Explícito You should see me in a crown [DMW]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Gigi Blanche, 30 Marzo 2020.

  1.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master yes, and?

    Piscis
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    Escritora
    Título:
    You should see me in a crown [DMW]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3640
    Título: You should see me in a crown
    Rol: Deadman Wonderland
    Personajes: Connie Dubois; Alice Dumont; aparición de Agnes Astaroth.
    Advertencia: escrito explícito por su alto contenido de violencia física. Avisados quedan.
    N/A: weno Yugen, ¿recuerdas ese coso que había comenzado hace mil años? Hoy musa-sama llegó por alguna razón y me clavé 3k palabras de la nada JAJAJA. Well, me quedó bastante largo, pero creo que era necesario para todo lo que pretendía abarcar. Anyways, enjoy <3


    you should see me in a crown
    i’m gonna rule this nothing town
    .
    .

    Una intensa alarma comenzó a replicarse dentro del recinto, llenando cada espacio y sobresaltando a Connie. La chica soltó un improperio al notar que se había manchado el dedo con esmalte rojo y dejó el frasquito sobre la mesa de un golpe. Levantó la vista con el entrecejo fruncido y alzó el dedo corazón hacia el televisor mientras la propaganda se reproducía sin su permiso. Allí salía un interesante montaje de batallas, aves, espectáculos de circo y sangre, junto al anuncio final de una fecha y hora que coincidía con la noche de mañana. Luego de unos pocos segundos en silencio, el televisor volvió a encenderse y Connie se abocó a sus uñas, dándole la espalda al aparato.

    —Buenos días, mi querido colibrí. ¿Cómo te encuentras?

    Era la voz que se había convertido en su mundo entero. Era la locura, la suavidad y el cinismo al que se había acostumbrado, y sin el cual ya no lograba imaginarse ni siquiera a sí misma. Agnes lo era todo. Era sus rejas, su placer y su motor de vida. Era ella y más que eso.

    —Muy bien, como verás. Dándole unos mimos a mis uñas.

    Oyó la sonrisa en el tono sedoso y complaciente de Astaroth.

    —Ya me he encargado de todos los preparativos. Fuera de tu puerta podrás encontrar el atuendo que me pediste. Espero que den un gran espectáculo mañana, Connie. No me decepciones.

    Dubois alzó sus manos satisfecha para comprobar que todo rastro de esmalte había desaparecido de su piel. Sin mirarla ni un segundo, pero sin perder la cortesía tampoco, Connie le dijo:

    —De acuerdo. ¿Eso es todo? Te sugiero que te vayas, a menos que quieras verme vomitar.

    La sonrisa de Agnes a sus espaldas se ensanchó. De cierta forma, y a pesar de la ausencia física, logró sentir su presencia exhalando aire helado en su nuca.

    —¡Oh, no! Por favor, no. Quiero a mis dos finalistas contentas y saludables para el último acto de esta maravillosa obra. Descansa bien, Connie, lo necesitarás~

    Connie comenzó a tararear una canción luego de que la comunicación se cortara, mientras le daba los retoques finales a su manicura. Las observó, las giró, las sopló y se sonrió. Había una enorme contradicción entre la tranquilidad que había alcanzado en esos cinco meses y todo lo que aquella prisión le había forzado a ver y hacer. ¿Sería esa una especie de paz en medio de la perversión? Cuando ya no queda ni una pequeña chispa de luz, y tu cuerpo y mente se rinden al fluir de los acontecimientos. Cuando ya no te resistes, cuando ya no te lamentas. ¿Estaba ahí, en ese punto de no retorno? Cerró el pequeño frasquito rojo y lo guardó en el cajón del escritorio, yendo hacia la puerta para recoger su atuendo. Cuando lo desenvolvió y estiró sobre la cama, Connie sonrió y se echó sobre él, incapaz de contener una risa aguda, histriónica y desquiciada que se propagó hasta los pasillos de la prisión.

    —Sip —ronroneó, enredándose entre las ropas—, aquí es.

    .
    .



    watch me make ‘em bow
    one by one
    one by one
    one by one

    Las luces parpadeaban a intervalos irregulares. Eran reflectores blancos, deslizándose sobre la jaula en movimientos anárquicos. Brillaban sobre los barrotes metálicos, acentuaban el ligero polvo danzando en el aire, aumentando la expectativa y el calor de la última Batalla de Cadáveres que aquella tanda de prisioneros protagonizarían. El público, espectadores de lujo únicamente habilitados para aquel espectáculo, llenaban las gradas circulares que rodeaban la vistosa, amplia y bendita jaula destinada a cubrirse con sangre joven.

    Mucha sangre joven.

    —Ya pueden ingresar, mis preciosas aves.

    La voz de Agnes sonó por los altoparlantes, y los reflectores enfocaron las dos entradas opuestas a la jaula. Las rejas se abrieron lentamente, y las finalistas pisaron el suelo polvoroso al mismo tiempo. No era la primera vez ahí para ninguna de las dos, pero una de ellas poseía ya una temible y respetable reputación que mantener. Llevaba, después de todo, una racha de cinco batallas de cadáveres ganadas; y las últimas dos, tan despiadadas y salvajes, tan violentas, que los rumores corrían sobre los perdedores absolutamente desfigurados. Irreconocibles. Meros amasijos de carne. Y la verdad sólo la sabían tres personas entre toda la muchedumbre.

    Connie permanecía de pie, con los brazos en taza, sonriéndole a Alice. Llevaba el cabello en sus coletas usuales, pero se había coloreado las puntas en tonos azules y verdosos. Combinaba con su atuendo, un enterizo de piernas cortas y manga larga, ajustado al cuerpo y de amplio escote, que brillaba en colores tornasolados bajo los reflectores. Una vaporosa capa de encaje negro se extendía a lo largo de sus brazos y danzaba hasta la altura de sus rodillas, donde comenzaba el ajustado trenzado de sus tacones cerrados. Parecían zapatillas de ballet, oscuras y verdosas, como la cola de una sirena.

    Alice se sonrió, apreciando la voluptuosa belleza de su pequeño colibrí, tan prepotente y salvaje, tan sensual y desesperado por destacar. Su aspecto era tan diferente. El cabello morado caía suelto, en llovida cascada, con dos simples trenzas a los costados de su rostro unidas por un gran moño oscuro. Su vestido, esbelto y de seda, era modesto, ligero y poseía una falda plisada que cortaba irregular a la altura de sus pantorrillas. Destellaba en sobrias tonalidades pastel, decantándose entre el rosado y el violeta, y contrastaba con el amplio y aparatoso cuello negro que se extendía sobre sus hombros y bordeaba su escote. Combinaba, además, con los largos guantes de raso oscuro que llevaba en los brazos, y con las delicadas zapatillas chatas de sus pies.

    Ninguna llevaba una sola pluma encima, pero no hacían falta para saber qué aves las representaban con apenas un vistazo.

    Agnes presionó sus muslos, extasiada, al observar la majestuosidad de sus finalistas. Ah, eran fantásticas y elegantes. Eran sofisticadas, jóvenes y radiantes. Sin dudas, sin lugar a ninguna duda, darían un espectáculo digno para el recuerdo.

    —Colibrí, flamenco, bienvenidas a la última Batalla de Cadáveres. Pueden comenzar.

    La multitud se alzó en pronunciada algarabía, y el cambio de color en los reflectores marcó el inicio del show. Eran ahora rojos y dorados, pues así los prefería Agnes. Así, la sangre resaltaba más y la carne mutilada lucía preciosa, digna, valiosa.

    Alice volvió la mirada tras haber disfrutado de la deliciosa imagen de su Reina de Corazones, tan flamante y regia en su trono de terciopelo, el único lugar que le rendía honores a su majestuosidad. Ah, ¿sería su última oportunidad de apreciarla? Debía aprovechar cada segundo, cada pequeño, ínfimo y ridículo segundo.

    —¿Se te perdió algo por allá, dulzura? Yo que tú no me descuidaría tanto.

    La prepotencia usual de Connie la devolvió a la realidad, y contempló con tranquilidad cómo la joven frente a ella desenvolvía las guadañas en sus antebrazos. Era… la primera vez que se encontraban allí, ¿verdad? Dentro de la jaula. La había visto pelear tantas, tantas veces, que ya nada le sorprendía; y aún así, aquel espectáculo seguía siendo innegablemente hermoso.

    —Ah, Corianne, permíteme.

    No podía negar el deje poético de su habilidad, ese derecho concedido para hacer sangrar a los demás con las formas que sus propias almas tomaban. La sonrisa de Alice se amplió y de sus antebrazos, también, brotaron dos amplias guadañas. No perdió a Connie de vista ni un segundo, y su amplia mueca de diversión confirmó sus sospechas. Ese deje poético… funcionaría de maravilla con su pequeño colibrí. ¡Ah! Había tanta belleza y crueldad en aquel lienzo.

    —No podrás atacarme de lejos, princesita. Disfrutaré de cada una de tus lágrimas cuando el dolor sea insoportable.

    Un lienzo que se teñiría de sangre.

    Alice extendió sus brazos en el aire y alzó la barbilla, con un ligero tinte rosado decorando sus mejillas. Apenas la idea de todo lo que aquello significaba, de todo lo que ocurriría allí adentro, le sacudía cada nervio del cuerpo.

    —Ven, Corianne —musitó, incapaz de contener el éxtasis en su voz—. Vamos a jugar.

    Connie sonreía socarrona, imberbe, altanera. Era la misma sonrisa que le dedicaba cuando enterraba las uñas en su espalda y la oía gemir, o cuando azotaba su cuerpo contra la pared y le mordía la boca hasta hacerla sangrar. Era el placer que gozaba en lo alto de la cadena alimenticia, en el triste vacío disfrazado de superioridad. Ese placer que empañaba sus ojos y Alice adoraba, pues allí se escondía el núcleo de todo lo que le fascinaba sobre su salvaje colibrí. No era, en definitiva, más que un vulgar y asustado animalillo.

    —Como su Majestad desee.

    Una chispa de nada, y su patético cuerpo se encendía.

    Connie arremetió de frente, a pura velocidad, pues así de mucho confiaba en su fuerza y en su agresividad. Se había vuelto casi una experta en el empleo de aquellas guadañas; normal, luego de tantas batallas. La ruleta había parecido diabólicamente ensañada con ella y los rumores corrían. ¿Castigos, condenas, mala suerte? Nada de eso. Alice esquivó el violento ataque de Connie con agilidad y giró sobre el eje de su pie izquierdo, en busca de la cintura expuesta de Dubois.

    Ella así lo había deseado, y Agnes había cumplido todos sus caprichos. Era, después de todo, una de sus aves favoritas.

    Connie detectó las intenciones de Alice y golpeó su brazo con el codo. Lo golpeó como si buscara partir una roca por la mitad, o siendo más exactos, como si buscara verla quebrarse. El impacto fue intenso y desvió la línea de su ataque, obligándola a retirarse. Alice dio dos pasos vaporosos hacia atrás, y desde allí observó al colibrí. Su expresión era inmutable y Connie chasqueó la lengua.

    —¿Qué pasa que no te pones? Eso debe haber dolido como la mierda, ¿o no?

    La sonrisa de Dumont se ensanchó y señaló, elegante, hacia el exterior de la jaula. Ambas desviaron la mirada por un momento y allí la encontraron.

    —Es demasiado pronto para eso. Tenemos un espectáculo que ofrecer, y no puedo decepcionarla.

    El fuego no hacía más que avivarse. Un profundo odio destelló en los ojos de Connie cuando se encontró con su mirada rojiza, ansiosa, llena de gozo, y escupió al suelo. Una risa ronca escapó de su pecho y se encogió de hombros. Luego de Alice, iría por ella. Se encargaría de asesinar a Agnes Astaroth con sus propias manos.

    —Ya sabes, soy incapaz de rechazar tus deseos. Si quieres sufrir, cariño, no voy a negarme.

    El estilo de Connie, aunque efectivo, era bastante vulgar y ordinario. Reflejaba muy bien el contenido de su alma. Alice había sabido esquivarla dos, tres veces, pero sus reflejos le jugaron entonces una mala pasada y sintió el filo de las guadañas a la altura de los omóplatos. Fue frío y su sonido se asemejó al desgarrar de la seda, como una hermosa mariposa abriéndose paso de su capullo. Pero el dolor… no estaba. No del todo, no como debería. Alice se secó el sudor perlado de la frente y se giró hacia Connie en el momento justo para detener un ataque frontal. Sus guadañas chocaron y ambas presionaron por algunos segundos, detallando sus expresiones en el proceso. Alice pudo comprender, al menos en la superficie, el profundo terror que Corianne lograba implantar en sus oponentes; terror que, a la larga, les significaba una debilidad mortal. Sonrió, repeliendo finalmente a Connie y lanzándose hacia ella por primera vez. Podía comprenderlo, pero no sentirlo. Le resultaba indiferente la insanidad, el salvajismo y la demencia en los ojos del colibrí, porque era su colibrí y, aunque no la razón, había sido la guía de su crueldad enterrada bien, bien profundo. Y estaba orgullosa de ello.

    Connie buscó bloquear su ataque, pero Alice la burló con la guadaña izquierda y deslizó el pie en el espacio entre sus piernas para que la hoja derecha alcanzara su muslo. La carne se abrió y Dubois soltó un grito furioso, aprovechando la posición de Dumont para asirla por los hombros y lanzarla contra el suelo. Su espalda rebotó apenas, allí donde su herida aún sangraba, y Alice apretó los dientes. Connie se había posicionado sobre ella a horcajadas, blandiendo las guadañas sobre su rostro sin reparo alguno. Sonrió, sonrió ampliamente cuando los primeros cortes superficiales aparecieron en la piel de nieve, mientras el flamenco contenía lo mejor posible los ataques desquiciados de Connie.

    De repente, se detuvo. Ambas se observaron.

    —Ah, pero mira —murmuró Dubois, alcanzando su mejilla con la yema de los dedos—. Estás sangrando.

    Alice permaneció allí, dejándose hacer con repentina docilidad. Sus respiraciones corrían agitadas y llenaban el novedoso silencio de la jaula. Connie se inclinó hacia ella y lamió sus heridas, como muchas veces había hecho antes. Las saboreó una a una, sin apuro, mientras los jadeos de Alice le entibiaban la oreja. Dumont, por su parte, desvió la vista hacia su derecha y entornó los ojos cuando distinguió la sombra de una sonrisa en su amada Reina de Corazones. Ah, esto… allí… con ella presente…

    —Oh, Corianne —gimió, sintiendo el calor reptar entre sus piernas—, nunca dejarás de sorprenderme.

    Connie presionó las rodillas alrededor de sus muslos y se agachó hasta alcanzar su cuello, para mordisquearlo varias veces. Podía ser un amor posesivo, o una saña recurrente, o un animal saboreando a su presa. Podían, también, serlas todas. Alice comenzó a acariciar la piel expuesta del colibrí con sus dedos fríos de raso, enviándole descargas eléctricas como sólo ella había aprendido en esos meses. Fuera sobre una cama o el suelo polvoriento de la jaula, nada cambiaba. ¿Cuántas veces se habían llevado ya al borde de la muerte? Oscilando y amagando, tentando y negando. ¿Cuánta sangre habían derramado? ¿Cuánto oxígeno se habían robado?

    Y si aquella sería su última oportunidad, mejor hacerla valer.

    —Grita más, princesa —farfulló Connie a su oído, buscando alzar la tela de su falda—. ¿No querías darle un espectáculo magistral? Grita más.

    Pero Alice la detuvo y le sonrió ladina, imprimiendo toda su fuerza en el impulso que utilizó para lanzar a Connie hacia un lado y, esta vez, quedar ella encima. La sorpresa fugaz en los ojos del colibrí le fascinó y soltó una risa breve, cantarina, quitándose los guantes. Y la golpeó. Endureció sus puños como estaño y los explotó sobre el hermoso e imperfecto rostro de Connie una y otra vez. La golpeó, y la golpeó, y la golpeó, y sus nudillos dolieron, y la piel se patinó, y las uñas ajenas le destrozaron los brazos, y siguió golpeando. Podía ser un amor posesivo, o una saña recurrente, o un animal asesinando a su presa. Podían, también, serlas todas. Acabó cuando Alice así lo dispuso. Soltó un suspiro, agitada, y se limpió el sudor con el dorso de las manos. Su rostro quedó manchado con la sangre impropia.

    —Vamos, Corianne —musitó, incorporándose—. Sé que esto no ha acabado.

    Connie necesitó varios segundos para reencontrar su eje y erguirse sobre ambas piernas. El parche había quedado tirado luego de la paliza, dándole a su aspecto destrozado un aspecto aún más macabro. Escupió a un costado y el suelo se manchó de rojo. Limpió la sangre de su nariz y sacudió la cabeza, formando nuevamente las guadañas en sus antebrazos.

    —Hija de puta —farfulló—, si estarás enferma. Pero ¿de qué me quejo? Ven aquí, perra. Muéstrame todo lo que tengas.

    —Tienes que comprender, Corianne, la naturaleza de los acontecimientos. Esta vez no te debo ninguna recompensa. Esta vez, ni siquiera te necesito. Todo lo que quiero está allí. —Señaló hacia el público, hacia Agnes, y sonrió—. Esta vez, sólo eres un obstáculo.

    —Me alegra que estemos de acuerdo, dulzura.

    Aunque todo pudiera ser un juego, de alguna forma también había dejado de serlo. El rostro de Alice se había ensombrecido y atacó a Connie con una increíble fuerza, quien apretó los dientes manchados de sangre y absorbió el impacto con sus guadañas. Bloqueó ataques dirigidos a su pecho, sus brazos y su cuello, algunos por los pelos, y se retiró unos pasos. La risa del flamenco repercutió en los barrotes de la jaula; nunca antes la había oído reír así.

    —¿Qué sucede, Corianne? ¿Pensaste que este era tu territorio? ¿Que apenas era una muñeca frágil y delirante? Ay, ay, mi tonto colibrí. Si tan sólo supieras… las cosas que he hecho.

    Alice alzó los brazos, llenos de pronunciadas y largas heridas, como ramas desnudas, y sonrió. Las luces rojas danzaron sobre ella y los barrotes metálicos, desde el suelo hasta el cielo.

    —Bienvenida a casa, Corianne.

    El vestido rosáceo de Dumont estaba cubierto de sangre oscura, y de alguna forma aquello le sentaba aún mejor que la pulcritud anterior. Era, quizás, el verdadero contenido de su alma. La furia en las venas de Connie comenzaba a quemar, sentía que perdería la cabeza si todo seguía así. Un grito le desgarró los pulmones y se lanzó encima de Alice, logrando una larga incisión en su abdomen a la segunda embestida. Aprovechó la distracción del flamenco y su inyección de adrenalina y atacó una vez más. Alice, al retroceder para esquivarla, trastabilló y cayó de espaldas sobre el suelo. Connie no dudó ni un segundo en abalanzarse sobre ella de nueva cuenta, y entre gritos desquiciados comenzó a buscar su rostro con las guadañas. Sólo su rostro. La fuerza corporal de ambas comenzaba a amainar, y junto a ella, sus movimientos se tornaban más y más erráticos. La primera en cansarse fue Connie, y Alice lo aprovechó para hundir los dedos en la herida de su muslo. Dubois chilló de dolor y le propinó un puñetazo en la mandíbula, confundiéndola lo suficiente para abrir sus defensas; Connie, entonces, llevó ambas manos a su cuello. El agotamiento era notorio y las guadañas de ambas habían comenzado a perder su forma y filo. Alice enterró las uñas en sus muñecas, buscando zafarse del agarre mientras pataleaba bajo el cuerpo de Connie. Ésta, por su parte, apretó y apretó hasta sentir que podría quebrarla bajo sus dedos; hasta que la piel bajo sus dedos se deshiciera, se licuara con la carne, se desgarrara.

    No era la primera vez. Connie ya conocía esa expresión: los resuellos lastimosos de sus pulmones, intentando conseguir aire; las pequeñas lágrimas saltando de sus ojos; los labios entreabiertos, curvados en una sonrisa enferma. Y su intensa mirada violácea, deseando tanto hacerle daño como pedirle más.

    Aprieta más.

    Más.

    Más.

    En algún momento, Connie siempre la soltaba. El flamenco tosía, se acariciaba la garganta y le desgarraba la ropa. Pero esta vez…

    ¿Qué haces, Corianne?

    Su voz parecía haber alcanzado directamente su cerebro.

    Pensé que buscabas morir.

    Sus piernas serpenteaban frenéticas, alzando una polvareda a su alrededor.

    ¿No fue por eso que estuviste aquí tantas veces?

    Sus manos alcanzaron su rostro totalmente magullado, marcando ríos de sangre con las uñas.

    ¿Acaso eres tan cobarde que ni morir puedes?

    Pero Connie apretó y apretó, aunque sus brazos estuvieran a punto de desarmarse.

    Ay, mi pequeño colibrí. Eres ciertamente patético.

    Y Alice dejó de luchar. Dubois observó sus ojos irritados, salpicados de lágrimas, y poco a poco la soltó. Fue extraño, como si sus dedos se hubiesen acostumbrado a rodear su cuello, y observó las marcas blancas de ellos sobre la piel enrojecida. Estaba hundida, amoratada y maltrecha.

    Serpientes. Era como si serpientes la hubieran asfixiado.

    El público se alzó en un rugido de júbilo y los reflectores volvieron a ser blancos. Connie se apartó del cadáver con torpeza y lo siguió observando desde un costado. Su elegante figura, su largo cabello violáceo, sus finos tobillos, sus manos delgadas. La piel blanca, el rojo de la sangre, los manchones negros. De esos colores habían pintado el lienzo.

    Eran los favoritos del flamenco, ¿verdad?

    La voz de Agnes parpadeó dentro de su cerebro, por los altoparlantes, y Connie se llevó ambas manos a los oídos como un animal huraño.

    —¡Un fuerte aplauso a nuestra ganadora de la última Batalla de Cadáveres! ¡Con ustedes: el colibrí, Connie Dubois!

    Los guardias que siempre habían estado allí, desde la primera pelea donde perdió el ojo, entraron a la jaula y la arrastraron fuera. Los reflectores la seguirían adonde sea que vaya. Agnes se incorporó de su trono y se acercó a Connie lentamente, saboreando cada segundo.

    —Felicitaciones, mi colibrí. Aletea fuerte, muy fuerte, que ahora comienza la verdadera diversión.

    Connie apenas pudo enfocar su mirada rojiza, o sus labios carnosos, o su cabello azabache. Apenas, siquiera, pudo comprender sus palabras por sobre el embotamiento de sus sentidos. Los reflectores sobre la piel le quemaban, los aplausos le dolían y la voz de Alice seguía torturándola.

    Querías morir.

    ¿Por qué no moriste?

    Deberías haber muerto.

    El mundo le daba vueltas y ya no se creía capaz de enderezarlo. Quizás aún no lo supiera, pero finalmente había perdido la cabeza.

    ¿Y qué harás ahora?

    No tenía idea.
     
    Última edición: 30 Marzo 2020
    • Ganador Ganador x 3
  2.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Todo en ese fic ha sido jodidamente épico. Desde la ambientación, la música—Billie Ellish con esa voz pausada y creepy le ha dado un tono súper épico al relato y no la conocía so gracias por mostrarme canciones too (?)—, la trama, los personajes.... T.O.D.O. Es que no sé ni por dónde empezar a comentarte esta pieza de arte. (????

    En primer lugar voy a decir que las extrañaba un ovario y medio y volver a leer de ellas me ha dado cien años extra de vida. Ni el covid me puede matar ya (?) y también puntualizar que aunque el gore no me gusta, no he podido dejar de leer el relato ni en las partes más crudas y eso es como súper wow para mí. Tu narrativa tiene algo que me atrapa. Me envuelve como una pitón y me deja sin aire cuanto más y más me aprieta. Más leo, en este caso.

    Desde el principio ya sabía que esto no iba a acabar bien, que no podía acabar bien de ninguna manera porque son ellas enfrentándose en la Batalla de Cadáveres... y aún así los acontecimientos lograron sorprenderme. Porque es todo tan retorcido y tan enfermizo y tan en la línea de ellas. Crazy bitches, las amo omg <3

    El momento huella gay de Connie de "Mira, estás sangrando" y empezar a lamerle las heridas una a una a Alice le ha hecho un daño muy serio a mi corazón. Ya estaba pensando: "Gigi avisó del gore y no de sexo explícito, aquí hay algo mal" y hala, ahí estaba. La zorra maldita de Alice partiéndole la cara a puñetazos.

    Es el fin de su... ¿cooperación? ¿Su catalizador? Todos sabemos que Alice solo veía en Connie como un juguete, el objetivo en el que fijarse y desahogarse teniendo al verdadero objeto de su deseo tan lejos. Pero ahora que ya no hay obstáculos y que sólo quedan ellas, Corianne no es más que un obstáculo más... y es poéticamente oscuro y triste. Todo lo que le importó siempre a Alice fue su amada Reina de Corazones y da igual si tuvieron sexo doscientas mil veces, no significó nada. Nada más que eso, un juego. Un desahogo.

    Un canal.

    Sin embargo llámame loca o algo pero sentí como... ¿celos de parte de Connie? ¿Como si ahora que sabía que no era más que un obstáculo su deseo por destrozar a Alice y a Agnes fuera aún mayor? Puedo imaginar todo por lo que deberieron pasar juntas desde donde quedó el rol hasta llegar a este punto y pienso que quizás, y solo quizás, Connie si formó algún tipo de vínculo con Alice. Y ella no... porque no puede, de todos modos (?)

    Ella es... toda su razón para vivir. El catalizador de toda su rabia, su furia, su odio. Su todo en esa prisión. No Agnes, Alice. Por eso, cuando la asesina se da cuenta de que ya no queda nada. De qué no hay nada más. Ni siquiera el deseo por matar a Agnes con sus propias manos.

    Ah, gurl. Me ha dejado tantos sentimientos encontrados. Pero sobre todo admiración por tu forma de narrar, de sumergir a tus lectores en la historia y el manejo de los personajes; y por otro lado tristeza. Me deja ese vacío que le queda a Connie cuando todo termina.

    ¿Y ahora qué?

    Sí, ahora qué. AAAA Necesito más de ellas. No tengo nada más que decir salvo que lo he amado, Shishi. Igual que las amo a ellas. Nunca me arrepentiré de haber creado una loca para un rol tan demente.

    Ja ne <3
     
    • Adorable Adorable x 2
  3.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA

    Ya está, ese el comentario okno.

    De verdad, mujer, te luciste con este fic y mira no sé, imprímelo y enmárcalo o algo, porque esto es una obra maestra (?)
    Las descripciones son, gosh, increíbles, combinadas con la música (esos bajos lo hicieron todo) crean un ambiente perfecto que no podría pertenecer a otro lugar que no fuese DMW. Alice, Connie y Agnes, una combinación terrible en tanto aspectos que, si uno se pone a pensarlo demasiado, da hasta escalofríos (?).

    Si por el bien del plot había alguien que tenía que llegar al final de este rol, si hubiera terminado, sin dudas tenían que ser estas dos. Eran las únicas, a parte de una muy deteriorada Laila, a las que las veía en la capacidad de lograrlo. Hay que estar malditamente enfermo para lograr llegar a este punto.
    Lograrlo y alcanzar lo más jodido de todo, tomar el lugar de Agnes... porque eso era lo que iba a ocurrir. Uf.

    Creo que lo que más pega, incluso por encima de la violencia en todo el fic, es ese final, ese: ¿Y qué harás ahora?
    Porque no hay nada después de esto, absolutamente nada, solo quedan las cicatrices, los moretones, los recuerdos y una psique que ya no será capaz de funcionar nunca más.

    Gosh, no sé qué más decir que no haya dicho Jen ya, así que lo dejo hasta aquí y te felicito de nuevo ♥ Me encanta leerte.
     
    • Adorable Adorable x 2

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