayudarla. Cuando Joey la corrió por toda la azotea mientras luchaba por controlar la risa que amenazaba con aflojarle las piernas y hacerla perder.

Estaba volviendo a ser esa Anna que tanto había extrañado.

Cuando llegó al segundo piso, su mirada topó con la silueta de Hodges y correteó hasta alcanzarla, bastante animada. Se detuvo de repente junto a ella.

—¡Hola! ¿Cómo estás? —Le echó un vistazo más atento y sonrió compasiva; no se veía muy bien, ¿verdad?—. Ah, qué cosas. Mira, traje algo para ti.

Esculcó dentro de su mochila y le extendió un juguito de naranja. Estaba frío, recién sacado de la máquina expendedora. Era un detalle estúpido, realmente, pero pensó que habría varios con problemas de deshidratación esa mañana y quería ayudarlos.

—Espero que te guste el de naranja —se excusó, soltando una risa fresca—, si no tengo también de uva, fresa y... manzana. ¡Ah! Y multifruta. Ese es mi favorito porque no tengo que decidir, es como lo mejor de muchos mundos.

 

Emily Hodges

Estaba a punto de despedirme de Kashya cuando una presencia apareció repentinamente a mi lado, como una bola de energía que de repente se teletransportaba ahí dónde quería y asustaba a los demás con su aparición. Bueno, no me asusté porque estaba demasiado cansada, pero sí me sorprendió ligeramente.

Por suerte, pronto distinguí la voz de Anna y me giré para recibirla con una sonrisa. O un intento de ella, al menos, que no debió salir muy bien porque la chica no tardó en darse cuenta que no estaba especialmente bien. La observé entonces rebuscar entre sus cosas y extenderme después un zumo de naranja, quedándome algo parada al verlo.

Pestañeé un par de veces antes de finalmente coger la cajita, mirando después a la chica con una sonrisa llena de gratitud, sintiendo que por unos segundos el dolor de cabeza desaparecía con ello. Reí cuando escuché lo último y acabé por negar con la cabeza, apretando ligeramente el zumo entre mis manos.

—Este está perfecto, muchas gracias, Anna —le dije, sin perder la sonrisa.

Después de un segundo di un respingo, como si me hubiese dado cuenta de algo, y me aparté para señalar a Kashya con una mano.

>>Ah, ella es Kashya, es una amiga mía —tras decirle el nombre de Anna a la albina, la misma se inclinó en una reverencia y siguió mirándonos después, sin decir nada más—. Va a la clase 2-2, ¿acaso estás con ella? ¿O estás en la 2-1?

 

Le sonrió alegre a Emily luego de que aceptara el zumo, y entonces prestó atención a la chica que le estaba presentando.

—¡Ah, otra albina! —exclamó, sorprendida; no parecía de muchas palabras así que prefirió no invadir su espacio ni nada. Asintió ante la pregunta de Emily—. Sip, voy a la 2-2. Ah, ahora que lo pienso... creo que te recuerdo de ayer, sí. Perdona, aún no me aprendo todas las caras, ¡pero en fin! Espero que nos llevemos bien, Kashya-chan.

Entonces se sintió repentinamente mal y frunció un poquito el ceño. ¿Sería descortés de su parte haberle regalado un zumo sólo a Emily? Igual no tenía muchos... pero...

¡Ah, ya qué!

—Kashya-chan —volvió a llamarla, extendiéndole un juguito de uva, algo precavida—. ¿Quieres?

 

Kashya Thornton

Negué con la cabeza cuando se disculpó. No me importaba que no se acordase de mi rostro, a decir verdad, solo llamaba la atención por mi pelo y luego se olvidaban de mí porque no me relacionaba con ello. Además, habíamos tenido aquellas pruebas físicas así que no se había podido presentar correctamente, ¿verdad?

La vi después en lo que parecía en un debate interno hasta que finalmente extendió uno de aquellos zumos hacía mí. Pero no era para mí, ¿verdad? Era obvio que los había preparado para aquellos que habían estado en la fiesta así que no iba a quitárselo a nadie.

—No, gracias.

Emily entonces rió ligeramente y sentí como me daba un par de palmadas suaves en el hombro.

—¡Ah, no te preocupes! Kashya no se enfada por nada, ¿verdad que no? —negué con la cabeza, impasible—. Pero tranquila, te ha tocado una buena clase. Hay una chica castaña que se llama Liza que es mi amiga, es muy buena chica también, y Kurosawa-san, la chica de la mecha azul que también vino ayer, la conocí hace poco pero está en el club de cocina conmigo y también ha sido muy amable.

Emily entonces se separó de mí y se giró para mirarme, con un dedo en la comisura del labio, pensativa.

>>Oh y, también está Middel-san, ¿verdad? Está en el club de lectura... —asentí con la cabeza y entonces la chica volvió a girarse hacia Anna—. He visto que conoces a Vólkov-senpai, Kashya y ella están en el club de lectura, y también Middel-san que está en esta clase.

Tras unos segundos de silencio dio una palmada, aunque lo más silenciosa posible.

>>Así que puedo estar tranquila porque vas a estar bien acompañada~