(IV Ciudad) Disneyworld (Zona)

Tema en 'Ciudad' iniciado por Tarsis, 4 Marzo 2020.

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    Tarsis

    Tarsis Usuario VIP Comentarista supremo Escritora Modelo

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    ¿Conoces Disney? Es un parque de diversiones que se encuentra en el país de Estados Unidos. Disney es la compañía de medios de comunicación y entretenimiento más grande del mundo. Seguramente a más de un personaje reconoces, sean princesas, superhéroes o al emblemático Mickey Mouse.

    Pues estos grandes personajes cobran vida en un parque lleno de magia y diversión. Quédate para conocer más sobre este maravilloso lugar.


    La ciudad está dividida en 3 zonas:

    1. Rueda de la fortuna.
    2. Atracciones varias (Tazas, montaña rusa, etc)
    3. Castillo Disney.

    Reglas:

    -Necesitas 3 post para moverte de una zona a otra.

    -Recuerda que los servants sólo son visibles a los demás durante batallas.

    -Nunca pueden salir de los límites de la cúpula o son incinerados automáticamente (fuera de las 3 zonas).

    -Coloquen su ubicación en cada post. Para que no haya confusiones.

    Recuerden qué:

    -Cada día que pasa pierden 10 de vida. Por cada día que pasen sin que nadie muera todos van perdiendo 10 de vida que son mermados por la marca en su mano, se van sintiendo cada vez más cansados, débiles, hambrientos y adoloridos. (Deben colocar su barra de vida en cada post)

    -Cada 3 días el GM les obligará a actuar y a acercarse.
     
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    Tarsis

    Tarsis Usuario VIP Comentarista supremo Escritora Modelo

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    Dia I: Noche.
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    Vestida como una hermosa hada madrina, la preciosa chica de cabellos etéreos les sonrió.

    —Esta es una competencia a muerte, el último en pie gana.

    Sus tétricas palabras, suaves y profundas se filtraron en sus mentes. Las luces artificiales los escandilaron trayéndolos nuevamente a la conciencia, junto con los constantes estallidos de los fuegos artificiales iluminando el cielo. Había comenzado la última pesadilla.


    Jezebel ha despertado sentada en una de las tazas en lo alto de la montaña rusa (la misma está apagada) Balam

    Joey ha despertado atrapado en la torre más alta del castillo, prisionero tal como una princesa encantada, pero hay una ventana que muestra el exterior, puedes ver todo el parque desde allí. Gigi Blanche


    ...
    Importante:

    —Las atracciones están en un constante prende y apaga, no hay nadie operándolas, parece ser un parque fantasma.
    —En éste último escenario, el GM intervenirá mucho, dándole distintas opciones depende de donde estén.
    —Y por último, diviértanse. :)
     
    Última edición: 4 Marzo 2020
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Joey Wickham
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    Zona: Castillo Disney


    Lo primero que notó al despertar fueron las espinas del aloe vera clavándose en la palma de su mano. Abrió los dedos en un pequeño sobresalto, chequeando que no se hubiera lastimado, y repasó entonces su entorno. Oscuro, estaba muy oscuro. No sentía frío ni calor, el clima parecía ser... normal. Qué milagro. Cuando su vista se acostumbró mejor, notó la construcción en piedra, casi romántica de aquella habitación, y decidió reparar en la única y pequeña ventana sobre la pared a su izquierda. Se incorporó de un modesto sillón y arrastró los pies, aún algo mareado, hasta la abertura. El paisaje le quitó el aliento.

    —¿Disney? —murmuró sin darle crédito, y cuando fue plenamente consciente del lugar donde estaba soltó un bufido—. ¿Estamos en Disney? ¿Es en serio?

    ¿Qué era esto? ¿Quién mierda se encargaba de tomar estas decisiones? Porque le parecía sumamente cruel, una broma de mal gusto, ¡una falta de respeto!

    —¿De verdad conoceré Disney así? Dios debe odiarme.

    Aún molesto por la situación, se dio la vuelta para analizar la habitación; aunque, siendo exactos, era su forma de negar un poco la realidad, supuso. Como si así pudiera fingir que, cuando vio por la ventana, sus ojos no peinaron el parque con el agobio y la expectativa de reconocer, en algún lado, la silueta de Jez.

    —Muy bien, ¿ahora soy la princesa encerrada en lo alto de la torre? ¿Y mi vestido bonito? ¿Y mi príncipe?

    ¿Qué hacía hablando tanto? Joder, ¿tan nervioso estaba?
     
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    Zireael

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    La verdad es que el malestar que sentía ahora no se comparaba con el de las veces anteriores que había sido transportada a otro lugar, la cabeza la daba vueltas, mezcla de mareo y el principio de una migraña. Soltó un pesado suspiro, mientras se frotaba los ojos con fuerza y luego reparó por fin en el paisaje que la rodeaba.
    Encerrada... ¿En una montaña rusa? Pero bueno, ¿quién decidía estos lugares? Tan siquiera le hubieran dado el derecho de morir en un espacio natural no en... ¿En dónde?
    Examinó de nuevo la vista frente a ella y a lo lejos, divisó un castillo. No, no era cualquier castillo, era el jodido castillo Disney.

    —Qué retorcido eso de enviar a dos a morir al parque de atracciones que todo niño ha soñado con visitar —murmuró para sí misma—. Además, ¿cómo se supone que baje de esta porquería?
     
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    Tarsis

    Tarsis Usuario VIP Comentarista supremo Escritora Modelo

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    Tablero de Opciones.

    En la torre: Gigi Blanche

    1. Tienes un montón de cortinas en uno de los closets, puedes atarlos para bajar escalando por la ventana cual princesa. Sólo debes lanzar el dado una vez, si sacas menos de 5 resultas herida. Si sacas 5 o más, llegas a salvo a tierra.
    2. Golpear con un mazo que se encuentra en la pared de decoración. (Lanza un dado de 10 caras, cinco veces) Necesitas obtener 3 números impares, y lograras derribar la puerta. Sino, debes realizar la opción 1.

    En la montaña rusa: Balam

    1. Hay un paracaídas en el piso de la tasa, sólo debes lanzar el dado una vez, si sacas menos de 5 resultas herida. Si sacas 5 o más, llegas a salvo a tierra.

    2. En el centro de la montaña rusa hay una escalera, puedes abrir la taza, y con mucho equilibrio alcanzarla. (Lanza un dado de 10 caras, cinco veces) necesitas obtener 3 números pares para llegar a ella. Sino, debes realizar la opción 1.


    Nota: En cualquiera de los casos, van a escuchar los gritos del otro, el parque está vacío y el eco vuela rápido.
     
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    Zireael

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    Revisó sus alrededores, ¿cuáles, de por sí, si estaba en una taza de una montaña rusa? Afuera, divisó una pequeña escalera central, que permitía bajar de esa cosa, y dentro un paracaídas. Vaya chiste de mal gusto.
    ¿No le quedaba de otra? Suspiró con pesadez; una, dos, tres veces intentando regular el palpitar enloquecido de su corazón, que se había acelerado de solo imaginar la estupidez que estaba por hacer.

    Abrió la taza y el viento se coló de inmediato, agitando su cabello en direcciones aleatorias. Inhaló con fuerza y extendió su mano temblorosa hacia uno de los gruesos tubos metálicos del exterior y luego, apoyó su pierna en el de abajo, sin dejar de sostenerse de la puerta que acababa de abrir.
    La dolorosa punzada de dolor que el terror arrojó a su cabeza cuando su pie resbaló, la hizo prácticamente rebotar como un resorte de regreso a la taza, luego de haberse esforzado por no caer y estallar contra el suelo, metros abajo.

    No podía bajar así, pero tenía que hacerlo, al parecer. ¿A esa altura no era un suicidio usar un paracaídas? Era alto, sí, pero quizás no lo suficiente.
    Se sentó de nuevo, con el cuerpo temblando violentamente, y tardó lo que le pareció una eternidad en tomar su decisión final. Agarró el paracaídas, lo revisó y se lo colocó en la espalda, con la mano bien sujeta en la cuerda que lo activaría y nuevamente, se acercó al borde de la taza, con los ojos cerrados.

    Si se estrellaba contra el suelo no tendría que matarlo, ¿cierto?

    Uno.

    Dos.

    Tres.


    Apenas había comenzado a caer cuando abrió el paracaídas, pero mientras el mecanismo abría la tela, sintió el horrendo vacío en su estómago, que le heló todo el cuerpo y la hizo soltar un grito que le rasgó la garganta.
    Abrió los ojos cuando estaba prácticamente por estamparse contra el suelo, apenas pudo detener su impacto y aún así, rodó por el suelo, haciéndose raspones en las rodillas y los codos.
    Se levantó a tropezones, quitándose el paracaídas de la espalda y lo arrojó lejos, como si le quemara, antes de dejarse caer en el suelo una vez más, con la respiración agitada y se retiró el cabello del rostro con la mano izquierda.
     
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    Gigi Blanche

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    Joey Wickham
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    La habitación no lucía muy prometedora para idear un plan de escape, a decir verdad. Joey frunció el ceño mientras escudriñaba cada detalle y acabó por suspirar, resignándose a que sólo aquellas dos posibilidades podrían llegar a funcionar. Y como no era un suicida, mejor comenzó por la segura. Caminó hasta la pared contraria, donde yacía un extraño y amplio mazo de madera con diseños tribales. ¿Esa era decoración para la alcoba de una princesa? Chasqueó la lengua al descolgarlo de los clavos que lo mantenían suspendido en el aire y darse cuenta de lo pesado que era. Mierda, ¿estaba hecho de bronce o algo? Lo llevó, casi arrastró, hasta la puerta. Se la veía cerrada a cal y canto y, por si fuera poco, aquellas cerraduras y armazón metálico parecían contar con el poder de resistir hasta el golpe de un coloso.

    —Assassin —se quejó, casi haciendo un puchero—, ¿por qué eres tan inútil? ¡Se supone que eres un espíritu heroico legendario! Comenzaré a dudar de tus hazañas, lo juro, porque no te veo de la talla. No lo sé, tendrás que convencerme de alguna forma.

    Por supuesto, estaba hablando solo. Aquella panda de siluetas oscuras eran extremadamente parcas y hurañas; si no contabas, claro, con el pequeño detalle de que a todos les habían cosido los labios.

    —Muy bien... ¡Aquí voy!

    Se llevó el mazo detrás de la espalda, sobre el hombro, y utilizó toda la fuerza de sus brazos para empuñarlo con ambas manos, como si de un mandoble se tratase, para estrellarlo con la fuerza de su peso sobre la puerta. El plan venía bien, de hecho, pero se veía mejor en su cabeza. Porque cuando Joey intentó elevar el arma por sobre el nivel de su cabeza, sin importar cuánto lo intentara, el maldito mazo no se despegaba del suelo. Intentó e intentó, y al final, sus bracitos de enclenque se rindieron y el mango se le deslizó entre los dedos, sudados por el esfuerzo físico. El armatoste cayó con un golpe seco y ruidoso sobre el piso de piedra y Joey se inclinó hacia adelante, ambas manos sobre las rodillas, respirando.

    —Mierda —masculló, enjugándose el sudor de la frente—, al menos nadie me vio hacer el ridículo.

    Luego de eso le siguió un breve episodio de rabia, donde pateó y golpeó la puerta un par de segundos; claramente, sin éxito. Frustrado y algo nervioso, se giró en cámara lenta hacia la única opción que le quedaba. Y tragó saliva.

    —¿En serio? ¿Tan empeñados están en convertirme en una princesa?

    Procedió sin más, bastante a desgano. Le llevó un par de minutos descolgar todas las cortinas de la habitación y luego se sentó en medio de ella, sobre el suelo, para comenzar a trenzarlas y atarlas. Vaya, realmente se sentía Rapunzel. Tanto, que comenzó a tararear una melodía.


    La pequeña hija de sus vecinos, Polly, era super fanática de esas películas y se la había pasado cantando sus canciones cada mañana, cada vez que Joey aún iba a la secundaria y se tomaban el bus escolar, o caminaban juntos hasta el colegio. No recordaba la letra, a decir verdad, pero el simple ritmo de la música fue llegando a su memoria de a poco, como una larga cadena de eslabones engarzados, trayendo consigo al siguiente. No pensaba al respecto, no realmente; de haberlo hecho, lo más probable sería que el esfuerzo consciente hubiera acabado bloqueándolo. De haberlo hecho, además, habría comenzado a preguntarse cosas. ¿Cómo habría sido la infancia de Jez? ¿Le habrían gustado esas películas, como a Polly, y habría cantado sus canciones casi sin notarlo? ¿Recordaría, acaso, sus tiempos de niña con felicidad? ¿O le traería malos recuerdos?

    Cuando quiso acordar, había acabado de atar las cortinas. Se incorporó, entregándose a la divina providencia por que el largo alcanzara hasta el suelo, y tuvo una idea. Bueno, si el mazo era demasiado pesado como para usarlo de arma, quizá le sirviera su resistencia. Lo arrastró hacia la ventana, comprobando que su largo era bastante mayor al ancho de la ventana, y ató un extremo de las cortinas a la parte más alta del mango, allí donde poseía una ligera disminución en el diámetro. Agarró la soga del otro lado, entonces, y luego de respirar la lanzó al vacío. Casi que no quiso mirar, pero —por supuesto— miró de todos modos, y se encogió de hombros.

    —Bueno, podría estar mejor. Pero también podría estar peor.

    Muy bien, ahora venía la verdadera diversión. Decidió ignorar su corazón, que cada vez se agolpaba más y más contra su pecho, y realizó los preparativos. Envolvió el aloe alrededor de un trozo de tela y lo guardó en el bolsillo de su chaqueta, con cuidado, y cerró la cremallera. Colocó el mazo lo más pegado a la pared posible, exactamente debajo de la ventana, y escaló entonces hasta el alféizar de la misma. El viento le azotó el rostro, agitando su cabello, y pensó que quizá debería haberse recortado el flequillo. La situación era una mierda, pero a decir verdad, no pudo evitar permanecer algunos segundos prendado a la belleza del parque extendiéndose frente a sus ojos. Las construcciones antiguas, de cuento de hadas, las luces violetas y rosas alternándose aquí y allá, las atracciones enormes, inmóviles, como congeladas en el tiempo. El viento aullando, la oscuridad imperturbable de la noche, y el sutil conocimiento de que Jez estaba allí, en alguna parte. Era ilógico, ¿verdad? Querer verla, a sabiendas de lo que tendrían que hacer. Era estúpido, era inútil y era ilógico. La canción, sin embargo, seguía sonando en su mente.

    Pero bueno, él lo había dicho, ¿no? Ahora que estaba cantando canciones de Disney en un parque encantado, a punto de bajar de una torre con una soga para reencontrarse con la chica que por allí lo esperaba, no tenía forma de refutarlo. Era un romántico.

    —Muy bien, Bellabel —susurró, contra el rugido del viento—. Aquí voy.

    Cuando se dio la vuelta, luego de envolver su cintura con una vuelta simple de soga, y sus pies abandonaron la superficie horizontal del alféizar, creyó que el corazón se le saldría por la boca y soltó un grito ahogado. ¡¿Pero qué mierda estaba haciendo?! Dios, se iba a morir, ¡se iba a morir! Sus manos se aferraron a la tela con un ímpetu desconocido y le llevó algunos segundos atreverse a abrir los ojos. Vio, primero, la extensión de sus botas sobre la pared de piedra. Luego, comenzó a acostumbrarse a los alrededores; al final, hizo lo que no debería haber hecho: mirar hacia abajo.

    —Mierda —masculló, con la respiración acelerada—. Mierda, mierda, mierda.

    Tenía que sacar valentía de donde no la tenía, y de alguna forma consiguió descender un paso. La acción se le antojó heroica y, de repente, soltó una exclamación de victoria.

    —Muy bien, Joey. ¡Tú puedes hacerlo! ¡Vamos! ¡Eres una princesa en apuros pero con pantalones... literalmente!

    Había comenzado a agarrarle el ritmo, y llevaba más o menos medio camino cuando un grito navegó el espacio oscuro hasta él y lo obligó a detenerse. Intentó ver hacia atrás, aunque sabía que sería imposible, y chasqueó la lengua. Apretar el paso quizá era mala idea, pero surgió en él la auténtica necesidad de llegar a suelo firme lo antes posible. Eso, sumado a un extraño espíritu heroico que mantenía sus ánimos arriba.

    —¡Bellabel! —exclamó, con toda la fuerza de sus pulmones—. ¡Voy a por ti, ¿me oyes?! ¡Y no precisamente para matarte, así que descuida!

    Con algunas resbaladas y otros improperios de por medio, Joey finalmente llegó a tierra. La caída resultó bastante limpia y casi se sintió un deportista olímpico; hasta se concedió el lujo de arribar con ambos pies en simultáneo y los brazos extendidos hacia los lados, y quién le hubiera visto la sonrisa fanfarrona de éxito que llevaba encima. Tenía talento ese muchacho, porque mira que conservar la dignidad incluso luego de tropezarse tras habérselas dado de atleta olímpico...

    —Muy bien —dijo, girándose hacia el parque frente a él como si nada hubiera pasado, y se rodeó la boca con las manos para amplificar el sonido de su voz—. ¡Bellabel! ¿Me oyes? ¡Bellabel!
     
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    Última edición: 6 Marzo 2020
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    Le había costado muchísimo oírlo por encima del palpitar de sus oídos, pero había llegado a ella a duras penas... Joey buscándola.
    Siguió avanzando, aún atontada, pero su voz parecía venir de todas partes y de ninguna a la vez, haciendo eco a su alrededor. ¿Así se había escuchado su grito?

    Le dolía la garganta y creyó sentir cierto gusto a sangre al final, muy sutil, pero esa era la menor de sus preocupaciones, porque no estaban allí para tener una bonita cita, si no todo lo contrario.

    —¡Joey! —alzó la voz lo más que pudo, a pesar de que casi le dolía—. ¡¿Dónde demonios te metiste?!


    Estaba esperando indicaciones de Tarsis, pero bueno (?)
    Que no se note que hoy no tenía la capacidad mental para aventarme los tochos de siempre.
     
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  9.  
    Gigi Blanche

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    Aguardó unos segundos por su respuesta, y sintió una ligera presión en su garganta al recibirla. Giró la cabeza en varias direcciones, notando cuán difícil era definir el origen del sonido. ¿Sería alguna artimaña mágica? Chasqueó la lengua y se rodeó la boca con las manos otra vez.

    —¡Estoy en el castillo! —gritó, hacia adelante—. ¡Ya sabes, el de las torres y los fuegos artificiales!

    Carraspeó luego, acomodándose la voz luego de haberla alzado tanto. Joder, ¡ahora entendía a los profesores y sus problemas crónicos! Imagina tener que lidiar con una panda de adolescentes rebeldes con tus órdenes como única herramienta de trabajo. De repente se arrepentía un poco, tan sólo un poco, de haberles hecho la vida imposible en secundaria.

    —¡¿Estás bien?! —agregó, pues no olvidaba aún el grito que había oído hacía un rato—. ¡¿Dónde estás?!
     
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  10.  
    Zireael

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    De nuevo su voz viniendo de todas partes la detuvo en seco y buscó con la mirada el castillo, teniendo en cuenta que había quedado bastante desorientada luego de haber tenido que saltar una maldita montaña rusa.
    Empezó a caminar despacio hacia allí, rodeándose el cuerpo con los brazos.

    ¿El castillo? Se le escapó una risa ronca. Vaya chiste era todo.

    Detuvo sus pasos de nuevo cuando volvió a escuchar la voz del moreno, ¿qué si estaba bien? Lo de bueno quizás también lo tenía de idiota, porque no había manera de que ninguno de los estuviera bien realmente.
    Suspiró para sí misma, tragó grueso y finalmente respondió, una sola palabra, porque no podía gritar más.

    —¡Sí!


    tan siquiera dime si tengo mínimo de posts para llegar (???)
     
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  11.  
    Gigi Blanche

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    Decidió empezar a caminar, pues no tenía nada mejor que hacer y la idea de sentarse y esperar no le apetecía. Le echó un vistazo a sus alrededores, buscando algún punto alto al cual escalarse. Desde la ventana de la torre podría haber identificado a Jez de inmediato para ir a su encuentro, pero el castillo parecía cerrado a cal y canto y, además, no le apetecía deshacer todo su arduo esfuerzo escapando de allí cual Rapunzel.

    Al final, optó por subirse a una repisa que conectaba con una columna más o menos alta, encargada de sostener el intrincado enrejado que rodeaba el castillo. Su superficie era pequeña, pero se las arregló para sentarse allí y echar un vistazo. No vio nada. Comenzó a balancear las piernas, algo ansioso, mientras se mordisqueaba el interior de la mejilla. ¿Para qué mierda se estaban reuniendo, de cualquier forma? Al menos podrían charlar, intercambiar ideas, establecer un plan de acción o algo. Después de todo, había cosas que quería decirle.

    ¡Ah, pero esperar era tan difícil! ¡Maldición!

    —¿Te falta mucho? —exclamó con cierto mohín impreso en su voz, como un niño pequeño que necesita ir al baño.


    No sé cuántos posts hacen falta para pasar de zona, podemos establecer tres y ya(???)
    EDIT: ah, que pone que son tres, sí. No lo había visto ahí JAJAJAJA
     
    Última edición: 21 Marzo 2020
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  12.  
    Zireael

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    Zona: Castillo Disney (I guess, tengo los tres posts)

    Continuó caminando, abrazándose a sí misma, sin saber muy bien qué era lo que se suponía que hacían. ¿Juntarse para matarse? Qué par de idiotas.
    Empezó a notar la cercanía del castillo por fin y el enrejado que lo rodeaba; escuchó la voz de Joey aún más cerca y logró distinguir su silueta.

    —Supongo que no, no me falta mucho —dijo, sonriendo al estar lo suficientemente cerca para no gritar—. ¿Qué opinas tú? No pienso subir allí, eso sí.
     
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  13.  
    Gigi Blanche

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    Su sonrisa le llegó de oreja a oreja cuando la vio, a pesar de las circunstancias. Qué decir, le alegraba mucho verla en una pieza.

    —¡Bienvenida a mi castillo, Bellabel! —exclamó Joey, poniéndose de pie sobre la columna de piedra y ejecutando una reverencia lo mejor que pudo dentro de los espacios limitados—. Lo lamento, pero en este cuento de hadas me toca ser la princesa, ¡y tú, el valiente caballero que acude a su rescate! ¡Oh, Sir Jezebel! —Se llevó una mano a la frente, agudizando la voz—. ¡Muchas gracias por venir tras mi llamado! ¡Es usted mi héroe!

    Parecía, a juzgar por su cara, que había tenido las intenciones de seguir con el espectáculo, pero nuevas ideas no acudieron a su cerebro y acabó por rendirse, soltando una risa mientras se revolvía el cabello. Entonces bajó de la columna y se acercó a Jez, desenvolviendo algo de su bolsillo.

    —Tienes las rodillas algo raspadas, ¿no? —Soltó una risa socarrona, orgulloso de sí mismo, y presentó la planta entre ellos—. ¡Ta-dá! Qué bueno que casualmente andaba por aquí con mi hoja usual de aloe vera dentro del bolsillo.

    Poco a poco se fue calmando, y tras decir todo aquello, tanto su sonrisa como su voz se suavizaron.

    —Úsala si quieres, o déjala por ahí, o lo que sea. Sé que no tiene mucho sentido, pero... la traje para ti.
     
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  14.  
    Zireael

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    La forma en que la recibió el moreno la tomó por sorpresa, haciendo que se sobresaltara un poco, pero en cuanto dijo que era la princesa de inmediato se le escapó una sonora risa, la más genuina que había soltado en ya no sabía cuánto tiempo.

    —Disculpe usted, princesa mía, por haberla hecho esperar —dijo mientras hacía una reverencia también, mientras el muchacho bajaba de donde se encontraba.

    Cuando se incorporó, notó que extendía algo entre ellos.
    ¿Aloe? Pero bueno, ¿dónde había andado metido? Tomó la hoja con cuidado, a la vez que unió sus manos un instante y le dedicó una sonrisa.

    —Gracias, cielo —respondió mientras abría la hoja de la planta para poder frotar su interior sobre sus rodillas raspadas, dado que incluso el pantalón se había roto. En otras circunstancias hubiera tirado el resto, pero ahora, porque él la había traído para ella, la conservó entre sus manos.

    Estuvo por abrir la boca de nuevo, preguntarle que qué era lo que iba a suceder pero guardó silencio y solo lo observó, no había temor en sus ojos dorados, a pesar de la situación, lo miraba con cariño... porque eso era lo único siempre tendría dentro de sí.
     
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    Gigi Blanche

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    Joey la observó hacer en silencio, mientras embadurnaba ligeramente sus heridas con la sabia de la planta. Observó su cabello albino, con destellos violáceos bajo las luces del parque, llover hacia adelante al agacharse. Observó los zapatos que llevaba en los pies, y sus hombros menudos, y sus manos delgadas y sobrias. La observó, y cuando fue consciente de ello era demasiado tarde, pues ya estaba sonriendo como pocas veces lo hacía. No era una sonrisa enérgica, ni socarrona, ni coqueta, ni siquiera divertida. Era esa sonrisa involuntaria que el corazón necesitaba cuando se entibiaba demasiado.

    Vaya, sí que era un cursi, ¿eh?
    Un romántico.
    Un idiota sin remedio.

    No le haría daño a nadie si seguía siéndolo por un rato más, ¿no?

    —Mi valeroso príncipe —entonó, estirando su mano hacia ella al tiempo que ejecutaba una reverencia.

    Sólo un rato más.

    —¿Me concedería esta pieza insonora?

    Para ellos no hay música, pero yo ya me puse esto de soundtrack y estoy tan soft and sad como para llorar

     
    Última edición: 10 Abril 2020
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    Volvió a reír, casi ajena a la realidad ya no frente a ellos, sino entre ellos. Era una puta guerra mágica y de repente era como si le diese igual, como si eso pudiese esperar.
    Había prioridades en la vida y ahora mismo, ese idiota bondadoso frente a ella, importaba más que cualquier otra cosa. Así que tomó la mano que le extendía, mientras con la otra guardaba la hoja de aloe en el bolsillo de su pantalón.

    —No es como que pueda negarme, ¿o sí? —Presionó suavemente su mano.

    Una sola vez.

    Una sola vez quería cumplir uno de sus caprichos.


    Lo atrajo hacia sí, haciendo que rodeara su cintura con sus manos y ella se permitió rodearle el cuello con los brazos, envolviéndolo. La calidez de su cuerpo la hizo sonreír.


    we're back with our bullshit
     
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    Gigi Blanche

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    Alzó brevemente las cejas, sorprendido por la reacción tan inmediata de Jez. Venga, que ni tiempo le había dado para envolver su cintura a consciencia. Se había dejado hacer como un muñeco a cuerda desactivado; y cuando reaccionó, soltó una risa algo nerviosa.

    ¿Ese era Joey? ¿Joey Wickham? ¿El mismo Joey que tantas veces había exudado confianza frente a las chicas por cada poro de la puta piel?
    ¿Ese Joey?

    Venga, hombre. Espabila.

    —¿Sabes? Hace un rato se me vino una canción a la mente —comentó en voz muy baja, mientras comenzaba a moverse de derecha a izquierda—. De Tangled. La viste, ¿verdad? Quiero decir, te dejaré aquí mismo si me respondes que no, así que ahórrate saliva.

    Podía sentirlo y verlo todo. La pequeña cintura entre sus manos, las pestañas albinas de Jez, sus ojos ámbar oscurecidos, la nariz respingada, el mechón rebelde de flequillo sobre su frente. Su mandíbula estrecha, sus pómulos ligeramente rosáceos, sus labios.

    Joder.

    —Entonces me puse a tararearla mientras ataba una soga de treinta metros con cortinas. No preguntes. Y, pues, ahora tampoco puedo quitármela de la cabeza. ¿Sabes de cuál hablo? Esa que cantan en el bote, mientras ven las linternas flotantes en el cielo. —Hizo una breve pausa, recobrando consciencia de sus palabras, y se sobresaltó un poco—. ¡N-no es que la haya visto tantas veces! Quiero decir, a mi vecina le encanta y se la pasaba cantándolas... b-bueno, puede que la haya mirado una... o dos veces. ¿Quizá tres? Ya no recuerdo bien.

    Genial, estaba haciendo el ridículo. Parecía haber olvidado todas las habilidades de galantería que había cultivado con los años. ¿Acaso estaba tonto? Suspiró, buscando mantener la compostura, y se encogió de hombros. Sonrió con cierta verguenza.

    —Perdona, estoy hablando mucho. Lo hago cuando me pongo nervioso.

    En el fondo lo sabía. Sus habilidades seguían allí, sólo que no tenían sentido. Ahora que era real, ya no importaba. Frente a Jez era un simple idiota bailando bajo las luces del castillo Disney con la chica que... le gustaba.

    Renovó su sonrisa y, tras balancearse durante varios segundos, se separó de ella para tomar su mano y hacerla girar sobre su eje.

    Sí. Jez le gustaba como no debería haberle gustado jamás. Y dolía, y era jodidamente triste, pero al mismo tiempo... estar con ella, así, y sonreírle, y hablar incoherencias, y ponerse nervioso, se sentía tan normal.

    Tan correcto.

    —Señorita Bellabel, permítame decirle lo hermosa que se ve esta noche. Incluso con el pantalón roto y todo.

    Al diablo con la broma sobre el príncipe y la princesa. Ya no le apetecía tratarla de hombre, no cuando la criatura frente a sí era tan delicada, dulce y femenina.
     
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    Zireael

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    Había cerrado los ojos apenas unos segundos después de abrazarlo, como si el solo calor de su cuerpo la arrullara y se dejó hacer, que él la guiara. Ni siquiera los abrió cuando empezó a hablar y sintió su voz tan cerca de ella, tan cerca de su oído.
    Lo que daría por escuchar su voz cada día en lugar de cada vez que tuvieran que verse por una jodida guerra mágica sin sentido.

    ¿Qué importaba su deseo ya? Ese deseo tonto que un grial podía cumplir. Debía dejar a sus padres descansar.

    —¿Tarareaste una canción de Disney mientras atabas cortinas? —preguntó en un susurro—. Wickham, no solo eres un romántico, eres un niño.

    Soltó una risa suave y él continuó hablando. Así, con los ojos cerrados, aún podía imaginar su rostro, su cabello alborotado y sus ojos oscuros, sus labios formando cada sílaba. Vaya, ¿se supone que eso era querer besar a alguien?

    >Vi esa película con mis primos y me solté a llorar como una niña con esa canción, aquí entre nos —soltó y de inmediato se sonrojó, ¿por qué había dicho eso? Lo abrazó un poco más fuerte un instante—. Bueno, tú hablas mucho y yo digo cosas vergonzosas. Estamos a mano, supongo.

    Antes de que pudiera siquiera decir algo más, sintió que la separaba de él y en cuanto la hizo girar, una sonrisa se formó en su rostro. No había forma de que no pensar que era un buen chico. Era un idiota y un niño, a pesar de todo, pero sobre todo era bueno y quizás, ni él mismo lo sabía.

    —Gracias, caballero —respondió ante su cumplido—. Permítame decirle que las luces de Disney también le sientan muy bien.

    Dejó reposando sus manos sobre sus hombros y se permitió mirarlo directamente por fin, cada facción de su rostro y cada cabello sobre su cabeza, como si quisiera grabarlo con fuego en su memoria. Llevó su mano a su mejilla, dedicándole una suave caricia y sonrió sin siquiera darse cuenta.

    ¿Cómo le había tomado tanto cariño? ¿Cómo se supone que eso pasaba? No era que importara ya.

    Deslizó su pulgar suavemente hasta la comisura de sus labios, ajena realmente qué era lo que planeaba o si planeaba algo siquiera, y delineó sus labios con su dedo. Lo cierto es que la movía a partes iguales la curiosidad, el cariño y, sorprendentemente, el deseo.

    —Perdona, cielo.

    Su voz fue un murmuro, ni siquiera sabía si la había escuchado, y no había apartado la vista ni un instante de sus labios.
    No sabía bien por qué se disculpaba, si porque lo que pensaba hacer lo empeoraba todo, por solo hacerlo o por el hecho de que, seguramente, iba a ser extremadamente torpe. Fuera lo que fuera, por primera vez le daba igual.

    Colocó ambas manos en sus mejillas y, como en el desierto, se puso de puntillas para alcanzarlo bien. Fue un instante, pero su respiración ansiosa chocó contra el rostro de Joey antes de que le estampara un tímido beso en los labios.
     
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    Era curioso. Todo había desaparecido de su mente. Ese jodido parásito siempre ruidoso, siempre tóxico, siempre patético, de un momento a otro simplemente... se había callado. Y no había nada. Ni recuerdos, ni experiencias, ni pensamientos intrusivos. No había angustia, o ansiedad, o culpa. No había nada, porque era un maldito egoísta.

    Pero, Dios, le importaba tan poco en ese momento.

    Rodeó la cintura de Jez con un brazo y la atrajo hacia sí, mientras enredaba los dedos de la mano contraria entre su cabello blanco y ladeaba apenas la cabeza. Intensificó el beso, entreabrió los labios y consumió los ajenos prácticamente de un bocado. Se sentía demasiado bien, y no sabía dónde estaba el interruptor de apagado luego de que Jez lo hubiese encendido. No lo sabía, y tampoco le apetecía buscarlo. Para cualquier cosa razonable era demasiado tarde.

    ¿Debería haberse contenido un poco? ¿Y si la asustaba? ¿O la incomodaba?

    Caminó en reversa sin soltar a Jez, lo suficiente hasta dar con la columna de piedra, y se giró en redondo. Apoyó una palma sobre los bloques fríos y ásperos, justo sobre la cabeza de la chica, y se agachó lo suficiente para volver a besarla. Con la otra mano presionó su nuca, bajó por su espalda, rozó sus caderas y volvió a rodear su cintura, instándola a alzarse unos centímetros. Se separó apenas, respiró contra su rostro y gruñó bajo.

    Apretó los dientes.

    —Mierda, Jez —bramó, casi en un susurro—. No tendrías que haber hecho eso.

    Soltó una risa sin gracia, respirando audiblemente por la nariz, y le acarició la mejilla con delicadeza. Se la quedó viendo unos segundos y luego sacudió la cabeza.

    Era un jodido egoísta, y no quería que su mente se encendiera.

    Y la besó de nuevo.
     
    Última edición: 10 Abril 2020
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    Zireael

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    Negro.

    Era como si su sola acción hubiese apagado cada luz del parque y también de su cabeza, llena de brillantes luces cegadoras desde que había muerto Lena; su cabeza ruidosa, dolorosa, perdida.

    Negro.

    Todo había vuelto a su lugar de repente, silenciando sus emociones, sus recuerdos, su mente abrumada y consumida por algo en lo que no debió estar involucrada nunca. El silencio era negro, negro absoluto como el espacio y aún así, no era aterrador en lo más mínimo.
    Sus músculos, absolutamente tensos, se relajaron en cuanto sintió los dedos de Joey enredarse en su cabello y volvieron a tensarse como reflejo cuanto profundizó aquel torpe y tímido beso. Lo cierto es que agradecía que la hubiese sujetado así por la cintura, porque de no haber sido así las piernas le hubieran fallado.

    No conocía el calor que arrasó su cuerpo al verse consumida de golpe por él, estaba segura de que iba a derretirse. Debía estar por derretirse, ¿quién podría no hacerlo si era como haber arrojado una cerilla en un derrame de gasolina?
    Un suspiro murió ahogado en la boca ajena y otro en cuanto, luego de haberse dejado hacer, sintió su mano rozar sus caderas.

    Mierda, Jez. No tendrías que haber hecho eso.

    La frase hizo eco, sí, pero no fue siquiera capaz de procesarla. Su pecho subía y bajaba con rapidez, al igual que su corazón bombeaba con violencia sangre a todo su cuerpo.

    De nuevo.

    No había siquiera terminado el pensamiento cuando el moreno ya había vuelto a besarla.
    Su cuerpo reaccionó por fin, haciendo que extendiera su mano hasta él hasta asirlo por la camiseta y lo atrajo hacia sí, uniendo sus cuerpos en cuanto volvió a rodearle el cuello con los brazos. ¿De qué demonios se había perdido toda su adolescencia?

    Y una mierda que no debió hacerlo. Lo haría mil veces.

    Ahora fue ella quien se separó un instante, apenas para poder posar sus ojos ámbar, ahora opacos por algo que no había sentido jamás, en los de Joey.

    —Lo hice —murmuró, su aliento chocó contra el rostro del moreno, y su voz sonó extrañamente aterciopelada—. Lo hice y lo volvería a hacer.

    Egoísta. Quizás hasta repentinamente posesiva.
    Pero la habían metido a una guerra, se había enamorado de un idiota como ella y ahora, ahora tenía todo su maldito derecho de probar una parte de él. Si iba a morir iba a besarlo hasta el último maldito momento.

    Volvió a fusionar sus alientos, deslizando sus dedos entre su cabello y silenciando de nuevo su mente. Iba a callar el mundo ahora que sabía cómo.
     
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