Épico La Leyenda de Yuzuki (Hija del Dios Zorro)

Tema en 'Relatos' iniciado por Luncheon Ticket, 24 Noviembre 2019.

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    Escritor
    Título:
    La Leyenda de Yuzuki (Hija del Dios Zorro)
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1767
    Un Instante
    Es el año 1864 de la era Genji en el periodo Edo, un hallazgo inesperado había paralizado las frágiles horas de una modesta anciana que vive en las afueras de Kioto, en una pequeña aldea de pescadores. Se había topado, al abrir la puerta de su hogar, con un cesto (bastante rudimentario, pero práctico a sus efectos) que contenía un bebé abandonado. Alzándola y con la ternura y la solidaridad manifestándose en su rostro, decide adoptarla y darle un nombre: Yuzuki. A partir de tan afortunado hecho, ambas han de cumplir el rol de madre e hija.


    El Humilde Primer Paso
    Yuzuki crece sana y alegre, tan bella como una flor de cerezo. La anciana le inculca unos valores que la hacen ser una infante respetuosa y alegre. Durante una noche de verano, la pequeña se queda maravillada por un acto de Bon Odori. Desde ese momento ella manifiesta su deseo de volverse una bailarina profesional. Tales inquietudes son correspondidas por la anciana, quien le imparte algunas enseñanzas, pero de manera limitada, austera. Sin embargo, el talento de la jovencita permanece latente. Es toda una prodigio.


    Una Temprana Tragedia
    Poco después de haber cumplido los diez años de edad, Yuzuki queda desamparada. Una extraña y fatal enfermedad había cegado los ojos de su querida madre adoptiva. A veces se la ve deambulando por las calles del pueblo, mendigando lo que sea que las almas caritativas (que son escasas) puedan facilitarle. Las noches son muy frías y los días no hacen más que injuriarla gracias a las miradas llenas de acrimonia por parte de quienes alguna vez fueran sus vecinos. El hambre es cruel, la vergüenza lo es aún más. La lástima brilla por su ausencia. Una tarde de lluvia una mujer alta y esbelta la descubre recostada sobre un puente a las afueras del pueblo. En un arrebato de piedad casi inexplicable, ésta decide adoptarla como su criada.


    El Nuevo Camino
    La dama (cuyo apelativo es Shimomura Yoko) que rescatara a Yuzuki de la indigencia resulta ser una admirable maestra de danza tradicional. Posee una academia donde enseña todo tipo de expresiones estéticas a unas pocas aspirantes de su ciudad natal, para solaz de los nobles que suelen requerir los espectáculos que ella, como nadie, es capaz de organizar. Al principio se comporta fría y distante con su nueva sirvienta, pero en el decurso de los meses esto va cambiando; especialmente una tarde de diciembre, cuando Yuzuki es pillada por la mujer junto a un grupo de aprendices mientras intenta llevar a cabo un baile de pasos torpes y ataviada con un vestido improvisado. Ante aquella imagen ridícula e inocente, las alumnas se ríen con gracia, pero sin malicia alguna.

    Yoko, por el contrario, mantiene una actitud severa. Pero detrás de ese semblante riguroso y desaprobatorio sabe detectar un potencial único en aquella niña de espíritu libérrimo. Yuzuki, ignorante de lo que su superiora piensa en realidad, abandona el lugar inmediatamente, con la vergüenza haciéndole un nudo en la garganta. Esa misma noche la tutora acude a ella para prepararla. Ordena a otras criadas que la bañen, que la perfumen con agua de colonia y que la vistan con prendas de tela blanca. Shimomura contempla la efigie que se halla delante suyo: una muñeca de piel nívea, ojos de zafiro y la cabellera tan oscura como una noche de tormenta sin luna ni estrellas. Mientras peina su cabello lacio le comunica la novedad, a partir del siguiente día sería instruida en el arte del Nihon Buyou. Las pupilas de Yuzuki se humedecen y no logra musitar palabra alguna.



    La Deidad del Arte Milenario
    Ya con doce primaveras a cuestas, Yuzuki se convierte en la mejor bailarina bajo la tutela de Yoko. Su pasión y entrega no tenían parangón. Es admirada y respetada incluso por las estudiantes con más experiencia. Pero pronto acaecería un suceso que cambiaría su vida (y su destino) para siempre. Ella da un apacible paseo por el valle que rodea la academia. De repente el cielo se oscurece y una luz enceguecedora aparece a sus espaldas.
    Creyendo que se trata de algún ‘youkai’ o un fuego fatuo, la infante se echa a correr. Una voz amable y fraternal, semejante a un ribete otoñal, le pide que se detenga. Ella acata la misteriosa solicitud. Se gira y ante sus ojos descubre un milagro feral en la forma de lo que a primera vista parece ser un cánido. La aparición (de porte solemne, sempiterno e insondable) le anuncia que es el Kitsune, un Dios Zorro. Le dice también que ella ha sido escogida para difundir entre los mortales las maravillas del arte celestial. Yuzuki se arrodilla aceptando su designio, junto a una cajita de madera que contiene el emblema sagrado.



    Nace la Leyenda
    En el marco de un evento de gran envergadura, la elegida se presenta sobre el escenario con un cambio de imagen radical. Cuando en los atavíos habituales abundaban los colores claros y hasta chillones, en la vestimenta de Yuzuki priman principalmente el negro y el rojo (a veces con detalles en gris o dorado). La melodía que resuena sobre la tarima es potente, vertiginosa, brutal. Y el baile de la damisela se desarrolla de la misma manera, pero con excesiva sofisticación, naturalidad y elegancia.

    Lleva un osensu en cada mano (incluso ambas en una sola en ocasiones) y una máscara de kitsune complementan su traje. Pero los presentes también advierten (además de la marcada osadía en la danza) un objeto muy familiar que cuelga del cuello de la muchacha. La canción termina tan sorpresivamente como empezara y el público estalla en vítores y gritos laudatorios (es necesario puntualizar que se trata de gente pudiente, perteneciente a las más altas esferas del estrato social).
    La institutriz y las otras pupilas permanecen boquiabiertas, mientras la bailarina sonríe triunfante. La magatama que descansa en su pecho parece destellar de manera singular. Por si fuera poco, el material del abalorio ya mencionado no es el jade, ni el cuarzo, ni mucho menos el jaspe; se trata de un componente bastante atípico y hasta transgresor.
    Es un emblema de metal.



    La Merecida Glorificación
    Las estaciones continúan su eterno y cíclico andar. Rozando los quince años, Yuzuki entiende que su fama y popularidad se pregona por los cuatro vientos del archipiélago. Todo aquel que ha podido deslumbrarse con su arte no hace más que dedicarle las loas más generosas y solícitas. Los que no han podido ser testigos del espectáculo precitado lo aclaman aún más (siguiendo aquel principio de que todo lo que nos es ajeno suele tener todavía más valor). Sus inequívocas cualidades incluso llegan a oídos del mismísimo Shogun, quien reclama su presencia con avidez.

    La orden es cumplida de inmediato. Durante una celebración de carácter privado (donde asisten el máximo mandatario, sus consejeros y los demás miembros de la casa real), Yuzuki ejecuta una danza certera e impactante que deja sin palabras a toda la concurrencia. Los presentes dirigen sus miradas hacia el Shogun, que debe dispensar un veredicto. ¿Aprobaría o no la habilidad de la joven artista? El silencio es casi insoportable. La doncella aguarda la respuesta sin alterarse. El hombre al fondo del salón finalmente le dedica un escueto y elogioso ademán. Los cortesanos asienten, Yoko llora de alegría; su protegida le había brindado el honor más alto a su academia.



    El Romance Secreto
    Koga Shimazu, el señor de la Torre de Kazan, se quedó prendado a la imagen de Yuzuki desde el primer momento que sus ojos se posaron sobre ella (él es nada más y nada menos que uno de los ministros de mayor jerarquía en la corte del Shogun). Noche y día pasea por sus vastos jardines soñando con el momento de confesarle su amor. Durante uno de esos días manda llamar a la señorita Shimomura para comunicarle, o más bien exigirle, que su discípula debe permanecer a su diestra, acompañándolo en todo momento; ejerciendo sobre él el placer de saberse su único dueño.

    La mujer le responde que aún es muy temprano para tales intereses, que su alumna todavía es una niña. El funcionario tiene que aceptarlo, no sin demostrar cierto fastidio. Exactamente dos años después Yuzuki conoce a un joven músico que una tarde de primavera le dedica una sutil melodía haciendo uso de su confiable shamisen. Esto se repite durante varias jornadas, hasta que ella corresponde tales cortejos con un baile comedido. Bajo la argéntea luz de la luna unen sus manos. Luego se abrazan, y en la tibieza de sus pechos nace un cariño puro y sincero.



    El Angustioso e Intempestivo Final
    Informado por uno de sus lacayos, el señor de la Torre de Kazan se entera que el corazón de Yuzuki no le corresponde, que es el tesoro de alguien más. Para colmo, el infame arrebatador es un simple músico, hijo de un comerciante local. Con el orgullo herido (y sintiéndose insultado al ser superado por un individuo de menor categoría) manda a sus huestes a que den muerte a la muchacha cuanto antes, tanta es su cólera. Grita, enloquecido, que si ella no le pertenece solo a él, entonces no le pertenece a nadie.

    Aquella mañana Yuzuki parece tener una epifanía con imágenes de un futuro difuso, donde unas doncellas semejantes a ella han de heredar su talento y elocuencia. Un grupo de hombres armados llega a las puertas de la casa de su enamorado. Él intuye sus intenciones y procede a defenderla, perdiendo la vida con un grito agónico. Su última palabra es el nombre de la mujer a quien adora. Ella se marcha con la mirada humedecida, sabe que debe proteger el emblema sagrado. Huye hacia las montañas con unos gritos que la siguen a la distancia.

    La desesperación invade su cuerpo trémulo. Le suplica a su amo que no la abandone, eleva su voz hacia el firmamento para pedir clemencia. Unos arqueros ubican su posición. Disparan las flechas cerrando los ojos y apuntando su semblante hacia un costado, esperando fallar el tiro (muchos de esos guerreros la admiran y han soñado con ella). No tiene caso, una saeta fatal atraviesa su vientre. Sus ojos pierden nitidez, la sangre brota en gran cantidad, llevándose consigo su vitalidad. Ruega una vez más, antes de quedar inconsciente. Su dios la asiste, el dolor se ha ido y ella finalmente recobra su lucidez. Jamás encontraron su cuerpo. Pero su legado perdura aun en nuestros días. Esta es la historia de Yuzuki, la primer representante del Dios Zorro.
     
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